El 20 de noviembre de 1910… no pasó gran cosa. En la fecha propuesta en el Plan de San Luis para el levantamiento armado en contra de Porfirio Díaz, hubo levantamientos en 13 puntos, destacadamente en Gómez Palacio, Durango, y 8 en el estado de Chihuahua, a cargo de Pancho Villa. A pesar de ello, el propio Madero huyó a Nueva Orleans a mediados de diciembre y el movimiento parecía limitado a algunas zonas rurales del norte del país. Madero no volverá hasta mediados de febrero del siguiente año, fracasando en su primer intento de ataque militar. A pesar de ello, en el segundo combate tomó Ciudad Juárez. Al ser una ciudad fronteriza, Estados Unidos se preocupó y empezó a enviar unidades del ejército a la frontera. El movimiento continuó ganando fuerza, ahora en Veracruz, Guerrero y Morelos, además de tener combates más frecuentes e intensos en Chihuahua, Coahuila, Durango y Zacatecas.
El ministro de Hacienda, Limantour, se encontró en Nueva York con el padre y hermano de Madero. Allí se propuso que renunciara el Vicepresidente, se cambiara la Constitución para prohibir la reelección, y que los maderistas pudiesen poner 4 ministros y 11 gobernadores.
Limantour convenció a Díaz de cambiar a su gabinete, excepto dos personas y de enviar la iniciativa prohibiendo la reelección. A Madero le pareció poco, por lo que Díaz le propuso aceptar el nombramiento de 4 ministros de gabinete y 14 gobernadores. A Madero le pareció aceptable, sin embargo, muchos de los líderes populares —Villa, Orozco, parte del Estado Mayor de Madero— dijeron que era muy poco y la oferta fue rechazada.
A partir del 11 de abril, el movimiento revolucionario estableció un cuartel general en Ciudad Juárez y se acordó un armisticio. El 7 de mayo, el presidente Porfirio Díaz publicó un desplegado en el periódico La Nación en el que escribía, entre otras cosas:
“La buena voluntad del gobierno y su deseo manifiesto de hacer concesiones amplias y de dar garantías eficaces de la oportuna ejecución de sus propósitos, fueron interpretados, sin duda, por los jefes rebeldes como debilidad o poca fe en la justicia de la causa del mismo gobierno; ello es que las negociaciones fracasaron por la exorbitancia de la demanda previa formulada por los representantes revolucionarios antes de dar a conocer sus bases de arreglo, y de todo punto incompatible con un régimen legal. (…)
“Por último, hacer depender la presidencia de la República, es decir, la autoridad soberana de la Nación, de la voluntad o del deseo de un grupo más o menos numeroso de hombres armados, no es, por cierto, restablecer la paz, que siempre debe tener por base el respeto a la ley; sino, por el contrario, abrir en nuestra historia otro siniestro período de anarquía, cuyo imperio y cuyas consecuencias nadie puede prever.
“El Presidente de la República que tiene la honra de dirigirse al pueblo mexicano en estos solemnes momentos se retirará, sí, del poder, cuando su conciencia le diga que al retirarse, no entrega el país a la anarquía y lo hará en la forma decorosa que conviene a la Nación, y como corresponde a un mandatario que podrá, sin duda, haber cometido muchos errores, pero que también ha sabido defender a su patria y servirla con lealtad.
“El fracaso de las negociaciones de paz tal vez traerá consigo la renovación y la recrudescencia en la actividad revolucionaria. Si por desgracia fuere así, el gobierno, por su parte, redoblará sus esfuerzos contando con la lealtad de nuestro heroico ejército para someter a la rebelión dentro del orden; mas para conjurar pronta y eficazmente los inminentes peligros que amenazan nuestro régimen social y la autonomía de la Nación, el gobierno necesita del patriotismo y del esfuerzo generoso del pueblo; cree contar con él, y con él está seguro de salvar a la Patria.”
Y en parte tenía razón: después de su salida, la Revolución Mexicana se volvió una auténtica guerra civil entre distintas facciones, de las cuales sus principales líderes eran: Madero y Carranza eran en su momento presidentes en funciones; y Villa y Zapata, líderes populares; los cuatro morirían acribillados por sus rivales en emboscadas o traiciones. Sólo Obregón y Calles sobrevivirían a “La Bola”, el primero para morir asesinado siendo presidente electo y el segundo para mantenerse como el poder detrás del trono en el periodo llamado Maximato, pero iniciando otra guerra civil —ahora, la Cristera— y siendo expulsado del país por el presidente Lázaro Cárdenas, quien fue militar en la Revolución y pacifista en el Poder… a pesar de lo cual entramos en el bando aliado en la Segunda Guerra Mundial. Será hasta 1945 que México volverá a tener paz.
Porfirio Díaz está en la terraza del Castillo de Chapultepec. Observa hacia el Paseo de la Reforma. Se ve la espalda del Ángel de la Independencia, inaugurado para las fiestas del centenario en Septiembre de 1910, un par de meses antes del levantamiento armado. Ligeramente a su izquierda, se ve la estructura de lo que sería el Palacio Legislativo, obra que será abandonada a su caída y cuya estructura se utilizará tiempo después par hacer el Monumento a la Revolución. Siguiendo la línea del Paseo de la Reforma, se observa el monumento a Cuauhtémoc, y un poco más allá, el de Colón. Se alcanza a ver la Alameda Central. A su derecha, ya muy lejos, las torres de Catedral y de las demás iglesias del Centro Histórico.
Porfirio Díaz se asoma por el barandal. Ve hacia el vacío, observando el sitio en donde se supone que fue encontrado Juan Escutia con la bandera nacional tras la defensa del Castillo de Chapultepec contra la invasión norteamericana. Por un momento, considera saltar. Un suicidio patriótico.
Su desplegado en La Nación no ha sido del todo bien recibido. La mayoría de la población considera que no era necesario negociar con los alzados, sino aplicarles el peso de la ley y la fuerza del ejército. La buena voluntad del Presidente Díaz parece debilidad. Para los simpatizantes de los rebeldes, una minoría, el armisticio y las propuestas presidenciales son señal de debilidad. Para ambas partes, está mal.
Díaz hace un repaso de su conciencia: llegó al poder mediante elecciones. Ha dado buenos resultados en lo económico. Hay paz, una paz que nos esquivó buena parte del siglo XIX, en que intervenciones extranjeras y guerras civiles nos tuvieron en beligerancia permanente de 1810 a 1877. Ha enfatizado la aplicación de la ley y el combate a la corrupción. El país avanza y es importante en el mundo. El peso se utiliza como divisa de referencia y en las reservas internacionales, lo mismo de China, Inglaterra o Estados Unidos.
Repasa las muertes que se pueden achacar a su gobierno. Para él, todos han sido rebeldes que se oponen a la ley. Los Mineros de Cananea y los trabajadores textiles de Río Blanco no tenían derecho de hacer esas huelgas de esa forma. Los hermanos Serdán, muertos en Puebla el 19 de noviembre, tenían un arsenal y recibieron a los soldados y policías a tiros. No son héroes, son alzados y rebeldes.
El Señorito Madero es un hombre débil, afecto al espiritismo. Ha leído por allí que su libro, “la sucesión presidencial en 1910” se lo ha dictado un espíritu que firma “B.J.”, y que la conseja popular asocia a Benito Juárez. Díaz no cree en fantasmas, pero le parece sorprendente que su anterior jefe y modelo y posterior enemigo lo siga presionando ya muerto.
Sigue Porfirio Díaz ensimismado en sus pensamientos. Cree que ha hecho lo correcto. Si acaso algo hizo mal, aceptaría disculparse. Pero no… su conciencia nada le reprocha.
Un hombre se acerca por su espalda y se queda parado a su lado, oteando el horizonte junto a él. Porfirio no lo nota.
—“Así que me hizo caso, General. Y ahora se sorprende de los resultados”.
Porfirio se espanta y voltea sorprendido. Recuerda haber escuchado esa voz, pero quien la emite no se le hace conocido. Además, nadie debería estar en las recámaras del Presidente. Ni siquiera su guardia personal, que se queda fuera de los aposentos privados, por petición de su actual esposa, Carmelita.
—“No se sorprenda, General. Siempre he estado al pendiente de Usted”.
—“¿Lo conozco?”.
—“Parece que no… o más bien no me recuerda”.
Su interlocutor es un hombre sencillo, vestido de manta y con sombrero de palma. Usa huaraches. Y tiene más edad que el octogenario presidente. Su tez es morena y sus rasgos oaxaqueños.
—“Veo que no recuerda el día en que nació su hija Luz Victoria”.
—“¿Es Usted? ¡Llevo años buscándolo!”.
—“Pues parece que no busca bien”.
Esa ironía tan Oaxaqueña le hizo gracia al Presidente. Continuó el anciano.
—“Le digo que no recuerda. Ese día se asumió usted como un Guerrero Mixteco. Decidió luchar por lo justo y lo correcto, aunque perdiera. Y perdió con las armas. Pero ganó la siguiente elección. No lo olvide”.
—“Lo tengo presente”.
—“Entonces recuerde lo que le dije esa noche, sobre seguir el ejemplo de Cuauhtémoc. Usted le hizo un monumento. Y eso está bien. Es hermoso. Hace que lo recordemos. Lo puso en el cruce de las dos principales avenidas de la ciudad. Eso está bien”.
—“¿Y entonces, que me falta?”.
—“Recuerde lo que le dije. Cuauhtémoc sabía que estaba perdido. Que iba a perder la guerra. Que su pueblo iba a sufrir. Que iba a ser torturado y humillado antes de morir. Pero no dejó de guiar. Hizo aguantar a su pueblo lo más posible. Los impulsó. Y, lo más importante, no dejó que se perdiera su cultura y tradición. Dio ejemplo”.
—“Sí. Y me preguntó si podría yo hacer lo mismo, ahora recuerdo”.
—“Pues no tema al juicio de la historia. Hizo lo que tenía que hacer. El bien que pudo hacer al pueblo, ya está hecho. El daño que le causó, ya está hecho. No le toca juzgar a usted ni uno ni otro. Llegó el momento de rendirse, como Cuauhtémoc. Tal vez le tocará la tortura, el exilio, la muerte deshonrosa. Tal vez verá deshecho todo por lo que luchó. Pero le queda una labor: dar ejemplo. Ejemplo de desapego. Ejemplo de renuncia. Ejemplo de hacer lo correcto, de dejar ir por el bien del país. Y por su propio bien. ¡Le saludo, Guerrero Mixteco! ¡Ha honrado a su pueblo y su tradición!”.
Dicho lo cual, el anciano empezó a caminar junto a la baranda. Antes de llegar al punto de control de los guardias presidenciales, saltó por la baranda hacia el bosque. Porfirio Díaz no lo escuchó caer, ni lo vio alejarse. Pero le pareció ver un lobo negro merodeando por la rampa de acceso al Castillo.
Porfirio Díaz pasó el resto de la noche redactando un documento. No lo consultó con nadie. Al amanecer, mandó llamar a su gabinete para comentarles el contenido. Mediante un mensajero, lo remitió a la Cámara de Diputados. El documento decía textualmente (aquí transcrito con su ortografía original):
“A los CC. Secretarios de la H. Cámara de Diputados.
“Presente.
“El Pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de Intervención, que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República, ese pueblo, señores diputados, se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, es causa de su insurrección.
“No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo, sin conceder, que pueda ser culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mi persona la menos apropósito para raciocinar y decir sobre mi propia culpabilidad.
“En tal concepto, respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución Federal (v)engo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la República, con que me honró el pueblo nacional; y lo hago con tanta más razón, cuando que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.
“Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré á mis compatriotas. Con todo respeto.
“México, Mayo 25 de 1911.
“Porfirio Díaz
“(Rúbrica)”.