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En la ducha, comienzo a tener nuevamente esa contradicción que me persigue desde el momento en que la vi.

No puedo creerlo.

Comienzo a sentirme excitado nuevamente y me masturbo con fuerza, no puedo contenerme. Con solo pensar en lo que acabo de hacerle…

No tendría que haberlo hecho, soy un enfermo un estúpido por violar su cuerpo y alma.

Me masturbo con mayor rapidez y desesperación.

La quiero nuevamente sobre mí, y debajo de mí, contra la pared sosteniendo su peso con mis manos. La quiero en todas las formas posibles.

Termino de tocarme y cierro el grifo. No es igual, no puedo llegar si no la veo, no puedo solo imaginármela.

Salgo del baño completamente mojado, y la miro en la cama cubierta por las sabanas, hecha un ovillo. Mi pecho sube y baja velozmente.

La necesito.

¿Cómo te sientes? –pregunto por compromiso.

Ella me ve a los ojos, y noto que ha estado llorando, pero no digo nada, solo espero su respuesta. No me acerco por temor, pero no me siento mal por hacerla sentir de esa manera, por el contrario, mi euforia ha crecido y temo que no pueda contenerme.

No estoy segura –responde quitándose una lagrima y ve con disimulo mi erección.

Me acerco a ella y me siento a su lado. Ella hace lo mismo, procurando dejar la sabana sobre su cuerpo, pero yo se la quito de inmediato y la aviento al otro extremo de la cama.

¿Te ha gustado? –pregunto poniendo su pequeña pero suave mano en mi pene.

Se queda viendo su mano, mientras yo comienzo a movérsela sobre mí.

Sí –dice tímida, pero algo me dice que me miente.

¿Quieres probar otras cosas? –miro su boca y luego justo donde su mano se esta moviendo.

Su mirada viaja hasta donde nuestro cuerpos se estan tocando y se queda fija ahí, sin saber que hacer más que seguir masturbándome.

No tiene que ser hoy –trato de no asustarla. Esto tiene que durar y no la pienso forzar, al menos por el momento.

Me gustaría darte todo lo que quieres –dice con voz queda y sus ojos ven los míos.

Trago fuerte y trato que no se me note que lo que acaba de decir me ha afectado mucho más de lo que piensa.

Acelero el ritmo de su mano y termino viniéndome en su pequeña y suave mano, mientras la miro.

No te preocupes, Cassandra. Ya aprenderás todo lo que tengas que saber para mantenerme extasiado –pronuncio duramente y luego la beso con lujuria desenfrenada. Muerdo su labio y no me detengo hasta que ya mis pulmones claman por aire.

Llego a mi casa, exhausto.

¿Dónde has estado? –pregunta Ana en cuanto me ve. Su cara denota el grado de enojo, que básicamente es mucho.

Estoy harto de ella y de sus cosas. No somos un matrimonio real, al menos no en el sentido convencional, porque un papel no hace una pareja, pero no me queda de otra, tengo que aceptar lo que me toca.

Tuve que ir a un lado –respondo sentándome en el sillón y tratando de no recordar donde estuve verdaderamente.

Esa no es una respuesta adecuada para la madre de tu futuro hijo –reclama, poniéndose frente a mí.

Mira, sé que estas más… hormonal –trato de no parecer un imbécil al decir eso, pero no sé de qué otra forma ponerlo–, pero estas consciente que entre nosotros solo hay cariño, ¿verdad? No estamos enamorados y creo que si todo ha salido bien hasta ahora…

Dejo la frase inconclusa para que ella sepa que todo seguirá así. Yo no la puedo dejar, no solo por mí y por ella, sino por mi padre, por mi carrera y porque… ya no sé ni porque.

¿Qué significa eso, Luis? –pregunta indignada.

Nada –me levanto–, solo estoy cansado, sí –la beso en la frente y me voy directo a mi oficina.

Para mi fortuna, Ana, se queda justo donde le he dejado y no me sigue acribillando con preguntas de las que no querrá saber la respuesta.

En el estudio, me quedo viendo mi escritorio, hecho de roble, con un porte impresionante que me hace sentir como un hombre verdaderamente poderoso.

De la nada me viene a la cabeza la idea de follarme a Cassandra sobre él. Follarla duramente en él. Imagino como su cabello rubio se esparce sobre la madrera y sus caderas rebotan sobre la mesa con cada embestida.

Sacudo la cabeza y trato de ponerme a trabajar, antes que nuevamente tenga una erección colosal que no me pueda quitar.

Termino de leer la propuesta de Ley que ha impulsado el partido contrario. No esta del todo mala, quizás necesitaría ciertos arreglos, pero serian mínimos y beneficiaria a la clase obrera, pero sé que el partido me impedirá votar a favor de ella. Siempre es lo mismo. Si estas en un partido, tienes que aprobar todo lo que ellos te digan que hagas, es como si no tuvieras voz propia. Me desespera saber que tengo la posibilidad de hacer algo y en realidad no poderlo hacer.

Dicen que tener un cargo público es tener poder, pero yo no lo veo así. El poder nace de otras cosas, como la capacidad de auto controlarse.

Pienso por un momento.

No sé si es eso justamente lo que necesito, tomar mis decisiones sin que nadie intervenga en ellas, sin necesitar el consentimiento de nadie.

Inspiro hondo. Las cosas deberían ser más fáciles, deberían de tener ese componente que me inspire querer dar más de mí.

Lo que quiero es que todo fuera tan sencillo como controlar a la delicia de Cassandra –pienso imaginándome nuevamente sus ojos azules, rendidos a mí.

La deseo mucho, pero no es momento para esto.

Sacudo mi cabeza y trato de regresar mis pensamientos hacia el trabajo.

Las personas me han elegido porque pensaron que alguien joven con propuestas frescas y sobre todo, con la disposición de velar por sus intereses, cambiara totalmente el rumbo de la política, pero hasta ahora, no lo he hecho.

Me levanto decidido.

Se justo lo que debo hacer. Tengo que comenzar a decidir lo que yo crea mejor, y no lo que me impongan.

Con una sonrisa plasmada en mi cara, voto a favor de la Ley, y gracias a mi voto, logran aprobarla.

La sesión termina, y los del partido contrario se felicitan entre ellos, y yo me siento satisfecho por haber hecho algo para lo que me han pagado los contribuyentes.

Reunión del partido, ahora –me dice el secretario del partido.

Me quedo quieto mientras proceso que quizás sea para hablar sobre quien fue el que regalo el voto a la oposición.

No creo que lo sepan, pero igual me inquieta.

Me dirijo directamente a la sala de reuniones que hay en la Cámara.

Al entrar, veo que solo esta el presidente del partido y mi padre, que también es senador.

Cierra la puerta hijo –me dice mi padre al entrar.

Hago lo que me dice y me siento al ver su seña para que lo haga.

¿Queremos saber por qué has traicionado al partido y le has regalado tu voto al otro partido? Sabias de sobra que no queríamos que esa ley se aprobara –dice enojado el presidente del partido, el senador Williams.

Lo hice porque sé que es lo mejor, y no estoy traicionando al partido, solo dándole lo que los ciudadanos necesitan –contesto sin bajar la cabeza.

Te equivocas, muchacho –prosigue Williams–, lo que acabas de hacer es ponernos en evidencia. No conoces las desventajas que se generaran con ello. Acabas de perjudicar a la mitad del partido.

¿Por qué? –pregunto con cinismo– ¿Solo por qué trato de hacer lo justo y hacer que los patrones del sector privado paguen cierta compensación a sus empleados cada vez que alguno de ellos se enferma y no solo esperar a que el seguro pague todo? No me parece que sea justo.

¡No! –grita Williams.

Senador Williams –habla mi padre calmado–, permítame ser yo quien lo haga entender a mi hijo las consecuencias de sus actos.

El viejo Williams se me queda viendo por unos segundos, seriamente. Pero luego se levanta con brusquedad y se va de la sala, dejándonos solos a mi padre y a mí.

No lo entiendes, verdad hijo –afirma mi padre, negando con la cabeza, decepcionado.

No, no puedo entender cómo se ponen en contra de quienes los han puesto aquí –respondo enojado por su actitud. Él debería apoyarme y no a ellos.

En la política no es todo blanco y negro, hay matices. Y aprobar leyes que parecen justas pero no lo son, es uno de ellos –responde en tono neutro.

¿Qué no es justa? –me exalto.

Estas irascible –dice mi padre, achicando los ojos y comenzando a enojarse–. Recuerda que el partido es quien te trajo donde estas, y el que hace que te vistas con esa ropa cara y hace posible que vivas en una zona decente donde no hay delincuencia –se pone de pie, y continua con severidad–. Estas decisiones no te corresponden, no eres dueño de tu ser, al menos no mientras trabajas como un delgado del partido.

No soy un delegado del partido –grito enfurecido–, soy un delegado del pueblo, por si no recuerdas lo que dice la Constitución.

Él que no recuerda por qué esta aquí eres tú –dice mi padre tratando de mantener la compostura, pero a punto de perderla, lo sé, cuando era joven y hacia algo que a él no le parecía, siempre se ponía de esa manera–. Reflexiona y date cuenta que no eres quien manda, no tienes poder sobre nada –concluye con un tono de advertencia.

Me deja ahí sentado, mientras él se va de la sala.

No mando aquí, pero puedo hacer lo quiera con Cassandra –me digo pensando en la única cosa en donde siento que no puedo sentirme controlado.

Cassandra.

La tengo que llamar.

Marco su número, sin importarme que sean las ocho de la noche.

Al tercer tono, contesta.

¿Luis? –pregunta susurrando, preocupada.

Sí, quería ver si estas libre, para ya sabes, hacer cosas –sugiero, tratando de incitarla a que no se niegue.

No puede negarse, tiene que venir, y quitarme este sentimiento de impotencia.

Estoy sola, pero no sé si pueda salir a esta hora –menciona apesadumbrada.

Te recogeré en diez minutos, mandame tu dirección en un mensaje –digo antes de colgar.

Me levanto rápidamente y corro hasta donde esta mi carro. Al llegar a mi auto, me quito el saco y la corbata.

Tengo que verla para sentir esa sensación que solo Cassandra ha despertado en mí.