3

 

¿Cómo estas, Cassandra? –la saludo una vez me la encuentro sentada en la heladería, esperándome.

Bien ¿y tú?

Excelente ahora que te veo. Estas preciosa –la alago. La miro de pies a cabeza y me relamo los labios.

Se ha puesto una pequeña falda y una camisa ajustada que deja ver sus poco desarrollados pechos, pero que me da la impresión que ha de estar mucho mejor que los de las mujeres con las que he estado. Ya no me aguanto la agonía de estar junto a ella en una cama, y hacerle todo lo que no puedo si quiera decirle a ella.

Gracias –se sonroja–. Tú también te ves bien.

Pedimos nuestros helados y comenzamos a hablar tranquilamente. Trato de enfocar la plática en ella, evitando las preguntas que pueden delatarme como un hombre casado o como un político. Si ella descubre que en realidad puede saber cualquier cosa sobre mí con tal solo googlearlo, estoy perdido.

Terminamos de comer y le digo que vayamos a mi departamento, el que claramente no ocupo desde que me case. Le digo que no vivo ahí porque no es muy grande, pero que como me había encariñado con él, lo conserve.

Le abro la puerta del copiloto de mi auto y ella insegura sigue mis órdenes. Me encanta que a pesar de solo conocernos un día ya me obedece y prefiere complacerme que seguir su instinto.

Subo al auto y lo enciendo.

Cassandra, eres la chica más preciosa que he visto en mi vida –le digo.

Ella se pone como una fresa madura: roja; pero a mí solo me da más ganas de tirarme sobre ella y hacerle cosas impensables.

He dejado de sentirme mal por la necesidad de desnudarla y convertirla en mujer. No me importa nada.

En la noche reflexione, y me di cuenta que nada importa, no quiero dejar de sentirme de esta manera. Por fin siento que tengo el poder sobre algo, y no solo me refiero a mis acciones, sino el poder de controlar a una bella mujer que siente se siente atraída por mí y no solo siente la necesidad de complacer a sus padres.

¿Crees que se verá mal que yo entre contigo a tu departamento? –pregunta tímida.

Supongo que para los demás… probablemente, pero si a ti no te importa… No me importa nada más que tú opinión –la miro fijamente y tomo su mano izquierda y me la llevo a los labios.

Poco a poco –me digo mentalmente.

No me importa. No he podido dejar de pensar en ti en toda la noche y el día –comenta con vergüenza.

Ni yo he podido dejar de pensar en ti. Me gustas mucho Cassandra.

Y tú a mí, pero me da miedo que algo pase porque tú eres mayor. Además creo que estamos yendo muy rápido –se mueve en el asiento, incomoda.

Yo quisiera ir más rápido. Te necesito Cassandra. No te imaginas el bien que me hace estar a tu lado. Me haces olvidarme de todo lo malo de mi vida.

¿Qué es lo que te preocupa? –pregunta con empatía.

No quiero abrumarte con mis problemas –evado–, pero tú me haces sentir diferente, por favor no me prives de eso –ruego.

Parte de mí se siente mal por mentirle de esta manera, por engañar a una niña, pero esta más allá de mi propio razonamiento las ganas que tengo de hacerla mía. La quiero en un sentido carnal. Un deseo tormentoso se ha instalado en mí desde el momento en que la vi ayer en el hospital.

Quiero follármela hasta desfallecer.

Absolutamente nunca me había sentido tan primitivo, pero no lo puedo evitar.

Quiero satisfacerte en todo lo que me digas –aseguro, ella sigue temerosa.

Yo te quitare ese miedo, preciosa –digo mentalmente, saboreando el momento.

Al llegar a mi departamento, que casi esta del todo vacío, la hago entrar.

Te puedes acomodar en la cama –sugiero–. Hace ya un tiempo me lleve todo de aquí, excepto la cama porque no entraba en mi nuevo apartamento –miento.

La única razón para que esa cama se haya quedado aquí es porque a Ana no le parecía la idea de dormir en una cama que “hubiera compartido con otras mujeres”.

Es pequeño, pero perfecto –dice viendo hacia todos lados–. ¿Por qué decidiste mudarte?

Porque como veras, es solo un cuarto y necesitaba algo más que solo una cama y un sillón.

Se sienta en la cama y de inmediato me imagino desnudándola ahora mismo, pero debo contenerme, aun no me he ganado del todo su confianza y será necesario si no quiero ir preso por estupro o peor, violación.

Dime –me siento junto a ella– ¿Cómo te va con tu madre?

No la he visto desde que tengo dos años –responde triste.

Aprovecho el momento, para acercarme más y darle un abrazo “reconfortándola”.

Seguro no es tu culpa, preciosa –le digo acariciando su rostro.

Crees eso –pregunta mirándome fijamente. Sus ojos estan cristalinos y me siento una mierda por lo que hare a continuación.

Estoy convencido que es así –me acerco más y ella no me detiene cuando coloco ambas manos sobre su rostro y la beso. Al principio trato de mantener mi deseo fuera del momento, sobre todo para no asustarla, pero se me hace imposible tratar de no poner un poco más caliente la situación y comienzo a besarla con más ahínco, con un poco de necesidad.

Ella se deja hacer, demostrando su falta de experiencia, pero en lugar de parecerme fastidioso, me hace desearla más.

Que sea solo mía es aún más encantador de lo que me podría resultar cualquier otra situación.

Me separo de ella a regañadientes. No quiero, pero debo hacerlo.

Lo siento, preciosa, pero no quiero que te hagas una mala impresión mía. No te he buscado para esto, te quiero para algo más –la miro fijamente.

Ella no dice nada, solo se me queda viendo con esos encantadores ojos que hacen sentirme más idiota por hacerle esto.

Me tengo que ir –dice levantándose –. Nos vemos luego –se despide de mí y se va sin que pueda decirle nada.

Me quedo ahí pensando en todo.

No puedo dejar que esto pase. Quizás haya sido lo mejor, pero algo en mí me dice que esto no ha acabado, no puede terminar así.

Quiero que Cassandra sea mía, y lo voy a conseguir.