Padre –saludo a mi papá cuando esta lo suficientemente cerca.
Por un momento pensé que ya se te había olvidado que tenías que venir a la Cámara cada cierto tiempo –dice con un tono irónico, que no deja duda lo enojado que esta conmigo.
No lo he olvidado, solo que he tenido que estar en otras partes –digo sin inmutarme frente a su tono.
Ven conmigo –me jala del brazo, llevándome hasta donde esta su oficina.
Mi padre es, en cierta forma, la mano derecha del presidente del partido, lo que hace que tenga “privilegios”, a los que otros diputados no pueden acceder, como tener una oficina en plena Cámara, o más bien cercana a esta. Los demás, como yo, tenemos una oficina pero se encuentra en la planta baja.
Entro delante de él, y rápidamente cierra la puerta después de entrar.
¿Qué sucede papá? –sonrió forzadamente.
¿Te atreves a preguntarme eso? –dice incrédulo.
Quisiera decirte que entiendo de que hablas, pero es evidente que no lo hago. No sé lo que sucede –respondo aun consiente de que se refiere a que cada vez estoy más “rebelde” con las políticas que quiere implementar el partido, y que no siempre me encuentro aquí en la Cámara. Pero esto último no es porque me estoy revelando, sino porque me he hecho tiempo para estar con Cassandra. La necesito más que el mismo aire, y para ello tengo que hacer sacrificios, como dejar que de vez en cuando mi suplente se encargue de todo, en otras palabras mandar todo a la mierda.
No te hagas el estúpido conmigo –me amenaza apuntándome con el dedo índice de su mano derecha. Se le han saltado las venas de la cara, señal de que esta muy molesto.
Bien. Sé, porque te has puesto de esa manera, pero me da igual. No quiero seguir siendo una marioneta del partido, estoy harto de no tener poder sobre mí –explico alterado.
Mi padre suspira y se arregla su chaqueta, visiblemente se ve más recompuesto. Por otro lado, yo estoy a punto de jalarme los cabellos.
¿Qué quieres que te diga? Yo sé porque estoy aquí, pero no entiendo por qué tú vez esto como algo moral –le grito.
No lo hago –responde en voz baja–. Pero esa no es la manera más inteligente de hacer las cosas Luis. Eres un Borgia, piensa como uno –dice antes de salir.
Me hinco, desesperado y me aprieto la cabeza con ambas manos. Estoy alterado. Su respuesta no significa absolutamente nada, solo me deja más y más confuso.
Todo mi cuerpo tiembla.
No me gusta para nada la forma en la que se expresó mi padre. Sonó algo siniestro.
No lo puedes juzgar cuando tú mismo eres un desgraciado manipulador –grita mi cabeza.
No, es cierto, yo no lo puedo hacer sabiendo lo que le hago a diario a Cassandra. Para muestra un botón: hoy le he mandado un mensaje para que nos encontremos en el departamento dentro de un rato, después de que termine aquí.
Mi mente ha planeado una estrategia para que ella comprenda como le miro, lo que me hace sentir y lo que seguro le hace a otros hombres.
Siento como si un lazo invisible me tirara hacia a ella, y encadenara a mi raciocinio dejando solamente a un ser primitivo que la desea sobre cualquier cosa, incluso sobre mí.
Me levanto de mi incómoda posición y me arreglo el traje. Me miro en un espejo que mi padre tiene cerca de su escritorio. El reflejo del espejo no muestra nada más que a un joven de veintitantos, sin nada más asombroso que el hecho de que a su edad se viste con un traje tan caro que podría darle de comer a una familia de cinco por una semana. Pero desde luego, no hay nada impresionante en él. No hay nada extraordinario en mí.
Llego un poco antes que Cassandra al departamento, y me siento enfrente del escritorio, esperando que ella llegue para hacer justo lo que más quiero hacer, y en lo que he estado pensando todo el día.
Cassandra es mi droga, y follármela en definitiva es mi nirvana.
Al poco tiempo, ella llega entrando con su llave.
Me levanto y me acerco a ella, deleitándome en la imagen que proyecta con ese uniforme de colegiala que cada vez se parece más a la fantasía de una película porno de alta calidad, en donde la protagonista verdaderamente se ve virginal.
Me gusta tu uniforme –le digo pasando mi mano por la fina tela de la camisa, evitando rozar mucho su cuerpo, más por mi propio bien que el de ella.
Solo un año más lo usare –pronuncia con timidez, recordándome lo que ya me ha dicho antes–. El otro año estaré en otro colegio y ahí no se lleva uniforme
Pongo mi otra mano en la nuca y estampo con furia mis labios en su boca, dejándola rápidamente sin respiración, pero no me interesa, la he necesitado todo el día. He anhelado el néctar de sus dulces labios.
Mi otra mano viaja por su cintura y aprieto su cuerpo al mío queriendo absorber todo lo malo de mi ser. Todo lo malo de mi día.
¡Joder, con mi padre! ¡Por mí, que el partido se vaya a la mierda!
Nada importa.
Siento como la temperatura de su dulce cara se eleva, haciéndola sonrosarse y su cuerpo tiembla como una deliciosa gelatina.
La suelto antes de que mi propio ser la reclame, y no solo por las ansias de follarla, sino porque mi ser, en lo más profundo de mi alma, quiere hacerle el amor, pero no lo puedo permitir.
Ella me ve extrañada. Esta atontada por lo que acaba de suceder, lo puedo ver en sus gestos.
Quitate toda la ropa, solo dejate las bragas –ordeno consumiéndome por el deseo.
Me doy vuelta y me dirijo a la cama, sentándome. Doblo mis piernas solo para poder soportar el dolor que me causa en la entrepierna cada vez que me excito por ella y no la puedo tener.
Espero pacientemente a que ella comience a quitarse su ropa, pero tarda unos segundos en entender que es lo que debe de hacer.
Comienza a quitarse la camisa, pero lo hace muy apresurada.
Despacio –le digo eufórico.
Sigue el camino de los botones restantes, pero más lentamente, casi agónicamente. Luego baja la tela por su hombro y yo trato de mantener mis manos en mis piernas y no dejar que se vayan justo a mi pene y comenzarme a masturbar frente a ella. Seguro que eso la asustaría como el mismo infierno.
Hace lo mismo con el otro hombro y luego deja que la camisa caiga al suelo.
¡Joder!
Que sensual ha sido ese movimiento.
Respiro profundamente, conteniéndome.
Sé que aún le avergüenza que la mire desnuda a pesar de ello, sigue adelante.
Quita el botón de su falda y baja el cierre, una vez hecho eso, la falda cae por gravedad, pero gracias a sus caderas, se queda sujeta a su cuerpo y le toca bajarla lentamente.
Mi pulso se acelera más, si es que eso es posible. Cierro los puños, pero esto no es solo para mí, es para ella. Para su placer y el mío.
Por primera vez no solo estoy pensando en mí, y tengo que mantener firme en ello. Cassandra debe saber lo hermosa que es. Tiene que tener claro que las inseguridades en ella no deben existir.
Vuelve a subirte la falda, date vuelta y vuélvela a bajar –digo escuchando mi voz completamente ronca.
Hace lo que le pido, y resulta ser más tortuoso de lo que me imaginaba. Su culo redondo y blanco salta a la vista, y por un segundo tengo que cerrar los ojos y respirar profundo.
Estoy acabado.
Me rendí a ella desde el momento en que la vi en la clínica, y eso es malo. Me asusta.
Respiro más pesadamente.
Gira –digo sacando fuerzas de donde no sabía que existían.
Recorro su cuerpo con la vista. Es hermosa y es mía, solo mía.
Quita su sostén y me paso la mano por mi entrepierna, en un absurdo intento de quitar un poco el dolor que inunda mis genitales en llamas.
Quedate ahí parada hasta que yo te diga.
Con obediencia, lo hace. A penas y cambia su peso de un pie a otro, denotando lo mucho que quiere complacerme.
Mi pecho se hincha de algo más que solo lujuria desenfrenada. Me siento jodidamente mal y bien a la vez. Estoy, nuevamente, luchando para comprender cómo me siento con este dulce ángel.
Algo dentro de mí se quiebra, no lo comprendo. Es exagerado el sentimiento que me invade. Quiero tenerla, es mía, pero ahora comprendo que no lo es.
Quiero tenerla, pero no la tengo. Es una muñeca en una vitrina a la que solo logro mirar y la deseo, pero no puedo tenerla, no estoy a su altura.
Paso la lengua por mis resecos labios, y doy una leve plegaria para que esto acabe.
Eres muy sexy, Cassandra –me limito a decir.
Espero unos treinta minutos más, desesperado por poseerla, pero admirándola desde la vitrina.
Una vez pasa el tiempo en el que veo que su delicada constitución se tambalea por sostenerla, me paro de un tiro y me acerco asombrosamente rápido a su cuerpo.
La levanto como si no pesara ni un gramo, y la llevo hasta el escritorio, dejándola sobre este. Le quito las bragas, rompiéndoselas en el proceso, y me quito mi ropa con la misma rapidez.
Ella solo me ve sin hacer ni un movimiento.
Mis manos tiemblan ligeramente.
No quiero ser brusco con ella, pero me he desconectado totalmente, y hoy soy un ser que desconozco, un ser que solo necesita de su salvación, y esa es ella.
Sin preparación, la penetro. Corro con suerte al sentir como su cavidad me acepta gratamente, caliente y húmeda.
Comienzo a bombear dentro de ella como un salvaje, y la admiro desde donde estoy. A pesar de ser ella quien esta abajo, sigo siendo yo el que la admira desde el suelo.
Le tomo de las caderas con dureza, dejando mis dedos marcados en ellas, y comienzo a moverme más fuertemente olvidado todo.
No quiero terminar tan rápido, no puedo, por lo que prolongo más mi orgasmo, sin embargo, procuro darle un fuerte a ella, por lo que le toco el clítoris con mi mano derecha, mientras sigo metiendo mi pene dentro de ella.
Ella grita mi nombre y me hace sentir gloriosamente jodido por ella. Rápidamente le tapó la boca con la mano que tengo libre y con la otra sigo prolongando su placer.
Cassandra, se convulsiona en mis brazos dos veces seguidas y siento las contracciones alrededor de mi miembro, lo que hace que no pueda contenerme y me venga tempestuosamente dentro de ella.
Quedo exhausto, pero mi miembro todavía quiere más de ella, la reclama como un jodido drogadicto.
Comienzo a sumergirme nuevamente en sus carnes, pero más lento. Al instante la siento en mi oído gemir dulcemente, disfrutando del momento.
Arremeto más duramente y nuestros cuerpos comienzan a colisionar.
Recuerda lo que te he dado –digo antes de, extrañamente, llegar juntos al orgasmo devastador.
Una vez termino, me levanto rápidamente, pero no tengo suficiente de ella, nunca lo tendré, eso lo sé de sobra.
Ya no tengo energía, por lo que me retiro al baño a darme una larga y fría ducha.
No podría dañarla más si me lo propusiera –pienso al ver sus ojos tristes antes de meterme en el baño.