Capítulo 10

Capítulo 10

Desde donde Savage se encontraba, en el extremo de la barra, podía ver claramente la inscripción en la espalda de la chaqueta de vivos colores que llevaba el muchacho. Éste había atraído la atención del periodista en el momento en que Savage entró en el bar. Estaba sentado en un reservado y bebía cerveza con una muchacha de pelo negro. Savage había visto la chaqueta color púrpura y oro, y luego se había sentado a la barra y había pedido un gintonic. De vez en cuando, echaba un vistazo a la pareja. El muchacho era delgado y pálido y una masa de pelo negro le coronaba la cabeza. Llevaba levantado el cuello de la chaqueta y Savage, al principio, no podía leer la inscripción que atravesaba su espalda porque el muchacho estaba repantigado contra la superficie acolchada del reservado.

La muchacha se acabó de beber la cerveza y se marchó, pero su compañero se quedó. Se volvió ligeramente, y fue entonces cuando Savage alcanzó a leer la inscripción; y fue entonces también cuando la idea que persistía en el fondo de su mente comenzó a adquirir forma.

La inscripción que figuraba en la espalda de la chaqueta decía: «The Grovers».

Indudablemente, ese nombre había sido tomado del nombre del parque que rodeaba la Comisaría 87, pero era un nombre que resonó en la cabeza de Savage; no pasó mucho tiempo antes de que el sonido se repitiera una y otra vez. Los componentes de los Grovers habían sido responsables de innumerables peleas callejeras en la zona, incluyendo una contienda casi titánica en una sección del parque, contienda en la que salieron a relucir cuchillos, botellas rotas, armas de fuego y bates de béisbol acortados. Los componentes de los Grovers habían hecho las paces con la policía, o eso se decía, pero la insistente idea de que una de las bandas era responsable de las muertes de Reardon y Foster no abandonaba la mente de Savage.

Y aquí había uno de los chicos de la banda Grover.

Aquí había un chico con el que podía hablar.

Savage apuró su bebida, dejó el taburete y se dirigió hacia donde estaba el muchacho.

—Hola —dijo.

El muchacho no movió la cabeza. Sólo alzó la vista. No dijo nada.

—¿Te importa que me siente? —preguntó Savage.

—Lárgate, tío.

Savage metió una mano en el bolsillo de su chaqueta. El muchacho le observó en silencio. El periodista sacó un paquete de cigarrillos, le ofreció uno al muchacho y, ante el silencioso rechazo, se llevó uno a los labios.

—Me llamo Savage —dijo.

—¿Y eso a quién le importa? —preguntó el muchacho.

—Me gustaría hablar contigo.

—¿Sí? ¿De qué?

—De los Grovers.

—Tío, tú no vives por aquí, ¿verdad?

—No.

—Entonces, papi, vete a casa.

—Ya te lo he dicho. Quiero hablar contigo.

—Pero yo no. Estoy esperando a una chica. Lárgate mientras aún tengas piernas.

—No te tengo miedo, chico, así que ya puedes dejar de hacerte el duro conmigo.

El muchacho miró a Savage, y lo evaluó con descaro.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Savage.

—Adivínalo, rubiales.

—¿Quieres una cerveza?

—¿Tú invitas?

—Por supuesto —respondió Savage.

—Entonces, que sea una coca con ron.

Savage se volvió hacia la barra.

—Una coca con ron —ordenó—, y otro gintonic.

—Bebes ginebra, ¿eh? —dijo el muchacho.

—Sí. ¿Cómo te llamas, hijo?

—Rafael —dijo el muchacho, estudiando cuidadosamente a Savage—. Los muchachos me llaman Rip.

—Rip. Es un buen nombre.

—Tan bueno como cualquiera. ¿Qué pasa, no te gusta?

—Sí, me gusta —dijo Savage.

—¿Eres un madero?

—¿Un qué?

—Un «poli».

—No.

—¿Qué eres, entonces?

—Un periodista.

—¿Sí?

—Sí.

—¿Y qué quieres de mí?

—Sólo quiero hablar contigo.

—¿De qué?

—De tu banda.

—¿De qué banda? —preguntó Rip—. Yo no pertenezco a ninguna.

El camarero trajo las bebidas. Rip probó la suya y dijo:

—Ese tío es un gilipollas. Esto parece un helado de nata.

—Salud —brindó Savage.

—Vas a necesitarla —dijo Rip.

—En cuanto a los Grovers…

—Los Grovers son un club.

—¿No son una banda?

—¿Para qué necesitamos una banda? Somos un club, eso es todo.

—¿Quién es el presidente? —preguntó Savage.

—Eso es algo que yo sé y que tú tienes que averiguar —contestó Rip.

—¿Qué pasa? ¿Te avergüenzas del club?

—Diablos, no.

—¿No te gustaría verlo en las páginas de un periódico? Ningún otro club de este vecindario ha recibido nunca un tratamiento completo por parte de un periódico.

—Nosotros no necesitamos ningún tratamiento. Gozamos de una gran reputación. No hay nadie en esta ciudad que no haya oído hablar de los Grovers. ¿A quién tratas de engañar, tío?

—A nadie. Pero creí que tal vez os gustaría hacer un poco de trabajo de relaciones públicas.

—¿Qué demonios es eso?

—Tener una prensa favorable.

—Quieres decir… —Rip frunció el ceño—. ¿Qué quieres decir?

—Un artículo que hable del club.

—No necesitamos ningún artículo. Será mejor que te vayas con viento fresco, papi.

—Rip, estoy tratando de ser tu amigo.

—Ya tengo un montón de amigos en los Grovers.

—¿Cuántos?

—Al menos deben de ser… —Rip se interrumpió bruscamente—. Eres un astuto bastardo, ¿verdad?

—No tienes por qué decirme lo que no quieras, Rip. ¿Por qué te llaman «Rip»[7] tus amigos?

—Todos tenemos apodos. Ese es el mío.

—¿Pero por qué?

—Porque sé manejar una navaja.

—¿Has tenido que hacerlo alguna vez?

—¿Usarla? ¿Me estás tomando el pelo? En este vecindario, si no llevas un cuchillo o una pieza estás muerto. Muerto, tío.

—¿Qué es una pieza?

—Un arma. —Rip abrió los ojos de par en par—. ¿No sabes lo que es una pieza? Tío, es increíble.

—¿Tienen los Grovers muchas piezas?

—Suficientes.

—¿De qué clase?

—De todas. ¿Qué arma quiere? Nosotros la tenemos.

—¿Pistolas del 45?

—¿Por qué lo preguntas?

—Una pistola del 45 es un arma muy bonita.

—Sí, es grande.

—¿Habéis utilizado alguna vez estas armas?

—Tienes que usarlas. Tío, ¿acaso piensas que estos chismes son para divertirse? Tienes que usar cualquier cosa que tengas en las manos. De otro modo, acabas muy mal. —Rip bebió otro trago de su mezcla—. Este vecindario no es moco de pavo, papi. Siempre tienes que andar con los ojos bien abiertos. Por eso ayuda pertenecer a los Grovers. Los que ven esta chaqueta por la calle te respetan. Saben que si se meten conmigo, tendrán que hacerlo con todos los Grovers.

—¿Te refieres a la policía?

—No, ¿quién quiere líos con la Ley? Nos mantenemos alejados de ellos. A menos que nos molesten.

—¿Os ha molestado algún policía últimamente?

—Tenemos hecho un trato con los «polis». Ellos no nos molestan a nosotros, nosotros no les molestamos a ellos. Tío, hace meses que no hay follón en las calles. Las cosas están muy tranquilas.

—¿Te gusta que sea así?

—Claro está. ¿Por qué no? ¿A quién le gusta que le partan la cabeza? Los Grovers quieren la paz. Nunca nos arrugamos, pero tampoco vamos por ahí buscando guerra. Sólo reaccionamos cuando nos retan, o cuando algún tío de otro club quiere meterse con una de nuestras chicas. Por lo demás, permanecemos tranquilos.

—¿De modo que no habéis tenido problemas con la policía últimamente?

—Algunas escaramuzas. Nada importante.

—¿Qué clase de escaramuzas?

—Uno de los chicos estaba un poco fumado, ya sabes. Se cargó la ventana de una tienda, sólo por divertirse, ¿comprendes? Y uno de los policías lo encerró. Le pusieron una condena condicional.

—¿Quién le encerró?

—¿Por qué quieres saberlo?

—Por curiosidad.

—Uno de los «polis», no recuerdo quién fue.

—¿Un detective?

—He dicho un «poli», ¿verdad?

—¿Y cómo se lo tomaron los Grovers?

—¿Qué quieres decir?

—Qué pensaron de que este detective detuviera a uno de vuestros compañeros.

—Bah, el chico era uno de los nuevos, incapaz de distinguir su culo de su codo. Nadie debió darle un porro, eso para empezar. No sabes muy bien lo que te haces cuando estás fumado… Bueno, ya sabes, no era más que un crío.

—¿Y no quedasteis resentidos con el policía que le detuvo?

—¿Cómo?

—¿No tenías nada contra el policía que le encerró?

La sombra de una sospecha cruzó por los ojos de Rip.

—¿Qué andas buscando, tío?

—En realidad, nada.

—¿Cómo has dicho que te llamas?

—Savage.

—¿Por qué me preguntas qué pensamos de los «polis»?

—Por ningún motivo especial.

—Entonces ¿por qué preguntas?

—Sólo por curiosidad.

—Sí —dijo Rip, hastiado—. Bueno, ahora tengo que irme. Creo que esa chavala no volverá por aquí.

—Escucha, quédate unos minutos más —le pidió Savage—. Me gustaría seguir hablando contigo.

—¿De veras?

—Sí, me gustaría.

—Es una lástima, amigo —dijo Rip—. A mí, no. —Se levantó—. Gracias por el trago. Ya nos veremos.

—Por supuesto —dijo Savage.

Observó el pesado andar del muchacho mientras éste salía del bar. La puerta se cerró detrás de él, y el chico desapareció.

Savage se quedó mirando su copa. Había habido problemas entre los Grovers y la policía… y un detective, en realidad. Así pues, su teoría no era tan descabellada como el bueno del teniente había sugerido. Bebió lentamente mientras pensaba y, cuando hubo terminado de beber, pidió otro gintonic. Diez minutos más tarde, abandonó el bar y pasó junto a dos hombres pulcramente vestidos cuando salía del local.

Los dos hombres eran Steve Carella y un agente vestido de paisano, un agente llamado Bert Kling.