Llego a mi casa, exhausto de pasar todo el día en la Cámara, y sobre todo jodidamente enojado porque hoy no he podido verla.
El tiempo me ha absorbido y tuve que cancelar la “cena” que tenía con Cassandra. Para variar, había pensado en invitar a comer, claro, dentro del departamento; nunca me deben ver con ella, al menos no mientras no sea legal en todos los sentidos.
Pero, finalmente la “reunión” se extendió más tiempo del previsto y hemos terminado a los once de la noche de discutir los temas agendados. Como plus, no pude decirle a Samuel, mi suplente, que me cubriera, porque ya llevo más de las veces legales para usar suplente.
Me quito la corbata y me voy directamente a la oficina.
A pesar que me apetece mucho dormirme y recuperar fuerzas para mañana poder ir a ver a Cassandra y reivindicar el tiempo perdido… no quiero tener que ver a Ana renegando por todo y por nada.
A veces pienso que lo hace solo para sacarme de quicio, que nada tiene que ver con su embarazo y las hormonas alborotadas. Como lo veo, he caído de la gracia de Ana desde el momento en que se dio cuenta de mi infidelidad, y no es que esperara menos, no soy idiota para saber que le duele, pero… ya no sé ni lo que debo pensar sobre ella o sobre lo que me pasa.
Con cada día que pasa, aun con cada segundo, me siento más confuso sobre los sentimientos que tengo hacia Cassandra y sobre todo, hacia Ana.
No amo a Ana, pero eso no quita que de cierta forma no le tenga aprecio, y engañarla de esa manera tan cruel… no me parece justo. Con todo, ella me ha ayudado.
Por otro lado, el sentimiento que tengo hacia Cassandra, cada día crece más, y cada vez se siente peor. No solo es miedo por las consecuencias debido a las circunstancias, también hay algo más. Y es que el simple hecho de verla y no poderle dar lo que se merece… me hace sentir un…
Me siento en la silla detrás del escritorio, y lo observo. Como me imagine, me recuerda a ella, a su fragancia, su esencia, su alma, y lo peor, me recuerda lo malo que soy con ella cada vez que la miro y estamos juntos.
¿Por qué al menos no puedo tratarla bien? –me pregunto con remordimiento– ¿Cambiaría algo que ella fuera mayor?
No tengo respuesta para ninguna de las dos preguntas.
Me he corrompido y a ella, y en el proceso, me he llevado a mi esposa.
¿Cómo puedo vivir de esta manera?
Me levanto y camino hacia mi alcoba.
La luz de la luna ilumina hermosamente la habitación, haciéndola parecer con un toque clásico de la película de los años ochenta, recién pintadas. Los colores son suaves y las líneas de los muebles son delicadas y poco definidas. La mitad de las cosas se pueden observar y la otra es cubierta por las sobras de la oscuridad.
Otra vez Ana ha vuelto a dormir en el cuarto, solo porque se quiere asegurar de que yo no sea lo suficientemente sinvergüenza como para atreverme a llevar a mi “amante” a la casa y ponerle los cuernos en su cara.
Ana, esta dormida plácidamente, ocupando casi toda la cama, pero no me importa. Miro su abdomen abultado, de unos siete meses.
Suspiro al recordar como hace dos meses el ginecólogo nos dio la noticia que era un niño. Aun no puedo creer que Ana este de acuerdo en ponerle mi nombre.
Me acerco a mi hijo, o mejor dicho, al vientre de Ana, me arrodillo en el suelo y me quedo viéndolo, deseando tocarlo, sin embargo, no quiero despertarla.
¿Acaso también estaré siendo mal padre al negarme a ser un buen esposo? ¿Hasta qué punto podré echarle la culpa a los demás para no sentirme responsable de todo el lío que he hecho? ¿Cuánto tiempo durara todo esto?
Paso la yema de mis dedos por el vientre de Ana.
Me levanto lentamente.
Un sentimiento agotador me inunda la cabeza y el cuerpo.
¿Cuánto tiempo más?
Esa es la pregunta que temo. Es la cuestión que me atormenta.
Cuando decidí acercarme a Cassandra dije que llegaría hasta donde ella quisiera, o más o menos, porque en realidad la he estado manipulando. Pero sé que en realidad ella es la que lleva las reglas de la relación. Ella es la única que me puede decir que sí o decir que no.
Muy a mi pesar, ella es la única que lo puede hacer.