15

MALDICIÓN, maldición, maldición.

El tiempo se le había pasado rápidamente. Maddox se había quedado absorto mientras colocaba trampal por la colina. Fosas, cables, redes. Debería haberlo herí do mucho antes que aquel día, pero siempre había temido hacerles daño a lo>s empleados de reparto de pro-| visiones o a las mujeres que iban a buscar a París.

Cada vez que Maddox pensaba que ya había terminado, Lucien le encomendaba una tarea nueva.

Ya eran las once y media, y no tenía tiempo para ir a ver a Ashlyn. No tenía tiempo para darle un beso ni abrazarla, por mucho que lo anhelara.

—Quizá los dioses nos sonrían esta noche — murmuró Lucien.

Maddox, Reyes y Lucien se dirigieron por los intrincados pasillos del castillo hacia la habitación de Maddox. Siempre era mejor encadenarlo con antelación y mantener la situación bajo control.

Reyes ya había tomado la espada, la misma que Maddox había usado para asesinar a Pandora tantos siglos atrás. Colgaba a un lado del guerrero, y la luz de la luna, que entraba por las ventanas, le arrancaba brillos al metal de la hoja.

Torcieron una esquina, se acercaron más... «No estoy preparado...», gimoteó el espíritu. Al principio, porque la sangre siempre lo saciaba. Maddox tampoco estaba listo para morir. Aquella noche no.

Los pasos resonaban en el pasillo de manera ominosa.

—A lo mejor podemos convencer a estos Titanes para que te libren de la maldición —dijo Lucien.

Por primera vez en cientos de años, Maddox sintió esperanza. Quizá, pese a todo, los Titanes lo perdonaran si se lo pedía. En el pasado, ellos querían la paz y la armonía en el mundo. Seguramente, ellos....

«Sabes que no», se dijo. «Mira lo que le obligan a hacer a Aeron».

La esperanza de Maddox se hizo añicos. Los Titanes ya habían demostrado que eran más despiadados que los Griegos.

—No creo que quiera arriesgarme.

—Quizá haya una alternativa a los dioses —dijo Reyes.

Si la había, ellos ya la habrían encontrado, pero Maddox no lo dijo en voz alta. Unos segundos después, el trío entró en la habitación. El miedo le aceleró la sangre a Maddox cuando se tendía en la cama. Las sábanas de algodón, recién cambiadas, estaban frescas y no tenían ni rastro de la esencia de Ashlyn. Sin embargo, él podía aferrarse a su recuerdo.

La última vez que la había visto allí, la había tenido entre los brazos, la había cuidado. Había inhalado su olor. Había pensado en hacer el amor con ella.

El miedo se intensificó cuando Reyes le encaden las muñecas y Lucien los tobillos.

—Cuando esto termine —dijo—, comprobad que Ashlyn se encuentra bien. Si es así, dejadla en la habitación con las otras mujeres. Si no, dejadla en otra, habitación y yo la cuidaré por la mañana. Pero no la metáis en el calabozo. Nada de crueldades. Dadle de comer, pero no le deis vino, ¿entendido?

Los dos hombres se lanzaron otra de las tensas miradas que llevaban intercambiando toda la tarde y se apartaron de la cama.

—Reyes —dijo Maddox, en tono de advertencia—. Lucien... ¿Qué ocurre?

—Es sobre la mujer —dijo Lucien, evitando mirarlo a la cara.

—Estoy intentando mantenerme calmado —dijo Maddox, aunque una niebla negra le había cubierto la visión—. Decidme que no le habéis hecho nada.

—No.

Él exhaló un suspiro y recuperó la visión.

—No le hemos hecho nada todavía —prosiguió Lucien— pero vamos a hacerlo.

Cuando Maddox lo asimiló, tiró de las cadenas.

—¡Soltadme!

—Es cebo, Maddox —dijo Reyes tranquilamente.

—No, no lo es —respondió él.

Presa del pánico, como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar, les habló de sil habilidad y de sus sospechas de que los Cazadores la habían seguido sin que ella lo supiera.

—Está maldita, como nosotros. Está condenada a escuchar conversaciones del pasado.

Lucien sacudió la cabeza.

—Estás demasiado cautivado por esa mujer como para admitir la verdad. El hecho de que tenga una habilidad extraña es una prueba más de que es un cebo, como la voz que tú has oído hoy. ¿Qué mejor modo para averiguar cosas sobre nosotros, sobre cómo vencernos?

Maddox tiró del cuello hacia arriba, casi rompiéndose los tendones.

—Si le hacéis daño, os mataré. No es una amenaza, es un juramento. Pasaré el resto de mis días buscando vuestra tortura y vuestro fin.

Reyes se pasó la mano por el pelo.

—En este momento no puedes pensar con claridad, pero algún día nos lo agradecerás. Vamos a llevarla a la ciudad. La usaremos para atraer a los Cazadores. Es la parte del plan que no te hemos contado.

Traidores. Él nunca hubiera sospechado que sus amigos, los mismos guerreros que compartían su tristeza, fueran capaces de aquello.

—¿Por qué me lo decís ahora? ¿Por qué hacéis esto?

Reyes apartó la mirada y no respondió.

—Haremos todo lo posible para traerla en las mismas condiciones en que la llevemos.

De nuevo, Maddox tiró de las gruesas cadenas con i odas sus fuerzas. Sin embargo, era imposible romperlas; los mismos dioses las habían forjado. Sin embargo, golpeó el cabecero de metal. La rabia se apoderó de él, con tanto fervor, de una manera tan siniestra, que no podía ver, no podía respirar. Tenía que llegar hasta Ashlyn. Tenía que protegerla. Era inocente, frágil, nunca sobreviviría a una batalla.

Y si el enemigo la capturaba...

Se arqueó hacia arriba, rugió, volvió a tirar de las cadenas...

—¡Ashlyn! —aulló—. ¡Ashlyn!

—No entiendo cómo puede ponerse tan salvaje por una mujer —oyó que decía Lucien.

—Semejante devoción es peligrosa —respondió Reyes.

—¡Ashlyn! —siguió gritando.

Y siguió intentando liberarse, pero fue inútil. Lucien y Reyes lo observaron sin decir una palabra, sin ceder. Él los maldijo con la mirada, prometiéndoles la venganza.

«Que Ashlyn pueda esconderse», rezó. «Que permanezca escondida hasta que yo vuelva por ella».

Notó un agudo dolor en el costado.

Había llegado la medianoche.

Rugió. El espíritu se revolvió en su interior como una tormenta envenenada, un puñado de rayos, una; tempestad de destrucción. Hombre y demonio se fura dieron en uno, con un mismo objetivo. Sobrevivir a aquello para poder defender a su mujer.

Sin embargo, Reyes se acercó a ellos con la espada en las manos. Su rostro no reflejaba ninguna emoción.

—Lo siento —susurró.

Cuando la hoja de la espada atravesó el estómago de Maddox y le cortó la piel, los órganos, los músculos, éste ya no pudo reprimir los gritos.

La puerta del dormitorio se abrió lentamente, y las mujeres, exceptuando a Danika y a Ashlyn, se apartaron de ella todo lo posible y se tomaron de las manos.

Durante toda la tarde, Ashlyn había querido enfrentarse a Maddox. Danika había querido enfrentarse aj Reyes. En vez de eso, habían terminado contándose la historia de sus vidas. En lugar de asustar a Danika, el pasado de Ashlyn diluyó el recelo de la muchacha.

Después, Ashlyn se indignó ante la narración del secuestro de Danika. Era extraño pensar que, en aquel lugar de miedo y muerte, Ashlyn no sólo hubiera encontrado a su primer amante, sino también a su primera amiga de verdad.

Un ángel entró en la habitación.

Tenía el pelo plateado, y unos ojos verdes que brillaban como esmeraldas. Un demonio no podía ser tan bello. Sin embargo, iba vestido de negro de pies a cabeza y llevaba guantes negros. Además, tenía un arma.

Ella lo había visto antes, en la habitación de Maddox. La noche anterior, cuando estaban apuñalando a Maddox. Aquel hombre no había tomado parte en el asesinato, pero lo había presenciado sin intervenir.

—Ashlyn —dijo él, buscándola.

El miedo le atenazó la garganta. ¿Sabía su nombre? ¿Por qué no había ido Maddox? ¿Se había olvidado ya de ella? ¿Quería que muriera?

Intentando no echarse a llorar, empujó a Danika detrás de sí.

—Estoy aquí —susurró.

—Ven conmigo —dijo el hombre.

—¿Porqué?

—Te lo explicaré por el camino. Ahora, date prisa. Si te ven, no podré salvarte.

De repente, Danika se adelantó hecha una furia.

—No va a ir contigo. Ninguna vamos a ir, por mucho que nos amenaces con un arma. Tú y tus amigos podéis moriros.

—Quizá más tarde —dijo él con ironía, sin apartar la mirada de Ashlyn—. Por favor, no tenemos mucho tiempo. ¿Quieres volver a ver a Maddox, sí o no?

Maddox. El sólo hecho de oír su hombre hizo que se le acelerara el corazón.

«Debo de ser la chica más estúpida del mundo».

Le dio un abrazo a Danika y le susurró al oído:

—Estaré bien.

Eso esperaba, al menos.

—Pero...

—Confía en mí.

Se separó de Danika y se adelantó. El ángel de pelo blanco se apartó de ella como si fuera un cartucho de dinamita.

—Que nadie más se mueva —ordenó—. Dispararé antes y preguntaré después.

Sin dejar de mirar a Ashlyn, salió al pasillo.

Cuando Ashlyn estuvo a su lado, le dijo:

—No me toques. Si la gente me toca, ocurren cosas muy malas. Ni siquiera te acerques lo suficiente como para tocarme si te tropiezas.

Su tono de voz era grave.

—Está bien —respondió Ashlyn, desconcertada.

Mantuvo las manos a la espalda, por si acaso se le olvidaba, y esperó a que él dirigiera la marcha.

Él se movió dibujando un amplio círculo a su alrededor y, con el cañón del arma hacia delante, cerró la puerta. Ashlyn no intentó meterle prisa; el miedo la mantuvo, una vez más, clavada en el sitio.

—¿Qué cosas malas? —le preguntó cuando él se volvió de espaldas.

El ángel comenzó a caminar y la miró por encima del hombro.

—Enfermedad. Agonía. Muerte —dijo, y se enfundó el arma en la cintura—. Ningún ser vivo puede tocarme la piel, porque se desencadenaría una plaga.

Dios santo. Fuera cierto o no, aquello la convenció de que no debía acercarse a él. Y sospechaba que había dicho la verdad. Cada vez que lo había visto, él se había mantenido apartado de los demás. No era el modo de actuar de un hombre malvado, sino de un hombre que se preocupaba más por los demás que por sí mismo. A Ashlyn se le desencogió el corazón. «Tonta».

—¿Cómo te llamas?

—Torin —dijo él, y pareció que le sorprendía que ella se interesara.

—No piensas matarme, ¿verdad, Torin?

Él soltó un resoplido.

—No. Si lo hiciera, Maddox me cortaría el corazón y lo freiría para desayunárselo.

—Está bien, eso es más información de la que necesitaba —respondió ella.

Sintió una felicidad estúpida e infantil. Entonces Maddox ¿se preocupaba por ella? Si eso era cierto, ¿dónde estaba? ¿Y por qué no había ido a buscarla?

Silenciosamente, Torin la condujo por los pasillos. Unas cuantas veces se detuvo a escuchar y le hizo un gesto para que se escondiera entre las sombras.

—No hagas ruido —le dijo cuando ella abrió la i >oca para hacer una pregunta.

—Cuando puedas hablar, me gustaría saber lo que está pasando —susurró ella.

Él le hizo caso omiso.

—Casi hemos llegado.

—¿Adónde?

Cuanto más caminaba, más le parecía oír... ¿Qué era aquello? Un segundo más tarde, Ashlyn lo supo.

El estómago se le encogió al percibir con claridad el sonido: eran gritos. Eran gritos de agonía. Ella sólo había oído aquello una vez, y ya era suficiente.

—Maddox —dijo en un jadeo. ¡Otra vez no!—. Date prisa, Torin. Por favor, tengo que ayudarlo. Tenemos que detenerlos.

—Aquí —dijo él.

Abrió una puerta y se apartó para dejarla pasar. Ella entró en busca de Maddox, pero no había nadie allí. Se dio la vuelta llena de confusión.

—¿Dónde está?

—No te preocupes por Maddox. Sabes que mañana estará bien. Preocúpate por ti misma. Iban a llevarte a la ciudad, y yo no podía permitírselo. Maddox nos habría matado a todos en nuestra cama. Así que, por mi vida y por la tuya, cállate. No tienen mucho tiempo para buscarte, así que compórtate y sobrevivirás.

Dicho aquello, cerró la puerta. Después Ashlyn oyó un suave clic y comprendió que había echado una llave.

El miedo y la incertidumbre se adueñaron de ella. No sabía si Torin le había dicho la verdad o no, pero no le importaba. Tenía que llegar junto a Maddox. Otro de sus gritos atravesó el aire, y como si hubiera atravesado las paredes, la envolvió.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y corrió hacia la puerta para girar el pomo con las manos temblorosas. No se movió. ¡Demonios! Se mantendría en suene pero no iba a quedarse en aquella habitación.

Se dio la vuelta para mirar la estancia con los ojos de un ladrón. El polvo lo cubría todo, como si el cuarto llevara olvidado durante años. No había figurillas n| recuerdos sobre los escasos muebles, nada que pudiera usar para romper la cerradura.

Entonces se acercó a la ventana y descorrió las cortinas. Vio las montañas, blancas y majestuosas. Había un balcón que daba a... miró y jadeó. Abajo, abajo, abajo. «Sólo si te caes». Afortunadamente, la ventana se abrió con facilidad. Ignorando la ráfaga de aire helado que la azotó, miró hacia la derecha y después hacia la izquierda. Un poco más allá había otro balcón.

Maddox gritó desgarradoramente.

Con las palmas de las manos sudorosas, Ashlyn corrió hacia la cama con una idea. Una idea peligrosa y estúpida.

—La única idea —murmuró, y abrió las mantas de la cama de un tirón.

El polvo le llenó la nariz y la boca, y Ashlyn tosió, pero no se detuvo. Ató un extremo de la sábana con un extremo de la colcha.

—Lo he visto en las películas. Saldrá bien.

Quizá. Los actores tenían redes y dobles. Ella no tenía ninguna de las dos cosas.

Otro grito.

El estómago se le encogió y volvió a la ventana. Salió al balcón sin vacilar, e inhaló bruscamente. La piedra del suelo estaba helada y ella estaba descalza. El viento era cortante.

Con dedos temblorosos y la respiración helada, ató uno de los extremos de la improvisada cuerda a la barandilla del balcón con un doble nudo. Después hizo un tercero. Le dio un fuerte tirón.

Resistió.

Pero ¿soportaría su peso? Después de todo lo que había vomitado antes, debía de pesar menos, así que eso era un punto a su favor.

Temblando violentamente por el frío y el nerviosismo, pasó por encima de las barras de metal. El óxido le dejó manchas en la ropa. Mantuvo la vista centrada.

—No tienes que preocuparte de nada. No hay una caída de diez mil metros.

Descendió por la sábana. Oyó un crujido. Un chasquido. Casi se le detuvo el corazón.

—Maddox te necesita. Quizá incluso te quiera. O quizá piense que eres una mentirosa y una asesina malvada, tal vez ni siquiera le gustes y sólo quisiera seducirte para sonsacarte respuestas, pero de todos modo no se merece lo que le están haciendo. Tú eres la única de este sitio que lo piensas, así que adelante. Eres su única esperanza.

«Dios. Parezco la princesa de La Guerra de las Galaxias».

Sin embargo, estaba desesperada por llenar el silencio que había deseado tanto. De lo contrario, comenzaría a pensar en caerse y matarse, o peor todavía, en fracasar.

—Lo estás haciendo bien. Sigue así.

Perdió la voz cuando se vio colgando. Se le formó un nudo en la garganta.

«Por favor, Dios, no dejes que me caiga. No dejes que me suden más las manos».

Se inclinó hacia delante, balanceando la sábana... un centímetro. Demonios. Se inclinó hacia atrás y lo movió otro centímetro. Adelante, atrás. Adelante, atrás. Pronto, estaba meciéndose suavemente. Sin embargo, la sábana se resbaló un poco, o quizá ella, y Ashlyn gritó.

«Sólo un poco más. Puedo hacerlo».

Tomó velocidad y continuó meciéndose. Finalmente, estuvo lo suficientemente cerca como para alarga» el brazo y enganchar los dedos con fuerza a una de las barras del otro balcón. Con un gruñido, lanzó todo su cuerpo hacia delante, se agarró con la otra mano a otra de las barras y soltó la sábana. Entonces cometió el error de mirar hacia abajo.

La parte inferior de su cuerpo colgaba sobre veinticinco metros de montaña escarpada.

No pudo evitarlo; volvió a gritar.

Durante unos eternos instantes, intentó enganchar los pies a otra barra, como había hecho con las manos, finalmente, consiguió meter una rodilla en un hueco. los músculos le ardían del esfuerzo, pero consiguió subir hasta la barandilla y saltó al balcón. Pese al intenso frío, estaba sudando. Con dificultad, consiguió abrir la ventana, y cuando entró al otro dormitorio, estuvo a punto de desmayarse de alivio.

La habitación era oscura y polvorienta, como la otra, pero oía a Maddox gimiendo y luchando una vez más.

«Por favor, que no sea demasiado tarde». Estaba muy cerca, muy cerca...

Se acercó de puntillas a la puerta y abrió una fina rendija. De repente, la voz de Maddox se acalló. Ella se cubrió la boca con una mano para evitar gritar. Hubo unos murmullos...

—...no deberíamos habérselo dicho.

—Necesitaba tiempo para calmarse. Ahora lo tiene.

—Quizá nunca se calme.

—No importa. Es lo que hay que hacer —una pausa. Un suspiro—. Estoy deseando terminar con esto y quitar la última carga de nuestras vidas. Vamos por la chica y larguémonos.

Temblando, ella se apretó contra la pared y se escondió entre las sombras. Oyó que se cerraba una puerta, y después unos pasos resonaron por el corredor, alejándose. Ashlyn se puso en acción. Salió corriendo al pasillo, atisbo a dos hombres que torcían una esquina y abrió la puerta de la habitación de Maddox.

Estuvo a punto de vomitar.

Él estaba tendido en la cama, en medio de un charco de sangre. Tenía el pecho desnudo, y Ashlyn vio seis heridas abiertas allí donde había penetrado la espada. Distinguía el interior de su cuerpo. Oh, Dios. Se cubrió la boca con las manos.

Casi en trance, caminó hacia él. «Otra vez no», pensó. «¡Otra vez no!». Aquella brutalidad era increíble.

¿Por qué seguían haciéndole eso aquellos desgracia» dos? Él era un demonio, ellos eran demonios, pero ésa no era razón suficiente.

—No hay razón para esto —sollozó. Era cruel, despiadado, como ellos.

Lentamente, le pasó la mano a Maddox por la frente. Tenía los ojos cerrados y la cara manchada de sangre. Tenía sangre incluso en los tobillos y en las muñecas, donde lo sujetaban las argollas.

Ashlyn cayó de rodillas entre sollozos, a su lado.

—Maddox —suspiró entrecortadamente—. Estoy aquí. No te dejaré.

Buscó a su alrededor una llave para desencadenarles pero no la encontró.

Le tomó la mano sin vida. Él era inmortal. Hábia sobrevivido a aquello una vez. ¿Volvería a hacerlo?

Las llamas lo devoraban. Le quemaban como un ácido. Lo fundían, lo destruían poco a poco. El aire era pesado, negro y espeso. Su cuerpo se desintegraba con un gran dolor.

—Maddox...

Oyó aquella voz familiar, dulce, y dejó de retorcerse. De repente, olvidó el calor.

-¿Ashlyn?

Miró a su alrededor en el infierno al que había vuelto, pero sólo vio fuego, y sólo oyó quejidos y lamentos. ¿Había muerto Ashlyn? ¿La habían enviado allí también para que sufriera?

Eso sólo podía significar que Reyes y Lucien la habían matado.

—¡Canallas! —aulló Maddox.

La habían matado, y él los mataría a ellos. «Con placer», rugió el espíritu.

—Estoy aquí —dijo ella—. No te dejaré.

Un sollozo.

—Ashlyn —gritó él.

Negociaría con aquellos nuevos dioses, tan crueles. La sacaría de allí costase lo que costase. Él mismo permanecería en los infiernos por toda la eternidad con tal de liberarla.

—No te dejaré. Estaré aquí cuando despiertes. Si despiertas. Oh, Dios.

Él frunció el ceño, confuso, antes de derretirse una vez más. La voz de Ashlyn no era un eco en el infierno. Era un eco en su mente. Sin embargo, aquello no tenía sentido, no era posible.

—¿Cómo pueden haberte hecho esto? ¿Cómo?

¿Estaba ella con su cuerpo? Sí. Sí, estaba con él. Maddox casi sentía cómo le agarraba la mano, casi sentía sus lágrimas cálidas en el pecho abierto. Casi podía oler su dulce aroma a miel.

Mientras su carne carbonizada se deshacía y tomaba forma una y otra vez, ella le susurraba, lo consolaba.

—Despierta otra vez, Maddox. Despierta, hazlo por mí. Tienes muchas cosas que explicarme, y no te dejaré marchar hasta que me hayas dicho la verdad.

Él quería obedecer y luchó por escaparse de la fosa profunda en la que estaba. Hizo todo lo posible por proyectar de nuevo su cuerpo hacia su espíritu. Quería verla, abrazarla, protegerla. Sin embargo, el fuego lo tenía atrapado, retenido. Apretó los dientes, se retorció y luchó sin cesar. Lucharía toda la noche, si era preciso. Lucharía hasta que Lucien fuera por él.

Volvería con Ashlyn.

Su vínculo era tan fuerte, tan profundo, tan arraiga do, que no podía negarse ni ignorarse. En un espacia tan corto de tiempo, ella se había convertido en el centro de su universo. En la única razón de su existencia. Era como si le perteneciera. Como si hubiera nacido sólo para él.

Y una vez que la había encontrado, nada se interpondría entre ellos.

—Me quedaré aquí toda la noche —repitió ella—, No voy a dejar que te vayas.

Maddox estaba sonriendo cuando las llamas lo consumieron otra vez.