10
CUANDO Aeron y Danika entraron a la fortaleza por la ventana y aterrizaron en el suelo del dormitorio de Maddox con un suave golpe, Ashlyn se quedó asombrada. Nunca lo hubiera imaginado. Aquel hombre tenía de verdad unas alas negras y brillantes.
«Querías conocer a otros como tú, Darrow. Bueno, pues lo has conseguido».
Maddox le había dicho que era inmortal, que estaba poseído. Ella había sospechado que podían ser demonios, así que no le extrañaba que lo fueran de verdad. Pero ¿alas? Mientras ascendía por la colina, había oído voces que hablaban de un hombre que podía volar, pero no le había dado importancia. Estaba demasiado ocupada intentando bloquear la catarata de voces. Debería haber prestado atención, pero también había escuchado que... había un hombre que podía entrar al mundo de los espíritus, y otro podía hipnotizar con una sola mirada...
Suspiró. Maddox la había hipnotizado. Desde el principio, había quedado atrapada en su red. La extraña lujuria que sentía por él era tan impropia de ella como su precipitada decisión de quedarse en el castillo.
—Aquí está el Tylenol —dijo Danika con voz temblorosa, y sacó un frasquito rojo y blanco de un bolsito de color verde.
A su lado, Aeron irguió los hombros. Sus alas se cerraron y desaparecieron por completo. Se inclinó, toma la camiseta del suelo y se la puso, cubriendo los tatuajes amenazantes que le decoraban el torso. Caminó hasta la ventana y la cerró antes de volverse hacia Danika con los brazos cruzados. Se quedó allí, callado, observándolo todo.
—Gracias —dijo Ashlyn—. Siento que lo hayas pal sado tan mal para traérmelo.
Danika le entregó dos pastillas en silencio, que ella aceptó con gratitud. Aún sentía algo de dolor y tenía calambres que le molestaban, y todavía tenía náuseas. Sin embargo, se encontraba mucho mejor que al principio.
Maddox tomó las pastillas antes de que ella se las metiera a la boca. Las estudió atentamente y frunció el ceño.
—¿Son mágicas? —preguntó con curiosidad.
—No —dijo ella.
—Entonces ¿cómo es posible que dos piedrecitas calmen el dolor?
Ashlyn y Danika se miraron con desconcierto. Aquellos hombres habían tenido que relacionarse con los humanos durante todos aquellos años. ¿Cómo era; posible que no supieran nada de la medicina moderna?
La única explicación que Ashlyn encontraba para todo aquello era que nunca le habían prestado atención a una persona enferma. Además, sólo uno de los hombres, París, iba a la ciudad con frecuencia. Ella lo sabía porque había oído voces que lo decían.
Entonces ¿Maddox permanecía encerrado en aquel castillo? De repente, Ashlyn sospechó que sí, y eso hizo que se preguntara si se sentiría alguna vez olvidado, si sentiría desamor y desamparo.
Salvo por la amabilidad con que Mclntosh la trataba, Ashlyn también se había sentido así en el Instituto, siempre. Allí sólo valía por su capacidad de oír voces. Se dio cuenta de que quería entender a Maddox. Quería descubrir cosas sobre él, reconfortarlo como la había reconfortado a ella. Maddox no podía saberlo, y ella no iba a decírselo, pero cada vez que la había acariciado y le había frotado el abdomen, o le había dicho palabras de aliento, se había enamorado un poco de él. Era una equivocación, una tontería, pero era imparable.
Debería hablarle de su habilidad para oír voces, pero había decidido no hacerlo cuando él había mostrado un interés tan agudo, casi enfado. Se había dicho: «Si Maddox se enfada antes de saber hasta dónde llega mi habilidad, ¿se quedará horrorizado cuando conozca i oda la verdad?».
En el Instituto, la mayoría de la gente se sentía incómoda con ella porque sabían que podía enterarse de sus conversaciones privadas con sólo entrar en una habitación. Como había decidido quedarse en el castillo, por muy raro que fuera aquel lugar, no quería enfrentarse a aquel rechazo en los demás. Por una vez, quería que la consideraran la persona más normal de todas. Sólo durante un rato.
Estando con demonios, aquello no debería ser tan difícil.
Le diría la verdad, sí. Quizá cuando pasaran unos días. Mientras tanto tenía que hallar la forma de ponen se en contacto con McIntosh. Su jefe se merecía saber lo que le había ocurrido, y que estaba bien. No quería que se preocupara.
—Tómatelas —ordenó Maddox, interrumpiendo sus pensamientos, y le entregó las dos pastillas—. Si empeoras —añadió, mirando a Danika—, no soy responsable de mis actos.
—No la amenaces —se apresuró a responder Ashlyn—. He tomado esta medicina más veces. Md pondré bien.
—Ella...
—No ha hecho nada malo.
Ashlyn no sabía de dónde había sacado aquella valentía. Sólo sabía que estaba allí, y que no permitiría que Maddox intimidara y echara bravatas.
Sabía que nunca le haría daño a ella. Se quedaría a su lado, la cuidaría, la abrazaría como si fuera algo muy preciado. Sin embargo, por muy maravillosamente que la hubiera tratado, no podía permitir que le hiciera daño a Danika, que también la había ayudado.
—Ashlyn —dijo él con un suspiro.
—Maddox.
El volvió a extender los dedos sobre su abdomen y Ashlyn pensó que podría quedarse para siempre entre sus brazos. Nunca nadie, ni siquiera McIntosh, había conseguido que se sintiera tan especial.
—Ashlyn —repitió Maddox. Sus miradas quedaron atrapadas, y sus ojos brillaron con un fuego violeta— Di otra vez mi nombre.
—Maddox.
El cerró los ojos durante una fracción de segundo, y por un instante, en su rostro se dibujó una expresión de embeleso.
—Me gusta oírtelo decir.
A Ashlyn le sorprendió la alegría que él podía sentir con algo tan sencillo. Notó un escalofrío. Sin embargo, al segundo siguiente, su semblante volvió a ser normal. Aquella pequeña muestra de placer se había desvanecido de sus rasgos, como si no se fiara de sí mismo con aquella emoción.
—Danika...
—Me va a dar un poco de agua —dijo Ashlyn en su lugar—. Para tomar las pastillas.
—Sí, en seguida —dijo Danika. Tomó el vaso vacío del suelo y entró al baño. El sonido del agua le llenó los oídos a Ashlyn; un instante después, Danika estaba t su lado de nuevo, tendiéndole el vaso.
Ella lo tomó y se tragó las pastillas. El frescor del agua le alivió la ligera irritación que tenía en la garganta.
—Gracias —dijo Ashlyn.
—Bien. Entonces ya está hecho —intervino finalmente Aeron—. Acompañaré a la chica a la habitación de Lucien.
—La chica tiene nombre —le espetó Danika.
—¿Y cuál es? ¿Bocazas? —murmuró él. La tomó por el brazo y la llevó hacia la puerta. Era evidente que aquel hombre no tenía ni modales ni la más mínima Idea de cómo tratar a una mujer.
Si Ashlyn decidía quedarse allí, tendría que arreglar aquello.
—¡Esperad! —gritó.
Aeron continuó su camino.
—¿Estará bien? —preguntó.
Después de una leve vacilación, Maddox respondió.
—Sí. -Bien —dijo ella.
Entonces se dio cuenta de que estaba a solas con él. Por supuesto, en aquel momento se dio cuenta también de que tenía un sabor horrible en la boca. Dios, debía de parecer un espanto y debía de oler fatal. Se sintió mortificada.
—Eh..., necesito ir al baño.
—Te ayudaré.
Él la tomó en brazos sin ningún esfuerzo, como si fuera un saquito de plumas y se puso en pie. Ella le rodeó el cuello con los brazos y la fuerza y el calor de Maddox la calaron hasta los huesos. Él traspasó el umbral y se detuvo en el centro del cuarto de baño. Al sospechar que quería quedarse, Ashlyn sacudió la cabeza, y tuvo que reprimir una oleada de mareo.
—Puedo hacerlo sola.
—¿Y si te caes?
Cabía la posibilidad, pero no tenía ninguna intención de permitirle que se quedara con ella, mirando.
—Estoy bien.
Aunque su expresión era dubitativa, Maddox dijo:
—Llámame si me necesitas. Estaré esperando detrás de la puerta.
Lentamente, dejó que Ashlyn se deslizara por su cuerpo hasta que posó los pies en el suelo. Ella tuvo que agarrarse al pomo de la puerta para mantener el equilibrio.
—Sal, por favor.
Él obedeció, aunque de mala gana. Cuando estuvo fuera, ella cerró la puerta.
—Cinco minutos —dijo Maddox.
Ashlyn echó el cerrojo y murmuró:
—Tardaré todo lo que quiera.
—No. Dentro de cinco minutos, voy a entrar, hayas terminado o no. La cerradura no servirá de nada.
—Cabezota.
—Preocupado.
Dulce. Con una media sonrisa, ella se lavó lo mejor que pudo, y se lavó los dientes con uno de los cepillos que encontró en el armario del baño. Estuvo a punto de caerse en dos ocasiones. Después utilizó el inodoro, se deshizo algunos enredos del pelo y decidió, después de observar su pálida cara en el espejo, que no podía hacer nada más por mejorar su aspecto.
Con un minuto de sobra, descorrió el cerrojo y llamó a Maddox. Aunque su voz era débil, Maddox abrió la puerta como si hubiera gritado. Tenía una expresión tensa. Ella cerró los ojos, porque cada vez estaba más mareada.
—Has abusado de tus fuerzas —dijo él.
De nuevo, la tomó en brazos y la llevó a la cama. I a tendió suavemente en el colchón y se tumbó a su lado.
—¿Te sientes mejor? —preguntó. La atrajo hacia la curva de su cuerpo, exactamente donde ella quería estar.
Aquel calor delicioso la envolvió, y Ashlyn exhaló un suspiro de placidez. Lo había buscado durante toda la vida, pero había hecho falta que conociera a un inmortal poseído para descubrir aquel pedazo de cielo silencioso, pleno de deseo.
—¿Mejor? —repitió él.
—Mucho mejor —respondió Ashlyn con un bostezo.
Abrigada, segura y limpia, casi Ubre del dolor, notó que el sueño la vencía. Se le cerraron los ojos y luchó por mantenerlos abiertos. No quería que terminara aún aquel momento que estaba compartiendo con Maddox.
—Tenemos mucho de lo que hablar —dijo él.
—Lo sé —susurró Ashlyn.
Si Maddox respondió, ella no lo oyó. Se estaba quedando dormida. Él la besó en la mejilla con ternura. Sus labios eran firmes, pero suaves, y entre ellos dos ardió una llama con el contacto. «Abre los ojos Darrow. Quizá te bese en la boca». Lo intentó, lo intentó de verdad. Sin embargo, aunque su mente estaba dispuesta, su cuerpo se encontraba muy débil.
—Hablaremos más tarde —susurró Maddox Ahora, duerme.
—¿Te vas a quedar? —preguntó ella. «¿Cómo es posible que lo necesite así? Lo conozco desde hace sólo un día».
—Sí. Ahora duérmete.
Incapaz de hacer otra cosa, Ashlyn obedeció.
—Los he visto —dijo Aeron con una expresión sombría—. Maddox no los mató a todos; París y Reyes no debieron verlos cuando fueron a explorar los alrededores. Hay más Cazadores, y en este momento están reunidos en la ciudad. Creo que he oído que mencionaban las palabras «esta noche», pero volaba demasiado alto como para estar seguro.
Por segunda vez en dos días, todos estaban reunidos en la sala de entretenimiento. Sólo faltaba Maddox, pero Aeron casi se sentía aliviado por su ausencia. Su compañero estaba impredecible últimamente, por no mencionar que se hallaba completamente embelesado con la humana.
—¿Cómo sabes que son Cazadores? —preguntó Lucien. Tenía la tensión reflejada en el rostro.
—Iban armados con cuchillos y pistolas, y tenían el tatuaje del infinito en la muñeca.
—¿Cuántos eran?
—Seis.
—Bueno, esto es un fastidio —dijo París—. Donde hay seis, hay seis más, y seis más, y así sucesivamente.
—Malditos Cazadores —dijo Reyes con desprecio.
—No quiero tener que hacer la maleta y salir de aquí, como en otras ocasiones. Ésta es nuestra casa. No hemos hecho nada malo. Si han venido a luchar, yo digo que luchemos contra ellos —opinó Aeron.
—No nos han desafiado —observó Lucien—. ¿Por qué?
—Subían por la colina. Eso ya es suficiente desafío. ¿Y qué opináis de la chica de Maddox? Quizá los Cazadores estén esperando su señal.
—Ahora, ella es representa más complicación que nunca —murmuró Torin—. Y todavía me pregunto cuál es el papel de los dioses en todo esto.
—Tenemos que decírselo a Maddox —opinó Aeron. Torin sacudió la cabeza.
—No le importará. Ya has visto cómo está con ella. -Sí...
Y se sentía disgustado por ello. ¿Qué clase de guerrero daba de lado a sus amigos por una mujer que, además, podía traicionarlo?
—Vigilaremos y dejaremos que los Cazadores asciendan por la colina esta vez. No quiero que mueran inocentes en la batalla —dijo Lucien. Reyes negó con la cabeza.
—No quiero que los Cazadores entren aquí. A nuestra casa no. Yo propongo que paseemos a la humana de Maddox por la ciudad, que usemos al cebo como cebo para atraer a los Cazadores. Nos seguirán con intención de salvarla, y atacarán. Nosotros los conduciremos a una trampa, lejos de la ciudad, y los aniquilaremos.
Todo el mundo lo miró con desagrado.
—Si nos ven —dijo Aeron—, la ciudad se volvería contra nosotros. Será como en Grecia otra vez.
—No nos verán —replicó Reyes—. Torin puede vigilar la zona con las cámaras y decirnos por radio cuándo se acerca alguien.
Aeron reflexionó sobre ello y después asintió. Los Cazadores se distraerían intentando salvar a Ashlyn, y los guerreros podrían atraparlos uno por uno. Y lo más importante de todo, él no tendría que limpiar la sangre de las paredes.
Miró a Lucien, que tenía cara de resignación.
—Está bien. Usaremos a la chica.
París se frotó la nuca y Aeron pensó que iba a protestar. Sorprendentemente, no lo hizo.
—Supongo que ahora tenemos que pensar cómo evitaremos que Maddox nos cuelgue cuando lo averigüe.
Danika miró a su madre, a su hermana y a su abuela, que a su vez la observaban con esperanza y curiosidad, miedo y aprensión. Era la más joven, pero de algún modo, se había convertido en la líder del grupo.
—¿Qué ha pasado? —Preguntó su madre retorciéndose las manos—. ¿Qué te han hecho?
¿Qué debía decirles? Danika dudaba que creyeran la verdad: que había hecho una reanimación, que había ayudado a salvar a una mujer de la muerte y que después un hombre con alas la había llevado volando, ¡volando!, a la ciudad, donde había recogido su bolso, y que a continuación había vuelto al castillo en el mismo medio de transporte, todo en menos de media hora.
Aunque ella misma lo había vivido, le resultaba increíble. Además, la verdad les provocaría más miedo, y ya estaban lo suficientemente asustadas.
—Creo que nos van a soltar pronto —mintió.
La abuela Mallory comenzó a llorar, a exhalar grandes sollozos de alivio. Ginger, la hermana mayor de Danika, se desplomó en la cama con un apenas audible «gracias a Dios». Sólo su madre permaneció inmóvil.
—¿Te han hecho daño, cariño? —lo preguntó con los ojos llenos de lágrimas—. No pasa nada, puedes decírmelo. Lo soportaré.
—No, no me han hecho nada —respondió ella.
—Dinos qué ha pasado —le pidió su madre, tomándola de las manos—. Me he vuelto loca imaginando todo tipo de cosas. ¿Y si esas... cosas no nos dejan marchar? ¿Y si deciden matarnos, tal y como han estado hablando?
«Sé fuerte. No dejes que vean sus miedos en ti».
—Prometieron que nos liberarían si ayudaba a curar a la mujer, y lo he hecho.
—Los hombres suelen mentir —dijo su hermana, incorporándose.
Ginger tenía veintinueve años y era profesora de gimnasia. Normalmente era calmada y reservada. Ninguna se había visto en una situación como aquélla, y ninguna sabía cómo enfrentarse a ella.
Hasta aquel momento habían tenido vidas despreocupadas y se habían engañado pensando que no podía ocurrirles nada malo. Antes de eso, lo peor que le había ocurrido a Danika era la muerte de su abuelo, que había fallecido dos meses atrás. Había sido un hombre maravilloso con pasión por la vida, y ella había sentido su muerte hasta el tuétano de los huesos. Todas habían sufrido. Y sufrían.
Habían pensado que pasar unas vacaciones allí las ayudaría a mitigar la pena y las haría sentirse más próximas al hombre al que nunca volverían a ver. A su abuelo le encantaba aquella ciudad; siempre hablaba de las dos semanas mágicas que había pasado allí antes de casarse con la abuela.
Nunca había mencionado a un grupo de guerreros homicidas con alas.
—Hemos registrado la habitación una y otra vez le dijo su abuela—. Las únicas salidas son la puerta y la ventana, y no podemos abrir ninguna de las dos.
—¿Por qué quieren hacernos daño? —gritó Ginger.
—No me lo han dicho —respondió Danika con un suspiro.
Dios, aquello era una pesadilla. Justo antes de que las secuestraran, habían estado visitando el barrio de los castillos. Ella nunca había visto nada tan bonito como las luces que brillaban en aquella arquitectura majestuosa de siglos atrás. Había echado de menos sus pinturas, sus lienzos, para capturar aquellas visiones.
Eso era lo que quería hacer al llegar al hotel. Pintar.
Sin embargo, cuando había entrado en su habitación se había encontrado con un hombre muy alto, lleno de cicatrices, de pelo negro y ojos de colores extraños que la había abordado. Olía a flores, recordó. Ese olor le había resultado reconfortante, de algún modo, en medio del ataque de pánico más grande de su vida. El hombre de las alas también estaba allí, pero las llevaba escondidas bajo la camiseta.
Qué fácilmente las habían reducido. Pese a que ellas eran cuatro, y ellos sólo dos, las habían dejado sin sentido con facilidad, y cuando habían vuelto a despertar, estaban en aquella habitación.
—Quizá debamos intentar seducir a uno de ellos para que nos dé una llave —le susurró Ginger.
Inmediatamente, Danika pensó en el guerrero de piel oscura y ojos negros. Cada vez que lo veía, estaba sangrando. ¿Torpeza? No parecía torpe, pero... quizá debería haberse ofrecido a curarle las heridas. Quizá si hubiera sido más amable con ella. Y quizá la hubiera ayudado si ella se lo hubiera pedido.
Quizá la hubiera besado.
La mera idea la excitaba, demonios.
—Ninguna mujer tendría que ofrecer su cuerpo para escapar de una prisión —murmuró, enfadada consigo misma. La imagen de Reyes se le apareció en la mente, y añadió— Pero lo pensaré.