3. La joven república
El proceso de asentamiento, que empezó con las vicisitudes de Ingolf en el sudoeste, quedó completado en toda la isla sesenta años más tarde. Para alrededor de 930 todas las tierras habitables estaban tomadas, aun cuando todavía habían de llegar gentes rezagadas en busca de las costas islandesas; entre ellos, hombres tan famosos como Erik el Rojo y Ketil Gufa con sus esclavos. Cierto es que las extensas haciendas no habían tomado forma aún y que residencias tan espléndidas como las de Helgafell, Hjardarholt y Reykholt estaban por construir, a la espera de las órdenes de un caudillo para tomar cuerpo. Pero los arenales sin vida, los campos de lava, los baldíos y las morrenas seguirían por siempre desiertos; las esculturales montañas y los relucientes glaciares, abandonados a duendes y gigantes; sólo forajidos aislados de entre los mortales se atreverían a permanecer en la desolada zona central, y aun ellos acabarían por abandonarla para ser capturados y perecer. Unas cinco sextas partes del país no ofrecían condiciones para la vida humana. Pero donde hubiera hierba, el centelleo de hojas y frutos, aparecería una alquería. A lo largo de leguas y más leguas de litoral, bordeando los fiordos, suavizando los largos valles que penetran tierra adentro, en escondrijos y agujeros por todas partes, había pastos y abedules. Los primeros colonos planearon sus hogares donde hallaron estas y otras ventajas: agua fresca, falta de nieve, abrigo contra las inclemencias del tiempo, fondeaderos para los barcos, o ruta terrestre a propósito para el pequeño, resistente, noble y bello pony islandés[10]. A menudo, también, teniendo en cuenta la belleza, esplendor o singularidad del lugar, como se refleja frecuentemente en los topónimos islandeses: Ribera Angélica, Bahía Humeante, Paso de Aguaclara, Dunas Rojas y Montaña Santa. A algunos colonos la brisa de tierra adentro les pareció más suave que la del mar; otros olieron a miel en la hierba; y a otros algún dios les dijo: «Deja ese lugar. Vete a ese otro». Desde el comienzo mostraron estilo e imaginación en las apropiaciones de tierras.
La nación en ciernes fue muy afortunada con las familias fundadoras que le tocaron en suerte. Tenían ambición, sentido de independencia, energía y una tradición aristocrática. Además, poseían una apreciación estética de carácter y conducta, y la raza escandinava dominante se hallaba generosamente fermentada con sangre celta. Las fuentes literarias e históricas disminuyen la importancia de los suecos y daneses en el asentamiento, mientras que los hallazgos en las tumbas tienden a exagerarla, particularmente la profusión de chapas (relacionables con Suecia) y la ausencia de rastros de cremación (relacionable con Dinamarca). Resulta de buen juicio pensar que se produjo una mayor infiltración de suecos y daneses en Islandia por vía suroeste de Noruega de lo que nos permiten suponer los escritos nativos. De todos modos, la madre patria era Noruega, en especial el suroeste, Sogn, Hordaland y Rogaland, si bien llegaron emigrantes desde todo el litoral entre Agdir y el sur de Halogaland. Islandia tomó no sólo el elemento humano, sino también el derecho y la lengua de Noruega occidental, y los islandeses de posteriores generaciones sintieron un mayor vínculo sentimental con Sogn y Hordaland que con cualquier otra parte de Escandinavia. Fue también esta área la que más activamente se opuso a los intentos de Harald el Rubio para unificar toda Noruega. Y fue desde los puertos y fondeaderos situados entre Hafrsfjord y Sognsjo desde donde los vikingos navegaron por primera vez hasta Escocia y las islas adyacentes, las Órcadas, Feroe e Irlanda, con todo lo que esto había de significar a su debido tiempo para Islandia.
El Landnámabók registra los nombres de unos 400 colonos más o menos, de los cuales quizás alrededor de 55 tenían vínculos con los países celtas. La presencia de los vikingos se hizo sentir allí de manera especial a partir de la última década del siglo VIII, cuando en tres años fatales, de 793 a 795, los piratas escandinavos no sólo saquearon Lindisfarne en Northumbria y Morganwg en el sur de Gales, sino que atacaron la isla de Lambey, al norte de Dublín, y la isla sagrada de Iona. A partir de 830, un esquema de conquista emerge en Irlanda, Escocia y las islas. De estos acongojados y destrozados reinos, varios ambiciosos caudillos de Noruega arrancaron dominios temporales para sí. Entre estos cabecillas citemos a Turgeis y Olaf el Blanco, Ivar el Sin Huesos y Ketil el Chato, Onund Patadepalo, Eyvind el Oriental y Thorstein el Rojo. La evidencia lingüística sugiere asimismo un predominio de hombres del suroeste: los préstamos nórdicos del siglo IX en irlandés provienen en su mayoría de esta zona. Finngail y Gall-Gaidhill, Extranjeros Blancos (noruegos) y Celtas Extranjeros (irlandeses en principio que habían renunciado a su fe y a su patria, más adelante una mezcla de sangre nórdica y celta en Irlanda y el oeste de Escocia) vagaron, lucharon, hicieron y disolvieron alianzas, mandaron, sirvieron, se casaron y tuvieron hijos a lo largo y ancho de estas tierras célticas. De tiempo en tiempo llegaban nuevas tripulaciones vikingas a reforzar el contingente nórdico; descontentos, rebeldes, aventureros y grandes terratenientes hambrientos de nuevas tierras que sustituyesen las que habían perdido al oponerse al rey Harald, en Noruega. Pero durante el último tercio del siglo, los tiempos se hicieron menos propicios para los aventureros nórdicos, no sólo en Irlanda, sino también en Inglaterra y el resto de la Cristiandad occidental. La victoria de Harald el Rubio sobre los vikingos en Hafrsfjord, en 885, introdujo treinta años malos en el extranjero. En 890 los bretones infligieron una gran derrota al ejército vikingo que se hallaba entonces saqueando el Imperio Occidental y, al año siguiente, el rey Arnulfo los destruyó de nuevo en el Dyle, cerca de Louvain. En consecuencia, las fuerzas de Hastein y la Gran Horda pasaron a Inglaterra, pero en una campaña de cuatro años, Alfred y su aguerrido hijo, les infligieron tal castigo que el ejército se desmembró. En Irlanda la iniciativa volvió a manos de los reyes nativos, y la captura de Dublín en 902 por Cearbhall, rey de Leinster, proporcionó una relativa paz al país durante veinte años. En Escocia, Thorstein el Rojo murió víctima de la astucia o la traición, alrededor del año 900, y el conde Sigurd de las Órcadas, para entonces señor de Caithness y Sutherland, Ross y Moray, cumplió su trágico destino de ser destruido por un muerto. Había degollado al conde escocés Melbrigdi y portaba su cabeza colgando de la silla de montar; pero Melbrigdi tenía un diente o colmillo muy pronunciado, que perforó la piel de su pierna, con el resultado de que al declarársele una úlcera, el conde enfermó y acabó expirando. Por aquel entonces, más o menos, Onund Patadepalo se vio obligado a marcharse de las Hébridas. Ingimund, que tras la pérdida de Dublín pensó hallar tierras y riquezas en Gales, tuvo que abandonar rápidamente Anglesey. Odo y Arnulf, Alfred y Edward y Ethelfleda, señora de los mercianos, Cearbhall de Leinster, y los galeses del Norte de Gales y Anglesey, estaban contribuyendo, sin saberlo, a la colonización de Islandia, que permanecía a la espera de los desposeídos con sed de aventuras. Y, mientras tanto, en Noruega reinaba el instigador más importante, Harald el Rubio.
Para los historiadores islandeses de la Edad Media había una razón suprema por la cual los colonizadores buscaron sus hogares y haciendas en Islandia. Vinieron fyrir ofríki Haralds konungs, a causa de la tiranía del rey Harald. Este motivo llevó a Thorolf Mostrarskegg de Most a Thorsnes, desarraigó a Kveldulf y Skallagrim de Firthafylki y los envió a toda prisa a Borgarfjord, trajo Baug a Hlidarendi y a Geirmund Heljarskin de un trono principesco en Hordaland a un feudo señorial en la Islandia noroccidental. Algunos de los colonos se habían opuesto al intento de Harald de unificar (o, a su manera de ver, apoderarse de) todo Noruega, algunos habían luchado contra él en Hafrsfjord y sufrieron la amargura de una derrota sin paliativos; otros, sencillamente, se habían mantenido a la expectativa y, a causa de ello, cayeron en desgracia. Les dolió la pérdida de sus títulos, no vieron razón alguna para que tuviesen que recibir sus feudos del rey, consideraron los impuestos como un robo y el juramento de vasallaje como un atentado contra la dignidad de un hombre libre. En consecuencia, algunos decidieron marcharse por su propia voluntad, mientras que otros tuvieron que hacerlo a la fuerza:
Una vez que tomó posesión de estos territorios que acababan de pasar a poder suyo, el rey Harald prestó cuidadosa atención a los terratenientes y granjeros principales, y a todos los que pudieran ser sospechosos de traición. A cada uno le asignó un destino o función determinada; ya abandonar el país, ya militar entre sus seguidores o, como tercera elección, sufrir penalidades o bien pagar con sus vidas su rebeldía; mientras que a algunos se les mutilaba una mano o un pie. El rey Harald tomó posesión en cada distrito de todos los derechos «odal» (los derechos territoriales hasta entonces inalienables de la familia propietaria) y de todas las tierras, colonizadas o no, y también del mar y de las aguas, y todos los agricultores tuvieron que convertirse en arrendatarios suyos, lo mismo quienes trabajaban en los bosques, y los salineros, y todos los cazadores y pescadores en mar y tierra, todos ellos se convirtieron en sus súbditos. Pero muchos hombres huyeron del país para escapar de esta servidumbre y fue entonces cuando muchos sitios desiertos por doquier conocieron asentamientos, en Jamtaland y Helsingjaland, ambos al este, y en tierras occidentales, las Hébridas y el distrito de Dublín, Irlanda y Normandía en Francia. Caithness en Escocia, las Órcadas y Shetland y las Feroe. Y fue entonces cuando se descubrió Islandia.
Así es como pinta Snorri Sturluson en Egils Saga las medidas opresivas y la crueldad personal del rey incluso antes de la batalla de Hafrsfjord; de una manera exagerada sin duda, pero se trata de una descripción que la mayoría de las personas bien informadas de Islandia aceptaron. Según la tradición noruega Harald aparece como un prudente y paternal jefe de Estado, que proporcionó al país la paz y el orden que tanto necesitaba. Pero un tirano extranjero, para las pequeñas naciones que luchan por su independencia, es de todo punto necesario desde el punto de vista sentimental; así, un injusto e implacable Harald resultaba el más convincente de todos los candidatos noruegos. No hay duda de que algunos cabecillas abandonaron Noruega a causa de él; con todo, se ha exagerado el número y las circunstancias de la partida han sido dramatizadas en exceso.
Entre ellos habría algunos vikingos cuyas viviendas festoneaban la costa sudoeste. Eran hombres para quienes la obtención de riquezas y gloria por medios violentos era un medio de vida establecido, inculcado por el deseo personal, la tradición familiar, su sistema económico y social y las imposiciones geográficas que habían hecho del mar el camino real de una aristocracia que habitaba en la costa. Un siglo antes de la batalla de Hafrsfjord habían hecho incursiones al este por el Báltico, al oeste por las Islas Británicas y habían navegado por todas las vías fluviales y marítimas de Noruega, en aquel tiempo un país de reinos mezquinos y celosos señores feudales. Los vikingos de Sogn y Hordaland se hallaban bien situados para los viajes al extranjero y para interceptar el tráfico meridional de cueros, pieles y marfil marino con Halogaland y Finnmark; así pues, era de suma necesidad para un caudillo fuerte como Harald el Rubio o el conde Hakon conseguir sujetarles. Cierto es que muchos vikingos no eran tan sólo piratas. No despreciaban las ganancias del comercio y con sus innumerables travesías abrieron rutas muy necesarias y ensancharon los horizontes nórdicos. Las conquistas y la piratería subsiguientes fueron producto de las necesidades que se les crearon. Los mercaderes-aventureros que primero trajeron cargamentos de vino, miel, malta y trigo e indumentaria inglesa y armas del oeste originaron apremiantes apetitos. Asimismo, estos habitantes de los fiordos del sudoeste eran más vulnerables que otros al incremento de la población en Noruega y a la escasez de tierras que este incremento convirtió en más aguda. O sea que sus salidas principales, bien desde Noruega directamente hasta las tierras célticas o a Islandia, o bien a Islandia pasando por las tierras célticas, fueron una fase inevitable del gran Movimiento Vikingo en sí. Eran, pues, otras coacciones aparte de la tiranía real o imaginada de Harald. Ingolf y Hjorleif habían predispuesto la situación en contra suya, así que partieron para Islandia doce años antes de la batalla de Hafrsfjord, y entre los que se fueron allá poco después de la batalla había amigos y leales seguidores del rey, como Ingimund el Viejo, que se estableció en Vatnsdal en el norte, y Hrollaug, hijo del conde Rognvald de Moer, que controló todo Hornafjord en el este.
Las rutas marítimas del oeste, en pleno Atlántico, exigían buenos navíos y buenos marinos para tripularlos. A lo largo de la edad vikinga los noruegos tuvieron ambos en abundancia. Poseían mejores naves que cualquier otro pueblo de Europa; primorosas naves de aguas tranquilas tan acabadas como la de Oseberg, digno sepulcro de una reina del norte; el karfi, más marinero, para el cabotaje, cuyo prototipo conocido hoy día es el de Gokstad, tan marinero que una reproducción al cuidado de Magnus Andersen cruzó el Atlántico sin contratiempos en 1893; y la nave para todo uso, el auténtico trasatlántico, el hafskip o knörr[11]. A vela o, cuando era necesario, a remo, este último podía ir a cualquier sitio, a las islas atlánticas, a Islandia, Groenlandia y costa de Norteamérica. Estos «trasatlánticos» eran pilotados con inmenso coraje y habilidad por hombres sin brújula ni carta, pero acostumbrados a calamidades y conocedores de las vías marítimas. Navegaban basándose en la latitud y en el sol y las estrellas, gracias a su conocimiento de las costas y del vuelo de las aves[12] y de la fauna de cada latitud; por el color del agua, por cálculo a grosso modo, por corrientes, maderos a la deriva y hierbas, por el tacto del viento y, cuando era preciso, por adivinanza y con la ayuda de Dios. Utilizaron la sonda para escudriñar las profundidades oceánicas. En condiciones favorables para la navegación podían cubrir 120 millas y más en un día (24 horas[13]).
Entre los colonizadores de Islandia había una proporción grande de hombres sedientos de tierras, riquezas y fama; su vigor e inventiva nativos se incrementaron en su contacto con los pueblos celtas. La influencia celta, concretamente irlandesa, sobre la joven Islandia, presentaba tres facetas. Primero, la importancia de algunos colonos, como Helgi el Flaco, nacido del matrimonio entre un noble nórdico y una princesa irlandesa y educado en las Hébridas. No fue éste el único caso. Incluso tan tarde como en la cuarta generación, en Islandia, uno de los cabecillas más importantes fue Olaf Pavo Real de Hjardarholt, hijo de Hoskuld Dalakollsson (del linaje de Aud la Profunda) y Melkorka (Mael-Curcaigh), hija del rey irlandés Muircertagh. No parece que existiera impedimento alguno a los matrimonios entre nórdico-irlandesa y nórdico-picta de cualquier nivel social. Además, debieron darse muchos casos de amancebamiento, puesto que en el extranjero (lo mismo que en casa) los nórdicos mostraron una gran inclinación a apropiarse de mujeres. Consecuentemente, entre los inmigrantes que llegaron a Islandia desde las tierras del otro lado del mar occidental había muchos de sangre mixta, nórdica y celta, incluso algunos con una mayor proporción de sangre celta. En segundo lugar, había esclavos celtas, traídos por los guerreros nórdicos; algunos habían sido guerreros con anterioridad y se sentían, por tanto, inclinados a la insubordinación y a la violencia. Otros habían sido grandes personajes en su propio país. Existían mujeres esclavas, también, si bien su número es desconocido. En tercer lugar, no olvidemos la influencia de la civilización, literatura y religión irlandesas. Uno de los más famosos colonizadores, Aud la Profunda, era una cristiana tan devota que dio instrucciones para que la enterraran en la salada tierra de nadie, entre la marea baja y la alta, con objeto de no reposar en tierra no consagrada, como los paganos. Hubo otros cristianos, como Helgi el Flaco, que se volvieron a Thor en un momento de apuro. Pronto se perdió la fe de los mayores y las capillas se convirtieron en ermitas paganas; pero, en cambio, puede que ayudaran a preparar la atmósfera de tolerancia que permitió la conversión de Islandia en el año 1000 con menos derramamiento de sangre y más facilidad que en otros países. Entre los héroes de las sagas aparecen los nombres irlandeses de Njal, Kormak y Kjartan; hay topónimos irlandeses por casi toda Islandia; se ha intentado relacionar las formas literarias islandesas con las irlandesas; y, aun cuando resulte imposible de probar, uno no puede dejar de creer que fue la sangre irlandesa la que distinguió a los islandeses de todos los demás pueblos escandinavos y contribuyó intensamente a su florecimiento literario en los siglos XII y XIII.
A pesar de ello, la colonización de Islandia fue una empresa vikinga. Fueron estos nórdicos quienes sortearon los cabos y las islas y penetraron en los fiordos hasta donde les permitían sus naves (los robustos knerrir con veinte o treinta hombres a bordo, mujeres y niños, animales, comida y madera). A veces dejaron en manos de la fatalidad o de los dioses el sitio donde desembarcar, o lanzaban los soportes de sus sitiales por la borda y construían sus hogares allí donde éstos alcanzaban la costa. Se ganaron la tierra con el fuego, con el batir de lanzas y espadas, levantando varas peladas y armas, marcando los árboles. Y exploraron. La toma de posesión de Skallagrim Kveldulfsson en Borgarfjord es típica de muchos de ellos. Desembarcó en el promontorio de Knarrarnes en el oeste, transportó su carga a tierra y comenzó a explorar el paraje inmediatamente. «Había extensas marismas y extensos bosques, con suficiente espacio entre las montañas y el mar, abundancia de focas y buena pesca». Sin perder de vista el litoral, se movieron hacia el sur, hasta el mismo Borgarfjord y encontraron allí a los compañeros que habían navegado en la segunda embarcación, quienes condujeron a Skallagrim al lugar donde había embarrancado el ataúd de su padre, tal como el viejo Kveldulf había prometido que ocurriría. «Entonces Skallagrim tomó posesión de tierras para establecerse entre las montañas y el mar, Myrar entró hasta Selalon y tierra adentro hasta Borgarhraun, y también al sur hacia Hafnarfjall (el territorio delimitado por los ríos que fluyen hacia el mar). A la primavera siguiente se trajo su nave al sur hasta el fiordo y por el entrante más próximo al punto donde Kveldulf había tocado tierra. Aquí estableció su casa y hogar, llamándolo Borg y, al fiordo, Borgarfjord; y a la comarca tierra adentro otorgó el mismo nombre que al fiordo». Gran parte de esta inmensa propiedad la distribuyó entre sus compañeros de viaje y sus deudos, de tal modo que en un año o dos una docena de alquerías florecieron en estas maravillosas soledades, irrigadas por deliciosas venas de agua. A continuación reanudaron sus exploraciones, procediendo tierra adentro a lo largo del Borgarfjord hasta que éste se convertía en un río blanco, a causa de los aportes glaciares. Siguieron adelante por entre territorio virgen atravesado por el Nordra y Thvera y encontraron a su paso todos los ríos, arroyos y lagos llenos de truchas y salmón. Este calvo enorme, matador de hombres, de oscura mirada, procedente de Firthafylki, era un verdadero capataz, un hábil cosechero y criador de animales, pescador, marino y armador, además de un herrero lleno de recursos. En resumen, un pionero nato. «Siempre dispuso de numerosos hombres y procuró hacerse de todos aquellos suministros tomados del lugar que pudiesen serles de alguna utilidad; pues al principio disponían de pocos animales domésticos en comparación con los que necesitaban para el número de hombres que tenían consigo. De todos modos, el poco ganado que poseían se buscó su propio alimento en el bosque durante todo el invierno. Skallagrim era un excelente armador y, de otro lado, no les faltaba madera de deriva al oeste frente al Myrar. Se construyó una alquería en Alptanes, que fue su segundo hogar, desde donde enviaba sus hombres a navegar en busca de peces y focas y a recoger huevos, puesto que había abundancia de todas estas provisiones y también madera de deriva que traían al regreso. En esta época existían, asimismo, numerosos varaderos de ballenas y arponearlas estaba al alcance de cualquiera. En resumen, todos los animales vivían confiados, porque el hombre les era desconocido».
1. NÓRDICO DEL SIGLO IX
Talla en madera del carromato de Oseberg.
Y ocurrió que en unos pocos años la finca de Skallagrim vino «a apoyarse en más de una pierna». Para entonces tenía dos hijos magníficos, Thorolf, rubio y bien parecido, y Egil, moreno y feo. El cuerno de la fortuna se había volcado sobre Thorolf al nacer. Se convirtió en un viajero por el extranjero, en amigo del rey Erik Hacha-Sangrienta de Noruega y en amante de Gunnhild, la reina hechicera de sus amores. Pero su amor por él se tornó amargo y Thorolf tuvo que escapar de su odio, hasta que halló la muerte como un héroe en Brunanburh, Inglaterra, luchando por el rey Athelstan. Egil conoció fama como aventurero vikingo en sus viajes por muchos mares y tierras y fue, además, el mejor poeta de la Escandinavia medieval. El hijo de Egil fue Thorstein el Blanco y la hija de éste, Helga la Rubia, la mujer más hermosa en la historia de Islandia, por quien Gunnlaug Lengua de Víbora y Hrafn el Poeta, se enfrentaron en amor y batalla y se mataron en la lejana Noruega. Ninguna otra familia pudo haber sido más bizarramente representativa de los primeros colonos y primeras generaciones: Skallagrim, el vikingo-granjero, explorador de nuevas tierras en el oeste, Egil el vikingo-poeta, apasionado, astuto, codicioso, sin remordimientos en su amor y odio, el discípulo de Hávamál, y de la casta de Odín de pies a cabeza. Fatuo, con voluminosa barriga y, sin embargo, pragmático, duro y creador a la vez, él y los que fueron como él moldearon la historia, cultura e instituciones de la nueva isla-hogar; su fama les sobrevivió; y por generaciones venideras los hombres de Myrar seguirían siendo tema de historia en Egils Saga, la saga más vikinga e histórica; mientras que Gunnlaugs Saga Ormstunga guarda para la posteridad el relato fatal de la rivalidad por la blanca mano de Helga la Bella.
En conjunto, el asentamiento en Islandia y el desarrollo de la joven república es la völkerwanderung medieval mejor documentada. Están los cronistas de la historia, como Ari Thorgilsson y los redactores del Landnámabók, y están los Brunanburgh de historia, los autores de las sagas. Unos y otros nos cuentan, adornándola pintorescamente, la marcha de los acontecimientos desde 870 hasta 1262, desde la llegada de los primeros colonos hasta el fin de la república independiente. A la historia y a las sagas volveremos la atención ahora por unos momentos.
Cuando los primeros colonos llegaron a Islandia, el país les pertenecía y podían hacer lo que quisieran con él. No hubo necesidad de sojuzgar a los nativos, pues no había habitantes; ni tenían por qué temer los ataques «de reyes o criminales» del extranjero. Se les presentó la oportunidad para un experimento único en el arte de crear una nación; así que dos generaciones más tarde, después de familiarizarse con los problemas físicos de la colonización, empezaron a ocuparse de ello. Eran profundamente conservadores y dados a depender sólo de sí mismos, de modo que por algún tiempo se contentaron con vivir de sus fincas, con distribuir la tierra, exigir obediencia, administrar justicia y defender sus intereses y los de sus seguidores a la manera de los aristócratas patriarcales. Desde el principio se mostraron muy devotos de sus enemistades. Se reunían como amigos y chocaban como enemigos, así que pronto la estrategia de vivir entre hombres tan resueltos como ellos mismos, les hizo sentir la necesidad de poseer una forma de gobierno y unas instituciones que se ajustaran a las circunstancias. Resultó peculiar el modo como abordaron este asunto, tan peculiar como casi todo lo demás en Islandia. El poder seglar y la autoridad religiosa, reunidos en una misma persona, habrían de dictar el crecimiento de la nación.
Es difícil saber exactamente la religiosidad de los islandeses. El poco cristianismo que quedaba no tardó en desaparecer. Si bien Njord, Tyr y Balder, incluso Odín, tenían sus seguidores, los dioses más populares, en Islandia, eran Thor con su martillo y la fálica Freya. La adoración de un dios requiere ceremonial y festividades, y un lugar donde hacer patente esta adoración. En las sagas más que en los hallazgos arqueológicos es donde podemos encontrar información a este respecto. Thorolf Mostrarskegg, devoto fanático de Thor como ningún otro, edificó uno de esos templos en Hofstadir, Breidafjord, con madera traída de su viejo templo de Most, en Noruega. Se trajo, también, a efectos de continuidad y consagración, tierra de debajo del pedestal sobre el que se erguía majestuosamente la imagen de Thor.
2. LUGAR DE SACRIFICIOS NÓRDICOS
Visto desde el norte. Situado en Hofstadir, cerca de Myvatn, Islandia. En primer término, el «presbiterio», y detrás la sala. Dimensiones aproximadas, 44 x 6,8 m.
Hizo que edificaran un templo (magnífico edificio era en verdad). Había una entrada en uno de los muros laterales, cerca de uno de los extremos, dentro se hallaban los soportes del sitial, con clavos en ellos, que se llamaban clavos del dios. El interior era un gran santuario. Más adentro había un cuarto de la misma traza y distribución que el coro de las iglesias de hoy día, donde en el centro del suelo, a modo de altar, había un pedestal y encima un brazalete sin cierre, que pesaba veinte onzas y sobre el cual la gente debía hacer sus juramentos. El sacerdote del templo debía llevar puesto este brazalete en todas las asambleas públicas. Sobre el pedestal también debía estar el cuenco de los sacrificios y una ramita de sacrificio, como un hisopo, mediante el cual la sangre, que se llamaba hlaut, se rociaba desde el cuenco. Es decir, la sangre de los animales que eran sacrificados a los dioses. En esta misma estancia y alrededor del pedestal estaban colocadas las imágenes de los dioses[14].
Claro está que edificar un templo y mantener su estructura y sacrificios (bueyes y caballos y, ocasionalmente, hombres) no se encuentra al alcance más que de los ricos. Hasta el fin de la Mancomunidad el sacerdocio (goðorð) significó «poder, pero no riqueza». De esto se desprende que aquellos de entre los colonos cuyos bienes no pertenecían al templo, pero que deseaban asistir a las ceremonias, ya porque se sintieran especialmente atraídos por el culto, ya por las festividades, debían estar dispuestos a pagar el privilegio con dinero y cuidados. Pronto se hizo obligatorio que pagasen un impuesto por el templo y que acompañasen al sacerdote (goði, divino) a las asambleas públicas. El sacerdote ejerció creciente autoridad sobre los feligreses y adoradores del templo; era su guía en materia espiritual y con el refuerzo secular estaba destinado a devenir su único amo y señor.
De los cuatrocientos colonos principales y sus familias, sólo una décima parte eran los verdaderos amos de Islandia. El Landnámabók es un tanto pródigo en genealogías reales, pero entre los sacerdotes había hombres de ascendencia real, nórdica y celta, señores importantes y menos importantes, capitanes de barco y caudillos. La reina Aud se vino con veinte hombres libres y muchos esclavos; Skallagrim con sesenta seguidores en buena forma física; Geirmund Heljarskin avanzó con un cortejo poco menos que real entre sus cuatro granjas con una escolta de ochenta. Cuando en 927-930 los poderes legislativo y judicial fueron puestos en manos de los treinta y seis goðar, los descendientes de gentes como éstas heredaron dichos privilegios. Los treinta y seis escogidos constituyeron la Asamblea General de Islandia. La ley administrada allí era válida para todo el país; había sido adaptada de la ley de la Asamblea de Gula, por Ulfljot de Lon, en el sudoeste de Noruega. Los goðar elegían un presidente o portavoz de la ley por un período renovable de tres años, cuyo poder consistía en recitar cada año un tercio de la ley a la congregación de la asamblea. Muchos, o quizá todos los sacerdotes de los templos, se habían acostumbrado durante largo tiempo a convocar asambleas o reuniones en sus propios distritos con fines legales. Thorolf Mostrarskegg había establecido una asamblea en Thorsnes, y Thorstein Ingolfsson una en Kjalarnes. Según la ley de Ulfljot habría doce de estas asambleas en toda Islandia, cada una dirigida por tres sacerdotes. No obstante, el sistema resultaba menos democrático que sobre el papel. No hay duda de que la Asamblea General era una corporación legal para todos los hombres libres que se decidían a asistir; resultaba un sitio estupendo para encontrarse con los amigos, comprar una espada, vender tierras, casar a una hija, vestir las mejores galas y compartir la emoción de un acontecimiento nacional, pero todo el poder estaba en manos de los goðar. La Constitución era antiestatal. La Asamblea General no controlaba a los goðar, sino al contrario; y dentro de sus distritos la autoridad de los goðar era absoluta. Acudir a la ley era un sistema poco seguro; el éxito resultaba imposible sin el respaldo de uno o más sacerdotes. Muchos de los famosos pleitos descritos en las sagas significaban un despliegue de fortaleza, más que el simple hecho de someterse a la justicia. Aun así, algo era mejor que nada. Hubo intentos de hacer el sistema más viable en 965 mediante el establecimiento de una Asamblea Cantonal (para cada cuarta parte del territorio), al parecer inútil, y una Asamblea de Primavera (también para cada parte), muy eficaz, e incrementando el número de sacerdotes a treinta y nueve. Además, en 1005 se instituyó un Tribunal de Apelación, el llamado Quinto Tribunal, que se acompañó de un nuevo aumento del número de sacerdotes a cuarenta y ocho. Se trataba de un Quinto Tribunal, ya que, como parte de la reforma de 965, la legislatura y la judicatura habían sido separadas y, en vez de un tribunal o Alþingisdómr, existían cuatro tribunales en correspondencia con los cuatro cuartos del país. Todo el poder seguía en manos de los goðar y no se intentaron más reformas antes de la capitulación de la república en 1262.
Y, sin embargo, a pesar de todas las imperfecciones, Islandia debió mucho a la Asamblea General. El lugar donde se constituía era magnífico: la enorme llanura hundida de Thingvellir en el sudoeste de Islandia, entre prominentes hendiduras y abismos de un lado, y de otro el lago más grande y segundo de la isla en belleza, rodeado a lo lejos por montañas de formas distintas, pero bellas todas. Su formación se debe al fuego, los terremotos y la actividad volcánica; es difícil concebir un escenario más impresionante para las ceremonias nacionales. Durante el debate que estableció el cristianismo como la religión de Islandia, los presentes se estaban dividiendo en dos facciones hostiles, cuando llegó un hombre corriendo a la Asamblea General para avisar que salía fuego de la tierra en Olfus. Con la argumentación de los cristianos en la mente, los paganos exclamaron: «¡Ante semejante charla no es extraño que los dioses estén furiosos!». Pero Snorri Godi a modo de respuesta preguntó: «¿Por qué estaban furiosos los dioses, decidme, cuando ardió aquí la lava que pisamos?». Incluso en la misma Islandia hay pocas demostraciones del poder divino (o infernal) tan extraordinarias como el cuarteamiento de Thingvellir. Se convirtió rápidamente en el punto de reunión nacional. Y en verdad era la nación durante parte de cada junio. Aquí, desde 930, un hombre, pasadas una o dos generaciones, podía sentirse completamente islandés y no un noruego. Hacer el itinerario por los largos, incómodos, pero hospitalarios, caminos a la Asamblea General, para compartir durante una quincena la animación y la actividad del lugar, era lo mismo que estar en el centro del timón, en el corazón del cuerpo legal, económico, político y social.
La fuerza de los sacerdotes del templo como clase rectora hizo posible que Islandia medieval nunca fuera una democracia en el sentido normal de la palabra. Hubiera sido, en caso contrario, completamente innatural. Pero menos aún se trataba de una teocracia, porque la autoridad de los goðar se apoyaba cada vez menos en sus funciones sacerdotales, incluso en tiempos paganos, y sobre todo después de la adopción del cristianismo. Su continuidad se basaba en el poder secular, sin el cual quedaba reducida a nada. Normalmente el cargo pasaba de padres a hijos, pero se podía regalar, vender o prestar. También se podía dividir y compartir. A causa de dicha posibilidad de transferencia y adquisición, y la falta de un poder por encima de los goðar que los controlase, esta forma de autocracia tan peculiarmente islandesa acarreó en sí, desde los principios, la simiente de su decaimiento, de tal modo que los desastres políticos del siglo XII son consecuencia lógica de los adelantos constitucionales del siglo X.