11
MADDOX abrazó a Ashlyn durante varias horas mientras ésta dormía, reviviendo en cuerpo y alma. Kl tiempo era su enemigo, y la medianoche se acercaba rápidamente, pero no la despertó. Ni siquiera cuando le quitó los zapatos y el jersey, dejando a la vista unos pies delicados y una camiseta que le dibujaba los pechos. Sintió que le hervía la sangre de la excitación.
La hora del almuerzo había pasado y tenía hambre, pero deseaba a Ashlyn más de lo que deseaba la comida. Quería abrazarla, oír sus suspiros en mitad del sueño... Era el cielo.
Se sentía más en paz de lo que había estado en siglos, y no se sorprendió cuando comenzaron a cerrársele los ojos y su mente comenzó a vagar.
«Despierta, guerrero. He vuelto», dijo una voz en su cabeza. Una voz que le resultaba familiar. Aquello sí que le sorprendió.
Maddox se puso tenso y abrió los ojos de golpe. Rápidamente observó toda la habitación. No vio a nadie ninguna sombra.
Prefería enfrentarse a un Cazador que a un Titán que había prometido que ayudaría a Ashlyn y la había abandonado. ¿Intentaría aquel ser arrancársela de los brazos?
«¿Dónde está mi compensación, guerrero?».
—¿Quién eres? —susurró para no despertar a Ashlyn.
«No tengo por qué decírtelo», respondió su interlocutor con irritación.
—¿Y qué quieres de mí?
«Me lo prometiste todo. Todo».
—Te prometí que haría cualquier cosa si salvabas a la chica. Tú no la salvaste. Lo hicimos nosotros.
«De todos modos, está viva».
—Pero tú no hiciste nada.
«¿Estás seguro?».
La voz se había vuelto sedosa, como si quisiera desafiarlo a que la contradijera.
¿Estaba seguro? Danika había ayudado apretando el pecho de Ashlyn, y ella había recuperado la respiración. Reyes y Aeron también habían hecho su parte. Maddox la había abrazado, la había ayudado a limpiarse y la había reconfortado.
¿Qué había hecho aquel ser? ¿Importaba?
—¿Qué quieres que haga? —le preguntó con resignación.
Hubo un ronroneo de satisfacción.
«Diles a tus amigos que vayan al cementerio de Kerepesi a medianoche. Deben ir desarmados, y no pueden decirle a nadie lo que están haciendo. Irán solos y yo los visitaré. Les mostraré quién soy».
— A medianoche estaremos ocupados en otra cosa,
«Tu maldición de muerte. Sí, lo sé. Lucien y Reyes tienen permiso para llegar más tarde»
—Pero...
«Sin objeciones. Medianoche. Desarmados».
Maddox parpadeó. Aquello no tenía sentido. ¿Por qué quería que los hombres fueran sin armas? Un dio podía aplastarlos por mucho armamento que portaran.
«¿Se lo dirás?».
Maddox entornó los ojos. Aquél no era un dios, si lo era, tenía intención de conducirlos a una emboscada. El ya pensaba que los Titanes eran crueles, así que no dudaba que eran capaces de algo así. Sin embargo, él ya estaba maldito. Si aquél era un dios, Maddox sería castigado, porque no podía pedirles a sui] amigos que se aproximaran a una situación potencialmente peligrosa sin armas. Y si no lo era, significan que alguien, otro ser, tenía el poder de infiltrarse en sus pensamientos.
A su lado, Ashlyn chasqueó los labios y rodó hasta tumbarse boca arriba. Tenía un brazo apoyado en la frente, y el otro sobre el estómago. Estaba a punto de despertarse, pero resistiéndose a hacerlo.
«¿Se lo dirás?», preguntó de nuevo la voz; sin embargo, su tono en aquella ocasión fue inseguro, ansioso.
Y Maddox se dio cuenta. No era la voz de un diosa No podía serlo. Un ser todopoderoso podría arrastrar a] los guerreros al cementerio, y no se delataría con una sola muestra de duda. Maddox apretó los dientes.
«No me obligues a preguntártelo otra vez».
—Por supuesto que se lo diré —respondió Maddox.
Hablaría con sus amigos, pero no les diría lo que aquel ser quería que les dijera.
«Entonces, hasta esta noche», dijo la voz, que prácticamente canturreaba de satisfacción.
«Hasta que sepamos la verdad», pensó Maddox, pero por supuesto, no lo dijo en voz alta. No obtuvo respuesta, no hubo ninguna reacción, y él sonrió lentamente. Aquel ser podía infiltrar palabras en su mente, pero no podía leerle el pensamiento. Bien. Muy, muy bien.
La corriente de poder se desvaneció del aire.
Maddox pensó rápidamente en todas las posibilidades. Quizá aquella entidad pudiera oír una conversación a distancia. Quizá, como Maddox y sus compañeros, su interlocutor era un inmortal con poderes especiales.
¿Un Cazador inmortal?
Con cuidado de no despertar a Ashlyn, se levantó de la cama y salió de la habitación. Recorrió el castillo hasta que encontró a Lucien. El guerrero estaba sentado en un sofá de la sala de entretenimiento, a solas y en silencio, con un vaso de whisky en la mano. Meditaba.
Maddox le dijo a su amigo lo que había ocurrido y Lucien palideció. Incluso sus cicatrices parecían más blancas.
—Cazadores. Titanes. Mujeres. Y ahora, seres sin identificar con poderes desconocidos. ¿Cuándo va a terminar todo esto?
Maddox se pasó una mano por el pelo.
—Parece que ocurre algo nuevo a cada minuto que pasa.
Y pensar que el día anterior se había quejado de la monotonía de su vida...
—Al menos tenemos varias horas para decidir lo que podemos hacer al respecto. Voy a pensarlo antes de contárselo a los demás. Están pasando muchas cosas a la vez, muchos cambios.
Maddox asintió.
—Ya sabes dónde encontrarme si me necesitas -le dijo.
Después volvió a su habitación, agradecido por aquel aplazamiento. Todavía no estaba dispuesto a separarse de Ashlyn.
Ella estaba tendida exactamente igual que la había dejado. Era una visión maravillosa en medio de la espartana estancia. Al tumbarse en el colchón, la despertó.
—Maddox —murmuró ella.
Aquella única palabra fue un gemido somnoliento que encendió su sangre como seguramente la encendería una caricia de sus delicados dedos. Con deseo renovado, Violencia se hizo notar de nuevo. Estaba hambrienta. Necesitaba algo. ¿Sangre? ¿Dolor? ¿Gritos? Él no lo sabía, no podía saberlo. «Me controlare, No le haré daño a esta mujer».
Ashlyn frotó la mejilla contra su costado y ronroneo como un gatito satisfecho.
—¿Maddox?
Violencia también ronroneó.
Él se agarró a las sábanas. ¿Qué quería obligarle a hacer Violencia? Sus deseos eran oscuros. Maddox comenzó a sudar y apretó los dientes.
—¿Maddox? —repitió Ashlyn.
En aquella ocasión, su tono era de preocupación. Se incorporó, y los mechones de su preciosa melena color miel le cayeron en cascada por la espalda. Los rayos de sol que entraban por la ventana la bañaban en un halo brillante de color ámbar. Miró a Maddox fijamente.
—¿Qué ocurre?
Él no podía responder. No pudo hablar debido al mulo que tenía en la garganta.
Cada vez más preocupada, Ashlyn se inclinó hacia él y metió las manos bajo su camiseta para pasarle las palmas por el pecho. Aquella caricia fue excitante, decoradora. Siempre había una fuerte energía entre ellos. Maddox nunca había sentido nada semejante.
Sin embargo, se dio cuenta de que al espíritu también le gustaba. Rugió, no de furia, sino de apetito. «Más...». Las nebulosas necesidades de antes volvieron a crearse y se dejaron identificar. Placer y pasión. Éxtasis y un deseo exquisito.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Maddox, y tragó saliva. Le resultaba asombroso desear algo, a alguien, sin sentir un impulso arrollador de hacer daño.
—Mejor.
—Me alegro.
Él permaneció inmóvil un largo rato, permitiendo a Ashlyn que le acariciara el pecho y disfrutando de todas las sensaciones que le producía. Era como un sueño erótico, dulce, suave, y no quería que terminara nunca. Estaba vibrando; o quizá fuera el espíritu. «Peligroso». Iba a desnudarla y tomarla en cuestión de minutos si no la detenía.
—Tienes la cara mucho mejor —susurró Ashlyn— los golpes se han curado.
—Sano rápidamente. Ven —respondió él. Rodó por la cama y le tendió la mano.
La mirada de Ashlyn fue desde su rostro a su mano, y después a su rostro de nuevo, en busca de alguna respuesta.
—Cambias de estado de ánimo más rápido que nadie que yo haya conocido —refunfuñó.
Sin embargo, le dio la mano tímidamente, como si no pudiera contenerse. Los dedos de ambos se entrelazaron.
Otra chispa.
Ella la sintió también, obviamente, porque jadeó al primer contacto.
Temblando a causa de la necesidad, él hizo que se pusiera en pie. Ashlyn se tambaleó ligeramente y se agarró con fuerza a su mano.
—¿Adónde vamos?
Al Paraíso, si él se salía con la suya.
—A la ducha.
No esperó su respuesta, sino que la llevó al cuarto de baño. Y, sorprendentemente, Ashlyn no protestó.
—Debo de tener un aspecto horrible — murmuró. Se pasó una mano por el cabello e hizo una mueca desagrado—. Aj. Qué pelos.
—Tú nunca podrías tener un aspecto horrible.
Ella se ruborizó.
—Sí, sí puedo. Es sólo que... no sé. No mires hasta que esté limpia, o algo así.
—Ya he intentado no mirarte, créeme —dijo él; pero sus ojos siempre la buscaban como si tuviera voluntad propia, atraídos por una fuerza más potente que él mismo.
Llegaron al cuarto de baño y él la soltó. «Casi ha llegado el momento. Sólo un poco más».
De espaldas a ella, abrió el grifo. El agua comenzó a caer, fría al principio, calentándose gradualmente. Muy pronto, el vapor de agua comenzó a surgir de la bañera y a subir en espiral hacia el techo, condensándose y después cayendo como diminutas gotas de agua.
Maddox se volvió hacia Ashlyn.
—Siento lo de tu habitación. Yo... eh... la limpiaré después —dijo ella, mirándose los pies descalzos.
—No, lo haré yo —respondió él con la voz ronca.
Ella lo miró a los ojos.
—No. Preferiría que no lo hicieras. Ya estoy lo suficientemente avergonzada. He vomitado varias veces..., quizá incluso te haya manchado. Me resulta mortificante. Lo que haya podido caer al suelo es responsabilidad mía.
—Fue culpa mía. Es mi habitación. Yo la limpiaré.
No le gustaba la idea de verla haciendo labores domésticas. La quería en su cama, descansando. Y desnuda; sí, desnuda. Quizá no descansando, entonces, sino lamiéndolo y mordisqueándolo a él.
Al pensarlo, se excitó al instante.
—Quítate la ropa —le dijo, con la voz mucho más ronca de lo que hubiera querido.
Ella parpadeó de la sorpresa y después bajó la mirada.
—¿Qué?
—Que te quites la ropa.
—¿Ahora mismo? —preguntó con un chirrido.
Maddox frunció el ceño.
—¿Te duchas normalmente con la ropa puesta?
—No, pero normalmente me ducho sola.
—Hoy no.
Se sentía como si llevara toda la vida esperando aquel momento. Ashlyn. Desnuda. Suya, para que él pudiera hacer lo que más le complaciera, con sus curvas pidiéndole que las explorara.
—¿Por qué hoy no? —preguntó Ashlyn, en tono suplicante.
—Porque no —respondió Maddox, y con obstinación, se cruzó de brazos.
—Maddox...
—Ashlyn. Quítate la ropa. Está sucia.
Tras él, el agua continuaba cayendo a la bañera blanca. Y frente a él, Ashlyn continuaba mirándolo como si estuviera azorada.
—No —respondió ella, y dio unos pasos para retroceder hacia la puerta, lentamente.
Él se inclinó hacia ella y estuvo a punto de rozarla con la nariz. Sin embargo, no la besó. No la tocó, Alargó el brazo por detrás de ella y cerró la puerta i para impedirle la huida. El suave clic resonó contri las paredes y ella tragó saliva. Palideció.
Maddox suspiró. No quería que se asustara, quería que se sintiera excitada.
—No tengas miedo.
—No... no tengo miedo.
Él no la creía, no sabía qué podía pensar. No entendía por qué se resistía a algo que, sólo unos minutos antes, deseaba. Así que le preguntó:
—¿Cómo te sientes? ¿Estabas mintiendo cuando me dijiste que te encontrabas mejor?
Mentir o no mentir, se dijo Ashlyn. Si le contaba que todavía se sentía mareada, él nunca le permitiría que se duchara sola. Y si le contaba que de veras estaba curada, querría verla desnudarse. Ella nunca hábil hecho eso ante ningún hombre, y menos ante un des* conocido. Y un desconocido inmortal, además.
«En realidad, ya no es un desconocido. Me ha abrazado, ha dormido a mi lado, me ha cuidado y me ha limpiado la cara».
Todo eso era cierto, pero ella no conocía la intimidad de aquel hombre. Lo que le gustaba y lo que no, y la historia de sus relaciones, que debía de ser bastante larga, teniendo en cuenta que había vivido tantos años.
Ashlyn no sabía si él quería tan sólo pasar aquel día ron ella, o si quería algo más.
Muchas veces, en muchos idiomas distintos, Ashlyn había oído a un hombre decirle a una mujer lo que ella quería oír, y cómo después la abandonaba. Los había oído mentir sin preocuparse de la mujer que los esperaba en casa. Había oído embustes bonitos y descarados.
¿Cómo trataría su cuerpo Maddox, que era un demonio declarado? ¿Cómo la trataría después de que terminara el sexo?
Por mucho miedo que le diera la perspectiva de estar con él, Ashlyn tenía que admitir que también era excitante. Emocionante. En los ojos de Maddox había reflejado un intenso deseo; un fuego violeta tan fiero como abrasador.
Nadie la había mirado así.
Ella era la chica rara, la loca que no podía tener una conversación normal porque estaba demasiado ocupada escuchando las conversaciones de otros.
«Aprovecha la oportunidad, Darrow. Atrévete a vivir por una vez. Sabes que quieres hacerlo».
Miró a Maddox. Estaba rodeado de vapor; tenía un aura fantasmal, de ensueño. La expresión de su rostro era despiadada, pero sexy, y llevaba el pelo cortado a capas desiguales. Ella siempre había querido tener un hombre, una relación. Siempre había sentido curiosidad por la pasión de la que tanto había oído hablar. Sin embargo, deseaba estar con un hombre que la quisiera, que no la dejara cuando el fuego de la pasión se hubiera consumido.
—¿Cómo te encuentras? —repitió él.
—Bien —admitió ella finalmente—. Me siento bien. No mentía.
—Entonces ¿por qué estás ahí inmóvil? Desnúdate.
—No me des órdenes —dijo Ashlyn. Si le permitía imponerse en aquel momento, siempre lo haría, ¿Siempre? ¿Cuánto tiempo iba a quedarse?
Él se quedó en silencio durante un momento.
—Por favor.
«¿De verdad vas a hacerlo?».
Sí. Lo haría. El no la quería, y ella no estaba segura de cómo iba a tratarla después, pero iba a hacerlo. Lo deseaba en aquel momento y lo había deseado desde el principio.
Le tembló la mano cuando se la llevó a la cremallera de la chaqueta rosa. Sin embargo, se dio cuenta de que ya no la llevaba puesta. Ni el jersey. Él debía de habérselos quitado mientras dormía. Con las mejillas ardiendo, tomó el borde de la camiseta, se la quitó y la tiró a un lado. Se quedó con una camiseta interior, el sujetador y los vaqueros.
Maddox asintió.
—Llevas demasiadas capas. Quítate más, por favor
Ella posó las manos en el borde de la camiseta interior. Se detuvo.
—Estoy nerviosa —confesó.
Él arqueó una ceja y ladeó la cabeza.
—¿Porqué?
—¿Y si... y si no te gusta lo que ves?
—Me gustará —respondió él con la voz ronca.
Aquella voz primitiva... Ashlyn se estremeció. La había asustado en el bosque. En aquel momento, en cambio, inflamaba las llamas de su deseo.
—¿Por qué estás tan seguro?
Él paseó la mirada por todo su cuerpo.
—Me gusta lo que veo ahora. Lo que está debajo me va a gustar todavía más.
Ashlyn no estaba tan segura. No hacía ejercicio, y no hacía régimen. Nunca lo había necesitado. Cuando lio estaba viajando con el Instituto, estaba tranquilamente en casa, viendo la televisión, leyendo revistas y navegando por Internet. No eran las actividades que le proporcionaban a una mujer un cuerpo de ensueño.
Tenía los muslos un poco más anchos de lo que a ellos les gustaba, y el vientre un poco más redondeado. ¿A qué tipo de mujeres estaba acostumbrado Maddox? Después de todo, él era inmortal, y probablemente, había estado con miles de mujeres bellas.
Ashlyn apretó los puños. Aunque fuera irracional, Imaginarse a Maddox con otra mujer le provocó irritación.
—Ashlyn —dijo Maddox, y la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué?
—Concéntrate en lo que estás haciendo —dijo con ironía.
Ella sonrió.
—Lo siento. Me he distraído.
—Deja que te ayude, por favor.
Cerró las manos sobre las de ella y Ashlyn sintió aquel chisporroteo que siempre seguía a su contacto. En aquella ocasión lo esperaba, pero todavía no estaba preparada para la reacción que le iba a causar: se le pusieron los pezones erectos y sintió calor entre las piernas.
Él no esperó a que le diera permiso, tiró de la camiseta hacia arriba.
—Espera —dijo Ashlyn.
Al instante, él se quedó inmóvil.
—Tengo que prepararte.
Él estaba a punto de ver su ropa interior, otro tema embarazoso. Era de algodón blanco. Un día, había oído que un hombre decía que era ropa interior de abuela. Ella nunca se ponía prendas provocativas, m siquiera de ropa interior, cuando estaba trabajando. No era práctico.
—Tengo lencería sexy, te lo prometo, pero en este momento no la llevo puesta.
—¿Y se supone que eso tiene que disgustarme? le preguntó Maddox con confusión—. ¿Que no lleves lencería sexy?
—No lo sé —respondió ella, y se mordió el labio inferior—. Quizá. ¿Te molesta?
—Ashlyn, lo que lleves no me importa. No lo vas a tener puesto mucho tiempo. ¿Estás lista? —¿preguntó? Maddox.
Ella tragó saliva y asintió.
Él tiró de la camiseta y se la quitó. Ashlyn se estremeció.
—¿Y bien?
—¿Y bien?
—¿Fea? —dijo ella.
—Preciosa —dijo Maddox.
Tomó aire de una forma... ¿reverente? Ella sintió que le ardía la sangre. Con una mano trémula, Maddox acarició el algodón blanco que le cubría los pechos. Ashlyn gimió de placer.
Él deslizó los dedos hacia su abdomen y la agarró por la cintura de los pantalones vaqueros. Con sólo un giro de muñeca, se los desabrochó. Ashlyn notó el calor de su piel hasta los huesos.
Él le bajó los vaqueros por las caderas, pasó de las rodillas abajo y los dejó en el suelo.
—Sal de los pantalones.
Ashlyn obedeció con las piernas temblorosas. La mirada de Maddox se quedó prendida en sus braguitas blancas. Ella tuvo que reprimir el impulso de taparse con las manos; ojalá él pudiera verla con algo más estimulante. Sin embargo, no parecía que Maddox estuviera pensando lo mismo.
Quítate el sujetador y las braguitas —le pidió mientras se incorporaba.
Quizá no le importara lo que ella llevaba, realmente.
Mientras esperaba a que obedeciera, él se quitó la Camiseta. Entonces a ella se le escapó un jadeo, y encantada, olvidó lo feas que eran sus braguitas. Y el sujetador. Pero no se lo quitó; estaba demasiado ocupada mirando.
Maddox era magnífico. Las cicatrices habían desaparecido de su abdomen; sólo quedaban unas finas líneas rojas. Los músculos de su cuerpo bronceado eran un festín para los ojos. Tenía un ombligo muy bonito, rodeado por un suave rastro de vello negro que conducía la mirada directamente hacia la cintura de sus pantalones.
Sin dejar de mirar a Ashlyn, se desabrochó los pantalones y se los bajó hasta que también cayeron al suelo.
No llevaba ropa interior.
Ella abrió los ojos como platos y sintió que se le secaba la boca. Era muy grande; largo, grueso y muy excitado. Ashlyn había visto el pene masculino en libros, en páginas web que no debería haber visitado y en películas que no debería haber visto, pero nunca en la realidad. Nunca de aquel modo.
—Creo que te he asignado una tarea concreta — dijo Maddox, mirándola directamente entre las piernas, de un modo que la hacía temblar.
Ashlyn sintió un deseo muy intenso; necesitaba acariciar y que la acariciaran, saborear y que la saborearan. Sintió un agudo dolor en el cuerpo.
—¿De verdad vamos a tener relaciones sexuales? —preguntó sin aliento, con esperanza.
—Oh, sí —respondió él, avanzando hacia ella—Oh, sí, preciosa, vamos a tenerlas de verdad.