20

MADDOX no podía creer lo que estaba viendo. ¿Era una alucinación? ¿Una pesadilla? Acababa de dejar a los guerreros heridos para ir a la habitación de Torin, a comprobar si su amigo había vuelto. Para su angustiad había detectado manchas de sangre por los pasillos. Y cuando llegó a la puerta de la habitación, vio a Torin tendido en el suelo, en medio de un charco de sangre espesa, tan oscura que parecía negra. Incluso su pelo plateado estaba manchado de aquel líquido letal.

Torin tenía un profundo corte en el cuello.

Alguien había intentado cortarle la cabeza, pero no lo había conseguido, o le había hecho una herida para incapacitarlo, cosa que sí había logrado. El guerrero tenía los ojos cerrados, pero su pecho se elevaba cada pocos segundos. Todavía estaba vivo, ¿por cuánto tiempo?

Maddox notó el sabor amargo de la bilis en la boca, sintió rabia, determinación. ¿Quién le había hecho aquello a Torin? Miró la habitación, pero no había ni rastro de ningún Cazador...

Llamó a sus amigos a gritos y reflexionó sobre lo que podía hacer. Torin era como un hermano para él. No podía dejarlo allí solo, sufriendo. Sin embargo, tampoco podía tocarlo. Aunque Maddox no enfermaría, sí le contagiaría la enfermedad a Ashlyn.

¿La habría encontrado el culpable también a ella? No. ¡No! Tenía que ayudar a Torin y encontrarla.

De nuevo llamó a los guerreros.

Con urgencia, entró al baño y tomó del armario uno de los muchos pares de guantes negros que Torin tenía guardados. Se los puso rápidamente y después se enrolló una camisa negra al cuello para protegerse toda la piel.

Se agachó y tomó al herido en brazos. Lo llevó hasta la cama y le taponó la herida con una camiseta, apretando con fuerza.

Era extraño estar tan cerca de Torin después de siglos de distancia.

Lentamente, Torin abrió los ojos, y Maddox se dio cuenta de que los tenía llenos de sufrimiento. Violencia se preparó para la batalla, afiló sus garras, exigió acción.

—Cazadores —susurró Torin. La palabra apenas fue audible—. Estaba en la colina, y venían hacia aquí. Luchamos, querían la caja..., me tocaron. Atraparon a Kane —dijo con gran esfuerzo. Luego perdió el conocimiento.

Tras hacer todo lo que estaba en su mano, Maddox salió corriendo de la habitación para buscar a Ashlyn y a los demás. «Cálmate», se dijo. «Ella está bien». Pero sólo con pensar que podía resultar herida, o algo peor...

—¡Ashlyn! —si los Cazadores la habían atrapado después de tocar a Torin, podía morir de enfermedad.

A Maddox se le nubló la visión de una manera muy familiar.

Ashlyn no estaba en su habitación, y no parecía que hubiera pasado por allí. Las toallas estaban intactas. Tampoco había rastro de ella en la habitación de las mujeres. De hecho, Maddox no la encontró. ¡No!

Por el rabillo del ojo percibió un brillo plateado. Salió al balcón y vio que había un cable de rappel atado a la barandilla. El cable descendía hasta el suelo.

Hombre y espíritu bramaron al unísono. No había rastro de los Cazadores en la colina, lo cual significaba que ya estaban a buena distancia de allí. Y tenían a Ashlyn. Los Cazadores habían tocado a Torin, y después habían tocado a Ashlyn.

Maddox corrió hacia la sala de entretenimiento. Por el camino se quitó los guantes y los arrojó al suelo.

—¿Y las toallas? —le preguntó Lucien al verlo. Era evidente que no había oído a Maddox pedir ayuda. Sin embargo, al ver la expresión de su amigo frunció el ceño.

Maddox les explicó a todos lo que había sucedido. Los demás palidecieron.

—¿Y Danika? —preguntó Reyes con la voz ronca.

—No está.

Reyes cerró los ojos con fuerza.

—Torin necesita atención médica —dijo París—, ¿Cómo vamos a hacerlo?

—Tendrá que curarse por sí mismo. Por todos los dioses, va a haber una plaga —dijo Lucien gravemente—. Ya no podemos pararla.

Maddox apretó los puños.

—No me importa si hay una plaga o no. Mi mujer está ahí fuera, y voy a hacer todo lo posible por salvarla.

Strider dio un paso adelante.

—Kane estaba en el cementerio con Torin, Puede que él los haya seguido. ¿Lo has visto?

—Torin me dijo que hubo una batalla en la colina. Atraparon a Kane.

—Maldita sea —dijo Sabin con rabia, y dio un puñetazo en la pared. ¿Cómo era posible que un día con tan buenas expectativas hubiera resultado tan nefasto?

—Iré a la ciudad contigo —anunció Reyes. Se había limpiado el hollín de la cara, pero todavía tenía los pies en carne viva.

—Yo registraré el resto del castillo —gruñó Lucien con un brillo de furia en los ojos—. Quiero asegurarme de que no están escondidos aquí dentro.

Después de ver el cable colgando del balcón, Maddox lo dudaba.

—Cinco minutos —dijo a Reyes, y salió corriendo hacia su habitación para recoger sus armas.

Los Cazadores iban a sufrir aquella noche.

Reyes observó a Maddox con espanto.

Habían recorrido las calles de Budapest hasta que, finalmente, habían dado con un grupo de Cazadores. En aquel momento estaban en el bosque, rodeados de árboles y a salvo de las miradas curiosas de la gente. Había anochecido, y la luna derramaba su luz débil sobre la naturaleza, las bestias y los humanos por igual.

Maddox había atacado sin previo aviso.

Llevaba el velo de Violencia, y ya no era una mera sombra. Había dominado su rostro por completo, y sus rasgos se habían convertido en una máscara esquelética. Rápidamente había matado a tres de los Cazadores de una cuchillada en el cuello, igual que ellos habían intentado hacer con Torin. Cayeron al suelo uno por uno, muertos.

Reyes no se movió. No estaba seguro de que Maddox fuera consciente de dónde estaba ni de con quién luchaba. Y si Reyes intervenía, sospechaba que quizá lo acuchillara a él también.

Su rabia era tan intensa como la de Maddox. Por algún motivo se sentía responsable de Danika y estaba furioso porque se la hubieran llevado ante sus narices. ¿Qué importaba que ya estuviera marcada por la muerte?

—¿Dónde está tu líder? —le preguntó Maddox en voz baja al único Cazador que había quedado con vida. El hombre gimoteó. Tosió.

—Sólo voy a preguntártelo una vez más —dijo Maddox, y el Cazador volvió a toser—. ¿Adónde se han llevado a las mujeres?

—Mclntosh no nos lo dijo —respondió temblorosamente el Cazador—. Sólo nos dijo que vigiláramos la ciudad y que lo avisáramos por radio si veíamos a alguno de los Señores. Excepto la señorita Darrow, no creíamos que hubiera más mujeres en el castillo. Pon favor. Sólo quieren a la chica y la caja. Por eso querían; entrar a la fortaleza. Eso es todo.

Reyes se acercó y tomó la radio que uno de los cuerpos llevaba prendida con una correa. Se la enganchó al cinturón, con intención de escuchar y averiguar lo que pudieran. En aquel momento sólo había silencio.

Maddox lo miró y Reyes asintió. Sin una palabra de advertencia, Maddox le rompió el cuello al hombre y dejó que cayera sobre sus amigos. No podían permitir que permaneciera con vida. Era un Cazador, y estaba infectado. Además, había tomado parte en la desaparición de Ashlyn.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Reyes mirando al cielo. En parte, tenía la esperanza de que la respuesta cayera de las estrellas.

—No lo sé —dijo Maddox.

Estaba desesperado. Sabía que, si no encontraban pronto a Ashlyn, tendría que esperar al día siguiente para continuar con su búsqueda, cuando volviera de la muerte. Y si tenía que esperar, si Ashlyn tenía que pasar toda la noche con los Cazadores...

Maddox quería matarlos a todos.

—Vamos a registrar la ciudad otra vez. Tiene que haber algún rastro —propuso Reyes—. Seguramente hemos pasado algo por alto.

Ambos guerreros volvieron a la ciudad. Los pocos peatones que había por la calle se apartaban de su camino. Seguramente, la explosión de la bomba había acabado con la idea de que eran ángeles. Eso, y el hecho de que Maddox tuviera la cara y las manos manchadas de sangre.

Después de un rato, Reyes se volvió hacia él.

—Se nos está acabando el tiempo.

—Lo sé. Los Cazadores no han podido sacar a las mujeres de la ciudad. Estarán concentrando sus fuerzas en buscar la caja, y deben pensar que la tenemos en el castillo, para haber entrado de esa manera.

—Sí.

—Lo más seguro es que todavía estén aquí, escondidos.

—Quizá quieran usar a las mujeres como moneda de cambio por la caja. Deberíamos organizar un trueque.

—¿Cómo? —preguntó Maddox.

Reyes le mostró el transmisor. Ambos escucharon durante unos momentos eternos, agonizantes, pero no oyeron nada salvo ruido, incluso cuando intentaron entablar el contacto.

—¡Maldita sea! No quiero volver al castillo con las manos vacías, pero no sé qué más podemos hacer —y dijo Reyes—. Se acerca la medianoche.

—Vamos a recorrer la zona otra vez.

Reyes asintió.

Cinco minutos después, Reyes y Maddox estaban saliendo de una capilla que acababan de registrar, cuando vieron a un anciano al otro lado de la calle. Estaba sucio, desarreglado, y sólo llevaba un abrigo lleno de agujeros. Y tosía. Tenía una tos desgarradora.

Maddox recordó la noche en que Torin había pisado aquella misma ciudad, que entonces era muy diferente. Cabañas en vez de edificios. Calles de barro, en vez do* empedrado. La gente era igual, sin embargo. Frágil, débil, confiada.

Torin se había quitado un guante y le había acariciad do la mejilla a una mujer que se lo había rogado. Era una mujer a la que él llevaba deseando, desde la distancia, muchos años. Él se había rendido y había pensado que, por una vez, alguien sobreviviría. Que el-, amor lo conquistaría todo.

Una hora después, la mujer había empezado a toser, tal y como tosía aquel anciano.

Y poco después, el resto del pueblo había caído enfermo. Durante los días siguientes, la mayoría de sus habitantes había muerto con la piel llena de úlceras y sangrando por los orificios del cuerpo.

Maddox murmuró una maldición entre dientes Ashlyn estaba en algún sitio, con los mismos Cazadores que habían provocado una nueva epidemia.

—Tengo que hablar con usted —dijo de repente al anciano.

Sin dejar de toser, el hombre se detuvo. Tenía una mirada febril. Al ver al guerrero, se sobresaltó.

—Eres uno de ellos —dijo entre toses—. Los angyals. Mis padres me contaban cuentos sobre vosotros. He querido conoceros durante toda mi vida.

Maddox apenas lo oyó.

—Quizá haya visto a un grupo de hombres que no son de la ciudad. Seguramente llevaban prisa y tenían un tatuaje en la muñeca. Lo más probable es que fueran acompañados de cinco mujeres.

Intentaba mantener un tono de calma, reprimir la furia y dominar la desesperación. No serviría de nada asustar al anciano y provocarle un ataque cardiaco.

Aunque quizá aquello fuera compasivo. La muerte se lo llevaría pronto, y no iba a ser una muerte fácil. Sí, Lucien iba a estar muy ocupado.

Reyes les describió a los Cazadores que habían visto en la discoteca, y después les describió a las mujeres.

—He visto a la mujer rubia de la que hablas —dijo el hombre. Tosió—. Había tres mujeres con ella, pero no recuerdo cómo eran.

Danika, entonces. Lo más probable era que estuviera con su familia. Eso significaba que Ashlyn estaba... No. ¡No! Estaba viva, estaba bien.

—¿Adonde fueron? —Preguntó Maddox, intentando controlarse, pese a que sentía una tremenda ansiedad—. Dígamelo, por favor.

El hombre se tambaleó entre toses.

—Iban corriendo por la calle, seguidos de un hombre alto —explicó jadeando—. Casi me tiran al suelo.

—¿En qué dirección? —preguntó Reyes.

—Hacia el norte.

—Gracias —dijo Reyes—. Muchas gracias.

El anciano volvió a toser y se desplomó. Aunque no quería perder un segundo, Maddox se arrodilló junto a él.

—Duerma. Nosotros... lo bendecimos.

El humano murió con una sonrisa, cosa que Maddox nunca había hecho.

«Ashlyn», pensó. «Voy a buscarte».