16. Las cambiantes lecturas de la guerra: de la acomodación al canon interpretativo
16
Las cambiantes lecturas de la guerra: de la acomodación al canon interpretativo
RESULTA CASI UNA OBVIEDAD señalar que para un movimiento fundado en el materialismo histórico y que operaba en el marco de una estrategia de alcance global, las posibles enseñanzas a extraer de la guerra de España resultaban de un enorme valor por lo que tuvieran de aplicables, revisables o evitables para el conjunto del movimiento comunista internacional. Los soviéticos se interesaron de inmediato en la realización de un balance que integrase las perspectivas militares, políticas, económicas y sociales del conflicto español. El 30 de marzo Dimitrov se reunió con José Díaz, que había llegado con su familia a Moscú el 6 de febrero y se encontraba convaleciente de una operación de su crónico mal estomacal y acordaron proceder al examen concreto de la nueva situación con la participación de representantes de los comités centrales del PCE y del PSUC.
El 7 de abril se celebró una reunión con la asistencia de Díaz, Dimitrov, Molotov, Beria, Manuilski y Stalin. El líder soviético demostró que había contemplado atentamente la evolución de la situación en España y que le había llegado información muy fluida, tanto de la Internacional como de los órganos militares y civiles del Estado soviético[1]. Stalin criticó al PCE no tanto por lo que había hecho sino porque no había actuado con suficiente claridad para orientar a las masas en la situación creada por el golpe de Casado. Es importante subrayar que, según Stalin, «si la situación hubiera sido insostenible el partido hubiera podido anunciar que consideraba posible sustituir al Gobierno por otro, más adecuado al momento, y entonces disponerse a terminar la guerra». A su juicio, el mantenimiento de la resistencia a cualquier coste no había sido una actitud correcta. A veces, afirmó, era preciso aceptar una derrota, como ya había hecho Lenin en 1905. Pero, subrayó críticamente, entonces el Partido Comunista debería haber explicado la situación al pueblo y no dejarlo abandonado y sin orientación.
Cuando fue preciso luchar contra el enemigo —concluyó— los comunistas [españoles] se han mostrado eficaces y han acumulado una enorme experiencia. Cuando ha sido necesario ceder el poder, llevando a cabo una retirada, no han sabido hacerlo.
Stalin concluyó que «habría que organizar una conferencia de comunistas españoles para aclarar estas cuestiones e identificar lecciones para otros partidos. También hay que aprender de las experiencias negativas». Sus instrucciones para que se elaboraran informes por los protagonistas provocaron una reacción instantánea. El 8 de abril se cursó un telegrama a Díaz y Pasionaria, y se invitó a esta a que, junto con Jesús Hernández, Joan Comorera y Togliatti, se desplazara a Moscú para participar en las discusiones sobre lo sucedido en España.
INFORMANDO AL JEFE
Los principales cuadros políticos y militares comunistas españoles fueron interpelados a medida que llegaban a Moscú tras arribar a Leningrado por la ruta del mar Báltico. La organización de la evacuación a la URSS corrió a cargo de un comité, integrado por responsables del PCE y de la Comintern, encargado de seleccionar los militantes comunistas y los miembros de las Brigadas Internacionales que serían admitidos en la Unión Soviética en calidad de refugiados. El comité estuvo integrado por Dolores Ibárruri, Jesús Hernández, Modesto, Líster, Pedro Martínez Cartón, Irene Falcón y Francisco Antón, por el PCE; y por la Internacional, Togliatti —que presidía el órgano—, Maurice Thorez y André Marty[2].
El número de asilados en la URSS oscila, según los autores, entre los 3500 y los casi 4000. Un informe del Comité Central del PCE y la Cruz Roja soviética evaluó así la emigración total: emigración política, 891; estudiantes de las escuelas de aviación, 157; marineros, 69; total adultos: 1239; niños que marcharon en expediciones, 2895; niños que marcharon con sus padres, 87; total niños: 2982; emigración total: 4221[3].
A su llegada a la URSS, los evacuados españoles fueron conducidos a distintos destinos, dependiendo de su puesto en el organigrama del partido y de su nivel de especialización. Los dirigentes se instalaron en Moscú. Tras pasar por un proceso de selección llevado a cabo por la Comisión de Cuadros, les fueron asignados distintos cometidos en el aparato de la Internacional. La mayoría se albergaron en el famoso Hotel Lux, residencia habitual de los representantes en la Comintern de las distintas secciones nacionales. Los más destacados recibieron alojamiento en Kunsevo, la finca donde se encontraban las dachas en que residían los principales líderes de la Comintern: Dolores Ibárruri, Pedro Checa, Vicente Uribe y Jesús Hernández se instalaron inicialmente allí, en la vecindad de Manuilski. Los cuadros intermedios fueron llevados a la Escuela Planiernaya, una antigua casa de reposo de los sindicatos, situada a 15 kilómetros de la capital soviética. Tenían pagados todos los gastos de manutención, alojamiento y vestido, así como una asignación mensual de ciento veinte rublos. Durante el año y medio que se preveía durase su formación, las familias quedarían albergadas en casas de reposo.
Los mandos militares fueron divididos en dos grupos: los de carrera —como Francisco Galán y Antonio Cordón— se integraron en la Academia Superior Vorochilov; los procedentes de milicias —Líster, Modesto, el Campesino, Tagüeña…— lo hicieron en la Academia Frunze. Sus retribuciones quedaban equiparadas a las que correspondieran a su rango en el Ejército Rojo. Los demás militantes fueron destinados al trabajo en fábricas de los alrededores de Moscú. Percibirían un salario de 300 rublos mensuales durante el primer año, con el que deberían comprar la comida, pagar la casa, abonar las cuotas sindicales y políticas correspondientes y, cuando se acabase la ropa proporcionada por el Socorro Rojo Internacional, vestirse. Transcurrido este tiempo, cada cual cobraría de acuerdo a lo que produjese. Todo lo anterior suponía asumir que en la sociedad supuestamente sin clases operaban otras distinciones de estatus que hacían realidad la clásica crítica orwelliana de que «unos eran más iguales que otros».
Los niños fueron acogidos en escuelas, donde recibirían educación por parte de los maestros españoles que también llegaron en el grupo de emigrados. La entrada de la URSS en la guerra mundial produciría, años después, una tremenda diáspora a lo largo y ancho de la inmensidad del territorio soviético: los dirigentes políticos seguirían a los organismos del poder soviético y de la Comintern hasta sus refugios de Kuibishev y Ufa, en Bashkiria; las academias militares se instalaron en Tashkent, en el Cáucaso; y fábricas y escuelas se desperdigaron desde Samarcanda hasta los antiguos territorios de la república de los alemanes del Volga.
El 14 de abril, Dimitrov habló con Díaz y luego, más extensamente, con Enrique Líster, que acababa de llegar de París. Este opinó que la salida de España del gobierno Negrín y de la dirección del PCE había sido inevitable porque, de lo contrario, los hubieran detenido los casadistas. También señaló, no obstante, que si el 5, día del golpe, Negrín se hubiera dirigido a Madrid junto con Modesto y él mismo habría sido posible contrarrestar a Casado y restablecer la situación. Pero, añadió, evidentemente Negrín no tenía la menor intención de adoptar ninguna medida[4].
El día 13 de mayo Dimitrov volvió a hablar con Díaz y tuvo un primer contacto con Dolores Ibárruri. Registró en su diario su admiración por Pasionaria y se encerró inmediatamente con Togliatti para hablar de temas españoles. «Alfredo» se puso inmediatamente a la tarea de redactar un larguísimo informe sobre la evolución política española tras la capitulación en Munich de las democracias. El testimonio de Togliatti es muy importante porque fue uno de los escasos asesores que desarrolló una visión global de la guerra desde la óptica republicana y comunista y permaneció en España hasta el final[5]. Dimitrov también recibió un completo informe del encargado de negocios de la embajada soviética en España, Marchenko[6].
El 17 de mayo llegaron a Moscú, entre otros, Pedro Checa, Jesús Hernández, José Palau y Pedro Martínez Cartón, y Dimitrov prosiguió su incansable tarea de recopilación de datos. El 20 de mayo recibió a uno de los últimos asesores soviéticos que había salido de España, Mijailov (alias «Ruben»), quien le contó cosas muy interesantes sobre el golpe de Casado y los últimos días de la República. Mijailov se comprometió a escribir un informe detallado[7]. El 24 Dimitrov tuvo otra larga conversación con Stepanov, que se comprometió a escribir su correspondiente informe sobre lo vivido en España[8].
A finales de mayo empezaron a llegarle a Dimitrov algunos de los informes que había encargado. Aparte de los de Marchenko, Togliatti y Stepanov, los informes parciales de los cuadros políticos y militares españoles cobraron una importancia fundamental para la comprensión de lo sucedido al final de la guerra. Stepanov había salido de España, junto a buena parte de la dirección y cuadros militares comunistas, el 6 de marzo y no asistió a los acontecimientos que se desencadenaron a partir de aquel momento. En cuanto a Togliatti, estuvo desconectado de los restos de la dirección comunista en la crucial semana entre el 6 y 11 de marzo. Durante esos días se produjeron los combates en Madrid y los conatos de enfrentamiento en Levante. Por lo tanto, los informes que elevaron los cuadros locales españoles que participaron en los hechos a ras de suelo adquirieron una importancia fundamental para comprender el papel comunista durante los últimos días de la República[9].
La resultante del análisis y combinación de los informes parciales debió concluirse antes de que el 28 de julio se produjera la reunión entre el Secretariado de la Comintern y el grupo dirigente español integrado por Díaz, Ibárruri, Uribe y Hernández. La discusión apenas llevó dos semanas. El 10 de agosto se convocó una nueva reunión con los mismos participantes. En ella se aprobó un documento que llevaría la firma del Comité Central y que se tituló Las lecciones de la guerra por la independencia del pueblo español. En él no se ahorraron críticas hacia la práctica totalidad de los dirigentes españoles, sobre cuyos errores se volvería poco después en una resolución del Buró Político. Pero el debate del que tanto se esperaba se eclipsó bruscamente. Su necesidad ya no parecía tan perentoria ni sus enseñanzas tan útiles. Líster indicó que «la discusión fue cortada poco después, lo mismo entre nosotros que con el secretariado de la Internacional Comunista»[10]. Había irrumpido en escena el pacto germano-soviético.
CONTRADANZAS TEÓRICAS AL COMPÁS DE LA GEOESTRATEGIA
Las distintas actitudes adoptadas por los dirigentes del PCE en el desplome republicano pasaron factura en los años siguientes. Una buena parte de los miembros del aparato político-militar perdió protagonismo. Algunos se vieron marginados en el exilio (Martínez Cartón, Puente…). Otros desaparecieron mientras ejecutaban acciones en la España franquista (Larrañaga, Diéguez…). Los desacuerdos con la línea oficial desembocaron en disidencia y expulsión[11]. Hubo varios que se dedicaron a emborronar el pasado en libros infumables (Castro Delgado, Montiel). Todavía en 1952 se produjeron reuniones del máximo órgano de dirección del partido en las que se discutieron temas relacionados con decisiones tomadas durante la guerra[12]. Y en 1956, el Movimiento de Acción Socialista, del exdirigente del PSUC José del Barrio, reclamó un congreso de reunificación comunista, cuyo primer punto del orden del día fuese la revisión del papel que cada cual jugó durante los últimos días de la guerra[13].
El 8 de julio, antes de que se reuniera la comisión encargada de aprobar el proyecto de resolución de balance entre el PCE y el PSUC, se aceptó un primer documento sobre La situación de España y las tareas actuales del Partido[14]. Aunque fundamentalmente destinado a establecer un nuevo organigrama con vistas a la situación creada por el paso a la clandestinidad y el exilio[15], contenía algunos puntos interesantes acerca de la valoración en caliente de las consecuencias inmediatas tras el final de la guerra.
No cabía duda de que la victoria de Franco con el apoyo alemán e italiano suponía a corto plazo una etapa de reflujo del movimiento obrero revolucionario. Pero teniendo en cuenta cómo se deterioraba rápidamente la situación internacional era posible que la consolidación de la dictadura franquista se viese comprometida a la larga por la erupción de un conflicto europeo a gran escala.
En el caso que estallase un conflicto armado en Europa y Franco participe en él al lado de las potencias del eje fascista, no cabe duda que España sería el punto más débil en el frente de los agresores y se crearían rápidamente en el país condiciones favorables a la transformación de la guerra de agresión imperialista en guerra civil contra el fascismo y los invasores extranjeros.
Atención a los términos empleados: la futura guerra sería de agresión imperialista (no entre potencias imperialistas) y resultaría de un nuevo ataque «de los países fascistas a los pueblos libres de Europa». En esta perspectiva, la tarea fundamental del PCE era la de contribuir a la creación de un frente lo más amplio posible, de una Alianza Nacional más dilatada que el viejo Frente Popular pero que en nada desdeñase la huella dejada en la memoria colectiva por la experiencia unitaria de la guerra civil. El Frente Popular habría confirmado durante ella «su necesidad histórica como forma de organización alrededor de la clase obrera de todas las fuerzas democráticas». Por ello, el Partido Comunista debería esforzarse en restablecer el contacto con los partidos y organizaciones antifascistas que lo integraron, particularmente con el PSOE.
Ahora bien, ello no significaba hacer tabla rasa de lo ocurrido en el último tramo de la guerra ni de los errores que habían contribuido a fracturar la resistencia. Antes de pensar en recomponer la unidad con los elementos sanos del antifascismo, había que hacer limpieza: «desenmascarar delante de las masas a los agentes del enemigo y traidores que, con sus intrigas y trabajo de disgregación, han roto la resistencia del pueblo y al final han entregado el país a Franco y a los invasores». Un elenco encabezado, como no podía ser de otra forma, por los trotskistas del POUM y del PSOE, seguidos de la FAI y, en general, por los organizadores del golpe de Casado, «enemigos abiertos de la unidad, agentes del fascismo en el seno de la clase obrera y del pueblo». El PCE sabría distinguir entre ellos y los cómplices inconscientes —los que «por cansancio o engañados por las promesas, o la ilusión de paz», habían aceptado la implantación del CND—, que entonces reconocían su error y manifestaban querer volver a la unidad y a la colaboración con los comunistas.
En este primer documento se recogió ya la necesidad de crear una sección de propaganda dependiente directamente del nuevo Secretariado restringido. Se encargaría de la edición de la revista ideológica, de un semanario español en Francia y de la publicación de una historia de la guerra, amén de libros y folletos divulgadores de la experiencia acumulada por el PCE. Tras esta primera etapa el 28 de julio tuvo lugar la reunión con el Secretariado de la IC. José Díaz, Dimitrov y Manuilski presentaron un proyecto de resolución. La actitud y el comportamiento de Togliatti fueron condenados. Durante un tiempo que casi abarcaría el resto de vida de José Díaz —hasta 1942—, Togliatti no sería grato a los ojos de los máximos dirigentes del PCE, como anotó Dimitrov en su diario[16].
El 10 de agosto se aprobó en la Comintern el documento que se titulaba Las lecciones de la guerra por la independencia del pueblo español[17]. En su preámbulo se ensalzó el mantenimiento durante treinta y dos meses de una lucha heroica contra los generales sublevados, las fuerzas militares de Alemania e Italia y la reacción internacional. Finalidad última de tal lucha había sido salvaguardar la independencia de España y defender las conquistas democráticas de todos los pueblos. Ello había sido posible gracias a la galvanización unitaria que supuso la existencia del Frente Popular.
Como en un dramático banco de pruebas, el conflicto había mostrado más allá de la retórica la praxis de todos los partidos, de sus responsables y de sus cuadros de dirección. Ya era posible juzgarles por sus palabras y sus hechos. Los aspectos esenciales de este documento fueron los siguientes:
—La caracterización de la guerra como de independencia nacional, por las libertades democráticas, por las conquistas económicas, por el progreso social y por la paz.
—La identificación de los objetivos que motivaron la agresión del Tercer Reich y de la Italia fascista, que no eran otros que la apropiación de las fuentes de materias primas (cobre, hierro, plomo, mercurio) y la utilización del territorio español como base estratégica contra Francia, Inglaterra y otros países.
—La reivindicación de la política de Frente Popular como plenamente válida y operativa para el futuro: «Es un arma política potente… contra la reacción interior e internacional y contra la agresión militar del fascismo extranjero».
—La definición de la naturaleza política de la República en guerra como democrática y popular, un régimen sustancialmente diferente a los capitalistas. En el interior había defendido el programa de la coalición antioligárquica que impulsó el proyecto de una profunda transformación de los regímenes de propiedad y producción en un contexto de pluralidad política antifascista. En el exterior defendió las libertades democráticas de todos los países contra la reacción y contra la agresión de las potencias del Eje.
La validez de esta fórmula, avalada en la práctica por la experiencia española, podía generalizarse como alternativa viable y consigna política central para impulsar amplios movimientos de masas en aquellos países en los que, como Alemania e Italia, se precisaba establecer una trayectoria de salida de la opresión fascista que involucrase a distintos sectores populares y que no pasase necesariamente por la perspectiva de una revolución proletaria.
Sobre esta lectura impactó la firma del pacto germano-soviético y el subsiguiente abandono formal de las tesis frentepopulistas, lo que evidentemente tuvo consecuencias deletéreas sobre las sucesivas valoraciones de la guerra civil entre agosto de 1939 y junio de 1941. Esto ya se pudo percibir en los debates que se iniciaron el 14 de agosto y en los que participaron José Díaz, Pasionaria y Jesús Hernández, por parte española, y Manuilski, Pieck, Gottwald Stepanov y Gerö por el Secretariado de la Comintern.
Aparecieron bastantes discrepancias que fueron reflejándose en diversos proyectos de resolución del Buró Político. Por fin, se llegó a una propuesta de resolución sobre Debilidades y errores del Partido en el último período de la guerra[18]. En consonancia con los cambios de orientación que estaban teniendo lugar, se situó a medio camino entre la interpretación de la guerra de España como lucha antifascista y un cierto retorno a planteamientos teóricos anteriores al giro hacia la estrategia de frentes populares.
El texto puso en cuestión la labor de los responsables de la dirección comunista en los tres principales ámbitos de actuación, a saber ejército, gobierno y el propio partido. Jesús Hernández no había sabido contrarrestar la descomposición en el interior del primero mediante la influencia que podría haber ejercido como comisario del Grupo de Ejércitos de la zona centro-sur. Vicente Uribe no supo compatibilizar adecuadamente su condición de miembro del Buró Político con su puesto en el gobierno. A su seguidismo gubernamentalista añadió defectos de carácter («falta de la necesaria cordialidad y modestia») que dificultaron la relación con otros dirigentes de cara a la resolución de problemas. Por último, el responsable de organización, Pedro Checa, manifestó una tendencia al empleo de métodos de trabajo excesivamente personales («caciquiles»), consistentes en tomar decisiones de suma importancia en petit comité, de manera que apenas si llegaban a conocimiento del resto del Buró Político ni al del Secretariado. Ello contribuyó a la descoordinada respuesta frente al golpe de Casado: mientras unos adoptaron medidas para hacer frente a los acontecimientos, la mayoría permaneció a la expectativa.
El inicio de la guerra en Europa y el papel asumido por la URSS durante el periodo de la entente con la Alemania hitleriana motivaron un giro retórico hacia posiciones recordatorias del lenguaje cominterniano del periodo del «socialfascismo». Había que teñir de un rojo intensísimo el discurso para tapar las vergüenzas del pacto con el antaño monstruo militar-fascista. El mensaje comunista se encapsuló en un formato dogmático que pretendía, con su aparente radicalismo, encubrir las vergüenzas de una Realpolitik soviética difícilmente explicable para el universo de la izquierda.
El 31 de octubre, Dimitrov publicó un artículo titulado «La guerra y la clase obrera de los países capitalistas», en el que copiando las orientaciones doctrinales de Stalin de septiembre de 1939, calificó la ruptura de hostilidades entre la Alemania nazi y las democracias occidentales como «una nueva guerra imperialista entre el capitalismo franco-inglés y el alemán, guerra por la conquista de nuevos mercados, de esferas de influencia, de colonias, guerra por un nuevo reparto del mundo». La lectura sobre la política de Frente Popular se conjugó en tiempo pasado. Fue justa mientras duró la lucha del pueblo español porque posibilitó en la práctica trazar la línea divisoria entre «las fuerzas revolucionarias y las del campo de la reacción». De aquella prueba salieron fortalecidos los partidos comunistas, «únicos defensores consecuentes de la causa justa de la España revolucionaria». Las consignas «frente único obrero y frente popular» continuaban siendo válidas para el futuro, si bien desde una formulación que retornó a la línea previa al VII Congreso de la Comintern, es decir, a la época sectaria de los «frentes únicos por la base».
El PCE, como no podía ser menos, no tardó en adecuar su discurso al de la IC. En su documento La lucha armada del pueblo español por la libertad e independencia de España[19] se pudo apreciar el ocaso de la línea de Frente Popular y el retorno hacia un modelo de partido bolchevizado de vanguardia. Todo ello acompañado del despliegue de un dogmatismo analítico y de una agresividad dialéctica que, en la práctica, apenas dejaban margen de maniobra para las alianzas con otras fuerzas. El antiguo seductor, cuyas asechanzas tanto inquietaron a socialistas y anarquistas durante la guerra de España, perdía su encanto a pasos agigantados.
A la hora de valorar la evolución de la República durante la guerra civil se formularon apreciaciones sorprendentes respecto a lo que se había sostenido hasta entonces. El error más grave tras el alzamiento derechista del 18 de julio de 1936 habría sido el de «no romper completamente el viejo aparato de la España semifeudal [mediante] un Gobierno de mano dura que superase todas las dificultades». Dándose las condiciones adecuadas para ello, los comunistas españoles no plantearon la implantación de la dictadura del proletariado porque habría supuesto la reducción de la base social de apoyo a la lucha por la independencia nacional y facilitado a la reacción internacional la justificación para el estrangulamiento de la España revolucionaria. Aunque el PCE y el PSUC no lograron su objetivo y las debilidades posteriores de los gabinetes republicanos condujeron a la República a su desastroso final, había un resultado positivo en su haber: la clase obrera española y el proletariado internacional pudieron apreciar que «solamente el PC tenía una visión clara y una línea política firme y justa, correspondiente a las características de la guerra del pueblo español».
El resto de las conclusiones siguieron este delirante camino: la lucha del pueblo español había demostrado que la consecución de la revolución dependía de la existencia de «un partido revolucionario único, monolítico, y una sola organización sindical dirigida por este partido» como correa de transmisión; de la «unidad revolucionaria del proletariado, con el PC a su cabeza»; del exterminio del enemigo interior; y de la sustitución «del viejo aparato del Estado al servicio de la reacción, sustituyéndolo por un nuevo aparato al servicio de la clase obrera y del pueblo» que, como enseña la experiencia soviética, no podía ser otro que «el Gobierno de la dictadura del proletariado».
Que tales conclusiones no conducirían a ninguna parte lo demuestra el hecho de que desaparecieron totalmente en cualquier interpretación posterior realizada por los comunistas acerca del periodo de la guerra civil. Ni ellos mismos se las creían. Pero he aquí que mutatis mutandis esa misma sería la lectura que sobre el papel del PCE hicieron —y hacen— los guerreros de la Guerra Fría, que creyeron encontrar en tal perfil estereotipado la verdadera naturaleza del gran camuflaje comunista del que fue víctima inocente la España traicionada[20].
El documento concluyó con la fijación de tareas políticas ante la situación marcada por la guerra en Europa occidental. Es, quizá, uno de los textos más paradójicos que puedan encontrarse a la hora de cohonestar análisis leninista y pragmatismo estalinista. Partiendo de la calificación del conflicto europeo como guerra imperialista, la consecuencia lógica que se derivaría del previsible quebranto del sistema capitalista y de la maduración de «las condiciones favorables para la lucha del proletariado, de todos los explotados y oprimidos por su liberación definitiva», sería la que Lenin defendió en Zimmerwald en 1915: la transformación de la guerra imperialista en guerra civil por parte del proletariado. Sin embargo, en el otoño-invierno de 1939 la consigna fue que «ante esta guerra la clase obrera de todos los países capitalistas tiene un solo camino justo: la lucha despiadada contra ella, lucha por la paz contra la burguesía de su propio país».
La torsión argumental destinada a justificar la necesidad de no sumar aliados a las partes beligerantes arrojó finalmente por la borda el argumentario estratégico con que el PCE, junto con Negrín y los partidarios de la resistencia, había explicado la necesidad de ganar tiempo a la espera del estallido de una conflagración continental:
Defendiendo decididamente los intereses de nuestro pueblo, tratando de impedir que el pueblo español sea utilizado como carne de cañón en la segunda guerra imperialista, luchamos sin piedad los comunistas y lucharemos contra la política de la falsa neutralidad de Franco, contra la política que conduce a envolver al pueblo español en la guerra imperialista.
La culminación temporal de lo que cabría caracterizar como «bolchevización» de las lecturas sobre el conflicto español llegó con un manifiesto firmado conjuntamente por Dolores Ibárruri y José Díaz. Vio la luz el 25 de noviembre de 1939 y se tituló La guerra justa de España y la guerra imperialista[21], dirigido «a todos los miembros del PCE, a la emigración española, al pueblo que sufre y lucha bajo la dominación de Franco». En él se afirmaba que
la guerra europea actual no tiene nada de común con la guerra justa, con la guerra de independencia nacional que llevaban los obreros, los campesinos, las masas populares de España contra la reacción interior e internacional. La guerra europea actual es una guerra imperialista; guerra dirigida contra los intereses de la clase obrera, de los trabajadores y los pueblos. Es una guerra entre los bandos imperialistas por la dominación del mundo. No es una guerra antifascista.
Se trataba de un curioso documento este en el que, además de loar como ejemplos de «autodeterminación» los de Ucrania y Bielorrusia al desgajarse de Polonia e incorporarse a la URSS —aunque hubieran sido absorbidas por Stalin en virtud de las cláusulas secretas del pacto con Hitler—, se responsabilizaba de la guerra a «los Chamberlain, Daladier, Blum y Attlee», a los «jefes vendidos de la II Internacional», al imperialismo italiano…, sin citar ni en una sola ocasión el expansionismo nazi[22].
Con estas directrices los comunistas españoles reflejaron inequívocamente dos cosas. La primera es que, derrotados y en el exilio soviético, no estaban en condiciones de hacer valer sus percepciones originales, por muy documentadas que fuesen. La segunda es que, tras el desplome republicano, comenzaba la bolchevización en serio de la dirección del PCE. Ya no habría escapadas ocasionales, en función de condiciones lejanas que no se aprehendían siempre correctamente desde Moscú. Las nuevas condiciones reclamaban un enfoque muchísimo más tosco que el que Togliatti había exhibido en España. Triunfaba la línea sectaria y en ella se movía Stepanov como pez en el agua.
Superándose incluso en su aplicación, la dirección del PCE exiliada en México ordenó suprimir de la prensa, de los mítines y de las comunicaciones internas todo cuanto pudiera molestar al socio alemán, volcando únicamente sus ataques contra el «imperialismo inglés»[23]. Uribe publicó en España Popular que los comunistas no iban a propugnar la participación en la «guerra imperialista» porque se oponían a cualquier forma de unión sagrada con la burguesía y los imperialistas. En otro prodigio de reinterpretación de la implicación nazi en la guerra de España, llegó a sostener que se había debido a las maquinaciones de «los imperialistas y la reacción internacional» que habían orientado su política «para lanzar lo que entonces era imperialismo agresor —el fascismo alemán— contra la patria del socialismo»[24]. Del folleto, editado por Editorial Popular, resta un ejemplar en el archivo del PCE sobre cuya portada, escrito a bolígrafo, se encuentra un apunte: «No es oportuno». Probablemente, el anotador lo estamparía después del 21 de junio de 1941, cuando sobre la Patria del Socialismo se desencadenó la Operación Barbarroja.
Al compás de las victorias hitlerianas en 1940, la visión ideológica de la guerra europea esbozada en las páginas precedentes se vio rudamente sacudida. Sin fecha concreta se celebró en la capital soviética una reunión de la dirección del PCE, integrada por Jesús Hernández, Dolores Ibárruri y Enrique Castro Delgado con Stepanov, Marty y Togliatti. Por parte española asistieron también, como expertos militares, Cordón y Líster. Antón se encargó de tomar apuntes. El resultado se plasmó en un documento titulado La guerra nuestra y el Partido[25].
Que a aquellas alturas se discutiera de nuevo sobre la guerra civil solo podía obedecer a un afán de reflexión acerca de qué rasgos pudieran ser de utilidad en un conflicto como el que estaba viviendo Europa[26]. De nuevo las fuentes permiten apreciar la evolución en los planteamientos estratégicos: el que iba de la denuncia de la guerra imperialista a la futura formulación de una nueva alianza interclasista y de carácter nacional contra el nazismo.
En este documento la mayoría evocó su propia experiencia personal y aportó su particular opinión sobre el pasado, pero miembros del Secretariado de la Comintern no habían convocado la reunión para escuchar batallitas o justificaciones a posteriori. Togliatti y Stepanov recondujeron el debate al terreno práctico. El primero criticó las intervenciones anteriores: «Hasta ahora han dado poco los camaradas españoles. Nos interesa explicar la experiencia teniendo en cuenta la situación de hoy». Esta afirmación es clave. La situación en aquellos momentos era la perspectiva del desarrollo de luchas de carácter nacional en alianza con las fuerzas populares, incluida la burguesía patriótica. Stepanov perfiló los temas hacia los cuales debía proyectarse el análisis: ¿Por qué Madrid había luchado mil días y París ni uno solo? Francia tenía un ejército y se rindió; los españoles, por el contrario, «el 18 de julio no tenían armas ni cuadros y han luchado 32 meses». Era necesario hacer hincapié en el carácter de la guerra como popular y de independencia y extraer enseñanzas tanto de la derrota como de la debilidad para organizar el trabajo en la retaguardia del enemigo o en el proceso de formación de las milicias. Liberación nacional, organización de la resistencia y reconstitución de las fuerzas armadas: tales eran los puntos candentes que la Internacional Comunista quería someter a análisis a la luz del caso español. Moscú buscaba petróleo para lo que estaba por venir en el giro patriótico del PC español de 1937-1938.
En estos puntos, la guerra civil española aparecía de nuevo como un cierto ejemplo a emular. El cambio empezó a percibirse a los más altos niveles antes de la ruptura del pacto Molotov-Ribbentrop. El 20 de abril de 1941, Stalin reflexionó acerca de que era preciso que cada partido se dedicara a abordar los problemas concretos de cada situación concreta, que eran diferentes de país a país. La Internacional era una fórmula del pasado. En aquellos momentos los problemas nacionales ganaban predominancia. Al día siguiente Dimitrov dio instrucciones a Togliatti y a Thorez para que empezaran a pensar en cómo podría terminar la IC su actividad rectora de cara a los distintos partidos comunistas nacionales y devolver a estos su autonomía operativa. Poco tiempo después, la Internacional Comunista, fundada en 1919 como partido de la revolución mundial, dejaba de existir.
LA HISTORIA CANÓNICA Y LA FOTO PARA LA POSTERIDAD
El último episodio en el que de nuevo fueron protagonistas la guerra civil y el informe a Stalin se materializó mucho más tarde y en circunstancias completamente diferentes. Se trató de la publicación del canon oficial del PCE sobre el periodo 1936-1939 bajo el título de Guerra y Revolución en España. Su redacción vino precedida de la publicación, en 1960, de la historia oficial del Partido Comunista Español, en aplicación de un mandato del VI Congreso, celebrado en Praga en diciembre de 1959.
La guerra civil continuó siendo para el PCE una especie de «pasado que no pasa». Entre la añoranza de los tiempos en que pudieron asaltarse los cielos y la continuación de una lucha contra la dictadura que buscaba sus raíces legitimadoras en la epopeya de los años treinta, sus dirigentes siguieron periódicamente preguntándose por el pasado a fin de interpretar su presente.
En el verano de 1952 se produjo un debate en el seno del equipo dirigente con motivo de una carta de Pasionaria «sobre el papel del PC en la guerra y sus enseñanzas para el futuro». Intervinieron en ella varios miembros del Buró Político. Se estaba a las puertas de una convulsión en el mundo comunista. La vida de Stalin se encaminaba a su fin mientras arreciaba la amenaza de nuevas purgas. Las últimas, acaecidas durante los últimos cuatro años, habían laminado a buena parte de la generación del interbrigadismo y la resistencia antinazi incorporada a los gobiernos de las democracias populares[27]. En el PCE se llevaban a cabo los movimientos para desplazar a la vieja guardia personificada en Francisco Antón y a Vicente Uribe. Paradójicamente, era una de las supervivientes de esa vieja guardia, Dolores Ibárruri, la que se iba a encargar de procurar su descabalgamiento a beneficio de la nueva generación de dirigentes procedentes de la JSU, encabezada por Santiago Carrillo.
En la carta de Dolores resonaban aún ecos de los balances de los primeros tiempos del enclaustramiento ideológico de la inmediata posguerra. Otro hubiera sido el destino, apuntó, si desde los primeros momentos hubiera habido un gobierno fuerte, con voluntad de victoria, capaz de tomar en sus manos firmemente, sin dudas ni vacilaciones, la dirección de la guerra. Un gobierno que no hubiera cedido
a chamarilerías políticas ni a presiones odiosas, no poniendo en primer lugar las ambiciones del grupo político de su jefe y no levantando tantos obstáculos y barreras a la acción del partido comunista, que era el único partido que desde la dirección hasta el último afiliado estaban dispuestos a luchar y a defender la República y en cuyas filas no penetraban las corrientes capituladoras que minaban el resto de las fuerzas republicanas.
Aparte de lamentarse por lo que pudo ser y no fue, otros dirigentes intentaron encontrar el origen de los problemas que impedían al partido actuar de forma eficaz en el momento presente. Antonio Mije se lamentó del error consistente en no dejar un aparato clandestino del PC en el territorio que el enemigo iba ocupando, como también de no prestar suficiente atención al trabajo político organizado en la retaguardia franquista. Le apoyó en su valoración Ignacio Gallego, que buscó la explicación en la resistencia mental de los comunistas a aceptar la posibilidad de la derrota: «Teníamos la idea infantil de que el fascismo no podría sostenerse en el poder, la idea de que nuestro pueblo no soportaría el yugo fascista, es decir, no teníamos suficientemente en cuenta la situación real que se había creado con la subida de los fascistas al poder».
Estaba, además, el problema de la escasez de militancia en los sectores civiles y de su pobre preparación política. El PCE se volcó en los frentes durante la guerra, y abandonó el trabajo en las fábricas y en los sindicatos. Delicado acabó por remachar la crítica a la penuria teórico-política del activo del partido: el crecimiento durante la guerra a base de una «proporción de obreros agrícolas y campesinos enormemente superior a la de los obreros industriales» habría sido históricamente determinante para que perdurara «esta impreparación política e ideológica, este desconocimiento de lo que es el partido, [que] viene arrastrándose y constituye un gran obstáculo para el desarrollo político y espíritu de partido».
La sociedad española, aunque con lentitud, evolucionaba y ya no era la de 1936-1939. Al mismo tiempo el universo comunista se vio convulsionado por la muerte de Iósif Visariónovich Dzhugashvili y las subsiguientes revelaciones del XX Congreso del PCUS sobre el culto a la personalidad y sus crímenes. Dio comienzo un largo proceso de rehabilitación de numerosas víctimas, entre ellas de gente que, como Marchenko, Koltsov o Berzin, habían estado en España y a su retorno habían perecido en las mazmorras de la Lubianka. El régimen de Franco había sido admitido en la ONU con el voto favorable de la URSS, y los gobiernos de El Pardo y el Kremlin habían anudado ciertos contactos que fructificaron de forma espectacular en, por ejemplo, la repatriación de muchos de los «niños de la guerra» y de los prisioneros de la División Azul.
Por lo demás, era también el tiempo en que el PCE desplegó la línea política de la «reconciliación nacional». En 1956 tuvo lugar el primer gran conflicto universitario, y a comienzos de la década de los años sesenta se reactivó la oposición obrera con la huelga de Asturias y el nacimiento de Comisiones Obreras. La dirección del PCE consideró que era necesario elaborar una historia de lo que entonces se presentó como la «Guerra Nacional Revolucionaria». Se trataba de combatir la propaganda franquista, fijar la genealogía de la futura recuperación democrática y, de manera no confesa, vindicar la política del PCE frente a las corrientes críticas que comenzaban a surgirle a babor al rebufo del cisma chino y del radicalismo de la nueva izquierda antiestalinista.
En la estela de una tradición que se remontaba a los tiempos de la edición de la Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS, se buscó condensar la versión ortodoxa de la biografía del partido como sujeto colectivo en forma de manual para la formación de militantes y cuadros. Sus contenidos debían ayudar «a los militantes y simpatizantes del partido, y en particular a las fuerzas jóvenes que en los últimos tiempos afluyen en buen número a nuestras filas, a comprender más profundamente la teoría y la política del Partido y a prepararse para aplicarlas con acierto en las nuevas situaciones que nos esperan».
El texto fue redactado por una comisión del Comité Central integrada por Dolores Ibárruri, Manuel Azcárate, Luis Balaguer, Antonio Cordón, Irene Falcón y José Sandoval. La Historia sentó las bases de la consagración definitiva del canon comunista, conformando una topografía reconocible en los hitos de un imaginario colectivo bosquejado durante las últimas reuniones de la dirección en las jornadas previas a la derrota. La guerra de España fue, en esta última versión definitiva, una guerra revolucionaria, el resultado de una reacción popular contra el asalto al poder por parte de la oligarquía feudal, la aristocracia terrateniente, el capitalismo monopolista y el ejército de casta, es decir, la reacción española en su versión poliédrica. Fue, también, una guerra nacional, por la independencia, frente a la agresión, primero, y a la invasión después de las potencias del Eje, que codiciaban los recursos nacionales y las inmensas posibilidades de la Península para convertirse en plataforma para nuevas agresiones. La guerra de España fue, por último, la gran causa del internacionalismo, la que movilizó la solidaridad de los trabajadores y de los antifascistas de todo el mundo, en contrapunto al bloqueo criminal que las potencias capitalistas habían impuesto al gobierno legítimo bajo el pretexto de impedir una generalización del conflicto. En esta lucha épica, el PCE apostó por la formación de un bloque plural de fuerzas populares en pos de la creación de una República de nuevo tipo, no socialista pero sí consecuentemente antioligárquica y antimonopolista.
Todos estos axiomas estaban preñados de lecciones sobre la situación política del momento. El mundo de la confrontación bipolar y las necesidades de la lucha contra la dictadura impactaron sobre la lectura del pasado. La definición de la guerra nacional revolucionaria correspondía a las características de las guerras de liberación anticolonial. Bastaba sustituir el sujeto de la agresión imperialista (el Eje por EE. UU., la Legión Cóndor por la base de Torrejón) para obtener un diagnóstico de coyuntura en el que seguían siendo válidas las recetas ensayadas en España (unidad de fuerzas populares, antimonopolismo, antiimperialismo) e indiscutible la procedencia de los apoyos externos: «La conducta de la Unión Soviética en relación con la guerra de España fue una prueba de lo que para los pueblos que luchan por su independencia y su libertad, por el progreso social, significaba y significa la existencia del País Soviético».
No haría falta que Julián Gorkin creyera descubrir en la República en guerra el «primer ensayo de democracia popular»: la Historia del PCE se atribuyó su patente al declarar la experiencia española como «en cierto modo, la precursora de las modernas democracias populares de Europa en la primera fase del desarrollo de estos Estados, con las diferencias derivadas, claro está, de las circunstancias sociales e históricas tan distintas en que una y otras surgieron a la vida». Hechas las salvedades que la España de 1936 no formaba parte de ningún glacis geoestratégico de contención frente a una agresión contra la URSS, que no había Ejército Rojo de ocupación como garante de la toma del poder por los comunistas locales y que no hubo sometimiento del resto de fuerzas políticas a la dirección imprimida por el PCE —premisas inseparables de la constitución de una democracia popular en su acepción ortodoxa—, el aserto solo podía explicarse por el intento del comunismo español de reivindicar un puesto de referencia al lado de los «partidos hermanos» del bloque soviético en un momento en que el movimiento comunista internacional se deslizaba por la pendiente de un nuevo proceso de fragmentación.
Ayuno de una elaboración teórica de peso a lo largo de su historia, el intento del PCE de atribuirse la génesis del concepto de democracia popular tenía un fundamento tan poco consistente como el reconocimiento que, por aquellas fechas, se otorgó —en forma de doctorado honoris causa por la Universidad de Moscú— a Dolores Ibárruri por su «destacado papel en el desarrollo de la teoría marxista revolucionaria»[28].
Durante los años siguientes la comisión que había elaborado la historia del partido prosiguió sus trabajos y fruto de ello fue la publicación de Guerra y Revolución en España. El primer volumen se publicó en 1967. Se necesitaron diez años para que la magna empresa se viera culminada. De la comisión redactora se autoexcluyó Líster por discrepancias con Santiago Carrillo acerca de la orientación que debería darse a la interpretación de la guerra. Modesto, que durante sus últimos años de vida residía en Praga, no fue invitado a formar parte del grupo de trabajo.
La comisión consultó los informes que los cuadros políticos y militares, y los militantes con cierto grado de responsabilidad o protagonismo en los hechos, elevaron al partido en los primeros tiempos del exilio, y que sirvieron de base para la elaboración del informe a Stalin que el autor y Viñas dieron a conocer en El desplome de la República. Probablemente cotejaron una de sus copias limpia de anotaciones coetáneas, como las que José Díaz escribió en tono marcadamente crítico. Dado que Guerra y Revolución pretendía ser la lectura canónica del periodo y consolidar los hitos fundamentales del imaginario comunista, el ruido que habrían introducido los acres comentarios del antiguo secretario general hubiera resultado difícilmente asimilable. En cambio, sí se enriqueció con el aporte del relato de las vivencias de los veteranos del partido, de los protagonistas directos de los hechos y en particular de aquellos que tuvieron una participación directa en los que se desarrollaron durante los últimos momentos de la guerra civil[29].
El resultado final —junto con la publicación de las memorias de Pasionaria o las distintas intervenciones de Santiago Carrillo[30] a lo largo de la siguiente década— fue la consolidación definitiva de las credenciales que el PCE exhibió ante la sociedad española en los años del tardofranquismo y de la transición: las que le acreditaban como el legatario de la épica de la lucha antifascista y como el animador fundamental de la resistencia contra la dictadura, desde sus mismos comienzos y sin solución de continuidad.