9. Un vector exterior: la lucha contra el trotskismo

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Un vector exterior: la lucha contra el trotskismo

UNO DE LOS ASPECTOS de la guerra de España que ha concentrado una enorme atención, particularmente de la historiografía extranjera, ha sido el papel jugado por el POUM, su persecución y liquidación a manos del estalinismo y de sus agentes locales, los comunistas españoles. A pesar de su carácter minoritario y de su escasa capacidad de influencia, el estudio del POUM ha suscitado una abundante producción historiográfica caracterizada por manifestarse en términos casi siempre favorables. La alargada sombra de Orwell, la monstruosidad de las purgas estalinistas y el escandaloso secuestro y asesinato de Andrés Nin han contribuido a que se extienda sobre el POUM un halo legendario y una especie de manto de indulgencia. Pocos han osado rasgarlo para ejercer una crítica fundamentada de la teoría y la praxis política del POUM, concitando reacciones desmesuradas[1]. Autores de toda tendencia, seducidos por el atractivo del romanticismo revolucionario, han añadido su aportación a la magnificación de un grupo político que fue un agente menor en el conjunto de las fuerzas actuantes en el campo republicano, y que no hubiera pasado de ocupar un lugar excéntrico, similar al del dogmático PCE de antes de la guerra, o subsidiario de otras fuerzas de mucha mayor entidad, como el anarcosindicalismo —con quien su identidad de objetivos era meramente coyuntural—, si no fuera porque se erigió en enemigo que había que batir en el contexto del gran proceso de aniquilación de las interpretaciones polifacéticas del comunismo a beneficio del dogma estaliniano entre 1936 y 1938.

QUERELLAS DE FAMILIA

Los orígenes de la izquierda del PCE deben rastrearse ya desde los propios tiempos fundacionales del partido. El clima de radicalización en que se produjo la escisión del tronco socialista en 1920 determinó que una parte de los nuevos comunistas compartiera la orientación ultraizquierdista (ataques al oportunismo, al reformismo y al parlamentarismo) que soplaba desde el Buró de Amsterdam de la III Internacional. Juan Andrade y otros miembros del recién nacido PC español mantuvieron contactos con algunos de los más destacados dirigentes de izquierdismo —pronto condenados por Lenin y luego relegados y excluidos por la Comintern— como Pannekoek o Amadeo Bordiga. En estos primeros momentos del desarrollo del comunismo español destacaron figuras que alcanzarían posteriormente renombre en el ámbito del comunismo no estalinista, como el propio Andrade, director del órgano oficial del PCE, La Antorcha, Joaquín Maurín y Andrés Nin. Algunos, como el propio Nin —miembro del Secretariado de la Internacional Sindical Roja (Profintern) entre 1922 y 1929—, ostentaron puestos de alta responsabilidad en las nuevas estructuras internacionales del movimiento comunista.

Los componentes de esta corriente se formaron en el izquierdismo escisionista de los años veinte y en el sindicalismo revolucionario de raíz soreliana. Cuando la CNT abandonó en 1922 sus simpatías probolcheviques, los disconformes con el distanciamiento de Moscú animaron la creación de los Comités Sindicalistas Revolucionarios como tendencia favorable a la III Internacional dentro de la CNT. Entre sus impulsores se encontraban Maurín, Nin, Hilario Arlandis y Bonet, y su órgano fue La Batalla. Los CSR establecieron contactos con los núcleos comunistas españoles. Juan Andrade empezó a colaborar con cierta frecuencia en La Batalla, y los sindicalistas revolucionarios se integraron en 1924 en el PCE, constituyendo su Federación Catalano-Balear.

La dictadura de Primo de Rivera sometió a continua persecución al minúsculo PCE. Sus publicaciones fueron suspendidas, sus actividades prohibidas y sus dirigentes pasaron continuamente por la cárcel. Entre caída y caída, el Buró Político del PCE tuvo tiempo de tomar posición pública sobre el affaire Trotsky, declarándose en abril de 1925 seguidor de la línea de la Comintern y de las enseñanzas de la revolución bolchevique, condenando el papel de Trotsky en el fomento de la división interna y apostando decididamente por la necesidad de la disciplina leninista[2]. Desde entonces, bajo la capa del antitrotskismo se iban a librar pugnas que tenían bastante menos de ideológicas que de simples y duras luchas personales por el control de la dirección, contando con la homologación de quien tenía la capacidad para otorgar la patente de idoneidad bolchevique, la Comintern.

Tras el VI Congreso de la Internacional Comunista (agosto de 1928), en el que se fijó la línea del tercer periodo, la Comintern impulsó la bolchevización de la dirección del PCE, depositando la responsabilidad en manos de la troika Bullejos-Adame-Trilla y excluyendo a quienes se hubieran identificado con la «oposición trotskista». Era la aplicación del mandato efectuado por el Comité Ejecutivo de la IC, que en enero de 1928 fijó la definición de «trotskismo» para etiquetar toda forma de disensión, considerada no ya como un error ideológico, sino como una «traición abierta al movimiento revolucionario internacional del proletariado», e instó a sus secciones nacionales a «erradicar de sus filas, con la máxima energía, a todos los elementos cuya lucha fraccional es un legado insano del trotskismo»[3].

Andrade, uno de los primeros que se identificó con la Oposición de Izquierda, fue destituido en 1927 como director de La Antorcha. Junto con otros de los miembros fundadores del PC (Julián Gómez Gorkin, y Luis Portela), sus siguientes pasos todavía al frente de la Agrupación Comunista madrileña consistieron en entrar en relación con la Oposición de Izquierda Internacional, que animó la fundación en Lieja, por parte de emigrados, de la Oposición Comunista Española (OCE) en febrero de 1930. Su liderazgo lo ostentaba un antiguo activista de Vizcaya, Francisco García Lavid —alias «Henri Lacroix»[4]—, refugiado en Bélgica. Sus postulados se alineaban con las posiciones de la izquierda bolchevique (Trotsky, Zinoiev y Radek) explicitadas en diciembre de 1926 en el VII Pleno ampliado de la Comintern[5].

Fue el movimiento que condujo a la génesis de esta organización lo que en 1929 produjo en el movimiento comunista español la primera controversia de cierto calado sobre el trotskismo. García Lavid remitió en octubre de 1929 una carta a distintos excompañeros de las Juventudes con la intención de ganarlos para la oposición de izquierda. En ella denunció el apoyo acrítico del III Congreso del PCE a las decisiones del VI Congreso de la IC, donde se había ratificado la exclusión

de todos los camaradas de izquierda; de todos los mejores bolchevikis [sic] (Trotsky, Rakovsky [y otros]); de todos los más grandes de la revolución rusa; de los que, fieles a las enseñanzas de Marx y de Lenin, luchan contra la invasión del «kulak» y del «nepman»[6], contra la degeneración de la revolución rusa y de la IC, por la pureza de las ideas comunistas, por la revolución internacional y contra la idea bastarda del socialismo en un solo país proclamada por Stalin y todos los que con él marchan a remolque de la nueva burguesía rusa hacia el oportunismo socialdemócrata.

Denunció Lavid la falta de la más elemental formación política comunista en el PCE, dado que «la gran mayoría de sus componentes se encuentran indocumentados para elaborar fórmulas marxistas y de gran fondo teórico». Atacó en su misiva a la burocracia estalinista e interpeló abiertamente a los comunistas españoles:

¿Creéis vosotros que Trotsky es un contrarrevolucionario? ¿No sufrió bajo el régimen zarista y sufre bajo la dictadura de Stalin y de la burocracia? ¿Creéis que Rakovsky, el «embajador modelo» como todos lo hemos llamado, que firmó un manifiesto de la oposición rusa, por cuyo motivo Briand, el primer ministro francés, pidió su destitución al gobierno soviético y éste se impuso; Rakovsky, dos veces condenado a muerte en Rumanía, destituido de embajador soviético por «indeseable», perseguido sin tregua por la burguesía mundial, puede ser contrarrevolucionario? ¿Creéis que… el secretario del camarada Trotsky durante las batallas de la revolución, uno de los campeones más fieles de la guerra civil y uno de los fundadores de la «checa», muerto haciendo la huelga del hambre en las prisiones de Stalin podía ser un contrarrevolucionario?

Concluía García Lavid lanzando un patético llamamiento a sus excamaradas para salvar a la IC y la Revolución Rusa, luchando «contra la degeneración burocrático-burguesa», a la par que ofrecía el envío de publicaciones en las que se contenían las posiciones de Trotsky y la oposición de izquierda.

Por el aparato oficial del PCE fue Jesús Hernández el encargado de responder, apresurándose a aclarar que no tenía ninguna simpatía por el trotskismo, y clausurando cualquier polémica, de partida, con el clásico argumento de autoridad tomado de la escuela estaliniana:

Cierro este primer asunto, con este broche de Lenin, modelo en este momento, que encaja perfectamente aquí: «El que no está con nosotros, está contra nosotros». Fuera cual fuese su historial anterior, Trotsky, dada su posición actual, se encuentra en la acera de enfrente, lo que en pura lógica supone que su pasado queda totalmente anulado ante el presente. Si su libro La revolución desfigurada podía dejar algún asomo de duda respecto a la sinceridad (equivocada) de su autor, la lectura de la prensa de oposición, y especialmente de su folleto Mon exil, la disipa por completo.

Al margen de los modismos castizos, que denotaban la profundidad teórica de la polémica, no le faltaba razón a Hernández, sin embargo, en la apreciación de que los postulados de los oposicionistas se encontraban a años luz de la realidad política, de la situación del partido y de la mera comprensión de las masas y de los militantes españoles:

¿Es que ignoráis que en España no contamos ni con una octavilla (legal) que pueda permitir acercarnos a las masas y difundir nuestro ideal? No creo que lo ignoréis y siendo así, ¿qué efectos puede producir en los medios obreros un órgano trotskista que al igual que los que publicáis en el extranjero rebose bilis contra el «stalinismo», «el burocratismo», el «oportunismo», etcétera, etc., en una palabra, un órgano de difamación de la Revolución Rusa y de toda su política en general? Los efectos no se le ocultan al más miope. El obrero español, desgraciadamente poco documentado para poder penetrar y discernir por cuenta propia, se perdería entre el marasmo de unos juicios, tesis e ideas (que no sin dificultad podemos comprender los que consagramos el 100 × 100 de nuestros esfuerzos al estudio de estos problemas) y el resultado sería una desorientación y una desmoralización que redundaría en perjuicio de esa fe que hoy poseen en la Revolución Rusa y en sus hombres, fe que les pone a cubierto de las insidiosas campañas que anarquistas, socialistas y burgueses emprenden sin tregua contra el régimen de los soviets; y esta decepción se operaría con tanta más facilidad, cuanto que la difícil situación por que atraviesa nuestro Partido.

Resultaba imposible para los miembros ordinarios del partido desentrañar, comprender o participar en las luchas políticas desplegadas en el seno del PCUS y trasladadas, miméticamente, al movimiento comunista internacional. Sometida a censura, la información procedente de la URSS llegaba a España limitada o de forma muy confusa. En cualquier caso, se percibía que su plasmación llevaba consigo las semillas del enfrentamiento interno y la división organizativa[7]. Hernández denunció el intento de crear en el interior del partido plataformas de oposición, a las que en la lógica que estaba adquiriendo el movimiento comunista bajo la égida de Stalin consideró una tentativa «criminal». Acto seguido remitió copias de la carta y de la contestación al Comité Ejecutivo del PCE, que le respondió felicitándole por su celo y anunciando la publicación de su texto en la prensa del partido[8]. En circular fechada el 9 de diciembre, el Comité Ejecutivo del PCE exhortó a todas las organizaciones que hubieran recibido las misivas de Henri Lacroix a que las enviaran a la dirección, poniendo como ejemplo de reacción la de Hernández («Es así como debían haber contestado todos los camaradas») y deplorando que no todos hubiesen actuado con tanta firmeza.

De entre los antiguos dirigentes del PCE, la OCE se ganó a Andrade, que pasó a formar parte de su Comité Ejecutivo, al que poco tiempo después se incorporó Andrés Nin, miembro de la Oposición de Izquierda en la URSS. En Cataluña, Joaquín Maurín creó el Bloc Obrer i Camperol (marzo de 1931), resultante de la fusión de la Federación Comunista Catalano-Balear con el Partit Comunista Català. Andrade y Nin, por su parte, alumbraron la Izquierda Comunista de España (ICE) en marzo de 1932, y siguieron hasta 1933 las orientaciones generales de la Oposición de Izquierda Internacional, si bien Trotsky mantuvo desde 1931 una actitud crítica hacia los oposicionistas españoles a causa de lo que juzgaba como falta de decisión para crear una estructura fuerte en una coyuntura en la que se creía aún posible conquistar la hegemonía dentro de un PCE numéricamente débil y políticamente marginado. Las posiciones entre la ICE y García Lavid mostraban las diferencias entre quienes apostaban por el mantenimiento de una organización comunista no estalinista independiente (Nin) y quienes, siguiendo la táctica «entrista» propugnada por Trotsky, postulaban penetrar en el PC para luchar por su control desde dentro[9]. Pero, para entonces, la bolchevización, con su disciplinamiento de la militancia y sus órganos para la selección de cuadros, hacía prácticamente imposibles las maniobras de infiltración.

Poco importaba que el mismísimo Trotsky no reconociese su magisterio sobre el partido que resultó de la fusión de la ICE y el BOC, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) —fundado en septiembre de 1935—, e incluso que vertiera sobre él críticas acerca de su línea y estrategia. El epíteto «trotskista» —de momento solo a modo de insulto y no todavía de acusación criminal— comenzó a caer sobre el nuevo partido, aunque en la práctica el POUM se alineara con el denominado Buró de Londres del Comité Internacional por la Unidad Socialista Internacional, agrupación de diferentes organizaciones socialistas europeas entre las cuales destacaba el Independent Labor Party (ILP) británico[10]. El antitrotskismo se había erigido ya en concepto-comodín, en un arma en las luchas por la supremacía entre diferentes facciones, proporcionando una imagen antitética del bolchevismo auténtico, una reconfortante explicación para las derrotas, un marco interpretativo para la acción y una potente herramienta para silenciar la discrepancia en las propias filas[11].

Las urgencias de la política interior mantuvieron ocupada la atención de los comunistas españoles durante los siguientes años, comenzando por la propia reestructuración de su dirección, con la exclusión del equipo de Bullejos y la formación del nuevo núcleo en torno a Díaz, Hernández e Ibárruri. La preocupación por el trotskismo no volvió a aparecer con cierta intensidad hasta febrero de 1936, en el marco de la elaboración de las candidaturas del Frente Popular y de la discusión sobre los procesos unitarios que desembocaron en la formación de la JSU. La paranoia antitrotskista se excitó a partir de la inyección de un vector externo, importado de la lucha interna de la política soviética, dado que en aquel momento se estaba agudizando la persecución en la URSS contra los seguidores —reales o supuestos— del viejo líder bolchevique caído en desgracia, en el marco del refuerzo del poder personal de Stalin que sobrevino tras al asesinato de Kirov (en diciembre de 1934) y la limpieza generalizada de opositores desplegada por el equipo dirigente del PCUS[12].

En lo tocante a las candidaturas, el PCE no pudo evitar que el POUM signase el pacto del Frente Popular, ni que Maurín ocupase un puesto de salida que le posibilitó ser elegido diputado. Caballero jugó con las rencillas entre comunistas ortodoxos y heterodoxos para configurar listas en las que aparecieran representados en proporciones controladas las fuerzas minoritarias con las que pretendía ampliar la base de su proyecto de liderazgo de una izquierda revolucionaria incluso contra la mayoría de su partido. La contrapartida se la jugaron los comunistas en el caso de las juventudes. El asunto partía de premisas delicadas. Durante los años anteriores, la dirección de la Juventud Socialista, en busca de una identidad izquierdista que la alejase de las corrientes reformistas del partido de sus mayores, había coqueteado con el trotskismo: uno de sus máximos dirigentes, Santiago Carrillo, mantuvo entre agosto y septiembre de 1935 una cordial polémica teórica con Maurín, cuyo punto de partida fue la invitación de la FNJS al BOC para que entrase en el PSOE y reforzase su ala izquierda[13].

El 21 de febrero, Codovilla telegrafió a Manuilski y a la KIM (Internacional Juvenil Comunista) que destacados miembros de la dirección de los jóvenes socialistas —Santiago Carrillo y Federico Melchor— se habían mostrado de acuerdo con las resoluciones del VI Congreso de la IJC y los principios del marxismo-leninismo; con aceptar que la construcción del socialismo en la URSS estaba siendo realizada bajo el liderazgo del Partido Bolchevique y que Stalin era el más firme defensor de Lenin. Aceptaban, asimismo, la lucha contra el trotskismo, manifestando su simpatía por la adhesión a la IJC y apoyando el ingreso en su congreso nacional. Por último, se mostraban dispuestos, temporalmente y con vistas a continuar el trabajo de bolchevización del Partido Socialista, a participar en su próximo congreso[14].

No lo tenían fácil: el mismo Dimitrov alertó acerca de que «la creación de la fracción de Trotsky en el seno de la Juventud Socialista, encabezada por Bullejos, junto con la creciente actividad de Maurín en Cataluña y otros lugares indica el creciente peligro del trotskismo en España». Tarea urgente del PCE era la de coordinar esfuerzos con el ala izquierda de los socialistas en orden a quebrar esta amenaza. El PCE parecía no tomarse en serio el asunto, ganándose con ello una reprimenda de Dimitirov:

Mientras que nuestro partido no está haciendo prácticamente nada por realizar una campaña contra el trotskismo y mientras nuestra prensa en Cataluña no ha publicado nada durante semanas, Maurín está llevando a cabo tres trabajos. Es imperativo lanzar un ataque con determinación contra el trotskismo. Desenmascarar la política aventurera de Maurín y Cía., sus relaciones con Doriot, un agente de Hitler, sus actividades escisionistas, su hostilidad al frente popular. Concentrad toda la actividad en este punto: la unificación de todas las fuerzas proletarias de Cataluña con el objetivo de arrancar a las masas de la influencia de Maurín… En la tarea de educar a los nuevos miembros del partido es muy importante concentrar la atención en el contrarrevolucionario papel de los trotskistas en la URSS, España y otros países[15].

Es conveniente señalar la alusión a Jacques Doriot en este contexto. El exdirigente comunista francés constituía, en aquel momento, el paradigma del traidor pasado a las filas del enemigo. Doriot fue el gran adversario de Jacques Duclos por el control del que había sido bastión comunista de Saint-Denis. Sus discrepancias políticas con las directrices de la Comintern, en confusa mezcolanza con la frustración de aspiraciones personales de poder frente al dúo Thorez-Duclos, motivaron su expulsión del PCF. Su nuevo proyecto político, el Partido Popular Francés, evolucionó hacia el fascismo y, en su lucha por arrebatar la hegemonía del movimiento obrero y popular al PCF, adoptó la táctica de lucha callejera violenta, llegando sus hombres a atentar contra Duclos[16]. Su conversión al fascismo marcó profundamente la percepción de los comunistas acerca de sus disidentes. No hay que olvidar que precisamente los comunistas franceses (el propio Doriot en los años veinte, Rabaté y Duclos en los treinta) ejercieron un decisivo papel de tutores del PCE por delegación de la Internacional. El asunto Doriot parecía la prueba del nueve de adónde conducía la línea de apartamiento de Moscú, y no hay que menospreciar su influencia, poco destacada en la literatura, sobre la equiparación entre el POUM y el fascismo tras los sucesos de mayo de 1937, que a ojos del PCE debieron parecer una profecía autocumplida. Es más, es probable que el ejemplo Doriot tuviese mucho más poder de convicción para los comunistas españoles que las fatigosas disquisiciones teóricas acerca de la naturaleza contrarrevolucionaria del trotskismo.

LA FABRICACIÓN DE UN ENEMIGO INTERIOR

En las primeras semanas de la guerra, como ya se señaló con anterioridad, los dirigentes comunistas españoles, contrariados por la formación extemporánea y escasamente controlada del PSUC, comunicaron su aceptación del hecho consumado solo en razón de que con ello se tomaban posiciones de lucha efectiva contra todos los enemigos del comunismo: el fascismo en armas, los intempestivos anarquistas y los trotskistas. El único elemento desasosegante era que, como exigían las normas de la bolchevización, los comunistas no tenían la mayoría en el comité del nuevo partido, algo que el tiempo y los esfuerzos invertidos en la formación de sus miembros debían resolver[17].

La pulsión antitrotskista se enervó en proporción directa a la evolución de los acontecimientos en la URSS y a la asunción por parte de los comunistas locales de la percepción del POUM como una fuerza divisoria e incontrolable. Entre el 19 y el 24 de agosto tuvo lugar en Moscú el denominado «Proceso de los 16». En él resultaron condenados varios miembros de la izquierda del PCUS, entre ellos Zinoiev y Kamenev, pasados por las armas de inmediato. El 3 de septiembre, el Comité Ejecutivo del POUM aprobó una resolución reclamando la concesión de asilo político en Cataluña para Trotsky. Diez días después, La Batalla arremetió contra la URSS por la adhesión de Stalin al acuerdo de no intervención[18].

En octubre, Mundo Obrero denunció la naturaleza escisionista y contrarrevolucionaria del POUM, debido a la constitución de su sección juvenil, la Juventud Comunista Ibérica, al margen de y contra la estructura unitaria de la JSU[19]. Con ello se puso en marcha la campaña tendente a identificar al POUM con el enemigo: si la JSU era el arma más potente de la unidad antifascista, quebrar su unidad solo podía entenderse como una operación a favor de los objetivos fascistas. Así lo publicitó la dirección juvenil en una nota en la que, con la firma de su secretario general, Santiago Carrillo, se afirmaba de manera tajante: «Los que van contra el gobierno hacen el juego a la Junta de Burgos»[20]. Pocos días después, la JSU convocó un mitin durante el que se lanzó otra idea del argumentario común, el desenmascaramiento: «Hay que desenmascarar a los provocadores emboscados que, utilizando el nombre de Lenin, realizan propagandas perjudiciales para las fuerzas del Frente Popular»[21].

La primera medida práctica para la exclusión del POUM de los organismos unitarios antifascistas fue su apartamiento de la Junta de Defensa de Madrid. Las protestas del POUM, achacando la decisión a la intervención soviética, motivaron la inserción en la prensa catalana de una nota de protesta del cónsul Antonov-Ovseenko[22]. Fue el punto de partida de un crescendo que culminó entre el 13 y el 17 de diciembre con la precipitación de la crisis del Consejo de Gobierno de la Generalitat, mediante la que los consejeros del PSUC plantearon y consiguieron la salida del representante del POUM, Andrés Nin, de esta institución.

La acentuación del carácter del POUM como sirviente del enemigo fue incrementándose al compás de la escalada de los acontecimientos foráneos. Entre el 23 y el 30 de enero de 1937 tuvo lugar el «Segundo proceso de Moscú», que terminó con la liquidación de Piatakov y Radek. El día 25, Mundo Obrero publicó un texto cuyos argumentos se convertirían en reiterativos durante los siguientes meses: «¿A quién sirve el POUM? El trotskismo al servicio de Franco». En él se denunciaban las actividades del POUM —calificación de la JSU como traidora, ataques a la URSS, adulación a la CNT y a las Juventudes Libertarias con el fin de romper el espíritu de unidad antifascista, supuesta connivencia con el enemigo—, para concluir que «de la misma manera que consideramos necesario acabar con la sublevación y derrotar a los ejércitos mercenarios, así consideramos absolutamente preciso exterminar a los aliados del fascismo en nuestra retaguardia, a los llamados trotskistas, a los que dirigen esa partida que se llama POUM»[23]. En la página de información internacional, y a toda plana, se ofrecía al lector un amplio artículo titulado «El bandido Trotsky, agente del bandido Hitler», en el que además de verter sobre aquel la insidia del ofrecimiento a Alemania y Japón de territorios de la URSS a cambio de su ayuda para derribar a Stalin, se insertaron sendas caricaturas del Führer y del fundador del Ejército Rojo con los nombres cambiados, a modo de errata absolutamente intencionada.

En aquellos momentos, los comunistas no se encontraban solos. Claridad, órgano de los socialistas caballeristas, publicó un primer artículo en plena batalla de Madrid en el que atacó duramente al POUM «por sus críticas a la URSS y al PC, por decoro para con los aliados y para la unidad proletaria»[24]. El 26 de enero, Claridad, jaleado por el PCE, afirmó: «El POUM actúa como el mejor agente de nuestros enemigos».

Hay en España un partido —no sabemos decir si son cuatro gatos, como suele decirse, o cuatro letras, como a veces ocurre— que hace descaradamente [el trabajo del enemigo bajo bandera roja]. En sus periódicos resuena un eco de todas las radios fascistas y facciosas. En sus tácticas lleva camino de ganarse la laureada, la esvástica y el fajo de vergajos. Ese partido es el POUM. Las emisoras de Turín y Berlín están perfectamente sintonizadas con La Batalla y con la emisora del POUM. Las temerarias afirmaciones de Gorkin, Andrade y demás comparsas son glosadas con fruición por todas las agencias enemigas… El POUM —dígase trotskista o archirrevolucionario— actúa como el mejor agente de nuestros enemigos y hay que darle tratamiento de enemigo.

El mismo número de Mundo Obrero incluía en la portada una viñeta de Bardasano en la que un puño aplastaba a un sapo con la leyenda: «Así hay que aplastarlos ¡¡POUM!!». La Batalla se percató del dogal que se cernía sobre el cuello del partido y salió en su defensa pidiendo la constitución de una comisión de encuesta internacional para dilucidar las mentiras que contra ellos vertía la prensa ortodoxa, como la que, trasladando a España el modelo Kirov, pretendía acusarles de complot para asesinar a Azaña, Caballero, Pasionaria y Díaz[25].

Pero, y esto es significativo de que a los comunistas les estaba costando extender su propaganda antitrotskista más allá de las fronteras más afines, otros artículos de Mundo Obrero manifestaron la extrañeza del partido acerca de la nula repercusión en la prensa española del proceso de Moscú[26]. Parecía que nadie, salvo ellos y Claridad, hubiese penetrado en la amenaza que suponían las actividades del «centro paralelo trotskista» y sus agentes extranjeros. Por ello, la prensa del partido intensificó la campaña durante los días siguientes bajo el titular «El POUM es una avanzadilla fascista en nuestro campo»[27]. La consigna adquirió para los comunistas rasgos de profecía consumada cuando se abrieron las sesiones del «Tercer proceso de Moscú», celebrado entre el 2 y el 13 de marzo de 1937, que culminó con la condena y ejecución de Bujarin, Rykov y Yagoda.

Hubo nuevas consecuencias de la insistente campaña comunista el 8 de febrero. La Consejería de Orden Público de la Junta Delegada de Defensa de Madrid se incautó de la emisora y del periódico del POUM. Asimismo se clausuró la imprenta donde se tiraba el periódico del POUM para las milicias, El Combatiente Rojo[28]. Fue el prólogo de lo que ocurriría el 27 de mayo con el órgano central del POUM, La Batalla[29]. Las incautaciones y suspensiones chocaron con la oposición del anarcosindicalismo madrileño, enfrentado a cara de perro con los comunistas locales. El diario CNT de la capital publicó una nota el 8 de febrero en la que se indicaba: «En todos los frentes hay milicianos del POUM. En la retaguardia se grita: Aplastemos al POUM. ¿Qué opina de esto el señor Ministro de la Guerra?». Mundo Obrero ironizó sobre las posiciones anarquistas: «Se defiende con gran ardor al POUM. Y se llama señor al camarada Largo Caballero»[30].

El PCE no podía permitirse en ese momento rivalizar al mismo tiempo con la CNT y el POUM. La central anarcosindicalista era demasiado fuerte, así que hacía falta apartar a los anarquistas del punto de mira, y la campaña giró casi exclusivamente hacia ellos como destinatarios. El 12 de febrero, Mundo Obrero comenzó una serie de artículos en los que glosaba supuestos ataques contra la CNT por parte de los trotskistas: «Por este camino nos vamos a encontrar con una acracia llena de campos de concentración». «La CNT ha servido de punto de apoyo a la obra contrarrevolucionaria de socialistas y estalinianos». «Hoy mismo la CNT se apropia la consigna de defensa de la Patria. Se deja arrastrar a una política de capitulación, de concesiones a la burguesía y saboteo general a la revolución».

Lo curioso del caso es que las frases en cuestión no podían imputarse al POUM, sino que se habían tomado del Boletín de un grupúsculo ultraminoritario, el denominado Grupo bolchevique-leninista de España (IV Internacional)[31]. Se trataba del grupo fundado por Grandizo Munis, antiguo militante de la ICE. Partidario de las tesis de Trotsky, fundó la Sección Bolchevique-Leninista de España, que publicó el periódico La Voz Leninista. La sección solicitó el ingreso en el POUM como fracción, pero fue rechazada, afiliándose entonces sus miembros de forma individual. No les valió. El 5 de abril de 1937 la mayoría de ellos fueron expulsados. Los contenidos de su propaganda dieron mucho juego, pues en los días y semanas siguientes permitieron a Mundo Obrero seguir poniendo en guardia a todos los sectores políticos contra las diatribas de esta secta cuyos asertos se transfirieron arbitrariamente al POUM[32]. El objetivo era extender la idea de que, como afirmó Domingo Girón en la Conferencia Provincial del PC, celebrada el 14 de abril, la lucha contra el trotskismo no era un asunto particular del PC, sino que afectaba por igual a todas las fuerzas del Frente Popular[33].

Todos los esfuerzos del POUM se dirigían, como señaló el encargado de negocios ruso, Marchenko, en una carta a Litvinov el 22 de febrero, a conseguir el apoyo de sectores del anarquismo descontentos con la línea de la organización confederal, o a aproximarse a los caballeristas, en rumbo acelerado de colisión con el PCE. En cualquier caso, en la primavera de 1937 el POUM debía ser consciente de que, falto de un peso específico con el que oponerse al rodillo comunista, estaba luchando por su supervivencia y esta dependería del sustento que pudieran proporcionarle otras fuerzas[34]. Es probable, como señala Viñas, que sin los hechos de mayo la pugna contra el POUM quizás hubiera seguido dilucidándose por vías esencialmente políticas o de contención legal[35]. Sin embargo, su abanderamiento del movimiento insurreccional de Barcelona, sus proclamas contra el gobierno y el Frente Popular y sus ataques contra la Unión Soviética contribuyeron a convertirle en un adversario «objetivo».

EL POUM EN SU LABERINTO

Los acontecimientos que tuvieron lugar en Barcelona entre los días 3 y 6 de mayo de 1937 han marcado un hito en la historiografía sobre la guerra civil. Para unos, supuso el fin de la fase revolucionaria y romántica de la guerra, y la confirmación del ascenso definitivo a posiciones hegemónicas del comunismo español teledirigido desde Moscú. Sus consecuencias habrían sido la caída del viejo líder sindical Largo Caballero y su sustitución por un títere de Stalin, Negrín, y la liquidación del proceso espontáneo y utópico definido por la floración de poderes locales autónomos, milicias populares y experiencias económicas colectivistas, en beneficio de una centralización burocratizadora que solo beneficiaba a los comunistas. Para otros, mayo del 37 supuso la recuperación del control estatal sobre las fronteras, el restablecimiento del orden público y la imposición de una disciplina económica y militar. Una vez superada la fragmentación política, jurídica y económica del periodo anterior, la República podía dedicarse, en serio y con todas sus energías, a la tarea vital de hacer la guerra.

No voy a extenderme en la descripción y el análisis de los enfrentamientos que ensangrentaron las calles de la capital catalana, pues me atengo en ello a los trabajos de Viñas y Gallego[36]. El papel desempeñado en ellos por el POUM resultó magnificado tanto por los esfuerzos de la propia organización por subirse a un carro que otros habían contribuido a desbocar, como por sus enemigos comunistas ortodoxos, que dieron un relieve desmesurado a la presencia de poumistas entre las filas de los insurrectos de Barcelona para alcanzar su objetivo de barrer definitivamente a este partido de la escena política. Los órganos comunistas enfilaron sus baterías de inmediato contra la pequeña formación a la que acusaban de trotskista, exigiendo su pronta liquidación. Mundo Obrero no dudó en emplear los epítetos más duros:

A sueldo de Franco. El POUM, incitador a la rebelión, enemigo del pueblo… El POUM, aliado a lo más turbio de una organización sindical que ha debido depurarse, ha planeado la rebelión, ha incitado a la rebelión y ha consumado la rebelión… Es hora de exterminar al POUM… y a todos los hombres y grupos que desde otras organizaciones le hacen el juego y secundan sus actividades, inspiradas por Franco, Hitler y Mussolini… El POUM debe ser disuelto, y sus hombres, eliminados de la vida pública[37].

La explicación que el POUM daba sobre su actitud no le situaba en el origen del levantamiento. Según su versión, el partido siempre había sostenido que la clase obrera podía tomar el poder sin necesidad de recurrir a la insurrección armada. En un ejercicio de voluntarismo revolucionario, los dirigentes del POUM pensaban que «bastaba que [el proletariado] pusiera en juego su enorme influencia para que la relación de fuerzas se decidiera en su favor y se llegara a la formación de un gobierno obrero y campesino, sin violencias de ningún género». No seguir esta línea por parte de quien debería haberlo hecho —la CNT— motivó que la irritación acumulada por la clase obrera estallara «en un movimiento espontáneo, caótico y sin perspectivas inmediatas». Ante ese escenario sin salida, ¿qué hacer? El POUM lo tuvo claro:

Ya los obreros en la calle, el partido tenía que adoptar una actitud. ¿Cuál? ¿Inhibirse del movimiento, condenarlo o solidarizarse con él? Nuestra opción no era difícil. Ni la primera ni la segunda actitud cuadraban con nuestra cualidad de partido obrero y revolucionario y, sin vacilar un momento, optamos por la tercera: prestar nuestra solidaridad activa al movimiento, aun sabiendo de antemano que no podía triunfar[38].

Para un partido cuyos responsables y propagandistas se jactaban de su superioridad teórica, política y estratégica sobre otras corrientes marxistas, hay que reconocer que, como pieza de análisis de la situación concreta, el texto citado dejaba bastante que desear. La desorientación convertida en táctica alcanzó, sin duda, cotas de difícil parangón durante la jornada del 4 de mayo, cuando por la tarde se reunieron los líderes de los «amigos de Durruti» —el grupo anarquista encabezado por Jaime Balius que había liderado la contestación contra la línea gubernamentalista de la CNT— con los del POUM. Habiendo llegado a la conclusión de que el movimiento insurreccional estaba condenado al fracaso, la resolución adoptada consistió en una fuga hacia delante, en la que menudearon, en confusa mezcolanza, las propuestas de fusilamiento de los «culpables», el desarme de las fuerzas de seguridad, la socialización de la economía, y la disolución de los partidos «que hayan agredido a la clase trabajadora».

La asunción de la responsabilidad por lo sucedido y la retracción del anarcosindicalismo dejó al POUM en el centro del foco y precipitó su persecución jurídica y la de sus líderes, extendiendo el consenso por la penalización a otras fuerzas que ya no eran solo los comunistas. El 15 de junio la organización fue puesta fuera de la ley, cerrada su prensa y detenidos sus dirigentes. El POUM clandestino no cejó en contraatacar difundiendo hojas en castellano y catalán. Sabedor de que iban a acusarlo de haber debilitado la situación en la retaguardia mientras se hundía el frente Norte, el Comité ejecutivo del POUM divulgó que el gobierno —el de Negrín— era el responsable de la caída de Bilbao, literalmente «regalada» a los fascistas «con la complicidad de las mal llamadas “potencias amigas”, para impresionar a la clase trabajadora y crear un ambiente de armisticio». Lógicamente, no había faltado la aquiescencia de la URSS que, disponiendo de «miles y miles de aviones y tanques, que podría aplastar a Franco como se aplasta una mosca, no le interesa actualmente la salvación de Bilbao [sino] el aplastamiento del POUM y de las demás fracciones revolucionarias del proletariado». Ante ello —y sin apercibirse de que su posición estaba absolutamente superada y en grave riesgo— fantaseaba con «un gobierno fuerte, pero un gobierno revolucionario de la clase trabajadora. Un gobierno CNT-UGT, responsable ante las asambleas de los Sindicatos, como paso progresivo hacia el Gobierno Obrero y Campesino»[39].

Los agentes soviéticos no iban a permitir que el episodio se cerrase sin imprimir una dramática vuelta de tuerca, ni que se les escapase una presa sustanciosa, el imputado como responsable de una fracción local del enemigo global del Estado soviético, actuante en una «zona caliente» del teatro europeo y en un momento en que en Moscú se pasaba por las armas a la plana mayor del Ejército Rojo.

Se debe también a Viñas, basándose en las investigaciones de Maria Dolors Genovès (quien tuvo la excepcional oportunidad de ver algunos de los documentos esenciales de la KGB), la reconstrucción del secuestro y muerte de Andrés Nin[40]. El manejo de los hilos conduce directamente a Orlov, quien puso la primera piedra de su operación en un informe que envió a Moscú el 7 de mayo, al afirmar que Nin habría urgido una «insurrección armada apelando a los trabajadores pobres de Cataluña y a los marxistas» para «unirse a las tropas de Franco en el frente de Aragón».

Semejante montaje solo podía tener como objetivo aislar la figura del veterano dirigente comunista heterodoxo para actuar contra él. De la naturaleza de ese pacto contra natura entre Nin y el francofalangismo —el representante nativo del escisionismo y la sucursal indígena de Hitler— debían emerger las pruebas que lo condenaran, demostrando universalmente la esencia perversa del trotskismo. De ello se encargarían los agentes de la NKVD, entre ellos el propio Orlov y viejos conocidos como «Grig». Este último entró en contacto con el jefe del servicio de contraespionaje en la Ciudad Condal, un tal Victorio Sala, que actuaba bajo el seudónimo de «J». En uno de los telegramas de la colección «Venona» (mensajes de la KGB cruzados entre Moscú, Nueva York y México, interceptados por los norteamericanos en los años cuarenta y cincuenta), Sala aparecía citado como encargado de seguir la pista a los trotskistas que operaban en el país azteca. Había acreditado méritos para ello en Barcelona, donde «J» había logrado con gran éxito introducir una red de informadores en las filas del POUM. Se trataba de una operación tan secreta que rendía cuentas directamente al propio Orlov[41]. Sala aseguró disponer de gente que seguía día y noche los movimientos de los cabecillas del levantamiento barcelonés, sugiriendo que para acceder a ellos había que hacerse pasar por anarquistas.

El grupo de «Grig» centró su atención tanto en algunos anarquistas españoles como en los extranjeros y probablemente fueron responsables de un número indeterminado de «desapariciones». Pero ello no quiere decir que ni los hombres de Victorio Sala ni los del lituano tuvieran que ver con ninguna provocación para desencadenar los hechos de mayo. Lo que sí hicieron, en medio de la confusión, fue liquidar a muchos de los que la NKVD suponía enemigos. Como señala Viñas, en este sucio trabajo contaron con la ayuda de militantes comunistas pertenecientes a los órganos de seguridad locales, que se veían como la vanguardia protectora de la República.

De Nin se encargó el propio Orlov, quien ideó la trama para secuestrarlo —fue detenido el 16 de junio y trasladado irregularmente a Alcalá de Henares entre el 18 y el 21—, fabricar las pruebas para vincularlo a una red de espionaje franquista recién descubierta en Madrid, interrogarlo bajo tortura y hacerlo desaparecer bajo la burda cobertura de su supuesto rescate por agentes de la Gestapo disfrazados de interbrigadistas alemanes. Es difícil establecer el grado de conocimiento que poseyeron los dirigentes comunistas españoles sobre lo ejecutado con Nin. Jesús Hernández, en sus memorias redactadas catorce años después (y ya expulsado del partido), relató el suplicio de Nin y cómo informó de ello a Díaz, a quien atribuyó una reacción de indignación. Sin embargo, nada de ello se trasluce en las referencias coetáneas a los hechos. Los ministros comunistas aguantaron estoicamente el tipo en las reuniones del gabinete en las que se acusó a su partido de la desaparición de Nin y solo elevaron sus protestas cuando las acusaciones apuntaron, por elevación, a la URSS. También es cierto que, en opinión de algunos responsables de la Comintern, no estaban haciendo todo lo posible para devolver el golpe y explotar los hechos de mayo en pos de la erradicación de los últimos vestigios de trotskismo. En un informe fechado el 17 de julio, una tal Kitaiets reconocía que «la lucha contra este enemigo se hace de manera incompetente e insuficiente»[42]. El informante detectó una escasa convicción en la lucha del PCE contra el POUM, como si su papel ya estuviese cumplido con el despliegue de una campaña de prensa que se atenía a un guión fijo, sin que las cambiantes circunstancias le motivaran a modificar e intensificar la argumentación. «Se insiste en no utilizar (con los pretextos más fantásticos e independientemente de cualquier presión) documentos y materiales que demuestran la actividad traidora de los trotskistas en España».

Hasta los disciplinados dirigentes españoles debían haberse dado cuenta de que las «pruebas» fabricadas por Orlov (los mapas con tinta simpática, la firma «N», los carnets de Falange y los falsos agentes de la Gestapo) eran un insulto a la inteligencia. Así se lo habían parecido también a Negrín cuando Orlov se los presentó en persona, dando lugar a un incidente que Marchenko resolvió inmediatamente presentando disculpas al jefe de gobierno y relevando a Orlov[43]. Era difícil hacer tragar ciertas cosas incluso a las disciplinadas bases comunistas. Wilebaldo Solano, uno de los impulsores de la investigación de Genovés y secretario en 1937 de las juventudes del POUM ha señalado que Gerö se quejó de que era difícil mantener la campaña contra su partido ya que «los del POUM y los anarquistas son considerados como camaradas por los militantes del PSUC porque lucharon duramente contra la sublevación militar-fascista», o que a él mismo, ya en la clandestinidad, militantes del PSUC le recomendaron que en sus desplazamientos por Barcelona para asegurar la distribución ilegal de su prensa no cogiera el metro, sino taxis[44].

Existía, por último, entre los dirigentes comunistas una cierta conciencia de que el asunto concernía a un ámbito que escapaba a su capacidad de control. En conversación con Vidarte, Uribe rechazó que los comunistas españoles tuvieran nada que ver con la desaparición de Nin. «Si como tú dices —apuntó— ha sido Orlov, de la policía especial de Stalin, ni nosotros, ni Togliatti ni Codovilla podemos hacer absolutamente nada»[45]. De ahí que, como lamentaba Kitaiets en su informe, «la dirección del partido no se interesa ni en las consecuencias ni en los registros materiales, como si eso fuese cosa de los “amigos”»[46].

El de Nin no fue el único caso de muerte violenta en aquellos trágicos días. Aunque el más escandaloso, por las circunstancias que lo rodearon y lo emblemático de la víctima, la resaca de los hechos de mayo dejó un reguero de ajustes de cuentas entre organizaciones durante las semanas —y hasta meses— posteriores. El recién nombrado consejero de la Generalitat, el ugetista y miembro del PSUC Antonio Sesé, fue asesinado el 5 de mayo por disparos, presuntamente de anarquistas, cuando se dirigía a tomar posesión en el gobierno de la Generalitat. Los anarquistas italianos, Camilo Berneri y Francesco Barbieri[47], Alfredo Martínez, miembro del comité regional de las Juventudes Libertarias, y meses más tarde el austríaco Kurt Landau, simpatizante del POUM, fueron asesinados por elementos comunistas. El capitán polaco de las Brigadas Internacionales Leon Narwicz, que se había ganado la confianza de los dirigentes del POUM antes de las jornadas de mayo presentándose como simpatizante de la oposición rusa, levantó sospechas tras las masivas detenciones posteriores al 16 de junio. Andrade le identificó en una foto de prensa, en la que aparecía junto a Líster y otros destacados mandos comunistas. En febrero de 1938 Narwicz intentó entrar en contacto de nuevo con la organización clandestina del POUM, sin saber que ya se conocía su carácter de agente del NKVD. Le dieron una cita en un descampado de la calle Legalidad, en Barcelona, y el 10 de febrero de 1938, un grupo de acción del POUM le disparó tres tiros en la cabeza. Gorkin consideró que, de alguna forma, Nin había sido vengado[48].

En los frentes se produjeron algunos choques entre unidades del POUM y del PSUC. En la zona de Velillas (Huesca), una columna del POUM se disputó a tiros el Parque Móvil y los depósitos de Intendencia con el Batallón Rojo de Choque de la 27 División del PSUC, comandado por José del Barrio. Este reconoció que en su unidad existía una «Compañía de Trabajadores» a modo de batallón de castigo, a la que eran incorporados todos los sospechosos de ser «mala gente». A ella fueron destinados como soldados rasos antiguos jefes de milicias del POUM, como Piquer, uno de los mandos de la columna que, con Jordi Arquer, había operado desde el principio de la guerra en el frente oscense[49]. Según informó el comisario del sector norte de Huesca, el día 5 hombres de las divisiones Ascaso y Lenin (la 28 y la 29 según la nueva ordenación del frente) intentaron marchar a Barcelona siendo contenidos en Lérida y reintegrándose a sus bases el 6 por la tarde. En el ínterin, a su paso por Barbastro fusilaron a ocho presos de la cárcel. Fuerzas de la CNT-FAI ocuparon el puesto fronterizo de Benasque y el cuartel general de la zona del frente, desarmando a los carabineros que lo custodiaban, apoderándose de tres ametralladoras antiaéreas y de una importante dotación de granadas de mano[50]. El día 5, en la localidad de Oliete (Teruel) fueron pasados por las armas cinco vecinos: dos comunistas, un ugetista, un afiliado a Izquierda Republicana y un simpatizante de las derechas. Dos días más tarde, en el pueblo de El Grado (Huesca) aparecieron asesinados tres militantes de UGT. En todos los casos, los procesos instruidos imputaron los hechos a integrantes de la CNT[51].

DAÑOS COLATERALES

La resolución de los hechos de mayo comportó, debido al reflujo de la influencia anarquista, un ajuste de cuentas generalizado allí donde hasta entonces los libertarios habían ejercido una indiscutible hegemonía con el apoyo de columnas y patrullas foráneas. En las comarcas catalanas, el miedo que antes habían suscitado colectivizadores y patrulleros se tornó en venganza cuando los habitantes percibieron el declive del poderío anarquista. Al tiempo que en sus octavillas los comités regionales de Cataluña de CNT, FAI y Juventudes Libertarias afirmaban que «contra la voluntad popular se ha formado un gobierno faccioso» y clamaban «contra el fascismo de aquí y de allá»[52], sus órganos de prensa denunciaron durante aquellos días la oleada de actos violentos de los que resultaban víctimas sus militantes.

Entre el 12 y el 18 de mayo, Solidaridad Obrera publicó todos los días referencias como el abandono en el término municipal de Cerdanyola-Ripollet, por parte de una misteriosa ambulancia, de los cadáveres de doce militantes de las Juventudes Libertarias (12/5); la desaparición de cinco anarquistas en distintas misiones, en Bujaraloz y Alcañiz (13/5); los «fusilamientos y simulacros de fusilamientos, secuestros, tortura, desaparición misteriosa de trabajadores militantes» en Tortosa (cuatro «paseados» durante un supuesto traslado a la cárcel de la capital) y Tarragona, donde se perseguía «como fieras a los militantes de la CNT y de la FAI [había habido 13 muertos de la CNT en los combates del 5 al 6 de mayo] y se mantienen centenares de presos» (14/5). En Bisaura de Ter una manifestación de mujeres atacó el local de CNT, que resultó destrozado. En Montesquiu también se asaltó el local; en los días 5 y 6 se habían dado en esta población duros combates entre miembros de la CNT llegados de la comarca y afiliados a ERC, PSUC, UR y Estat Català, auxiliados en última instancia por fuerzas de orden público que resolvieron la situación. Hubo sesenta detenidos que se despacharon a Ripoll, donde fue preciso ponerlos en libertad, pues la CNT había apresado a otros tantos miembros de UGT, ERC y PSUC prometiendo darles el mismo trato que recibieran sus compañeros[53]. Hubo enfrentamientos en Cardona, donde fuerzas de la CNT apoyadas por patrulleros de Manresa atacaron las sedes de Esquerra y sus Juventudes, de Estat Català, la Unió de Rabassaires y el Sindicato Agrícola Cooperativo, donde causaron un muerto al volar la puerta con una granada de mano[54].

En buena parte de las poblaciones de las tierras del Ebro, Tortosa y provincia de Barcelona se produjeron incidentes que fueron desde la profusión de amenazas (en San Carlos de la Rápita los milicianos de la antigua Columna Medrano de la FAI dijeron que iban a Amposta y que «cuando volvieran acabarían con los contrarrevolucionarios» del pueblo), hasta los combates con fusilería y cartuchos de dinamita (en Esparreguera, La Garriga), pasando por el corte de las carreteras con barricadas (Ulldecona, en el punto de la vía que marca la divisoria entre Tarragona y Castellón, con vistas a impedir el avance de fuerzas gubernamentales hacia Barcelona) y la vigilancia a cara de perro entre organizaciones rivales (Gandesa). En La Farga de Llosas se pidió el fusilamiento de los afiliados a la Confederación (18/5). Como medida defensiva, los libertarios procedieron a desarmar a los elementos de UGT y PSUC en algunos pueblos, como Vic (16/5) y Manlleu (18/5). En todas estas localidades la situación había sido la inversa durante los días comprendidos entre el 4 y el 6 de mayo. Allí donde consiguieron su objetivo de desplazar o reducir a la impotencia a los anarquistas locales, sus adversarios se preocuparon mucho de dejar claro que un tiempo había terminado:

Se desplazaron a los pueblos de la comarca, donde continuaron sus saqueos y desmanes, sobre todo en cuantas colectividades campesinas posee la CNT. Incluso en uno de los pueblos por que atravesaron, en Tivenys, publicaron un bando según el cual cuantas propiedades habían sido requisadas habían de ser devueltas, a partir de aquel momento, a sus antiguos dueños.

Como gesto cargado de significado simbólico, se arrancó la placa dedicada a Durruti. En tierras de Aragón, sin llegar al choque directo, el presidente del Consejo estimó como una provocación el envío por la Dirección General de Seguridad del Gobierno de Valencia de fuerzas de orden público a las localidades de Monroy, Torres de Arcas y Peñarroya el 12 de mayo. Dichas fuerzas se retiraron después de dos días y de las gestiones personales del delegado general de Orden Público de Aragón. Fue un apaciguamiento pasajero. El 6 de julio la Delegación del Gobierno dio una nota oficiosa en la que salió al paso de los rumores sobre lo ocurrido en distintos pueblos de la comarca de Cinca (Zaldín del Cinca, Oso, Belber y Albalate del Cinca), donde un destacamento de la Guardia Nacional Republicana mandado por el jefe de seguridad de Lérida ocupó las citadas poblaciones y detuvo a catorce ciudadanos ligados a los consejos municipales y a la federación de colectividades. El asunto se resolvió de nuevo de forma negociada, pero anunciaba ya la intervención definitiva para la supresión del Consejo de Aragón[55].

La laxitud en la persecución del trotskismo de la que, según los informantes a la Comintern, adolecieron los comunistas españoles frustró la posibilidad de convertir el juicio a la cúpula del POUM en un proceso ejemplarizante. A ello contribuyeron también la movilización de organizaciones independientes —ligadas a la Segunda Internacional, al Buró de Londres o a la Liga de los Derechos del Hombre— que destacaron delegaciones de diputados para interesarse por la suerte de los justiciables[56]. A finales de junio distintas personalidades se dirigieron al embajador en París para interesarse por los detenidos. La inquietud por lo ocurrido con Nin llevó a considerar también como un asesinato la muerte del militante trotskista británico Bob Smillie, fallecido de apendicitis en Barcelona. Durante los siguientes días, distintos sindicatos franceses, la Federación Socialista del Sena, personalidades de la cultura, periódicos suizos y la Liga de Trabajadores Revolucionarios de los Estados Unidos dirigieron peticiones, cartas e informes interesándose por camaradas detenidos en España o solicitando el cese de la persecución contra el POUM[57].

Fenner Brockway, secretario del Buró Internacional, se entrevistó el 5 de julio con Giral, quien le confirmó que los cargos contra el POUM serían, básicamente, la incitación al levantamiento de Barcelona y el llamamiento a los trabajadores para que no depusieran las armas. No había ninguna intención de imputar al POUM la acusación de integrar una organización fascista o la inteligencia con el enemigo. El 6 de julio Brockway recabó telefónicamente de Zugazagoitia, mediante un abogado defensor puesto a disposición de los presos poumistas, garantías sobre la publicidad del proceso y seguridades sobre la integridad de los detenidos. El ministro de Gobernación no le comunicó, sin embargo, su impresión de que «procede fusilar a varios encartados». Esto se lo reservó para una consulta a Negrín, en la que mostró su indecisión motivada por la continuación sin noticias de la desaparición de Nin[58]. Puede que con ello, y con la voluntad de no ahondar en más problemas que debilitaran la posición del gobierno, quedara a salvo la vida del resto de integrantes de la cúpula del POUM. Brockway se entrevistó asimismo con Mariano Vázquez, secretario de la CNT. De este encuentro se deduce la enorme confusión a la que las divergencias entre distintas corrientes disidentes del comunismo podían arrastrar a un observador externo: Vázquez, que había prometido a Brockway el apoyo confederal en la lucha contra la criminalización del POUM, mostró a este, indignado, «una hoja instando a la huelga general de las industrias no de guerra y proclamando la solidaridad de la CNT con el POUM». Vázquez creía que la hoja debía haber sido publicada «con fines provocativos por los comunistas», y advirtió que las manifestaciones de solidaridad de la CNT con el POUM no se darían antes de que se hubieran pronunciado los tribunales. Brockway le pidió la hoja y comprobó que iba firmada por «los bolcheviques leninistas (IV Internacional)». Su indignación fue similar a la de Marianet. «Yo no discuto el derecho de los B-Ls a publicar lo que quieran —afirmó—; lo que me indigna es la estupidez que compromete a unos extranjeros, por culpa de unos niños deficientes mentales». Brockway tuvo que explicar a Vázquez la diferencia entre los B-Ls (bolchevique-leninistas) y el POUM, «y parece que se aplacó algo». De lo que no cabía duda es de que con esos argumentos, y por encima de las sutiles matizaciones sobre capillas para o filotrotskistas, el PCE podía emplear aquellos panfletos contra el POUM y, de paso, contra la CNT[59].

El 22 de julio se anunció la creación del Tribunal Especial de Espionaje y Alta Traición, destinado a juzgar a los miembros del POUM encarcelados. Desde ese instante la maquinaria de agitprop de la Comintern creyó conveniente alimentar el argumentario antitrotskista con la publicación de materiales que reforzasen las conocidas imputaciones. El caso más conocido es el del libelo titulado Espionaje en España, firmado por un supuesto experto internacional, de nombre Max Rieger, y con prefacio de José Bergamín. Fue publicado en Barcelona por Ediciones Unidad, del PCE, en 1938[60]. Su autoría sigue siendo objeto de polémica, entre quienes atribuyen el texto a Wenceslao Roces —subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública con Jesús Hernández— y quienes lo endosan al periodista francés George Soria. Este último sí firmó con su nombre otro opúsculo en la misma línea, El trotskismo al servicio de Franco. Un testimonio documentado de la traición del POUM en España. La evidencia de que era un artefacto elaborado ad hoc para el proceso y, por lo tanto, de dudoso valor, no se les escapó ni a los propios comunistas españoles. Togliatti no dejó de hacer una irónica referencia a ello en sus notas privadas, con fecha de 13 de abril: «Libro del proceso. ¡Tenemos muchos de estos!»[61].

En cualquier caso, ni uno ni otro libelo consiguieron su propósito. El Tribunal Especial falló el día 29 de octubre de 1938 que «de lo actuado no se desprende como probado que los acusados facilitaran a los elementos facciosos noticias de ninguna clase referentes a la situación de los frentes de batalla u organización de la retaguardia», ni que hubieran mantenido contacto con potencias extranjeras ni organismos policiacos o militares. Dejando fuera de duda su marcada significación antifascista, y su contribución inicial a la lucha contra la sublevación militar, la actuación por la que eran condenados era la que les había conducido a levantarse en armas con el «propósito de superar la República democrática e instaurar sus propias concepciones sociales»[62].

Contra lo que posteriormente ha publicitado toda una corriente de propaganda anticomunista y antinegrinista, el juicio contra el POUM no fue una reproducción de los procesos de Moscú[63]. La vista duró once días, del 11 al 22 de 1938. El acta de acusación responsabilizó al Comité Ejecutivo del POUM —Gorkin, Andrade, Arquer y Bonet— de alinearse con la reacción nacional e internacional, eximiendo a las bases, a las que se consideraba compuestas de revolucionarios honestos; de mantener una línea derrotista y divisoria, al negar el carácter nacional de la guerra, calificarla de lucha de clases y denunciar la injerencia soviética; de implicación en robo y evasión de capitales; y de fomentar el abandono del frente de la 29 División durante los hechos de mayo. El fiscal pidió treinta años de cárcel para Gorkin, Andrade, Arquer y Bonet, quince para Rebull y la absolución para Escuder. La defensa pidió la absolución. La sentencia se publicó el 2 de noviembre, se aceptó la acusación de rebelión, pero no la de espionaje y traición. Gorkin, Andrade y Bonet fueron condenados a quince años, Arquer a once y resultaron absueltos Rebull y Escuder. Se confirmó la disolución definitiva del POUM y de la Juventud Comunista Ibérica[64].

A ello contribuyeron, sin duda, las garantías procesales republicanas, pero también —como lamentaron algunos informantes soviéticos— la falta de movilización del PCE. Dekanozov, responsable de la GPU, reportó a Moskvin a mediados de diciembre que Stepanov había tenido una actitud «absolutamente pasiva en relación con una cuestión política tan importante como era la preparación del aparato del partido para el proceso del POUM que se ha celebrado, si bien disponía de todo lo necesario. Como consecuencia del hecho de que el aparato del partido no fue movilizado a tiempo, el efecto del proceso ha sido significativamente inferior»[65].

La actividad del POUM después de su disolución legal continuó, aunque lógicamente atenuada, según denunciaron distintos informes. El 8 de diciembre, Togliatti reflejó en sus diarios tras una visita al frente del Este que, ante una actividad de propaganda casi nula por parte del PCE, en el XXI Cuerpo de Ejército preponderaban los anarquistas y «el POUM trabaja mucho», lo que se traducía en la difusión de hojas de este partido entre las tropas. Unos días antes, el 3 de diciembre, Mije informó que en medio de la desorganización de la retaguardia, «quien se mueve mucho es el POUM». Tanto que se había detectado trabajo en el seno del ejército y la creación de células en uno de los sancta sanctorum comunistas, las unidades de guerrilleros. Como no podían exponer abiertamente su militancia, concluía Mije, se orientaban a ingresar en el PSOE, que les defendía[66].

El resentimiento contra Negrín llevó a algunos poumistas a postular el asesinato del presidente del Consejo, junto o separadamente con el ministro de Gobernación. Incluso, como señaló Viñas citando a Heiberg y Ros Agudo, se estableció contacto el 5 de agosto a través de la quinta columna con el jefe de la inteligencia militar franquista, el coronel José Ungría. El Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) debería facilitarles medios para huir a Francia y posteriormente a América. Las armas necesarias podían obtenerlas de una unidad del Ejército Popular en la que el POUM todavía tenía influencia. Los franquistas se apresuraron a aceptar la propuesta, comprometiéndose a suministrar a los ejecutores pasaportes y cien dólares a cada uno de los participantes en el atentado, con una condición: los objetivos debían ser Negrín y Álvarez del Vayo[67]. El episodio, evidentemente irresuelto, conduce sin embargo a una conclusión paradójica en la cual, a la postre y por vía de venganza, los partidarios de la tesis de la inteligencia «trotskista» con la quinta columna podían ver confirmadas sus sospechas.

Como de tantos otros aspectos de la guerra de España, Stalin extrajo una enseñanza en lo relativo al combate contra el trotskismo. En marzo de 1939, cuando el conflicto español llegaba a su fin, mantuvo una reunión con Beria y Sudoplatov, alto responsable de la NKVD. En ella se decidió la suerte final de Trotsky, que residía en México desde enero de 1937, acogido por el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Debía ser eliminado antes de que acabara el año y de que la guerra estallase irremediablemente. «Como prueba la experiencia de España —dijo—, sin la eliminación de Trotsky no podemos confiar en nuestros aliados de la Internacional Comunista, si los imperialistas atacan a la URSS». No se podía garantizar el despliegue de un esfuerzo consistente de resistencia si a la vez que al agresor había que «hacer frente a la traicionera infiltración de los trotskistas en [nuestras] filas»[68].

No solo Stalin sacó sus conclusiones. También lo hizo la cúpula dirigente de la CNT y, contra lo que se sostendría después, ni erró en la identificación de los orígenes de la crisis —aunque se circunscribiera a un solo partido— ni evitó la autocrítica:

[En] la crisis de mayo los comunistas deseaban echar a Largo Caballero y a nosotros del gobierno, y aprovecharon los hechos ocurridos en Barcelona en aquellos días. Nosotros no podemos ser llevados a donde los demás quieran… La organización catalana fue llevada a un hecho del cual no tenía conocimiento la organización[69].

Nada que ver con las versiones memorialísticas de posguerra o las reelaboraciones efectuadas por simpatizantes faístas, como Peirats, que obviaron en la medida de lo posible aquellos documentos que no cohonestaban su propia interpretación.