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—Vaya sitio más cutre para citarnos —le recriminó Sofía Escudero, la Cíngara, a Ramón Berenguer.

—Un sitio como otro cualquiera. ¿Quieres tomar algo?

En la barra había tres hombres que no dejaban de mirar a la chica. Su estrafalaria vestimenta les llamó la atención. Ramón, bravucón, les devolvió la mirada y ellos siguieron a lo suyo.

—¿Y bien? —preguntó ella.

—¿Y bien qué?

—Así no vamos a ninguna parte.

—¿Has pensado qué vas a hacer con el niño?

—O la niña. No, no lo he pensado, pero seguro que no voy a abortar. Y puesto que tú no tienes lo que hay que tener para afrontar el embarazo, ya buscaré otro padre que se haga cargo de él.

—¿Javier Alsina?

—Me quiere y eso es lo importante.

—¿Tanto que aceptaría un hijo que no es suyo?

—Así es.

Ramón sabía que la Cíngara quería casarse con el hijo de los Alsina por interés económico, no por amor, pero eso no era de su incumbencia.

—¿Me dejarás verlo?

—¿Al niño?

—Claro…, ¿a quién si no?

—Sí, pero una vez que Javier acepte la paternidad nunca dirás que es hijo tuyo.

Ramón asintió con la cabeza.