15

 

Ha pasado un año completo.

El peor año de mi vida, en el que he sentido como mi vida se desvanece y me he convertido en nada más y nada menos que lo que los demás quieren y desean.

Agarro fuerzas antes de seguir hablando.

Sabes que vengo tratando de hablar con ella desde hace un año. Necesito hablar con ella –digo desesperado, jalándome el cabello–. No puedo vivir sin ella, Graciela. Los únicos momentos en los que vuelvo a ser yo, soy cuando estoy con mi hijo, pero cuando estoy en el trabajo o solamente estoy sin hacer nada… no puedo dejar de pensar en ella. Me estoy consumiendo por dentro.

Camino de un lado a otro dentro del pequeño cuarto del hospital psiquiátrico que le han asignado a Graciela.

He esperado volvérmela a encontrar en el hospital, pero no he corrido con suerte.

Graciela, ella es mi todo, y no puedo… Ah, ya sabes todo. Te lo he contado mil veces y no creo que eso cambie nada. Estoy hecho un lio. Dime: ¿Qué puedo hacer?

Dejala en paz –escucho una leve voz que proviene del cuerpo de mi amiga.

Asustado, me levanto y la miro con asombro.

¿Dijiste algo, o me lo he imaginado? –pregunto.

No te lo has imaginado –susurra y luego se aclara la garganta–. Siempre he estado consiente.

¿Pero por qué no hablabas?

Porque no quiero estar allá afuera, en el mundo exterior, donde cada cosa que pasa es un riesgo para mi vida. Estoy mejor aquí –afirma rotundamente–. Además aquí puedo fingir que estoy loca, en cambio afuera, tengo que enfrentarme a todos y a todo y no quiero.

Aun así, esto no esta bien Graciela, no es bueno para ti recluirte en este lugar solo por miedo –exclamo.

Lo mismo va para ti –replica–. Tienes que dejarla ir, no puedes aferrarte a algo imposible y menos a algo ilegal.

Tienes razón, y yo lo sé de sobra, pero no puedo dejarla ir de esa manera.

Tienes que hacerlo –dice en tono serio–. Ya lo dices tú, ella necesita a un hombre que le pueda dar lo que merece y escucha bien lo que te voy a decir: nunca vas a poder dárselo, aun si te divorcias, eres un hombre con compromisos familiares que nunca se acabaran y ella es y siempre será muy joven para ti, y sí, quizás eso no sea tanto un problema, pero sin lugar a dudas, lo que más los separa no es la edad, no es el “qué dirán”, no es Ana, no es tu hijo, no es nada de eso; es lo que le hiciste. Nunca podrás borrar lo que has hecho, Luis.

Sus palabras me suenan duras y me saben amargas, pero en el fondo de mi ser, sé que tiene razón y me molesta que la tenga.

Tengo que dejarla ser ¿verdad? –pregunto apesadumbrado.

Así es, amigo.

Prometeme algo –digo sentándome a su lado.

Asiente solemnemente.

Yo voy a tratar de no pensar más en ella, y hacer lo que debí haber hecho desde hace más de un año, desde que la vi por primera vez en este hospital, que es dejarla en paz. Pero tú, prometeme que trataras de recuperarte de dejar este lugar solo por el miedo de lo que te puede pasar afuera.

Lo prometo –acepta.

Me acerco a ella y le beso las manos.

Te vendré a ver dentro de poco. Gracias.

Escucharte me ha servido.

¿En qué te ha servido? –pregunto curioso.

A ver que todos tenemos miedo de ser quienes somos y  dirigir nuestra vida, a decidir, pero a la vez queremos tener esa libertad de la que algunos alardean y poder hacer lo que se nos dé la gana, o como tú lo defines, tener poder.

Reflexiono sobre lo que acaba de decir.

Debes hacer lo que te guste, Luis. Sobreponerte y no dejarte mangonear por lo demás. No busques en ella lo que no puedes hacer contigo.

¿A qué te refieres? –frunzo en seño, no entendiendo nada de lo que me esta diciendo.

No busque controlar algo, cuando no te puedes controlar a ti mismo. Encuentra algo que te haga feliz, Luis. Algo que te llene tanto como lo hacía estar con ella. Quizás no sea lo mismo, pero… te ayudara –antes de que diga algo, ella continua–. Hare lo mismo.

De nuevo, gracias. Has sido mejor ayuda que cualquier otra cosa.

Asiente y me voy.

Paso todo el día pensando en lo que Graciela me dijo.

Me parece increíble lo lucida que esta y lo buena actriz que es. Pero, sobre todo, me asusta lo parecido que somos.

Estoy tratando de encerrarme en mi lugar seguro, en Cassandra, pero no lo puedo seguir haciendo.

Aun así, debo buscar lo que me recomendó mi amiga… Algo que sea mío, algo que me haga sentir esa emoción que solo sentía con ella.

Por mi hijo, debo seguir siendo respetable, pero también quiero encontrar mi trabajo ideal, y no es que ser político no sea bueno, pero no decido y quiero decidir.

Me quedo pensando: ¿Cómo unir todo lo que me gusta hacer en una sola cosa?

Entro al Coffe Cup y pido una taza de café negro.

Miro que en una mesa se encuentra sentada una vieja amiga del instituto.

Hola Claudia –le digo cuando me acerco a ella.

Eh, Luis ¿Cómo estas? –se levanta y me da un beso en la mejilla.

Bastante bien ¿y tú?

Omito contar que apenas estoy comenzando a salir del foso en el que me había metido cuando me dejo Cassandra.

Solo han pasado como dos semanas desde que Graciela me hiso recapacitar, pero, todo ha estado yendo bien desde que deje de recluirme en mi mundo y comencé a ver qué es lo que tengo.

Estoy tratando de disfrutar más de mi hijo y de llevarme mejor con mi esposa, lo cual ha salido de maravilla.

Tan bien he comenzado a involucrarme más en el partido y comenzado a velar por los intereses del pueblo. Podrá ser que no pueda hacerlo en todas las votaciones, pero al menos, ahora que mi padre es el presidente del partido, tengo un poco más de libertad.

Resulta ser que mi padre tenía razón sobre hacer las cosas de determinada manera, y es que ahora que él tiene apoyo, yo tengo opinión sobre cómo hay que tomar las decisiones.

En la política hay que saber manejarse, porque es un laberinto en el que fácilmente uno se pierde y del que jamás podrás escapar sino tienes apoyo. Para generar este apoyo se necesita de un buen discurso y de una buena retórica. Yo no lo había pensado antes, y por eso mi padre me lo recriminaba, pero ahora que lo sé, puedo hacer mucho más.

Claudia, me saca de mis pensamientos al chasquear los dedos, llamando al camarero.

¿Sabes? Ahora que te veo, estoy mucho mejor.

¿Por qué? –pregunto intrigado.

Porque tengo planes, y tú me ayudaras. Luis Borgia, ¿quieres ser mi socio en –baja la voz– un negocio que te traerá muchas satisfacciones y no solo me refiero a dinero?

Achico los ojos y frunzo el ceño, pero después de pensarlo un segundo; mi cabeza comienza a funcionar y clama que eso es lo que necesito, una emoción fuerte, y de esa manera estar equilibrado entre lo bueno y lo malo, manteniendo mis dos seres a línea.

Mi sed de bien, será saciada con mi trabajo como senador, mientras que mis ánimos de esa sensación de embriaguez metal será satisfecha de otra manera.

Cuéntame más…

FIN…

…Continua en

“Mírame, solo a mí”