22

CUANDO Maddox se despertó, estaba aterrorizado. Ashlyn lo necesitaba.

Se dio cuenta de que no estaba en el bosque. No, estaba en la cama, en su dormitorio, mirando hacia el techo abovedado, como hacía todas las mañanas. Sin embargo, no estaba encadenado.

¿Cómo? ¿Por qué?

La luz del sol entraba por la ventana y le daba calor. No había encontrado a Ashlyn; el momento de su muerte había llegado y no había podido seguir buscándola. Reyes, pensó entonces. Reyes debía de haberlo arrastrado a casa.

Maddox saltó de la cama con la intención de continuar la búsqueda. La encontraría aquel día, costara lo que costara. «Destruiremos el mundo, piedra por piedra, hasta que la recuperemos».

No descansaría hasta...

Una tos de mujer lo dejó inmóvil. Había salido al pasillo y se dio la vuelta. Vio a Ashlyn tendida en su cama. El choque fue tan fuerte que tuvo la sensación de que una espada le atravesaba el estómago.

Se pasó la mano por la cara. Tenía miedo de creerlo pero al verla bien, sintió una oleada de alivio. Corrió hacia la cama con una gran sonrisa, dándoles las gracias a los dioses y abrazó a su mujer.

Ella tosió de nuevo.

Entonces Maddox se dio cuenta de lo que ocurría y la sonrisa se le borró de los labios. ¡No, Ashlyn no! Sin embargo, la observó con atención. Estaba muy pálida y tenía unas ojeras muy oscuras, muy pronunciadas. Además, tenía la piel cubierta de pequeñas manchas rojas.

A Maddox se le rompió el corazón.

Lo había sospechado, lo había temido... y lo peor se había hecho realidad. Los Cazadores la habían expuesto a la enfermedad. Probablemente, ellos habían muerto, uno por uno, y ella había escalado y había vuelto con él.

Había vuelto a morir a casa.

—¡No! —rugió.

No la dejaría. Ella era su vida. Era preferible pasarse la eternidad ardiendo en el infierno que un minuto de la vida sin ella.

Reyes entró en la habitación, como si hubiera estado esperando alguna señal de actividad.

—¿Se ha despertado ya?

Tenía tantos cortes en los brazos que era difícil distinguirlos.

—No —respondió Maddox con la voz quebrada

El guerrero miró a Ashlyn.

—Me he quedado cerca. Ha estado tosiendo toda la noche. Lo siento —dijo. Después añadió, en tono de consuelo— La mayoría de los que se contagian mueren durante las primeras horas de la enfermedad, pero ella sigue viva. Quizá sobreviva.

«Quizá» no era suficiente. Maddox le puso una mano sobre la frente. Estaba ardiendo. Comenzó a dar órdenes.

—Tráeme trapos húmedos. Y más pastillas de esas, si el bolso de Danika todavía está aquí. Y trae agua, también.

Reyes se apresuró a obedecer y volvió poco después con todo lo que Maddox le había encargado. No pudo despertar a Ashlyn, así que aplastó las pastillas y le metió el polvo en la boca. Después le hizo beber agua.

Ella tosió y tuvo arcadas, pero finalmente tragó. Entonces abrió los ojos muy despacio y miró hacia la luz.

—Estoy en casa —susurró al ver a Maddox—. Me duele mucho. Es peor que antes.

—Lo sé, preciosa —dijo él, y le besó con ternura la sien. Aunque Torin podía infectarlo, un humano no. No tenía importancia, porque de todos modos la habría tocado—. Esta vez también te vas a poner bien.

—Mi jefe era Cazador... Ha muerto.

Él asintió, pero no dijo nada. No podía explicarle lo que pensaba de la muerte de aquel hombre. Era satisfacción.

—¿Y Danika? —preguntó Reyes—. Seguí el agujero por el que saliste y encontré a los Cazadores muertos en la prisión, pero Danika no estaba allí.

—Quizá esté... de camino a Nueva York —respondió Ashlyn con dificultad.

Reyes palideció.

—¿No te dijeron nada más?

—Lo siento, no —dijo ella entre toses.

Maddox se estremeció ante aquel sonido horrible.

Le puso uno de los trapos frescos sobre la frente. Ella suspiró y cerró los ojos. Reyes se pasó una mano por el pelo con frustración. Necesitaba caminar, necesitaba a dolor.

—Ve —le dijo Maddox—. Ve a buscarla.

El guerrero miró a Ashlyn, después a Maddox y luego asintió. Se marchó sin decir una palabra más.

Maddox permaneció junto a Ashlyn durante hora» refrescándole la frente, obligándola a beber agua. Recordaba que Torin había hecho aquello años atrás, después de tocar a la mujer y extender la plaga.

Durante un tiempo, Maddox pensó que la voluntad de vivir de Ashlyn sería más fuerte que la enfermedad, porque ella no había muerto, como los demás. Eso, o quizá alguien la estuviera ayudando...

Sin embargo, poco a poco la tos se fue haciendo más fuerte y ella había comenzado a sangrar. Estaba tan débil que ni siquiera podía sentarse. Tenía la garganta muy inflamada y ya no podía tragar el agua.

in saber qué hacer, Maddox la envolvió en la manta y la tomó en brazos. Sin decir nada a sus amigos, la sacó del castillo. Ellos no le preguntaron qué quería hacer. Probablemente, temían que se pusiera violentas Habría ocurrido. El espíritu estaba hirviendo dentro de él, preocupado también, ansioso por destruir, por muta lar, por matar. En aquella ocasión era por frustración, por impotencia, y no por furia.

Corrió por la colina, corrió hacia el centro de la ciudad, y llevó a Ashlyn directamente al hospital, donde el día anterior la había estado buscando. En un pasillo abarrotado encontró a un hombre enguantado, con mascarilla, que daba órdenes.

—Ayúdeme —le dijo, cortando su discurso—. Ayúdela, por favor.

El hombre de la bata blanca, distraído, miró a Ashlyn y exhaló un suspiro de cansancio.

—Todo el mundo necesita ayuda, señor. Tendrá que esperar su turno.

Maddox le clavó una mirada feroz. Se dio cuenta de que Violencia se había asomado a su rostro. Supo que los ojos se le habían vuelto un brillo rojo.

—Es... es usted uno de ellos. De la colina —tartamudeó el hombre—. Tiéndala ahí —dijo, y le señaló una cama con ruedas que había al final del pasillo—. Me ocuparé de ella personalmente.

Maddox hizo lo que le pedía y besó a Ashlyn suavemente en los labios. No obtuvo ninguna respuesta.

—Sálvela —le dijo al médico.

—Yo... haré lo que pueda.

«Por favor, que sobreviva».

Quería quedarse con ella, protegerla, cuidarla. Quería que estuviera con él. Sin embargo, se alejó de Ashlyn y salió a la calle. La medianoche se acercaba.

Por la mañana volvería. Pobre del mundo, pobres de los dioses, si ella no estaba allí, sana y salva.

Reyes maldecía mientras buscaba por el aeropuerto y los hoteles cercanos. Por las clínicas. Había visto más de la ciudad en dos días que en todos los siglos que llevaba viviendo allí. Se sentía como un animal enjaulado. Necesitaba hacer algo, pero no podía hacer nada. Danika estaba por ahí; quizá estuviera enferma, como Ashlyn. Quizá estuviera muriéndose. Y él no la encontraba.

Se estaba haciendo de noche. Reyes estaba pensando en tomar un vuelo a Nueva York, pero sabía que no podía alejarse de Maddox. Cuando los dioses le habían impuesto a Maddox la maldición de que muriera cada noche, también le habían impuesto una maldición a Reyes se sentía atraído hacia el guerrero corno si lo arrastraran con cadenas a su lado. No sabía por qué le ocurría a él y no a Aeron. Lo único que sabía era que, a medianoche, se veía obligado a volver a la fortaleza. Siempre volvía.

Había intentado alejarse muchas veces para probar sus límites, para probar la reacción de los dioses, perol siempre se veía arrastrado hacia Maddox a media noche.

—¡Maldición!

Desenfundó una de sus dagas y se hizo un corte en el muslo. La tela del pantalón se rasgó y la sangre brotó de la herida. ¿Qué iba a hacer? Tenía una necesidad muy fuerte que nunca había sentido, la necesidad de salvar, de rescatar, de proteger. Pero sólo a Danika. Sólo para mirar aquellos ojos angelicales otra vez y sentir un cosquilleo de placer.

Un placer que él nunca podría experimentar, supuestamente.

Sin embargo, lo había sentido, y quería más.

«Los dioses no le habrían ordenado a Aeron que la matara si Danika pudiera morir por la enfermedad dé Torin, o si los Cazadores estuvieran destinados a asestarle el golpe de gracia». Reyes se daba ánimos con aquel razonamiento.

Quizá Reyes debiera soltar a Aeron, que estaba encerrado en uno de los calabozos del castillo, y dejar que él lo guiara hasta Danika. Ira sería capaz, sin duda, de seguir su olor, y Reyes podría liberarla de los Cazadores.

No. Si Aeron la encontraba primero, la mataría.

«Olvídala. Es una humana. Hay miles. Millones. Puedes encontrar otra humana que parezca un ángel».

—No quiero encontrar otra humana —gritó él. Sin embargo, sabía que no podría tener a Aeron encadenado para siempre—. Maldita sea.

«Deja de comportarte como un niño», dijo una voz femenina que resonó dentro de su cabeza, y que lo dejó sorprendido. «Ve a buscar por la colina, y cállate de una vez. Me estás causando un buen dolor de cabeza».

Él irguió los hombros y miró a su alrededor, con el cuchillo preparado. No vio a nadie.

«¿A qué estás esperando?», le preguntó de nuevo la voz. «Date prisa».

¿Era una diosa? No podía ser Duda, porque la que hablaba era una mujer. Reyes no malgastó más tiempo en intentar descifrar aquel enigma. Se puso en marcha y, diez minutos después, estaba a los pies de la colina.

Danika estaba allí con un hombre. Era Kane. Ambos estaban tendidos en el suelo, gimiendo de dolor.

Reyes sintió furia al pensar que ella estaba herida, pero también sintió alivio. Asombrosamente, parecía que habían estado trepando para volver al castillo. Había rocas alrededor de la pareja, como si hubieran caído del cielo y ellos fueran su diana.

Reyes tomó en brazos a Danika y movió a Kane con el pie para despertarlo. Por si acaso, mantuvo una mano en la empuñadura de la daga. No se sentía del todo cómodo con el regreso de los otros Señores.

Kane gruñó y abrió los ojos. Hizo ademán de tomar la pistola que llevaba en la cintura, pero de una patada, Reyes se la quitó de las manos.

—Vamos, mataos el uno al otro —dijo Danika débilmente. Tenía el pelo rubio lleno de sangre. En aquel instante, Reyes entendió la violencia oscura que debía de sentir Maddox cada vez que pensaba que Ashlyn podía estar herida.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó a Danika—. Si Desastre ha...

—Nos han caído esas rocas encima —dijo ella, coartando sus furiosos pensamientos—. Supongo que han caído de la montaña. Él me empujó para evitar lo peor. Me tropecé y caí, y me golpeé la cabeza.

Reyes se relajó, pero sólo ligeramente.

—Gracias —le dijo a Kane.

El guerrero asintió, se frotó la sien como si lamentara lo que había ocurrido, y se puso en pie.

—¿Dónde está tu familia? —preguntó Reyes a Danika. Podría haberse quedado así con ella para siempre.

—De camino a un sitio donde nunca las encontrarás —dijo ella. No lo miraba, y se retorcía para que él la dejara—. Suéltame.

«Nunca», quiso decir él.

—No. Estás demasiado débil como para caminar.

Él se volvió hacia Kane y le habló en húngaro para que Danika no pudiera entenderlo. O eso esperaba.

—¿Cómo la salvaste? Y no hables inglés.

Ojalá Kane lo entendiera.

—Los Cazadores iban de camino al castillo cuando Torin y yo nos topamos con ellos —respondió el otro guerrero, en el mismo idioma. Por supuesto que hablaba húngaro, pensó Reyes, no habría viajado a Buda sin prepararse antes—. Luchamos, pero eran demasiados... A Torin le hicieron un corte, y a mí me atrapa ron. Cometieron el error de ponerla en la misma camioneta que a mí. Los neumáticos estallaron y el vehículo se salió de la carretera.

—¿Y dónde están ahora los Cazadores?

—Muertos.

Bien, aunque una parte de sí mismo tenía ganas de matarlos otra vez, de nuevo, de una manera dolorosa y lenta. Miró a Danika y buscó en ella alguna señal de enfermedad. Sin embargo, tenía un color saludable y no había ninguna marca en su piel. Así pues, ella no se había contagiado. ¿Por las razones que él temía?

—¿Por qué has vuelto? —preguntó a Danika, hablando de nuevo en inglés.

—Éste me obligó —dijo ella señalando a Desastre —¿Está bien Ashlyn? Los oí hablando de hacerle daño para que vosotros salierais del castillo y que ellos pudieran ir en busca de esa estúpida caja.

—La hemos encontrado —dijo él—. Está muy enferma.

Danika tragó saliva. —¿Va a...?

—Sólo el tiempo lo dirá.

Reyes hizo una señal a Kane para que caminara delante de ellos. El guerrero asintió y se puso en marcha. —Muerte está en la ciudad, Danika. Te quedarás en el castillo hasta que los Cazadores sean aniquilados y pase la enfermedad. —No. No lo haré.

Ella forcejeó en sus brazos, intentando empujarlo por el torso para poder posar los pies en el suelo. —Quiero irme a casa ahora. —Moviéndote así sólo consigues frotar tu cuerpo contra el mío.

Danika se quedó inmóvil, y él se alegró y se decepcionó al mismo tiempo. No había mentido. El cuerpo de Danika era cálido, olía a pino, y cada vez que se movía, las terminaciones nerviosas de Reyes se excitaban.

Él comenzó a subir por la colina por un camino diferente al de Desastre. Sólo por si acaso. Reyes se sentía muy aliviado por el regreso de Danika.

—¿Voy a ser tu prisionera otra vez?

—Invitada, más bien, todo el tiempo que tú quieras Hemos encerrado a Aeron en el calabozo. No puedes bajar allí, ¿entendido? Te mataría sin pestañear.

—Otro motivo por el que quiero irme a casa. Esas cosas no suceden allí.

—¿Y dónde está tu casa?

—No voy a decírtelo, secuestrador.

Si él se salía con la suya, Danika pronto le contaría todo lo que había que saber de ella. Pasarían juntos, en su dormitorio, el poco tiempo que tuvieran.

Quizá después, ella nunca quisiera irse...

¡Ja! A las mujeres como ella nunca les gustaban los hombres como él. Él se hacía cortes como forma de placer, de alivio. Algunas veces tenía la sensación de que moriría de no hacerlo. Si ella lo supiera, lo despreciaría. Y de todos modos, eso era lo mejor. Danika es-, taba mejor lejos de él, lejos de Ira.

Cuando aquella enfermedad remitiera, la dejaría marchar. No podía ir con ella para protegerla. Además, ella no querría su compañía. Y no podía impedir a Aeron que cumpliera con su deber.

Para Reyes, no habría final feliz.