CAPITULO 7 - Cómo Curt Newton se convirtió en el Capitán Futuro
SOBRE la helada superficie de Plutón, el planeta ártico, una gran cúpula de glasita brillaba como una burbuja de luz cálida. Se trataba de una pequeña ciudad comercial Terrícola, que servía de puesto avanzado de la Tierra en aquel planeta fronterizo. Pues, años antes de que los grandes domos de las ciudades hubieran sido construidos, aquella había sido una zona totalmente inhóspita y desolada.
A través de las yermas llanuras de hielo de aquel planeta terrible, un pequeño grupo de nativos Plutonianos se dirigía al puesto comercial de los Terrícolas.
Esos nativos de Plutón eran hombres altísimos, cuyos cuerpos estaban completamente cubiertos con un espeso vello negro, y cuyos ojos poseían enormes pupilas de extraña expresión. Cargaban con numerosas pilas de pieles, que, regularmente, llevaban a los comerciantes Terrícolas para intercambiarlas por otros productos.
El joven terrícola
Junto a los Plutonianos caminaba una figura extrañamente diferente… un joven Terrícola, poco más que un adolescente. Vestía un pesado traje térmico, que no conseguía amortiguar la amarga sensación de frío transmitida por la nieve y el viento ululante. A pesar de su juventud, su rostro apuesto y sus claros ojos grises estaban radiantes por la emoción y el interés.
—¿Qué conseguís a cambio de las pieles, Oraq? —Preguntó al gigantesco líder Plutoniano que caminaba a su lado, empleando con gran fluidez el idioma de este último.
Oraq respondió sombrío:
—Últimamente conseguimos bastante poco. Los primeros comerciantes Terrícolas jugaban limpio, pero estos de ahora nos engañan.
Curt Newton —pues el joven Terrícola era él— les miró incrédulo.
—Debes estar equivocado, Oraq. Los Terrícolas no te engañarían.
Primera Visita a Plutón
Curt Newton tenía dieciocho años. Y aquella era su primera visita a Plutón.
Aquella era la última parada de un viaje que le había llevado a él y a sus tres extraños tutores y guardianes, a través de todo el Sistema Solar. Aquel tour exhaustivo por todo el Sistema había sido diseñado por el Cerebro, como conclusión de la increíble educación de Curt.
¡Lo cierto era que Curt había recibido una educación sin parangón! Durante dieciocho años, había vivido sobre la Luna de la Tierra, donde había nacido.
Allí, sus tres guardianes… Simon Wright, el cerebro viviente, Otho el androide, and Grag el robot… le habían criado y educado, proporcionándole un entrenamiento en todas las disciplinas científicas, físicas y mentales que ningún otro tutor podría haberle dado.
El impaciente joven estaba deseando abandonar la Luna, contemplar el resto del enorme Sistema Solar que los pioneros Terrícolas habían explorado y colonizado. Pero no pudo hacerlo hasta que el Cerebro le juzgó preparado para ello.
Planeta a Planeta
Ahora, durante varios meses, habían estado recorriendo los diferentes planetas con su pequeña nave espacial. El joven Curt Newton había aprendido los secretos de los desiertos Marcianos, y contemplado las profundidades de las junglas Jovianas, las grandes llanuras de Saturno y las altísimas montañas de Urano, que desafiaban al horizonte. Todo ello de primera mano.
Llevaban varias semanas, allí, en Plutón. Habían estado viviendo con los nativos Plutonianos, en su extraña ciudad helada de Qulun, al norte del Mar Avernus. Curt había puesto en práctica su habilidad distintiva para hacer amistad entre los diversos pueblos planetarios no—terrícolas. Se había covertido en un camarada más entre aquellos sencillos y primitivos Plutonianos… navegando junto a ellos en el tormentoso océano, cazando los korlats y otras enormes bestias peludas… y ahora les acompañaba a intercambiar las pieles con los Terrícolas.
El pequeño grupo alcanzó la puerta de doble hoja que daba acceso a la cúpula que albergaba el pequeño puesto comercial, y penetraron en el interior. Era cálido y luminoso. Unos grandes generadores atómicos, cobijados en un edificio bien guardado, proporcionaban un importante flujo de calor e iluminaban todo el domo.
Oraq, el tribeño Plutoniano, gruñó con incomodidad.
—Aquí dentro hace demasiado calor. Cambiemos las pieles y vayámonos antes de que nos pongamos enfermos.
Pero el joven Curt Newton se había quitado el casco de su cabellera pelirroja y respiraba el cálido aire con alivio y satisfacción.
—Allí es donde comerciamos con las pieles, —dijo Oraq, señalando uno de los edificios de metalita más grandes del interior del domo, que parecía atestado de gente.
El Puesto de Comercio
El edificio tenía un interior cavernoso, repleto de grandes fardos de valiosas pieles Plutonianas y de recipientes llenos de baratijas para intercambiar. Había algunos otros Plutonianos deambulando por allí, y un grupo de rudos cazadores y tramperos Terrícolas, que miraron fijamente a Curt cuando éste entró junto a los Plutonianos.
—Es la primera vez que veo a un muchacho Terrícola viajando con los Peludos, —señaló un Terrícola malencarado—. Mirad, si incluso habla su lengua.
Curt Newton se sintió incómodo. No sabía demasiado acerca de los Terrícolas. Había tenido muy poco contacto con ellos durante sus dieciocho años de vida.
Los dos propietarios del puesto comercial avanzaron hacia ellos… un individuo robusto, de mediana edad y rostro grosero, y un viejo de labios delgados. Miraban con codicia las pieles que la gente de Oraq llevaba consigo.
—Nosotros comerciar, —murmuró Oraq, pronunciando con dificultad aquellas pocas palabras en el idioma de la Tierra—. Nosotros querer cuchillos y puntas de lanza.
El viejo asintió, y ofrecIó seis cuchillos de acero barato, así como algunas puntas de lanza, que depositó sobre la mesa.
El rostro de Oraq se ensombreció.
—No es suficiente, —articuló el Plutoniano.
—Es todo lo que pienso darte, —le respondió con calma el mercader de labios delgados.
Curt Newton estalló de furia. Había estado observando indigmado, pero no podía contenerse.
—¡Pero si eso es robo! —Declaró—. Estas pieles valen mil veces más de lo que les estáis ofreciendo. Llevémoslas a otro sitio, Oraq.
Los Señores del Poder
Los hombres de la sala rompieron a reir. Y el anciano mercader de labios delgados se dirigió a Curt con tono amrgado:
—Tu debes ser nuevo en Plutón, muchacho. No hay ningún otro comerciante en todo este planeta. Wilson y Kincaid… que somos yo y mi socio… somos los únicos que han establecido aquí un puesto comercial. Y eso es porque somos los únicos que contamos con una planta de energía atómica, que proporciona a este lugar luz y calor.
—Es cierto, chico, —se burló Kincaid, el socio de rostro grosero—. Y por eso, estos Peludos nos conocen como Los Señores del Poder.
Curt le miró incrédulo.
—Pero la Pat rul la Planetaria del Gobierno del Sistema…
Kincaid se carcajeó.
—Hijito, en estos días, la Patrulla tiene demasiado de qué ocuparse en los planetas interiores como para aventurarse a venir hasta aquí. Aquí, la única Ley que se acata es la Ley de los Señores del Poder; procura no olvidarlo.
Los ojos de Curt centellearon de ira.
—¡Yo haré que la Ley del Sistema llegue hasta aquí! —Exclamó—. ¡Conseguiré que el Gobierno se entere de vuestro tramposo monopolio!
Los labios delgados de Wilson, el socio mayor, se contrajeron en una línea aún más delgada, mientras miraba al joven pelirrojo con una expresión intranquilizadora.
—Muchacho, vas a tener que aprender una serie de cosas, —dijo con calma—. Vas a aprender quiénes son los Señores del Poder. —Y, con una orden seca, Wilson se dirigió a los hombres malencarados que había detrás de Curt—. Enseñadle quiénes somos, chicos.
Curt intentó escabullirse, pero un golpe demoledor le dio de frente, antes de que hubiera podido hacer el menor movimiento. Se tambaleó, y sintió cómo otro golpe impactaba contra sus labios, haciendo que la cabeza le diera vueltas por el impacto.
Sólo fue vagamente consciente de los brutales golpes que siguieron a continuación; creyó notar cómo caía al suelo sin fuerzas, mientras unas pesadas botas le pateaban. Se sumergió en una piadosa inconsciencia.
La Búsqueda de la Justicia
Cuando se despertó, helado de frío y dolorido, descubrió que estaba siendo transportado por los Plutonianos de Oraq, a través de las heladas planicies. Cuando, con gran torpeza, intentó incorporarse, Oraq le ayudó.
—¡Te dieron una paliza, y te arrojaron fuera del domo! —Bramó Oraq—. Nos apuntaron con sus atomizadoras, y nos habrían matado allí mismo si hubiéramos intentado detenerles.
Tras un momento de silencio, el Plutoniano añadió con fiereza:
—Reuniré a todas las tribus, y atacaremos a esos malditos Señores del Poder hasta destruirles por completo.
—¡No! —Dijo Curt a través de sus labios amoratados—. Es cosa mia que se haga justicia, Oraq. Llevadme de vuelta a vuestra ciudad.
Cuando alcanzaron la ciudad helada de Qulun, y Otho, Grag y el Cerebro se enteraron de lo que había sucedido, el androide y el robot explotaron de rabia. ¡Se habían atrevido a ponerle las manos encima a su adorado pupilo y ahijado!
—¡Volveremos allí y les destrozaremos! —Graznó Otho—. Haremos que esos autodenominados Señores del Poder se arrepientan hasta de haberte visto, antes de que mueran.
—¡No! —Le contradijo Curt Newton. Sus jóvenes ojos poseían un brillo nuevo y extraño—. Les haremos afrontar la justicia… no la mera venganza. Obligaremos a Wilson y a Kincaid a que vuelvan a la Tierra, y a que se rindan ellos mismos a la Jus ticia del Gobierno.
—Pero ¿Cómo podremos hacerlo? —Objetó Grag—. Nunca dejarán Plutón por su propia voluntad.
El Rayo Sónico Silencioso
—Creo que lo harán, —declaró Curt—. Sus generadores atómicos son lo único que hace habitable su puesto de comercio. inhabilitar esos generadores, empleando apra ello el rayo inhabilitador que me enseñásteis a construir. Entre eso y el Rayo Sónico—Silencioso del Cerebro, no tendrán más remedio que salir de aquí.
—¿El Rayo Sónico—Silencioso? —Exclamó Otho—. ¡Oye creo que ya empiezo a entender tu plan! Tienes pensado emplearlo para…
—Si, —asintió Curt—. Eso es lo que vamos a hacer, —el rostro saludable y juvenil de Curt cambió de repente, abandonando su anterior expresión. Al contemplar el intenso escrutinio al que era sometido por El Cerebro, una mirada de abatimiento apareció en sus ojos—. Por un momento no me he dado cuenta, —dijo Curt inseguro—, de que os estaba dando órdenes. No pretendía hacerlo.
El Cerebro, por fín, rompió el silencio.
—Curtis, no necesitas disculparte. Se procederá tal como has sugerido.
El Alba de la Madurez
Los cuatro se habían dado cuenta de ello. Aquel momento marcaría un cambio en sus relaciones, y sería para siempre. Eso significaba que Curt Newton había dejado de ser su pupilo, su ahijado. Significaba que, de repente, se había convertido en su líder… y que su férrea determinación le había llevado a alcanzar la madurez.
Aquella noche, los grandes generadores atómicos que proporcionaban cobijo a la ciudad bajo el domo se apagaron repentinamente. Los ingenieros, extrañados, tras trabajar en vano para intentar arreglarlos, llamaron a Wilson y a Kincaid.
—No lo entendemos, —dijeron a los autonombrados Señores del Poder—. Los generadores deberían funcionar, pero, sencillamente, no funcionan.
—¡Eso es que no conocéis vuestro trabajo! —Bramó Kincaid—. Ponedlos en marcha de una vez, antes de que nos helemos todos.
Pero, a pesar de que los ingenieros trabajaron frenéticamente, los grandes ciclotrones estaban como muertos. Ninguno de ellos llegó a reparar en una pequeña nave, que flotaba en la lejanía del polvoriento cielo, proyectando sobre el domo una potente fuerza inhabilitadora que "anulaba" toda actividad atómica.
Un Escalofrío en el Aire
El aire del interior de la cúpula comenzó a volverse frío, mientras los potentes calefactores atómicos dejaban de funcionar. Hacía horas que estaban a oscuras, excepto por alguna luz procedente de varias linternas. La atmósfera se hacía cada vez más heladora, más escalofriante, y la escarcha comenzaba a penetrar en el domo. Los Terrícolas, tiritando, observaban ansiosos el trabajo de los desesperados ingenieros en sus infructuosos intentos por recuperar la energía, espoleados por las lacerantes palabras de sus jefes.
Entonces, Kincaid, Wilson y el resto de sus hombres, sufrieron un sobresalto. Una voz clara acababa de hablar de repente, desde el aire que les rodeaba.
—"¡Id a la Tierra, y rendíos al Gobierno del Sistema!" —Ordenaba.
—¿Quién ha dicho eso? —Graznó Kincaid, empuñando su pistola atómica.
—Nadie… ¡Esa voz ha venido del aire! —Musitó un hombre. Una vez más, la voz volvió a hablar. Procedía del vacío, del aire que les rodeaba, repitiendo su orden. Era una voz de gran volumen, mucho más alta que una voz ordinaria.
Nadie pudo imaginarse que todo era obra del haz "Sónico—Silencioso" que el Cerebro había contruido para que produjera ese efecto… un haz de vibraciones sónicas que estaba más allá de los límites de la audibilidad, pero que, al enfocarse a cierta distancia del transmisor, se convertía de repente en vibraciones sónicas audibles. Una y otra vez, aquella siniestra orden continuó repitiéndose. La oscuridad, el frío, que iba en aumento, y aquella voz tan terrible en medio del aire, terminaron por crispar los nervios de los Terrícolas.
—No podemos arreglar estos "cics", —confesaron por fin los ingenieros.
—¡Salgamos de aquí! —Suplicó uno de los hombres—. Vamos a congelarnos si no lo hacemos. Y esa voz significa problemas.
—Sólo es un truco, —susurró Kincaid—. Pero sea, nos iremos. Nos dirigiremos a Urano; esperaremos allí unos días, y luego volveremos con generadores nuevos.
La Voz In visible
Se apresuraron a cargar su nave con grandes montones de pieles, y despegaron en dirección a Urano. Establecieron un campamento entre las Montañas Negras, cerca de la región ecuatorial de dicho planeta, cerca del Cañón del Río Interminable. Pero, durante su segundo día allí, la voz invisible volvió a dirigirse a ellos.
"¡Id a la Tierra y rendíos al Gobierno del Sistema!"
Durante dos días, la voz continuó hablándoles, hora tras hora, repitiendo aquella orden implacable. Wilson y Kincaid, llenos de ira, buscaron su fuente furiosamente, pero sin lograr encontrarla. Llenos de desesperación, dispararon al azar sus atomizadoras, en dirección a las montañas que había sobre sus cabezas. Lo único que consiguieron fue empezar una avalancha, de la que sólo pudieron escapar, por muy poco, despegando de nuevo en su nave.
Los Señores del Poder y sus hombres huyeron entonces a Saturno. Instalaron un nuevo campamento cerca del Valle de los Silicae, junto al polo sur del planeta. Pero, una vez más, aquella voz desapasionada regresó para atormentarles. No parecía venir de ninguna parte. Curt y sus camaradas estaban proyectando su rayo "Sónico—Silencioso" desde muchos kilómetros de distancia.
Los Silicae comenzaron a arrastrarse en dirección al campamento de Wilson y Kincaid, atraído por sus estúpidos disparos, sin ningún blanco concreto. Los enormes y grisáceos monstruos inorgánicos les hicieron mover el campamento a toda prisa, para trasladarlo a norte. Pero el nuevo campamento estaba junto a los Lagos Errabundos, y se hallaba a merced de las esporas del Bosque de Hongos, que llegaban a ellos llevadas por el viento. Y aquella voz, fría e implacable, seguía con ellos.
¡Sin Salida!
Presas de un miedo creciente, los Señores del Poder realizaron un nuevo intento por escapar de sus torturadores. Huyeron a Júpiter e intentaron ocultarse en las vastas junglas de helechos que hay al sur del Mar de Fuego. Pero, pese a haber colocado su campamento en medio de las antiguas ruinas Jovianas, que eran conocidas por los Jovianos como el Lugar de los Muertos, la gélida Voz les alcanzó una vez más.
"¡Id a la Tierra y rendíos al Gobierno del Sistema!"
Presas del pánico, los seguidores de Wilson y Kincaid desertaron de ellos, adentrándose a trompicones en las junglas de helechos, en una loca carrera hacia lo desconocido. Al fín, con los nervios absolutamente deshechos, Wilson y Kincaid decidieron dirigirse hacia la Tierra. La nave de Curt Newton les siguió a distancia, atormentando aún a los fugitivos con el haz "Sónico—Silencioso" hasta que tomaron tierra junto a la gran Torre del Gobierno.
"¡Rendíos a la Ley del Sistema!" —decía la orden, de un modo inexorable.
Y así, un extrañado Jefe de la Policía Planetaria, y un igualmente atónito Presidente del Sistema, escucharon a aquellos dos hombres, que tenían los nervios deshechos, y les oyeron balbucear una confesión, acerca de cómo habían estafado a los nativos de Plutón por medio de un monopolio ilegal.
Más tarde, aquella misma noche, el Presidente del Sistema se sentó en su oficina, en lo alto de la Tor re del Gobierno, reflexionando sobre aquel extraño suceso. Su rostro enjuto y avejentado expresó una repentina extrañeza al escuchar cómo una nave aterrizaba en la cima inclinada de la torre. Ninguna de sus naves habría podido aterrizar allí.
Cuatro Extrañas Figuras
Se puso en pie para llamar a sus oficiales. Pero, entonces, se quedó helado. En la puerta de su oficina había cuatro figuras que no parecían reales. Se traba de un joven Terrícola, de cabello pelirrojo y unos ojos grises, claros y llenos de decisión; un espigado androide de ojos verdes; un gigantesco robot de metal; y un Cerebro que moraba en una caja cuadrada y trasparente llena de suero, mirándole con sus ojos artificiales montados sobre unas lentes.
—Somos los que han obligado a confesar a Wilson y a Kincaid, —le dijo con calma Curt Newton al Presidente—. Y queremos decirle lo siguiente: las pieles que había en su nave les han sido robadas mediante estafa a los nativos Plutonianos. El valor equivalente a esas pieles, en bienes necesarios, debería serle entregado a los Plutonianos.
El Presidente se quedó perplejo; y entonces, mientras las cuatro extrañas figuras se daban la vuelta para marcharse, se atrevió a preguntar:
—¿Quién… quién es usted?
El joven pelirrojo se dió un momento la vuelta.
—Tan sólo soy alguien que no desea ver cómo el futuro de los habitantes de Plutón se desmorona por unos meros beneficios económicos. —Entonces, una sonrisa rápida y llena de humor cruzó su rostro y sus ojos grises, y añadió—, ¡Si desea tener un nombre con el que dirigirse a mi, puede llamarme Capitán Futuro!
¡Y así fue cómo Curt Newton se convirtió en el Capitán Futuro!