3. Ungortok, el jefe de Kakortok
(Este espléndido relato de una historia sangrienta, junto con las ilustraciones del groenlandés Aron de Kangeq, es reproducción de Tales and Traditions of the Eskimo de Henry Rink, traducido del danés por el autor, Londres, 1875, pp. 308-17).
Érase una vez que un kayakero de Arpatsivik vino remando ría arriba, probando su nueva jabalina para cazar aves mientras avanzaba. Al aproximarse a Kakortok, donde los primeros kavdlunait (plural de kavdlunak, extranjero, nórdico) habían establecido su morada, vio a uno de ellos recogiendo conchas en la playa y, por cierto, éste le dijo a gritos: «A ver si eres capaz de alcanzarme con tu lanza». El kayakero no quería acceder, a pesar de que el otro continuaba insistiendo. Al fin, no obstante, hizo su aparición el amo del lugar, llamado Ungortok (¿Ungor-Yngvar?), y dijo: «Ya que parece desearlo tanto, apunta bien», y en pocos instantes el kayakero arrojó su lanza de buena fe y le mató en el acto. Sin embargo, Ungortok no se lo reprochó, sino que dijo solamente: «Desde luego que no es culpa tuya, ya que te limitaste a hacer lo que te requirió». Cuando llegó el invierno, todo el mundo pensaba que los kavdlunait vendrían a vengar la muerte de su compatriota; mas el verano se presentó de nuevo; e incluso pasaron rápidamente dos veranos. A principios del tercer invierno, el mismo kayakero remó de nuevo hacia Kaskortok, provisto de los utensilios de caza habituales, con vejiga y todo. Ocurrió que otra vez vio a un kavdlunak recogiendo conchas y sin saber por qué se le metió en la cabeza la idea de matarle también. Se acercó a él remando del lado que brillaba el sol con toda su fuerza sobre el agua y, arrojándole su lanza, le mató instantáneamente, tras lo cual regresó a casa sin ser notado, y les dijo que se había desembarazado de uno de los kavdlunait. Le reprocharon por no haberlo mencionado al jefe; y el asesino les contestó: «La primera vez le maté tan sólo porque me lo pidió una y otra vez». Algún tiempo después de este suceso, alguien envió a una niña en busca de agua por la noche; mas mientras llenaba el cubo, observó el reflejo de algo rojo en el agua. Al principio creyó que se trataba del reflejo de su propia cara; pero al volverse vio una multitud de kavdlunait y se asustó mucho. Estaba tan confusa que se dejó el cubo y corrió a la casa a contarles lo sucedido. Al mismo tiempo los enemigos se colocaron delante de la puerta y las ventanas. Uno de los que se hallaban dentro salió corriendo inmediatamente, mas pronto murió de un hachazo y le apartaron a un lado. De este modo los liquidaron a todos: sólo dos hermanos quedaban con vida. Se escaparon por sobre el hielo. Sin embargo, los kavdlunait pronto les divisaron, y dijeron: «Ésos son los dos últimos del lote; vamos tras ellos»; y sin decir más se lanzaron en su persecución. El jefe dijo ahora: «Soy el más rápido de nosotros; voy a alcanzarles»; y les siguió por sobre el hielo, donde los hermanos habían perdido velocidad debido a que el más joven llevaba suelas nuevas en sus botas, cosa que las hacía resbaladizas, y eran la causa de que perdiera pie varias veces. Al fin alcanzaron la ribera opuesta, y Kaisape, el mayor, consiguió trepar por la playa helada; pero el más joven se cayó, y fue alcanzado rápidamente. Ungortok le cortó el brazo izquierdo, y se lo enseñó a su hermano, diciendo: «¡Kaisape!, estoy seguro de que no olvidarás a tu pobre hermano mientras vivas». Kaisape, que no iba armado, mal podía socorrerle, mas echó a correr. Cruzó el país en dirección a Kangermiutsiak, donde vivía su suegro. Allí permaneció todo el invierno, y se le entregó un kayak. En el verano se dirigió en el kayak hacia el sur para aprender un romance mágico que tenía el poder de encantar a los enemigos. Pasó el invierno de nuevo en Kangermiutsiak; mas cuando se presentó el verano, se marchó al norte con el propósito de encontrar un compañero. En cada sitio donde llegaba, preguntaba, en primer lugar, si había una pareja de hermanos y luego iba a examinar la piel del forro de sus botas para ver si tenía piojos; y viajó por muchos sitios antes de hallar a dos hermanos, de los cuales el más joven no tenía piojo alguno. Persuadió a éste para que le ayudara, y le hizo regresar consigo a Kangermiutsiak. Entonces, se empeñó en cazar focas; y arrancó los pelos de todas las que cazó, para usarlas luego como pieles blancas. Hecho esto, se fue en busca de una gran pieza de madera de deriva, y al fin encontró una adecuada para su propósito. Procedió a excavarla con su cuchillo hasta que la dejó hueca como un tubo, e hizo una cobertura que encajara ceñidamente en uno de los extremos; y a ambos lados abrió pequeños agujeros, para los cuales también hizo obturadores de madera. Llegado a este punto, puso primeramente todas las pieles blancas dentro del espacio hueco, lo cerró por un extremo con la cobertura, y del mismo modo cerró los pequeños agujeros de los costados. Luego lo botó al agua, tras lo cual todos los kayakeros aunaron fuerzas para remolcarlo por el estuario abajo hasta Pingiviarnik, donde lo llevaron a tierra; y, habiendo extraído las pieles, las ataron unas cuerdas, luego las izaron y extendieron como si fueran velas, de modo que el bote tomó el aspecto de un iceberg un tanto sucio, pues las pieles no eran todas de la misma blancura.
11.
Ahora la gente se subió al bote: lo empujaron hasta el agua, y Kaisape dio la orden: «¡Extendamos las pieles!». Así se hizo; y la gente de la playa se asombró de ver cuán parecido era a un iceberg flotando lentamente. Kaisape, que deseaba echar un vistazo desde la playa, dijo a la tripulación: «Ahora os podéis encargar del bote vosotros, mientras pongo pie a tierra para echar una mirada». Cuando contempló el resultado de su trabajo, se sintió satisfecho y dio órdenes para que trajeran de nuevo el bote a tierra. Extendieron las pieles para que se secaran al sol; y, una vez hecho esto, dijo que aún no había olvidado a su hermano. Ya estaban preparados para ir a Kakortok a tomar venganza, mas se vieron obligados a quedarse estacionados en Arpatsivik durante algún tiempo, esperando un viento favorable que les llevara estuario arriba. Cuando se levantó el viento favorable, la ría se llenó progresivamente de trozos de hielo de diferente forma y tamaño. Había llegado la hora de que Kaisape extendiera las velas al viento y se introdujera en el estuario. Varios botes siguieron su estela, mas las tripulaciones desembarcaron un poco más al norte de Kakortok para reunir gavillas de enebro; mientras que Kaisape y sus ayudantes, bien escondidos en la madera hueca y mirando constantemente por los agujeros, se dejaron arrastrar directamente hasta la casa. Vieron a los kavdlunait trajinando, mirando de cuando en cuando por el estuario abajo. Una vez llegaron a oír claramente: «¡Qué vienen los kaladlit! (plural de kalâlek, esquimal groenlandés)», tras lo cual todos salieron corriendo de la casa; mas cuando el amo les hubo asegurado: «No es más que hielo», se retiraron de nuevo; y Kaisape dijo, «¡Ahora, rápido!, no creo que vengan hasta dentro de un rato». Desembarcaron en la playa, y cargados de gavillas de enebro, rodearon la casa. Kaisape llenó la entrada de yesca, y le prendió fuego, de modo que toda la gente de dentro murió quemada; y los que trataron de abrirse camino por el pasillo también perecieron. Mas a Kaisape le preocupaba muy poco la gente en general; sus pensamientos se centraban en Ungortok; y ahora oyó exclamar a uno de sus ayudantes: «¡Kaisape!, el hombre que buscas está allí arriba». Para entonces el jefe había salido de la casa en llamas por una ventana, y huía con su hijo pequeño en brazos. Kaisape salió en su persecución y le alcanzaba rápidamente. Al llegar al lago, el padre arrojó a su hijo al agua para que muriese sin recibir herida. Sin embargo, Kaisape, al ver que no podía alcanzar a su antagonista, se vio forzado a regresar al lado de su tripulación. Ungortok corrió hasta llegar a Igaliko, y allí se estableció con otro jefe llamado Olave. Al descubrir que Kaisape no le iba a dejar en paz allí, se trasladó a la cabecera de la ría Agdluitsoq, donde se estableció en Sioralik, mientras que Kaisape, por su parte, se estableció en la salida de la misma ría. El verano siguiente volvió a salir en persecución de Ungortok, que, no obstante, consiguió llegar a la costa frente a la isla de Aluk. Kaisape le siguió el rastro hasta el mismísimo lado norte de dicha isla, donde fijó su morada; y consultó con los habitantes de la Tierra del Este sobre los medios de matar a Ungortok. Al fin, uno se adelantó, diciendo: «Te conseguiré una pizca de madera de la repisa de las botas de una mujer estéril, de la cual debes tallar tu flecha». Tras pronunciar un sortilegio sobre la madera, se la entregó a Kaisape, que le agradeció el obsequio diciendo: «Si se cumple lo que me dices de que esto me ayudará, me comprometeré a ayudarte en la caza y la pesca». Y se puso a fabricar tantas flechas como cupieran en un carcaj hecho de piel de foca; y por último, añadió la valiosa flecha mágica, y acto seguido salió con sus ayudantes hacia el gran lago frente a la casa de Ungortok, donde Kaisape hincó todas las flechas en tierra con una cierta separación entre ellas; y finalmente también la flecha mágica.
12.
Dejó que sus compañeros se quedaran cerca del lago, sigilosamente trepó solo, a unas colinas desde las que podía ver a Ungortok moviéndose fuera de su casa. Le oyó hablar a solas y mencionar el nombre de Kaisape. Sin embargo, resolvió esperar la llegada de la noche para realizar su propósito. En la oscuridad se deslizó hasta la casa, y miró a dentro por una ventana, con el arco tenso y a la expectativa. Ungortok cruzaba arriba y abajo tan ligero como una sombra, debido a lo cual le resultaba imposible apuntar debidamente. Por consiguiente apuntó a la mujer de Ungortok, que estaba dormida con la criatura al pecho. Al oír un ruido Ungortok miró a su mujer y descubrió una flecha clavada en su garganta. Mientras tanto, Kaisape había regresado velozmente a la margen del lago para coger otra flecha, mientras que Ungortok se lanzaba en su persecución, blandiendo en la mano el hacha que antes había matado a su hermano y que ahora le amenazaba a él. Kaisape le lanzó la segunda flecha, mas Ungortok la esquivó lanzándose a tierra y presentando tan poco blanco que sólo se le veía la barbilla; y en poco tiempo Kaisape había gastado todas sus flechas, sin haber hecho blanco. Ungortok las rompió en dos y las arrojó al lago. Al fin Kaisape agarró la flecha mágica, y ésta penetró en la protuberante barbilla hasta alojarse en la garganta. Mas, como Ungortok no expiró inmediatamente, Kaisape echó a correr, pero el herido Ungortok le siguió de cerca. Kaisape llevaba corriendo un buen rato, cuando de repente notó que se le secaba la garganta, y se desplomó completamente extenuado. No obstante, al acordarse de Ungortok, se levantó en seguida, y se volvió corriendo para ver lo que había ocurrido, encontrando su cadáver cerca. Le cortó el brazo derecho, y manteniéndolo ante el muerto, repitió sus propias palabras, «¡Mira este brazo, que seguramente nunca olvidarás!». Mató asimismo al niño huérfano, y, llevándose consigo al viejo habitante del Este, regresó a Kangermiutsiak, donde mantuvo al viejo, cuyos despojos, según se cuenta, se enterraron en aquel mismo lugar.