7

ASHLYN se tumbo en la cama, intentando controlar la respiración. Oh, Dios. El había vuelto. No había sido un sueño, una alucinación ni un milagro. Maddox estaba vivo. Ella había estado de verdad encerrada en un calabozo. El había vuelto de verdad de entre los muertos. Y de verdad, había hecho que las voces cesaran.

Cuando la había dejado en aquel extraño dormito-rio de paredes desnudas, ella se había puesto a buscar un teléfono, pero no lo había encontrado. Después había buscado una salida. Nada. El cansancio la había vencido rápidamente. No había sido capaz de luchar contra el silencio relajante, como una droga adorada de la que finalmente podía disfrutar. Así que se había tumbado sin preocuparse de las consecuencias. Se había imaginado que quizá, solo quizá, todo aquello no fuera más que una ilusión y que, cuando abriera los ojos, se encontraría en su casa, en su cama.

Sin embargo, al abrir los ojos, había visto a Maddox inclinado sobre ella, mirándola con sus profundos ojos de color violeta.

Su cara estaba llena de hematomas y cortes. Tenía el ojo izquierdo hinchado y el labio roto. Al recordarlo, sintió nauseas. ¿Aquellos monstruos habían intentado matarlo de nuevo?

«De nuevo». ¡Ja! Lo habían matado. Y dos de sus asesinos estaban con él. Además, Maddox hablaba con ellos en términos amables, conversaba como si no tu-viera ninguna razón para odiarlos. ¿Como podían seguir siendo amigos?

Salto de la cama. Le dolía el cuerpo a cada movimiento y frunció el ceno. Demasiado estrés..., y no había un final a la vista para todo aquello.

Fue hacia el baño y se sorprendió por su belleza, te-siendo en cuenta lo espartano de la habitación. Alii, las paredes estaban recubiertas de azulejos blancos y el suelo era de mármol; además, había una bañera exenta, de hierro, con las patas de garras, que tenía el grifo ele-vado, ¿por si acaso un gigante quería ducharse?, y una enorme encimera llena de toallas.

Por algún motivo que ella no comprendía, todo estaba atornillado, y no había ninguna decoración.

Ashlyn se encogió de hombros y, con un suspiro, tomo una de las toallas y la mojo en el agua de la bañera, que se había quedado helada. Sin quitarse la ropa, se lavo lo mejor que pudo. No tenía intención de desnudarse. Uno de aquellos hombres podía volver en i cualquier momento.

«Si, pero a ti te gustaría que volviera Maddox».

«No», se dijo ella, ruborizada por la idea. No le gustaría. Maddox la asustaba.

«El te proporciona el preciado silencio».

«Ya no». Maddox no estaba allí y, sin embargo, las voces no habían vuelto. Tenía la cabeza clara, y solo oía sus propios pensamientos. «Estoy curada».

«No lo estas. Anoche, en el calabozo, oíste voces».

—Ahora estoy hablando conmigo misma — dijo, alzando las manos al cielo—. ¿Que será lo próximo?

Noto que tenía el estomago vacio y recordó que había una bandeja llena de comida que Maddox debía de haber dejado allí. Salió del baño, la tomo entre las manos y se acerco a la ventana. Apoyo la bandeja en el alfeizar y tomo una uva. El jugo dulce de la fruta le recorrió la gar-ganta, y estuvo a punto de gemir antes de concentrarse en el asunto más importante de todos: escapar.

Ella le había hablado a McIntosh, y por lo tanto al Instituto, de aquellos hombres y de su fortaleza. McIntosh sabia, incluso, que ella tenia intención de visitar-los. Lo más probable era que, en aquel momento, el ya supiera adonde había ido.

¿Iría a buscarla o la abandonaría a su suerte como castigo por haber desobedecido? Aunque siempre había sido bueno con ella, nunca había tolerado errores de otros empleados y, mucho menos, la desobediencia.

«Vendrá», pensó Ashlyn. «Te necesita».

Sin embargo, mientras miraba por la ventana, solo veía arboles y nieve. No dejo que aquello la desanimara. Tenía que salir de allí cuanto antes. Mientras pensaba, se comió todas las uvas. Y cuando termino con ellas, dio buena cuenta de los fiambres y el queso, y tomo un poco de vino. Nunca había comido nada tan delicioso. El jamón estaba espolvoreado con azúcar morena, y había sido una fiesta para sus papilas gustativas. El queso era suave, y las uvas habían sido un contrapunto perfecto. El vino, excelente.

Bien, aquel lugar si tenía algunos puntos a su favor.

Sin embargo, la comida no era una razón lo suficientemente buena como para quedarse. ¿Y el sexo? Claro que no, pensó, aunque sintió un cosquilleo en el estomago. Eso era...

De repente, todo en su interior se puso en alerta. Era como la calma antes de la tormenta. No sentía exacta-mente dolor, pero se dio cuenta de que algo no estaba bien en su cuerpo. Un latido del corazón... dos... Trago saliva, espero.

Entonces estallo la tormenta.

La sangre se le heló en las venas, pero unas gotas de sudor, afiladas como cristales rotos, le cubrieron la piel. Grito, gimió, intento quitárselas. Sin embargo, no se iban. Eran como arañas, y ella veía sus patitas paseándose por su cuerpo. Se le formo otro grito en la garganta en el preciso instante en que la invadía un fuerte mareo, así que el sonido se quedo en un gruñido. Tuvo que agarrarse a la ventana para no caer. La bandeja si cayó al suelo con estrepito.

De repente, el mareo se convirtió en dolor, y el dolor en un cuchillo que la atravesó desde el estomago al corazón. Se tambaleo, jadeo y gimió, todo al mismo tiempo.

¿Qué le había pasado? ¿Había veneno en la comida? Oh, Dios, ¿todavía tenia aquellas arañas en la piel?

Otra punzada de dolor la atravesó.

—Maddox — susurro.

Nada. No oyó pasos.

—¡Maddox! —grito, proyectando el nombre con todas sus fuerzas. Intento llegar hasta la puerta, pero no podía moverse.

—¡Maddox!

«¿Por qué lo llamas? Quizá sea él quien te ha hecho esto».

— Maddox —repitió Ashlyn. No podía quitarse el nombre de los labios—. Maddox...

Se le nublo la visión y la garganta se le inflamo. No podía respirar y cayó al suelo. Necesitaba aire, necesitaba quitarse aquellas arañas del cuerpo, pero no tenia fuerza ni energía.

La botella de vino se inclino y el liquido que quedaba dentro se derramo a su alrededor. Perdió la visión completamente mientras el mundo se desmoronaba y desaparecía, dejando solo la oscuridad.

Maddox no podía creer lo que estaba viendo.

—Esto... no es posible — dijo. Se paso la mano por los ojos, pero la visión no cambio.

—Es evidente que no era a Ashlyn a quien estaba oliendo —dijo Reyes, y dio un puñetazo en la pared. El polvo se extendió por el aire, y algunos trozos pequeños de piedra cayeron al suelo.

Torin se limito a reír.

Paris inhalo con reverencia.

—Venid conmigo.

Alii, en un rincón del dormitorio de Lucien, había cuatro mujeres de diferentes edades. Estaban agarradas de las manos unas a otras y acurrucadas, muy juntas, como si quisieran darse apoyo y fuerza. Estaban temblando y miraban a los hombres con los ojos muy abiertos, llenos de pánico.

Maddox se dio cuenta de que no todas temblaban. Había una rubia muy guapa, con pecas, que los miraba con furia. Tenía la mandíbula apretada, como si se es-tuviera mordiendo la lengua para no comenzar a proferir obscenidades.

—¿Que están haciendo aquí? — pregunto.

—No me hables en ese tono —respondió Aeron—. Tú empezaste con Ashlyn.

Maddox miro a Lucien.

—¿Por qué están aquí?

Lucien miro a Aeron. Aeron hizo un gesto con la barbilla hacia el pasillo. Los guerreros salieron. Todos estaban impacientes por saber lo que ocurría. Lucien fue el último en salir, y cerró la puerta con llave.

Maddox miro a sus amigos. Todos tenían la misma cara de incredulidad que el. Nunca había sucedido nada parecido. Ninguno había llevado a una mujer al castillo, ni siquiera Paris, y en aquel momento, había tantas féminas en la casa como guerreros. Era surrealista.

—¿Y bien? —insistid.

Aeron, entonces, explico que los Titanes habían derrocado a los Griegos, y que los nuevos soberanos querían..., no, le habían ordenado que ejecutara a aquellas cuatro mujeres inocentes. Si se resistía, lo volverán loco de violencia; si pedía que lo liberaran de la tarea, quedaría maldito, como Maddox.

Maddox escucho la historia sin salir de su asombro. EI horror se iba apoderando de él.

—Pero por que iban los nuevos reyes a pedirle a Aeron que...

De repente, adivino la respuesta y apretó los labios.

«Es culpa mía», pensó. «Yo soy el responsable. Ayer desafié a los dioses, los insulte». Aquello tenía que ser su venganza.

Miro a Torin con consternación. El guerrero lo estaba observando con un brillo duro en los ojos. El día anterior, los dos habían afirmado que no les importaba que los dioses los castigaran. Habían pensado que nada podía ser peor que la situación en que vivían.

Se equivocaban.

—No podemos permitir que Aeron haga esto — dijo Lucien, interrumpiendo los negros pensamientos de Maddox—. Ya está al límite. Todos lo estamos.

Reyes dio otro puñetazo en la pared y gruño por la fuerza. Tenía cortes en los brazos y se le abrieron a causa del impacto. La sangre roja salpico en la piedra plateada.

—Los Titanes tienen que saber lo que ocurrirá si Aeron obedece. Tiene que saber que estamos en un equilibro muy precario entre el bien y el mal. ¿Por qué hacen esto?

—Yo sé por qué —dijo Maddox. Todos lo miraron.

Mientras contaba lo que había hecho, sintió una gran vergüenza.

—No esperaba que sucediera esto — termino—. No sabía que los Titanes hubieran escapado, y mucho menos que se hubieran hecho con las riendas del Olimpo.

—No sé qué decir — susurro Aeron.

—Yo sí. Maldita sea — respondió Paris.

—¿Crees que Ashlyn es también un castigo de los dioses? —pregunto Lucien.

El apretó las mandíbulas.

—Si. Los Titanes debieron de conducir a los Cazadores directamente hacia nosotros, sabiendo que podían usar a Ashlyn, y como iba a trastornarme.

—Tú no maldijiste a los dioses hasta después de que hubieran llamado a Aeron. Además, ni siquiera los habías desafiado cuando Ashlyn apareció por primera vez en mis cámaras — señalo Torin—. Los Titanes no podían saber lo que haríamos y diríamos después.

—¿No? Quizá no la enviaran, pero deben de estar usándola de algún modo —dijo Maddox. No había otra explicación para la intensidad de lo que sentía por Ashlyn—. Me ocupare de ella — añadió. Sin embargo su cuerpo se tenso, y le rogo que retirara aquellas palabras. El no lo hizo—. Me ocupare de todas ellas.

Paris lo miro con el ceño fruncido.

-¿Cómo?

—Las matare.

Había hecho cosas peores. ¿Por qué no podía añadir aquello a su lista? «Porque no soy una bestia». Si lo hacía, se convertiría en Violencia. No sería mejor que el espíritu que llevaba dentro, y su existencia solo tendrá un objetivo: causar dolor.

Sin embargo, el había llevado aquella plaga a la casa. Tenía que arreglarlo, pero ¿podría destruir a Ashlyn? No quería saber la respuesta.

—Tú no puedes matar a las cuatro que están en la habitación de Lucien — dijo Aeron—. Los Titanes me lo ordenaron a mí. Quien sabe como reaccionaran si no seguimos sus instrucciones al pie de la letra.

—Os oigo, canallas, enfermos —grito una voz fe-menina desde detrás de la puerta—. Si nos matáis, os' juro que yo os matare a vosotros.

Hubo una pausa.

Reyes sonrió con ironía.

—Una hazaña imposible, pero me gustaría verla intentándolo.

Unos puños femeninos golpearon la puerta.

—¡Soltadnos! ¡Soltadnos! ¿Me oís?

—Te oímos, mujer —dijo Reyes—. Estoy seguro de que te oyen hasta los muertos.

El hecho de que Reyes, el más serio de todos, hiciera una broma, era inquietante. Solo recurrían al humor cuando la situación era desesperada.

Aquello era una pesadilla. Después de siglos de rutina rígida, de repente Maddox tenía que interrogar a una mujer y después destruirla, antes de que pudieran usarla contra ellos. Tenía que salvar a un amigo de una orden impensable. Y tenía que aplacar a los dioses. A unos dioses a los que ni siquiera sabía cómo aproximarse.

Aquellos Titanes eran seres desconocidos. Si les pedía misericordia y ellos le ordenaban hacer algo vil, algo a lo que él se negara, la situación empeoraría con toda seguridad.

-¿Por qué no las toco? —Preguntó Torin—. Si mueren de enfermedad, nadie tendrá que preocuparse por su conciencia — dijo. Salvo el mismo.

—No —dijo Aeron, al mismo tiempo que Paris gritaba:

—¡No, demonios!

—Nada de enfermedades —dijo Lucien—. Una vez que empieza, es imposible de controlar.

—Mantendremos los cuerpos en envoltorios sella-dos — propuso Torin con decisión.

Lucien suspiro.

—Eso no serviría de nada, y lo sabes. La enferme-dad siempre se extiende.

—iEnfermedad! — gritó la chica—. ¿Vais a contagiarnos alguna enfermedad? ¿Por eso nos habéis traído aquí? Asquerosos, odiosos, podridos...

—Chist —dijo otra voz—. No los provoques, Dani.

—Pero, abuela, esos...

Sus voces se alejaron. Probablemente, habían alejado a la chica de la puerta. A Maddox le gustaba su valor. Le recordaba a Ashlyn, que se había enfrentado a él en la celda y le había exigido que le ensenara el ab-domen. Estaba claro que quería salir corriendo, pero no lo había hecho. Solo con recordarlo, se le endurecía el cuerpo y se le calentaba la sangre. Le había acaricia-do las heridas, incluso, y les había infundido algo de vida. Eso era algo que él no había podido comprender.

¿Ternura, quizá?

Sacudió la cabeza. Lucharía contra aquella emoción hasta su último aliento, que llegaría dentro de trece horas, pensó irónicamente. No podía sentir ternura por un cebo, ni por un castigo divino, ni por lo que fuera.

La prueba era que, cuando volviera a verla, la tomaría con dureza, rápidamente, embistiendo, embistiendo... Violencia se sentía satisfecha con aquella imagen.

«Cuando este con Ashlyn en mi cama, voy a ser suave, tengo que recordarlo».

Aquel pensamiento fue arrinconado. Ella le pediría más, y él se lo daría. Le...

—Esto está empezando a ser tedioso — dijo Aeron, y lo empujo con fuerza hacia la pared—. Estas jadean-do y sudando, y tienes un brillo rojo en los ojos. ¿Estás a punto de estallar, Violencia?

La imagen de Ashlyn, desnuda y excitada, se desvaneció... Aquello enfureció al espíritu, que intento salir de la piel de Maddox y atacar. Maddox también rugió, deseando obtener otra imagen de ella.

—Cálmate, Maddox — ordeno Lucien, y su voz serena penetro en la nebulosa mente de Maddox—. Si sigues así, tendremos que encadenarte. Entonces, ¿quién protegerá a Ashlyn, eh?

Maddox se quedo helado. Sabía que lo encadenarían, y no podía permitirlo. Durante el día, no. Por la noche, si. Entonces era una amenaza y no había otro modo de dominarlo. «Soy una amenaza ahora también», pensó. Pero si lo ataban en aquel momento, cuando estaba a punto de perder el sentido, quizá admitiera la derrota y dejara de intentar ser otra cosa que un demonio. Todos lo estaban mirando.

—Lo siento — dijo.

Algo no iba bien. Aquella danza frenética con el espíritu era completamente absurda. Era vergonzante. Normalmente, luchaban el uno con el otro, pero no así.

Quizá necesitara pasar más tiempo en el gimnasio. U otra ronda con Aeron.

—¿Bien? —pregunto Lucien.

Maddox asintió rígidamente.

Lucien se agarro las manos por detrás de la espalda y miro a todos los demás.

—Como esto ya está resuelto, vamos a hablar de la razón por la que os he traído aquí.

—Vamos a hablar de la razón por la que has traído a las mujeres aquí —intervino Paris—, en vez de dejar-las en la ciudad. Si, Aeron tiene un trabajo que hacer, pero eso no explica...

—Las mujeres están aquí porque no queríamos que se marcharan de Buda y que Aeron se viera obligado a seguirlas — se justificó Lucien—. Y yo quería que las vierais para que no las matéis si os las encontráis por la fortaleza. Si consiguen escapar, volved a traerlas a mi habitación y encerradlas dentro. No habléis con ellas ni les hagáis daño. Hasta que pensemos como librar a Aeron de esto, las mujeres son nuestras invitadas. ¿Entendido?

Uno por uno, los señores asintieron. ¿Qué otra cosa podían hacer?

—Por ahora, dejádmelas a mí y descansad. Seguid adelante con vuestra Jornada. Estoy seguro de que pronto os necesitare.

—Yo, para empezar, pienso beber hasta perder el sentido —dijo Aeron, pasándose una mano por la cara—. ¡Mujeres en la casa! — murmuro mientras se alejaba—. ¿Por qué no invitamos a toda la ciudad y hacemos una fiesta?

—Una fiesta estaría bien — dijo Torin—. Quizá me ayudara a olvidar esta sociedad masculina por obligación. Dicho eso, el también se marcho.

Reyes no dijo nada. Se limitó a sacar un cuchillo de su funda y se marcho por el pasillo, sin dejar duda de lo que pensaba hacer. Maddox se habría ofrecido para cortarle, para darle de latigazos o golpearlo y ahorrarle a Reyes la agonía de hacerse las heridas a sí mismo, pero se había ofrecido más veces, y la respuesta había sido un no muy brusco.

El entendía que Reyes necesitara hacerlo por sí mismo. Ser una carga era casi tan malo como estar poseído. Todos tenían sus demonios, y Reyes no quería empeorar las cosas para ninguno de ellos.

En aquel momento, sin embargo, quizá Maddox hubiera recibido de buen grado la distracción.

—Nos veremos más tarde — se despidió Paris—. Yo vuelvo a la ciudad —tenia finas arrugas de tensión alrededor de los ojos, ojos que, en vez de brillar de satisfacción, como de costumbre, estaban de un azul apaga-do—. No he estado con ninguna mujer, ni esta mañana ni anoche. Todo esto... —dijo, e hizo un gesto con la mano hacia la puerta— me ha alterado la agenda. Y no de un modo positivo.

—Ve — lo animo Lucien.

—A menos, claro, que me permitas entrar en tu habitación...

—Vete — repitió Lucien con impaciencia.

—Ellas se lo pierden —dijo Paris. Se encogió de hombros y desapareció por la esquina.

Maddox sabía que debía ofrecerse para vigilar a las mujeres. Después de todo, seguramente estaban alii por su culpa. Sin embargo, necesitaba ver a Ashlyn. No, no lo necesitaba. Quería verla. El no necesitaba nada, y menos a una humana con motivaciones cuestionables y que estaba destinada a morir.

—Lucien...

—Vete — dijo su amigo—. Haz lo que necesites hacer para mantener las cosas bajo control. Tu mujer...

—No quiero hablar de Ashlyn — respondió Maddox. Ya sabía lo que quería decirle Lucien. «Tienes que ocuparte de tu mujer lo antes posible». El también lo sabía.

—Sácatela del cuerpo y después haz lo que tengas que hacer para que nuestras vidas puedan volver a la normalidad.

Maddox asintió y se marcho, preguntándose si merecía la pena volver a su vida normal.