Hace una mañana bastante agradable para ser pleno invierno y haber hecho el frío que ha hecho. Desde mi ventana se divisa un buen trozo de la calle que da a la parte delantera del edificio donde estoy. Tiene mucho movimiento de gente, carretas y animales realizando sus quehaceres diarios. Me fijo en que justo enfrente hay una plaza donde se halla un inmueble grande y majestuoso que al instante reconozco, y sé que es la Sorbona, la universidad. Sonrío con ironía, porque a fin de cuentas no he mentido tanto a mis amigos de Martinica…, les dije que venía a la Sorbona a hacer un curso, y aquí estoy, aunque no precisamente para estudiar… Desechando estos tontos pensamientos me desperezo para despertarme completamente. He dormido toda la mañana porque me acosté casi al alba; nada más tocar el suave colchón de paja caí en un profundo sueño solo interrumpido por el ruido de fuera hace un momento. Comienzo a asearme y a vestirme, me tapo el cabello con un pañuelo y elijo un vestido sencillo para parecer una campesina. Salgo de la habitación y voy poniéndome la capa por las escaleras, quiero empezar cuanto antes y ver con mis propios ojos cómo están las cosas. No encuentro a nadie por los pasillos ni en las escaleras. El edificio consta de cuatro plantas, las dos primeras dedicadas a la hospedería y un pequeño dispensario, y las otras dos restantes de uso privado. En esa zona hay varios despachos, una pequeña biblioteca y dormitorios, cinco para ser exactos, ubicados en la última planta. Me encamino directamente a las cuadras para ver cómo ha pasado la noche Alder, y compruebo que está bien atendido. Me pongo enseguida en marcha, salgo para dirigirme al castillo de Vincennes. El aire frío termina de despejarme, me mezclo entre la gente y tomo dirección este, callejeo durante un buen rato por esa parte de la ciudad. En una estrecha calle me doy de bruces con un puesto que vende verduras, cebada, centeno y manzanas, que me parecen de lo más apetecibles dado el estado de ayuno en el que aún se encuentra mi estómago… (¡Está rugiendo como una bestia salvaje de lo hambriento que está!). Compro tres y doy buena cuenta de ellas antes de cruzar el río y salir de la ciudad. El castillo se encuentra en los bosques de Vincennes, de ahí su nombre, claro; era un pabellón de caza que fue ampliado por Luis IX para poder vivir en él todo el año. San Nicolás es la capilla del castillo y donde se encuentra lo que he venido a buscar. Echaré un vistazo al lugar e intentaré entrar para ver con mis propios ojos el cofre, solo mirar para calcular las posibilidades y sentir la intensidad de la energía, pues acabo de caer, en que quizá haya consecuencias para mi magia aquí debido a la situación «especial» en que me encuentro. Mejor será analizarlo todo y luego actuar en consecuencia.
La senda por la que voy tiene mucho trasiego de gente, en su gran mayoría campesinos y personas que trabajan y se dirigen al castillo. Echo una ojeada al camino y veo que es largo, así que mientras llego me pongo a recordar todo lo ocurrido esa noche en St. Julien. Me he llevado una grata impresión con Marcus Chevalier, el poderoso dux de los guardianes. Me ha caído genial y hemos conectado muy rápido, la verdad; parece muy amable y un buen hombre, la típica persona con la que puedes contar siempre y que sabes que no te va a fallar. No sé, tengo un sexto sentido para estas cosas y no me suelo equivocar. Físicamente es alto y de complexión fuerte, de entre unos veintiocho y treinta y tantos años, más o menos. Se nota que sabe usar las armas, aunque por la sensatez, diplomacia y prudencia que muestra sospecho que solo lo hace como último recurso. Sus rasgos son varoniles, aunque a la vez suaves. De pelo y ojos castaños, estos últimos surcados por unas pequeñas arruguitas debido seguro a la constante lectura (la mesa del despacho está llena de manuscritos), aunque también por la constante sonrisa que muestra casi siempre. No me cabe duda de que es un hombre cultivado, parece un profesor de universidad o un bibliotecario. En cuanto hemos entrado en el despacho donde nos esperaba, ha abrazado afectuosamente a Selene y a mí me ha dado un gran apretón de manos a la vez que me decía que era todo un placer conocerme, y me ha agradecido de todo corazón mi presencia aquí. Al tocarle, sin poder remediarlo he echado un vistazo dentro de su cabeza y no me he equivocado en absoluto… Sus palabras hacia mí han sido sinceras, he notado la gran responsabilidad y carga que asume sin queja alguna y he sabido que tenía ante mí a una enciclopedia andante. Bueno, más que eso, es la Wikipedia y Google juntos, todo su poder está en su cabeza; seguro que tiene un cerebro grandísimo para tener todo eso dentro… De repente he sentido que tenía un pensamiento fugaz sobre mí, ha pensado que era guapa y que tenía unos ojos muy bonitos, me he puesto muy colorada por el cumplido e inmediatamente se ha disculpado dándose cuenta, diciendo sinceramente que estaba muy impresionado por mi belleza y poder a partes iguales. Me he vuelto a sonrojar y hemos acabado riéndonos los dos por sus divertidos comentarios…
—¡Lo siento, no puedo evitarlo, me sale natural cuando toco cualquier objeto o a cualquier persona!
—No pasa nada, no me he molestado; la verdad que me encantaría disponer de ese poder, me ahorraría mucho tiempo y disgustos…
—¡Si quieres puedo usarlo para ti, solo tienes que decirme con qué o quién!
Una vez roto el hielo y después de comprobar, solícito, varias veces que no necesitamos ninguna cosa, se ha sentado detrás de su mesa de roble oscuro y ha empezado a contarnos todo el asunto. Ha repetido todo lo que me ha contado Selene, aportando dos nuevos datos muy importantes que me han dado un nuevo enfoque del asunto. El primero de ellos es que los templarios, que son los únicos aparte del rey y el obispo que han visto el tesoro completo, dicen que en el cofre hay dos objetos más acompañando a nuestro amuleto, y el segundo es que Marcus está completamente seguro de que estos otros objetos son los antiguos talismanes del Sarkala, unas reliquias mágicas y muy poderosas creadas en la Edad Antigua que representan los elementos existentes en la creación del universo.
—¿Qué es el Sarkala? —pregunto extrañadísima, porque no he oído nunca nada sobre eso.
—Es una cruz ubicada en un lugar sagrado donde los talismanes que representan los elementos, se disponen y se unen para crear un arma muy poderosa. Se cuenta que en la Edad Antigua se tuvo que convocar la magia de este lugar para combatir el verdadero mal, y que la cruenta lucha que se desencadenó llevó a la destrucción del mundo como se conocía.
Veo que Selene asiente en silencio. Esto es entonces a lo que se refería ella cuando me dijo lo de reactivar el ciclo y que todo volvería a repetirse.
—Selene, el ente del que me has hablado antes es el verdadero mal al que se refiere Marcus ahora, ¿verdad? Todo se repetirá… Entonces, digo yo que si la primera vez pasó eso, ¿ocurrirá lo mismo ahora? ¿Qué interés hay en esmerarse si nada va a cambiar?
—A pesar de que el ciclo vuelve a repetirse, podemos cambiarlo; de hecho, si no fuese así los elementos que antaño existieron no hubiesen atravesado el tiempo ni el espacio. Solo se repiten las circunstancias, que están establecidas en los mismos contextos que la primera vez, lo que estás determinen solo dependerá de las actuaciones que se lleven a cabo ahora. De momento hay grandes expectativas y posibilidades, pero están todavía lejos y debemos centrarnos en lo más próximo que podemos hacer, que es esto. A su debido tiempo os avisaré de todo.
Se queda en silencio mirándonos fijamente. Sé que no va a decirnos más y tengo que respirar hondo para no bombardearla con más preguntas. Por su parte, Marcus cambia de tema y comienza a explicarnos cómo son el cofre y el amuleto. Yo, mientras lo hace, le pido permiso para coger una de las plumas y una hoja de lo que parece papel y me pongo a dibujarlos tal como los vi en mi sueño. A pesar de que es la primera vez que uso estas largas y estilizadas plumas, estas ásperas y rugosas hojas y la espesa tinta negra, puedo plasmarlos más o menos bien, sin ningún borrón. Hago un rápido boceto del amuleto y del cofre, sencillo aunque con todos los detalles que recuerdo. Entonces Marcus deja de hablar para quedarse contemplándolos como si fuese un cuadro de Leonardo da Vinci. Totalmente asombrado, dice que es una de las cosas más increíbles que ha visto hacer con una simple pluma y que ni los monjes que ilustran los códices y legajos en los monasterios son tan diestros ni habilidosos. Me hace ponerme colorada de nuevo y eso me da pie a hablarle de mi otra ocupación, la pintura. Después, en silencio y muy pensativo, vuelve a contemplar el dibujo, ensimismado. Entonces se me ocurre contarle sobre las criaturas mitad hombres mitad animales que también vi en el sueño, para ver qué sabe él al respecto.
—Son grifos-gárgolas. En París ahora mismo hay un grupo de ellos, en realidad son artesanos de la piedra, canteros, albañiles, escultores y arquitectos. Llegaron de Oriente hace muchos siglos y se establecieron aquí en Francia, son criaturas que ya existían en la Edad Antigua, los verdaderos dueños de este amuleto—. Señala el dibujo que lo representa—. También son los constructores de las magníficas catedrales que surgen en todos los reinos últimamente, además de aliados; conozco a su líder. Debería enseñarle el dibujo y ponerle al corriente de todo, si a ti te parece bien, aunque son un poco reservados…
—Cuanto más ayuda tengamos, mejor. Siento tener que molestarlos, pero si quieren recuperar su talismán deberán cooperar.
Respondo pensando en el amplio abanico de posibilidades que se abre con la llegada de estos nuevos socios. Es una suerte que sean canteros y sepan tallar piedra, porque he encontrado la solución para el tema de la réplica que venía barajando… Selene, en ese momento, me mira significativamente sonriéndome cómplice y a continuación le expongo a Marcus el plan que quiero llevar a cabo para apoderarme del amuleto. Le parece muy brillante, aunque dice que hay que pulirlo un poco más para hallar la manera mejor y más discreta de, sustituirlo ya que ahora mismo hay bastante atención puesta en las piezas cristianas, y por extensión en nuestro cofre. Decidimos, después de sopesar todo bien, que lo mejor será averiguar toda la información posible antes de actuar para hacerlo sin fallos, y avisar a las partes implicadas: gárgolas y templarios, estos últimos por su implicación directa y el contacto tan íntimo que tienen con el rey, que dicho sea de paso nos vendrá de perlas tener información de primera mano. Está amaneciendo cuando nuestra entrevista llega a su fin. Marcus me explica brevemente cómo es el edificio mientras me acompaña a la que será mi habitación durante mi estancia. Está cerca de la suya, en el cuarto y último piso. Me entrega dos llaves, una de la puerta de abajo y otra la de mi habitación. Vuelve a insistir en que no dude en llamarle para cualquier cosa que necesite, a cualquier hora. Es muy atento y servicial, y le tengo que asegurar, para que se quede tranquilo, que así será. Selene, antes de marcharse, me da un consejo y me dice que me guíe por mi instinto y que disfrute al máximo, esto último con una sonrisilla sospechosa, aunque sé que es inútil preguntarle porque nunca desvela nada…
—¡Nos veremos pronto, Stella!
—¿Puedo pedirte un último favor? —le pregunto antes de que se vaya—. ¿Puedes llamar a Roberto para decirle que todo ha salido bien?
Sé que ella es la única que podrá animarle y a la que verdaderamente hará caso.
—Haré una cosa mejor: iré directamente a verle.
Cuando entro en mi habitación, río contenta porque el bueno de Rober tendrá un pequeño respiro.
Me estoy acercando al castillo, una fortaleza con muralla y foso incluido, construida con piedra de color blanco. Creo que tendré que entrar, y será por la única entrada viable al recinto, que es el puente levadizo, aunque necesitaré idear una razón convincente para hacerlo y no levantar sospechas. Se me enciende la bombilla justo cuando delante de mí pasa una carreta llena de cestos de mimbre. Me apresuro a alcanzarla antes de que llegue al puente. A pesar de que puedo entrar ocultándome entre los grandes serones, lo desecho al instante. Si actúo así no podré colarme en la capilla, que es mi verdadero objetivo, así que pienso lo siguiente mejor que puedo hacer: coger un cesto y, con un conjuro, llenarlo de flores simulando que trabajo en el castillo. Una vez dentro, buscaré la capilla y entraré para comprobar el contenido del cofre. Satisfecha por el plan, me espabilo para subirme al carro. Miro a mi alrededor para ver si hay alguien que esté lo suficientemente cerca para verme y como no es así corro y me agarro a un asidero de la parte de atrás de la carreta, dando un salto. Casi me caigo por los dichosos faldones del vestido. ¡No me extraña que las señoras de la época se muevan más bien poco…, benditos pantalones! Me pongo de puntillas y compruebo que el carretero no ha notado nada; seguramente que habrá pensado que es otro vaivén del tortuoso camino. Examino los cestos y veo uno de un tamaño normal apilado en un montón, que se puede coger fácilmente. Estiro el brazo y lo hago comprobando que todo sigue igual con el carretero. Aún agachada, me siento en el borde de atrás del carro y bajo de un salto, cerciorándome antes, por supuesto, de que no haya moros en la costa, además de procurar tener más cuidado para no tropezarme… Corro hacia el árbol más cercano y me oculto detrás de su tronco. Hago un conjuro para que aparezcan flores y, apoyándome el cesto en la cadera, me dirijo a la entrada, que después de mi furtiva incursión me queda a muy pocos metros. Paso sin problemas por delante de un grupo de soldados, que son los que vigilan y que ahora mismo están charlando sin hacer mucho caso de los transeúntes que rebasamos el puente levadizo. Dentro del recinto hay mucha gente que va de un lado a otro, ocupada en sus quehaceres. Este sitio parece un pequeño pueblo: hay una fragua, almacenes de grano, un gran horno, un telar y hasta un molino. Miro con disimulo para localizar la capilla y veo que se encuentra al final de la gran explanada, enfrente casi de una de las puertas del castillo protegida por otros tantos guardias. Me acerco con cuidado para poder estudiar el edificio. A simple vista parece que cuenta solo con una puerta de acceso, custodiada esta por otros dos guardias reales. Me repliego en una esquina y me apoyo contra una de las paredes del edificio de la capilla. Al instante noto que dentro no hay nadie. Aunque esto es bueno, es también un problema; no quiero llamar la atención, y todas las maniobras que se me ocurren para quitarme de encima a esos dos implican llamarla… No puedo dejarlos k.o. de un mamporro o quitarles la memoria ordenándoles que me dejen pasar sin más, los efectos que esto tendría no desaparecerían hasta pasado un buen rato, y seguro que alguien notaría algo. Lo del mamporro sería peor; aunque no usaría magia, haría saltar todas las alarmas y el rey se pondría sobre aviso, provocando indirectamente que el acceso al cofre fuese más difícil… ¡No sé qué hacer, tiene que haber algo que sea sencillo y que a ojos de los demás resulte normal! Dejo el cesto en el suelo y respiro hondo… ¡A ver, Stella, piensa algo y rápido! Comienzo a sudar a pesar del frío, y me aflojo el lazo de la capa retirándola un poco hacia atrás. Me limpio el sudor del escote repasando por enésima vez las posibilidades que tengo. Un momento…, sudor… escote… ¡Ya lo tengo, como siempre improvisación, esa es la clave! Me retiro la capa del todo, me bajo de un tirón el vestido y me coloco los pechos hacia arriba, dando la sensación de que se me fuesen a salir en cualquier momento. El resto lo harán mi poder de persuasión y la cara bonita Wanda… El plan consistirá en acercarme hasta la puerta y decirles a los guardias que traigo las flores para adornar la capilla para el rosario de la tarde (leí en algún sitio que Luis IX era muy religioso, y seguramente que asiste a todos los oficios religiosos del día). Lo haré de tal manera que vean bien la mercancía, y si se resisten les diré, por ejemplo, que pueden cachearme después al salir para comprobar que no me he llevado nada de la capilla. ¡Aunque, la verdad, no me apetece nada que me toqueteen esos dos, pero el sacrificio es pequeño en comparación con lo que voy a conseguir! Cojo el cesto con gran determinación y, sin pensármelo más, voy directa hacia ellos y me planto delante de sus serias caras y sus lanzas cruzadas.
—Hola, caballeros. Traigo las flores para adornar el altar.
Sonrío seductora y me contoneo despacio a la vez que hablo. Los soldados me miran y veo que sus pupilas se dilatan. El que es un poco más alto es el que habla. Tiene la cara llena de marcas de viruela y me enseña los dientes, amarillos, al sonreírme socarronamente mientras me mira de arriba abajo unas cuantas veces.
—Muchacha, no puedes pasar ahora porque no hay nadie dentro, ni siquiera los ayudantes del capellán. Estamos custodiando las reliquias sagradas y no podemos dejarte entrar.
¡Premio! Acaban de morder el anzuelo. Pongo carita de niña buena y vuelvo a contonearme mordiéndome el labio de abajo muy despacio. Entonces es cuando abren los ojos como platos y puedo casi oír sus latidos acelerados.
—…Vaya, me voy a ganar una buena zurra…
Froto mi trasero unas cuantas veces como si ya hubiese ocurrido, y en ese instante sé que son míos. Con esta última demostración han visto muy bien la mercancía y no van a poder resistirse.
—¿Les parece que hagamos una cosa? Como sus señorías tienen que cumplir con su gran deber de custodiar las reliquias, me pueden dejar pasar para que yo haga mi humilde trabajo y cuando salga pueden registrarme y comprobar que no me llevo nada.
Les falta relamerse. Esta vez me miran como si estuviese desnuda. El de las marcas de viruela hace como que lo piensa y todo, el muy salido, y el otro, que parece más tímido, está tan rojo que está empezando a sudar excesivamente.
—¡Vale, muchacha, pero date prisa y recuerda que hasta que no estemos seguros de que no te has llevado nada no podremos dejarte marchar!
Por supuesto que lo recordaré. Puedo apostar todos mis poderes a que van a demorarse bastante hasta asegurarse bien de eso. Se saca la llave de la casaca, descruzan las lanzas y me abre la gran puerta de hierro y madera, que chirría estruendosamente sobre sus goznes. Sonrío dulcemente y les doy las gracias con una cara de lo más angelical e inocente. Paso entre ellos contoneándome. Cuando estoy dentro y oigo cerrarse la puerta, me dejo caer sobre una pared resoplando aliviada y enfadada a la vez… «Bueno, por lo menos estoy dentro», me digo tratando de olvidar a esos dos salidos de fuera por el momento. Es una capilla sencilla, de tamaño mediano, con vidrieras a ambos lados que dejan pasar la luz clara de la mañana. El altar está al fondo, sobre una plataforma de tres escalones con dos reclinatorios y un pequeño confesionario muy ornamentado. Es todo lo que hay allí además de las bonitas flores que ya adornan toda la capilla. ¡Menos mal que estos dos no se han dado cuenta de nada! Detrás del altar hay una puerta de metal dorado que debe conducir a la sacristía y a mi objetivo. Compruebo que está cerrada, así que la abro con un conjuro y entro en una estancia muy poco iluminada y más pequeña. Bajo las únicas escaleras que hay y me doy de bruces con otra puerta cerrada que tengo que abrir con otro conjuro. Cojo la antorcha que se encuentra allí para poder ver. Este sitio parece la cripta, porque es frío, húmedo y oscuro, además de no ser muy grande, no tener salida y contar con un techo abovedado.
Siento la energía concentrada que hay aquí; de hecho, la he notado desde que he entrado, pero ahora es mucho más intensa porque el cofre está delante de mí, descansa sobre una plataforma de piedra aguardando silencioso a que lo abra y mire dentro, aunque en el preciso instante en que voy a hacerlo un ruido casi me mata del susto. Pego tal salto que se me cae el cesto con las flores. Es un pequeño pájaro que ha debido de colarse en un descuido y al que se le ha ocurrido piar en este preciso momento. Nos miramos durante unos momentos mientras me tranquilizo un poco, ¡casi me da un infarto! Empiezo a recoger las flores haciéndolas desaparecer porque ya no las necesito. El pájaro vuelve a piar, pero no le hago caso. Tengo que centrarme y hacer lo que he venido a hacer. Tiene muchos símbolos, tal como vi en mi sueño, y una cerradura que no porta ninguna llave, al contrario que los otros cinco. Lo abro y veo que dentro, efectivamente, está nuestro amuleto acompañado de otros dos, tal como dijo Marcus. Uno es de color rojo, y el otro, plateado. El negro y el rojo, son de la misma forma y tamaño, casi seguro que de piedra, pero el gris parece metálico y diferente, es más grande y representa un rombo con una especie de pestañas en cada uno de sus lados. Cada talismán tiene un símbolo diferente grabado y brillan y vibran débilmente. Los contemplo largo rato sin tocarlos, sopesando. La energía que creí que tendrían no tiene nada que ver con la que es realmente; parece mucho más intensa y fuerte, tal como la siento a mi alrededor. ¿Y si los cojo, los escondo y me los llevo? Me ahorraría unas cuantas maniobras… Pruebo a hacerlo con el plateado que está más cerca, pero un fogonazo y después una especie de gran sacudida me mueve hacia atrás. ¡Mierda!, ¿qué es lo que ha pasado?, ¿están conjurados con algún hechizo?, Creo que esto termina de responder a mis dudas. Tendré que hacer lo que había pensado en un principio, reconocimiento del terreno y ya está, nada de llevármelos, esconderlos o intentar algún hechizo. Si tocando solo uno me ha pasado esto, ¿qué me ocurriría si cogiese los tres y saliese por la puerta haciéndome invisible, por ejemplo?, ¡un verdadero desastre, seguro! ¡No quiero comprobarlo! Prefiero dejarlo estar y volver más adelante. Encajo de nuevo la tapa, cojo el cesto y salgo de la cripta volviendo sobre mis pasos, estableciendo otra vez todo lo que he deshecho con mis conjuros. Antes de abandonar la capilla, veo al pequeño pájaro siguiéndome hasta la puerta donde me esperan los lujuriosos guardias para cobrar su premio. Soporto estoicamente los magreos con una sonrisa en los labios… Si hubiese podido, se habrían llevado dos buenas patadas en los testículos cada uno… Después de unos minutos me dejan libre, no porque quieran, sino porque de lo calientes que están deben de tener un inmenso dolor en la entrepierna que no les deja continuar en pie. Me despido rápidamente queriendo desaparecer cuanto antes de allí.
—¡Cuando quieras puedes volver para adornar la iglesia, muchacha; su majestad viene dos veces al día! —grita a voz en cuello el de la viruela.
Resoplo con intensidad y me contengo, enfilando el camino para salir intentando no mirar atrás. Si lo hago, corro el peligro de volver y patear a esos dos cerdos. Por lo menos puedo decir que la degradante experiencia ha sido provechosa y que me encuentro encaminada hacia el objetivo.
Todos los movimientos de la bella mujer han sido observados desde un lugar oculto dentro del bosque, donde se encuentra una silenciosa figura. Parece un hombre de aspecto fuerte, su alma y corazón están tan endurecidos que es como si careciese de ellos. La magia es poderosa en él porque conoce secretos y sabe cosas que pocos seres entienden o de las que apenas han oído hablar. A su esencia no le corresponde estar aquí, pero ha hallado la manera de burlar el orden establecido y lleva muchos eones moviéndose por el espacio y el tiempo a su antojo, sin estar en ningún sitio concreto.
En cuanto la ha visto, ha sabido que no era una mujer cualquiera y ha esperado pacientemente para ver si sus sospechas se confirmaban. No ha tenido que hacerlo mucho. La mujer ha entrado en el patio del castillo y se ha dirigido hacia la capilla con paso resuelto y decidido. Tiene la certeza de que está tramando algo. Ha considerado una buena idea la que ha urdido para engañar a los dos soldados, le ha parecido muy brillante, y cuando la ha visto actuar dentro, a solas, ha sabido entonces que poseía bastante poder comprendiendo quién era realmente ella. Todo ha sido observado desde los ojos de un pajarillo conjurado con artes druidas aprendidas hace muchos siglos. En un momento dado, el pajarillo ha revelado su presencia, pero la hechicera no ha sospechado nada porque no ha sabido mirar. Si hubiese sabido, habría descubierto los acerados y fríos ojos color plata de un ser remoto que conoció la Edad Antigua. Cuando ha abierto el cofre y ha visto que no se ha llevado nada, un atisbo de satisfacción ha surgido dentro de su ser, porque sabe que podrá sacar provecho de la situación. El cofre contiene tres de los cinco amuletos. Aguardará el momento preciso para abordarla, dejará que todo transcurra para que él no tenga que molestarse en lo más mínimo.
La suerte le sonríe, ya que acaba de hallar una gran oportunidad. Hace una pequeña mueca que se parece a una sonrisa y el oscuro druida vislumbra un minúsculo rayo de alegría en su sombrío y lóbrego corazón, porque cada vez está más cerca de su objetivo.