Una pasión como nunca antes me arrastra a un frenesí descontrolado. Assur me reclama feroz haciendo que yo le busque y le corresponda con la misma pasión. Una mezcla entre placer y violencia luchan dentro de mí deseándole en estos instantes más que a nada en el mundo. Necesito sentir que solo existimos los dos y que nada puede separarnos. Nos devoramos como dos animales salvajes; me busca, me toca, me besa, me muerde, me penetra con tal furia que hace que me consuma en un delirio que jamás he sentido. Cuando el placer me sorprende, grito su nombre desesperada y me agarro con fuerza a él; entonces siento que se encaja del todo dentro de mí y, llevándome de nuevo al cielo, él se derrama gritando el mío. Nos quedamos abrazados y a continuación descubre las marcas de la pelea con Farés. Me acaricia con dulzura arrullándome entre sus brazos, me promete que ese indeseable lo pagará caro y que hará algo más que matarle. Me estremezco y reaccionamos a la delicadeza de estas caricias volviendo a hacernos el amor, aunque esta vez con una suavidad y una delicadeza absolutas. El alba nos sorprende mientras seguimos colmándonos con este placer que solo nosotros sabemos regalarnos. Cuando el sol ha salido del todo es cuando nos quedamos relajados uno frente al otro, todavía unidos, mirándonos. Yo caigo en un delicioso sueño que únicamente encuentro ya en el calor de su abrazo, a la vez que me susurra palabras que llenan mi corazón. Unas cuantas horas después me despierto y le encuentro observándome. De pronto una emoción de alegría me desborda el pecho sin saber la razón y le beso para sentirle más cerca. No quiero que deje nunca de hacerlo, porque sus brazos, su boca, su cuerpo son mi paraíso particular… La verdad es que no quiero dejarle. Se me encoge el corazón, pero aquí ya tengo el tiempo contado y lo que permanezca de más es un riesgo. Todas estas horas ya son prestadas, horas que no me corresponden, debo regresar a St. Julien para empezar a preparar mi partida. Nos separamos sin decir nada, ya está todo dicho; nuestras miradas terminan antes lo que vayan a contar las palabras. Sé que él siente lo mismo que yo, sabe que el tiempo se agota y que no podemos hacer nada para impedirlo. Me visto con la otra ropa que dejé el día anterior aquí y comienzo a arreglar el desorden de la habitación. Cojo la piedra del suelo, todavía envuelta en la tela verde, y la guardo en mi bolsa de monedas. Compruebo el hatillo con el botín del burdel y recojo los girones del vestido para volver a recomponerlo con magia, se lo llevaré a las chicas, que estarán encantadas de usarlo. Assur, que ha estado durante todo este tiempo callado y observándome, ya está vestido y listo para acompañarme, no me da opción a decir nada, solamente coge él el hatillo y se lo echa al hombro. Me entrega unos cuantos pastelillos para que desayune por el camino y salimos al soleado día con dirección a St. Julien, montados en Bungi.
Durante todo el camino vamos en silencio. Cuando llegamos y entramos en las cuadras, me ayuda a bajar acompañándome hasta las puertas del despacho de Marcus. Frente a ellas, me abraza con fuerza y me habla en voz baja al oído…
—Vendré esta tarde; no debes salir sola sin protección, ahora solo descansa.
Aunque sus palabras son suaves, sus intenciones y emociones no lo son, podría decirse que son órdenes. ¡Así es mi caballero a veces, un poco mandón y autoritario! No respondo, solo le rodeo con los brazos pensando en que a pesar de todo me encanta que sea así. Me pongo de puntillas y le beso, después de disfrutar un poco más así, me aparto y me doy la vuelta para marcharme.
—¡Ya deseo tenerte otra vez, no puedo dejar de pensar un momento en ti, pequeña, me tienes completamente obsesionado contigo!
Sonriéndole cojo el hatillo y llamo a la puerta. La voz de Marcus suena invitándome a pasar; antes de hacerlo, me giro para mirar a Assur por última vez, su intensa mirada se me clava y siento como si estuviese a mi lado. Marcus se levanta cuando entro. No se esperaba que fuese yo y parece de repente impaciente y preocupado. Le saludo y, sin decir nada más, pongo sobre la mesa el Eudum y la Tuyakal. Contempla los objetos durante un buen rato, como si no fuesen reales, sobre todo el manuscrito, y yo empiezo a contarle todo lo sucedido, incluyendo el encuentro fortuito, por llamarlo de algún modo, con el virtuoso Guillaume de Sonnac, además de la buena fortuna que he tenido pudiendo traer el Eudum finalmente. Mi anfitrión me bombardea a preguntas y me hace contarle otra vez todo lo sucedido. Le decepciona que no vaya a poder estar aquí cuando haya terminado de traducir el Eudum. Con un ligero vistazo, llega a la misma conclusión que yo: cree que la lengua en el que está escrito es tándalo, un idioma antiquísimo originario de la Edad Antigua y que utiliza todavía la magia negra; o sea, brujas, magos y demás criaturas que se valen de sus conjuros y poder. Bueno, si se piensa bien, lo que me contó don Mago Oscuro cuadra: dijo que lo había escrito un mago que vivió al principio de esa edad, recuerdo que me dijo que se llamaba Emer, y no podía ser que estuviese escrito en otra lengua. Cuando terminamos de conjeturar y argumentar, le acompaño a los sótanos para poner a buen recaudo el manuscrito y la piedra, dentro de un armario metálico con intrincados cerrojos y complicadas cerraduras que parece ser también acorazado, en uno de los extremos del scriptorium. De vuelta al despacho, cojo el hatillo y saco el botín del robo que aún no he desvelado. Lo divido en tres partes: objetos, dinero y piedras preciosas. Creo que los objetos los llevaré al campamento rom para que los vendan; el dinero se lo daré a las chicas para que puedan marcharse a su tierra y comprar la granja que quieren, y las piedras preciosas se las entregaré a Marcus para que las destine a lo que él crea conveniente. Confío plenamente en su criterio y tengo la certeza de que las destinará a un buen propósito. En el corredor, de camino a mi habitación para empezar a preparar las cosas para el viaje, siento repentinamente un gran mareo que me hace desplomarme en medio del pasillo. Marcus y Pierre me encuentran al rato, muy asustados, y tengo que confesarles después de reanimarme que llevo así desde ayer. Aunque logro tranquilizarlos, Marcus insiste en ponerme una escolta permanente para lo que me queda en la ciudad, y de paso que me acompañe también hasta Germania en el viaje de regreso. Sintiéndolo mucho desecho su ayuda; usaré magia y no podrán seguirme. Sé que no se ha quedado muy convencido, aunque de momento no insiste; me parece muy curioso que todos los hombres que me rodean tengan tanto empeño en protegerme, incluyendo a Pierre el mayordomo, que con su discreción me sugiere que en un rato subirá a mi habitación la bañera y un buen guiso para que recupere fuerzas. No sé qué pensar. ¡Si yo estoy bien, no necesito que se molesten tanto, todo lo que podían haber hecho por mí ya lo han hecho! Cuando me quedo a solas me doy ese reconfortante baño y después empiezo a comer sin ganas el apetitoso guiso que Pierre ha traído. Lo hago para que no se ofenda, aunque enseguida me entusiasmo y sin darme cuenta me lo como entero. Instantáneamente noto que voy recuperando fuerzas y que me encuentro estupendamente. Justo después de guardar la ropa y mis pertenencias, decido dibujar todos los objetos que he visto en la cámara para tener una referencia, y terminar el dibujo que le prometí a Marcus. Cuando me doy cuenta es media tarde y me apetece mucho estirar las piernas, así que se me ocurre que puedo ir al poblado rom y al arrabal para despedirme de todos. Bajo hasta los establos y pregunto a Philipe si puede acompañarme, para que se traiga de vuelta a Alder y así yo poder ir después a la ciudad a pie. Parece que he tenido suerte y ha terminado sus tareas, y no tardamos mucho en llegar al poblado. El paseo es muy agradable, ya que hace una temperatura buena y el cielo está despejado. Philipe está contento, aunque todo el tiempo ha estado un poco tímido y nervioso… Creo que al chico le gusta mucho Wanda y le pone nervioso estar en su presencia. Al final, cuando nos despedimos, le doy un beso en la mejilla que le hace ponerse rojo como un tomate, aunque enseguida cambia y se queda muy contento y orgulloso. Ya en el poblado me dirijo primero a ver a Akos y Lucan para liberarlos de su tarea y dejarles marchar, les cuento todo lo que ha sucedido en el burdel y finalmente les doy las gracias por su inestimable ayuda.
—¡Ha sido todo un placer Wanda! —dice Lucan.
—Por supuesto que sí, hacía tiempo que no nos divertíamos tanto. Una buena cacería de chupópteros le sube el ánimo a cualquiera… —añade Akos.
—Os prometo que no será la última. Seguro que van a enfadarse mucho cuando descubran nuestro engaño, pero eso tendrá que ser ya en el futuro. Dadle recuerdos a Nerkal de mi parte, y hasta pronto.
Los veo alejarse del campamento en busca de sus caballos para marcharse ya. A continuación me encamino a la caravana de Punka para darle los objetos de Farés, él sabrá perfectamente qué hacer con ellos. Queda muy complacido, aunque le advierto que si los venden no sea aquí en París, no quiero que los culpen de nada si por una casualidad alguien cercano al burdel o Farés los descubre. Aprovechando que también está allí Yolara, me despido de ella. Al principio del camino con dirección a la ciudad me doy de bruces con Tibo, que me dice, como viene siendo ya habitual en nuestros encuentros, unas cuantas provocaciones de las suyas. Sin tomármelas demasiado en serio, le informo de que me marcho y se lamenta de que nos hayamos perdido un revolcón juntos. Con sus seductoras y ladinas artes intenta persuadirme para que sea ahora cuando nos lo demos… ¿Y quién dice que no me lo llevo? ¡El cielo, el bosque e incluso las termas están de testigo de que me llevo uno de los mejores gracias a Assur! Me despido y le digo que a lo mejor la próxima vez tiene más suerte, y sin dejar de sonreír por el atrevimiento que siempre muestra este hombre, me alejo. El paseo dura una hora larga. No quiero forzarme mucho porque tengo que dosificarme para lo que aún me queda; no he querido contárselo a Marcus esta mañana porque bastante afectado se ha quedado con mi aclaración de irme sola hasta Germania, como para darle otro disgusto diciéndole que tengo pensado ir hasta Quarface antes de marcharme para ver qué se cuece después de todo lo ocurrido. Quiero saber si sospechan algo de la maniobra de anoche y enterarme de cómo están las cosas después del robo de los amuletos. Un último movimiento para acabar y no dejar cabos sueltos. Marcus, a pesar de sus contactos y recursos, no encontrará a nadie que pueda infiltrarse tan cerca como lo voy a hacer yo, así que valorando los pros y los contras, y aunque me cueste, prefiero disgustarle otra vez.
Cuando entro en el arrabal veo que empieza tener movimiento, puesto que está anocheciendo. Me cubro con la capucha para pasar inadvertida y sobre todo por si andan cerca las dos arpías, Coral y Justine, que a estas alturas deberían estar ya fuera del burdel. Juliette y Michelle se encuentran en su habitación y se alegran mucho al verme, están deseando saber cómo me ha ido esta noche y me hacen contarles con pelos y señales todo. Por supuesto, me salto a propósito lo de la cámara y en su lugar me invento que he encontrado los documentos en los aposentos de Farés, que serán pruebas suficientes para hacer justicia a mi hermana. Añado, además, que los documentos se los voy a dar a un magistrado amigo de mi familia que les dará su merecido a los vampiros. No es muy original, pero vale para que dejen de preocuparse y se olviden del asunto dentro de poco tiempo. Seguidamente saco el dinero y lo pongo sobre uno de los pequeños catres donde duermen, se lo ofrezco y les digo que con esta cantidad podrán marcharse hoy mismo. Decidimos, por su seguridad y para que nada las relacione con lo ocurrido en St. Eustache, que salgan inmediatamente de París, por si a las arpías se les ocurre buscarlas. Poner distancia de por medio y desaparecer es lo mejor. El dinero no quieren aceptarlo porque dicen que es mucho, tengo que convencerlas diciéndoles que lo consideren como un pago por todos los agravios que les han hecho directa e indirectamente los vampiros. Esto por fin las persuade y entonces les ayudo a guardarlo. Han ideado un método muy curioso, discreto y efectivo para trasportarlo, y es pegar con una resina oscura muy viscosa a los forros, bajos, dobladillos y demás costuras de la ropa, las monedas. Cuando terminamos de esconderlo todo y de recoger sus cosas, les entrego el bonito vestido verde que he dejado a un lado envuelto en una tela. A lo mejor no tienen tampoco ocasión de ponérselo, como yo, puesto que es muy provocativo, pero pueden descoserlo y usar la tela para confeccionarse otro.
Las acompaño hasta donde salen las carretas y les pago un viaje hasta su pueblo. Tengo que hacerle un hechizo al carretero para que cuando las deje en su casa se olvide de ellas, con lo que parecerá que nunca han estado allí. Es una pequeña medida de seguridad que las protegerá de manera que nadie pueda relacionarlas con nada de todo esto. Nos ponemos muy tristes cuando llega el momento de la despedida, la verdad es que les he tomado mucho cariño. Vuelvo a darles unas últimas indicaciones preventivas, más para que lleguen sanas y salvas a su pueblo, y les digo que si alguna vez tienen verdaderos apuros que no duden en buscar a Marcus Chevalier, en St. Julien, aquí en París.
—¡Ha sido un verdadero lujo conoceros, espero que tengáis mucha suerte en la vida, chicas!
Se ponen a llorar y me abrazan las dos a la vez. Estamos así un buen rato. Me aparto por el peligro inminente de ponerme a llorar yo también; sonrío, hago un gran esfuerzo para marcharme, pero Juliette, de repente, me hace una pregunta que me hace pararme en seco.
—Wanda, ¿qué ha pasado con el hombre de los ojos color plata?
Tanto Juliette como Michelle están ansiosas por escuchar mi respuesta, esperanzadas por oír un final de cuento de hadas. Estoy un poco desconcertada sin saber qué hacer, seguramente esperan oír algo positivo al respecto, porque están tan acostumbradas a ver el lado malo de la vida que creo que no pierdo nada si les hago pensar que a veces puede merecer la pena; quizá si adorno algo las cosas les daré esperanzas. Me muerdo el labio, indecisa; además, después de la lata que me han dado con el dichoso tema querrán como mínimo que la historia termine bien, con expectativas de futuro y todas esas cosas románticas… Carraspeo para aclararme la voz.
—Me ha dicho que le gusto y se ha ofrecido a acompañarme hasta mi casa…
Se miran cómplices y sueltan unas carcajadas muy complacidas.
—¡Pues claro, Wanda! Lo supe desde el primer momento en que nos preguntó por ti, al final siempre hay un buen hombre para cada una de nosotras.
Están muy contentas y por unos instantes se les olvida la tristeza de la despedida.
—¡A ti también te gusta! ¿A que sí? —pregunta Michelle.
No sé qué decir a este respecto. No tengo nada pensado si se les ocurre querer indagar más; asiento sin más intentando concluir el tema.
—…Y para vosotras seguro que también habrá un buen hombre que os estará esperando en vuestra nueva vida, lejos de aquí…
—¡¡Eso esperamos, chica!!
—Ya veréis como sí. Que tengáis mucha suerte y hasta otra, ha sido un placer.
—Adiós, Wanda —dicen al unísono mientras me doy la vuelta y me alejo, procurando calmarme para no empezar a llorar de un momento a otro.
Regreso dando un tranquilo paseo sin poder quitarme de la cabeza lo último que ha dicho Juliette: «siempre hay un hombre para cada una de nosotras». ¿Será cierto eso? A lo largo de mis intensos veintiocho años de vida eso nunca me ha preocupado mucho, y si me pongo a pensarlo detenidamente, hasta en alguna ocasión ha llegado a enfadarme. ¡Qué manía con ese rollo de la media naranja y el alma gemela! Todo esto son topicazos con los que crecemos las mujeres y que además hacen que muchas sufran cuando se dan cuenta de que el príncipe azul no existe, que solo hay hombres y mujeres tratando de encontrar la felicidad, una tarea que resulta, la mayoría de las veces, bastante difícil, por cierto. Aunque si soy completamente sincera conmigo misma, ahora estoy muy descolocada con todo lo que me está sucediendo aquí, y el culpable es ese atractivo hombre de ojos y pelo negro capaz de hacerme tocar el cielo con su sola presencia. Parece que desde que le conozco muchos de los principios que tenía al respecto de las relaciones se me están cayendo. Con él siento de manera diferente todas esas cosas; es un hombre muy interesante para mí. Bueno, en realidad es el hombre perfecto. No obstante, tengo que decir que a veces me saca de quicio haciendo cosas que no aguantaría ni un solo segundo en otros, pero la verdad es que hemos conectado genial, que nos complementamos muy bien, que tenemos la misma forma de ver la vida en muchos aspectos, aunque todo esto creo que se debe, a los días tan intensos que estoy viviendo aquí, llenos de acontecimientos al límite. Todo está un poco magnificado y agradando; sin embargo, por otro lado, nuestra relación se ha tornado muy interesante. Probablemente, si tuviese oportunidad, seguiría viéndole, por lo menos hasta conocernos mejor y ver hacia dónde nos llevaba todo esto…
«¡¡¿Y qué te lo impide?!! ¡Puedes buscarle cuando regreses, Stella! ¡Sí, claro, y que más! ¿Por qué no? En el fondo lo estás deseando. ¡No digas tonterías, sé que la realidad me golpeará de lleno cuando contemple todo desde una perspectiva alejada y se me pasará esta especie de embrujo que tengo aquí, todo volverá a su ser y la cordura de siempre regresará a mi cabeza! ¡¡Eso es una gran mentira y lo sabes, Stella!! ¡Déjame, qué sabrás tú!».
Llego a St. Julien sin darme cuenta, con la mente sumida en estos absurdos pensamientos, cuando me veo interrumpida por la presencia de Philipe, que ha salido a mi encuentro bastante alterado para decirme que el hombre alto y fuerte vestido de negro ha llegado esta tarde y se ha enfadado mucho cuando se ha enterado que no estaba. Le ha dado un poco de miedo su reacción. El inquieto chico se ofrece a acompañarme para que no suba sola a encontrarme con él, que está esperando en el despacho de Marcus, aunque confiesa que le perturba hacerlo. Sonrío agradecida por el caballeroso ofrecimiento y le digo que no hace falta, que yo sola le haré frente. Comienzo a subir las escaleras distraída cuando antes de empezar el segundo tramo y sin darme cuenta me doy de bruces con el hombre alto, fuerte y muy enfadado vestido de negro, que ha aparecido tan silencioso como lo hace siempre. Se acerca, me bloquea el paso con los brazos cruzados y gesto serio, esperando una explicación convincente. Solo puedo sonreírle y acariciarle la cara, porque a pesar de todo me gusta mucho cuando esta así, y además no sé comportarme con él de otra manera…
—Hola, Assur. Hace una noche estupenda para pasear.
No dice nada, solo levanta una ceja.
—¿Estás enfadado?
Vuelvo a tocarle la cara.
—No deberías alterarte tanto, me gusta mucho más esa cara cuando me sonríe…
—Pues entonces no me enfades, Wanda.
Nos quedamos unos segundos mirándonos, yo ensimismada perdida en esos maravillosos ojos y él haciéndolo fijamente a punto de perder esa compostura que le caracteriza. Efectivamente, no puede más y suelta todo lo que le está rondando por la mente y que yo estoy sintiendo desde que le he tocado.
—¡¡Dioses, Wanda!! ¡Estaba tan preocupado! ¡No tenías que haber salido sola, te dije que yo te acompañaría, haces lo que quieres! ¿Y si te hubiese pasado algo? ¡Podías haberte desmayado y estar ahora mismo tirada en la calle!
—Pero no ha sido así, estoy aquí sana y salva… Y sí, Assur, hago lo que quiero, eso ya deberías saberlo. Y tú te alteras solo haciendo que los demás también lo hagan; no tienes por qué asustar a nadie, y menos a Philipe, que es un chiquillo. El pobre ha salido a buscarme para decirme que estabas muy enfadado y que ni subiese por si me hacías algo.
Dejo de hablar y le miro con gesto serio. Está un poco contrariado y confundido, su cara ha cambiado y ya no se muestra tan amenazante. De pronto río, porque me parece divertida la situación. ¡Esta es otra de las cosas que me pasan estando con él: me río, me enfado, lucho, un sinfín de emociones me invaden a cada segundo! Aunque ahora quiero que él también me sonría y se olvide de todo.
—¡No te enfades tanto! Sabes que todo lo hago para provocarte; son travesuras, nada más. Me encanta hacer que pierdas ese aplomo.
Me arrimo insinuante poniéndome de puntillas y le beso en la boca. Al instante me abraza convenciéndose de que no me ha pasado nada, apaciguando todo su enfado. Súbitamente le siento tan cerca, acaparándolo todo con esa poderosa presencia suya, que me derrito.
—Jamás te haría nada malo iyari, pero me haces morir cada vez que te busco y no te encuentro, aunque no quiero que me tengas miedo. —Se aparta bruscamente y me pregunta, inquieto—: ¡¿Me tienes miedo?!
—Sí mucho, pero no como Philipe se cree, es por otros motivos.
—¿Qué motivos?
—Por las sensaciones tan intensas que me provocas y que no puedo controlar…
Desde el principio ha tenido este poder sobre mí, me hace perder completamente la voluntad. Parece que por fin sonríe y eso me encanta.
—Entonces me gusta que sientas ese miedo, ya que en cualquier momento puedo abalanzarme sobre ti y hacerte todo lo que estoy pensando.
Vuelvo a ver en su cabeza lo que siente, las imágenes sugerentes empiezan a sucederse una tras otra y mi piel se eriza haciendo que una corriente eléctrica muy placentera me recorra. Deseo que me haga ahora mismo cada una de esas delicias que imagina, aunque intento disimular un poco, bastante turbada.
—Está bien, déjame subir, ya no volveré a escaparme más…
Me suelto y empiezo a subir las escaleras para poner un poco de distancia y dar una tregua a mi excitado cuerpo, aunque cuando he subido los tres primeros peldaños me hace caer contra su cuerpo. En dos diestros y veloces movimientos me encuentro entre sus brazos, aferrándome desesperada para no caerme. Me mira de arriba abajo para provocarme y, sonriéndome travieso, habla junto a mi oído con voz baja y sugerente:
—¿Adónde vas? ¡Todavía no he acabado contigo, tengo que asegurarme de que no vuelves a escaparte! —Me mordisquea la oreja—. ¿Sabes? Necesitas saber quién es el que manda.
—¿Ah, sí?
Me alza apretándome contra la pared, empieza a besarme el cuello a la vez que con sus manos me sube la falda y toca mis muslos, enloqueciéndome con ello. Esta caricia me convierte en puro deseo salvaje, subo las piernas para rodearle las caderas, y entonces se pega más para que sienta lo duro que está. Me estremezco y busco su boca para besarle, aunque se resiste.
—No voy a besarte porque te estoy castigando…
—Eres una mala persona, ¿no te das cuenta de que estoy sufriendo? —digo con la respiración entrecortada a consecuencia de las embriagadoras caricias en mis muslos, aunque para llevar más lejos su castigo deshace la lazada del corpiño, libera mis pechos y comienza a lamerlos provocativamente. Pierdo casi la razón y dejo escapar un jadeo de rendición, pero su boca, al instante, cubre la mía arrasándola.
Si no me detengo ya, le arrancaré la ropa y la poseeré en las escaleras, y todas las personas que se encuentren en el edificio se enterarán por los gritos que le haré dar. Me seduce esa idea, me encanta oírla gemir y gritar de esa manera. Quizá debería parar ahora que todavía puedo, aunque me hipnotiza tenerla así… El solo hecho de verla me llena de una inmensa alegría, por eso cuando he llegado esta tarde y el muchacho de los establos me ha dicho que no estaba, he experimentado en un instante mil sensaciones a la vez, cada una peor que la anterior. Ha sido como si una plancha de hierro incandescente me aplastase. La he imaginado sufriendo, he pensado que le pasaba algo malo y que yo no estaba allí para protegerla como me he prometido. Igual que esta misma noche cuando he perdido el control y me he transformado, casi lo he echado todo a perder; nunca me había pasado nada parecido, siempre he tenido mi verdadera naturaleza dominada, bajo control, haciéndola aparecer solo cuando es estrictamente necesario, pero sentir que el peligro la amenazaba ha hecho que reaccionase automáticamente de esta manera tan extrema, que dicho sea de paso, la siento como la correcta y natural. Menos mal que justo cuando iba a irrumpir en el burdel, la he visto aparecer por una de las ventanas y eso ha hecho que volviese a mi cabeza un pequeño atisbo de cordura, he recuperado más o menos el control y he salvado el lugar de acabar destruido. Después, y como si me fuese la vida en ello, la he llevado a mi casa y le he hecho el amor, ya que por unos instantes he creído que la había perdido, queriendo borrar toda esta agitada noche… Cuando he descubierto esas marcas en su delicada piel casi me he vuelto a transformar. He deseado con todas mis fuerzas infligirle un inaguantable e infinito dolor a ese malnacido, y por eso esta misma mañana después de haberla dejado aquí he ido hasta el burdel con ese propósito, aunque el muy cobarde no se encontraba allí. El local estaba cerrado al público, no había casi nadie y solo he podido oír a las mujeres y a los guardianes de la puerta. Me he quedado esperando toda la tarde a que ese bastardo apareciese, pero nada, como si se lo hubiese tragado la tierra, y algo así tiene que haberle sucedido para impedir que le mate, porque no pararé hasta encontrarlo y darle su merecido. Sus jadeos y su respiración entrecortada me devuelven al momento presente.
—¡Si sigues haciendo esos ruidos escandalosa, tendré que subirte a tu habitación!
Sonríe traviesa desafiándome.
—Pues haberlo pensado antes, ahora atente a las consecuencias Assur…
Tiene razón, tengo que parar, solo quería saborearla un poco y el juego se me está yendo de las manos, me aparto para que nos calmemos y recuperemos el aliento.
—¿Este ha sido todo el castigo? ¡Pues vaya! —exclama provocándome—. ¡Si lo llego a saber, no vengo!
Se queda mirándome para ver mi reacción, aunque sé que es una treta para pincharme, así que, adrede, ignoro sus palabras y me dedico a plancharme el jubón.
—Debería haberme quedado en el campamento disfrutando de la música, la comida y la bebida, quién sabe si a lo mejor algún hombre se me hubiese acercado y me hubiera llevado con él al bosque a dar un íntimo paseo…
Sonríe pícaramente y me mira mientras se ajusta el corpiño del vestido poniendo la deliciosa mercancía en su sitio. Como no respondo, se da la vuelta comenzando a subir las escaleras, balanceándose sugerentemente.
—¡Y yo debería cogerte ahora mismo y ponerte el trasero rojo, por provocadora! —contesto tratando de disimular la sonrisa que me produce verla con este talante tan juguetón, aunque actúa como si no me hubiese oído.
—Creo que después de ver a Marcus volveré a irme; quién sabe, lo mismo aún estoy a tiempo de que me saque a bailar algún rom guapo.
¡Cuánta imaginación tiene esta mujer! ¡Me encanta verla tan revoltosa, aunque sea diciendo estas cosas!
—¿Sabes bailar, Assur? Dicen que los hombres que saben son muy buenos amantes, y la verdad es que a los rom se les da muy bien, ¿no crees?
En dos pasos me acerco, la cojo por la cintura y le tapo la boca. Está tan hermosa cuando me mira con esos dos pozos verdes brillantes que no puedo resistirme y muerdo sus labios.
—Basta, no vuelvas a decirme nada de los hombres rom o tendré que matarlos a todos…
Se abraza a mí riendo y me besa despacio de nuevo, con un beso profundo que promete el mismísimo paraíso.
—Pensé que ya no te gustaba… ¡¡Uf, me encanta cuando te pones así!!
Sin más entra a ver a Marcus. Oigo cómo le saluda y se sienta, y yo deseo seguirla, pero me quedo paralizado donde estoy, completamente embrujado, tratando de asimilar las tremendas sensaciones que me causa esta mujer.
¡¡Dioses, no sé qué voy a hacer cuando se marche!!
Hemos estado andando durante un buen rato en silencio, ya falta muy poco para llegar a la entrada subterránea, Wanda ha querido venir hasta Quarface como último movimiento en su misión. Nos ha explicado a Marcus y a mí que tenía que hacerlo para no dejar cabos sueltos y poder marcharse tranquila. Ambos nos hemos negado en rotundo a que lo hiciese, pero es tan persuasiva que no hemos tenido otro remedio que claudicar, ¡con ella es casi imposible!, aunque en lo único en lo que no he cedido ha sido en la forma en que iba a hacerlo. Quería hacer lo mismo que la primera vez, escalar el muro para luego entrar y esconderse en la casa, pero me he negado rotundamente alegando que existía un modo mucho mejor y menos peligroso, además de más fácil y discreto, que la expondría menos. Y en eso estamos, a punto de entrar por los túneles subterráneos que conducen directamente a la mansión. Ella necesita un sitio discreto mientras hace el hechizo y yo se lo proporcionaré bajo mi absoluta vigilancia. Seguramente tendré el corazón en un puño, como ya viene siendo habitual últimamente, aunque esta vez podré protegerla, ya que en todo momento estaré con ella viendo y tocando su cuerpo físico. Marcus por eso la ha dejado marchar, se ha quedado más tranquilo al saber que yo la acompañaba y me ha pedido como favor que cuando terminemos le avise para que deje de preocuparse. Creo que él también tiene el corazón en un puño en estos últimos días. Antes de salir, mi pequeña me ha practicado la misma magia que unos días atrás les hiciese a los lobos, ha dicho que no quería arriesgarse y que prefería que no sintiesen mi presencia. La entrada subterránea está cerca de la cantera donde la llevé la primera noche cuando la conocí, la verdad es que me parece una eternidad y en realidad no es nada, unos pocos días tan solo. Desearía con todas mis fuerzas que los dos dispusiésemos de mucho más tiempo… Hemos dejado a Bungi a buen recaudo en la cantera y le hemos contado el plan a Uriel, que se encontraba allí. Después nos hemos dirigido hacia la mansión. Caminamos por el túnel totalmente a oscuras, ya que Wanda ha dicho que se dejaría guiar. A lo lejos veo la puerta de entrada, andamos unos cuantos pasos más hasta llegar allí.
—Iyari, hemos llegado.
Se suelta y, alargando los brazos, toca su superficie. Por unos instantes se queda en silencio, creo que está concentrada viendo lo que hay al otro lado.
—Muy bien, esto es lo que haremos: voy a abrir la puerta con magia, entraremos y buscaremos un sitio para acomodarnos, parece que hay dos recodos en el largo pasillo que comunica con las mazmorras. Si te parece, la puerta quedará abierta por si surge algún contratiempo, para poder tener la huida fácil.
Como estamos a oscuras no puede ver el gesto que tengo ahora mismo, pero como si lo intuyese añade.
—No va a pasarme nada, Assur; solo es por si acaso. Me estoy imaginando la cara que debes de estar poniendo ahora mismo… De todos modos, tú tienes el control, si ves que salgo del trance bruscamente o que hablo durante él, será la señal para que salgas a toda prisa de aquí.
Me sonríe a la vez que busca mi cara para acariciarla.
—¡No me va a ocurrir nada!
—Ya lo sé.
—Pues prométeme que si esta noche aparece Drom, no vas a intervenir. Sabes que no puede hacerme nada, ¿verdad?
¡Pues claro que nadie va a hacerle nada!
—Lo prometo.
Asiente convencida y, sin más, abre la puerta. Pasamos y la luz dorada de una antorcha que cuelga en la pared nos alumbra. Ella me mira y, sin más, se adelanta silenciosa unos metros para ojear el largo pasillo. Cuando vuelve, elige un sitio junto al primer recodo, donde nos apostamos. La acomodo encima de mí porque el suelo está demasiado frío y siento cómo se relaja hasta empezar el hechizo, su cuerpo se ha quedado tan laxo que parece profundamente dormida. La aprieto y sé que el conjuro está en marcha, porque mi corazón martillea con fuerza lleno de temor. Una punzada de ansiedad y una profunda angustia lo están perforando, como siempre que se expone al peligro…
¡No estaré tranquilo hasta que la saque de aquí!
Recorro el pasillo, paso frente a la puerta donde se encuentra el Espejo de Cuarzo y continúo. Subo los tres pisos de mazmorras con celdas vacías a cada lado y sigo hasta que oigo unas voces amortiguadas, esto significa que estoy acercándome al gran salón, donde terminan las escaleras por las que voy subiendo. Me paro antes de llegar arriba para escuchar e intentar reconocer las voces, parece Safan hablando con uno de sus colaboradores, y por suerte para mí se están refiriendo a la extraña desaparición de los amuletos. Esta noche creo que no hay bacanal de sangre y sexo. Termino de subir para acomodarme en un rincón del gran salón desde el que poder observar bien sin perderme detalle de lo que hablan; compruebo, cuando lo hago, que me he equivocado de pleno, porque sí hay bacanal. ¡Mierda! Safan está recostado en un diván bebiendo una copa de sangre mientras una mujer morena le acaricia y le besa el musculado torso. Además, hay otro vampiro que se encuentra un poco apartado, sin hablar, en un mullido sofá, en el que mantiene relaciones sexuales con dos mujeres rubias a la vez. Una le está practicando una felación y a la otra la está desangrando. ¡Me repugna sobremanera! ¡Por más que esté acostumbrada a ver cómo se divierten, no me habitúo a ver tanta perversión y bajo instinto! El tercer vampiro, que es el que está hablando ahora mismo, es el único que está solo. Me concentro con todas mis fuerzas en la conversación, que es lo que me interesa, y dejo lo demás a un lado. Hablan de lo que sucedió la noche anterior en el burdel, piensan que ha sido un simple robo y dan a entender que sabían que Farés acabaría así, lo único que parecen lamentar son las pérdidas económicas, ya que se refieren a ello varias veces contrariados, y dicen que han desaparecido las recaudaciones de las dos últimas noches. El vampiro que está con las dos mujeres de repente comienza a reírse con la boca rebosante de sangre, y señala que si no le hubiese matado Iskra como castigo por su lamentable actuación, habría sucumbido muy pronto a la putrefacta enfermedad que le devoraba por dentro… Creo que eso va por Farés; parece que el desgraciado ha pagado con su vida por sus miserables actos. Si bien se merecía un gran escarmiento, yo no hubiese ido tan lejos. Este es uno de los inconvenientes con los que hay que contar al tratar con estas criaturas tan caprichosas, y sobre todo con Iskra, que es la más caprichosa y voluble de todos ellos. Sacudo la cabeza para dejar de pensar en estas cosas que ahora no me convienen nada y me centro de nuevo en la conversación. Ahora están hablando de los daños causados por Farés a las chicas del burdel a causa de su voraz apetito sexual, y terminan riéndose los tres por un comentario grosero y poco acertado sobre el desgraciado exencargado de St. Eustache. Siguen conversando de otros temas que no me interesan nada hasta que Safan, que no se ha pronunciado todavía, lo hace preguntando al vampiro de las dos chicas cómo va el asunto del cofre. El muy cerdo tiene que obligarse a responder, porque parece estar más atento a los placeres de la carne que a lo demás. Finalmente dice que después del sorprendente robo en el templo no han conseguido dar con ningún rastro y añade que sospechan directamente de los perros, así es como llaman a los hombres lobo, porque les han visto merodear por los alrededores de Vincennes. Safan, pensativo durante un buen rato más, tiene que aceptar finalmente que no tiene la más remota idea de quién ha sido y dice que el hatalom (así se refieren al líder vampiro, Istem) y Drom creen que ha sido otra criatura que no conocen, con mucho poder y que puede moverse entre dimensiones.
¡Vaya! Ahí sí que están en lo cierto, pero ¿por qué pensarán lo de las dimensiones? ¡Qué raro, no comprendo!
Apunta también que están muy enfadados por los acontecimientos ocurridos, aunque ya han empezado a buscar los otros amuletos que faltan. El presuntuoso de Safan concluye diciendo que deberán multiplicar los efectivos en la búsqueda del ladrón, porque les está siendo muy difícil encontrar el rastro, para hacérselo pagar caro, ya que nadie osa hacerles una afrenta tan grave y pensar que no pagará por ella, bla bla bla. Comienzan a desvariar en amenazas y alardeos de poder que no me interesan nada y que me aburren. Me estoy cansando, y suponiendo que no descubriré nada más de interés, decido marcharme cuando justo aparece en escena la que faltaba, «mi gran y querida amiga Iskra», con su recargada imagen e inaguantable verborrea… Se me revuelve el estómago y es entonces cuando de verdad me apresuro a largarme, no estoy dispuesta a quedarme a presenciar la escena que en breve va a tener lugar, ya que ella y Safan se están poniendo demasiado empalagosos. Seguro que como su último amante se ha largado vuelve junto a su adorado Safan. Es una mujer de lo más interesada, le gusta escalar por la jerarquía vampira y se vende al mejor y más poderoso de ellos. Me pregunto cómo no está intentando seducir a Istem, aunque a lo mejor este se ha dado cuenta de que no le interesa estar con ella; quizá es más listo que estos otros y por eso es el Hatalom, como ellos le llaman. Creo que esto significa, «maestro», «guía» o algo así. Iskra comenta de pasada que Baruc se ha ido a Oriente hace dos días, después de su baldía visita a París, bastante frustrado y enfadado, y que la espera allí porque no se siente a gusto con sus antiguos compañeros merodeando por toda la ciudad. Mis sospechas de antes no tardan en hacerse firmes. Safan, que ha echado a la mujer morena con la que estaba, ordena que los dejen a solas. Obedezco como si la orden hubiese sido para mí también y me encamino hacia los sótanos deprisa, porque quiero marcharme de aquí lo antes posible.
De repente ella vuelve a la vida sana y salva. Se levanta y me dice con un hilo de voz que quiere marcharse. Por la cara que tiene, no debe de haber sido muy agradable lo que ha visto allí arriba, Asiento, cojo su mano y salimos al túnel subterráneo después de cerrar despacio la puerta para no hacer ruido. No hemos andado más que unos cuantos metros cuando siento cómo se para de repente y cae al suelo. La cojo rápidamente y compruebo si sigue consciente; me asusto mucho cuando veo que no. La aprieto contra mí y recorro el túnel a toda prisa; por lo visto mi valiente iyari ha vuelto a excederse con este último conjuro. Cada vez son más frecuentes estos desmayos, parece que se deben a que cada vez su energía es más escasa, por eso tiene que volver a su tiempo si no quiere morir de puro agotamiento. ¡Se me encoge el corazón solo de pensarlo! Me paro bajo un gran roble dentro del bosque y empiezo a reanimarla. Responde despacio, como si se despertase de un largo sueño. Me mira con una sonrisa y me acaricia dulcemente la cara.
—Assur, siempre salvándome…
La abrazo y permanecemos así hasta que noto sus latidos a un ritmo más constante y el calor ha regresado a su cuerpo. La noche está templada, pero así y todo busca mi calor.
—Es curioso, pero en el único sitio en el que siento que me recupero más deprisa es en tus brazos, Assur… —Se echa a reír de pronto—. ¿Y sabes qué? ¡Que cuando hacemos el amor me lleno totalmente de energía!
—¿Eso qué significa, que quieres que te haga el amor ahora?
Pregunto mientras comienzo a acariciarla. Me mira con ojos juguetones y me besa, eso es todo lo que necesito como respuesta. Desato su capa y la extiendo sobre una cama de hojas, al abrigo del grueso tronco del árbol, y ella me suelta el pelo y aspira el olor de uno de los mechones que coge entre sus dedos.
—Hueles tan bien, Assur…
Comenzamos a desnudarnos; después, la abrazo rodeándola.
—¿Tienes frío?
—No, qué va, siento tu calor por todo mi cuerpo.
Vuelve a sonreírme y capturo su roja boca, es como morder una dulce fruta madura. Un demoledor deseo me recorre y hace que la pegue más a mí, me demoro en contemplarla a la luz de la luna, porque es tan exquisita como una ninfa del bosque. Siempre he querido tenerla así, la verdad es que desde el primer momento que la vi subiendo por ese muro he deseado esto… ¡Si hubiese sido más sincero y valiente, la hubiese seducido en el bosque esa misma noche y no habríamos perdido este precioso tiempo!
Acaricia mi rostro y mi cabello.
—Hazme el amor, por favor Assur…
Me enloquece oírla decir esas cosas. Tumbo su cuerpo y acaricio sus pechos y caderas despacio, es la criatura más deliciosa que jamás he visto, deseo tenerla de inmediato y cubro su cuerpo con el mío. La beso apasionadamente, su piel se eriza y hace un ruidito que me vuelve loco; entonces tengo la certeza de que tendré que poseerla si no quiero sucumbir por este feroz deseo que me consume. Gime con fuerza cuando lo hago, se arquea y me pide más. Estoy muy excitado, pero quiero ir despacio; esta vez quiero alargar al máximo estas maravillosas sensaciones, porque muchas veces la tomo tan arrebatadamente que se me olvida recrearme más en este intenso placer. Grita contra mi boca diciendo mi nombre justo antes de que yo me derrame dentro de ella, y no puedo hacer otra cosa que perderme en esta exquisita locura. Abrazados y colmados de la pasión de nuestros cuerpos, permanecemos unidos un buen rato. Ella, a continuación, me dice riéndose lo bien que ha ido la terapia de reanimación y lo estupendo que ha sido, y yo, consumido por las tremendas sensaciones que me hace experimentar, vuelvo a tener unas inmensas ganas de poseerla de nuevo… ¡Solo deseo llevármela, esconderla y estar con ella por el resto de la eternidad! Pero noto cómo un escalofrío recorre su cuerpo y me doy cuenta de que tendré que llevármela de aquí, porque la noche se ha puesto más fría. Nos vestimos rápidamente y la abrazo con fuerza, quiero llevarla así hasta la cantera para resguardarla del frío, pero ella me pide que le deje caminar, porque moviéndose entrará antes en calor. Cuando llegamos, Uriel está esperándonos y es cuando mi pequeña nos cuenta todo lo que ha oído en la mansión. Yo me he olvidado por completo de preguntárselo por la deliciosa parada que hemos hecho en el bosque. Nos relata todo, incluyendo el paradero de Baruc y la muerte del asqueroso bastardo del burdel… ¡Una gran rabia me invade por no haber sido yo el que lo hiciese! Uriel me aparta un instante a un lado y, con una mirada cómplice, mi fiel amigo se ofrece para ir él a avisar a Marcus en mi lugar, sugiriendo que debo llevar a Wanda a un sitio caliente porque se está congelando de frío. Tiene razón. Monto a Wanda en Bungi y nos dirigimos rápidamente hacia mi casa, donde podrá descansar como se merece. Preparo un baño en cuanto llegamos, para calentarla, aunque yo lo hago nada más verla desnudarse. Entonces, sin poder evitarlo, volvemos a hacer el amor, esta vez hasta el amanecer. ¡Nunca me canso de tenerla! Después dejo que duerma, ya que no quiero agotarla; debe descansar para recuperarse de esos preocupantes desmayos. Cuando se despierta, lo hace completamente restablecida y desayunamos pastelillos del barrio judío. Vuelve a dejarme contemplar su maravilloso cuerpo desnudo asomado a la ventana buscando el sol de la mañana. Está tan preciosa así que me quedo ensimismado recreándome en sus curvas y no me doy cuenta hasta unos momentos después de que su mirada se ha quedado entristecida… ¡¿Qué pensamiento será el culpable de arrebatarle la alegría de sus hermosos ojos?!
—¿Qué es lo que te ocurre, iyari? ¿Te preocupa algo?
Me mira forzando una sonrisa haciéndome ver que no es nada.
—No tengo los poderes que tú, pero sé cuándo me mienten. Puedes contarme lo que sea.
Durante un buen rato se queda en silencio mirando a través de la ventana. Sé que está inquieta por algo, puedo sentirlo y necesito que me lo diga.
—Está bien, Assur, pero es algo que no te va a gustar… Debo irme hoy. Los desmayos son cada vez más frecuentes y la energía se me está agotando por momentos, creo que estoy casi al límite.
¡Dioses, se me cae el mundo encima! ¡Por unas horas se me había olvidado todo esto! ¡La sombra que he estado tratando de relegar estos últimos días ahora se muestra ante mí sin que pueda ignorarla más! ¡Me está diciendo que mañana ya no podré tenerla, que ya no estará aquí conmigo, que solo podré recordarla torturándome a cada momento que lo haga!
—Ahora eres tú el que se pone triste. No quiero penas, ya sabíamos cómo iba a acabar esto, así que disfrutémoslo hasta el final. —Se acerca hasta la cama y se sienta a mi lado—. Sonríeme, Assur; quiero recordarte con esa bonita boca sonriéndome.
Lo hago, pero es más una mueca que otra cosa; no puedo pensar, me he quedado vacío, paralizado, sin saber qué hacer. De repente siento la acuciante necesidad de decirle que la acompañaré hasta Germania, así podremos tener un poco más de tiempo para estar juntos… Sé que estoy engañándome y retrasando lo inevitable, lo único que puedo hacer es a aferrarme a estar con ella hasta que parta de París, sin preocuparme de nada más.
—¡Iyari, dime que estaremos juntos hasta que te marches de la ciudad!
Me empuja y caigo bocarriba en la cama, a continuación trepa por mi cuerpo y se sienta a horcajadas encima, haciendo que casi se me olvide el abatimiento que siento cuando comienza a acariciarme.
—Por favor…
—No quiero hablar de eso ahora Assur, solo quiero tenerte.
Sus atenciones son tan apasionadas que ya no puedo pensar nada más que en el placer que me da. Besa todo mi cuerpo y se demora en cada rincón hasta que se pierde acariciando y lamiendo la carne palpitante de mi miembro y yo no puedo hacer otra cosa que derramarme violentamente gritando su nombre. Mientras disfruto de las sublimes sensaciones que aún azotan mi cuerpo, me sonríe traviesa, se sube de nuevo encima y comienza a cabalgarme, haciendo que ambos, con los movimientos de sus caderas, explotemos frenéticamente y nos desplomemos el uno en los brazos del otro saciados y contentos. Yo me siento el hombre más feliz de la tierra por tener un tesoro como ella. La abrazo más fuerte para que nadie pueda arrebatármela, y es cuando me pide que le hable en mi lengua, como aquel maravilloso día en que la descubrí bañándose en el bosque y que fue el momento en que comenzó esta maravillosa locura. Mucho tiempo después, acurrucada contra mi pecho, me habla mirándome a los ojos.
—Eres tan estupendo, tan cálido y bueno que siempre voy a recordarte…
—Iyari, no quiero recordarte, quiero tenerte en el futuro.
—…Siempre tan atento y protector, unas veces dulce y otras duro, pero siempre maravilloso…
Me pone los dedos en los labios para que no vuelva a decir nada, pero yo solo quiero que me diga que volveremos a vernos.
—Te necesito; no puedes dejarme, tenemos que encontrarnos de nuevo porque estamos predestinados.
Se queda mirándome en silencio
—¿Me buscarás en tu tiempo, iyari?
Aparta la mirada; está nerviosa, noto su corazón muy agitado, cojo su barbilla suavemente para hacer que me mire.
—¿No te gusto?
—Mucho, Assur; me encanta estar contigo. Este tiempo ha sido magnífico y jamás lo olvidaré. Han sido unos días maravillosos y los recordaré mientras viva, espero que tú también lo hagas; me conformaré si solo durante unos instantes te provoco una sonrisa… Cuando vea una construcción de piedra me vendrán a la cabeza tus manos y lo que me hiciste descubrir esa tarde en Chartres, sonreiré eternamente cuando vuelva a ver unas termas y contemple la imagen del dios Neptuno, ya que fue un regalo fantástico que significó mucho para mí.
—¡Yo sin embargo haré algo más que recordarte! De eso puedes estar segura; tú también significas mucho para mí…
Mientras ríe y me besa dulcemente, pasa su mano despacio por los contornos de mi cara cerrándome los ojos. Inmediatamente empiezo a percibir una sensación de paz y calma total, un silencio insondable que se convierte en una tremenda fuerza que me arrastra a un estado de profunda quietud dentro de mi mente. No puedo pensar ni recordar, no puedo hacer nada, solo dejarme ir por el pesado sopor que me inunda. Entonces, muy lejos desde algún recóndito lugar, oigo su voz y noto la deliciosa sensación de su abrazo y un beso de sus labios.
Assur, te deseo lo mejor del mundo…
Está tan guapo así dormido… Seguro que cuando se despierte se enfadará mucho, pero yo ya estaré muy lejos de aquí. Es lo mejor que puedo hacer y lo más sensato, porque no hubiese podido soportar estar con él hasta el final y alejarme para no volver a verle. Con este hechizo evito todo eso. Sé que soy una cobarde, pero no quiero hacer otra cosa, no puedo, no debo verle más después de esto, encontrarme con él en el futuro sería desastroso… Seguramente cuando abra esos bonitos ojos todo habrá pasado y probablemente dentro de unos días seré para él un pequeño recuerdo, nada más. Para mí será un poco más difícil, aunque acabaré superándolo, siempre he sido una chica fuerte…
Me visto despacio sin poder apartar la vista de él. Estoy grabando en mi memoria todos los detalles de su cara y su cuerpo. Cuando termino, echo un último vistazo a su habitación, a sus cosas, y todo me hace sonreír, porque regresan a mi cabeza muchos buenos recuerdos. Me acerco para darle un último beso. Al hacerlo casi me derrumbo, porque se me hace un nudo en la garganta que no me deja respirar. Sé que si sigo aquí así, contemplándole, me voy a poner a llorar y no voy a poder parar en cien años. Doy media vuelta y bajo deprisa, sin pensar, las escaleras; abro la puerta y salgo a la calle sin querer mirar atrás. No quiero ni puedo, porque tengo la certeza de que si lo hago me quedaré aquí atrapada y todo me dará igual, no me importará ya nada salvo permanecer a su lado.
¡Hasta siempre, Assur; nunca me olvides, porque yo no lo voy a hacer!
Cuando llego a St. Julien, Marcus está reunido en su despacho, según me informa Pierre, y le digo que no le moleste, así tendré tiempo para prepararme. Voy a mi habitación y termino de guardarlo todo y cambiarme de ropa. Me pondré las calzas y el jubón de nuevo, que será lo más cómodo y práctico para el viaje. Al cabo de un rato llaman a la puerta; es Marcus.
—¿Ya te vas?
Asiento y veo que trae un paquete en las manos.
—Le he dicho a Pierre que te prepare un poco de comida para el camino.
—Muchas gracias.
Se queda callado, con gesto triste; parece incómodo.
—Wanda, ten mucho cuidado, en las calzadas hay muchos peligros…
—No te preocupes, me valdré de magia para evitar cualquier contratiempo.
—¡Te voy a echar mucho de menos!
—Yo a ti también, Marcus; a todos, la verdad.
Intentando no desmoronarme, me dirijo al escritorio y cojo el pequeño libro que me entregó al principio y que he usado como diario. En él he apuntado y dibujado todo lo interesante que me ha ocurrido. Cojo además el dibujo que le prometí y los cuchillos que me prestó.
—Esto es para ti, en agradecimiento por haber tenido tanta paciencia conmigo. Es un regalo por lo bien que me has tratado y por todo lo que has hecho por mí.
Me mira emocionado y, sin poderlo remediar y en un impulso, me abraza. Cuando nos separamos, sin decir nada, me ayuda con la bolsa y empezamos a bajar. Casi abajo y más calmado, me dice que Askar y Uriel están en el patio porque se han quedado para despedirse. Ellos eran su visita de antes. Bajamos y, efectivamente, están esperándome; me acerco.
—Wanda, ¿no quieres que te acompañemos?
Me pregunta Uriel, sonriendo como siempre.
—No, muchas gracias. Si todo sale bien, llegaré mañana al atardecer a mi destino. Esto significa que usaré magia, porque no puedo perder tiempo.
—Entendido —contesta sin quitar la sonrisa.
—Ha sido un verdadero placer haberos conocido y haber colaborado con vosotros…
Les tiendo la mano. Askar, que no ha dicho nada todavía, me la aprieta entre las suyas sonriéndome y asintiendo en silencio para a continuación despedirse. Seguidamente cojo los paquetes que me ha ayudado a bajar Marcus y me dirijo al establo, pero Uriel, antes de que me meta, me aparta a un lado para decirme una última cosa. Directamente me pregunta por Assur, ya que daba por hecho que estaría aquí para desearme suerte y decirme adiós.
—Ya me he despedido de él, ahora está durmiendo.
—¿Durmiendo? ¡Nosotros no dormimos, Wanda! —dice muy extrañado.
—Verás, le hice un conjuro para que lo hiciese; despertará dentro de unas horas, cuando yo esté ya muy lejos de París
Se queda un momento callado y pensativo.
—Comprendo, aunque no sé si sabes que se pondrá hecho una fiera cuando se entere, qué digo una fiera, será una verdadera furia, ya sabes el aprecio que te tiene… Si te parece, estaré allí cuando lo haga e intentaré convencerle para que no salga detrás de ti, pero no te prometo nada, Wanda.
—Gracias, te lo agradezco, es mucho mejor así. Siento hacerle sufrir tanto e importunarte a ti también.
—No es nada… —responde un poco azorado.
—Adiós, entonces.
—¡Hasta que nos volvamos a ver, Wanda!
Necesito salir de aquí cuanto antes y me apresuro a entrar en el establo, creo que ayudar a Philipe a ensillar a Alder me calmará un poco. Hablar de él no me hace ningún bien, me afecta demasiado. El atento Philipe enseguida se acerca para cogerme los bultos.
—¿Vas a salir a dar un paseo, Wanda? —me pregunta el chico, curioso.
—No, esta vez regreso a mi casa, aquí ya he terminado.
Se queda parado en seco y su aniñada cara revela una gran decepción, que intenta ocultar de inmediato.
—Pero volveremos a verte, ¿verdad?
Sonrío y le revuelvo el pelo.
—No, vivo demasiado lejos para regresar.
—Entonces…
—Entonces esto es una despedida en toda regla —digo acercándome. —Sé bueno y haz caso a Marcus.
Asiente y baja la cabeza disimulando que está bastante afectado por la noticia. Se da media vuelta y se apresura para meter todo mi equipaje en las alforjas. Cuando todo está hecho, viene junto a mí, aún cabizbajo.
—Me ha gustado conocerte y quiero que sepas que no te olvidaré…
Sonrío por la sinceridad de sus palabras.
—A mí también me ha gustado mucho conocerte, has sido el mejor caballerizo que he tenido nunca, hasta a Alder, a pesar de lo alborotador que es. Seguro que le has gustado mucho.
Le doy un beso en la mejilla y en un arrebato él me abraza con fuerza, casi ahogándome. Siento sus agitadas emociones. Está muy triste porque siente algo especial por Wanda y sabe que no va a verla más. De repente, se aparta avergonzado por lo que ha hecho y sale corriendo veloz por la otra puerta del establo.
—Adiós, Wanda; hasta siempre —le oigo decir mientras vuelvo a sonreír.
Después, cuando me quedo sola, respiro hondo y me contengo, dispuesta a terminar cuanto antes con esto. No me gustan las despedidas y esta se está alargando demasiado. Me acerco a Alder y le acaricio el hocico. Ojalá yo estuviese tan entusiasmada como lo está él por el viaje. Inesperadamente en mi cabeza surgen imágenes de Assur y tengo que respirar hondo y tranquilizarme otra vez para poder continuar. Haciendo un gran esfuerzo, pongo el pie en el estribo para subirme en la silla y no demorar más mi partida; entonces es cuando siento cómo uno de mis ya habituales mareos me sorprende y me tira al suelo…
¡¡Mierda, mierda y mil veces mierda!!
Pero unas fuertes manos me sujetan antes de caer y una voz grave y serena me pregunta si estoy bien. Abro un poco los ojos y reconozco a Askar cuando el dichoso mareo me da una tregua. El discreto y comedido Askar parece que me ha seguido hasta el establo muy oportunamente. Consigo hablar para contestarle.
—No estoy bien, Askar, estoy al límite de mis fuerzas, pero si descanso un poco me repondré enseguida.
—No puedes partir así —añade en un tono un poco autoritario.
—Tengo que hacerlo, no puedo permanecer más tiempo aquí; si no me marcho, no podré irme nunca y Wanda y yo nos perderemos y desapareceremos para siempre…
—¿Por qué has esperado tanto para marcharte? ¡Te has expuesto demasiado, querida!
De pronto me recuerdan a alguien esas palabras.
—La misión lo requería, pero aún tengo algunos recursos… Estaré bien, de verdad; soy más fuerte de lo que parezco, Askar…
Parece que no ha escuchado mis últimas palabras y vuelve a insistir.
—Deberías habernos informado de tu situación y nosotros te hubiésemos ayudado impidiendo que te pusieses tanto en peligro. ¡Querida, debes tener mucho cuidado, porque deseo verte en el futuro!
—Conseguiré llegar, te lo prometo, y nos veremos en el futuro. No vais a libraros tan fácilmente de mí. Te arrepentirás de lo que me acabas de decir, en realidad soy más molesta e impertinente de lo que he sido aquí; muchísimo más, te lo garantizo…
Me abraza con cariño sincero. El mareo empieza a desaparecer y, casi recuperada, decido partir. Me ayuda a subir sujetando a Alder y ya arriba, concentrando toda mi magia, hago el último conjuro para el caballo y para mí. Viajaremos rápidos y sin cansarnos hasta Germania. Una luz azul nos envuelve y nos recorre, hace que el animal relinche y se ponga a dos patas. Me despido rápidamente de Askar y salgo por la puerta del establo al patio para llegar hasta la calle, donde comienzo mi largo camino. Atravieso muy rápido la ciudad para no caer en tentaciones, voy por unos caminos que discurren alejados de donde se encuentra su casa. Entonces las lágrimas me amenazan seriamente con salir y no parar, aunque consigo otra vez contenerme, esforzándome por concentrarme y pensar solo en el viaje que me espera. Unas cuantas horas después de dejar atrás París, cuando está ya anocheciendo, tengo por primera vez la sensación de que me observan. Miro a todas partes, pero no veo nada; es cuando alzo la vista distraída al oscuro cielo iluminado por la luna cuando advierto que hay algo que vuela por encima de nosotros.
Al principio desecho la idea y pienso que son imaginaciones mías, pero después de mucho observar descubro que verdaderamente es una criatura y que me sigue. Lo único que alcanzo a distinguir es su tamaño, es inmenso, y que tiene alas. Estoy muy intrigada, aunque como no puedo hacer mucho más, lo dejo estar. Pienso que si intenta hacernos cualquier cosa deberé defenderme, pero mi intuición me dice que este no es su cometido. Continúa con nosotros durante toda la noche, e incluso cuando paramos para refrescarnos y comer algo de madrugada, sigue sobrevolándonos en círculos. Sopeso entonces realizar algún conjuro para averiguar algo, aunque enseguida desecho la idea, porque debo conservar toda la energía que pueda para otras cosas más importantes que puedan surgirme en el camino. Retomamos el viaje y justo al amanecer empiezo a sentirme débil. Creo que mi problema se está agravando, y muy seriamente. No quiero pensar en ello y hago un esfuerzo para mantenerme centrada en el camino y lo más despierta posible. Cruzamos la frontera que une Francia con Alemania dejando a un lado la ciudad de Estrasburgo, junto a su río y su bonita catedral.
Aún sigo en pie, y mi extraño acompañante continúa con Alder y conmigo. Cabalgo pensando solo en esto, incluso si a nuestro extraño compañero le da por descender y presentarse ya no me importa demasiado, mi prioridad máxima es llegar como sea. Entramos en territorio de la Selva Negra a mediodía y vuelvo a parar para descansar un poco y para que Alder se refresque, parece ser el único de los dos que se encuentra bien. Me acerco a la orilla de un río para beber, pero en ese preciso instante caigo de rodillas, sin fuerzas para levantarme. Lucho para que mi cabeza no se desconecte, pero creo que es una batalla perdida…
¡¡Tienes que levantarte, Stella!! ¡¡Lucha; vamos, levántate!! ¡¡Ya falta muy poco, estás muy cerca de la casa de Wanda!! ¡¡No te rindas ahora!!
Los ojos me pesan una tonelada y no puedo mantenerlos abiertos, al final no podré conseguirlo. Parece que hasta aquí ha llegado toda mi aventura. Quizá después de todo me haya extralimitado y ahora esté pagando las consecuencias… Mi energía se perderá entre dimensiones y Wanda morirá aquí, congelada, cerca de su hogar… ¡No, no puedo permitirlo! Después de todo el esfuerzo empleado por mí y por el resto de las personas que me han ayudado, no puedo ni debo dejar que esto termine así. Intento levantarme agarrándome a una piedra grande que sobresale en la orilla, aunque de pronto siento una fuerza que lo hace por mí. En un impulso miro al cielo y no veo a nuestro acompañante, no sé por qué lo hago, porque poco importa ya si se ha ido o no, no puedo mantener los ojos abiertos, así que los cierro y vuelvo a caer en el peligroso sopor que me arrastra. Noto un calor muy agradable y me dejo llevar para descansar, quiero hacerlo porque estoy muy cansada, porque me lo merezco…
—¡Wanda, despierta, debes continuar!
La voz me resulta familiar, pero la oigo muy lejos. Algo muy fuerte me zarandea y vuelve a ordenarme que despierte. Percibo cómo Alder no para de moverse y relinchar muy nervioso; entonces, con un gran esfuerzo, abro los ojos para ver de quién se trata. Reconozco al instante esa mirada color marrón, enfoco poco a poco acostumbrándome despacio a la luz y veo la figura de Askar intentando reanimarme. Entiendo entonces que el extraño compañero de viaje ha sido él. Pretendo sonreírle para darle las gracias, pero creo que no ha sido una de mis mejores sonrisas, aunque tendrá que valer de momento porque las palabras no me salen.
—¡Wanda, no te rindas; después de lo que te ha costado llegar hasta aquí no debes hacerlo!
Tiene razón, pero estoy tan agotada que no puedo más. Me abraza enérgicamente para darme calor y continúa alentándome.
—¡Hazlo por Assur! Si se entera de que después de llegar hasta aquí no lo has conseguido, su rabia y su dolor serán terribles por haberte perdido en vano.
Vuelve a tener razón: si Assur averigua que no lo he conseguido, seguramente se echará la culpa de todo y sufrirá demasiado…
¡No puedo permitir eso!
Intento moverme, parece que el calor me está haciendo bien, Askar lo nota y frota con más vigor mi espalda y brazos.
—¿Por qué me has seguido? —consigo decir finalmente con un hilo de voz.
—No podía dejar que fueses sola después de ver cómo estabas en el establo, alguien tenía que hacerlo, aunque te habías empeñado en que nadie te ayudase. Marcus nos comentó que te habías negado a que dispusiese algunos hombres para acompañarte porque usarías magia y no podrían seguirte, así que si no habías querido su ayuda ni la de Assur tampoco, ya que te oí también decírselo a Uriel, solo quedaba esta opción. Llevo haciéndolo desde que dejaste la ciudad, solo transformándome he podido seguir tu ritmo de viaje.
—Gracias, Askar…
—Es lo menos que podía hacer; además, tienes que volver a tu tiempo para activar el amuleto, ahora no puedes rendirte y darles a nuestros enemigos la oportunidad de ganar.
Parece que me estoy animando un poco, tengo que conseguirlo. Askar tiene razón, no puedo tirar por la borda todo el sacrificio hecho porque estoy muy cerca del final de esta historia, no puedo rendirme tan fácilmente. Me pongo de pie con su ayuda y comienzo a andar con esfuerzo. Siento cómo el aire frío me despeja de inmediato, respiro hondo y cierro los ojos buscando mi magia, aún sé que me queda energía para llegar. Permanezco descansando un poco más bajo la atenta mirada de Askar y los relinchos nerviosos de Alder, hasta que finalmente puedo retomar el camino. He repuesto algunas fuerzas y debo usarlas para llegar antes del anochecer, porque no puedo alargar más esto.
—Wanda, ¿podrás continuar? —pregunta impaciente y preocupado.
—Creo que sí, ya no queda mucho… Gracias por todo otra vez, Askar…
—No hay de qué, querida, aunque quiero que me prometas algo: quiero que te cuides para poder regresar a tu tiempo y que nos podamos conocer verdaderamente cuando actives el amuleto.
Sonrío por la insistencia. Estas criaturas son realmente muy perseverantes y comprendo por qué tallan dura y sólida piedra.
—Está bien, te lo prometo, Askar.
—De acuerdo. Entonces, si te parece, te seguiré hasta tu destino y cuando vea que estás a salvo me marcharé. Si me necesitas, puedes llamarme.
Aprieta mi mano para infundirme ánimos y veo en sus ojos preocupación e interés, asiento un poco emocionada, porque estos gestos me llegan mucho. Agarra las riendas de Alder y me ayuda a montar y a acomodarme en la silla; el caballo se pone muy inquieto y piafa.
—Creo que mi verdadera forma le asusta.
Espera para ver cómo me encuentro y no me da las riendas hasta que se convence de que estoy lo suficientemente fuerte para continuar.
—Hasta pronto, Wanda.
Le sonrío y reanudo el camino. Bajo el ritmo e intento disfrutar del paisaje para distraerme. Pronto Wanda estará a salvo y yo podré marcharme tranquila con la misión cumplida. Miro hacia el cielo y veo a mi protector sobrevolándonos, creo que puedo sentir su mirada atenta sobre mí, aunque la criatura de ahí arriba tiene poco que ver físicamente con el Askar que conozco. Es casi una sombra oscura en el cielo atardecido, tiene unas alas enormes, sus pies y manos son grandes garras, y me parece ver que encima de su cabeza tiene cuernos. El resplandor plateado que le envuelve le confiere un aire verdaderamente aterrador, aunque para ser sincera no me asusta ni tengo miedo alguno; si bien no les he visto nunca de cerca, hay algo en estas criaturas impresionantes que me atrae, pareciéndome de lo más perfectas y magníficas. Cerca del bosque donde había estado con Blaz antes de partir, mis fuerzas vuelven a fallar y esta vez es la definitiva, creo que ni siquiera con el calor y los ánimos de Askar me recuperaré. Pierdo el equilibrio y tengo que agarrarme con fuerza al cuello de Alder para no caerme, me falta el aire y no puedo volver a erguirme en la silla; da igual, continuaré así hasta el pueblo, que ya no queda lejos. Aprieto mi cuerpo contra el del animal y lo espoleo para que vaya más deprisa, pero un distante silbido hace que el caballo se pare de repente y reanude la marcha más despacio y en otra dirección a la que yo quiero ir… ¡No, ahora no, Alder, ¿qué te pasa?! ¡Tienes que llegar hasta casa, no hay tiempo para juegos! Pero no puedo impedírselo, sigue el camino y yo me rindo porque no tengo fuerzas. Ha anochecido y por las rendijas de mis pestañas no entra casi nada de luz, ya prácticamente no puedo abrir los ojos, hago un esfuerzo para que me salga la voz y llamar a Askar, aunque tampoco puedo. Alder vuelve a pararse inesperadamente y oigo una voz masculina que habla en otra lengua, pero que entiendo sin problemas, parece que me conoce…
—¡¡Wanda, mi dulce niña ¿qué te ocurre, estás herida?!! ¡No te preocupes, ya estás en casa! ¡Tranquila, yo te llevaré!
Consigo abrir un poco los ojos y distingo el rostro de Blaz. Noto que ya no estoy en la silla de montar y que me lleva a alguna parte. Me calmo, porque esto significa que he llegado y que después de todo Wanda está a salvo. Empiezo a sentir que me cuesta respirar, pero hago un esfuerzo y reúno todas las fuerzas que me quedan para lograr hablar.
—…Solo necesito descansar… Te he traído a Wanda y a Alder sanos y salvos, como te prometí, Blaz… Ahora debo marcharme porque no puedo permanecer más tiempo aquí…
Me parece ver que nos acercamos a una casa, creo que es la casa de Wanda. Fijo mis desenfocados y cansados ojos hacia el oscuro cielo, reconozco la gran figura de Askar, que todavía nos sobrevuela. Ha llegado el momento de despedirme.
—…Muchas gracias por todo, Askar… Estaré bien… Esta gente cuidará de Wanda…
Lo digo en voz muy baja, aunque con la certeza de que Askar me ha oído perfectamente. Consigo distinguir que da unas cuantas vueltas más para terminar desapareciendo en la oscuridad de la noche. En este preciso momento sale alguien más de la casa a la que nos estamos acercando, noto cómo me acaricia la cara con cariño.
—¡Dios mío, Blaz, está muy pálida! ¡Deprisa, llévala dentro, a su cama, debe entrar en calor!
—Sí, Adalia; creo que está hasta delirando, porque dice palabras en otra lengua…
Blaz parece obedecer, pero yo no puedo seguir manteniendo los ojos abiertos, noto cómo me tumba en un sitio bastante mullido y cómodo y comienza a desnudarme. Desata la capa y me quita las botas; a continuación oigo de nuevo a la mujer, que reconozco que es Adalia, termina de quitarme la ropa y la cambia por un grueso camisón de lana. Con un paño caliente me frota la cara, las manos y los pies para que entre en calor, mientras Blaz me da pequeñas friegas en las piernas y en los brazos. Finalmente, me echan unas cuantas mantas por encima y acomodan unos almohadones bajo mi cabeza.
—¡Por fin estás de vuelta! Debes descansar y reponerte. ¿Qué te ha pasado, Wanda? —me pregunta Adalia bastante alterada.
Hago un último gran esfuerzo para poder explicarles, tengo que despedirme, pues no me quedan muchas fuerzas más y aún tengo que regresar. Intento incorporarme, unas fuertes manos me cogen y lo hacen por mí. Abro un poco más los ojos para mirarlos a ambos.
—Creo que he estado demasiado tiempo aquí. Mi energía está muy debilitada, aunque lo que vine a hacer ha terminado con éxito…
Cierro los ojos y hago una pequeña pausa para tomar aire.
—No puedo daros detalles… Wanda y Alder están bien, ahora solo deben descansar… Cuando me vaya. Wanda quedará sumida en un profundo sueño y no recordará nada de lo que ha pasado desde que tomé su cuerpo. Podrá seguir con su vida sin ninguna secuela.
Hago otra pausa para recuperar el aliento.
—Adalia, en las alforjas están las cosas que te prometí para tus huesos, ya verás cómo mejoras… También hay dinero que me dio Selene, cógelo porque es para vosotras… Os agradezco de corazón todo lo que habéis hecho para ayudarme, ahora tengo que marcharme… Adiós, hasta siempre…
Me recuesto y cierro los ojos finalmente, con la última chispa de fuerza que me queda comienzo a concentrarme para buscar la energía que aún tengo. La veo al fondo del ya familiar túnel, esperándome para regresar.
Llego hasta ella y la toco. Al instante, me envuelve y siento una sensación plena de paz y serenidad antes de precipitarme y caer por un estrecho conducto, retorciéndome de mil formas distintas a una velocidad vertiginosa. Al fondo veo una intensa luz brillante en la que caigo con una gran fuerza, la recorro a continuación muy rápidamente y después me envuelve una gran oscuridad y noto un intenso dolor en todo mi ser…
¡No puedo respirar!
Tengo consciencia de todo, de dónde estoy, de mi cuerpo y de lo que me rodea, estoy mojada, inmersa en un líquido caliente y viscoso; no me puedo mover porque estoy rodeada de cables y ruidos intermitentes de máquinas. El dolor me atenaza entera, oigo cómo mi corazón bombea a toda velocidad, anhelante por un poco de aire que no llega. En un último momento, aspiro profundamente y el oxígeno entra en mis pulmones con gran dolor, como si fuese un frío y duro puñal. Grito, abro los ojos y una potente luz me ciega, aunque tengo la certeza de que he regresado…
¡Al final lo he conseguido!
Unas cuantas voces hablan a la vez a mi alrededor. Reconozco la del hombre creo que es Roberto, quiero decirle que estoy bien, pero no puedo porque no tengo fuerzas, una debilidad extrema se apodera de mí y me hundo en ella como si de arenas movedizas se tratase. Le oigo exaltado diciendo que mi pulso es muy débil y que me pierden, casi no noto cómo me quita todos los cables y vías. Abro los ojos otra vez, pero solo logro ver sombras. Mi cuerpo se ralentiza y mi conciencia pasa a ser una minúscula llama de luz azul sin brillo y casi agotada, que se apaga por momentos… Roberto tiene razón, me pierden porque me deslizo hacia la infinita oscuridad para fundirme en la inmensidad del silencioso limbo, pero una suave y maravillosa voz me llama por mi nombre, me captura y me trae de nuevo hacia la luz azul, que vuelve a brillar con fuerza. Un calor y una poderosa energía recorren mi cuerpo y lo llenan todo, la suave voz me da la bienvenida y me dice que ya estoy en casa, que debo descansar porque todo ha acabado. Después dice unas palabras que no comprendo, pero que me suenan como música celestial. Me dejo llevar por la agradable sensación de tranquilidad absoluta que me rodea y la alegría de estar de vuelta. Es lo último que pasa por mi mente antes de perderme en el profundo sueño que tanto deseo y que es mi mayor recompensa.
A las cuatro horas trece minutos de la madrugada he despertado, después de veintiocho días en el siglo xiii.