7

 

Llego al departamento antes que Cassandra, pero esta vez en lugar de hacerla esperar me dirijo directamente al piso. No quiero esperar media hora o si quiera cinco segundos. La necesito ya. Necesito saber que al menos tengo algo que puedo controlar algo.

Necesito follarme a Cassandra de todas las maneras posibles y de esa manera desechar mi frustración.

Desabotono los primeros botones de mi camisa y desajusto mi cinturón.

Tomo un poco de impulso y me tiro en la cama, cansado. Cansado de que mi padre quiera controlar todo lo que hago o dejo de hacer. Cansado de tener una esposa que no deseo y que solo piensa en el “qué dirán”. Cansado de tener que cumplir con todas las obligaciones que ni siquiera desee en un principio.

Solo quisiera que toda esa bruma oscura que dirige mi vida se disipe y pueda seguir adelante sin necesidad de tratar de ver en donde esta en siguiente agujero negro en el que caeré irremediablemente.

La puerta se abre mientras mi soliloquio se implanta plenamente en mi mente.

Abro los ojos y miro a Cassandra, bella como siempre, pero a diferencia de otras ocasiones, hoy se ve… soberbiamente sensual.

Lleva puestos unos pantalones blancos ajustados a sus esbeltas piernas y una camisa sencilla, que hace que sus pechos sobresalgan con ese pequeño escote redondo.

Su cabello lo lleva suelto y esos peculiares rizos hacen que quiera meter mis manos en ellos y obligarla a mirarme a los ojos mientras me corro en cualquier parte de ella.

Hola –dice tímida, jugando con los dedos de su mano.

Te ves… sensual –respondo al saludo.

Me levanto de la cama y camino hacia ella, quitándome completamente la camisa.

Cassandra abre sus ojos estupefacta.

¿Cómo te sientes? –pregunto tomándola fuertemente de la cintura y acercándola a mí y luego la beso violentamente en los labios, aspirando el aire de sus pulmones y rogando para que no se desmaye entre mis brazos.

Desde que le toque por primera vez, tuve la sensación de estar en presencia de algo frágil que debería ser contemplado en todo su esplendor, pero en lugar de ello, me dedico a tratar de perturbar su alma y cuerpo, sobre todo este último.

Me separo de ella no sin antes morderle el labio.

Bien, gracias –responde con la respiración agitada, recuperando el aliento–. Y a ti, ¿Cómo has pasado el día?

Pésimo –restriego otra vez mis labios a los suyos.

Solo de recordar la escena con mi padre… me hace arrancarle su camisa de un tajo, rompiéndola en dos pedazos de tela inservible y luego prosigo con su pantalón, pero solo le arruino el botón.

Las manos de ellas estan en mi espalda y me acarician de una forma que jamás había experimentado. Sus manos pequeñas y suaves me rozan la piel delicadamente, adorándome.

Comienzo a debilitarme, pero una euforia como la de ayer, se apodera de mí.

Termino de desnudarla tratando de no ser tan brusco como para acabar con toda su ropa, pero sin llegar a ser amoroso.

Una vez la desnudo, me quedo pegado a sus piernas e inspiro su aroma de niña. Aun huele a bebe, y no a mujer adulta y usada. Es tan especial el aroma que desprende su entrepierna, que de inmediato la levanto y la llevo hacia la cama y le dejo abierta de piernas.

Sin esperar su aprobación hundo mi cabeza en su tersa entrepierna, inhalando fuertemente e impregnando mis sentidos de su aroma.

Escucho su respiración agitada, pero también puedo sentir como sus músculos se han tensados.

Sin escrúpulos ni miramientos, adoro su vagina con mis labios, primero estimulando sin piedad su clítoris y luego metiendo mi lengua en esa estrecha abertura que solo yo he tocado. La idea, me incita a ir más allá de lo que mis propios pensamientos consideran sano y comienzo a tratarla con brusquedad mientras sigo haciendo el mejor sexo oral que he realizado, pero el que más brusco ha sido.

Estoy necesitado de ella, de su inocencia, de la pureza de su alma, de su entrega incondicional a pesar de la cantidad de impedimentos que nos deberían de separar.

Cassandra comienza a cerrar las piernas y a gemir.

No le permito cerrar sus piernas y con mis manos las empujo hasta abrila al máximo de su capacidad, lo que hace que su feminidad aparezca más fácilmente frente a mí.

Se agita fuertemente y comienza a lloriquear.

Por favor… –ruega, mientras gime.

Aguanta preciosa, que esto solo comienza –digo separándome de su entrepierna.

Traga saliva y miro por un momento esos ojos azules que podrían enloquecer a cualquier hombre, y no solo por su color, sino por la esencia que guardan de quien es ella. La pupila la tiene totalmente dilatada y casi no se puede ver su iris.

Cassandra se corre al siguiente contacto de mis labios con su clítoris.

Luis –grita mi nombre con una exhalación que hace que mi cuerpo entero tiemble de miedo al ver lo que hace ese simple gesto con mis ya alteradas emociones.

Sin esperar a que se recupere, me despojo de mi pantalón y de mi bóxer y la penetro sin piedad.

La tomo fuertemente de las caderas, pero cuando ella comienza a gemir y a pronunciar mi nombre, desplazo una de mis manos hasta su boca para obligarla a callar. No quiero poner en riesgo ningún sentimiento con ella. No puedo hacerlo.

Mis caderas chocan con su pelvis sin dejar espacio para que ella respire.

En unos minutos ella se esta corriendo nuevamente y esta vez, siento como sus fluidos inundan toda mi entrepierna.

Me corro dentro de ella en cuanto sus ojos tímidos y nerviosos se quedan fijos en los míos.

Caigo sobre ella, sosteniéndome nada más por mis antebrazos para no dejar todo mi peso sobre su pequeño cuerpo.

Respiro agitado y escucho como ella hace lo propio en mi oreja.

¿Qué ha pasado? –pregunta ella entrecortada.

Me alejo un poco y miro sus ojos empañados por lágrimas. De inmediato me siento como un hijo de puta que no debería si quiera quitarle su tiempo a este ángel, pero no puedo evitarlo, necesito lo que ella me ha demostrado en estos par de días que hemos pasados juntos.

Ha pasado que hemos follado como unos locos –contesto sin decir la verdad.

¿Follado? –pregunta dolida.

Si, Cassandra, follado. Eso es lo que haremos –paso mis dedos por su cabello–. Y ahora, te iré a dejar a tu casa, solo date una ducha rápida.

Me ve con ilusión, pero luego asiente.

Me levanto de encima de ella y me siento a su lado.

Se sienta y vuelve a verme de esa manera que me despedaza por dentro, que hace que quiera acariciarla, pero me detengo. No puedo.

¿Por qué? –pregunta mi subconsciente.

No lo sé, no tengo respuesta clara del por qué no puedo acariciarla como se merece.

Se para y se va al baño, recogiendo en el proceso sus cosas.

Espera –digo antes de que cierre el baño. Tomo mi camisa y se la paso–. La tuya no sirve –explico sin disculparme.

Gracias.

Entra al baño y yo me doy vuelta para no volver a ver esos ojos que amenazan con matarme de la devoción que expresan.

Llego a mi casa después de pasar dejando a Cassandra cerca de su casa. No me atreví a dejarla enfrente de su casa y que alguien nos pudiera ver. Fue una suerte que ella no se opusiera. Solo era una cuadra de donde dormía, pero no quise acercarme y saber dónde es que vivía, no me fio de mi lívido. Ella aseguro que estaba bien, que era un lugar tranquilo y no habría problemas con nadie si caminaba unas cuantas cuadras.

Nuevamente, el sentimiento de ser un gilipollas se apodero de mí, pero se eclipsa lentamente con el ánimo de poseerla.

En cuanto entro a mi recamara, rápidamente se levanta Ana, enojada.

¿Qué ha pasado con tu camisa? –pregunta al ver que solo llevo puesto el traje y la corbata me cuelga del cuello. Le he dado la camisa a Cassandra y no pensaba quitársela después de dejar la de ella inservible.

Nada, solo que se me rompió y…

No me vengas con cuentos. Hueles a zorra barata –exclama exaltada, interrumpiendo mi estúpida excusa.

Me enojo de sobre manera.

Primero –hablo con la mandíbula apretada –, no estaba con una zorra; segundo, bien sabes de sobra que lo que tenemos nosotros en un convenio, en que no nos hemos exigido fidelidad. Nunca te he preguntado si me has sido infiel y ni lo hare, así que has lo mismo.

Le doy la espalda mientras me quito la ropa y la tiro al cesto de la ropa sucia. Ese traje necesitara ir a una buena sesión de limpieza.

Eres un cínico –grita Ana detrás de mí–. Me he casado contigo y he sido fiel en todo tiempo y eso con todo y el hecho que no me haces las cosas fáciles, pero muy diferente es que te tolere tus infidelidades. No voy a ser la dejada, porque escuchame bien –se planta frente a mí y me aprieta la cara fuertemente–, jamás dejare que te divorcies de mí, antes te mato, me entiendes.

Su voz es grave y tan sincera que me hace tragar fuertemente.

Al menos procura que no se dé cuenta nadie, ni siquiera yo –concluye dándose vuelta, enojada.

Me quedo callado sin saber que decir, pero aceptando como una posibilidad real tener el permiso de mi esposa para coger con Cassandra.

Camino hasta el baño y me ducho, no sin antes sonreír ante ese dilema ya no tan moral. Una cosa menos de que preocuparse.