Capítulo 1

 

Me deleito mirándome al espejo.

Paso mis manos por mi curvilíneo cuerpo. Sé que a veces parezco obsesionada conmigo… bueno, más bien siempre. Pero, es que no puedo evitar sentir excitación con solo saber que todo eso es mío.

Desarrolle a muy temprana edad, lo que no fue nada grato, pero, en cuanto comencé a comprender todo lo que significaba dar ese paso de niña a mujer… no tarde en verle TODOS los beneficios.

Hoy, llevo puesto un jeans blanco, rasgado en las piernas, y una camisa morada con volantes por todo el frente. Me encanta como me hace resaltar la figura el pantalón blanco, aunque detesto como se marca la ropa interior; y es por eso, que hoy he prescindido de ella. Es lo bueno de ser joven, todo está firme y en su lugar como para dejar de usar ropa innecesaria.

Además, me encanta la atención que ponen los hombres sobre mi cuerpo al verme sin nada por debajo de mi ropa. Es como si comenzaran a figurarse como soy desnuda.

Llevo puestas unas sandalias de tacón bajas, de color nut.

Lo único que me da una aspecto “menos agresivo”, son mis risos dorados. Mi cabello es abundante, y lo tengo totalmente rizado, exceptuando las raíces, ya que por naturaleza es de esa manera. Lo llevo hasta la cintura, aun en contra de lo que dicen todos los estilistas acerca de que una mujer pequeña no debería andar un corte de cabello tan largo.

Siempre salgo de mi casa maquillada, y hoy no es la excepción. Me he maquillado de forma ligera, solo una línea de rímel para resaltar mis ojos, pestañol, y un labial de color rosa. Nada extravagante. 

Se supone que hoy es mi último día de clases como bachiller, pero, no tengo deseo de ir al colegio.

Estoy segura que me graduare porque no soy tan estúpida para no hacerlo, pe-ro muy diferente es querer desaprovechar mi tiempo yendo al colegio cuando ya no es necesario. Además, hay una cosa que es muy relevante, y es que yo no quiero seguir estudiando.

Siempre he soñado con casarme con un hombre millonario, que pague todas mis cosas, mis gustos y caprichos.  Me gusta esa idea arcaica de ser una esposa trofeo, la que solo disfruta de las comodidades de tener a alguien que la mantenga.

Las personas deberían aceptar que existimos quienes tenemos como único interés vernos bien, vernos sexy. Yo soy una de ellas, como es evidente. Me encanta esa sensación de hacer que los hombres babeen por mí, es indescriptible; aunque si detesto cuando esos hombres son viejos y decrépitos, y sobre todo vulgares.

Mis deseos son ser más sexy con cada día que pase. Sé que no es un gran de-seo, ni me hace parecer lista; pero es que ese nunca ha sido un propósito para mí. Y si también sé que, frente a las feministas… estoy siendo machista y todas esas tonterías, pero ellas solo lo dicen porque son unas guarras muy feas.

Un problema que surge al tener un modo de ser tan elitista como el mío, y si para que negarlo, es que no se tiene amigos, al menos no de los verdaderos. Todos los que se te acercan solo buscan tu fama, porque en los colegios, cuando lo único que interesa es tener buen físico, es bueno estar junto a personas que sean bellas y por añadidura también obtendrás fama. Por tal razón, yo siempre he tenido seguidores o seguidoras, pero amigos no. No es que me queje, en realidad es bueno, porque los amigos te dicen lo que piensan, en cambio los seguidores te dicen lo que quieres escuchar.

En estos últimos meses, mi padre me ha insistido para que me inscriba en una universidad, o al menos busque que estudiar. Yo, me he hecho la desentendida. Ni siquiera he visto los planes universitarios y mucho menos que carreras ofrecen las universidades a las que es posible que pueda entrar por mis calificaciones. Mi padre se ha dado cuenta de ello, y hace unos días, me puso un ultimátum, dijo que: “si quieres seguir viviendo bajo mi techo y gastando mi dinero, tendrás que buscar una universidad donde estudiaras”.

Sé que las palabras de mi padre son vacías, nunca cumple ninguna de sus amenazas. Siempre son de lo mismo de: haz algo con tu vida, debes madurar, y muchas otras tonterías.

Yo solo quiero vivir mi vida, solo quiero ser joven, hermosa y con buena posición, aunque eso para mi padre es difícil de ver.

Me miro por última vez al espejo.

Basta de esos pensamientos sin sentido.

Tomo todas mis cosas; mis cuadernos, las llaves de mi coche y de la casa.

Salgo de mi cuarto con tranquilidad, pero al notar en el reloj de la sala, que las clases ya han comenzado y que no tiene sentido ir el último día de clases, dejo los asquerosos cuadernos en el basurero de la cocina y me voy a acostar a la sala, al sillón.

Mi casa, es bastante cómoda, aunque para lo que gana mi padre pudiéramos vivir en una mejor. Yo supongo que nunca nos mudamos a una mejor residencia por el miedo y esperanzas que aún conserva él.

Mi madre –si es que se puede llamar así–, decidió irse cuando yo tenía unos dos años de edad, casi ni me recuerdo como es ella. Vivíamos en esta casa cuan-do eso sucedió, y supongo que eso es lo que ha impulsado a mi padre para seguir en ella.

Enciendo la televisión, pero a esta hora es muy difícil encontrar algo que ver. Todo es para niños o sino son infomerciales.

Escucho un ruido que proviene de afuera.

Son mis vecinos.

Me levanto rápidamente del sillón y me acerco a la ventana que da a la calle.

Miro que del otro lado, mi vecino de enfrente, el señor Araujo, está saliendo de su casa, listo para trabajar.

No sé a qué se dedica mi vecino, solo sé que es un hombre de unos cuarenta y algo de años, casado con una mujer bastante rara y repugnante y con un hijo de mi edad. Supongo que tuvo a su hijo a corta edad, porque no se puede tener un hijo de 18 años sino se hizo así.

Araujo, es un hombre guapo a pesar de sus años. Tiene el cabello un poco canoso, pero en general es oscuro, un poco largo pero bien peinado, aunque con uno de esos look de “ya estoy mayor”. Sus ojos son oscuros como la noche, intimidantes, desafiante y muy curiosos; me observan donde quiera que voy, me mira con cierta fascinación. Su cara es muy masculina, como ya dije, algo intimidante, pero por supuesto está llena de testosterona. Su tez es morena clara, como la canela combina con la leche, inigualable. Su cuerpo corresponde bastante con su edad, es el cuerpo de un hombre de cuarenta años, pero se ha conservado bastante bien, todos los días sale a correr. Tiene una espalda ancha y unos hombros definidos y fuertes, y una altura bastante buena para un hombre; es alto, pero no lo suficiente como para parecer un basquetbolista. Tal vez no tendrá los abdominales mejor definidos, pero da igual.

Lo miro fijamente por la ventana. Este día, se ve ligeramente más atractivo que otros días. Lleva el pelo medio despeinado a comparación de otras ocasiones. Sus largas piernas enfundadas en ese pantalón gris de raya, su camisa verde claro, le resalta más los músculos de los brazos.

A mi forma de ver, él se ve jodidamente bien.

Podrá ser que también pudiera ser mi padre, puesto que tiene un hijo de mi edad, pero de todas formas no hay una regla que te impida querer desear a un hombre como él, independientemente de su edad.

Corro con prisa hasta mis llaves y salgo rápidamente de la casa.

No quiero perderlo de vista.

Él, ya está en su auto, ya lo encendió incluso.

Subo rápidamente a mi pequeño auto Volkswagen beetle del 2007, en color menta y de interior de cuero volteado color beige. Los asientos son tan cremosos, que parecen hechos de mantequilla.

Prendo el motor de mi vehículo y me preparo para seguir un poco a mi vecino, pero, si él no entiende la indirecta… tendré que dejarlo de lado.

En unos segundos me pego mucho al carro de él, siguiendo cada una de las curvas por las que el gira, reduciendo y acelerando de la misma manera en la que él lo hace. Pareceré una loca persiguiéndolo, pero es que mis métodos de seducción son diferentes a los utilizados por cualquiera. Yo soy directa, claro, la mayoría de las veces, porque en otras ocasiones me gusta jugar un poco con los hombres, seducirlos hasta que sean ellos los que se hallen inevitablemente atraídos por mí.

Que puedo decir, tengo una fascinación por las cosas poco comunes.

El señor Araujo, después de unos diez minutos, entiende mi indirecta, y se va directo al estacionamiento de un hotel. No será el mejor hotel, no es ni de cuatro estrellas, pero está bastante bien. Por supuesto que si fuera de otra forma no hubiera entrado también.

Antes de bajarme del auto, me doy una inspección rápida, poniendo un poco de brillo labial y acomodándome el cabello. Como de costumbre, cada vez que me miro al espejo, tengo una mirada expectante, picara. No sé si los demás me ven de la misma manera que yo me miro, pero por lo menos a mí me encanta verme en un espejo y sentirme de esta manera.

Al salir al estacionamiento, siento el leve olor de neumáticos en el aire.

De alguna forma estar en un lugar público, pero a la vez de esta manera tan íntima, como el aspecto de este estacionamiento… lo hace aún más excitante. El estacionamiento es subterráneo y está bastante oscuro, apenas le entra la luz del sol. No hay muchos autos en este momento, supongo que se debe a la hora que es, pero aun así, siempre hay una que otra persona que pasa, lo que hace un poco interesante las cosas.

Camino de la forma más sensual y felina que puedo. Desde hace mucho me gusta considerarme a mí misma como un depredador, como una mujer lo suficientemente segura de sí como para conquistar un hombre.

Él se baja de su auto, y se apoya en la puerta del piloto, tranquilo, como si esto fuera la mar de común.

Hola, Cassandra –saluda, dándole una mirada rápida a mi cuerpo, pero una de esas que dejan sin aliento.

Me muerdo el labio y siento el brillo sabor a cereza.

Con pasos cortos, me termino de acercar a él. Sin mediar palabras, porque de-testo hablar más de la cuenta. No soy de las personas que habla, soy de las que actuó.

¡Usted, es muy sexy! –ronroneo como una gata al decir eso, cuando estoy solo a un paso de que su cuerpo y el mío se junten.

Él, me mira fijamente, analizando cada una de mis expresiones, casi puedo ver como por su cabeza pasan un millón de cosas, todas ellas sexuales. Yo, solo me limito a verlo a los ojos, ahí es donde puedo encontrar con la realidad del alma de las personas.

Eso de que “los ojos son la puerta del alma”, es cierto, al cien por ciento. Por eso es que yo miro sus ojos, y me encanta hacerlo, es como una fase más para entrar en calor.

Deslizo mi mano derecha desde su brazo, hasta su cuello y luego llegando a su barbilla.

El señor Araujo, solo se limita a quedarse quieto, no puede moverse ni un centímetro, hasta su respiración es un poco tranquila, quizás demasiado.

Eres… –murmura, pero luego solo sonríe, con hambre… de mí.

Me acerco un poco más, tanteando su reacción.

Por más que me gusten los juegos, debo de decir que este se está tornando un poco lento y aburrido, por lo que decido hacer de una vez una jugada y lo beso en el cuello.

El señor Araujo, suspira y me toma por la cintura con ambas manos, sujetándome con un poco de posesión.

No hagas esto, solo eres una niña y yo estoy muy adulto –susurra excitado.

¿Qué tal si eso es lo que quiero? ¿Si quiero a un hombre maduro? –pregunto alejándome de su cuello y poniendo mis manos sobre su pecho.

No te detendría –se atraganta con sus palabras.

Mis manos viajan hasta posarse sobre su cara, arrinconándola. A pesar de que llevo tacones, debo estirarme un poco y bajar su cabeza para poderlo besar. Desde el principio, el beso es apasionado, feroz, violento. Sus labios son salvajes, fuertes y varoniles como los de un hombre, y no suaves y tiernos como los de un niño mimado.

Sus manos recorren toda mi cintura, levantando un poco mi camisa. Las siento contra mi piel, siento sus dedos largos y delgados pasando por todo mi tronco, palpando cada parte de mi piel delicada y sensible.

Me acerco más a él, no queriendo dejar de besarlo, ni de tocarlo.

Con un poco de maromas, logro poner mis manos en su espalda y siento sus músculos contraerse cuando él me levanta del suelo y le rodeo las caderas con mis piernas.

Entremos –dice con la respiración entrecortada.

Me baja rápidamente, y con una mano me coge el brazo y me jala hasta dentro del hotel.

Debo suponer que tiene urgencia por encontrar una habitación, porque casi tira su tarjeta de crédito sobre el mostrador de la recepción. El tipo que está detrás de la mesa redonda del mostrador se queda un poco asombrado por la brusquedad de Araujo al dar los datos básicos para la estancia en el hotel, debe de estar en estado de shock –al menos un poco– al ver la evidente diferencia de edades, eso es algo que me ha pasado muy seguido.

Cuando nos dan la llave de la habitación, advirtiéndole al señor Araujo, que no es un hotel de paso, por lo que tendrá que pagar por todo el día; salimos corriendo hacia el ascensor, ambos desesperados por llegar al cuarto y hacer lo que hemos querido desde el primer momento en el que comprendí que él ya no me miraba como su vecinita.

Solo lo mejor para ti, preciosa –comenta mi vecino cuando vamos en el ascensor, mientras me aprieta el trasero con su fuerte mano.

El pitido del elevador, anuncia que ya llegamos a nuestra planta, hace que sus manos se alejen de mi cuerpo.

Yo le deseo mucho, pero, últimamente no me importa mucho quien sea, con tal de irme a acostar con un hombre que me haga ver un millón de estrellas con un espectacular orgasmo.

Bajamos del ascensor y rápidamente nos dirigimos hacia el que será nuestro cuarto por todo lo que dure el día.

Entramos en la habitación como un manojo de manos, piernas, y sin separar nuestras bocas. Su aliento mentolado y su lengua diestra, hacen que mi excitación llegue a un punto sin retorno. Ahora, ya nadie me podrá parar.

Él comienza a desnudarme con desesperación, y lo dejo hacer cuanto quiere. Su boca pasa de la mía, hasta llegar a mi cuello, en donde se deleita y me enseña sus maniobras maestras. Luego baja un poco más, hasta mis pechos desnudos, y se deleita con ellos; primero con el derecho y luego con el izquierdo, succionando placenteramente cada uno de mis pezones, emitiendo sonidos posesivos al hacerlo. Yo, por otro lado, le tomo del pelo queriendo darle entender que prosiga con ese delicioso manjar que me da con su cálida boca.

Ya veras, amor, lo que es tener sexo salvaje –me promete una vez se aparta de mi senos y se comienza a desvestir él mismo, con rapidez.

Yo lo observo, y enloquezco al ver su amplio pecho y sus formas masculinas.

A veces prefiero desvestir yo a los hombres, y otras prefiero que ellos lo hagan. Porque, cuando ellos lo hacen; se quitan la ropa de una manera desesperada, haciéndote saber cuál es el nivel de deseo que les haces sentir.

Ven aquí, preciosa –se acerca a mí, caminando lentamente.

Me muerdo el labio, saboreando cada parte de su cuerpo.

Al llegar donde yo estoy, me toma de la cintura con dominio.

¡Ahhh, señor Araujo! –grito, sorprendida–. Hágame suya –pido.

Me tira en la cama, sin pensar si lo ha hecho con mucha fuerza. A mí, en lo personal, no me importa ser tratada con un poco de fuerza, mientras no sea una violencia sin sentido, la admito.

Claro que sí, preciosa. Te voy a hacer mía, una y otra vez –me mira con unos ojos cargados de deseo cruel.

Me abre las piernas, y comienza a jugar con cada una de ellas, dejando besos desordenados, cambiando de pierna una y otra vez.

Con sus manos largas y fuertes, me toma el trasero y me jala hasta que mi entrepierna está muy cerca de su boca. Puedo sentir como su respiración choca con ella.

¡Que fascinante! –dice con admiración, al mirar mi centro de deseo.

Tuya –murmuro trastornada por una de sus caricias.

Sé que en realidad, no es de él, y que solo lo digo porque quiero que me folle, ya. Pero, de eso a volverle a pertenecer a un hombre… hay mucha distancia.

Se acerca más, hasta posar sus labios sobre mi clítoris. Primero lo besa con reverencia, pero después lo hace de forma exasperada, como si se tratara de encontrar su salvación en mi cuerpo.

No sé hace cuánto tiempo fue la última vez en que el señor Araujo tuvo relaciones sexuales, pero por su manera de actuar… tuvo que ser hace mucho.

Comienzo a sentir una placentera oleada de lo que será un orgasmo impactan-te.

Él, prosigue con su arte amatoria. Besa, succiona y lame mi clítoris.

Llevo mis manos a su cabello y lo jalo al sentir el primer espasmo de mi orgasmo.

¡Ohhh, sííííí! –grito eufórica.

Me retuerzo como loca, mientras todos mis sentidos se desvaneces, dejándome solo sentir las contracciones de mis músculos.

¡Un buen orgasmo!, sin duda alguna.

Sin dejarme descansar un minuto, se pone sobre mí y me besa la boca. Me deja sentir mi propia fragancia.

Se pone un condón rápidamente.

          Ahora, es mi tuno –me dice mientras me enviste hasta el fondo.

Ahhhh –aulló cuando lo siento muy dentro de mí.

Mi cuerpo se contorsiona, porque apenas acabo de tener un orgasmo, uno muy fuerte, y ya estoy siendo llevada nuevamente al abismo de la pasión.

Vamos, preciosa –dice con los dientes apretados.

Comienza a empujar su pene dentro de mí, una y mil veces; unas lentas y suaves; y otras salvajes, con fiereza y hasta el fondo.

Me besa los labios con ímpetu, robándome cada gemido, cada suspiro, y dejándome sin aliento.

Comienzo a sentir en nuevo oleaje de mi orgasmo, más grande y más fuerte que el anterior.

Oh, santo cielos –lloriqueo, mientras él me sigue envistiendo.

Llego a ese brutal orgasmo y siento como mi cuerpo se queda como una masa de contracciones y palpitaciones.

El señor Araujo, sigue dentro de mí, pero rápidamente llega a su propio paraíso. 

Eso, fue fantástico –dice sin aliento.

Aja –le confirmo, no sabiendo que más decir.

Llegados a este punto, nunca se mucho que hacer, decir, o si es momento de salir corriendo. Hace mucho que no deseo quedarme en los brazos de un hombre, esperando recibir cariño por su parte.

Me levanto sin decir nada, mientras él está acostado sobre la cama con el brazo cubriéndole los ojos.

¿A dónde vas? –me pregunta extrañado, al sentir que he salido de la cama.

Ya vengo, guapo –le guiño un ojo.

Entro al baño, casi sintiendo estúpida por lo que siempre hago.

Tengo miedo de pasar tiempo con los hombres que me acuesto, una vez el sexo ha acabado.

No tengo mi celular a la mano, lo he dejado en mi ropa y no puedo fingir que me han llamado porque es evidente que eso sería ilógico.

Tengo que inventar cualquier cosa, no quiero seguir aquí, me siento mal cuando me quedo con un hombre con el que no estoy –en ese momento– tenido relaciones, es como si algo dentro de mí me ahogara, algo parecido a lo que creo que sienten los claustrofóbicos. Es un sentimiento inigualable.

Me miro en el espejo fijamente. Mi maquillaje se ha corrido un poco y mi cabello se ve como el de un león. Trato de arreglarme, lavándome la cara y pasándome luego un poco de papel higiénico para quitar los restos de maquillaje, con las manos me trato de colocar bien mi cabello, pero es casi imposible controlar mis rizos.

Mi desesperación crece, necesito urgentemente salir de aquí, no quiero tener que ver su cara ahora.

Respiro profundo antes de salir a la habitación.

Eres muy, pero muy atractiva. Tu cuerpo es… espectacular –dice Araujo, ad-mirándome mientras esta acostado en la cama, totalmente desnudo y con sus brazos detrás de la cabeza.

Se ve cómodo y confiando, pero yo no quiero hablar, si acaso volver a follar con rudeza.

Me acerco a él, contoneando las caderas, deseo seducirlo una vez más, probar-lo un poco y luego salir de este lugar que en este momento me está alterando.

Una vez más, es lo que necesito para saciar mis deseos por él y olvidarme de que si quiera existe.

Llego a la cama y me deslizo sobre sus piernas.

Su amigo, ha decidido despertar muy contento y me saluda agitándose, posándose leventemente sobre el abdomen de mi vecino.

Con mis manos alzo su pene, y lo comienzo a masturbar suavemente, sintiendo su piel y el calor que emerge de su mimbro. Es largo, más que el de la mayoría de los hombres con los que me he acostado, pero no el más grande eso en definitiva, es algo delgado, pero se siente tan bien acariciarlo y sentir como el señor Araujo se derretía en mis manos…

Lentamente acerco mi cara, examinando cada una de sus expresiones.

Él, tiene los ojos bien abiertos, no queriéndose perder el espectáculo que está a punto de presenciar, y espero que sea una de las mejores felaciones que el pobre hombre recibiera en su vida, aunque considerando lo amargada y nefasta que se ve que es su esposa, probablemente si no fuera por parte de una fulana u otra mujer con la que le es infiel… seguro que él no recibía una por parte de esa mujer desagradable.

Primero, pongo mi boca tan cerca de su punta, como para poderle exhalar mi aliento y ver como el leve viento, le hace que su pene se mueva ligeramente.

Saco mi lengua y le doy una lamida rápida, luego juego un poco con él, besándolo por todas partes y sintiendo las pulsaciones a través de su piel. Escucho como mi vecino, se queja un poco desesperado para que yo comience de una buena vez e incluso levanta las caderas en varias ocasiones, pero, yo no pienso hacer esto a la ligera.

El sexo por más salvaje y alocado que fuere debe de ser con calma, sino, es imposible excitar a una mujer o si la excitas solo será otro aburrido orgasmo, y eso también pasa con los hombres, porque quiérase o no, hay una verdad innegable: parte de nuestro orgasmo –hombres y mujeres–, no proviene de nuestro cuerpo, de nuestro sentido del tacto; sino que proviene de nuestra mente. Si no hay mente excitada… difícilmente habrá un buen orgasmo o si quiera uno.

Con el fin de no aburrirlo, dejo de besarlo, y de una me lo meto a la boca hasta que topa con mi garganta. Con el tiempo he aprendido a no tratar de vomitar y relajar los músculos mientras respiro por mi nariz.

Dulce –dice el señor Araujo, poniendo sus manos sobre mi cabellera, probablemente despeinándome más.

Lo succiono lo más que puedo cuando me lo voy sacando lentamente de la boca, hasta que sale completamente con un sonido extraño, al que nunca me acabo de acostumbrar.

Nuevamente, repito la acción, pero un poco más deprisa y sin que llegue a topar con mi garganta, entre más rápido se hace más peligro corro de que me den ganas de vomitar, por lo que es mejor no arriesgarse.

Así, preciosa –me anima.

Yo sigo con la tarea y luego con una de mis manos comienzo a masturbar la parte de su miembro que no está siendo contemplada, cosa que no es fácil porque he estado en cuatro patas y ahora me he quedado como un poco desequilibrada, pero vale la pena cuando escucho jadear más fuerte a mi acompañante.

Su miembro comienza a agitarse dentro de mi boca y siento como va a resurgir su orgasmo, pero hay algo que no hago desde hace un buen rato y eso es dejar que los hombres terminen dentro de mi boca. Es algo que desde que lo hice la primera vez lo vi especial; por lo que me alejo antes de que eso pase y lo masturbo hasta que termina en mis pechos.

Eres increíble –balbucea Araujo, mientras trata de reponerse del devastador orgasmo que ha tenido.

Le sonrió mientras me levanto y me dirijo nuevamente al baño, donde me baño completamente, quitándome de todas partes los restos de semen.

Una vez salgo, lo veo a él, todavía tendido en la cama, haciéndome señas para que este nuevamente con él en esa cama. Pero, esta vez miro a su miembro plácidamente descansando, totalmente exhausto. Después de todo mi vecino ya es un cuarentón y no le puede llevar el ritmo a una joven de 18 años.

          Me tengo que ir –le aviso mientras comienzo a colocarme la ropa.

Me encanta que no lleves ropa interior, te hace más sensual –me adula, levantándose también para poderse vestir.

Ya no lo miro, no deseo hablar y sé que si miras a un hombre, ellos presumen que quieres hablar sobre lo que acaba de ocurrir. No sé porque tienen ese prejuicio de que todas las mujeres deseamos hablar más que una lora.

Adiós –suelto encaminándome a la puerta con todas mis cosas, que no son más que las llaves de mi auto y mi celular.

¿Cuándo nos volveremos a encontrar? –pregunta tomándome del brazo antes de que salga y dándome la vuelta para que lo mire. Tiene las cejas alzadas y una mirada felina, pero por mi parte la emoción se acabó, solo puedo ver a ese pobre hombre olvidado hasta por su propia familia, a ese hombre urgido de atención.

Como ya dije, los ojos son la puerta del alma, y muchas veces el punto más vulnerable de una persona es justo cuando acaba de tener sexo, por lo que es en ese momento donde puedes apreciar la verdadera esencia de la persona. Eso, es algo que aprendí hace unos cuatro años exactamente, y no de buena manera.

Los siento –me disculpo tratando de ser un poco diplomática con el pobre desgraciado–, pero no es usual que yo vuelva a estar con un hombre más de una vez.

Para toda regla general, hay una excepción –alega el con ímpetu.

La verdad es que ahí si lleva la razón, pero mi excepción no es él, de hecho mi excepción fue la que creo la regla.

Le sonrió por pura gracia.

Lo siento –me suelto rápidamente y salgo de la habitación como si me hubieran hecho algo malo, pero es que es lo único que se hacer en estos casos, correr hasta ya no sentir esa sensación de claustrofobia.

***

Cuando llego al estacionamiento, monto rápidamente en mi coche y me apresuro a salir de ahí.

Veo el reloj de mi pequeño vehículo, y apenas marca las once de la mañana, suficiente tiempo que desperdiciar en un centro comercial. Además no es que tu-viera a alguien que me exija llegar a cierta hora, simplemente me manejo a mi antojo, así ha sido por todo el tiempo que tengo de existir en este mundo.

Llego al centro comercial y aparco el auto, en el estacionamiento subterráneo.

Subo por el ascensor y decido que necesito nueva lencería. Esas cosas por más que uno tenga siempre se necesitan tener nuevas y muchas, de todas variedades. Aunque en mi caso solo la uso para ocasiones “especiales”. Igual me en-canta tener de gran variedad.

Entro a la tienda que vende esa clase de ropa interior. Es una de las mejores que hay, y aunque es un poco cara, no me importa. En ella, uno encuentra de todo, desde prendas sadomasoquistas, disfraces, o hasta simples corsés. 

Recuerdo la primera ropa íntima que lleve y no era una simple y sencilla braga de niña y un sostén entrenador.

El conjunto era totalmente blanco, angelical y virginal, todo a su vez. Eran unas bragas pequeñas con revuelos en el elástico de la prenda, como si se tratara de un pequeño pantalón que se ajustaba a mi trasero y no llegaba más allá de mi pelvis, dejando al descubierto todo mi abdomen. El sujetador, era del mismo color blanco, pero como nueva en el mundo de la ropa interior no entendía porque tenía una pequeña franja extra de algodón en la parte de abajo, fue hasta que me mire al espejo y comprendí que me levanta y agrandaba mis –entonces– pequeños pechos; a diferencia de la braga, este llevaba los revuelos medio colegiales solo en el área del escote, que lejos de verse feo, se veía muy bien y me hacía sentir sexy. Llevaba medias blancas que llegaban hasta mis muslos, pero no llevaba puestos ninguna clase de zapatos, así me lo había pedido él, mi primer y único amor, él hombre que hizo que me gustara el sexo, odiara repetir y el que también me había comprado el conjunto y especificado como me lo tenía que poner.

Tenía catorce años recién cumplidos cuando lo conocí. Él, era un hombre de 27 años de edad. Lo conocí por mera casualidad un día, y desde ese momento me enamore de él, porque para mi sorpresa se acercó a mí y se interesó en mi persona, aun siendo una mocosa.

Luis –es su nombre–, es un hombre muy guapo tanto de cerca como de lejos. Es de tez blanca, como las perlas, brilla aun cuando el sol no le da; sus ojos son verde esmeralda, un color fuerte, y tienen una forma masculina, nada de ojos de aceituna o muy achinados, y los rodeaba una oscuras pestañas que, a diferencia de los demás hombres que tiene casi el mismo atributo, no parecían de mujer, no eran onduladas ni largas, solo oscuras; sus labios eran mi perdición, delgados y suculentos; su nariz es uno de sus más grandes atractivos, es mediana pero recta y delgada, pegaba muy bien con su cara jodidamente masculina. Su cuerpo… ese era otra historia; para ese entonces, ya tenía unos hombros anchos y redondos, su abdomen no terminaba de marcarse pero ya se veían los esfuerzos de sus idas al gimnasio, sus piernas eran largas gracias a su 1.80 metros de altura, su cadera es angosta y tiene esa bella V antes de llegar a su mayor atributo. Por supuesto, algo que me encantaba era meter mis dedos dentro de esa suave melena de color azabache que tan bien cuidada tenia. Al menos así era él hace unos cuatro años.

Es mi última imagen de mí amado y odiado, Luis.

Lo nuestro termino cuando me di cuenta que él estaba casado y su esposa estaba embarazada. Yo no sabía nada, era una cría muy ingenua, que ni siquiera había besado cuando nos conocimos.

Para ese entonces yo era la hija perfecta, obediente y muy educada. Le decía si a todo lo que me decía mi padre, y por supuesto también a lo que me decía Luis.

Yo nunca leía noticias, como era de esperarse a mi edad, y me arrepiento de no haberlo hecho, porque si hubiera sido así… me hubiera ahorrado una y mil lágrimas.

El cuatro de mayo de 2011, mi padre tenía una reunión de “negocios” en la casa de un senador, junto con otras veinte personas, todas representaban a la casta más alta del país en la región. Mi padre me ordeno que lo acompañara, yo no le vi ningún problema y acepte advirtiéndole que no tenía con que ir vestida, por lo que el mismo escogió el vestido que tenía que usar en una tienda a la que extrañamente él me llevo. Me dijo claramente que esto era muy importante para él, pues, aunque el senador era muy joven, seria pieza fundamental para una cosa que planeaba hacer en el hospital, por lo que necesitaba que yo me comportara lo mejor que pudiera. Yo no tenía dudas que me debía comportar bien, ese día más que nunca. Me guardaba muchas cosas –como siempre–, y con Luis era más una relación de lo que él quisiera hacerme y quisiera permitirme decir, y él tampoco me decía mucho. De hecho, creo que él nunca me dijo nada, solo me decía lo preciosa que era y lo mucho que le encantaba que hiciera lo que a él le placiera. En pocas palabras era su marioneta. Por lo que no se enteró nunca que justo yo estaba yendo a su casa junto con mi padre, uno de los mejores médicos del país.

Cuando llegamos a una enorme casa y pasamos hacia la gran sala donde la mayoría de los invitados estaba reunida, yo iba detrás de mi padre, casi como si sus piernas fueran la falda de la madre que no estaba conmigo, por lo que cuando mi padre se presentó con el anfitrión, no se dio cuenta de que yo estaba ahí. Yo escuche su voz y rápidamente lo identifique, pero todo paro para mí cuando escuche que presentaba a su esposa.

En ese instante mi mundo se derrumbó quise llorar como una niña pequeña justo frente a toda esa gente. Fue la primera vez que sentí ese sentimiento de claustrofobia, esa agonía interminable.

Para colmo, mi padre me saco de mi escondite detrás de él, y me presento con ellos.

Eso, empeoro todo. La vi a ella, a su esposa. Estaba a punto de reventar ese vestido que llevaba, le calcule que tenía como unos ocho meses de embarazo, estaba enorme, pero aun así… me dolió, no importaba que su piel se había arruinado ligeramente en su mejillas, todo lo que importaba para mi es que Luis, mi amado Luis, no era mío en realidad, era de otra mujer y no solo eso, sino que ahora le iba a dar un hijo. Sentí como si un tren me hubiera atropellado y me estuviera arrastrando por toda la ciudad.

Para mi suerte, mi padre me codeo y yo sonreí como si no estuviera pasando nada.

No recuerdo cual era la cara que tenía Luis, ni recuerdo que paso después, solo sé que estaba en modo automático mientras la velada pasaba y tenía esa sonrisa fingida que le había visto a mucha gente, incluso a mi padre.

Cuando llegamos a la casa, rápidamente me encerré en mi recamara y cerré con llave. Ahí, una vez estuve sola, llore. Llore como nunca en mi vida lo había hecho, llore con pasión, con dolor, con rabia, con angustia. Solo llore hasta que no me quedaron más lágrimas.

Ese momento me marco para siempre y quede decidida a no volverme engatusar por ningún puto hombre.

Desde ese día no volví a hablar con él, y vaya que me costó, porque paso un año queriendo comunicarse conmigo, pero no lo permití. Él no volvería a engañarme y a tenerme a sus pies. No dejaría que viera lo humillada que me sentí al saber que no era mío. Ahí fue cuando comencé con la regla de no repetir.

Miro toda la tienda antes por decidirme por un simple conjunto de color tanjarina, un color algo fuerte pero por el diseño de la lencería, se ve un poco romántica y sofisticada.

Pago con la tarjeta de crédito de mi padre, dándole una razón más, para que luego tenga otra riña con él y se queje por el excesivo gasto que hago. Pero, qué más da si de todas formas él solo me habla para regañarme o algo por el estilo.

Salgo de la tienda con la bolsas en mi mano y choco con una mujer rubia artificial, con largas uñas rojo puta y una cara que da miedo de lo fea que es, segura-mente no se mira al espejo bien porque esta sobre maquillada.

Perdón –musita limpiándose la horrible falda a cuadros, ajustada, que tiene puesta.

Yo recojo mi bolsa y comienzo a caminar al ascensor.

Espera –grita la desconocida.

Me quedo parada, pero no porque me haya implicado una orden a la cual obedecería, sino por el simple hecho que tengo curiosidad, y a veces eso me gana la voluntad.

La miro de pies a cabeza con una sonrisa sardónica y ladeando la cabeza, para darle una idea de mi actitud.

Te interesaría trabajar –dice examinándome con cuidado–. Serias perfecta para lo que estoy buscando.

Me quedo pensando por un instante. En realidad yo no necesito trabajo, a mí me mantiene mi padre, y la verdad es que si es de un trabajo estúpido… no lo quisiera saber, pero no puedo desechar algo que no sé de qué trata. Tengo que es-cuchar de qué diablos va, es parte de mi naturaleza ser curiosa, incluso si sé que me encontrare con algo que no me gustara del todo.

¿Qué es? –pregunto con altanería.

Si quieres te invito a un café –señala una cafetería.

Acepto con la cabeza y entramos a la cafetería. Me indica que pida lo que quiera y pido un frappuccino y un beigel.  Ella pide un café negro.

Nos sentamos en una mesa para dos y le indico con la cabeza que hable. Soy exigente y me gusta que la gente vaya al asunto.

Ya sabía yo que serias un reto –dice sonriendo con sus dientes llenos de labial rojo–. Mira, voy a ir directo al grano… Mi socio y yo tenemos un lugar donde se llegan a divertir los hombre y andamos buscando a una mujer que sepa bailar, pero tiene que verse con clase, porque sería para un público selecto. No tendrías que acostarte con alguien, a menos que tú quisieras, claro. Y la paga es más que buena, a parte de las propinas que recogieras, solo tendrías que hacerme una demostración de que sabes cómo menear ese cuerpo tan bonito y listo –suelta con alegría.

Yo me rio frívolamente, ¿acaso me ha visto talle de puta o necesitada?

¿Esto es una broma? –le digo incrédula.

Oh, no cariño. Mira sé que no pareces ser una mujer que hace esas cosas, comprendo tú incertidumbre, pero solo piénsalo. Creo que he visto algo en ti diferente a todas las demás personas. Se nota que tu personalidad llama la atención y no solo tú físico, es como si quisieras que los hombres te vean, que muy a diferencia de otras mujeres, no parece molestarte que todos te observen lascivamente. Es extraño de una manera buena, pero es por ello que quiero que tú trabajes con nosotros. Me encantaría ver, para variar, a una mujer que no haga esto porque lo necesita sino porque le gusta.

Yo me quedo escuchando toda su perorata sin decir ni una palabra, pero tratando de comprender lo que acaba de decir. Para mí, nada de eso tiene sentido. 

¿Quién se le acerca a una mujer para decirle eso?

Piénsalo –me pasa una tarjeta, yo la tomo y la guardo en mis pantalones–. Llámame si te interesa. ¡Ah! pero solo tendrás hasta tres días para contestar, sino buscare a alguien más.

Se va dejándome solo en la mesa.

Saco la tarjeta y me fijo en ella, es negra y tiene el borde dorado, parece que alguien con mucha estilo la diseño.

Las letras son plateadas y se lee:

“Girl dreams, club nocturno para hombres. Haciendo tus fantasías realidad”.

Tel: 5945-1354. Calle midelton, Ave trébol #56.

Bufo, y la vuelvo a guardar. No creo que sea necesario recurrir a ese “trabajo”, pero quien sabe.