9
— Ayúdala —le ordenó Maddox.
—Oh, Dios Santo. ¿Qué le has hecho?
Maddox se sentía cada vez más culpable. Apenas conocía a Ashlyn, pero deseaba que viviera más de lo que deseaba librarse de las llamas más abrasadoras del infierno. Era demasiado pronto para tener sentimientos tan intensos, sí. Tampoco era propio de su carácter. Sin embargo, ya pensaría más tarde en su propia estupidez.
—No respira —dijo—. Haz que respire.
La rubia se fijó en Ashlyn.
—Tiene que ir al hospital. Que alguien llame a urgencias. ¡Ahora!
—No tenemos tiempo. Tienes que hacer algo.
—Llamad. Ella...
—¡Haz algo, o morirás! —rugió él.
—Oh, Dios —susurró ella, con una expresión de pánico—. Necesito... tengo que reanimarla. Sí, eso es. Le haré la reanimación cardiorrespiratoria. Puedo hacerlo. Puedo —dijo, más para convencerse a sí misma que para otra cosa—. Túmbala en la cama y apártate.
Maddox obedeció al instante, pero Danika se quedó inmóvil, atenazada por el miedo.
—Danika —dijo Reyes—, ¿estás segura de que sabes lo que vas a hacer?
—Por supuesto —susurró ella, y sintió que le ardían las mejillas. Fijó toda su atención en Ashlyn. Posó las palmas de las manos en mitad de su pecho y empujó una, dos veces. Después dijo— No te preocupes. He practicado. Un muñeco es lo mismo que una persona, un muñeco es lo mismo que una persona —susurró. Después, posó los labios en los de Ashlyn.
Durante los siguientes minutos, que para Maddox fueron una eternidad peor que las noches que pasaba devorado por el fuego del infierno, Danika le insufló aire en los pulmones a Ashlyn y le apretó el centro del tórax, alternativamente. El nunca se había sentido tan impotente. El tiempo se convirtió en su enemigo.
Reyes esperaba junto a la puerta, silenciosamente Tenía los brazos cruzados y una expresión pétrea en el rostro. No estaba mirando a Ashlyn, sino a Danika, Maddox se frotaba la nuca y respiraba con dificultad.
Por fin, Ashlyn tosió y comenzó a respirar. Todo su cuerpo sufrió un espasmo cuando abrió la boca y comenzó a inspirar bocanadas de aire. Jadeó, se atragantó, volvió a jadear.
Maddox la abrazó contra su pecho al instante. Ella se revolvió.
—Tranquila, preciosa. Tranquila.
Poco a poco, sus movimientos se calmaron.
—Maddox — murmuró con un hilillo de voz. Fue el sonido más dulce que él hubiera oído en su vida.
—Aquí estoy —dijo él. Ella aún tenía la piel pega-I josa, fría—. Estoy contigo.
Danika permaneció a un lado de la cama, retorciéndose las manos.
—Tiene que ir al hospital. Necesita que la vea un médico.
—El trayecto desde la fortaleza al hospital sería demasiado para ella.
—¿Qué le pasa? ¿Tiene un virus? ¡Oh, Dios! He puesto mis labios sobre los suyos.
—Es por el vino —respondió Reyes—. Está enferma por culpa de nuestro vino.
Danika abrió unos ojos como platos y miró a Ashlyn.
—¿Y todo por una borrachera? Deberíais habérmelo dicho. Tenéis que darle agua y cafeína para diluir el alcohol. Yo... creo que vivirá, pero tenéis que llevarla al hospital para que le pongan suero por vena. Probablemente está deshidratada.
Mientras hablaba, el color retornaba a las mejillas de Ashlyn.
—Me duele —susurró.
—¿Qué más puedes hacer por ella? —le preguntó Maddox a Danika—. Todavía tiene dolores.
—Yo... yo... ¡Tylenol Motrin! Algo así. Eso siempre me ayuda cuando tengo resaca.
Maddox miró a Reyes.
—¿Sabes dónde conseguir eso?
—No. Nunca he tenido necesidad de prestarles atención a las medicinas de los humanos.
—¿Dónde podemos conseguir ese Tylenol? —le preguntó Maddox a Danika.
—Yo tengo un poco en mi bolso.
—Ve a buscarlo.
—No puedo. El bolso se quedó en mi hotel. ¿Qué vino tomó? —preguntó ella.
—Uno que tú no conoces, médica —dijo Reyes con sorna.
Danika se dio cuenta de que él lo sabía. Se quedó petrificada. ¿Qué era lo que la había delatado? ¿Su súplica para que llamaran a urgencias? ¿Su nerviosismo? Sintió un escalofrío. Entonces él se colocó tras ella; su calor y su energía ahuyentaron el frío. Rápidamente, Danika se alejó de aquel hombre, porque tenía miedo de cómo reaccionaba ante su proximidad.
—Porque eres médica, ¿verdad? —insistió él en tono burlón.
Oh, sí. Lo sabía. Ella retorció los puños de su jersey y tragó saliva. Al menos, no la había matado allí mismo.
—No puedes negar que ahora está respirando. Yo he cumplido mi parte del trato. Estás en deuda conmigo—Reyes apartó la mirada, como si no pudiera soportar mirarla más.
—Llama a Lucien —dijo Maddox.
—No puedo. Está ocupado —respondió Reyes, y salió de la habitación—. Ahora vuelvo —dijo por encima del hombro—. Vigila a la rubia, Maddox. Es astuta. Cerró la puerta de golpe. Danika, como una tonta, estuvo a punto de echar a correr tras él. La asustaba más que los otros, pero por algún motivo indescifrable, prefería estar con él. Tenía algo que la trastornaba profundamente. Quizá fuera el dolor de sus ojos. Él la atraía de un modo primitivo. | Tenía la sensación de que la protegería, por muchas amenazas que lanzara.
—Si tengo que perseguirte, lo lamentarás —le advirtió Maddox—. ¿Entendido?
Danika sintió frío al oír aquella rotunda advertencia. Aquel hombre era terrorífico. Cada vez que hablaba, ella percibía un tono de brutalidad en su voz. Parecía impaciente por provocar dolor a cualquiera que lo mirara. Además, durante los últimos minutos se había dado cuenta de que su rostro cambiaba y, a veces, sus rasgos se transformaban en una máscara cadavérica. Además, el violeta de sus ojos cambiaba a negro, y después a un rojo de neón, y después a negro otra vez.
¿Qué clase de hombre, qué clase de persona, podía mirar así?
De nuevo, ella se estremeció.
Su mirada sólo se volvía normal cuando miraba a la mujer que había en la cama.
—¿Entendido? —preguntó él de nuevo.
—Sí —respondió Danika.
—Bien.
Maddox olvidó a la chica rápidamente y se centró en Ashlyn. Cada vez temblaba más, y sus dientes castañeteaban. Tenía los ojos abiertos y por su mejilla se deslizó una única lágrima.
—Gracias —susurró Ashlyn a la que la había curado.
—De nada.
—¿Te sientes mejor? —preguntó él suavemente. —Todavía me duele —respondió Ashlyn—. Tengo frío. Pero sí. Mejor.
Él, que quería darle el calor de su cuerpo, dijo: —Lo siento.
Raramente pronunciaba aquellas palabras. De hecho, la única disculpa que había pedido en décadas era la que les había pedido a sus amigos aquella mañana.
—Lo siento. Lo siento —susurró. Parecía que nunca bastara—. Lo siento mucho.
Ashlyn sacudió la cabeza. Después gimió y se quedó muy quieta.
—Ha sido un accidente.
Él se quedó boquiabierto de sorpresa y reverencia. Hasta el momento, no le había causado a aquella humana otra cosa que dolor, pero allí estaba ella, intentando absolverlo. Asombroso. —Vas a vivir. Te lo juro.
Haría cualquier cosa por cumplir aquel juramento. Ashlyn sonrió débilmente. —Al menos... silencio. Silencio. No era la primera vez que lo decía. —No lo entiendo.
Pese a su debilidad, ella volvió a sonreír. —Ya somos dos. Maddox se sintió como si su sangre burbujeara.
Aquella sonrisa, tan deliciosa, tan encantadora, le daba calor, lo excitaba, le provocaba tanto alivio que casi se sentía embriagado. Abrió la boca para responder, aunque no supiera qué decir, pero en aquel momento, Reyes entró en la habitación acompañado de Aeron. El pelo corto de éste brilló bajo la luz.
—Aeron va a llevar a la chica a la ciudad —dijo Reyes, mirando a Danika.
—Oh, no. No, no, no. No quiero marcharme sin mi familia —dijo Danika con pánico.
Aeron hizo caso omiso de la súplica y se quitó la camiseta.
—Vamos a terminar con esto.
Era moreno y musculoso, un legado de su alma de guerrero. Llevaba tantos tatuajes que era difícil distinguir uno de otro.
Maddox sólo reconoció dos: la mariposa negra que volaba sobre sus costillas y el demonio que extendía las alas sobre los contornos de su cuello. Con sólo mirarlo, uno sabía que aquél era un hombre al que merecía la pena tener como amigo, y que sería muy malo tenerlo como enemigo.
—¡Alto! No hay ningún motivo para desnudarse — dijo Danika, negando violentamente con la cabeza—.
Ponte otra vez la camiseta. ¡Ahora mismo, maldita sea!
Aeron se aproximó a ella con determinación. Danika miró a Reyes con terror.
—¡No le dejes que me viole! Por favor, Reyes, por favor.
—Aeron va a llevarte a la ciudad —respondió Reyes con calma—. No va a violarte. Tienes mi palabra. Debes ir con él.
Aunque Danika seguía temblando, Aeron la tomó de la muñeca sin decir una palabra y se la llevó hacia la ventana que daba a la terraza. Cuando la abrió, el viento helado entró en la habitación con un remolino de copos de nieve. Aeron le soltó la muñeca y la tomó por la cintura para sacarla a la terraza.
—Detenlo —dijo débilmente Ashlyn, al ver que Danika miraba por la barandilla hacia abajo y reía amargamente, con histerismo.
—¿Qué vas a hacer?—inquirió la rubia—. ¿Tirarme? ¡Sois todos unos mentirosos! ¡Espero que os pudráis en el infierno!
—Ya lo hacemos —respondió Reyes.
Aeron tomó a Danika por los hombros cuando salió a la terraza e hizo que diera media vuelta para situarla de cara a él.
—Agárrate a mí —ordenó.
Otra risa de amargura.
—¿Porqué?
—Para que no te mates —dijo él.
De repente, unas enormes alas salieron por unas ranuras que se abrieron en la espalda de Aeron. Eran largas, negras; tenían aspecto de ser tan vaporosas como una telaraña, pero los extremos eran puntiagudos, afilados como cuchillos.
Ashlyn soltó un jadeo debido a la impresión.
—Estoy mejor. Lo juro, ya no necesito las pastillas —susurró.
Maddox le acarició la mejilla para intentar relajarla.
—Chist. Todo va a ir bien.
Danika abrió los ojos desorbitadamente.
—¡No! —gritó, tratando de zafarse de Aeron.
Quiso correr, pero él no la soltó. Ella buscó a Reyes con la mirada.
—¡No puedo hacer esto! ¡No puedo! No dejes que me lleve, Reyes, ¡por favor!
Con una expresión atormentada, Reyes extendió los brazos y los dejó caer a ambos lados del cuerpo.
—¡Reyes!
—¡Marchaos! —gritó él.
Sin decir una palabra más, Aeron saltó y desapareció del campo de visión de los que estaban en la habitación, llevándose a Danika consigo. Ella gritó pero pronto aquel grito se convirtió en un jadeo, y el jadeo en un gemido. Luego ambos volvieron a ascender por el aire y aparecieron por encima de la barandilla. Las alas de Aeron se movían con elegancia, rítmicamente.
—Páralo -suplicó Ashlyn con un hilo de voz-J Por favor.
—No puedo. Y no lo haría aunque pudiera No te preocupes por ella. Las alas de Ira son fuertes, y podrán sostener el peso de Danika.
Buscó a Reyes con la mirada. Su amigo estaba caminando de un lado a otro de la habitación.! ¡Apretaba una de sus dagas con el filo hacia la palma de la mano! y la sangre se derramaba desde el puño de nudillos blancos al suelo.
—Necesitamos agua y café —dijo Maddox al recordar las instrucciones de Danika.
Reyes se detuvo y cerró con fuerza los ojos, como si quisiera controlarse.
—Debería haberla llevado yo, pero si hubiéramos ido caminando, habríamos tardado demasiado. ¿Has visto lo asustada que estaba?
—Lo he visto.
Maddox no sabía qué podía decir. El miedo de Danika no era nada para él comparado con el dolor de Ashlyn.
Reyes se pasó la mano por la mandíbula y se dejó una mancha roja en la cara.
—¿Agua? ¿Café, has dicho?
—Sí.
Reyes salió de la habitación. Casi parecía que agradecía aquella distracción. Evidentemente, Maddox no era el único que, de repente, tenía problemas con las mujeres.
Poco después, Reyes apareció con las bebidas y dejó la bandeja al borde de la cama. Hecho aquello, se marchó. Maddox no creía que volviera, y sacudió la cabeza con pena. Si Reyes albergaba por Danika la mitad de los sentimientos que él tenía hacia Ashlyn, estaba condenado a un mundo de dolor, y no de la clase que más ansiaba.
Maddox le tendió a Ashlyn un vaso de agua tibia. Le pasó una mano por la nuca, hizo que inclinara la cabeza ligeramente hacia atrás y le puso el borde del vaso en los labios.
—Bebe —ordenó.
Ella apretó los labios y negó con la cabeza.
—Bebe—insistió él.
—No. Me dolerá el...
El vertió el contenido del vaso en la boca de Ashlyn. Ella se atragantó y tosió, pero bebió la mayor parte del agua. Varias gotas se le derramaron por la barbilla. El dejó el vaso vacio en el suelo.
Ashlyn le lanzó una mirada de acusación.
—He dicho que me encontraba mejor, pero todavía tengo el estómago muy sensible.
El no le hizo caso. Le acercó la taza de café y le ordenó nuevamente que bebiera. Sin embargo, ella intentó apartar la taza y, sin querer, la tiró al suelo. La porcelana se hizo añicos y el café formó un río negro en el suelo.
Dos manchas sonrosadas le cubrieron las mejillas.
—No —dijo.
—Eso ha estado fuera de lugar —protestó él, y le apartó los mechones de pelo húmedo de las sienes, disfrutando del tacto de su piel de seda.
—No me importa.
—Muy bien. No habrá café.
El se quedó mirándola, mirando a aquella mujer que había sacudido todo su mundo.
—¿Todavía deseas que te deje marchar? —preguntó él antes de poder evitarlo.
Ashlyn apartó la mirada y la fijó en la pared, por encima del hombro de Maddox, con una expresión intensa. Pasaron varios minutos de silencio. Minutos angustiosos.
El agarró la almohada con fuerza.
—Es una pregunta que requiere un sí o un no, Ashlyn.
—No lo sé, ¿de acuerdo? —respondió ella suavemente—. Me encanta el silencio, y estás empezando a caerme bien. Te agradezco que me hayas cuidado. Pero...
Pero todavía estaba asustada.
—Te he dicho que soy inmortal. Te he dicho que estoy maldito. Lo único que tienes que saber, aparte de esas dos, es que te protegeré de todo mientras estés aquí.
Incluso de sí mismo.
—¿Y protegerás a la otra mujer? —preguntó ella—. ¿A la que me ha ayudado?
A menos que se le ocurriera un modo de desafiar a los Titanes, dudaba que nadie pudiera proteger a aquella sanadora. Ni siquiera Reyes. Sin embargo, Maddox apretó con delicadeza la mano de Ashlyn y respondió:
—No lo pienses más. Aeron la cuidará.
Aquello no era una mentira.
Ashlyn asintió con gratitud, y él sintió una punzada de culpabilidad.
De nuevo, pasaron unos minutos en silencio. Él la observaba con satisfacción, al comprobar que sus mejillas recobraban un color saludable y que el dolor se desvanecía de su mirada. Ella también lo observaba con una expresión impenetrable.
—¿Cómo es posible que los demonios hagan cosas buenas? —Preguntó por fin—. Me refiero a que, aparte de lo que has hecho por mí, sé que todos habéis hecho cosas estupendas por la ciudad, con vuestras donaciones y actos filantrópicos. La gente cree que los ángeles viven en esta fortaleza. Lo han creído durante cientos de años.
—¿Y cómo sabes que lo han creído durante tanto tiempo?
Ella tembló y apartó la mirada.
—Yo... lo sé.
Ashlyn tenía un secreto, algo que no quería que él supiera. Maddox la tomó por la barbilla y la obligó a mirarlo.
—Ya sospechaba que eres un cebo, Ashlyn. Puedes decirme la verdad.
Ella frunció el ceño.
—Sigues llamándome eso como si fuera algo asqueroso y horrible, y yo no sé que es un cebo.
En su tono de voz había una genuina confusión. ¿Inocente, o buena actriz?
—No voy a matarte, pero espero sinceridad completa por tu parte de ahora en adelante. ¿Entendido? No me mientas.
—No estoy mintiendo.
Maddox notó que su cuerpo comenzaba a calentarse lentamente, que el espíritu hacía patente su presencia.
Se apresuró a cambiar de tema. El hecho de oír más mentiras podía hacer que saltara, que hiriera. Y, cebo o no, Maddox se negaba a dejar que aquello sucediera.
—Vamos a hablar de otra cosa.
Ella asintió. Parecía que estaba muy contenta de seguir su sugerencia.
—Hablemos de ti. Esos hombres te atravesaron con una espada anoche, y moriste. Sé que has resucitado porque eres un guerrero inmortal, un demonio... o algo así. Lo que no sé es por qué lo hicieron.
—Tú tienes tus secretos y yo tengo los míos.
Él pensaba tenerla en el castillo y mantenerla con vida, así que no podía hablar de su maldición; Ella ya le tenía miedo, y si se enteraba de la verdad, lo despreciaría. Ya era lo suficientemente malo que él supiera lo que había hecho para merecerse semejante castigo.
Más aún, si se sabía lo que le ocurría cada noche, quizá perdiera su reputación de ángel. Alguien podía tomar su cuerpo, llevárselo y prenderle fuego, o decapitarlo sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Deseaba a aquella mujer más de lo que nunca hubiera deseado a otra, pero no confiaba en ella. Al menos, conservaba algo de cerebro.
—¿Les pediste que te mataran para poder ir al infierno a visitar a tus amigos, o algo así?
—Yo no tengo amigos en el infierno —replicó él, ofendido.
—Entonces...
—Entonces nada. Me toca a mí hacer las preguntas. No eres húngara. ¿De dónde eres?
Ella se recostó en la almohada con un suspiro y se acurrucó alrededor del cuerpo de Maddox. Al darse cuenta de que Ashlyn estaba tan cómoda como para colocarse así, él sintió una gran satisfacción.
—Soy de Estados Unidos. De Carolina del Norte, para ser exactos, aunque me he pasado casi toda la vida viajando con el Instituto Mundial de Parapsicología.
—¿Y qué es eso?
—Es un organismo que estudia lo sobrenatural. Lo inexplicable. Criaturas de todo tipo. Estudian y observan las diferentes razas, e intentan que haya armonía entre ellas.
Él se quedó callado. ¿Acababa de admitir que trabajaba con los Cazadores? Sus acciones siempre habían estado llenas de odio, aunque ellos alegaban que preservaban la paz para la humanidad. Él frunció el ceño con confusión.
—¿Y qué haces para ellos?
Ashlyn vaciló.
—Escucho para ayudar a encontrar seres y objetos de interés.
Después de decir aquello, se removió con incomodidad contra la almohada.
—¿Y qué pasa cuando encuentras esas cosas?
—Ya te lo he dicho. Las estudian.
—¿La gente con la que trabajas lleva tatuajes en las muñecas? ¿Un símbolo del infinito?
Ella negó con la cabeza.
—No, que yo sepa.
¿Verdad? ¿Mentira? El no la conocía lo suficientemente bien como para discernirlo. Todos los Cazadores fanáticos que habían atacado a los Señores en Grecia, y también aquellos a los que Maddox había encontrado en el bosque el día anterior, estaban marcados con un tatuaje.
—Has dicho que escuchas. ¿Y qué es exactamente lo que escuchas?
Otra pausa, otro titubeo.
—Conversaciones —susurró Ashlyn—. Mira, la gente que trabaja para el Instituto aprende a guardar silencio sobre su trabajo. Casi nadie creería lo que hacemos. Nos considerarían unos locos.
—Yo no. Preferiría que me contaras algo sobre tu trabajo.
Ella suspiró.
—Está bien. Te contaré una de mis misiones. Hace unos años, yo... eh, el Instituto, descubrió un ángel. Tenía las alas rotas en varias partes. Mientras lo curábamos, él nos habló sobre las diferentes dimensiones, y las puertas que las comunican. Eso es lo mejor de mi trabajo. Con cada descubrimiento nuevo, aprendemos que el mundo es mucho mayor de lo que nos habíamos imaginado.
Interesante.
—¿Y qué hace el Instituto con los demonios?
—Los estudia, como he dicho. Actúa, y les impida que hagan daño a las personas, si es necesario.
—¿Tu gente no destruye aquello que no entiende?
Ella se rió.
-No.
Los Cazadores sí. Cuando habían asesinado a Badén y su entendimiento se había perdido, la muerte de Desconfianza había dividido a los guerreros. La mitad de ellos querían la paz, el perdón, un refugio, y se habían instalado silenciosamente en Budapest. Los otros habían buscado la venganza, y habían permanecido en Grecia para continuar con la lucha.
A menudo, Maddox se preguntaba si aquella enemistad sangrienta continuaría, y si los Señores que s& habían quedado en Grecia habrían sobrevivido durante todos aquellos siglos.
Maddox le apartó un mechón de pelo de la frente a Ashlyn.
—¿Qué más puedes contarme de ese Instituto?
Con el ceño fruncido, ella lo miró.
—No puedo creer que vaya a admitir esto, pero creo que lo siguiente que quieren estudiar es a ti.
Aquello no fue una sorpresa. Fuera lo que fuera aquel Instituto, era normal que tuviera interés en los demonios. Sin embargo, con los sensores y las cámaras de Torin, nunca conseguirían ascender por la colina, y aquellos que se atrevieran a intentarlo recibirían el mismo trato que los Cazadores.
—Pueden intentar estudiarnos, pero no les resultará fácil —le dijo a Ashlyn.
Estando tan cerca de ella, percibía de lleno su olor, y la sexualidad de Maddox estaba despertando rápidamente. Con cada segundo que pasaba, se sentía más excitado. Ella era suave y dulce. Estaba viva y se sentía mejor. Y era suya.
De repente, él quería olvidar el Instituto. No quería saber nada más de aquello.
—Te deseo —dijo—. Con todas mis fuerzas.
Los preciosos ojos de Ashlyn se abrieron desmesuradamente.
—¿De veras?
—Eres muy bella. Todos los hombres deben desearte —dijo él.
Sin embargo, rápidamente puso una cara fiera. Si algún hombre intentara tocarla, moriría. Con dolor, con lentitud.
Violencia ronroneó para mostrar su aquiescencia.
Las mejillas de Ashlyn se colorearon, y él recordó las rosas que a veces veía crecer junto a los muros de la fortaleza. Ella sacudió la cabeza.
—Soy demasiado rara.
—¿Por qué dices eso?
Ella apartó la mirada.
—No importa. Olvida que lo he dicho.
—No puedo —dijo Maddox, y le pasó un dedo por la mejilla.
Ashlyn se estremeció. Se movió contra él y, al instante, su excitación impregnó el aire. Él se la bebió.
—Tú también me deseas —dijo con un gruñido de, satisfacción, y olvidó su pregunta, y la negativa dé Ashlyn a responder.
—Yo... yo...
—No puedes negarlo —afirmó él—. Así que te lo preguntaré de nuevo: ¿Todavía quieres que te lleve a casa?
Ella tragó saliva.
—Pensaba que sí. Hace sólo unas horas, lo único que quería era escapar; ahora... No puedo explicármelo ni siquiera a mí misma, pero deseo quedarme aquí/ Quiero quedarme contigo. Por ahora, al menos.
La satisfacción de Maddox se intensificó, lo invadió. En aquel momento, no le importaba que ella hubiera respondido como mujer o como cebo. «La tendré».
«La tendremos», corrigió Violencia, y Maddox se asustó al percibir el fervor de su tono. «La tendremos».