Stella not yet sixteen, para lectores bilingües. Para los monolingües, Estela no tenía dieciséis años todavía. Dijo Swift. Pero yo soy más Sterne que Swift. Swifty lo llamaba Stella. Swifty McDean. Los dos eran clérigos obsesionados con el sexo. Pero ¿no lo estamos los tres? ¿No lo estamos todos? El sexo es una obsesión peor que la muerte y los franceses los unen en una imagen del orgasmo como órgano, el orgasmo: la petite norte. La pequeña muerte de cada noche dánosla hoy. Por la tarde, no de tarde en tarde. Sería hipócrita de haber dicho yo no quiero tu cuerpo sino tu alma, porque lo que deseaba era su cuerpo. Su pequeño, perfecto cuerpo imperfecto. Pero Estela era, probablemente, la mujer o la niña (su carácter dependía del viento), la persona más inteligente que había conocido hasta entonces. La inteligencia, sin embargo, no sólo se manifiesta en palabras y yo todo lo que tengo son palabras, útiles, a veces inútiles. Utensilios. Las palabras son reales, pero lo que hago con ellas es, en último término, irreal. Ella pedía realismo pero yo no podía darle más que magia —a veces de salón. La muchacha dorada, ¿adorada?, pasó del oro al polvo de que salió después de haber sido ganga y pepita. O mejor, fue un diamante, carbono puro, entre el óxido de carbono. Pero las palabras inclinan y, en un final, obligan. Como los astros en el horóscopo. Astrologías.