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Entro al departamento. Veo como Cassandra me espera sentada en la cama, con las piernas cruzadas, y mirándose las manos, nerviosa.

No creo poder describir una escena más erótica que ver a ese dulce caramelo con las piernas dobladas, lo que hace que su falda escolar se suba casi hasta dejar ver su braga, que ha de ser de algodón y con algún diseño de corazones o algo por el estilo. Su cabello lo lleva liso, y le queda hermoso, remarca su angelical rostro púber.

Cuando me ve, sus ojos denotan angustia, pero solo se limita a desdoblar esas preciosas piernas níveas y dejarme ver mi perdición.

Te traje algo –le digo enseñándole la bolsa que llevo en la mano.

¿Qué es? –pregunta curiosa, esbozando una leve sonrisa que hace sentirme mal por lo que hare.

Un regalo, pero antes que te lo dé, debo hablar contigo.

Asiente con la cabeza y se levanta de la cama.

Sabes que soy mayor, y no solo por unos cinco o incluso diez años. Me has dicho que tienes 14 y yo tengo 27. Es mucha la diferencia –sus lindos ojos azules se enfocan en los míos y los veo levemente vidriosos. Me pone más cachondo verla tan susceptible–. Yo no quiero parecer un gilipollas, pero te deseo preciosa. Eres la niña más hermosa que he visto en toda mi vida –me acerco a ella.

Siento como mi respiración se va alterando en la medida que me acerco más a ella.

Le toco la cara y observo como ella se acopla a mi mano.

¡Joder, cómo puede ser tan ingenua y no darse cuenta que me quiero aprovechar de ella, que la quiero en esa cama, con las piernas abiertas para mí!

Es tan inocente, y eso me llena de poder, de uno que jamás había sentido. Muy diferente de cómo me sentí cuando me eligieron como senador.

¿Hasta dónde estarías dispuesta a llevar esta relación? –pregunto sin nombrale el hecho que no le estoy pidiendo que sea mi novia.

Hasta donde tú quieras –responde hipnotizada.

Sonrió en mis adentro.

Eso me hace muy feliz –le acarician con ambas manos el contorno de su rostro de niña–. ¿Entonces, que te parece si lo nuestro lo mantenemos en secreto, ni siquiera contarle a nuestros amigos?

Por mi parte esta bien, no tengo amigos –baja la mirada.

¡Fantástico!

Un nudo se me forma en mi estómago y hace que me sienta enfermo.

¿Cómo puedo estarme aprovechado de una niña que necesita más comprensión que cualquier otra persona que haya conocido, incluso que Graciela?

Seguro que ha de ser porque eres muy bonita –trato de no ponerla más triste–. Podrías ponerte lo que he traído para ti –ordeno suavemente, y le entrego la bolsa–. No te pongas los zapatos, solo lo que esta adentro –recalco.

Atenta a cada cosa que le digo, asiente, y se dirige al baño.

Te espero aquí, preciosa. No te tardes.

Entra al baño y me comienzo a quitar mi camisa y el pantalón, quedándome en bóxer.

Quiero ver hasta qué punto soy capaz de controlarla, de manejar la situación y llevarla al borde.

Cassandra no necesita que alguien la controle, pero quiero hacerlo.

Seguro es virgen todavía lo que es más reconfortante. Puedo hacerla mía en todo sentido, tener algo mío y solo mío.

Si todo va tal cual, me la follare hasta que me canse de ella, que así como lo veo… no será pronto.

Esta pequeña niña ha despertado en mí un deseo que jamás pensé tener. Soy un cabrón por ello, pero no quiero evitarlo.

A los minutos, sale del baño, cohibida.

Ven aquí linda –mando.

Se acerca a mí, pero me ve de pies a cabeza rápidamente y observo como su garganta se mueve al tragar saliva.

El vestuario que he elegido para ella le ha quedado tal y como buscaba. La braga que lleva puestas, se le acomoda a su cuerpo esbelto pero con curvas. Puedo apreciar las caderas que ya tiene y las piernas que me matan desde hace días. Sus pequeños pechos resaltan con ese sostén blanco que tiene esos revuelos. Y para concluir, sus pies estan adornados con esas medias blancas. En sumas, tiene una apariencia de un ángel en lencería, uno de verdad, y no como los que salen en esa pasarela de modelos escuálidas sin ningún tipo de curva.

¿No crees que vamos muy rápido? –pregunta apenada, mirando hacia el suelo.

Solo es una muestra de lo que siento por ti –le digo acercándome más, hasta poner mis manos en su cuello y los pulgares en su mentón.

Aun soy virgen –me mira por un segundo, pero luego baja la mirada.

Me lo figuraba, y me gustas más por ello. Es como si estuvieras destinada a mí –trato de convencerla.

No espero a que su cerebro funcione y la beso, con pasión y lujuria en su estado más puro. La deseo mucho y sus labios son el infierno y el cielo al mismo tiempo.

No la dejo hacer nada. Controlo cada uno de los movimientos.

Todavía no me puedo creer que haya caído tan rápido después de conocerme solamente por dos días, pero poco o nada me importa. Solo la quiero en esa puñetera cama a mi merced.

Coloco mis manos en su cintura y la atraigo más a mi cuerpo, haciéndola sentir como mi erección se pega a su abdomen.

Subo más mis manos y las llevo a su espalda al broche del sostén. Antes de desabotonarlo, me separo de ella y la miro fijamente. Tiene aún los ojos cerrados y la boca abierta.

Sonrió complacido y prosigo con el beso.

Le quito el sostén y lo dejo caer lejos de donde nos encontramos.

Siento sus pezones pegados a mi pecho.

Suelto su boca y la tiro sin cuidado a la cama. No quisiera ser brusco, más aun siendo su primera vez, pero no puedo evitarlo, me queman las ganas de hacerla mía y de hacer lo que quiera con ella, incluso tratarla más fuerte de lo que debería.

Me subo sobre ella y contemplo sus pechos. No estan tan pequeños para su edad, diría que son una talla b.

La miro directamente y noto vergüenza en sus ojos.

No tienes idea de cuánto te he deseado desde que te vi por primera vez –rujo.

Su cara se transforma en lo que puede decirse que es alegría, pero angustiada por no saber lo que vendrá.

Bajo mi cara hasta su pecho izquierdo y comienzo a chupar su pezón sonrosado. Los siento crecer en mi boca.

Con mis manos la toco por doquier.

Chupa –exijo metiendo mi dedo gordo en su boca.

Ella lo hace sin renegar y yo solo afirmo complacido.

Me encanta su sumisión, algo que no creía que me gustaba.

Le muerdo el pezón y ella se queja.

No hables –digo serio.

Cassandra me ve asustada, pero trata de seguir como si no la hubiera regañado.

Saco mi dedo de la boca de ella, y meto el índice.

Vamos a probar como estas de apretada –digo más para mí que para ella.

Estoy embriagado con las formas de su cuerpo y el aroma que desprende su piel. Simplemente todo es delicioso en ella.

Mi pequeña niña.

Chupa mi dedo, y yo me alejo un poco para poderle quitar la braga. La deslizo con mi mano libre y luego le quito mi dedo de la boca y comienzo a tratar de meterlo en su hendidura.

¿Me va a doler? –pregunta entrecortada.

Sí –contesto, sin negarlo–. Pero piensa en lo que me estas regalando, Cassandra. Te estas entregando a mí –sus ojos se oscurecen y aprovecho para meter mi dedo en su vagina.

Muerde su labio para evitar que salga de ellos un grito.

He sido un poco brusco, pero no puedo ser de otra manera. Es tan delicada que me incita a corromper su cuerpo.

Saco mi dedo y lo vuelvo a meter, repitiendo una y otra vez la acción. Imaginando que es mi pene el que entra en esa húmeda y estrecha cavidad.

La veo contorsionarse un poco, y me siento en ella, sacando mi dedo.

Pruébate –incito metiendo mi dedo a su boca.

Mirándome, lo hace.

Me vuelvo loco al ver su mirada inocente y sentir como su boca quita todo rastro de sus flujos de mi dedo.

Le saco el dedo y me quito de encima de ella. Luego me bajo los bóxer.

Cassandra, me ve de pies a cabeza y noto como se asusta al ver mi miembro tan erecto.

Para cualquier mujer mi pene sería, de por sí, grande, pero dada la excitación que tengo, se ha hecho más grande y mis testículos no soportan más no poder terminar, y al ser ella virgen... Solo digamos que no lo esta tomando mejor de lo que imagine.

Nuevamente me coloco sobre ella y le obligo a abrir las piernas hasta su máxima capacidad.

Ten en mente el placer que me causaras.

Asiente atontada.

Meto mi pene en su vagina rápidamente y siento como se rompe en mil pedazos su cuerpo frente a mis ojos. Sus ojos lloran a causa del dolor, y sus dientes estan apretados. Sin embargo, eso solo me estimula más.

Arremeto una y otra vez contra mi pequeño ángel.

Los primero diez minutos, son de agonía para ella. Agonía que reprime a toda costa. Pero después de pasarle el dolor, se comienza a sentir más cómoda, por lo que la cambio de posición a una más incómoda para ella pero más sugerente para mí.

Ruedo hasta quedar bajo ella.

Sube y baja –ordeno–, y hazlo lo más rápido que puedas.

Ella hace una cara de dolor.

Al ver que no se mueve, le tomo de las caderas y comienzo a levantar su peso.

Pon tus manos sobre mi pecho.

Las pone y su vista se queda fija que mis pectorales, mientras sigo moviéndola, abajo y arriba.

Comienza a emitir gemidos dulces y pequeños.

Me enfurezco. La subo y bajo más rápidamente, mientras ella gime más y más fuerte.

Contengo las ganas de querer venirme en ella.

No puede terminar tan rápido –me digo enojado.

¿No lo estoy haciendo bien? –pregunta angustiada al observar mi ceño fruncido. Trata de moverse y lo realiza de una manera tan placentera que no puedo más y me vengo dentro de ella.

Me enfurezco más porque no ha durado lo que yo he querido.

Sé que no ha llegado ella a un orgasmo, por lo que me siento y me pego mucho a su cuerpo.

Te meteré dos de mis dedos –explico–. No te atrevas a apartar la mirada de mí –rujo.

Hace lo que le pido, mientras saco mi falo de su hendidura y meto dos de mis dedos y los comienzo a mover rápidamente. Al instante ella comienza a gemir, con mi otra mano le tapó la boca, no quiero escuchar esos gemidos que me enloquecen. Sigo tratando que llegue al orgasmo, lo que consigo al pasar apenas unos minutos.

Cassandra, se desmorona sobre mí y la dejo estar un rato, pero luego la quito de encima y me voy al baño, dejándola sola y vulnerable.

Una vez llego al baño, enciendo la regadera y me meto en ella.

Estoy enojado, y no estoy seguro de por qué.

Quiero repetir, ha sido de los sexos más placenteros que he tenido y Cassandra no solo es sexy, sino que tiene algo que me enloquece, pero no esta bien aprovecharse de ella.

Me jalo el cabello.

No me importa –me digo–. Mientras ella quiera, yo seguiré.