Capítulo 27
Noelia había decidido no perder más tiempo realizando estériles pesquisas en los organismos oficiales; su intuición, avalada por la información almacenada en sus archivos oníricos, la empujaba directamente hacia el túnel de Laerdal. Tenía el presentimiento de que encontraría con vida allí a Samuel, la movía esa esperanza y sólo pensaba en llegar cuanto antes para descubrir si felizmente estaba en lo cierto.
Tan pronto como se adentró en el túnel una desoladora decepción se apoderó de su ser: aquél no era el lugar que ella esperaba encontrar; no le resultaba familiar. Había demasiados elementos que se le antojaban extraños, aun siendo habituales en aquellas construcciones: los teléfonos de emergencia, los extintores, las zonas ensanchadas para facilitar el cambio de sentido…; nada de eso recordaba de sus sueños. Y luego ese incesante tránsito de vehículos, lógico a todas luces, pero que no encajaba lo más mínimo con la sensación de soledad que ella esperaba experimentar. Afortunadamente, la desazón que embestía su ánimo no tardó en ver frenada su progresiva escalada, pues la colorida iluminación de la primera galería destinada a romper la monotonía de la conducción sí que la había percibido con anterioridad. Pero nada más, una vez dejada atrás aquella zona el panorama volvía a ser el mismo, de forma que a medida que transcurrían los kilómetros, sus renacidas expectativas comenzaron a ver tambalear sus cimientos… hasta que llegó al deliberado desvío de vehículos de la tercera área de descanso: ahora era ella la que accedía al Infierno.
Desde el preciso instante en que fue reconducida a la teórica vía principal, la emoción de darse cuenta de que ya no estaba en el mismo túnel provocó una repentina aceleración en la cadencia de su pulso. Circuló unos kilómetros por inercia, luego detuvo el vehículo y se apeó. Experimentó cierta angustia por la soledad y el silencio, pero a medida que caminaba tornó a sentirse extasiada por el hallazgo, segura de haber estado antes allí, a pesar de que era la primera vez que pisaba aquel país. Estaba plenamente convencida de que Samuel seguía vivo, en la ciega fe que —por pura necesidad vital— profesaba a la profecía anunciada en sus sueños. Dominada por la euforia, no era para nada consciente del peligro que le aguardaba allí dentro.
Nada más ser informado de la llegada de Noelia al circuito cerrado perimetral del cuartel general de RH, Nicholas Flenden se presentó en la sala de control del sistema de videovigilancia instalado en el túnel, ansioso por examinar el aspecto de la escurridiza chica. Su ilusionada espera no se vio defraudada, pues el perfil de Noelia encajaba a la perfección con sus gustos: era joven, atractiva, de figura esbelta y, lo más importante para él, muy inteligente. Se mantuvo durante unos minutos frente a los monitores, recreándose en los planos que la mostraban de frente, intentando imaginar cómo sería su voz, sus modales, su nivel de cultura… y empezó a fantasear con el seguro encuentro entre ambos.
Conversaban sobre su admirado Nietzsche embriagados por el aroma del mejor vino. Ella lucía un elegante vestido negro a media pierna y debatían sobre el nihilismo mientras sus pies se rozaban bajo la mesa. La chica lo contemplaba entusiasmada por su plática, con la boca entreabierta, derrochando sensualidad. Empapado de lascivia se levantó para sentarse a su lado, y las yemas de sus dedos comenzaron a buscar la comisura de sus largas piernas, percibiendo el fuego allí escondido mientras ella le correspondía sonriendo con picardía, destensando los músculos de sus muslos para facilitarle el acceso. Cada milímetro que avanzaba aumentaba el calor y el placentero dolor de su descontrolada erección…, hasta que la voz de la persona al mando de aquella dependencia lo arrancó de la libidinosa escena.
—¿Alguna instrucción especial, señor?
—No, el protocolo habitual —respondió Flenden contrariado por la inoportuna interrupción—; nos abstenemos de intervenir los dos primeros días; luego ya veremos. Estad atentos para descubrir si dispone de agua y alimentos en el vehículo. No volveré a pasar hoy por aquí: tengo asuntos importantes que resolver fuera. Preparad un informe y seleccionad las secuencias más significativas para mostrármelas mañana a primera hora.
Flenden abandonó la estancia a toda prisa, con el calor abrasando aún sus venas.
Si, como creía, Samuel había desaparecido en aquella solitaria zona diferenciada de la vía principal, no cabría achacar a la casualidad que ella hubiese acabado en el mismo sitio por un error o despiste de los operarios que controlaban el tráfico; su aislamiento había sido planificado adrede… ¡y algún motivo debía haber para ello! ¿Qué circunstancia podría suscitar el interés de provocar que dos españoles se perdieran en una vía de servicio adjunta a un túnel en las entrañas de las montañas noruegas? Debía existir algún elemento que lo relacionara todo, un punto en común, algo que diera sentido a aquello… Las imágenes circulaban por su cabeza a un ritmo frenético: Samuel, la cafetería, las pruebas, la biblioteca, Tenerife, Bencomo, Marta, Esteban, su desesperación, las pastillas diseminadas por el suelo, la nota de despedida de su abuelo, el ajedrez, la partida de Capablanca, el placer de resolver aquella prueba, Kamduki, la despedida en el aeropuerto, la expresión de felicidad de Samuel antes de tomar el vuelo a Noruega, el premio, Kamduki, Kamduki…; ¡la novena prueba!
La primera vez que Samuel le habló de Kamduki le comentó que el vencedor debía resolver nueve supuestos; sólo ellos, por su cuenta y riesgo y ante la ausencia de otros participantes que hubiesen logrado solucionar la octava prueba, habían deducido que el juego se acababa ahí, pero ¿y si no era así? ¿Por qué no podía existir esa última prueba, aunque quedara en competición un único participante? Ese planteamiento daba un margen de credibilidad a la situación, pero quedaban en el aire muchos interrogantes: ¿qué razón les impulsaba a fingir el fallecimiento de Samuel?, ¿y si Samuel seguía realmente vivo, por qué motivo no se había puesto en contacto con ella?, ¿qué sentido tenía plantearle a ella la novena prueba?… Estas incógnitas provocarían el caos y la confusión en la mente de la mayoría de los mortales, pero Noelia disponía de una extraordinaria capacidad para ordenar y clarificar las situaciones más enmarañadas. Dando por hecho que sus sueños eran ciertos y que Samuel seguía vivo y en algún lugar cercano, condición sine qua non en su razonamiento, si no la había llamado era exclusivamente porque no le había sido posible, y ese forzado impedimento sólo podía obedecer a la perversa intención de escamotear el premio, de ahí la falsa noticia de su fallecimiento. Si esto era así, ¿por qué lo mantenían con vida? Ahí entraba en juego ella: precisamente porque, conocedores de que era copartícipe en el triunfo, sospechaban que no se había tragado la historia y que podría destapar el escándalo, y no era lo mismo responder ante la justicia por delitos de secuestro y estafa que por asesinato. El problema es que ahora ella también estaba atrapada… ¿Pretenderían acabar con la vida de ambos o… decidirían negociar ante la posibilidad de que hubiera informado de sus sospechas a otras personas, entre las que podría estar incluido su amigo Esteban, inspector de policía?
Aunque lógicamente no podía imaginar la verdadera trama, en un brevísimo espacio de tiempo Noelia había conseguido llegar a una serie de conclusiones ciertas: que todo había sido urdido por Kamduki, que la novena prueba era o bien irresoluble, o bien un engaño, ya que no pensaban entregar el premio, que Samuel estaba retenido contra su voluntad, que sabían que ella le había ayudado y que…, sin lugar a dudas, las personas al frente de Kamduki eran de infame ralea.
Sea como fuere, de una cosa estaba segura: lo que tenía que hacer en esos momentos era averiguar el enunciado de la prueba e intentar resolverla cuanto antes.
Aquel tétrico lugar estaba tan vacío que Noelia dio prácticamente por seguro que se trataba de una zona aislada, especialmente diseñada para la prueba número nueve, aunque a cualquier ojo pareciera un tramo de carretera regular. Enseguida advirtió la existencia de un panel electrónico empotrado en el muro. Esperaba encontrar allí el enunciado, pero se topó con su misteriosa funcionalidad. Al contrario que Samuel, en ningún momento pensó que estuviese averiado, más bien supuso que necesitaría de alguna clave para activar la operatividad de las teclas. Decidió explorar un poco el túnel para ver si descubría alguna pista sutilmente camuflada. No tuvo que esperar mucho tiempo para detener el vehículo junto a un nuevo panel informático. Nada más comprobar su completa similitud con el anterior, una idea le rondó la cabeza…
En previsión de que pudiera encontrarse en un circuito cerrado, sacó de su bolso de mano un lápiz de labios y realizó diversas pintadas alrededor del panel, para evitar pasar de nuevo por el mismo lugar sin darse cuenta. Luego regresó al coche y puso el cuentakilómetros a cero, para conocer la longitud que abarcaba la vía donde se hallaba. Comprobó en el siguiente panel la existencia de algunas grietas en el muro y pensó que podía haberse ahorrado el graffiti. Ni siquiera detuvo el vehículo cuando fue pasando por los siguientes paneles; simplemente los fue contando hasta que, como sospechaba, volvió a encontrarse con el primero. En total había siete cuadros informáticos iguales a lo largo de un circuito de 9 kilómetros y 420 metros. Cada panel dejaba iluminada la tecla de una única letra o un número, así que estaba claro que la clave no podía ser registrada en sólo uno de ellos: ¡la clave debía formarse en conjunción de todos! Tenía que ser una palabra de siete letras; pensó unos segundos y luego bajó de su coche para dejar pulsada la primera letra, convencida de que la palabra que debía formar entre todos los paneles no podía ser otra que KAMDUKI.
Efectivamente, tras completar una nueva vuelta al circuito y pulsar finalmente la «I», se iluminaron todas las teclas y la pantalla dio señales de vida, en forma de un único mensaje, una solitaria palabra: Radio.
Noelia supo enseguida lo que tenía que hacer. El circuito cerrado debía ser una circunferencia, de acuerdo con la ligera desviación que notaba siempre a la izquierda, constante durante todo el recorrido, sin llegar a acentuarse lo suficiente como para que pudiera pensar que la figura por la que transitaba fuese una elipse. Así que, si la longitud de la circunferencia era de 9420 metros, el radio sería el cociente resultante de dividir esa cantidad por 2 veces el número π, una operación de simple cálculo mental sin mayores dificultades para Noelia. La longitud del radio era, pues, de 1500 metros. Una vez validó esa cifra, apareció el mensaje de felicitación en la pantalla por haber resuelto la prueba: apenas había tardado cuarenta minutos.