En junio pensé que nunca llegaría septiembre. Pero ahora ya es septiembre. Lo supe porque comenzó a llover y los días se hicieron grises. —Dicen que va a llover.
Sonreí.
—Dicen que yo voy a ver.
Me acerqué a las persianas.
—Persicum malum o tal vez bonum. Todo depende del que mira.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Nada, por supuesto.
—Tú sabes, a veces pienso que no estás muy bien de la cabeza.
—Como tu difunta verdadera madre.
—¿Quieres dejar en paz a mi madre?
—En paz está pero yo ni en la paz de los sepulcros creo. De mortius nihil nisi bonum o mejor dicho malum.
—Ya ni se te entiende lo que dices.
Estaba de visita, ¿qué otra cosa?, en su cuarto cuando oí un ruido que era un estruendo de aplausos.
—¿Qué es eso?
—Llueve.
En La Habana cuando llueve, llueve de veras y se podía creer que acababa de comenzar el diluvio universal.
—Odio llover.
—Llover es un verbo impersonal.
—¿Qué cosa?
—Se dice llueve, aunque en tu caso se puede decir ver llover. O mejor, oír. —Odio la lluvia.
—Pero ¿no piensas que es muy lindo ver llover cuando estás a resguardo en un arca para dos? —¿Puedes creer una cosa?
—¿Qué?
—La mitad del tiempo no entiendo lo que dices.
—Y la otra mitad estoy callado. ¿No es eso?
—Créeme que desde que te conozco nunca te he oído callado.
—Eso hace de mí, supongo, un gárrulo. Gárrulo, antes de que me preguntes, es alguien que habla demasiado.
—Creía que se llamaba un hablador.
—También. Si quieres que sea parco.
—¿Así que eres un gárrulo?
—¿No echas de menos tu casa?
—Para nada.
—Pero es tu pasado.
—El pasado es un lastre fulastre.
—Pero será siempre tu pasado. Aun nuestro presente será un día el pasado. —¿Qué te quieres apostar?
—Nunca juego. De manera que, aun perdiendo, gano.
—Tampoco juego yo pero estoy acostumbrada a que en la vida siempre pierdo.
Ella no negaba la vida pero tampoco la afirmaba. Para mí, la literatura era más importante que la vida. O era, en todo caso, la forma de la vida. Para ella no había más que indiferencia y aburrimiento. Es decir, vacío, el vacío. Pero ella vivía y yo sólo miraba verla vivir y sufría, al principio. Después, como ahora, sólo sonreía —o me reía dentro de mí.
—Tú eres torcida —le dije y me dijo:
—Y tú retorcido.
—Touché.
—¿Qué cosa? —preguntó como siempre. —Quiere decir tocado en francés.
—La tocada soy yo.
—Todos mis amigos hablan.
—¿De quién?
—De ti y de mí. De nosotros.
—No me hagas reír.
—Que tienes los grandes labios partidos.
—¿Qué cosa?
—Olvida el tango y canta un bolero. ¿No es así?
—Elige tú que canto yo.
Ella me miró con sus ojos de caramelo vital.
—¿Por qué no me matas?
—¿Qué cosa?
—Lo que oíste. Mátame.
—No creas. Lo estaba considerando.
—Así se resuelven todos los problemas.
—El asesinato es un asunto serio.
—¿Por qué no me suicido? Podría ir a la botica y comprar arsénico.
—No venden arsénico en la botica.
—Puedo tirarme debajo de un camión.
—No pasan camiones por Calzada.
—Puedo tirarme al mar desde el Malecón.
—No hay mar en esta parte del Malecón. Sólo rocalla y rocas.
—¿Qué tal un tiro en la cien?
—Se dice sien con ese.
—Ah, no puedo siquiera matarme sin que me mates antes con tu gramática. —Creo que mejor no te suicidas hoy.
—No es un juego. Hablo en serio.
—Tú nunca has hablado en broma. Ése es tu mal. Tu pecado original, América.