1. El descubrimiento y asentamiento

Los primeros años de la Groenlandia histórica equivalen a la historia de la vida de Erik el Rojo. Él fue su primer explorador y colono; él la bautizó y se trajo embarcaciones llenas de islandeses para que allí hicieran su hogar; él incorporó con firmeza la costa occidental a los confines de la geografía nórdica de finales del siglo X. Y, sin embargo, no fue quien la descubrió primero.

En el descubrimiento noruego de Islandia soplaron los vientos de lo casual y accidental. Algunos barcos que habían perdido el rumbo y que se vieron zarandeados por tempestades en el océano occidental arribaron a sus costas de manera imprevista o sin saberlo. Lo mismo ocurrió con Groenlandia. Más tarde, durante el período de colonización, entre 900 y 930, un hombre llamado Gunnbjorn, que navegaba de Noruega a Islandia, rebasó completamente su destino, y avistó una tierra nueva y sus islas satélites en el oeste. Estas islas o skerries fueron conocidas a partir de entonces por su nombre, Gunnbjarnarsker; pero ha pasado mucho tiempo desde que fueron identificadas satisfactoriamente, por última vez, hasta el momento. A mediados del siglo XIV, Ivar Bardarson dijo que los skerries yacían a medio camino entre Islandia y Groenlandia. Puesto que al mencionar Groenlandia se refiere, probablemente, a los asentamientos nórdicos en la costa occidental, parece razonable identificarlos con las islas al este de Sermiligaq, cerca de Angmagssalik, hacia el oeste de Snæfellsnes[22]. De todos modos, la tierra que Gunnbjorn vio era Groenlandia. No desembarcó, ni exploró, pero sus noticias habrían de dar fruto en Isafjord y bajo Snæfellsnes, donde sus hijos y su hermano se habían establecido con anterioridad.

Erik el Rojo, pelirrojo y barbirrojo y en ocasiones metido en asuntos comprometidos, había nacido en una granja en Jaeren, unas treinta millas al sur de Stavanger en Noruega, pero a los quince años más o menos se vio obligado a salir del país junto con su padre Thorvald, a causa de una disputa que terminó con derramamiento de sangre. La Edad de los Asentamientos se había terminado, las mejores tierras estaban ocupadas, así que padre e hijo no pudieron hacerse con nada mejor que una alquería en la costa rocosa y áspera que se extiende hacia el sur desde Hornbjarg, Cabo del Saliente. Esta zona, cubierta de hielo, debió de parecerle al joven Erik un mal sustitutivo de los verdes campos y las cosechas tempranas de su hogar de la adolescencia; de modo que al morir su padre, casado como estaba y habiendo heredado las responsabilidades del cabeza de familia, abandonó Drangar y se dedicó a desbrozar la tierra al sur de Haukadal, entonces como ahora un área de madera de abedul nudosa y placenteros pastos. En seguida se vio envuelto en duras disputas de sangre, expulsado de Haukadal por gentes con más fuerza en los puños que él, arrastrado a otras matanzas en las islas de Breidafjord y, finalmente, desterrado allende los mares por un período de tres años. A pesar de todo poseía cierto don para la amistad y sus amigos permanecieron de su parte decididamente, pero con toda probabilidad se sintieron aliviados al oír su resolución de redescubrir la tierra que Gunnbjorn Ulf-Krakason había avistado cuando fue empujado por una tormenta hacia el océano occidental y descubrió Gunnbjarnarsker. Lo cual no quiere decir que se tratase de una resolución repentina: la familia de Gunnbjorn había vivido en el mismo rincón de Islandia que Erik, de modo que en el Vestfirthir debía de conservarse la tradición de que existía una tierra nueva para todos los valientes que se atreviesen a ir en su busca. Además, en la Islandia de 982 no había sitio para un hombre tan inquieto como Erik. En todas sus granjas se había visto reprimido por familias más influyentes; no es extraño que llegase a la conclusión de que debía marcharse a otro lugar si deseaba sobresalir. ¿Pero dónde? Tanto en Noruega como en Islandia los que deseaban vengar a sus familiares estaban a la expectativa. Para un hombre del temperamento de Erik, resoluto y ambicioso, arriesgado y, sin embargo, astuto, y nacido para mandar, lo más razonable era navegar hacia el oeste por entre las islas, al oeste, pasado Snæfellsjokul, hacia el oeste en busca de las entrevistas montañas de Groenlandia, vestidas de nieve y coronadas de nubes.

Desde su refugio de Breidafjord eran 450 millas de viaje. Si navegaba a lo largo del paralelo 65, con viento de Levante dominante a principios de verano, a su espalda, estaría a la altura de las costas de Groenlandia en cuatro días (suponiendo que estuviera al pairo durante las breves horas de la noche), para discernir su naturaleza inhospitalaria. A continuación enfilaría sursuroeste paralelo a la costa, acompañado aún por la presencia de un paisaje férreo de montaña, nunatak, y la brillante desolación del casquete glaciar hasta que, después de mucho navegar, empezaría a recorrer los fiordos meridionales y, por la ruta de Prins Christians Sund, buscaría su camino hacia la costa occidental y luego seguiría la curva de la tierra hacia el noroeste[23]. Poco después se enteraría de que su corazonada era acertada y de que sus esperanzas se habían cumplido. Ya que navegando hacia el norte más allá de Hvarf en los días cálidos y luminosos, alcanzó rápidamente la extremidad meridional de la región más hospitalaria de Groenlandia. Tierra adentro, como siempre, existía la impresionante majestad de la superficie helada, pero aquí se hallaba encubierta, y en vez de la contorsionada faz de la costa oriental, coronada de rocas y cortada por las lenguas de los glaciares, temible medusa para hombre y naves, se encontró navegando por un archipiélago de islas rebosantes de aves, con un litoral a estribor fisurado por profundos fiordos llenos de vida. El país era muy hermoso y a los ojos del marino los fiordos y estrechos isleños, excelentes para la navegación y provistos de innumerables fondeaderos y abrigos, resultaban en suma más atractivos que las expuestas costas de Islandia. Y, mejor aún para un hombre que, por encima de todo, era todavía un granjero, en las extremidades interiores de estos fiordos halló hierba del color de la esmeralda y laderas cubiertas de flores, sauces enanos, abedules y enebros. Las bayas comestibles crecían allí en profusión, la angélica, el acanto y los musgos caseros. Por encima de todo, la tierra estaba deshabitada, aunque se veían varias casas en ruinas, fragmentos de embarcaciones y utensilios de piedra, vestigios de una ocupación precedente y, según juzgaron ellos, no europea. Mientras escudriñaba estos fiordos y exploraba las islas durante los tres veranos de su exilio, Erik se hallaba libre, por primera vez en su vida, de embarazosos vecinos. No hay duda de que sus ideas se expansionarían de la misma manera, puesto que al volver a Islandia lo hizo para alabar la tierra recién hallada. Su nombre resulta adecuado si pensamos en los exuberantes pastos de los fiordos meridionales, Grœnaland, la Tierra Verde, o bien Grœnland. Las resonancias de nombre tan feliz (relacionado con hierba y fertilidad) serían a modo de gozoso augurio para los hombres sedientos de tierras. Erik se preparó en seguida para la colonización permanente. Pensamos que se habría traído un cargamento de pieles de oso, reno, foca y morsa y marfil marino como trofeos de la riqueza del país y con una tripulación completa como testigos de su clemencia. Puesto que durante estos tres años no tenemos noticias de un solo accidente entre sus hombres, lo cual resulta un asombroso tributo a la resolución y prudencia de Erik. Aun cuando lleno de confianza, decididamente se había preparado para lo peor; así es como pudo evitarlo.

En casa encontró a muchos dispuestos a escucharle. Diez años antes, Islandia había sufrido la peor época de hambre de su historia, tan terrible que algunos se deshicieron de los viejos e imposibilitados, y muchos murieron de inanición[24]. De modo que había muchos que no veían esperanza alguna en su propio país, grandes propietarios que se habían hundido con los malos tiempos, como Thorbjorn Vifilsson, y pobres granjeros eclipsados por nuevos ricos tales como el odioso Hen-Thorir. Y aun así Erik debió de sorprenderse del número de seguidores que encontró. Cuando volvió a Groenlandia, a principios del verano de 986, era el caudillo de una armada de veinticinco naves, de las cuales catorce arribaron sanas y salvas. Algunas perecieron, otras tuvieron que volver, pero la colonización efectiva de Groenlandia debió de empezar con poco menos de 400 personas tomando posesión de la tierra, según la costumbre islandesa, en el litoral interior de las ciento veinte millas de fiordos que se extienden al norte, desde Herjolfsnes a Isafjord[25]. Casi todas estas personas eran islandeses.

Eventualmente, el llamado Asentamiento Oriental del moderno distrito de Julianehaab llegaría a contar, según información contemporánea, 190 granjas, una catedral en Gardar, en el espacio entre Eiriksfjord y Einarsfjord, un monasterio agustino, un convento de monjas benedictinas y doce iglesias parroquiales. Al mismo tiempo hubo almas esforzadas que siguieron penetrando trescientas millas y más en dirección norte y fundaron el Asentamiento Occidental, Vestribyggd, en el distrito donde hoy se alza Godthaab. Éste era menos extenso, pero, aun así, de suficiente importancia, con sus 90 granjas y sus cuatro iglesias[26]. Es dudoso que se puedan considerar como un Asentamiento Medio las veinte o más granjas alrededor de Ivigtut (sin iglesia). Entre Eystribyggd y Vestribyggd (que hoy día consideraríamos como el Asentamiento Meridional y el Septentrional, porque la situación del uno con respecto del otro es noroeste y sureste) era demasiado estrecho para la labranza con animales, y en las montañas del interior nada existía aparte del hielo. El autor de Konungs Skuggsjá (El Espejo del Rey), en su descripción de mediados del siglo XIII, dice: «Algunos hombres han intentado a menudo adentrarse en el país y escalar las montañas más altas en varios lugares para obtener una buena vista y averiguar si existía tierra alguna libre de hielo y habitable. Pero en ninguna parte encontraron un lugar de esta suerte, excepto lo que está habitado ahora, que es una delgada franja de litoral. Cuando faltaba esta franja, nada poseían».

Las partes de Groenlandia inhabitadas e inhabitables eran los Obyggdir, la mayoría de poco o nulo valor, pero algunos proporcionaron a los asentamientos excelentes terrenos de caza y pesca, junto con el mejor suministro de madera de deriva. En ellos, cazadores y patrones como el Thorhall, con aspecto de ogro, de Eiríks Saga o el intrépido Sigurd Njalsson de Einars Tháttr obtuvieron abundante cosecha de la tierra y el mar. Los mejores terrenos de caza estaban al norte de Vestribyggd; Disko y sus alrededores en latitud 70º N, era uno de los lugares favoritos de estos hombres, cuya pericia estaba a la altura de su temperamento esforzado. Allí construyeron cabañas que les sirvieron de punto de partida en el verano y a veces, también, en el invierno, para sus largas incursiones hacia el norte. Desde la moderna Holsteinsborg, en la misma dirección, hasta la península de Nugssuaq se extendían los Norðrsetr, -seta, los Cazaderos Septentrionales, y se decía de los hombres que viajaban hasta allí, que iban hasta los Nordseta o se adentraban en ellos (fara í nordsetu) en busca del narval, la morsa y el estimado oso polar de Groenlandia. Con todo, no eran éstos sus límites septentrionales. En 1824 el esquimal Pelimut descubrió en un túmulo de un grupo de tres, en la isla de Kingigtorssuaq, justamente al norte de Upernavik y a unos 73º de latitud norte por defecto, una piedra pequeña en la que se lee escrito en caracteres rúnicos: «Erling Sighvatsson y Bjarni Thordarson y Eindridi Jonsson el sábado antes del Día de Rogativas menor (25 de abril) levantaron estos túmulos y…». La inscripción, cuyo final está borroso, data del comienzo del siglo XIV, y al parecer, estos hombres habían pasado el invierno en Kingigtorssuaq. Se tienen noticias de que cincuenta años antes, en 1267, una expedición que navegó casi hasta el paralelo 76, adentrándose en la Bahía de Melville (a un sorprendente «más allá del norte»), observó huellas de esquimales en Kroksfjardarheid (Bahía de Disko) antes de emprender el viaje de regreso al Asentamiento Oriental. Que los hombres murieron de frío y hambre, enfermedad y naufragio, y todos los accidentes que se dan en exploraciones a lugares de latitud elevada, es tan cierto en el caso de estas vagas expediciones de la Edad Media como en el de las exploraciones cuidadosamente documentadas de los últimos doscientos cincuenta años. La mala fortuna de la tripulación de Arnbjorn a finales del 1120, tal como aparece en Einars Tháttr, es un ejemplo. Además, existen otros. En Flóamanna Saga nos enteramos de un naufragio en la costa oriental, seguido del viaje desesperado de Thorgils Orrabeinsfostri hacia la salvación en el suroeste. No faltan los habituales actos de magia, amotinación y muerte de lo más ignominiosa; pero el relato de cómo los supervivientes arrastraron su embarcación por encima de los glaciares y los témpanos de hielo y, cuando era posible, navegando por las escasas vías de agua; de cómo Thorgils se aferró a los pulmones del oso herido para que no se hundiera en el agua de un agujero; del espectáculo de los muertos cubiertos por la nieve; de muchos, todo esto es cierto, además de Thorgils[27]. La saga de Gudmund el Bueno (Resenbók) contiene una sombría anécdota de cómo la tripulación de una nave luchó por las provisiones y de cómo los tres últimos supervivientes murieron a una singladura de la salvación. En 1189, la nave Stangarfoli naufragó en Obyggdir con el sacerdote Ingimund a bordo; catorce años más tarde se recuperaron los cadáveres de siete hombres. De la débil evidencia de Tósta Tháttr se podría deducir que tales avatares eran lo bastante frecuentes como para que un tal Lika-Lodinn tomase la misión de recorrer los Obyggdir septentrionales en busca de los cadáveres de los marinos que habían naufragado y traerlos de vuelta al sur para que recibieran cristiana sepultura.

3. BRATTAHLID, EL GRAN SALÓN

El interior mide 14,7 X 4,5 m. Los muros, en parte de piedra, en parte de césped, oscilaban entre 1-2 metros de espesor. La entrada está orientada al sureste, con una vista que abarca el fiordo. En el lado opuesto, dentro del salón, se halla el hogar principal. Un canal, tapado con piedras, llevaba agua fresca a través de la casa.

Pero volvamos a los Asentamientos. Los hombres que vendieron sus hogares en Islandia y se trajeron a sus familias, fortunas, o simplemente su capacidad a Groenlandia, no eran en su mayoría cazadores y exploradores sino verdaderos colonizadores y, excepto en la elección de una nueva patria, eran por lo demás rabiosamente conservadores. Eran ganaderos, atentos sólo a criar animales y para ello necesitaban, tal como el astuto Erik había previsto, buenas tierras de pastos. Existían en moderada profusión, no en el litoral exterior, sino en los fiordos interiores, a veces muy cerca del hielo perpetuo; así que fue en tales recovecos donde levantaron sus casas y establos de piedra y hierba, con el tejado de madera de deriva. Para la estructura siguieron o volvieron a desarrollar los variables estilos de Islandia o a veces obtuvieron tales diferenciaciones sobre éstos que hasta consiguieron producir un estilo groenlándico propio. El corazón de la Groenlandia nórdica se hallaba a treinta millas de la cabecera del Eiriksfjord, en la ruta de la cabecera del Einarsfjord a Vatnahverfi; aquí precisamente se daban las condiciones de vida más idóneas. El verano, aunque corto, era cálido y agradable. Y es evidente que los pastos más ricos de Groenlandia se encuentran todavía en los emplazamientos de estas antiguas alquerías nórdicas. La situación de la Granja de la Colina en Brattahlid es decididamente idílica, con su oscura y chispeante corriente, sus espléndidos pastos verde botella y los suaves declives de las colinas que la protegen por todas partes. «Se tienen noticias», dice el autor de El Espejo del Rey, «que los pastos son buenos y que hay grandes y magníficas alquerías en Groenlandia». Y oímos más adelante: «la tierra rinde una hierba fragante y buena». Las granjas del Norte y del Río en Brattahlid podían mantener veintiocho y doce animales respectivamente, y el establecimiento del Obispo, en Gardar, no menos de setenta y cinco. Además existían los caballos que se habían traído consigo de Islandia, ovejas, cabras y unos pocos cerdos. De acuerdo con la fuente de información mencionada, «los granjeros crían ganado vacuno y ovino en grandes cantidades, y hacen manteca y queso con igual abundancia. La gente se sustenta principalmente de estos alimentos y de carne de buey; pero también comen carne de caza, como por ejemplo de caribú, ballena, foca y oso. De eso se alimenta la gente de ese país». Y, claro está, de pescado, pues existían muchas variedades prontas a picar en el anzuelo.

En las laderas favorecidas por el sol crecía y maduraba el trigo; más adelante, en la historia de la colonia, hay noticias de que se trabajó alguna cantidad de hierro; pero de ninguno de los dos productos se obtuvieron cantidades suficientes. Escaseaba también la madera, pues el total de lo que crecía en el país no merece ser mencionado y sólo les llegaba una pequeña cantidad a la deriva, a través de una larga y sinuosa ruta desde Siberia. El comercio era, por tanto, de capital importancia para la vida de los groenlandeses y, durante un tiempo, aquél prosperó. Entre los primeros colonos había hombres que poseían sus propias embarcaciones y que recorrían los mares como mercaderes-aventureros. Desde Groenlandia llevaban pieles y cueros, sogas y cables, tan resistentes que los esfuerzos de sesenta hombres no lograban partirlos; colmillos de narval y morsa; y halcones blancos de tan fina rapacidad que en 1396 «el Duque de Borgoña envió a Bayaceto doce halcones groenlándicos como rescate de su hijo[28]». Había osos también, los osos polares de Groenlandia, apreciados en toda Europa como regalos para príncipes y prelados, cuyo más entrañable relato puede leerse en la leyenda islandesa de Authun. La lana de Groenlandia estaba también en demanda. Leif Eiriksson, el primer blanco que dejó su huella en América, juzgó que un manto de lana, junto con un cinto de marfil de morsa, un anillo para el dedo y un bebé para la cuna eran los regalos más apropiados para despedirse de Thorgunna, su amada de las Hébridas. Los groenlandeses poseían, además, aceite de foca y otros productos similares para la exportación. En cambio necesitaban, y lo necesitaban imprescindiblemente, hierro para diferentes usos, madera, armas ya manufacturadas, trigo, ropas de estilo continental europeo y otros suministros para la existencia, como malta, vino y vestiduras eclesiásticas. Dadas las circunstancias, no podían obtener la madera, el hierro y el trigo de Islandia. Los traían de Noruega; durante cierto tiempo en cantidad suficiente. Mientras el comercio se mantuviera equilibrado, teóricamente la vida del hombre blanco en Groenlandia podía continuar para siempre. Al igual que los esquimales, tenían a su disposición la caza y la pesca con todos sus productos y, en suma, animales caseros que les proveían de carne, leche y lana. Vivían en un mundo duro, pero un mundo lleno de esperanza y promesas y el tiempo parecía estar de su parte. De modo que:

En la mañana soleada

no oyeron el aviso de los témpanos de hielo.

Llevaban una vida demasiado ocupada como para pensar en agüeros y presagios. Apenas terminado el asentamiento en Eystribyggd, cuando ya algunos hombres empezaban a encaminarse al norte, y antes de acabar el último tejado en Vestribyggd existía ya una religión en el país[29]. Durante veinticinco años, a partir de entonces, por boca de todos corrieron abundantes noticias de Vinlandia la Buena. Existían historias transmitidas oralmente y una literatura en prosa y verso, de la que el «Lay Groenlándico de Atli» es su más notable superviviente. Y para el artesano había tanta abundancia de colmillos de morsa y huesos de ballena como pudiera necesitar. Por otra parte tenían que dar forma a una constitución que rigiese sus vidas, y a un sistema legal bajo el que pudiesen vivir en comunidad. La parte que Erik el Rojo y sus hijos tomaron en todo esto fue considerable, y probablemente decisiva. No conocemos con exactitud la posición que Erik ocupaba en la colonia, pero está claro que era su patriarca y primer ciudadano, y probablemente la autoridad que se le concede en las sagas se apoyaba en un cargo parecido al de allsherjargoði, o sea el sacerdote o jefe de la congregación, o al de lögsögumaðr, el portavoz de la Ley de Islandia. Le sucedió su hijo Leif, y a Leif su hijo Thorkel; y cien años cumplidos después de la muerte de Erik, leemos cómo Sokki Thorisson y su hijo Einar, que vivieron en el Brattahlid de Erik, «tenían gran autoridad en Groenlandia y sobresalieron de los demás hombres». Sokki era probablemente un descendiente de Erik por sangre o matrimonio; de acuerdo con Ivar Bardarson, el «Laugmader» o legislador de Groenlandia se hallaba siempre domiciliado en Brattahlid, pero carecemos de evidencia para probar lo que parece improbable por naturaleza, de que el cargo principal de la colonia era hereditario. La Constitución de Groenlandia, como muchas otras cosas, se hallaba modelada según la islandesa, con una asamblea nacional a través de la cual funcionaba. Así pues, la República, lo mismo que el hombre blanco, podía durar en Groenlandia, teóricamente, para siempre. Pero de hecho duró hasta 1261, cuando los groenlandeses aceptaron la soberanía del rey de Noruega y a cambio de algunas concesiones comerciales incumplidas, sometieron su independencia un año antes que sus hermanos de sangre en Islandia.

4. BRATTAHLID, LA DISTRIBUCIÓN DE LA GRANJA NORTE

I, la parte más antigua del complejo, probablemente el emplazamiento del gran salón de Erik el Rojo; Il-V, las adiciones posteriores en dirección norte; a saber, el edificio de los fuegos, el de los dormitorios y los cuartos de almacenaje; VI, el edificio del pozo, cubierto. Afuera existían otras dependencias.