11. La implantación territorial del PCE

11

La implantación territorial del PCE

EL REPARTO TERRITORIAL DE los efectivos comunistas fue tan irregular como desigual era el desarrollo económico y social de las diversas regiones españolas y las experiencias políticas de sus habitantes en el primer tercio del siglo XX Conocemos la distribución geográfica de la militancia antes de la guerra gracias el estudio realizado por Cruz:

Tabla 6.

Agrupando los datos por conjuntos regionales homogéneos destacaba como organización más importante la andaluza, a mucha distancia de las demás, constituyendo casi un tercio del total. Junto a la de Extremadura representaba el 40,8 por 100 a nivel nacional, lo que señala que existía ya antes de la contienda una importante presencia del PC en las regiones latifundistas con un importante contingente de proletariado agrícola, especialmente tras las grandes movilizaciones de braceros del verano de 1933 y de la primavera de 1936.

Pero sin duda el núcleo más importante del comunismo meridional radicó en este periodo en Sevilla capital, donde la constitución de un fuerte núcleo organizativo fue consecuencia de la adhesión de la Federación Local sevillana de la CNT a la línea comunista bajo la dictadura de Primo de Rivera. Dirigentes como José Díaz, Saturnino Barneto, Manuel Delicado o Antonio Mije ingresaron en el PCE llevándose consigo las importantes organizaciones anarcosindicalistas que controlaban: obreros del puerto, metalúrgicos, cigarreros, aceituneros, ferroviarios, camareros y tipógrafos[1]. El advenimiento de la República no hizo sino incrementar el poderío comunista en la capital hispalense, donde los niveles de sindicación alcanzaron altísimas cotas y la conflictividad huelguística contribuyó a la formación del mito de «Sevilla la roja» o el «Leningrado español»[2].

Fue en Sevilla donde tuvo lugar la primera gran aparición del PC en la agitada situación sociopolítica que marcó los inicios de la República, liderando la huelga general del 9 al 13 de junio de 1931. Aunque se saldó con una estrepitosa y sangrienta derrota —durante su transcurso se aplicó la ley de fugas en el Parque de María Luisa a cuatro afiliados detenidos, y a su finalización fue derribada a cañonazos, por orden del general Ruiz Trillo, la Casa Cornelio, considerada el cuartel general del comunismo sevillano—, la huelga general contribuyó a visibilizar al PC y a su dirección andaluza, muy pronto llamada a ocupar puestos relevantes en la organización nacional[3]. Tampoco es casualidad que fuese en una provincia andaluza, Málaga, donde fuera elegido en 1933 el primer diputado comunista español, el médico Cayetano Bolívar, en el marco de una alianza electoral precursora en dos años al giro cominteriano hacia los frentes populares[4].

La franja norte de la Península estaba representada en un 18,2 por 100, si bien de forma desigual: el mayor peso lo ostentaba Asturias, seguida de Galicia, Euskadi y, a mucha distancia, Cantabria. No en balde el norte había sido el principal bastión de la organización comunista desde sus orígenes y, junto al núcleo sevillano, su principal vivero de dirigentes (Dolores Ibárruri, Vicente Uribe, Jesús Hernández, Leandro Carro). Los comunistas controlaron durante mucho tiempo buena parte de las federaciones adheridas a la Casa del Pueblo de Bilbao, y con la República ejercieron gran incidencia sobre la Federación Local de San Sebastián y el sindicato del hierro vizcaíno[5], pero sobre todo gozaron de la gran incidencia en el ámbito público del activismo de las Juventudes[6].

En Asturias, los comunistas, que habían sido casi hegemónicos durante el proceso de escisión tercerista, extendían su influencia a lo largo del eje Gijón-Mieres, es decir, del centro de actividad portuaria a la cuenca minera. Precisamente fue la presencia de este sector la que garantizó una gran relevancia al partido a través del control de Sindicato Único de Mineros (SUM), uno de los bastiones de la organización sindical comunista, la Confederación General del Trabajo Unitaria (CGTU)[7]. En Galicia se experimentó un significativo incremento de la organización tras el desarrollo de las grandes movilizaciones laborales impulsadas por los grupos sindicales comunistas en los astilleros de Ferrol, en el ferrocarril en Orense y en las industrias conserveras de Vigo[8].

Levante agrupaba el 13,3 por 100 de la militancia. Siendo un terreno menos abonado que otro para la difusión de las ideas comunistas, debido a la generalización de la pequeña propiedad terrateniente y a un mayor nivel de vida de la población campesina dedicada a la agricultura intensiva, algunos observadores detectaron durante el periodo republicano cierta penetración del PC en zonas densamente pobladas que contaban con un sector industrial en desarrollo (Buñol, Elda), lo que se tradujo en el impulso de pujantes movimientos huelguísticos y ocupaciones de fábricas[9].

Las dos Castillas aportaban el 9,6 por 100, teniendo que diferenciar entre la Nueva, más próxima a las características de las regiones meridionales en cuanto a problemática agraria, y la Vieja, en cuyo porcentaje influyó la irradiación de la minería leonesa-palentina y el núcleo ferroviario e industrial de Valladolid. Un ejemplo de situación que potenciaba el incremento del atractivo por el comunismo es el de la Villa de Don Fadrique (Toledo), donde al activismo de un significado grupo de comunistas locales se unió la existencia de una «clase patronal [que] al mismo tiempo era de las más cerriles». Los conflictos planteados en esta situación se vieron, con harta frecuencia, abocados a la violencia[10], y la esterilidad del recurso a la interlocución por la actitud de los patronos fortaleció las opciones radicales frente al reformismo socialista impulsado desde el Ministerio de Trabajo. Toledo fue una de las provincias donde el PCE consiguió crear una base destacada antes de la guerra, con cuarenta radios locales y un número de militantes que colocó a la provincia en un lugar destacado, tras plazas reputadas de raigambre revolucionaria como Córdoba, Asturias, Sevilla, Málaga, Madrid o Vizcaya[11].

A pesar de ser las dos áreas más importantes del país, Madrid y Cataluña acusaron los vaivenes de las luchas intestinas en el partido durante los primeros años de la República. Madrid contaba con un escaso 7,5 por 100 del total de la militancia. El informe del Comité Central al IV Congreso del partido, celebrado en marzo de 1932, imputó al deficiente trabajo de la dirección encabezada por Bullejos el declive de la organización madrileña que, habiendo duplicado sus efectivos desde abril de 1931, experimentó un acusado estancamiento por efecto del abandono y la ausencia de una eficaz política de encuadramiento[12]. En Cataluña solo se contaba con el 4,2 por 100 de la fuerza partidaria, acusándose el peso de la pérdida de la Federación Catalano-Balear tras la escisión maurinista. Por último, el PCE quedaba relegado a un lugar marginal en ambos archipiélagos y en un Aragón cuya capital, Zaragoza, estaba hegemonizada por el anarcosindicalismo[13].

De todo ello se concluye que, antes de la guerra civil, el Partido Comunista exhibía mayor músculo militante en las regiones meridionales, donde había logrado raigambre organizativa en el ámbito sindical o suscitar expectativas de transformación revolucionaria entre el proletariado agrícola; en el norte-noroeste, con la implantación entre los trabajadores de la minería y la siderurgia; y entre el proletariado de las pequeñas industrias locales de Levante. Su presencia era considerablemente menor, e incluso inapreciable, en las zonas con una pujante industria ligera y un importante sector terciario (Madrid y Cataluña) y, sobre todo, donde se concurría por el espacio de la izquierda con un Partido Socialista cohesionado y todavía hegemónico, y un anarcosindicalismo potente y activo[14]. Mientras esas circunstancias no cambiaron, el PCE se vio confinado a una posición testimonial.

CAMBIOS EN TIEMPOS DE GUERRA

La guerra vino a transformar significativamente la distribución territorial de la afiliación comunista (tabla 7 y mapa 1). La pérdida de importantes bases territoriales en Andalucía y Extremadura, por una parte, y en Galicia, por otra, contribuyó a la concentración de la militancia por efecto del desplazamiento en busca de refugio en las zonas leales más próximas (Málaga, Asturias). Las evacuaciones y los fenómenos paralelos de la movilización general para la defensa de la capital republicana y el traslado de la administración gubernamental a Valencia densificaron la militancia en las provincias del centro y Levante. La atracción por un partido joven y decidido que se ponía a la cabeza de la movilización política y militar, la búsqueda de amparo o de refugio frente a las expresiones más radicales de la revolución, el desvanecimiento o la disolución de las viejas fuerzas republicanas, la parálisis y las viejas inercias del Partido Socialista, las adhesiones «en socorro del vencedor» o de simpatía por quien en ese momento era percibida como la organización más potente y capaz de llevar a buen término el esfuerzo de la guerra en la zona republicana hicieron el resto.

Tabla 7.

Mapa 1. Distribución geográfica de la militancia del PCE, por provincias (1937).

A continuación se aborda el análisis de las organizaciones regionales del PCE en la España leal, con una salvedad, la relativa a aquellos lugares donde la actividad desarrollada, el protagonismo de sus militantes y dirigentes, y las circunstancias de la guerra condujeron a estas organizaciones a adquirir rasgos propios: Madrid, Valencia y Cataluña. De las dos primeras se hablará a lo largo de todo el trabajo dado que por radicar en ellas los órganos de dirección se convirtieron en una metonimia del Partido Comunista a escala nacional, al menos en el plano superestructural. Sobre Cataluña existen excelentes trabajos que, en los últimos años, han proporcionado al PSUC una excelente historiografía propia, y a ella me remito[15]. Solo trataré algunos aspectos del PSUC en lo que atañe a las zonas de contacto con el PCE, no siempre compartidas de manera cordial a lo largo de la guerra[16].

EL NORTE

En el Norte y al comienzo de la guerra los comunistas trabajaron de manera independiente en Vizcaya, Santander y Asturias. Posteriormente, el 26 de junio de 1937 fue organizado el Buró del Norte, que funcionó como una suerte de Comité Central para toda la zona[17].

Los orígenes del PC en el País Vasco se remontaban a marzo de 1934, cuando se planteó la transformación de la Federación Vasco-Navarra del PCE en el PC de Euskadi. El congreso constituyente se celebró en Bilbao a principios de junio de 1935[18]. Tenía entonces 800 miembros. El 18 de julio contaba con 4000; en octubre su número ascendió a 7500-8000; y en febrero de 1937 alcanzó los 12 000[19]. Su órgano de expresión era el periódico Euskadi Roja, que en marzo de 1937 tiraba entre 45 000 y 48 000 ejemplares diarios. El secretario general del partido, Astigarrabía, desempeñaba la cartera de Obras Públicas en el gobierno vasco.

Partidarios y adversarios de los comunistas vascos creyeron apreciar en su línea política tendencias autóctonas y concomitancias con los nacionalistas vascos, con los que, según algunos, estaban entrando en competencia por atraerse prosélitos entre los campesinos y obreros del PNV[20]. La creencia en esa tendencia y la búsqueda de responsabilidades por la caída del Norte llevó a un proceso de depuración del PC de Euskadi que se llevó a cabo en dos fases. La primera vez fue ante el Buró Político en Valencia el 19 de julio de 1937. Allí, Astigarrabía y Jesús Larrañaga hicieron autocrítica según el modelo estaliniano. Sobre Astigarrabía pesaba negativamente su enfrentamiento con Codovilla y Goriev[21]. Koltsov le retrató como un dictador, falto de talento, que dirigía el partido de forma personalista y desacertada. Por fin, en el Pleno del Comité Central del PCE celebrado en Valencia en noviembre de 1937, se acusó a Astigarrabía de no hacer una política independiente del gobierno vasco y del PNV. Siguiendo los argumentos expuestos por Ángel Álvarez, «Angelín»[22], miembro del Comité Central, se criticó con dureza la actuación del partido en todo el norte, su sectarismo, su incapacidad para superar el aislamiento y el alineamiento, en el caso de Euskadi, con el gobierno autónomo y su «defensa de los intereses de los capitalistas vascos». Se acusó a Astigarrabía, sin fundamento, de «nacionalista». Al final le cayeron encima todas la imputaciones del manual del momento (fraccionalismo, lucha contra la IC y la URSS y trotskismo) y se acordó su expulsión[23].

Después de la pérdida de sus bases naturales, la actividad política del PC de Euskadi quedó reducida a la convocatoria esporádica de conferencias de activistas en Barcelona. La primera de ellas se reunió los días 12 y 13 de diciembre de 1937 para hacer balance sobre las causas de la derrota y aprobar por unanimidad la expulsión de Astigarrabía[24]. En una deriva que les iba a enfrentar con el resto de las fuerzas republicanas, los comunistas vascos, y en particular Larrañaga, cometieron el error de imputar a sus aliados errores gravísimos. Larrañaga intervino en un mitin en Villaverde Trucíos (Santander), en el que criticó duramente tanto al gobierno vasco como a las autoridades de Santander y Asturias. Gonzalo Nárdiz, consejero de Agricultura del gobierno vasco por ANV, afirmó que «Larrañaga responsabilizó al gobierno vasco de abandonar Bilbao y de haber dejado en pie las industrias de guerra, acusaciones que en aquellos momentos suponían casi incitar a la vindicta a cualquier fanático»[25]. En represalia por esas críticas se prohibió la difusión de Euskadi Roja en Santander y Larrañaga fue destituido por Prieto de su puesto de comisario del XIV Cuerpo de Ejército.

En Asturias el partido contaba con 10 000 afiliados. A pesar de la tradición de lucha obrera de la región, la dirección mostraba muchas deficiencias en su trabajo. Los comunistas asturianos quedaron en medio de una pinza formada por los anarquistas y los socialistas. Al principio, un comunista desempeñaba la Consejería de Guerra en el gobierno interprovincial, pero más tarde, los socialistas les despojaron de este cargo, que pasó al propio gobernador, Belarmino Tomás, provocando las protestas del PC, cuyo papel quedó muy disminuido en el desarrollo de la vida política de la provincia[26].

En Santander fue tras la victoria del Frente Popular cuando comenzaron a afluir de manera lenta pero constante nuevos afiliados al PCE, hasta alcanzar la cifra de 1000 en vísperas de la guerra. El secretario general del partido en la provincia era Ángel Escobio. A mediados de septiembre se decidió la formación de la Junta de Defensa para coordinar el esfuerzo de guerra en la provincia, integrada por catorce direcciones generales, de las que solo una fue para el PC, la de Marina. El 23 de diciembre se formó el Consejo Interprovincial de Santander, Palencia y Burgos, donde los comunistas obtuvieron dos representantes[27]. Como en otros lugares, el partido incrementó significativamente sus filas a partir de julio de 1936. De los 1000 afiliados que tenía en esa fecha pasó a los 3500 en diciembre, y a los 10 000 en marzo de 1937, agrupados en once comarcales y 92 radios. Respecto a su composición social, predominaban los campesinos propietarios (6000), seguidos de los obreros (3000), clases medias (700) e intelectuales (300). Su órgano de expresión, El Proletario, alcanzó una tirada de más de 10 000 ejemplares.

Otras organizaciones de masas e iniciativas vinculadas al PC en la provincia santanderina fueron el Socorro Rojo Internacional (SRI), con 8000 militantes, las escuelas premilitares Alerta, el Hogar Antifascista Femenino y el Instituto de Orientación Marxista. Con todo ello el PC ostentaba el 10,1 por 100 de los cargos municipales en los ciento dos ayuntamientos de la provincia, ocupando la cuarta posición detrás de UGT (34 por 100), PSOE (26,2 por 100) e IR (10,8 por 100)[28].

Como en tantos otros lugares, el PC acabó enfrentándose a los socialistas debido al intento de estos de frenar el proselitismo prohibiendo toda propaganda efectuada por un solo partido, es decir, la que no fuera emitida en nombre del conjunto del Frente Popular. El delegado gubernativo prohibió la distribución en Santander del Boletín del Norte, el semanario del partido editado en Torrelavega, secuestró la propaganda que llegaba desde Asturias, encarceló a sus vendedores y despojó a las imprentas del PCE de papel prensa. A consecuencia de estos enfrentamientos quedó paralizada la actividad de los comités de enlace para la unificación de socialistas y comunistas hasta la caída de todo el sector[29].

EL CENTRO

La meseta sur fue una de las regiones donde el PC experimentó un mayor grado de desarrollo durante la guerra. En Cuenca apenas había habido implantación comunista hasta la creación del radio de Tarancón, estrechamente conectado con Madrid. Sin embargo, las características sociales y políticas de la provincia —tradicional feudo conservador[30]—, los escasos medios de acción con que contaba la militancia, la pésima red de comunicaciones y la represión dificultaron su desarrollo. Como ejemplo, en Mundo Obrero no hubo ninguna referencia a Cuenca hasta mayo de 1936. No hubo candidatos comunistas en las listas del Frente Popular, ni en febrero ni en la repetición de elecciones celebrada en mayo[31]. Algo parecido ocurría en Albacete, donde entre 1933-1935 «el partido es desconocido en la provincia, reduciéndose la actividad a la capital. El nivel político de los camaradas es bajo». La actividad del partido quedaba casi limitada a la difusión y propagación de la prensa legal e ilegal. El número de afiliados era de alrededor de un centenar a comienzos de 1934[32].

Todo cambió con el estallido de la guerra. La provincia de Cuenca permaneció durante todo el conflicto en la retaguardia republicana y sobre la estratégica línea de comunicación entre Madrid y Levante. La organización comunista contó pronto con un órgano propio, el semanario Cuenca Roja —diario desde agosto de 1938— y posteriormente con el apoyo del gobierno civil durante el mandato de Jesús Monzón (mayo de 1938 a marzo de 1939). Desde un cierto punto de vista, la provincia de Cuenca podría considerarse como un ejemplo de afloración de adherentes comunistas por reacción defensiva a la presencia de las fuerzas anarquistas que chocaban con la población campesina. La denominada «Columna del Rosal» actuaba en la zona de la serranía de Cuenca, con bases en Priego y Beteta, desde donde hizo incursiones hacia la capital de la provincia, Uclés y Tarancón[33].

El caso del radio de Villaconejos de Trabaque sería uno de los que haría las delicias de Broué o Víctor Alba, debido a la composición social de sus integrantes. Entre los nuevos afiliados durante la guerra se encontraron Pedro Álamo Orejón, integrante del primer comité del radio de Villaconejos en 1937, cosechero de cereales que en 1943 sería designado alcalde y jefe local de FET y de las JONS, además de concesionario del estanco; o de Daniel Galindo Hernández, secretario administrativo del radio, más tarde (1943) fiscal municipal y comerciante[34]. Del análisis de la composición del Comité Provincial se desprende que predominaron en él los afiliados de origen no proletario: los denominados «intelectuales» y las profesiones liberales acapararon la mitad (el 40 por 100 y el 10 por 100, respectivamente) de los cargos directivos[35].

El radio se formó precisamente para precaverse de la proximidad de la Columna del Rosal e ingresaron en él uno de cada cinco adultos del pueblo. Sus actas se caracterizan por la práctica ausencia de debates, y por la mera consignación del alta de nuevos miembros. La propia dirección central del partido llegó a lamentarse de las enormes carencias organizativas en Cuenca: «No se controla en absoluto la provincia. No existen células. Pocas comisiones y muy débiles… Algunos radios de la provincia han sido organizados por fascistas. Han avalado a elementos de Falange cuyas fichas están en la Dirección General de Seguridad». No era una hipérbole. Ahora bien, reducir las motivaciones para la adhesión a una lógica de mero oportunismo resultaría una simplificación reduccionista. Hay casos en los que la realidad era mucho más compleja: en la provincia de Ciudad Real (otra de las que contó durante la guerra con un mayor porcentaje de militancia comunista en proporción a su población), los comunistas tenían organizaciones numéricamente importantes, tanto en las poblaciones con características de ciudad de servicios y una sociología de clases medias y campesinos propietarios (Alcázar de San Juan, Daimiel…), como en los núcleos agrarios proletarizados, donde el mayor peso específico lo ostentaban los jornaleros sin tierras.

Se puede decir que el espectacular ascenso de la afiliación en Cuenca (50 adhesiones en diciembre de 1935, 80 en febrero de 1936, 150 en marzo, 750 en julio, 5000 en diciembre, 11 500 en marzo de 1937 y 12 500 en noviembre) correlacionó, como en otras zonas de Castilla la Nueva, con el desarrollo del movimiento sindical ugetista a través de la Federación de Trabajadores de la Tierra, que llevó a muchos de sus adherentes, aunque fuera nominalmente, al terreno del comunismo. A ello contribuyó, seguramente, la política agraria del partido, expresada en sus criterios de socialización y no colectivización forzosa, respeto al pequeño agricultor, facilitación de créditos y aperos; en definitiva, la consecución del programa de Reforma Agraria que fue impulsado de forma continuada por el ministro comunista Vicente Uribe.

ARAGÓN

En Aragón el PCE fue durante mucho tiempo una fuerza prácticamente testimonial, por ser Zaragoza una de las perlas de la corona anarcosindicalista antes de la guerra. Como muestra, cuando se formó el radio de la ciudad de Zaragoza y se eligió su primer comité local, ni siquiera disponía el partido de local propio y hubo de albergar su reunión en la sede que le prestó Izquierda Republicana[36]. Hubo que esperar al 9 de diciembre de 1936 para que se constituyera el Comité Regional de Aragón del Partido Comunista, siendo designado su primer secretario general el médico José Duque, procedente de la Agrupación Sindicalista Libertaria de Zaragoza, y secretario del SRI[37].

Aunque de escasa entidad, el PCE en Aragón ejerció su trabajo político a través de la Juventud Socialista Unificada, la UGT y la creación del semanario Vanguardia, en principio órgano de la juventud marxista-leninista y más tarde —mayo de 1937— portavoz del partido en la región. Sus líderes eran muy activos en el SRI y en los sindicatos, en particular, en la Federación de Trabajadores de la Enseñanza —FETE—. También tenía presencia en diversas organizaciones de masas, como la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA), Mujeres contra la Guerra y el Fascismo y la Asociación Pro Infancia Obrera.

Las cifras de militantes oscilan entre los 1700 de los que hablaba Comín Colomer y los 411 que señala Rafael Cruz para comienzos de 1936[38]. En diciembre de ese año, José Duque admitió que el PC solo tenía radios en otras tantas poblaciones: Mequinenza, Valderrobres y Caspe. Sin embargo, el radio de Caspe se fusionó en junio de 1937 con el Comité Provincial de Zaragoza, por su escaso funcionamiento. El secretario de organización de Teruel informó en julio de 1937 que en esa provincia apenas existían cuadros; en la provincia de Huesca la influencia entre los campesinos era nula[39]. El problema de organización del PCE —falta de ligazón y empuje de las células, irregular continuidad del trabajo militante— hubo de solventarse con afiliados al PSUC residentes en Aragón. Los mismos comités provinciales fueron, también, creados por arriba.

En los primeros meses de la guerra el PC experimentó un ligero crecimiento, se organizó muy lentamente, comenzó a intervenir con fuerza en la UGT de Zaragoza pero continuó sin tener apenas presencia en los consejos municipales, con un 0,8 por 100 de representantes en ellos[40]. La disolución del Consejo de Aragón y la represión de las colectividades modificó esta situación. Las adhesiones al partido se incrementaron en el verano de 1937. Los registros del Alto Aragón son muy significativos: las solicitudes de alta en el PCE se produjeron en avalancha en el segundo semestre del año, algo sumamente revelador si comparamos la tendencia, por ejemplo, con la de Madrid:

Gráfica 5. Afiliación al PCE en Madrid y en Huesca (1931-1938).

Para mayor abundancia, las categorías profesionales de los nuevos afiliados apuntan hacia ese carácter de refugio que buscaban en el PCE los pequeños propietarios agrícolas, englobados bajo la denominación de «labradores». El PC aragonés se convirtió en una especie de agencia de mediación entre los campesinos que acudían para reclamar la devolución de sus tierras y aperos tras la disolución de las colectividades y el Instituto de Reforma Agraria del Ministerio de Agricultura detentado por los comunistas[41]. De la misma forma que en el comienzo de la guerra civil las milicias armadas procedentes de Cataluña y Valencia tuvieron una incidencia considerable en el origen de las colectividades bajo hegemonía anarcosindicalista, el control comunista sobre el ejército que intervino en el frente aragonés a partir de julio de 1937 determinó, en gran medida, la inclinación de la balanza a favor del PCE en la región[42]. A pesar de todo, no fue posible extender y consolidar en Aragón una organización importante antes de su caída en manos del enemigo. «No existen células ni comarcales —señaló un informe central de organización en diciembre de 1937—. El Comité Provincial de Teruel es muy débil. En Zaragoza, con 200 pueblos, hay 40 radios»[43].

LAS ORGANIZACIONES PROVINCIALES

Condición sine qua non para que la organización sacase todo el partido de sus efectivos era el desarrollo de un eficaz funcionamiento de los órganos de dirección provinciales. Era la única instancia, junto con las escuelas de cuadros, que disponía de la capacidad para instilar disciplina, encuadrar en un trabajo a los afiliados y convertir, en definitiva, a una masa informe de adherentes en un colectivo de activistas. Sin embargo, esta fue una de las asignaturas pendientes del PCE durante toda la guerra, en especial más allá de los núcleos de Madrid y Cataluña. Un informe de organización fechado en diciembre de 1937 era sumamente ilustrativo al respecto[44]. En él se abordaban distintos problemas planteados por los comités provinciales, y los resultados no podían ser más desmitificadores.

En Albacete solo funcionaban cuatro comités comarcales, pues otros que figuraban como tales solo eran en realidad «comités de radio que se limitaban a trabajar en su localidad con el nombre de comarcales». La dirección del partido —seguramente impuesta desde arriba— no era conocida ni aun por las propias bases. El secretario general, el de agitprop y el femenino no eran de la provincia. No funcionaba más comisión que la sindical. Existía poca vigilancia para evitar la infiltración de emboscados: «En el propio comité provincial se ha descubierto un elemento de Falange. También han sido detenidos por fascistas dirigentes de dos radios».

En Ciudad Real la situación no era muy distinta. El Comité Provincial era muy débil y sus miembros muy sectarios. Realizando un trabajo que no se dudaba en calificar de caciquil habían logrado enfrentar a los militantes del partido con los obreros agrícolas de la Federación de Trabajadores de la Tierra, con las colectividades, y con todas las organizaciones de la provincia.

Córdoba era otro ejemplo de sectarismo, en este caso, de género: Con un 37 por 100 de mujeres entre los efectivos del partido, solo una ocupaba un cargo de responsabilidad en la dirección del Comité Provincial.

La relación de defectos continuaba inacabable: en Granada, el Comité Provincial era muy débil: «No hay comisiones, ni comarcales, ni células. El Buró Político incompleto (ni Cuadros ni Femenino). Desligazón con la provincia». En Guadalajara no existían comarcales, sólo células en la capital. En Murcia la dirección no era conocida. «Tradición caciquil muy arraigada». En Valencia, por último, se denunciaba de nuevo la falta de vigilancia y la «condición no proletaria» de los integrantes de la dirección.

En cuanto a la distribución provincial de la militancia comunista, conviene no perder de vista otro factor determinante: la existencia de un gobernador civil del partido. Era tradicionalmente conocida en España la capacidad de influencia que podía ejercer un delegado gubernativo en una demarcación provincial[45]. En plena guerra, la adscripción partidaria del gobernador debió influir necesariamente en el desarrollo de una línea de apoyo a las decisiones de su organización y de limitación de la capacidad de movimientos de las organizaciones concurrentes. Fue de esta forma, por ejemplo, como se produjo el retroceso de la influencia de los anarquistas en Cuenca tras la designación, en mayo de 1938, del comunista Jesús Monzón Reparaz[46], o las pugnas emprendidas en Albacete o Murcia por los seguidores de Caballero para desplazar a los respectivos gobernadores en beneficio de un simpatizante de su corriente. Durante el gobierno de Largo Caballero, los comunistas solo contaron con dos gobernadores civiles, Luis Cabo Giorla, en Murcia[47], y Antonio Ortega, en Guipúzcoa. El resto del territorio leal fue confiado de forma aplastante a delegados socialistas. Con el primer gabinete del doctor Juan Negrín, el PCE vio incrementada su presencia en los gobiernos civiles de Albacete (Jesús Monzón, inmediatamente seguido del antiguo consejero de Interior de la Junta Delegada de Defensa de Madrid, José Cazorla), Alicante (Nemesio Pozuelo y Jesús Monzón —en su segundo destino—), Almería (Vicente Talens), Castellón (Fernando Rodríguez Fillaseco), y Córdoba (Virgilio Carretero). En mayo de 1938, con el segundo gobierno Negrín, Jesús Monzón asumió el gobierno civil de Cuenca y José Cazorla el de Guadalajara[48], donde a este último le soprendió el golpe de Casado y Mera.

La continua pérdida de territorio y su división, así como la concentración de fuerzas en torno a Cataluña afectó durante el último año de la guerra a la zona centro, con particular incidencia en torno a Madrid (la organización comunista de mayor peso específico) y las provincias orientales de lo que entonces era Castilla la Nueva (Guadalajara, Cuenca y Ciudad Real), además de Albacete y Almería. La densificación de la zona de Levante presagiaba la importancia estratégica que esta región asumiría durante los últimos compases de la guerra.

Tabla 8.

El repliegue político que acompañó al retroceso en las expectativas sobre la guerra contribuyó a hacer aflorar todos los vicios organizativos y de funcionamiento adquiridos por un partido conformado por la interconexión no siempre satisfactoria de grupos reducidos de dirigentes locales. A comienzos de 1938 los déficits se habían acentuado en todos los campos: falta de vigilancia, escasez de preparación política e incomprensión de la línea del partido[49].

En Madrid no se difundió el material de propaganda sobre el trotskismo en el ejército. Fue necesario proceder a unas 600 expulsiones del partido en el año anterior y, aun así, hubo infiltrados que lograron luego pasarse al enemigo[50]. En otras provincias el asunto era incluso peor: «En La Carolina la dirección estaba compuesta por peluqueros, empleados, pequeños propietarios, y algunos de estos eran especuladores. En Beas de Segura la dirección estaba compuesta por espiritistas y protestantes. En Cazorla algunos dirigentes eran antiguos señoritos pertenecientes a la CEDA».

Mapa 2. Distribución geográfica de la militancia del PCE, por provincias (1938).

El reclutamiento de nuevos militantes se ralentizó e incluso llegó a estancarse. En las industrias de guerra de Madrid «hay una fábrica con 67 obreros y a pesar de que la célula trabaja bien y tiene simpatías no aumenta el número, está estacionada en 14 militantes. En Standard [con] 1060 obreros, tenemos posiciones en el comité de fábrica, control obrero, comisiones sindicales, etc., y sin embargo no contamos más que con 96 militantes». En Murcia el partido «no crece, según confesión del secretario de organización. Los militantes se desmoralizan, no visitan el local del partido». En Ciudad Real había habido «35 ingresos en el último mes, de ellos 20 mujeres en la capital. Da la sensación de que el reclutamiento está estacionado». En Ocaña se contaban en 500 los últimos ingresos, la mitad mujeres, «pero por incomprensión no hay un mayor crecimiento».

En Almería y Jaén se constató netamente la inflexión y el declive en la curva de afiliación: la primera provincia contaba en noviembre de 1937 con 10 650 afiliados, que entre diciembre y enero quedaron reducidos a 10 000. En Jaén se pasó de los 32 000 carnets en noviembre de 1937, a los 30 500 de diciembre para acabar con los 21 000 repartidos en enero de 1938. Solo en Valencia parecían mejorar algo las cosas después de un periodo estacionario, creciendo de nuevo a un ritmo de 10 o 12 afiliados por día, aunque muy lejos de las 55-60 adhesiones diarias que recibió como media entre julio de 1936 y noviembre de 1937.

En Cuenca, desde abril de 1938 ingresaron en el partido 323 hombres y 312 mujeres. En otras provincias, como ya se ha señalado, la tendencia era la misma, y, sin embargo, la incapacidad para incorporar a las mujeres a puestos de responsabilidad denotaba las inercias e incomprensiones de la línea del partido por parte de las organizaciones territoriales y de base.

En Madrid se percibía «falta de responsabilidad en la aplicación de acuerdos». En el radio de Vallecas se expulsó al secretario general «por inmoral [y] subestimación de la mujer». Su concepto acerca de la irrupción de las mujeres en la esfera política no había superado, por lo que se ve, los cánones clásicos: «Este camarada ha intentado actos inmorales con la secretaria sindical».

En última instancia, el PC nunca pudo superar eficazmente la distancia que separaba el centro de decisión —allí donde se encontrase la itinerante dirección del partido siguiendo los pasos del gobierno— y las organizaciones territoriales que apenas contaban más que con la prensa del partido y alguna inspección volante para orientar su trabajo.

En unos casos, las direcciones pecaron de elitismo, como la de Murcia, que tenía «miedo a los nuevos ingresos. En Quintanar, Villasequilla, hay compañeros de dirección que dicen que no es conveniente convocar a los campesinos porque estos no comprenden nada». Otras hacían lecturas peculiares de los conceptos de unión nacional y guerra contra la invasión extranjera: un miembro del Comité Provincial de Cuenca dijo públicamente que «Franco es también el pueblo español y que ese es el sentido del discurso de Dolores». La dirección del partido —clamó el informante— «no dio importancia al hecho». Incluso había quienes creían escrutar las intenciones ocultas en el seno de la cúpula del partido y volcaban su particular interpretación a beneficio de su sectarismo. En Baza uno de los chóferes del Comité Provincial,

viejo en el partido, dice que el Gitano (refiriéndose a nuestro secretario general, José Díaz) y Mije no tragan eso de la unidad, pero que tienen una espina… Estos dos camaradas chóferes fueron al local del Partido Socialista a insultarles, llamándoles hijos de puta. Se les llama el grupo de oposición y se les califica de sectarios en broma, sin discutir seriamente con ellos.

El resultado final de tanta confusión no podía ser otro que la inercia paralizante. En Jaén «las células de barriada en la capital no se reúnen desde hace más de dos meses y cuando lo hacen los acuerdos quedan sobre el papel»[51].

En definitiva, uno de los problemas que ha planteado la determinación de la magnitud de la militancia comunista durante la guerra civil ha sido el resultado de adoptar una visión generalista, como si todo afiliado tuviese el mismo nivel de compromiso e irradiase en su entorno idéntico nivel de influencia. Hay veces en que los propios anticomunistas son los primeros en creer a pies juntillas la propaganda que hacía de cada militante un disciplinado combatiente entregado vitalmente a la causa. El grado de compromiso personal no era el mismo para todos aquellos que recibían el carnet.

La hiperactividad de algunos cuadros entregados de lleno al partido podía confundir acerca de la entidad organizativa real que estaba detrás de ellos. El mismo José Díaz alertó de que, con la movilización de las quintas de los años 1932 a 1936, muchos dirigentes de los comités provinciales tendrían que incorporarse a filas, lo que crearía graves problemas de dirección en las provincias al depender el trabajo político en ellas de un reducidísimo grupo de activistas:

He visto cómo algunos camaradas vienen un poco alarmados porque se va al frente todo el Comité Provincial, o una parte de él, y consideran que en estas condiciones el partido se puede hundir o que puede sobrevenir una catástrofe… A veces un Comité Provincial depende de un solo miembro, del secretario general, del secretario de organización o del secretario de agitprop, y cuando uno de esos compañeros viene a consultar al Comité Central problemas muy importantes de su provincia y lleva media hora en Valencia, enseguida plantea la cuestión: «Tengo que marcharme inmediatamente, porque si no, el Partido no marcha». Pues bien, un Comité provincial o un Comité de radio que dependen de un solo individuo, no es tal comité[52].

En ocasiones, los déficits de organizadores eran suplidos por auténticos estajanovistas del trabajo político, hasta el punto de preocupar a la propia organización porque impedían la labor y promoción de otros camaradas. Un ejemplo de ello fue el caso del ferroviario Antonio Rodríguez Espina, que tras superar los cursos de la Escuela Provincial de Cuadros en mayo de 1937 y pasar un tiempo como auxiliar del profesorado, por su buen aprovechamiento, fue enviado a Orihuela por el Comité Provincial de Alicante, como instructor del partido en aquel Comité Comarcal. Meses después el secretario de Organización de Alicante envió una carta a la delegación del Comité Central en Madrid —quizás porque el interesado, sevillano, era conocido de José Díaz— en la que se pedía su relevo porque

al poco tiempo de estar allí… se había convertido en otro compañero más de la dirección del Comarcal, esto lo demuestra el hecho práctico de que era el Responsable Político-Militar del Comarcal, miembro del Comité de enlace Marxista, Secretario Comarcal del SRI, [y] Secretario de la Cooperativa Campesina.

Unía a su hiperactividad un carácter demasiado «familiar» que le hacía no ser muy respetado por el resto de sus camaradas. «Ante ello —concluía el secretario de Organización alicantino—, y comprendiendo que de esta forma los compañeros del Comarcal no iban a tener ninguna orientación, y [que] con su trabajo iba a impedir el desarrollo de los compañeros de la Dirección, se había pensado en sacarle de allí, utilizándolo en otro trabajo del Partido…». Se le acabó proponiendo, el 1 de diciembre, para secretario de la Comisión de Cuadros[53].

La militancia de los partidos comunistas podía ser clasificada con relación a una serie de factores que se basaban en conductas externas, que a su vez denotaban niveles de adhesión. El resultado puede expresarse gráficamente mediante un modelo consistente en tres círculos concéntricos: un núcleo duro central, compuesto por los militantes veteranos y la cúpula de dirección, de reducido tamaño y relativamente estable; un círculo medio fluctuante, compuesto por simpatizantes y miembros de las organizaciones satélites, tendentes a la integración militante ante expectativas favorables o en coyunturas de efervescencia política, pero con cierta tendencia al repliegue y el retraimiento en circunstancias desfavorables; y un círculo exterior, de aluvión, integrado por recién llegados, incluso por oportunistas y emboscados en circunstancias de confusión, de moderado o escaso compromiso militante y elevada volatilidad. Estos dos últimos sectores fueron los que nutrieron el crecimiento del PC en la República en guerra, mediante la afluencia a sus filas de sectores populares que vieron en él la mezcla de radicalismo y republicanismo más coherente, y por percibirlo como el heredero de la tradición republicana de anteguerra trufada con el obrerismo socialista clásico y la modernidad soviética. Fueron también los primeros que se erosionaron ante la proximidad de la derrota, sin que el núcleo central fuera capaz de conservar lo adquirido ni de organizarse a sí mismo para la entrada en una nueva dinámica de clandestinidad tras la derrota.

La corriente de adhesiones que experimentó el PCE durante la guerra civil no fue, pese a lo que han propalado sus adversarios, consecuencia necesaria de una labor de absorción ejercida mediante agresivas campañas de proselitismo y reclutamiento interesado. Más bien fue el resultado de un desplazamiento del PCE hacia posiciones de centralidad, durante el que entró en contacto y asumió como propias las coordenadas nacionales, sociales, profesionales y culturales del ideario popular de izquierdas que antes de la guerra había estado representado por otras opciones. El alejamiento de las concepciones leninistas de vanguardia, de la entrega militante en condiciones de clandestinidad y de las exigencias periódicas de depuración abolió las barreras que dificultaban la toma de posición como miembro del partido, normalizando el proceso de adhesión. La conversión, en definitiva, en un partido de masas llevó consigo que el acto de tomar su carnet no fuese tanto una cuestión de «hacerse» comunista, como de que «ser» comunista llegara a considerarse una cuestión natural[54].