Capítulo 20
Noelia tomó una ducha de agua caliente y luego se puso un pijama que le había dejado Samuel. A continuación se acostó sin apenas decir nada. Durmió profundamente. Cuando despertó, Samuel aguardaba con tostadas y zumo de naranjas recién exprimidas.
—Samuel, yo…
—Nada de disculpas que me enfado.
—Eso me lo has copiado —dijo ella con una tímida sonrisa.
Noelia desnudó su alma ante Samuel, contándole todo lo que recordaba desde su más tierna infancia. Y él escuchó su conmovedora historia sin interrumpir. Por una vez en su vida se sintió importante, útil: estaba haciendo algo provechoso para otra persona, aunque sólo fuera permanecer quieto escuchando. Advirtió que Lucía —no podía acostumbrarse tan rápidamente a pensar en ella como Noelia— necesitaba de él para desahogar tanta memoria cohibida. Le emocionó su padecimiento y se sintió orgulloso de la fortaleza con la que, siendo tan joven, se había abierto camino en la vida. Quedó profundamente sorprendido de su talento: fiel admirador de Lucía Tinieblas, jamás habría imaginado que la llegaría a tener frente a sus ojos.
—Me costará un poco llamarte Noelia —confesó Samuel.
—Ya te acostumbrarás. No te preocupes, no volveré a golpearte si te equivocas…
—El viernes debo viajar a Noruega para recoger el premio. Mi vuelo saldrá desde Málaga, con escala y trasbordo en Madrid. En realidad, tú eres la auténtica vencedora de Kamduki; sin ti no hubiera sido posible…
—No, Samuel: tú eres el verdadero protagonista. Tú iniciaste el camino y no abandonaste nunca. Pusiste en juego tu empleo, buscaste todos los recursos, incluido llamarme de madrugada —recordó con una sonrisa— y te entregaste en cuerpo y alma. Creíste en ti hasta el final. Te diste una oportunidad y la aprovechaste: tú eres el justo vencedor.
—Sin tu ayuda jamás lo habría logrado. Debo y quiero compartir ese premio.
—Primero tendrás que recogerlo… ¿Por qué se andan con tanto misterio?
—Lo ignoro; nadie debe saber aún que he ganado. Dicen que una vez me encuentre allí darán a conocer la noticia; espero no sentirme abrumado… ¿Cuál será el premio? No firmaría menos de un millón de euros. ¡Aseguraban que sería el mayor premio de la historia!
—Entonces te vas a quedar corto —vaticinó Noelia—. Pero hay que esperar unos días, por más que te pueda la impaciencia. Has ido subiendo peldaños: uno, otro, otro más…; ¿qué habrá al final de la escalera?
—Te llamaré en cuanto lo sepa, aunque… me gustaría que vinieras conmigo a recogerlo.
—No creo que sea lo más apropiado. Pero te despediré en el aeropuerto. Ahora me aislaré un poquito en casa para preparar el que será mi último relato. El viernes por la mañana quiero estar en Madrid para entregarlo en mano.
—Lucía…, perdón, Noelia…
—¿Sí?
—¿Te encuentras bien, verdad?
No necesitó responderle. Dibujó en su rostro su serena sonrisa y lo bañó de luz con el resplandor de su mirada. Samuel sintió cómo la espiritualidad que transmitía lo inundaba todo. Volvía a ser la misma de siempre.
Noelia no había vuelto a pisar la redacción del semanario desde el día en que conoció a Bermúdez. Cierto es que se habían reunido en reiteradas ocasiones, pero siempre lejos de la indiscreta mirada del personal que trabajaba en aquellas oficinas. Gracias a ello, la identidad de Lucía Tinieblas continuaba resultando un misterio. Por eso, Bermúdez supo enseguida que algo extraño sucedía cuando la vio aparecer allí, indefensa ante la fisgona atención de cuantos se preguntaban por aquella chica que con tanto aplomo se dirigía hacia el despacho del todopoderoso señor de aquellos dominios.
—¡Por los clavos de Cristo! Margarita, dime que esa muchacha no es Lucía —exclamó Bermúdez.
—O es ella o su hermana gemela —respondió su secretaria, sin ocultar la sorpresa que le producía aquella visita.
Noelia golpeó con los nudillos la puerta del despacho y, entreabriéndola, preguntó:
—¿Tienes cinco minutitos para mí, Eugenio?
—Para ti tengo lo que me pidas, preciosidad. ¿Qué te trae por aquí? Suelta lo que sea cuanto antes que me tienes acojonado. ¡Margarita, trae café!
—No quiero entretenerte mucho; vengo a entregarte en mano el que será mi último relato —aclaró Noelia.
La tediosa colilla que dormitaba sobre los labios de Bermúdez sintió una sacudida tan violenta que no fue capaz de mantener su confortable posición, dándose de bruces contra el suelo.
—¿Qué? Un momento, un momento… —murmuró un vacilante Bermúdez.
Súbitamente se levantó y abrió la puerta de su despacho para lanzar, encendido, un clamoroso grito:
—¡A la puta calle! ¡Fuera de aquí todo el mundo!
—¿Yo también? —preguntó Margarita, que se aproximaba con una bandeja para servir el café.
—Tú… no, quédate…, pero llévate eso y trae algo más fuerte.
—¿Prefiere arsénico su Excelencia?
—¡Maldita vieja chocha!
Bermúdez proyectó una iracunda mirada para espantar a los últimos rezagados en batirse en retirada y esperó a que Margarita regresara con la botella de whisky.
—Lucía se va, Margarita… ¡Nos deja! —susurró el jefe antes de volver al despacho.
—Bien, vamos a tratar esto con calma —Bermúdez exhibió una sonrisa, intentando aparentar serenidad—. ¿Regresas a Kenia para quedarte unos meses? Bien, no hay problema; desde allí me mandas los relatos.
—Eugenio… —intentó interrumpir Noelia.
—¿Prefieres no escribir allí, estar relajada con tus cosas? —prosiguió Bermúdez, temeroso de oír lo que no quería oír—. Nada, no pasa nada: me dejas dos o tres relatos y ya nos apañamos.
—Verás, Eugenio… —Noelia seguía en vano intentando explicarse.
—Todo el mundo tiene derecho a unas vacaciones. Yo también debería de tomarme un par de semanas; ¿qué tal si te acompaño, Lucía?
—No me llamo Lucía —decretó Noelia.
Bermúdez la miró directamente a los ojos y luego fue a buscar los de Margarita, esperando encontrar allí una explicación a lo que estaba sucediendo.
—Mi nombre es Noelia. Lo de Lucía es una farsa con la que quiero acabar.
Bermúdez titubeó un instante, pero enseguida creyó vislumbrar las intenciones de Noelia y, recomponiéndose, añadió con buen humor:
—¡Qué jodida…! Nos ha tenido engañados… Ni Lucía Tinieblas ni siquiera Lucía. Bueno, cada uno puede llamarse como le venga en ganas. Margarita, ¿recuerdas cuando te hacías llamar Conejito Cachondo? ¡Qué tiempos aquéllos!
—¡Será grosero! —saltó indignada su secretaria—. ¿De dónde sacó usted semejante falacia?
—Te cansaste del seudónimo, ¿verdad? —conjeturó Bermúdez, convencido de poder solventar el conflicto.
—Me cansé de no ser yo —corrigió Noelia—. Lo entenderás todo cuando leas mi último relato: El eterno olvido.
—Ya comprendo… Bien, vamos a publicar el último relato de Lucía Tinieblas. ¡Será un bombazo! Margarita, sal y trae un fotógrafo. ¡Vamos a presentarte al público, preciosidad, que la gente está ansiosa por conocerte! Quieres firmar a partir de ahora con tu verdadero nombre ¿verdad? ¡Estupendo! Por cierto, ¿te llamabas…?
—No lo entiendes, Eugenio. No volveré a escribir —Noelia tomó a Bermúdez de la mano y éste notó cómo la ternura fluía por sus venas hasta que todo su cuerpo quedaba anegado de melancolía—. Me llamo Noelia Sánchez Palacios. Siendo niña, mi padrastro aprovechó la muerte de mi madre para violarme sistemáticamente. Mi abuelo consiguió encerrarlo, pero cuando salió de prisión regresó a por mí. Mi abuelo quiso tomar la justicia por su mano y acabó con su vida para, acto seguido, suicidarse. Yo tenía catorce años. Entonces decidí soterrar por completo mi vida y me convertí en Lucía. Tomé de Noelia su fuerza interior, su alegría de vivir, su firmeza y voluntad, e intenté desterrar todo lo demás, olvidar, enterrar para siempre los recuerdos. Pero el olvido no admite alianzas, y aunque yo adoro la vida y me levanto cada mañana ilusionada, animada, con el entusiasmo de escribir una nueva página en el libro de mi vida, mejor que la anterior, más humana, más limpia, más llena para mí y para cuantos me rodean, los fantasmas de los tormentosos recuerdos me acechan y, a veces, aparecen y me martirizan. Y cuando consigo vencerlos, enarbolando la bandera de la maravillosa vida que nos rodea, que florece incluso tras el drama de la desgracia, aparece Lucía Tinieblas escupiendo pena y dolor en todos sus relatos, erosionando día a día mi verdadera voluntad.
Margarita extrajo de su bolso un pañuelo para enjugar la lágrima que resbalaba por su mejilla. El rostro de piedra de Bermúdez dejaba entrever la compasión y el cariño que sentía por aquella muchacha.
—Yo no soy así —prosiguió Noelia—. Llevo el sufrimiento en mi mochila, pero lo quiero transformar en felicidad. Lucía Tinieblas ha muerto. Me gustaría escribir sobre el amor, pero no puedo… Lo siento, Eugenio: no puedo; no consigo escribir nada que contagie felicidad.
—Pero…, cariño, transmites mucho amor en tus narraciones —objetó Bermúdez.
—Cierto: el amor oculto en la desesperación de los que padecen —Noelia se levantó de su asiento, triste pero satisfecha—. Lo siento; debo irme.
—Di algo, Margarita —suplicó Bermúdez—; no te quedes ahí llorando como una mojigata.
Bermúdez y Margarita la acompañaron compungidos hasta la salida. Ambos sabían que no volvería a trabajar con ellos, que sus relatos se habían acabado para siempre. Uno de los empleados no pudo reprimir la curiosidad.
—Jefe, ¿no será esa chica Lucía Tinieblas?
—¡Me cago en mi padre! ¡Y a ti qué coño te importa! —rugió Bermúdez—. ¡A trabajar, gandules!
Luego se dirigió a Margarita:
—Vieja chocha: ¿almorzamos hoy juntos? Creo que necesitamos compartir las penas.
—Supongo que no escatimará usted en gastos. La ocasión merece una botella del mejor reserva.
—Me gusta lo de Conejito Cachondo. ¿Estás en forma hoy?
—¡Pero será soez y chabacano…! —respondió Margarita golpeándole con el bolso en la cabeza.
No disponían de mucho tiempo en el aeropuerto: el justo para tomar un café. Noelia confesó sentirse más liviana, después de haberse despedido para siempre de Lucía Tinieblas.
—Tienes mucho talento literario. Conseguirás escribir lo que deseas; date tiempo —la animó Samuel.
—Ya veremos… ¿Qué agenda te espera? —se interesó ella, queriendo desviar la conversación, pues no entraba en sus planes volver a escribir.
—Esta noche dormiré en Oslo y mañana saldré para Bergen. Allí me aguardan los peces gordos de Kamduki. ¿Por qué no me habrán citado en la capital?
—Porque reservan Oslo para cuando te entreguen el Nobel de la Paz —bromeó ella.
—Debo irme; te mantendré informada.
Samuel se acercó para proceder con los protocolarios besos en la mejilla, pero, sin saber cómo, se encontró con la boca de Noelia. Notó que una mano exploraba minuciosamente su cabeza y que la otra apretaba con firmeza su espalda. Sus labios carnosos querían comerse los suyos; las lenguas se buscaban en una irrefrenable explosión de pasión. Fueron unos segundos mágicos en los que toda la fuerza viva del Universo se concentró en un único punto.
Cuando se separaron, los dos jadeaban devorándose con la mirada, ansiosos por tenerse, por fundirse en uno… Samuel caminaba para atrás, deseándola como nunca.
—Lucía… Noelia… Te quiero, te amo más que a nada en el mundo…
—Yo también te quiero; ¡cuídate!
—Te llamo… Eres lo mejor que me ha pasado. Volveré cuanto antes.
Pero las declaraciones de intenciones se sustentan siempre en el futuro, y ése es un terreno pantanoso por el que nadie sabe moverse…