Hay objetos que son piezas icónicas de la historia. Tal es el caso del quetzalapanecáyotl que se encuentra en el Museo de Etnografía de Viena. Llegado a Europa como un regalo al Rey Carlos I de España y Carlos V de Alemania —la misma persona, por cierto—, ha visto la creación y destrucción del Imperio Español, del Sacro Imperio Romano; pasó la Segunda Guerra Mundial resguardado y lleva treinta años en una disputa en la que México ha querido repatriarlo e, incluso, ofreció a cambio el carruaje de Maximiliano de Habsburgo como trueque.
Pero no, el llamado “Penacho de Moctezuma” sigue como la pieza principal de su museo sede.
En múltiples representaciones del primer encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma Xocoyotzin, ocurrido en la Calzada de Tlalpan el 8 de noviembre de 1519 —o el día 7-cocodrilo del mes 1-águila del año 4-pedernal conforme al calendario azteca—, el Penacho de Moctezuma es pieza clave. Con su casi 1.75 metros de diámetro y 1.16 de altura, engarza más de 220 plumas de quetzal y adornos de oro y piedras preciosas. Es una corona sorprendente.
Es curioso que múltiples culturas de todo el mundo y de todas las épocas, pongan adornos brillantes y espectaculares sobre la cabeza de los gobernantes y los sacerdotes. Hay quien dice que lo que pretenden es materializar o hacer visible el aura o energía vital; no en balde los santos cristianos y los hombres espiritualmente trascendidos —como Buda— suelen representarse con aureolas brillantes, generalmente blancas y muy luminosas, en torno a sus cabezas. Y los reyes también gustan de coronas de oro con piedras preciosas; tal vez la más notable, la tiara papal, adorno que presenta tres coronas en tres niveles diferentes, para ilustrar su soberanía sobre el Vaticano, el Mundo y hasta llegar al Cielo.
En ese sentido, el impresionante Penacho de Moctezuma es una corona sumamente vistosa y que representa un pináculo del arte plumario y la orfebrería mexica.
Hernán Cortés marchó de Iztapalapa hacia el encuentro con Moctezuma Xocoyotzin. Este, de su parte, salió del Palacio de Axayácatl, con un séquito de 200 señores principales, porteado en un palio y acompañado de los señores de Tacuba, Iztapalapa, Texcoco y Coyoacán. Entre la comitiva, destacaban su hermano Cuitláhuac y su sobrino Cuauhtémoc.
Bernal Díaz del Castillo, cronista de Cortés nos deja la siguiente descripción de Moctezuma Xocoyotzin:
“Era el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, de buena estatura y bien proporcionado, cenceño y de pocas carnes, y el color no muy moreno, sino propio color y matiz de indio. Traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas, bien puestas y ralas. El rostro algo largo y alegre, los ojos de buena manera, y mostraba en su persona, en el mirar, por un cabo amor, y cuando era menester, gravedad. Era muy pulido y limpio, bañábase cada día una vez a la tarde.”
El evento de esta mañana nos sigue sorprendiendo: ¿Cómo es posible que un gran señor, el Huey Tlatoani, salga a recibir a un conquistador y lo albergue en su Palacio principal? Esto nos obliga a revisitar un par de cosas de la historia que no siempre se nos han planteado de manera adecuada.
Se nos ha dicho que en su paso por Tabasco, el cacique Tabascoob le entrega a Hernán Cortés a 20 mujeres, entre ellas a Malinalli Tenépatl, después bautizada como Marina y conocida como “La Malinche”. Ella le servirá de intérprete a lo largo de su viaje. Ésta se volverá, incluso, su concubina, y tendrá con él a Martín Cortés, quien se considera el “primer mestizo”, aún sin serlo. Y vaya que su hijo la pasó mal: repudiado por los indígenas por considerarlo hijo de una traidora a su pueblo, y repudiado por los españoles por considerarlo hijo ilegítimo, vivió el hecho de que su madre fuera despreciada por su padre a la llegada de la esposa formal de éste. “Malinchismo” se volvió un término que denota “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”.
No olvidemos que, al desembarcar en Yucatán, Cortés encuentra a los náufragos Gonzalo Guerrero y Fray Jerónimo de Aguilar. El primero, que ya se había casado con una princesa maya y tenía hijos —y es el verdadero padre del primer mestizo— decide quedarse allí, e incluso será líder de la resistencia maya contra la conquista española por unos treinta años más. Pero Fray Jerónimo de Aguilar quería dejar esas tierras paganas, por lo que se une a la expedición. Él habla español y maya, y mientras avanzan por territorios mayas será el traductor principal de Cortés.
Al llegar a la zona de Tabasco, empieza el dominio mexica. Dado que Malinalli era una princesa, había sido educada tanto en el idioma mexica como en el maya. Con ello, la cadena lingüística entre Cortés y Moctezuma quedará completa: él hablaba en español, que Aguilar traducía al maya; Malinalli traducía del maya al náhuatl, y de regreso. Es decir, no fue un encuentro entre grupos que no pudieran comunicarse —como pasará más adelante en las colonias francesas, holandesas, portuguesas o inglesas en el resto del continente—. Había una forma de entenderse.
Pero no sólo sabía los dos idiomas: también conocía las figuras legales de ambos reinos, maya y azteca. Eso más los antecedentes de Jerónimo de Aguilar hicieron que Cortés no se presentara como un conquistador. Además, dado sus años de estudio de Leyes en la Universidad de Salamanca —carrera que dejó trunca por irse a la aventura—, Cortés sabía argumentar y usar la ley a su favor.
Así pues, tenemos un incipiente abogado metido a conquistador, que puede comunicarse en los tres idiomas —aunque sea con intérpretes—. No fue, pues, una conquista a sangre y fuego únicamente: se trató de un adecuado manejo de las instituciones de los conquistados a favor de quien los sometió. Astucia más que fuerza.
Hernán Cortés se presentó como embajador de un poderoso Rey, Carlos I de España y V de Alemania. Por tanto, gozaba de inmunidad diplomática. No podían atacarlo. Ofrecía a los pueblos por los que pasaba que se aliaran con él, pagando menos tributo de lo que daban a los aztecas. En caso de que las negociaciones no funcionaran, o que incluso se declararan no gratos o fueran atacados, entonces usaba su superioridad tecnológica para causar masacres —como en Cholula—. Por eso, un avance con base diplomática y el uso de fuerza militar con capacidad de fuego superior, podía incluso superar su debilidad numérica e ir ganando aliados en el camino.
Pero hoy su tarea iba a cambiar de nivel: sería recibido ya no por un cacique local o por un piquete de soldados imperiales: será el mismo Huey Tlatoani quien lo recibirá a la entrada de la capital imperial y le dará hospedaje en su propio palacio. Nada mal para un jefe de 300 soldados que someterá a un imperio con millones de habitantes.
El palio en el que viaja Moctezuma Xocoyotzin se detiene a escasos metros de Cortés, y los porteadores lo bajan con suma suavidad. El Huey Tlatoani se incorpora y deja atrás la sombra. A su lado, los cuatro señores que lo acompañan. Detrás de él, su hermano y su sobrino.
Del otro lado, avanza Cortés; a su derecha, Pedro de Alvardo y Bernal Díaz del Castillo; a su izquierda, Jerónimo de Aguilar y Malinalli. Para facilidad del lector, omitiremos las respectivas traducciones y lo presentaremos de manera continua. Pero no olviden que entre cada frase están las versiones en maya y en mexica. Y que también puede haber términos que no sean precisos, pues no exista un equivalente en otro de los idiomas. Sea, pues, una licencia que pedimos para agilidad de su lectura.
—“Sea Usted bienvenido, señor embajador Cortés. Envíe un saludo a su Rey, Carlos I, a quien le deseamos toda prosperidad y todo bien”.
—“Gracias, Huey Tlatoani Montezuma. Estoy muy agradecido con Usted que nos recibe en su Palacio. Mi Rey, Su Majestad Carlos I de España le envía sus salutaciones y le manifiesta su interés por entablar una importante alianza entre nuestras naciones y entre Ustedes dos”.
—“Entiendo que ese es el motivo de su visita. Y si es conveniente para todos, así será. El nuestro es un pueblo pacífico y trabajador, cuidadoso de los demás. Sabemos que tenemos la obligación de mantener al Sol en movimiento. Y creo que podrán ayudarnos”.
Tal vez los pueblos sometidos a los aztecas y quienes proveen a los sacrificados para mantener al sol andando no estarían de acuerdo. Pero, por lo pronto, no están presentes en el encuentro. Están en el resto del territorio, conspirando contra los aztecas… y hasta contra los españoles. Hoy no se notan aquí.
—“Es posible, sí. Pero no dejo de señalarle que mi Rey Carlos I lo es por gracia del único Dios por quien se vive, creador del Universo y rector de todos los actos humanos. Es por su gracia que estoy aquí ante Usted y es por su voluntad que nos encontramos para unir a nuestros pueblos en un tratado de paz y amistad perpetua”.
A veces lo eterno dura unos meses. Este es el caso, pero ninguno de los involucrados lo sabe aún.
Moctezuma hace una señal, y parte de su equipo se acerca con una cesta finamente trabajada. En ella están algunas piezas de oro, de arte plumario y otras artesanías finamente trabajadas. También tabaco y cacao completan el regalo.
—“Le ruego reciba este regalo para que se lo haga llegar a su Rey, Carlos I, de parte mía”.
—“Lo recibo y se lo enviaré, junto con sus saludos, señor mío”.
Cortés hace una señal y se acerca un soldado con un pequeño cofre. Saca de él un espejo y un collar con cuentas de vidrio.
—“A nombre de mi Rey, le entrego a Usted estos valiosos presentes para agradecer su disposición a dialogar conmigo”.
Las piezas pueden no tener mucho valor real, pero su escasez y novedad las hacen apreciadas por quien las recibe.
Propiamente, el intercambio protocolario ha concluido. En lenguaje coloquial moderno, las cartas credenciales y las salutaciones del Embajador Cortés han sido presentadas ante el Huey Tlatoani.
Cortés, en un gesto que pretende ser amable, se acerca a abrazar al Emperador. Los guardias lo impiden y la cara de sorpresa de Moctezuma y de la propia tropa española le muestran a Hernán que su intento de fraternizar no es adecuado; nadie toca en público al representante del Pueblo del Sol en la tierra.
Moctezuma regresa a su palio e invita a Cortés a caminar junto a él. Malinalli y Aguilar se emparejan, para continuar su labor de intérpretes. Detrás de los señores principales y la familia inmediata de Moctezuma, se colocan los españoles, primero los de a caballo y luego la infantería. A ambos lados se colocan soldados aztecas, flanqueándolos. Atrás de ellos parte de las 200 personas del séquito de Moctezuma acompañan el improvisado desfile.
Llegando a lo que sería el acceso a la ciudad se ve la población, curiosa. No falta quien afirme que es el propio Quetzalcóatl quien regresa, acorde a la profecía que dejó antes de irse. Otros se muestran maravillados por las armaduras, por los caballos. No faltan mujeres que se escandalizan y huyen. Niños y jóvenes son los más curiosos.
—“Hay algo que no me gusta” —dijo Cuauhtémoc a su tío. Iban caminando lado a lado, como parte del cortejo inmediato tras Moctezuma. Un par de filas detrás empezaban los soldados españoles a caballo. La voz de Cuauhtémoc, naturalmente potente, se mantiene lo más bajo posible para ser audible apenas para Cuitláhuac.
—“¿A qué te refieres?”.
—“La cara del consejero de Cortés, el tal Pedro. Cuando vio las dádivas se llenó de envidia y avaricia. No es un hombre bueno”.
—“También lo he notado. Pero si su jefe confía en él, tenemos que creer en lo que dice”.
—“No me confío”.
—“Y haces bien, sobrino; pero eso no nos toca decidirlo ni a ti ni a mí. El Huey Tlatoani sabe lo que hace. Es lo que marca la ley y la tradición”.
—“Cierto, tío. Pero ellos no conocen bien nuestra ley. Y tienen apetitos muy fuertes. No confío en ellos”.
—“Tal vez el tiempo te dé la razón. Pero hoy, al menos hoy, tenemos que apoyar a nuestra familia, a Moctezuma”.