3. Del relevo en la dirección al giro frentepopulista (1932-1936)
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Del relevo en la dirección al giro frentepopulista (1932-1936)
EN 1932 TUVO LUGAR la caída de la anterior cúpula dirigente del PCE —integrada por José Bullejos, Manuel Adame, Gabriel León Trilla y Etelvino Vega— y su sustitución, a instancias de la Comintern y de su delegado en España, el argentino Luis Codovilla, por el nuevo núcleo de dirección encabezado por José Díaz[1]. Se produjo un desembarco en el aparato de la organización de toda una hornada de antiguos jóvenes comunistas procedente de la Escuela Leninista, dispuesta a la bolchevización del partido: Jesús Hernández, responsable de Agitación y Propaganda (agitprop); Vicente Uribe, que asumió la dirección de Mundo Obrero; Luis Cabo Giorla, destinado a la secretaría de Madrid; José del Barrio, encargado de la organización y la secretaría política de Cataluña; Sebastián Zapirain, de la organización de Euskadi[2]… Este era, a grandes rasgos, el equipo que dirigiría el partido durante la guerra civil.
Hasta mediados de 1934, el nuevo grupo dirigente siguió aplicando las directrices estratégicas que la Internacional Comunista había prescrito para el denominado tercer periodo —el de la crisis— del capitalismo: la confrontación con el «socialfascismo» y con el «anarquismo pequeño-burgués» en la línea de «clase contra clase». Durante el primer semestre de 1933 el órgano oficial del partido, Mundo Obrero, publicó artículos en los que se trató sobre temas doctrinales[3], sobre la construcción del socialismo en la Unión Soviética[4], o se polemizaba con anarcosindicalistas y socialistas acerca de la unidad de acción por la base o de los análisis sobre la implantación del nazismo en Alemania[5].
En diciembre de 1933 Jesús Hernández y Dolores Ibárruri, Pasionaria, participaron en las sesiones del XIII Plenario del Comité Ejecutivo de la Comintern, en que se analizó la problemática de la expansión del fascismo. Lo más interesante de su aportación fue la identificación del peligro de implantación del fascismo en España con la ofensiva de los grupos monárquicos y agrarios, y la autocrítica de la que se deducía la propia debilidad del partido —a pesar de dar cuenta de la formación de las milicias obreras y campesinas— para acometer en solitario la lucha contra el fascismo sin contar con el Partido Socialista:
En muchos lugares los campesinos nos decían: «Nosotros estamos de acuerdo con vosotros; sabemos que el Partido socialista nos ha traicionado, pero ellos son aún un Partido fuerte y es preciso cerrar el paso al fascismo». Esto evidencia que, pese a nuestros esfuerzos… no hemos logrado despertar toda la confianza y el convencimiento en esos núcleos de trabajadores de que el Partido Comunista es el único que impide los avances del fascismo, que puede satisfacer todas las reivindicaciones de la clase obrera y de los campesinos, mientras que el Partido socialista es, por el contrario, el factor principal que allana el camino al fascismo. Nosotros no hemos logrado esto, a pesar de que estamos en una aguda y enconada situación revolucionaria[6].
En la misma tónica sectaria, los representantes españoles se preocuparon de largar una buena andanada contra los anarquistas («La peor de las enfermedades de la clase obrera española es el anarquismo, que está enraizado seriamente en ella, y especialmente en Cataluña»), a quienes calificaron de demagogos, «putschistas», aventureros, pistoleros y abonadores del terreno para el fascismo.
Pero la evolución de la situación interna del país iba a hacer cambiar muy pronto el panorama de las relaciones entre las distintas corrientes del movimiento obrero organizado. Las fuerzas de derecha —la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), del abogado Gil Robles, y el Partido Republicano Radical (PRR) del viejo Alejandro Lerroux— obtuvieron la mayoría en las elecciones del 19 de noviembre de 1933. La izquierda, que se presentó a ellas dividida, cosechó una rotunda derrota. Dos de los principales dirigentes comunistas, Jesús Hernández y Dolores Ibárruri, buscaron fortuna concurriendo por una circunscripción con una fuerte componente proletaria en su composición social, Asturias, obteniendo, respectivamente, 17 399 y 17 954 votos (el 6,35 y el 6,55 por 100 de los sufragios emitidos)[7]. A nivel nacional, los comunistas presentaron 188 candidatos en 40 provincias. Los sufragios obtenidos por el PCE no superaron el 1,2 por 100 de los votos totales emitidos, a pesar de lo cual consiguieron su primer diputado de los 474 que componían la cámara. Este escaño fue el del doctor Cayetano Bolívar, candidato por Málaga, elegido en segunda vuelta[8].
Aunque la CEDA no se integró de momento en el nuevo gobierno, que quedó a cargo de los radicales, en minoría, la consolidación como primera fuerza de un partido católico, que apenas ocultaba su reticencia hacia el sistema republicano y que no tenía empacho en manifestar su admiración por el corporativismo antiparlamentario, encendió las alarmas de los partidos de la izquierda, que temieron una reedición del proceso que en Alemania les había arrastrado a la clandestinidad y a los campos de concentración. En particular, el Partido Socialista, encabezado por Largo Caballero, juzgó llegada la hora de prepararse para pasar a la ofensiva en el caso de que se produjera la entrada de la CEDA en el gabinete. A tal fin, impulsó las Alianzas Obreras, con el fin de agrupar a las fuerzas políticas y sindicales de izquierda con el objetivo de preparar la huelga general revolucionaria cuando la ocasión se presentase[9].
Desde el centro de dirección del movimiento comunista mundial también se emitieron señales de alerta y directrices de preparación. El 14 de enero de 1934 las antenas de los servicios secretos británicos descifraron un mensaje emitido desde Moscú para España[10], en el que se instaba al Partido Comunista a iniciar de inmediato una campaña para la creación en todas las fábricas y poblaciones de comités de Frente Único contra la reacción y el peligro fascista. Al mismo tiempo, el PC debía dirigirse a las direcciones locales de las organizaciones, sindicatos, Partido Socialista, UGT, CNT, sindicatos autónomos y, en general, a todos los trabajadores, organizados o no, a fin de instar la elección de estos comités, organizar acciones y manifestaciones reivindicando la reapertura de los sindicatos clausurados, y reivindicar, en mezcolanza algo abigarrada, la libertad para la prensa obrera, el desarme y disolución de las bandas fascistas, la derogación de la Ley de Orden Público, la disolución de los jesuitas y la confiscación de todos sus bienes[11]. Pocos días después, por la misma vía, llegaron directrices para apoyar con toda la intensidad posible la campaña del Socorro Rojo Internacional contra la extensión del terror y el peligro de guerra[12].
Los acontecimientos de Austria, con el brutal aplastamiento de la municipalidad socialista de Viena por las fuerzas del gobierno derechista de Dollfus —un homólogo de Gil Robles y su CEDA— entre el 12 y el 16 de febrero, alarmaron a las fuerzas de izquierda. Moscú giró orden a los partidos comunistas de que organizaran demostraciones de masas en solidaridad con los obreros vieneses, campañas de prensa contra el fascismo austríaco y por el acogimiento de huérfanos de la represión[13].
EL CAMINO DE OCTUBRE
La primera mitad de 1934 se desarrolló, como recordó el dirigente comunista Jacques Duclos —que intervino en diversas ocasiones en tareas cerca del PCE— en medio de grandes luchas en las que se mezclaron en un mismo torrente la acción reivindicativa de los trabajadores, el movimiento campesino y el nacionalismo democrático. Comenzó con la huelga del 19 de febrero convocada en solidaridad con los obreros austríacos, y continuó con el paro del 17 de abril contra el terrorismo fascista, la movilización contra la concentración de la CEDA en El Escorial, la gran huelga campesina del verano, que afectó a las faenas de recolección, y la de más de 200 000 obreros de Madrid, movilizaciones a las que se sumaron los labradores catalanes el 8 de septiembre en protesta por la anulación a nivel central de la Ley de Contrato y Cultivo aprobada por el parlamento autónomo. 1934 fue también el año de los primeros grandes mítines unitarios de las juventudes socialistas y comunistas, y de las impresionantes manifestaciones de repudio a los asesinatos, a manos de pistoleros falangistas, de la joven socialista Juanita Rico y del comunista Joaquín de Grado; el año de la primera gran movilización de mujeres contra el plan gubernamental de movilización de reservistas, y de las acciones contra la concentración fascista de Covadonga[14].
Los llamamientos a unidad de acción, sin embargo, apenas se tradujeron en resultados, dado que aún se razonaba en términos de frente único por la base, la línea sectaria que tanto había contribuido a alejar al PCE del resto de las organizaciones del movimiento obrero. Todavía el 2 de agosto Mundo Obrero explicó la negativa comunista a ingresar en las Alianzas Obreras por considerarlas órganos estériles si a lo único que se dedicaban era simplemente a esperar el supuesto momento adecuado para actuar, sin plantearse seriamente el asalto al poder. Para los comunistas, las Alianzas debían ser la trasposición de los soviets al contexto español: no debían servir para otorgar el poder en exclusiva al Partido Socialista, sino para erigirse en órganos de un poder de nuevo tipo, el del gobierno de los obreros, campesinos y soldados[15]. Los días 6 y 9 el órgano comunista lamentó que todo el espíritu unitario socialista se redujera a invitar a las demás fuerzas a entrar en las Alianzas ya constituidas. Denunció también la contradicción entre el uso de un lenguaje radical y la parálisis conspirativa por parte de los líderes socialistas:
El objetivo de toda revolución es la toma del Poder. Pues bien, llegar a ese fin es lo preciso. No decir a grandes voces queremos esto, sino marchar a tomarlo, diciendo cómo y de qué manera. Hasta hoy solo voces y encendidas promesas han hecho los jefes socialistas, y a cada zarpazo de la reacción, recrudecen las amenazas. Amagan, pero no dan. Y no solamente no dan, sino que impiden que se dé, so pretexto de que «se gastan energías»[16].
Las líneas argumentales del discurso comunista se inspiraban en los contenidos de un artículo publicado por la revista teórica del PC francés —que, como se ha señalado ya, ejerció durante este tiempo un papel tutelar—. En «Les problèmes de la révolution espagnole», aparecido en el número 19 de Cahiers de Bolchevisme, se manifestaron las reticencias hacia Caballero y su supuesta orientación izquierdista, en consonancia con la desconfianza mantenida aún hacia los líderes de la socialdemocracia. Se ponía en duda tanto su caracterización como el «Lenin español» —el dirigente bolchevique, al contrario que Caballero, nunca habría sido consejero de Estado con el zarismo, o ministro de Kerenski— como su incapacidad para valorar la utilidad de las luchas parciales o la necesidad de atraerse al campesinado al campo de la revolución[17].
Sin embargo, un mes más tarde, el 14 de septiembre, dando un giro a sus anteriores posiciones, el Pleno del Comité Central de los comunistas tendió puentes hacia la CNT y el PSOE, aprobando el ingreso del PCE en las Alianzas Obreras. El secretario del partido, José Díaz, lo justificó afirmando: «Cuando los bolcheviques estaban en minoría en los soviets, supieron conquistar la mayoría. Es lo que haremos en las Alianzas Obreras»[18]. Es indudable que la Comintern había valorado el riesgo de que el PCE se quedase aislado ante la marcha de los acontecimientos.
El 15 de septiembre, en el marco de una concentración ante las milicias juveniles socialistas y comunistas, Jesús Hernández señaló por primera vez la que sería línea maestra de actuación durante los próximos tiempos, la unidad de las fuerzas marxistas en una sola central sindical y en un partido único del proletariado:
Ahora que vemos al Partido y a la Juventud Socialista que se orientan por el camino de la Revolución, después de comprender sus errores pasados, nuestro Comité Central ha planteado la cuestión de que el Ejército de la revolución necesita una sola dirección, que el proletariado necesita un solo partido dirigente, que hay que caminar, ir con noble intención y decidido propósito a dar a la clase obrera un solo mando, un solo partido[19].
Poco menos de una semana antes, el PCE había recibido de Moscú el plácet para dirigir una carta abierta a la organización de las Juventudes Socialistas proponiéndoles la unificación sobre las bases de la Internacional Juvenil Comunista (IJC), o en última instancia, en el Frente Único en la lucha contra la reacción y por las reivindicaciones de la juventud, plataforma de la que quedarían incondicionalmente excluidos los seguidores del trotskismo. Si esta propuesta fuera rechazada se podría trabajar para conseguir el Frente Único de la juventud en las organizaciones locales[20]. La invitación contenía elementos que combinaban lo viejo y lo nuevo —junto con la feroz exclusión de cualquier forma de transigencia con el trotskismo que se acentuaría en los años inmediatamente posteriores—: la pulsión por conseguir la unidad con los socialistas aun sin contar con el acuerdo de su dirección, propio de la línea del frente único por la base, con la novedosa posibilidad de renunciar a condiciones hasta entonces inexcusables —la ruptura inmediata con la organización ligada a la Internacional Obrera y la adhesión a la correspondiente de la Comintern— con tal de avanzar en el proceso unitario. Se abría por primera vez la posibilidad de llegar a una entente con el hasta entonces rival «socialfascista», y para ello era vital alejarlo primero de toda veleidad con el considerado por los comunistas principal enemigo dentro del campo proletario, el trotskismo[21].
El 18 de septiembre se advirtió al PCE de la tarea perentoria de dirigir un manifiesto a los trabajadores, el PSOE, la UGT, la CNT, la FAI y la CGTU, además de a los sindicatos autónomos explicando la gravedad del momento y llamando a la formación de alianzas obreras en todas las fábricas y localidades. Estas alianzas deberían adoptar un programa de lucha contra el fascismo, el capitalismo y los terratenientes, por la toma de la tierra y la formación de comités de obreros, campesinos y soldados. Esta sería la auténtica preparación para la conquista del poder, sin cuya preparación la victoria no podía ser garantizada. Asimismo, las alianzas deberían dar publicidad a su programa y comprometerse a realizarlo en cuanto tomaran el poder. Dicho programa consistiría, entre otros objetivos, en la expropiación de los latifundistas y de la Iglesia, en el desarme de las fuerzas contrarrevolucionarias y en el armamento de los trabajadores y los campesinos[22].
En vísperas de los hechos de octubre se intentaron movimientos de acercamiento a Largo Caballero, al que se requirió para mantener encuentros con representantes del Comité Central o de la Comintern, si no en Moscú, en cualquier otro lugar del extranjero que él determinara[23].
El anuncio de la entrada de la CEDA en el gobierno, la noche del 3 de octubre de 1934, desencadenó el movimiento de respuesta de la Alianza Obrera. Bajo la consigna «¡Antes Viena que Berlín!», la izquierda socialista y comunista se lanzó a la huelga general, fracasada casi de inmediato en todo el territorio nacional, a excepción de Asturias, donde prendió durante tres semanas una insurrección que adquirió tintes revolucionarios[24].
Durante estas jornadas apenas hay constancia disponible de los mensajes cruzados con Moscú por parte de la dirección comunista española, pero es muy revelador que desde el corazón de la Comintern las directrices emanadas para su sección española planteasen medidas tan radicales como «extender la huelga general y la lucha armada de los trabajadores» junto con buscar la aproximación con los republicanos burgueses («la Izquierda Republicana de Azaña y la izquierda catalana [ERC]»). Y todo ello con el objetivo de derrocar el gobierno Lerroux, la inmediata disolución de las Cortes, la convocatoria de nuevas elecciones y la celebración de un referéndum para la confiscación de la tierra de los latifundistas[25]. Se mezclaban, de esta forma, una táctica que no dudaba en recurrir a métodos insurreccionales en pos de una estrategia cuyos objetivos se planteaban en términos de consolidación de una nueva mayoría parlamentaria y en reformas sociales plebiscitadas. Como corroboró en sus memorias Vicente Uribe, «la opinión que prevalecía entonces entre los camaradas era que… con la huelga general y algunos actos de violencia, el gobierno Lerroux retrocedería y Alcalá Zamora llamaría a Caballero a formar gobierno»[26]. Es probable que tal modestia de objetivos tuviese que ver con un cierto tipo de división internacional del trabajo por parte de la Comintern, que no asignaba empresas arriesgadas a partidos de los que, por su tamaño o capacidad de influencia, no esperaba resultados espectaculares[27].
A medida que avanzaban los días y se evidenciaba la derrota de las organizaciones obreras, el secretariado de la IC apenas pudo hacer nada más que repetir los consabidos llamamientos a la solidaridad para organizar mítines y manifestaciones en defensa de los obreros y campesinos españoles, al tiempo que dirigía un llamamiento a la Segunda Internacional en idéntico sentido[28].
Como es conocido, el resultado de las jornadas de octubre fue una derrota sin paliativos para la izquierda que, salvo en Asturias —donde llegaron a crearse verdaderos órganos de poder revolucionario—, mostró imprevisión en el planeamiento, vacilación en la ejecución e incapacidad para arrastrar al movimiento a la mayor parte de la clase trabajadora organizada[29]. Una buena parte de la cúpula dirigente de los sindicatos y de los partidos proletarios ingresó en prisión, y la prensa —entre ella, Mundo Obrero— fue clausurada. En la confusión de la derrota se llegó a especular con la muerte de Pasionaria mientras cubría la retirada de los revolucionarios de Oviedo[30].
Octubre del 34 trajo consigo consecuencias que trascendieron al fracaso y a la represión subsiguiente. Uribe se entrevistó en la cárcel con Caballero, por intermediación de Álvarez del Vayo, para plantearle, entre otros asuntos, la oportunidad de que convirtiera las sesiones de su proceso en un acta de acusación contra el tribunal y el gobierno, al estilo de lo que había hecho Dimitrov en Leipzig. El líder socialista, amparándose en un sometimiento a la voluntad de su organización, persistió en negar toda participación personal y toda responsabilidad en el movimiento. Uribe piafaba ante esta respuesta:
Con esto se llegaba a la peregrina situación de que el máximo responsable del movimiento aparecía ente las masas como una inocente paloma que no conocía nada ni se había enterado de nada. Muchos obreros fueron a la huelga impulsados por Caballero; en ella dejaron la vida unos y perdieron la libertad otros, pero a la hora de asumir la responsabilidad [los socialistas] la rehusaron poco elegantemente.
Con bastante menos que perder, el PCE reivindicó abiertamente la responsabilidad del movimiento insurreccional, cobrando una presencia política en el terreno que le dejó expedito la retracción de los dirigentes socialistas. A pesar de la represión policial y de la posibilidad de incurrir en la última pena para sus máximos dirigentes, los comunistas desarrollaron una amplia campaña de solidaridad con los perseguidos, presos y represaliados, acompañada de una activa propaganda en el interior y en el extranjero[31].
Fracasó el intento de que Caballero capitalizara la vindicación de Octubre, pero se abrieron cauces de interlocución entre socialistas y comunistas que apuntaban a un nuevo tipo de relación entre ambos. Es probable que Bolloten hubiera entrado en éxtasis de saber que la dirección española solicitó de Moscú que André Marty colaborara con Vayo y Margarita Nelken (¡dos de sus demonios familiares!) en la elaboración del programa de una plataforma de la oposición caballerista dentro del PSOE[32]. Lástima que, por entonces, Largo estuviese pensando más en términos de servirse de los comunistas para derrotar a sus oponentes en su propio partido que en servir a aquellos en su labor de fagocitosis del espectro político de la izquierda. Si por entonces alguien pensaba en absorber a alguien, no era precisamente el sector del PSOE que lideraba Caballero quien tuviera previsto convertirse en presa.
En todo caso, las enseñanzas del episodio, junto a las extraídas de otras recientes experiencias europeas —el aplastamiento de la insurrección de Viena, la amenaza de las ligas de extrema derecha en Francia—, abrieron el camino a la formulación de una nueva estrategia unitaria, materializada en el abandono de la línea del tercer periodo, en los procesos de acercamiento de sindicatos y partidos obreros y en la postulación de los frentes populares antifascistas[33].
EL GIRO HACIA EL FRENTE POPULAR
En agosto de 1935 se celebró en Moscú el VII Congreso de la Internacional Comunista. Jesús Hernández figuraba como segundo responsable oficial de la delegación española, tras José Díaz. Fue en esta ocasión cuando utilizó por primera vez el seudónimo «Juan Ventura», con el que firmaría posteriormente sus artículos periodísticos.
Hernández intervino en la sesión celebrada la mañana del 8 de agosto, y con su discurso aportó la visión española del frentepopulismo a la luz de las enseñanzas de los acontecimientos asturianos de octubre de 1934[34]. Comenzó haciéndose eco del informe presentado por Dimitrov, en el que se había planteado el giro hacia la política de frentes populares antifascistas. Hernández lo consideró plenamente ajustado a la situación planteada por las experiencias francesa —el intento de asalto a la Asamblea Nacional de las ligas fascistas y de excombatientes— y española del año anterior[35].
Pasó después a analizar los hechos de Asturias como la expresión de la línea de conformación del frente único y la superación histórica, por parte del movimiento obrero español, de los clásicos e ineficaces métodos insurreccionales del anarquismo. En Asturias se había dado la combinación de una insurrección popular de masas contra el fascismo, y un intento de asalto al poder. Ello fue posible por la superación de las diferencias históricas que habían mantenido separadas entre sí a las masas socialistas y comunistas, lo que Hernández consideraba un mérito exclusivo de su partido y de la política de frente único, tras años de predicar la unidad en el desierto mientras avanzaba imparable la reacción nazifascista y clerical.
Tras la derrota de octubre, el PCE lanzó un llamamiento a la unidad y al agrupamiento de fuerzas al Partido Socialista, a los obreros anarquistas, a la CNT, UGT, sindicatos autónomos y todas las organizaciones proletarias, al tiempo que desarrolló una gran actividad tendente a la creación de un frente popular antifascista que abarcara desde los sectores del republicanismo de izquierda, a gran parte de la intelectualidad antifascista. Todo ello unido al impulso de los comités contra la guerra y el fascismo, en los cuales se enrolaron gran número de mujeres, y de los comités proamnistía de los represaliados y presos de Asturias.
No podía faltar, como mandaban los cánones, alguna reflexión de carácter autocrítico. Hernández reconoció que el PCE no había sabido ser lo suficientemente flexible (quizás debería haber dicho menos sectario) para haber cedido en su política de frente único en las elecciones de 1933, «cuando la reacción formó un bloque único para dar la batalla a las fuerzas democráticas y revolucionarias», a fin de haber posibilitado la formación de las candidaturas comunes de socialistas y comunistas como las que en Málaga llevó a las cortes al doctor Cayetano Bolívar. Pasada esta fecha volvió a incurrirse de hecho en el sectarismo, a pesar de que el lenguaje se fue suavizando en la forma. Por ello, en conclusión, resultaba tan interesante para los comunistas españoles el planteamiento del «Gobierno de frente único o Gobierno Popular antifascista» realizado por el VII Congreso de la Comintern. Era como si, en cierta medida, el PCE hubiera sido un adelantado en la praxis política que condujo a su formulación. Autorizado por tales precedentes, Jesús Hernández culminó su informe dirigiéndose públicamente
a Largo Caballero y a sus amigos, [manifestando] que estamos dispuestos a trabajar, junto con ellos, para crear el frente único, para lograr la unificación en el frente sindical, para marchar hacia el Partido único revolucionario del proletariado, para derrocar la dominación burguesa e instaurar el Poder de los obreros y campesinos en España. Declaro que tendemos fraternalmente la mano a todos los obreros socialistas y anarquistas, a todas las organizaciones sindicales de la clase obrera para lograr esa finalidad común revolucionaria, y para ahorrar a nuestro proletariado la sangrienta experiencia del fascismo, la vergüenza de los campos de concentración y del patíbulo. Lo mismo decimos a nuestros camaradas anarquistas.
El subrayado, mío, demuestra que a Hernández le resultaba aún dificultoso comprender la verdadera naturaleza de la política frentepopulista, de contención del fascismo y sostenimiento de las democracias burguesas frente a la amenaza expansionista nazi, que habría de aplicar a instancias de la IC. Lo que sí se llevó a la práctica en los meses subsiguientes fueron algunas de las conclusiones recogidas en el informe ante el plenario de la Comintern:
Realizar sobre la base de este frente único proletario la unidad de todos los antifascistas, creando y reforzando el Frente Popular Antifascista, que, apoyado en los objetivos comunes a todos, pueda ser la base de la formación del Gobierno popular antifascista… En el terreno sindical, marchar audazmente —venciendo el sectarismo— hacia la fusión de los Sindicatos paralelos en cada localidad, hacia la creación de un solo Sindicato por industria y una sola central sindical de lucha de clases… Al mismo tiempo, colocar en lugar preeminente el problema de la creación de un solo Partido revolucionario del proletariado, venciendo los últimos escrúpulos de los valientes obreros socialistas y de los luchadores de octubre, yendo hacia la unidad orgánica con aquellas indispensables y mínimas garantías de los principios revolucionarios. Y en lo que concierne a nuestras Juventudes y a las Juventudes Socialistas, debemos caminar con paso de gigante para fundirlas en una organización que abarque en su seno a toda la juventud antifascista. Tal debe ser nuestra perspectiva actual en España.
En el momento en que Hernández enunció estos objetivos, su consecución parecía condenada a seguir el camino recorrido por las distintas formulaciones de los frentes únicos, ya fuera por la base o por la cúpula: el que terminaba en la esterilidad que caracteriza a las posiciones políticas defendidas por organizaciones testimoniales. Sin embargo, los movimientos estratégicos que en aquel contexto estaban desarrollando republicanos de izquierda y socialistas, junto con las demandas generadas en un amplio espectro de la izquierda social —desde los que se proponían recuperar la «República del 14 de abril» a los que se movilizaban en pos de la amnistía para los presos de Asturias—, iban a situar la conformación de un programa común y su consecuente plasmación en una candidatura unitaria en el centro del debate. Y aunque su diseño y contenidos no fueran plenamente coincidentes con lo que los comunistas habían pensado que debía ser un Frente Popular, llegaron para acomodarse lo mejor posible a la nueva situación. Mucho más que impulsar la nueva estrategia, se puede decir que fue esta la que llegó al encuentro de los comunistas. Que su capacidad para aprovechar la oportunidad deviniera, a la postre, en la obtención de ventajas organizativas tuvo que ver con su capacidad de adecuación y respuesta a las nuevas y dramáticas circunstancias que cabalgaban a lomos de la esperanza popular y la crispación política durante los meses que precedieron a la sublevación militar.