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ASHLYN estaba al borde de la consciencia. Sólo veía sombras, y oía una única voz. Todas las voces del pasado y del presente se inhibieron por respeto a aquélla. Era la que había oído en el calabozo. Etérea, como la de un fantasma. Era un fantasma muy moderno, que estaba ligeramente aburrido y que seguía comiéndose una piruleta.

«Aquí estoooy», dijo, y se rió. «No hace falta que expreses tu alegría. Siento el amor. Bueno, ¿has pensado en los cuentos de hadas, o no? Sólo tengo una semana antes de que me descubran, así que debo resolver este asunto cuanto antes».

«Lo he pensado», intentó decir Ashlyn, pero no pudo formar las palabras.

«Bien».

Bueno, la diosa la oía de todas maneras.

«Sacrificio», pensó Ashlyn. «Tengo que sacrificar algo para romper la maldición de Maddox».

«Muy bien, muy bien—¿Y qué tienes que sacrificar?».

«Todavía no lo sé. ¿Cómo te llamas?».

«Me llamo... Anya».

Anya. Era un nombre bonito.

«¿Y quién eres?».

«En... estábamos hablado del sacrificio. Concéntrate. No voy a desobedecer órdenes directas para que» tú puedas estropear esta pequeña rebelión que tengo i preparada. Te he hecho una pregunta, y quiero una I respuesta clara».

Sacrificio, sí. Era muy difícil concentrarse cuando una tenía la mente hecha papilla. Había una cosa que sabía con seguridad, la vida sin Maddox sería intolerable; sin embargo, estaba dispuesta a abandonarlo para salvarlo.

«Eso está mejor», dijo Anya. «Pero no estás pensando a lo grande. Vamos» ¿es que se te ha pasado por alto la más importante de las enseñanzas de los cuentos de hadas? Ahora tienes Ia oportunidad de demostrar que ese inútil de jefe tuyo te enseñó algo valioso, después de todo».

Valor. La palabra resonó en su cabeza y, de repente, Ashlyn lo supo. Se le heló la sangre durante un instante, con sólo pensarlo. El mejor sacrificio era dar una vida por otra.

«Ahí lo tienes. Sabía que lo sabías. Vamos a empezar con el espectáculo. Despiértate. Él te necesita».

La imagen de Maddox apareció en la mente de | Ashlyn. Tuvo la sensación de que él le estaba agarrando las manos, infundiéndote fuerzas. Entonces... algo, i una presencia, un calor, invadió su cuerpo y la atravesó, reparó las heridas de sus pulmones y las contusiones de las costillas y los costados.

Abrió los ojos y se encontró a Maddox mirándola. Tenía aspecto de estar muy cansado, pero al verla despierta, sonrió, y aquello fue lo más bello que ella hubiera visto nunca.

¿Podría dejarlo de verdad?

Tres días más tarde, Ashlyn estaba lo suficientemente recuperada como para salir del hospital. Maddox la llevó de vuelta al castillo sin decir una palabra, y directamente a su habitación. Ella vio a unos cuantos de los guerreros en los pasillos. Algunos tenían un semblante grave, otros estaban enfadados, pero todos la saludaron como si aceptaran su presencia aunque no les gustara.

Cuando la puerta de su habitación estuvo cerrada, Maddox la dejó en el suelo. Después bajó los brazos a los costados, cortando todo contacto.

—¿Ha habido alguna noticia sobre las mujeres? — preguntó ella sin apartarse de él. Su calor la envolvía, y su cercanía la cautivaba.

—Las liberaron. A todas salvo a Danika, que está volviendo loco a Reyes, insultándolo todo el rato — respondió él, y la observó atentamente—. ¿Cómo te sientes?

—Bien —dijo ella, y no mentía. Todavía tenía una ligera tos y una irritación en el pecho, pero estaba casi curada. Lo cual significaba que había llegado el momento de salvarlo.

«Él te necesita», le había dicho la diosa.

Ashlyn no iba a contarle a Maddox nada sobre Anya. Él le había hecho preguntas, preguntas que ella no quería responder. Sabía lo que tenía que hacer para acabar con su maldición. Lo sabía y lo odiaba, pero iba a hacerlo. No podía permitir que él la detuviera. Sin embargo, la mera idea de estar sin él la llenaba de desesperación.

«No quiero decirle adiós».

Estaba a punto de llorar, así que se obligó a sonreír. Aquél era su cuento de hadas, e iba a salvar a su príncipe. Pero... no podía despedirse de él todavía. Disfrutaría el resto del día hablando con él, acariciándolo como no había podido hacer en el hospital.

—Te deseo —le dijo—. Te deseo con toda mi alma.

—Yo también te deseo —respondió él, con un repentino brillo de picardía en la mirada—. Me da la sensación de que ha pasado una eternidad desde la última vez que te acaricié.

Se miraron el uno al otro, pero ninguno de los dos tocó al otro.

—Quiero que sepas... — Ashlyn se mordió el labio y miró hacia abajo, hacia las botas de Maddox. Era el momento de la confesión—. Te quiero.

Maddox se quedó boquiabierto.

—Es demasiado pronto —dijo ella—. Nuestras vidas son demasiado diferentes, y yo soy la responsable de muchas de las cosas con las que has tenido que enfrentarte durante esta última semana, pero no puedo evitarlo. Te quiero.

Finalmente, él la tocó. Le acarició las mejillas y, con suavidad, la obligó a mirarlo. La ternura superó a la sorpresa.

—Yo también te quiero. Te quiero mucho. Soy un hombre violento con emociones violentas, pero no quiero que tengas miedo de que me ponga violento contigo. No puedo hacerte daño. Sería peor que sacarme el corazón.

Ella sintió la mayor alegría de su vida. Se le cerraron los ojos de lágrimas. Se apoyó en su pecho. Lo necesitaba más que nunca. Él bajó la cabeza, lentamente..., pura tentación..., sin apartar los ojos de ella. Sus labios se rozaron, se unieron en un beso de belleza y amor.

Él la besó una y otra vez, para siempre, saboreándola, disfrutando de ella. Ashlyn sintió su alegría, su deleite, dos sensaciones que ella también estaba experimentando.

—Eres tan bella —susurró él.

—Te quiero —repitió ella.

—Te quiero —respondió Maddox—. Te necesito.

Prenda a prenda, le quitó la ropa, y prenda a prenda, ella lo desnudó a él, maravillándose a cada nuevo centímetro de piel que descubrían. Él era tan grande, tan fuerte. Tan... suyo.

Ashlyn se deleitó acariciándolo, saboreándolo, memorizando su cuerpo. Lo había deseado desde el principio, pero aquello que sentía en aquel momento... era la verdadera necesidad de estar con el hombre a quien había entregado el corazón. Era más que sexo, más que placer. Aquello era el destino, era la unión de dos almas.

Cuando terminaron de hacer el amor, se relajaron el uno en brazos del otro y no hablaron durante un largo tiempo. Se limitaron a disfrutar del contacto, de la cama.

«Un poco más», rogó Ashlyn. «Dame un poco más».

—Te he echado de menos —dijo él, finalmente.

—Yo también te he echado de menos. No sabes cuánto —respondió Ashlyn, y puso una pierna sobre la de él—. ¿Qué ha ocurrido mientras yo no estaba? —se apresuró a preguntar.

Él le acarició perezosamente la espalda mientras respondía.

—Aeron está en el calabozo. Como ya te he contad do, Reyes está intentando conquistar y repeler a Danika al mismo tiempo, y Danika está encerrada en su habitación para impedir que escape. A Torin lo hirieron, pero se está curando. Sabin y los demás, el hombre a los que viste después de la explosión de la bomba han venido a vivir al castillo. En este momento estamos en tregua. No es una tregua fácil, pero es una tregua.

Vaya. No había un momento de aburrimiento en aquella fortaleza.

—No me gusta que Danika esté encerrada.

—Es por su propio bien, Ashlyn.

Ella suspiró.

—Confío en ti.

—¿Qué...? —él hizo una pausa. Después se puso tenso—. ¿Qué te hicieron los Cazadores, Ashlyn?

—Nada, te lo juro. Tengo que decirte una cosa — dijo ella. «Por favor, no dejes de quererme»—. Yo los traje hasta aquí, Maddox. Yo. Lo siento. Yo no quería hacerlo. De veras. Me engañaron y...

—Lo sé, preciosa. Lo sé.

Aliviada, ella se relajó. Él la quería de veras para perdonarle con tanta facilidad algo que podía haber causado su muerte. Ashlyn lo abrazó con todas sus fuerzas.

—Antes de morir, mi jefe me contó su plan de encontrar la caja de Pandora y succionar a todos los demonios hacia su interior.

—Nos han contado lo mismo —dijo él, y de repente, bostezó. En sus labios se dibujó una sonrisa plácida—. Les debo gratitud a los dioses por haberte traído de nuevo a mi lado, pero estoy demasiado cansado como para aproximarme ahora a ellos. Necesito descansar un poco, porque estos días no lo he conseguido.

—Duérmete. Tienes que recuperar fuerzas —dijo ella con voz ronca.

Él se rió. Fue un sonido de absoluta alegría.

—Tus deseos son órdenes para mí.