Tengo un poco de frío, aunque el despacho de Marcus está caldeado por la gran chimenea de piedra donde los troncos crujen al partirse por la intensidad del fuego. Hemos terminado de cenar y estamos apurando nuestras copas de vino tinto, uno que por cierto está bastante bueno y que según mi anfitrión lo cultivan en la orilla oeste del río, aquí en la ciudad. De repente se me ocurre que Francia ya comienza a despuntar respecto al vino y la comida, porque la cena ha sido digna de un restaurante de la Guía Michelin… Había leído en alguna parte, que ahora mismo no logro recordar, que hasta el siglo xiv no nacería el primer chef francés y escribiría el primer libro de cocina, Taillevent, o algo parecido, era su nombre… La cena, que ha constado de dos platos y postre, ha sido, aparte de exquisita, muy avanzada para su tiempo, porque cada uno hemos tenido nuestros platos, copas y cubiertos, y esto no es muy usual en la época, pues lo habitual es compartir todo además de la comida, así sean casas de familias adineradas o no. Esto demuestra que Marcus Chevalier es un hombre muy adelantado y moderno para su tiempo. Además, durante toda la cena mi anfitrión me ha contado cosas muy interesantes para tratar de entretenerme. Mientras degustábamos el primer plato, una sopa dorada, como la ha llamado (es una sopa de pan tostado con hortalizas y especias), me ha confesado que el uso de los cubiertos lo había adquirido en Italia, en el palacio ducal de Venecia, para más señas, donde también había probado las más maravillosas especias traídas de oriente. En el segundo, entretanto saboreábamos una rica trucha de río con una salsa muy suave con gusto a almendras, me ha contado que en el Reino de Granada, en España, había conocido a un califa que traía unas frutas exóticas de lugares tan lejanos como las grandes cataratas donde empieza el río Nilo. Ha seguido hablando y relatándome sus maravillosos viajes y las cosas tan exquisitas que ha probado en ellos durante el postre, una especie de fermento de leche parecido al yogur, acompañado de moras muy dulces, que me ha parecido riquísimo. La cena se me ha pasado volando y por primera vez en muchos días no he pensado en nada relacionado con todo este asunto. Me he sentido como una persona normal que conversa despreocupadamente durante una cena estupenda con un hombre muy interesante y agradable. Pero me insto a volver a la realidad, porque tengo que planificar los próximos movimientos. Marcus me mira y la sonrisa de sus labios desaparece súbitamente.
—¿Qué te pasa? Seguro que te has aburrido con tanta charla. ¡Tonto de mí, no me he dado cuenta de que tú ya sabes de sobra todas estas cosas!
—No, Marcus, ha sido una cena maravillosa. Precisamente estaba pensando que hacía muchos días que no me relajaba tanto; además, lo que me has contado, hasta para mi época es interesante. Aprecio mucho esta clase de historias, me encantan, aunque esta maldita cuestión no me deja en paz…
Veo que se relaja y enseguida intenta que yo también lo haga preguntándome sobre el lugar donde vivo.
—¿Cómo es, Wanda? ¿Está muy lejos? ¿Lo echas de menos?
—Es precioso, está al otro lado del océano, porque es una pequeña isla. Siempre que me alejo de ella la añoro mucho, sobre todo el clima y el mar; es un paraíso terrenal, los colores que tiene son los más vivos que hayas visto nunca, el mar es de un azul muy intenso y sus playas son de arena tan fina y caliente que querrías estar acostado en ella por siempre jamás.
Me quedo mirando al vacío recordando Martinica.
—Es verano todo el año y la gente siempre está en la calle, ¡hasta echo de menos el volcán que la domina, que a veces eructa como un condenado!
—¿Vives en una isla con un volcán? ¡Qué interesante, me encantaría verlo!
—Sí, Marcus, pero este es bueno, hace más de un siglo que no hace de las suyas… ¡Si dispongo de tiempo te prometo que ya que no puedes verlo te lo dibujaré, ese será mi regalo para agradecerte lo bien que me estás tratando! Y hablando de dibujar, si me das una pluma y papel, te dibujaré los otros dos amuletos que he visto en el cofre.
Mientras lo hago, aparece Pierre, el mayordomo y secretario de Marcus, al que no conocía aún. Es un hombre entrado en años, aunque con muy buena presencia. Parece serio, formal y muy servicial, porque recoge todo en un periquete y desaparece sin hacer nada ruido. Cuando volvemos a quedarnos solos le cuento toda mi aventura del castillo, saltándome, claro, ciertos detalles…, En su lugar le digo que he dejado que me miraran el escote; no quiero contar a nadie ese episodio tan denigrante. Poco después y sin darnos cuenta, la conversación nos absorbe, asentando los fundamentos principales a seguir del plan. Coincidimos en que habrá que poner vigilancia en la capilla para que nadie más se cuele y nos dé una sorpresa arrebatándonos el cofre. Marcus sugiere pedir algunos hombres a Guillaume de Sonnac, el gran maestre templario, que por casualidad se halla en París, ya que es un hombre muy ocupado. Hemos tenido mucha suerte: cuando no está en Tierra Santa en las Cruzadas, se encuentra en sus propiedades, en la región de Rouergue. Yo pienso en Akos, que es también la mejor opción por sus particulares servicios para impedir sorpresas vampiras inesperadas. Marcus está de acuerdo. Sabe que los vampiros están rondando siempre, y más después de habérselo oído decir a Selene, y por eso nos convendrá ser previsores. Decidimos entonces organizar cuanto antes una entrevista con todos los interesados, para empezar. Por último, quiero saber dónde se encuentran escondidos esos vampiros, y Marcus me habla con gran detalle de ellos. Por lo visto estamos rodeados de ellos, ya que París es su territorio. Es la urbe de toda Europa que más criaturas de estas alberga. Controlan los bajos fondos usando como lacayos a ladrones, rateros, timadores, maleantes y demás rufianes que frecuentan la zona norte, especialmente el barrio judío, el puerto de la otra orilla del río y el arrabal cerca de la fortaleza del Louvre. El cabecilla que maneja el cotarro es Safan, un viejo conocido mío que en el futuro, por suerte, ya ha abandonado este mundo. Poseen muchos inmuebles en la ciudad. Safan es dueño de casi todos los burdeles y salones de juego de la ciudad, y tengo que averiguar en cuál de ellos se esconde, por eso mañana iré a investigar a ver qué descubro. Quiero ver en qué está metido y qué trama al respecto de nuestro cofre ese presuntuoso aspirante a seductor de Safan… Marcus me propone asignarme algunos hombres para estas labores, aunque declino su oferta porque será mucho mejor que lo haga yo sola, ya que cuento con el factor discreción, porque aquí nadie me conoce, y puedo moverme con más libertad. Aparte, sé perfectamente cómo piensa y actúa ese petimetre. No dice nada, pero se queda serio y a mí me hace sonreír con afecto este gesto tan gentil y caballeroso. Se nota que aún no me conoce. Tiempo al tiempo; dentro de nada lo hará y se dará cuenta de que a los que tiene que poner protección es a los vampiros…
Antes de retirarnos, se acerca a la gran estantería que llena la pared más grande del despacho. De una de sus baldas, repletas de libros, coge uno encuadernado en piel color púrpura del que saca una pequeña llave de bronce, que me entrega. Me explica que en los sótanos hay unas escaleras que conducen a unos túneles subterráneos propiedad del edificio y de la Orden, donde se encuentran el scriptorium y la biblioteca (la importante y verdadera…) y que ambos están a mi entera disposición. Añade que allí podré documentarme, leer o simplemente pensar rodeada de silencio. Creo que no estará nada mal pasarme por allí, me encantará ver cómo es un scriptorium, ojear detenidamente los manuscritos de la biblioteca y ver con mis propios ojos los grabados e ilustraciones artesanales que tienen… ¡No todos los días se me presenta una oportunidad tan buena!
—Muchas gracias, Marcus, aunque tengo que abusar otra vez de ti. Necesito que me des un poco de papel, tinta y pluma para mi uso personal; estoy acostumbrada a dibujar a menudo y he pensado que mientras estoy aquí podría seguir haciéndolo.
—No es ningún abuso, Wanda, aunque tengo una idea mejor, a ver qué te parece.
Va hasta el otro lado del despacho y abre un armario, en donde rebusca durante un rato hasta que encuentra lo que quiere. Me entrega lo que he pedido, además de un pequeño libro de pastas de piel negra.
—Toma, si quieres puedes dibujar y anotar todo lo que llame tu atención durante tu estancia aquí, así cuando te vayas tendré una guía completa con las mejores ilustraciones, aunque solo si te apetece y te parece bien, no es ninguna obligación.
—¡Me parece estupendo y lo haré encantada!
Cuando piso la calle a la mañana siguiente, me siento como si hubiese dormido una semana seguida. He descansado toda la noche y al amanecer me he despertado involuntariamente y me he puesto a dibujar en el nuevo libro como hacía mucho que no me dedicaba a ello. Creo que es porque las cosas se están encauzando poco a poco y porque pronto voy a tener acción, lo presiento. Esto siempre me pone las pilas y me inspira bastante… Aparte, Pierre, el eficiente mayordomo, ha aparecido con un desayuno de lo más reconstituyente a base de frutas, cereales y un pan negro buenísimo; y después me ha sugerido la encantadora idea de darme un baño caliente en una de esas fantásticas bañeras de cuento. Esto, la verdad, ha terminado de animarme del todo. Un chico de unos catorce años ha aparecido trayéndola, junto a unos cuantos cántaros grandes de latón que han hecho falta para llenarla. Philipe, que así es como se llama el chico, en cuanto me ha visto se ha puesto rojo como un tomate, ha empezado a tartamudear y no ha vuelto a atreverse a mirarme. Por un momento he pensado que iba a salir huyendo de lo avergonzado que estaba el pobre, pero rápidamente me he puesto manos a la obra para intentar relajarle y ganármelo, porque me ha parecido simpático. He hecho que me contase cosas sobre él, me ha dicho que tenía catorce años, que era huérfano sin hermanos y que Marcus llevaba haciéndose cargo de él desde los ocho. Que sabe leer, escribir, cálculo y latín; además, me ha dicho orgulloso que ayuda a Pierre y a Marcus en recados importantes, aunque lo que más le gusta es trabajar en las cuadras, porque le encantan los caballos. Entonces ha sido cuando nos hemos puesto a hablar de Alder y se ha soltado del todo contándome cómo cuida a mi revoltoso amigo. Un rato después, su timidez había desaparecido. Cuando ha salido de mi habitación ya me llamaba por mi nombre sin tartamudear ni sonrojarse, y podría decirse que hemos empezado a ser amigos.
Me encamino directamente al barrio judío. Hoy la mañana está tan clara como la de ayer, y esto hace que haya mucha gente por las calles. París es una ciudad con mucha vida, en la mayoría de las calles por las que paso hay algún edificio en construcción y muchos puestos ambulantes.
La gente es muy habladora y todo el mundo se para con todo el mundo. En esta ocasión lo he hecho cerca de Notre-Dame y me ha impresionado ver lo hermosa que es. En un impulso he decidido acercarme a curiosear, pero he tenido que conformarme con ver los alrededores, porque en esta época no tienen abiertos los monumentos para que los visiten los turistas… Para eso habrá que esperar unos cuantos siglos, claro. He estado también en la Sainte Chapelle, que está al lado; no me la imaginaba tan grande ni tan bonita. El referirse a ella como el «Templo Relicario» no le hace ninguna justicia, con ese nombre tan soso te crees que vas a ver una especie de cámara acorazada parca, y nada más lejos de la realidad. Después de esto he continuado mi camino cruzando el río por uno de los numerosos puentes que hay, adentrándome en un mar de callejuelas que me han llevado hasta Les Halles, uno de los mercados más populares de la ciudad, que aún hoy en el futuro sigue siéndolo, aunque me imagino que con un poco más de pinta de mercado de abastos y no de rastro hippie improvisado. He echado un vistazo por sus puestos y me he dado cuenta que venden todo lo vendible, desde mercancías corrientes hasta los productos más curiosos y variados, como ojo de dragón húngaro. Paseando entre los numerosos y atestados puestos he visto a Yolara a lo lejos, atendiendo al público femenino que abarrotaba el suyo; parece que las mujeres de la ciudad se han dado cuenta de lo buena diseñadora que es. Si luego a la vuelta sigue estando aquí, me pasaré a saludarla. Cuando salgo de la plaza del mercado veo que delante de mí se extiende un laberíntico mar de callejuelas cuesta arriba. Empiezo a subir por una de ellas y noto que la gente es diferente. Hay mucha menos y se percibe un ir y venir importante dentro de los numerosos locales situados bajo los soportales. La gran mayoría son tabernas y pensiones, casi todas iluminadas como lo estarían en una noche cerrada. Continúo subiendo y ha sido cuando he visto un poco más de movimiento, seguro que por las prostitutas que desde las esquinas llamaban la atención a los futuros clientes con sus invitaciones provocadoras.
¡Vaya, parece que el negocio de la carne aquí no tiene horarios, aunque me imagino que para ganar unas cuantas monedas cualquier momento del día vale!
En uno de los pasajes casi sin luz diurna me cruzo con alguien que baja a toda prisa y que al pasar a mi lado me golpea embistiéndome con tanta fuerza que casi me caigo al suelo. Repentinamente siento una descarga dentro de mi cabeza al notar que es un vampiro, aunque creo que lo he disimulado muy bien a pesar de las hostiles formas de tratarlos que tengo fuera de aquí. Pero lo lamentable ha sido que después de golpearme y haber continuado andando unos cuantos pasos como si nada, el muy grosero se ha dado la vuelta y entonces ha venido hasta mí para agarrarme del cuello y espetarme una amenaza bastante fea que me ha puesto de muy mal humor.
Me he mordido la lengua, y no hablo en sentido figurado, para no decirle unas cuantas cosas, darle su merecido y enseñarle unos cuantos modales…, he tenido que callarme. Como no le he contestado, me ha soltado inmediatamente y ha seguido su camino maldiciéndome por lo bajo. He tenido que respirar hondo para calmarme pensando seriamente que no puedo permitirme estos arrebatos si quiero llevar a buen término mi cometido y mi tapadera aquí… ¡Pero el muy bastardo me ha sacado de mis casillas! Apretando la daga que llevo escondida en la pierna he terminado de recomponerme del todo creyendo conveniente cubrirme la cabeza con la capucha e ir con más cautela. Al instante he comprendido por qué los vampiros han hecho de este barrio su finca particular, ya que aparte de la gente que lo habita, como me refirió Marcus, es donde están los bajos fondos; las incontables callejuelas son tan estrechas y las fachadas de las casas tan torcidas que probablemente hasta en pleno verano deba ser difícil que penetre un ápice de luz solar. Sigo subiendo y nada más doblar una esquina y enfilar otra sinuosa callejuela me doy de bruces con una escena en la que no puedo hacer otra cosa que verme envuelta. Bueno, en realidad he querido hacerlo, porque no soporto las injusticias y menos que sus víctimas sean niños o mujeres, como en este caso…
Dos hombres estaban atacando a dos mujeres, una rubia y otra morena. Cada uno tenía a una de ellas; el más cercano a mí tenía a la rubia y le señalaba el cuello con un cuchillo desdentado y oxidado, exigiéndole que le diese todo el dinero. La mujer, pese a su situación, maldecía forcejeando con el tipo bajito y gordo, que además parecía estar bastante bebido. El otro fulano, directamente, estaba abofeteando a la otra mujer. Cada vez que lo hacía la sacudía de tal forma que si no fuese porque la tenía también agarrada, tendría que haberla recogido del suelo muchas veces. Este energúmeno no iba tan bebido como el otro y se le entendía mejor lo que decía. Las estaban intimidando para que les diesen las monedas que por lo visto habían ganado, a cambio de ofrecerles, los muy hipócritas, su protección y administración… ¡Vamos, que estos dos iban de listos y de chulos! La mujer morena ha gritado de pronto que no querían nada de ellos, y el borrachín ha empezado a reírse con todas sus ganas, porque su compadre le ha pegado muy fuerte. Para colmo, los pocos transeúntes que pasaban por allí lo hacían como si tal cosa, como si la escena fuese invisible; parece que esto debe ser el pan de cada día, que todos por aquí están muy acostumbrados a ver este tipo de espectáculos, pero yo no. Lo siento mucho, pero no voy a permitir esta mierda delante de mis narices y por eso voy a acabar con este bochornoso espectáculo ya… Me levanto levemente la falda y cojo la daga. La oculto rápidamente en mi manga izquierda, dispuesta a dar su merecido a estos dos. Doy unos pasos hacia el borracho y, con la ventaja de la sorpresa, le golpeo en el brazo haciéndole soltar el cuchillo y a la mujer a la vez. El estropeado utensilio cae en el empedrado y lo piso, arrastrándolo fuera de su alcance. Empujo a la mujer rubia para que se aparte y agarro al borrachín de la pechera para acercármelo a la cara. Tiene los dientes ennegrecidos y apesta a clarete y mugre. ¡Una joyita, vamos! Aprieto su cuello y el tipo empieza a retorcerse del dolor y a respirar con dificultad, para finalmente acabar de rodillas en el suelo, acobardado. Todo pasa en pocos segundos. El otro se queda tan sorprendido que suelta a la otra mujer inmediatamente para venir hacía mí. Entonces me vuelvo velozmente, sin dejar que reaccione, y le pongo mi afiladísima daga en el pescuezo, le hiero y le doy una buena patada en los testículos. ¡Tengo que decir que he disfrutado mucho, este desgraciado ha pagado por el vampiro de antes! Se encoge queriendo tirarse al suelo, pero no le dejo; le obligo a mirarme y, percatándome de que solo él me ve, cambio mi cara para parecer una criatura demoniaca e impresionarle, advirtiéndole que sí vuelve a molestar a alguna mujer, la furia de los infiernos caerá sobre él y se lo hará pagar muy caro. A continuación le ordeno que coja a su socio y se vayan de la ciudad para nunca más regresar. Echan a correr calle abajo como si les persiguiese el mismísimo diablo. Habiendo recuperado el aspecto normal de mi rostro, me acerco a las mujeres, que se han resguardado en un callejón próximo, muy sorprendidas y reticentes con lo que acaba de suceder.
—¿Estáis heridas?
Pero no me contestan y tengo que volver a insistir.
—¡¿Quién demonios eres tú?! ¿Por qué nos has salvado? —me pregunta la rubia con bastante hostilidad y desconfianza.
—¡Eso, dinos lo que quieres, nadie salva a dos chicas como nosotras sin querer nada a cambio!
La que habla ahora es la morena, que por sus maneras parece más atrevida que su compañera.
—¡Si es oro lo que buscas, ya se lo hemos dicho a los otros, no tenemos nada! —me grita enfadada.
—Tranquilas, os he ayudado porque no me gustan que abusen de la gente, y menos de las mujeres, No quiero oro; al contrario, si me dais información —saco la bolsa de dinero y cojo dos escudos de oro—, esto puede ser vuestro. Tomad, cogedlo; hay más si queréis ayudarme.
La morena los coge con reserva y los muerde uno a uno por el dorso para comprobar si son de verdad de oro. En este preciso momento se me ocurre una idea que pienso que puede funcionar. Quizá intervenir en esta situación me ha dado la oportunidad que ando buscando; creo que si me lo monto bien podré sacar información sin levantar sospechas, y serán ellas mismas las que me la proporcionen. Voy a intentar ganármelas para que esto sea así y funcione.
—Bien, y ahora, ¿dónde hay una taberna? Las penas con la barriga llena son menos penas; vamos a comer algo, os invito…
Se miran encogiéndose de hombros, un poco más calmadas, aunque extrañadas por la invitación; parecen todavía reticentes. La calle seguramente les ha enseñado a no fiarse de nadie. Comienzan a caminar en silencio y yo las sigo hasta llegar a un callejón cercano donde nos paramos frente a una desvencijada puerta que tiene un cartel de madera mohosa y carcomida, en el que casi no se puede leer lo que pone. Vuelven a mirarme expectantes, buscando mi aprobación, y como no digo nada, pasamos. Este lugar servirá como cualquier otro. Dentro hay pocas personas comparándolo con otros locales que he visto a lo largo de mi paseo. La rubia saluda al dueño por su nombre, un hombre que está detrás de la barra charlando con otro bajito y regordete. Le responde con un gesto de cabeza, y la muchacha, antes de que nos sentemos, le pide algo caliente, pan y vino. Mirándome de reojo y señalándome, añade que soy una pariente que ha venido a visitarlas a ella y a su prima. Lo dice en alto para que el tabernero y los demás parroquianos dejen de mirarme tan descaradamente y sigan a lo suyo. Parece que surte efecto, porque automáticamente dejan de prestarme atención, pareciendo que entro aquí todos los días. Nos sentamos en la mesa que está más al fondo. El lugar, aunque oscuro y pequeño, está, por lo menos, limpio. Al lado se encuentra la chimenea, detalle que las chicas y yo agradecemos enormemente, porque las tres estamos heladas; ellas porque seguro que todavía no han echado nada al estómago, y yo porque aún no me he acostumbrado a este clima…
—Soy Wanda, y vosotras ¿cómo os llamáis?
La morena vuelve a tomar la palabra, parece que es la que toma las decisiones de las dos.
—Yo soy Juliette, y ella es mi prima, Michelle.
—Encantada, Juliette y Michelle.
Me fijo en que a Juliette, la morena, se le están empezando a hinchar el ojo izquierdo y el labio, aparte de tener un morado muy feo en la otra mejilla.
—Juliette, deberías ponerte una compresa fría para los golpes de la cara.
—No pasa nada, dentro de unos días estaré como nueva chica.
—¿De dónde eres, Wanda? Tu cara no me suena, y tu acento tampoco —me pregunta de repente la otra, la rubia, Michelle.
Pienso durante unos instantes qué voy a decirles. No puedo contarles la verdad, así que me invento una historia convincente que además de hacer de tapadera me sirva para sacar información.
—Soy de Germania, he venido a buscar a mi hermana, Alicia. Vino a París a cuidar a mi viejo tío, que se quedó viudo recientemente, y ha desaparecido sin dejar rastro. Hace un mes de esto y la única pista que tengo es que la vieron cerca de aquí en compañía de un hombre llamado Safan.
Casi no he terminado de pronunciar el nombre de ese indeseable cuando me doy cuenta de que se han quedado blancas y que me hacen un gesto para que baje la voz. Creo que he dado en el clavo. En ese preciso momento, una mujer rolliza aparece con la comida. Sin decirnos absolutamente nada, se queda quieta mirándonos como si esperase algo. Juliette me da un codazo y entonces me doy cuenta de que tengo que pagar. Saco un escudo de plata y se lo entrego. Lo comprueba mordiendo uno de sus lados, asiente y sirve deprisa el puchero, la hogaza de pan y la jarra de vino que ha traído. Después se marcha sin decir nada. ¡Vaya, aquí son de pocas palabras! El guiso parece comible y por lo menos está caliente. Las chicas cortan trozos de pan para las tres y se lanzan al plato con apetito voraz, olvidándose de momento de nuestra conversación. Yo pruebo el vino y noto que es un poco peleón, porque al tragarlo un calor intenso me recorre la garganta y el esófago hasta el estómago, haciendo que tenga que quitarme la capa a continuación. Ellas comen varios trozos más de pan empapado en el guiso y beben varias veces de la jarra antes de continuar.
—El hombre al que buscas es peligroso. Si tu hermana ha sido vista con él… —Juliette mueve la cabeza en una negación—, chica, no es por desanimarte, pero nada bueno debe haberle pasado…
Hace una pausa para tragar la comida.
—Aquí abajo todos sabemos quién es, pero no le nombramos; tiene sus negocios en el barrio de arriba. Muchas chicas van a trabajar a sus locales porque dicen que los visitan todos los hombres con oro de París y se gana más, aunque ninguna de las que han ido para allá vuelve para contarlo. Mira, no lo sabemos realmente, pero creemos que a las chicas las hacen desaparecer, ¿sabes?
Queda en silencio unos momentos mientras veo asentir a la otra corroborando lo que dice su prima.
—¿Desaparecer?
—Sí, Wanda. No sé cómo decírtelo para que no creas que somos unas chifladas, pero ese hombre al que buscas —baja mucho la voz antes de continuar— es un vampiro.
Mira a ambos lados para comprobar que nadie nos está mirando ni oyendo. Me quedo entonces en silencio, simulando estar sorprendida, aunque lo que estoy haciendo es pensar qué debo contarles. Sé que cuanto menos sepan mucho mejor, y eso es lo que voy a hacer.
—Lo sospechaba, es a la conclusión a la que he llegado a través de mis averiguaciones, pero quiero saber dónde se esconde para vengar a mi hermana.
—Yo que tú no lo haría, es muy peligroso, y por mucho que sepas defenderte ese fulano no son dos borrachos a los que patear el culo… Estamos hablándote de una criatura maligna, adoradora del diablo, que bebe la sangre de sus víctimas hasta matarlas. Además, dicen que no se le puede matar porque los poderes del demonio le protegen… —responde Michelle acobardada, santiguándose y encomendándose a unos cuantos santos.
Yo tenía unas cuantas historias que contar respecto a eso y no precisamente otorgándoles esos poderes a los vampiros. Estos relatos siempre han sido más mito y leyenda que otra cosa, lo único cierto es sobre la voracidad de sangre y muerte que tienen, nada más.
—Dicen que vive en una mansión a las afueras con algunos más como él, aunque no sabemos exactamente dónde… Pero hay un hombre al que llaman Farés que es el que se encarga de sus locales y de proporcionarles las chicas que llevan a la mansión, no se sabe si él también es… ya sabes… Aunque es peligroso, sobre todo con las mujeres: hablan de que le gusta cortarles la cara y el cuerpo sin motivo. Alguna gente dice también que esas chicas no vuelven, que nadie las ha visto después, pero en realidad eso no le preocupa a nadie.
Me doy cuenta de que la información corre como la pólvora en este lugar, no sé hasta qué punto es verdad esto, pero mi instinto me dice que se acerca bastante a la realidad. Esas pobres chicas seguro que habrán muerto desangradas y mutiladas en las garras de esos indeseables. Intentaré que continúen obteniendo toda la información que puedan para mí.
—¿Podríais mantenerme al corriente? Por supuesto, sin arriesgar la vida, solo lo que se comente por el barrio. Os pagaré bien por ello; además, puedo enseñaros algunos trucos para defenderos, creo que os vendría bien.
—¡Sí, claro, te tendremos al día de los chismes de por aquí, chica! ¡Sobre lo otro, lo de aprender a repartir leña, podría estar bien, ¿a que sí, Michelle?!
La otra todavía preocupada, continúa con el tema anterior.
—¡Ten mucho cuidado, el asunto en el que te estás metiendo es muy peligroso!
Asiento pero sin decir nada, sé perfectamente lo que me hago. Mientras terminan el guiso y el vino, cogen confianza y me cuentan muchos detalles sobre ellas mismas. La bebida les está soltando la lengua y ahora parecen totalmente relajadas. Son primas por parte de madre, de la región de Normandía, de un pueblecito a los pies de las montañas, vinieron a París a hacer fortuna para poder comprar una granja para su familia. Al principio estuvieron trabajando en una casa rica de unos terratenientes en Orleans, pero pagaban muy poco y prefirieron esto, que es más rápido. Me confiesan que ya casi tienen el dinero y que solo tendrán que trabajar un año más para marcharse. Viven en una pequeña habitación cerca de aquí, que comparten con dos chicas más de la región de Dijon. Añaden también que el trabajo ahora está más difícil debido a los locales de Safan, porque los clientes van a ellos llamados por la publicidad que asegura que las mujeres allí son más guapas, más limpias y más complacientes. La gran mayoría de las chicas que están haciendo la calle se marchan a estos lugares porque se les promete seguridad y ganar más, aunque mis dos nuevas amigas aseguran que todas las que se van no vuelven, por lo menos sus conocidas. Sospechan que los vampiros tienen que ver directamente con ello.
Cuando salimos del local andamos unas cuantas calles en dirección este hasta que llegamos a la puerta de su pensión, quedamos en que regresaré en unos días para ver cómo va todo y comenzar las lecciones de defensa. Después de despedirnos, continúo subiendo hasta el barrio de arriba a ver si encuentro el famoso burdel vampiro. Empezaré por ahí y veré adónde me lleva el rastro. Está atardeciendo y en estos días de invierno como hoy entra tan poca luz por las torcidas fachadas de los edificios que en muchos recovecos y esquinas parece que es ya de noche. A medida que va desapareciendo la luz diurna los habitantes del barrio van tomando las calles. Me pongo otra vez la capucha, con los cinco sentidos alerta por si puedo ver u oír algo. Las chicas no se equivocaban en absoluto, Safan y sus secuaces son unos malnacidos y unos asesinos que están campando a sus anchas por la ciudad. ¡Cómo odio tener que mantenerme al margen! Si estuviese en otras circunstancias, los aplastaría, llamaría a Akos y los dos nos iríamos a cazar chupópteros, como él los llama, por todo París, pero este no es el momento ni el lugar y tengo que conformarme solo con ser miss Discreción. Durante unos instantes me deleito recordando cómo disfruté matando a Safan dos años antes en una aventura que resultó ser, poco después, bastante sangrienta y triste para mí, porque fue en la que perdí a mi abuela. La mujer más buena y con el corazón más grande que he conocido nunca acabó asesinada por una supuesta hechicera llamada Iskra, que se hizo pasar por aliada y que al final resultó ser cómplice de Safan, además de bruja, su amante y vampira. Una magia muy poderosa ocultó todo el tiempo su pérfida naturaleza, y fue alguien con un poder superior quien la ayudó, porque ella no tiene los recursos ni la imaginación para hacer eso. Descubrí poco después que quien la protegió fue una poderosa bruja llamada Sondrine que hizo que saliera victoriosa de todo aquello. Lo que empezó siendo un mero ataque vampiro terminó siendo una lucha despiadada en la que tuvieron que tomar partido los lobos. Durante muchos meses los espiamos y nos metimos dentro de su elitista sociedad, la lucha subió por las altas jerarquías vampiras y muchos acabaron muertos, como Safan, pero también druidas, hechiceras y lobos, aunque todos aguantamos y al final todo terminó bien en rasgos generales. Aunque la maldita Iskra se salvó, y ahora yo estoy esperando el momento adecuado para acabar con ella y vengar a mi abuela, y juro que no descansaré hasta verla muerta, así tenga que emplear toda mi vida en ello. En esos pensamientos estoy cuando un flash atraviesa mi cabeza porque otro individuo me roza al atravesar la estrecha y oscura calleja por la que camino. Este no es vampiro, menos mal, pero durante unos instantes veo todos sus pensamientos. La cabeza se me llena con unas palabras que el hombre repite para sí mismo sin cesar a modo de reseña, para recordarlas…
«Ir al burdel de St. Eustache y buscar a Farés para lo de las chicas de esta noche… Ir al burdel de St. Eustache y buscar a Farés para lo de las chicas de esta noche».
Me retraso aposta, aprovechando la oscuridad para dejar una distancia prudencial y comenzar a seguirle. Ha sido toda una suerte y no voy a dejar que se me escape. La calle por la que subimos desemboca en una plaza muy amplia que está rodeada de muchas casas grandes, una de ellas destaca en el centro porque de ella salen y entran muchos hombres por una gran puerta. Deduzco que ese sitio es el burdel de Safan. Me fijo en que los dos vigilantes que están apostados a cada lado de la puerta con cara de pocos amigos escrutan de arriba abajo a todo el que se acerca, y por supuesto mi nuevo amigo no iba a ser menos. Después del exhaustivo examen y de hablar con uno de esos esbirros, el hombre se queda esperando hasta que aparece otro después de un buen rato. Si la intuición no me falla, este tipo debe de ser el tal Farés… Es un hombre alto y ancho de hombros, calvo y con un gran bigote negro. Va vestido de pies a cabeza de oscuro, incluida la capa; parece que va a marcharse después de la entrevista. Al dirigirse a mi amigo me fijo en que se da mucha importancia con sus maneras y en que cuando le mira lo hace como si fuese un insecto. Michelle y Juliette vuelven a tener razón, este hombre es peligroso, pero por su gran complejo, porque quiere aparentar importancia. Se apartan a un lado y empiezan a hablar. Yo mientras tanto aprovecho para ocultarme en un sitio más cercano sorteando alguna de las numerosas carretas que circulan por la atestada plaza. Desde el lugar que he elegido puedo leerles los labios a ambos hombres y enterarme un poco de la conversación. Se están refiriendo a unas chicas que llevarán esa misma noche a un sitio al que llaman Quarface o algo así. Tardan un rato hasta que concluyen con el asunto, y por fin el hombre al que he seguido se marcha por el mismo sitio por el que ha llegado, con una bolsa que Farés le ha entregado y que supongo que será de dinero. A continuación, el acólito de Safan se vuelve hacia los esbirros de la puerta para decirles algo de lo que ya no puedo enterarme, y tal como he predicho se larga de allí por una de las calles laterales. Comienzo a seguirle sin perderle de vista, paso otra vez por alguna de las callejuelas por las que he subido antes de cambiar de dirección y llegar a lo que parecen las afueras de la ciudad. Sé inmediatamente que este tipo no es vampiro, como se piensan las chicas. Tengo un radar para eso después de tantos años cazándolos, seguro que este lo desea y que Safan se lo ha prometido, pero aún no lo es. La mayoría de la gente tiene ideas equivocadas sobre estas criaturas, ideas demasiado románticas y noveladas. Si solo supiesen que la necesidad de sangre que tienen es su gran debilidad y existen atormentados por ello durante toda su existencia, a muchos se les quitarían las ganas de intentar convertirse. Después de andar un buen rato por un camino rural que nos ha sacado del todo de la ciudad, observo que hemos llegado a una especie de suburbio con varias villas y quintas repartidas por un extenso terreno que abarca una gran arboleda. Las casas están muy alejadas las unas de las otras y las inmediaciones parecen tranquilas, demasiado diría yo. Este lugar es el apropiado para que pernocten los vampiros sin ser molestados, con la suficiente intimidad y lejanía para hacer lo que les venga en gana sin llamar la atención ni ser descubiertos. De pronto me doy cuenta de que nos hemos quedado solos en medio de este bosque y de que yo estoy a descubierto. Corro deprisa a esconderme detrás de unos árboles, por si a Farés le da por mirar hacia atrás, aunque sigue andando confiado hasta llegar al final del camino. A continuación, entra en otro sendero más pequeño que conduce directamente hasta la puerta de una de las villas, que está resguardada por muchos robles. Con tres golpes de llamador, le abren la puerta y pasa. Creo que he dado con la residencia de Safan en París, ahora solo tengo que entrar y descubrir los planes que tienen con respecto al cofre, pero eso tendrá que ser cuando esté preparada para la excursión. De todas formas, quiero estar segura y voy a comprobarlo. Camino guarecida por entre los árboles y llego a la parte trasera de la casa. Lo confirmo tocando uno de los muros de piedra: efectivamente, ya no tengo ninguna duda de lo que esta casa guarda, la energía venenosa de estas criaturas lo impregna todo. La mansión es una construcción de la época, en forma cuadrada, con una torre alta que sobresale dejándose ver entre las copas más altas de los árboles. Todo el tejado parece una terraza rodeada de almenas con pequeños huecos, como las que tienen los castillos. Está construida en piedra gris; las ventanas, cerradas a cal y canto, tienen rejas gruesas, además, y solo hay una puerta de acceso, que es por la que ha entrado Farés antes. Toda la construcción es una pequeña fortaleza a la disposición de estos monstruos, y no precisamente para protegerse de amenazas externas, sino para que todo lo que entre no vuelva a salir nunca de allí.
Una vez confirmado y sabiendo dónde se encuentra la guarida de Safan me dispongo a regresar a St. Julien, perfilando en mi cabeza el plan que ejecutaré esta misma noche sin tiempo que perder.