Ya me voy –le digo a mi secretaria, mientras corro rápidamente hacia las escaleras de emergencia, para no tener que esperar el ascensor. ¡Qué son seis pisos!
Ella solo asiente sin entender nada de lo que esta pasando.
Acabo de tener una reunión, que nuevamente se alargó más de lo normal. En definitiva esta semana no es la mía.
Ayer casi me toco re-agendar nuevamente la cita con Cassandra, pero solo salí con diez minutos de retraso, por lo que le dije que si me esperaba podríamos comer en el departamento. Fue raro, porque casi nunca nos vemos si no es para follar, o como le llama ella, hacer el amor. Yo no le podría llamar de esa manera; primero porque eso sería hacerme sentir peor por todo lo mal que estoy haciéndolo con esa pequeña niña, y segundo porque simplemente yo nunca lo he hecho; nunca he hecho el “amor”. Si le dices de esa manera, simplemente pierde la gracia, ya no hay acción y todo es dulce, lo que a mi forma de ver es… no lo sé, femenino. O tal vez solo es que pienso que habría que ser romántico para pesar que hacer el “amor” es igual de satisfactorio que coger o follar como un salvaje.
Quizás solo es cuestión de perspectivas.
Al principio no logre decir mucho, ni ella. Pero después la conversación fluyo bastante normal, aunque no eran temas tan variados, sin embargo, fue un soplo de aire fresco encontrar a alguien con quien hablar que no fuera política.
Una vez terminamos de cenar, me la folle muy duro contra ese maldito escritorio.
Soy un suertudo porque Cassandra siempre se deja hacer, y uno no encuentra a mujeres de esa forma en estos tiempos. Pero con ella, me siento dueño de mis acciones y me encanta esa sensación de poder, de verdadero poder.
Para hoy, he planeado algo que me pone durísimo de solo pensarlo, espero no extralimitarme, pero lo ocupo, es muy necesario. Lo quise probar con una exnovia de la universidad, pero ella era muy… puritana, y no me permitió hacerlo.
¡Espero esta vez tener suerte!
La calle esta sola y logro avanzar rápidamente hasta el edificio en donde tengo el departamento.
Tengo la ligera impresión que Joel, el encargado del edificio sabe lo que hay entre Cassandra y yo, pero como es tan profesional no hablara del asunto con nadie, de lo contrario ya hubiera salido una noticia sobre el romance del pedófilo senador Luis Borgia.
Salgo del auto en cuanto lo aparco y corro hasta el departamento, sin importarme nada. Ni siquiera vi si venia un auto, solo me lanzo hasta mi deseo más pecaminoso, mi ángel.
Subo al edificio por el ascensor para guardar un poco las fuerzas, las necesitare.
Entro al departamento y me encuentro con Cassandra sentada en el escritorio, balanceado sus hermosas piernas níveas. Adoro la forma en que sus ojos me ven detrás de esas pestañas espesas de color café. Sus risos caen por todo su cuello y parte de su tórax, cubriendo sus senos redondos, que con cada mes crecen un poco más, recordándome que esta en período de crecimiento; el mejor período de crecimiento que he visto en mi vida.
Camino de prisa y la acorralo en cuanto quedo frente a ella.
Sin poder remediar mi impulso de atracción hacia ella, prefiero dar rienda suelta a mi deseo prohibido y devorarle la boca en un beso que me calienta y me hace sentir como un volcán a punto de estallar.
Quiero hacerte cosas… –le susurró al oído, procurando no sonar tan violento como estoy por dentro.
¿Qué cosas? –pregunta jadeante, a la mitad del beso.
Quiero empotrarte contra el vidrio y follarte en él, dejar que todo el mundo nos vea y que disfruten de lo que es solo mío y de nadie más. Abrirte de piernas para mí y hacerte mía una y otra vez. Follarte como loco –la alzo con brusquedad y la empotro contra el vidrio tal y como acabo de decir.
Ella comienza a luchar para que no le quite su falda, mientras cierra las piernas.
No –grita desesperada.
Me quedo parado, frente a ella, pero aparto mis manos tan rápido como mi cerebro logra procesar su no.
En un instante. Mi sangre se pone turbulenta y mi cerebro comienza a repetir su no, una y otra vez.
No. no. no. no. no. no. no.
¿Por qué dijo que no?
¿A qué dijo que no?
Antes de que me dé cuenta, estoy caminando en círculos por todo el departamento, para luego destrozar lo poco que hay dentro de él.
Dijo que no quiere ser tuya –me atormenta una voz en mi cabeza–. Se dio cuenta de quién eres y de lo que has hecho. Ha tomado la decisión de dejarte para que ya no la utilices. Ella merece algo mejor.
Con esto último volteo y la miro. Esta temblando justo donde la deje, solo que ahora tiene la falda abajo y una cara de espanto que nunca quiero volver a ver en mi vida.
Largate –grito furioso, pero no con ella, sino conmigo por hacerle todo esto–. No te quiero volver a ver nunca más.
Abre los ojos hasta su máxima capacidad. Su mirada es de arrepentimiento, parece que quiere decir algo, pero antes que me haga cambiar de opinión, me largo.
Ya no puedo seguirla utilizando.
Si no puedo darle lo que se merece, no debería poder tocar o verla si quiera.
¿Qué te sirvo, amigo? –pregunta el cantinero con una sonrisa afable, mientras yo me siento en el banco frente a la barra.
Después de pasar una hora en el auto dándole vuelta y vuelta a todos los sucesos que me han llevado hasta este punto de pensar como un ser irracional y totalmente arcaico, decidí no decidir sobre nada. No puedo de cualquier forma. Mi cerebro no analiza nada, no piensa con claridad sobre nada y cada vez me siento más como un en universo distante.
Lo mejor para ella es que la deja ser, que crezca, que encuentre alguien que pueda hacerla feliz, un joven de su edad sin compromiso y con un próspero futuro; y no un hombre que le lleve 13 años y que sea casado, y para colmo, que vaya a ser padre dentro de poco.
Un tequila, del más fuerte –pido cuando me doy cuenta del tiempo que he prolongado esa simple pregunta.
¿Seguro que quieres un tequila? Parece que por tu cara necesitas algo más fuerte –dice al cantinero con una sonrisa compasiva.
Entonces algo muy fuerte –hago una mueca de alegría, forzándome a levantar la comisura de mis labios.
El bar-tender asiente y se aleja a preparar algo. A los segundos de revolver cosas, regresa con una mezcla dorada, servida en una copa.
Esta es una creación mía –la deja frente a mí–, ayuda con todos los problemas, en especial –baja la voz–, el de las damas.
Gracias. Por favor, que no se acaben –le doy mi tarjeta de débito.
Después de tres horas de pasar tragando uno tras otro trago, me decido a irme.
Estoy medio borracho, y ya no veo todo con claridad, pero qué más da.
Railey, el chico tan majo que prepará esa bebida celestial, me ha pedido un taxi para que así pudiera llegar con bien a mi casa. Pero honestamente, no me importan ¿A qué llegaría?
Llego tambaleándome a la casa pero en lugar de entrar a la recamara y despertar a Ana, decido quedarme en el sillón, dormitando un rato.
¿Por qué me dejaste, Cassandra? –lloriqueo.
Cierro los ojos un instante, pero luego la luz de la lámpara de la sala me ciega y hace que me retuerza del dolor de cabeza.
Luz idiota –grito hipeando.
No es la luz –dice con severidad Ana, mientras la veo a través de la rendija de mis parpados. No quiero abrir bien los ojos, porque eso significara una segura jaqueca.
Bien, pues puedes apagarla –me volteo quedando boca abajo.
Tenemos que hablar –sentencia Ana, con una voz estridente.
No, yo no quiero ni tengo de que hablar –respondo haciendo caso omiso de su orden.
Me pongo un cojín sobre mi cabeza, dándole a entender que no hablare o escuchare lo que sea que me quiera decir. Seguro puede esperar a la mañana siguiente.
¿Quién es Cassandra? –pregunta entre dientes, completamente enojada.
¿Qué importa ya? Me ha dejado –contesto triste.
Bien por ella. Al menos una de las dos lo pudo hacer –reniega y escucho como truena los dedos, muestra de que esta más que cabreada.
Sabes que tú también puedes dejarme ¿verdad? –cuestiono tratando de no ser cruel, pero siéndolo de todas maneras.
No, no puedo. Estas atado a mí por la eternidad –suspira con pesadez. Me doy vuelta y abro los ojos.
Esto no pinta nada bien.
No hay muchas razones por las que Ana se ponga de esa manera, y normalmente ella no es tan tranquila cuando esta peleando, lo que solo significa malas noticias, y eso hace que me ponga muy alerta.
¿Qué ha pasado? –dejo atrás la neblina provocada por el alcohol.
He hablado con tu papá, y ya se enteró que tienes una conquista, todavía no sabe quién es, pero en una ocasión te vio mensajeando con una tal Cassandra –se sienta a la para mía, quitando mis pies del sillón–. Vino a hablar conmigo hoy, y me dijo que no podía permitir que eso pasara. No puedes arruinar tu carrera Luis. No sé quién sea, pero no falta mucho para que todo salga a la luz, y si me quieres un poco, o a nuestro bebe, o aun a ella, tendrás que dejarlo todo, tendrás que ponerte bien los pantalones y soltar todo eso.
Se queda callada un momento y ve su vientre.
Nunca te voy a dar el divorcio, Luis. No importa lo que pase, no importa cuántas veces me seas infiel, pero yo siempre estaré contigo. Mi castigo para ti –pronuncia con amargura–, es no dejarte ser feliz con esa, podrás hacerla tu zorra –sonríe con maldad–, pero nunca te divorciaras y nunca podrás convertirla en una Borgia. No lo permitiré.
Me levanto asustado y contemplo a la mujer que tengo a mi lado. Esa misma que lleva a mi hijo, la misma a la que espere un buen día de estos frente al altar para casarnos en una iglesia católica.
Puedo olvidarme de todo esto, Luis –sigue–, ser la esposa ideal, hasta tratar de volver a ser amigos, pero no más de ella. Te puedes conseguir todas las putas que quieras, pero no ELLA –dice con dureza–. Estas enamorado y ni siquiera te has dado cuenta, pero sí lo estas, dejala ser feliz al lado de un hombre que le puede dar lo que ella quiera, que seguro no es lo que tú puedes ofrecerle. Ve lo que te espera para el futuro, Luis, puedes hacer lo que quieras dentro de poco. El presidente del partido ya no será un impedimento, podrás llevar a cabo reformas que deseas cuando tu padre asuma su puesto, pero mientras tanto… no arruines todo. Y sobre todo, no arruines la vida de esa mujer a la que seguro tienes engañada.
Se levanta del sillón y me da una mirada que no sé interpretar, y luego desaparece en el cuarto.
Me siento nuevamente.
El alcohol ya no tiene ningún efecto sobre mí, me ha abandonado a mi suerte.
“Nunca te voy a dar el divorcio”
“Dejala ser feliz al lado de un hombre que le puede dar lo que ella quiera”
Quizás sea hora que madure y deje la fantasía del amor atrás antes de que arruine más la vida de Cassandra, antes de que esto tenga peores consecuencias, antes de que ella se enamore de mí tanto como yo de ella.
Adiós, ángel.