CAPITULO XVIII - El Secreto de la Estrella Oscura

Cuando las redes de caza de los Estigios cayeron sobre el Capitán Futuro y sus dos camaradas, Curt hizo un violento esfuerzo por romper la malla de metal, pero no tuvo éxito. Las flexibles redes de metal habían sido diseñadas para atrapar animales de gran tamaño y fortaleza.

Junto a él, Otho se debatía, lanzando improperios. El escurridizo androide estaba empleando de toda su fuerza para librarse de la red, pero también parecía incapaz de lograrlo. El grandullón Grag, ejerciendo su fuerza descomunal, comenzó a lograr reventar la malla en algunas partes. Pero, velozmente, los Estigios le arrojaron encima dos redes más, las cuales fueron suficientes para contenerle incluso a él.

El pequeño Eek había desaparecido en el mismo instante en que los Estigios cargaron contra ellos. El cachorro de lobo lunar, que había sentido telepáticamente la cercanía de los cazadores antes de que los demás se dieran cuenta, había saltado hacia las grandes masas de hongos, desapareciendo entre ellos.

—¡Malditos sean estos diablos peludos! —Siseaba Otho con furia—. Mira que atraparme en una red como si fueran pescadores Neptunianos… ¡Que me den la ocasión, y ya les enseñaré yo qué clase de presa han atrapado!

—Tranquilízate, Otho, —le llamó la atención el Capitán Futuro—. No podemos romper estas redes. Espera hasta que nos llegue la ocasión.

A pesar de los ánimos que pretendía dar al androide, Curt se sentía como si su corazón fuera de piedra maciza. Sentía una desagradable mezcla de humillación y culpabilidad. ¡Él, el Capitán Futuro, sorprendido y capturado de un modo tan sencillo!

Mientras era arrastrado por el suelo, Curt escuchó la atronadora voz de Grag, llena de ansiedad.

—¿Te encuentras bien, Jefe? ¿Has visto hacia dónde huyó Eek? Estaba terriblemente asustado.

—Eso, ahora preocúpate por ese maldito cahorro lunar, —siseó con furia la voz de Otho, que se hallaba en la vanguardia de aquella extraña procesión—. Los tres estamos prisioneros, el Cerebro está en alguna parte, en peligro, y la conjura del Doctor Zarro debe de estar en estos momento destruyendo nuestro sistema de gobierno… ¡Pero todo eso no tiene importancia! ¡Lo único que importa es que el pobrecito Eek pueda estar asustado!

A pesar de la gravedad de la situación, Curt Newton no pudo evitar reirse ante la furiosa indignación de Otho.

—Eek está libre, sabrá cuidarse solo, y estará bien, —aseguró Curt a Grag, para después añadir—: lo cual, mucho me temo, es más de lo que podemos decir nosotros.

Sus captores Estigios les condujeron a la gran Sala circular, en el interior del edificio chato. Y allí les aguardaban tres personas, evidentemente avisadas de su captura. Aquellos tres eran el Doctor Zarro, Roj y Kallak. Curt Newton y los dos Hombres del Futuro fueron arrojados frente a ellos.

—¡Habéis hecho bien capturando a estos tres! —Aduló el Doctor Zarro a los Estigios—. Son los más letales enemigos de vuestra raza. Ahora podéis iros.

Mientras los Estigios se marchaban, Curt examinó velozmente el interior de la gran estancia.

Observó las grandes máquinas, y entonces su mirada reparó en la colección de cajas de glasita, en cada una de las cuales había un científico desaparecido, inmóvil y paralizado. Curt tensó los labios cuando vio a Joan Randall sentada en una de aquellas cajas, rígida, inmóvil, con los ojos fijos en él. Y junto a la caja de la muchacha, en el suelo, estaba el Cerebro.

—¡Simon! —Exclamó Otho, que, al ir el primero, había visto también al Cerebro—. ¿Qué es lo que te han hecho?

El Cerebro no contenstó, pero sus lentes oculares oscilaron sobre sus cables, mirando de un modo significativo en dirección a su altavoz.

—¡De modo que por fín nos encontramos, Capitán Futuro! —Exclamó el doctor con un tono áspero y triunfal.

Curt miró con frialdad los ardientes ojos negros de su oponente.

—Ya nos hemos visto antes cara a cara, —dijo con desdén al Doctor Zarro—, pero en aquel entonces no te servías de esa ilusión que te disfraza, y hablabas con tu verdadera voz.

Roj, Kallak, y los dos indefensos Hombres del Futuro les observaban en tensión. Pues en aquel instante tenía lugar un drama. Allí, en la ciudad secreta de una raza desconocida, los dos grandes enemigos se hacían frente, por fín, abiertamente.

¡El Doctor Zarro, la misteriosa figura cuyo poder e influencia habían arrojado al pánico a todo el Sistema Solar, y cuya desbordante ambición le había conducido a un paso de obtener una dictadura absoluta sobre dicho Sistema!

¡Y el Capitán Futuro, legendario aventurero de puños rápidos, sonrisa fácil y enorme genio científico, que durante años, como un coloso, se había erigido en campeón de todo el Sistema!

—No tengo más remedio que admitir, —dijo ásperamente el Doctor Zarro—, que me has dado muchas preocupaciones, Capitán Futuro. Sé todo lo que has hecho en el pasado. Y no me he sentido seguro hasta este mismo instante.

—¡No estaremos a salvo mientras el Capitán Futuro viva! —Estalló Roj, el enano—. Más de uno, antes que tu, ha pensado que tenía en su poder a este diablo pelirrojo, y luego lo ha lamentado. ¡Yo digo que lo matemos!

—¡No! ¡Aún no podemos atrevernos a algo así! —Declaró el Doctor—. Los Estigios todavía están incómodos por aquellos dos que matamos en Plutón… en estos momentos no podemos permitirnos matar a nadie más. Pero no te preocupes… El Capitán Futuro estará aquí a buen recaudo, junto a los demás, en mi Salón de los Enemigos.

—¿Así es como llamas a tu patética colección de prisioneros? —Dijo con desdén el Capitán Futuro—. Les mantienes paralizados con el mismo gas que empleaste al atacar el Observatorio, ¿No es así? Es algo propio de una mente criminal como la tuya.

El tono de su voz pareció herir al genio criminal.

—¡Mi mente es lo bastante elevada como para lograr el dominio de todo el Sistema, a pesar de todos tus esfuerzos! —Declaró el Doctor Zarro—. ¡Si!. ¡Ahora mismo, a lo largo de los nueve planetas, sus aterrados moradores están presionando y forzando al Gobierno para que me ceda sus poderes! ¡A mi, a la única persona de todo el Sistema que puede evitar el avance de la Est rel la Os cura!

—No hace falta que mantengas conmigo ese engaño, —dijo cortante el Capitán Futuro—, Conozco el meollo de tu plan. Sé el secreto de la Est rel la Os cura.

—¿Lo sabes? —Exclamó el Doctor Zarro, aparentemente asombrado.

—Si, lo sé, —dijo Curt adustamente—. Sé que, en realidad, la Est rel la Os cura no existe en absoluto… ¡Sino que también ella no es más que una gigantesca ilusión!

El Doctor Zarro bajó la mirada para mirarle atónito. Roj emitió un grito.

—¿No te había dicho yo que este pelirrojo es el diablo en persona? ¡Ha desentrañado todo el secreto!

—¿Es eso cierto, Jefe? —Exclamó Otho, desde la indefensa posición en la que se encontraba.

—Es cierto… esa estrella oscura que tan grande parece en el cielo, no existe en realidad, —respondió Curt—. Ahí fuera, en el espacio, hay algún tipo de nave o de crucero, que lleva semanas aproximándose al Sistema, y que lleva consigo un aparato que crea una gran ilusión, una semejante a la ilusión que camufla este mundo… una imagen descomunal y casi real de una estrella oscura.

"Esa gran imagen es, no sólo irreal sino inmaterial, como no sea al ojo humano. Por ese motivo carece de masa. Cuando los astrónomos del Sistema se vieron incapaces de medir ningún tipo de masa en la estrella oscura, casi no podían creer en los resultados de sus mediciones. Resultaba tan increible que un cuerpo celeste tan descomunal careciera de masa… fue ese hecho el que hizo arrojar dudas sobre sus mediciones.

"Pero la comprobación que hice que Kansu Kane realizara en las estrellas fijas que rodeaban la estrella oscura, me dejó bien claro el asunto, —concluyó Curt—. Si la estrella oscura poseyera alguna masa, habría deflectado los rayos lumínicos de aquellas estrellas, por el efecto de Einstein de la gravitación de la luz, y las estrellas parecerían estar desplazadas. Pero no lo estaban en absoluto, y de ahí deduje que, efectivamente, la estrella oscura carecía por completo de masa. Eso significaba que solo podía tratarse de una imagen de algún tipo… ¡Una ilusión creada deliberadamente para aterrorizar al Sistema!

El Doctor Zarro le contestó con suavidad:

—Eres muy astuto, Capitán Futuro… más de lo que había pensado. Pero, si sabías todo eso, ¿Por qué no interceptaste la nave para destruir la ilusión de la estrella oscura?

—El Cerebro estaba aquí, en peligro mortal, y tenía intención de rescatarle primero.

El Doctor Zarro rió con voz ronca.

—Tu lealtad hacia tu camarada te costará la vida. Pues la nave que produce la imagen de la estrella oscura está entrando casi en el Sistema, y los aterrorizados habitantes del Sistema Solar, que en este momento estarán viendo acercarse cada vez más el monstruoso sol muerto, no tardarán en derrocar al Gobierno.

El profeta oscuro dejó escapar una larga risotada, antes de proseguir:

—Y cuando el Gobierno sea derrocado y se me ceda el poder, no tendré más que ordenar a la nave que proyecta la imagen que vuelva a alejarse del Sistema, y luego les diré a sus habitantes que les he salvado, haciendo cambiar de rumbo el sol muerto que les habría podido destruir a todos. ¡Y podré utilizar mis poderes de ilusión para mantenerme en el poder de forma indefinida, aterrorizando al Sistema de nuevo con peligros ilusorios, cada vez que sospeche que se planea una revuelta contra mi!

—¿Tus poderes de ilusión? —Repitió Curt Newton con tono de burla—. No fuiste tu el que inventó esta tecnología de imágenes ilusorias. Fueron los Estigios, hace mucho tiempo, los que la desarrollaron. Tu no eres más que un Terrícola que, de algún modo, persuadió a esta gente para que fueran tus aliados y te prestaran el secreto de las ilusiones para tus propios propósitos.

—Ya que sabes tantas cosas, ¿No sabrás también el secreto de cómo se producen las ilusiones? —Dijo burlonamente el Doctor Zarro.

—Creo que si, —respondió Curt con frialdad—. Son creadas mediante un campo de fuerza que funciona gracias a la reflexión de la luz. Un hombre parece un hombre ante mis ojos porque los rayos de luz que impactan contra él se reflejan de acuerdo a las sencillas leyes de la reflexión, llevando hasta mi retina la imagen de un hombre. Pero si los rayos de luz que impactaran sobre ese hombre fueran reflejados de un modo anómalo por un campo de fuerza que le rodeara, como, por ejemplo, lo harían con una roca, entonces ese hombre aparecería ante mis ojos como una roca, en lugar de como un hombre.

"En eso consiste el secreto, ¿Verdad? Los aparatos de ilusión que llevan encima los Estigios y les hacen parecer Terrícolas, el aparato que tu mismo llevas, que te hace adoptar ese aspecto, ese gran mecanismo de ahí fuera, que camufla a todo Styx, y el que porta esa nave, que crea la ilusión de la estrella oscura, todos ellos funcionan con el mismo principio, ¿No es así? Todos ellos proyectan un campo de fuerza que afecta a la reflexión de la luz de acuerdo con ciertos patrones pre—establecidos, creando de ese modo una ilusión completamente irreal.

—Tu reputación no es, en absoluto, exagerada, Capitán Futuro, —dijo el Doctor Zarro, con un timbre de genuina admiración en su voz—. A partir de un mínimo de datos, has desentrañado correctamente el secreto de las ilusiones.

—Sólo hay una cosa que me gustaría saber, —dijo Curt con calma,—y es cómo te las arreglaste para inducir a los Estigios a convertirse en tus aliados y a darte su secreto… si no te importa, me gustaría saberlo.

Curt estaba intentando ganar tiempo. Había oido decir al Doctor Zarro que los Estigios estaban descontentos con sus métodos. Confiaba en tener la oportunidad de apelar a los gobernantes Estigios contra aquel criminal, que empleaba su ciencia para aterrorizar al Sistema.

El Doctor Zarro se rió.

—Eso no me importa decírtelo, ya que tengo ganada la partida. Vine a este planeta intrigado por las antiguas leyendas de los Plutonianos, que hablaban de tiempos pasados, en los que una gran raza habitaba en una de las lunas… un tiempo remoto en el que Styx no se hallaba cubierta por las aguas. Penetré a través del ilusorio camuflaje y alunicé aquí, siendo capturado por los Estigios.

"Me trataron bastante bien, pues son una raza muy pacífica, que odia la guerra y el asesinato. Descubrí entonces por qué habían camuflado su mundo. Tenían miedo de los Terrícolas. Habían observado cómo los pioneros, los colonos Terrícolas, se extendían por todo el Sistema hasta llegar a Plutón, y temían que los recién llegados invadieran y conquistaran su ancestral mundo natal. De manera que, por seguridad, emplearon su secreto de la ilusión para hacer que Styx pareciera un mundo cubierto de agua, evitando que los Terrícolas vinieran aquí.

"Cuando descubrí esto, Capitán Futuro, vi mi oportunidad para conseguir el poder… una oportunidad como ningún hombre había tenido jamás. Jugué con los miedos de los Estigios. Les dije que tarde o temprano, los Terrícolas penetrarían a través de su camuflaje, e invadirían Styx, conquistando su mundo y esclavizándoles. Les dije que su única oportunidad para estar seguros era ayudarme a lograr el poder sobre todo el Sistema… entonces, ellos, al ser amigos mios, estarían siempre a salvo. Mis argumentos les convencieron, de modo que me dieron el secreto de las ilusiones, además de ayudarme a construir naves. Una de esas naves fue equipada con un gran generador de ilusiones, y la enviamos al espacio exterior para que creara la imagen de la estrella oscura que aterrorizaría al Sistema. Las otras naves, manejadas por Estigios que habían aprendido nuestro idioma, y que, mediante una ilusión, parecían ser Terrícolas, formaron mi Legión del Destino. Los Estigios me construyeron este gran emisor de telepantalla, y yo…

El Capitán Futuro, que fingía escuchar atentamente las bravatas del Doctor Zarro, estaba en realidad pendiente de otra cosa. Ya podía escucharlos… los Estigios se acercaban al edificio.

Sus esperanzas renacieron. Si pudiera apelar ante los gobernantes Estigios, hacerles ver que era una locura ayudar al siniestro doctor…

Pero también Roj les había oido venir. El enano corrió hacia la puerta, y luego volvió, con su vicioso rostro toalmente lívido.

—¡Ese diablo pelirrojo te ha entretenido hablando con el propósito de ganar tiempo! —Aulló Roj al Doctor Zarro—. ¡Y ahora Limor viene para acá!

—¿El rey Estigio? —Al instante, el Doctor Zarro pareció alarmado—. El Capitán Futuro no debe tener ocasión de hablar con él. ¡Rápido, métele en una de las cajas!

Las esperanzas de Curt se vinieron abajo. El enano y el gigantesco Kallak arrastraron al momento su maniatado cuerpo, y le arrojaron al interior de una de las cajas de glasita vacías. Cuando la portezuela de la caja se cerró sobre él, Curt forcejeó furioso para intentar liberarse de la red que le apresaba. Logró aflojarla un poco por el movimiento, y comenzaba ya a liberarse cuando escuchó el siseo de un gas, que penetraba en el interior de la caja tras abrir Roj una válvula.

El Capitán Futuro sintió cómo el picante gas penetraba por sus fosas nasales… y entonces un frío terrible le embargó, y perdió todo poder de movimiento. No podía ni mover un músculo. Aún seguía consciente, aún podía ver y oir, pero ahora era poco más que una estatua de hielo.

Otho, revolviéndose, forcejeando y lanzando improperios, fue arrojado al interior de una caja vecina a la suya. También el androide se quedó totalmente inmóvil cuando el peligroso gas le hizo efecto.

—¿Qué hacemos con el robot? —Exclamó Roj, señalando la gran figura metálica de Grag, que yacía apresada por multitud de redes metálicas—. ¡No respira, de modo que el gas no le afectará!

—Creo que podré ponerle fuera de combate, —murmuró el Doctor Zarro, inclinándose sobre la indefensa figura metálica, con una pistola atómica en la mano—. Debe tener, por algún lado, un sistema nervioso eléctrico…

El arma que empuñaba el Doctor Zarro emitió un rayo de fuego atómico, que el profeta oscuro dirigió con precisión a la junta del cuello metálico de Grag.

El ardiente estallido de energía penetró por la junta. Los salvajes forcejeos de Grag cesaron de repente, y sus ojos fotoeléctricos se apagaron. Curt se dio cuenta de que los cables eléctricos que conformaban el sistema nervioso del robot habían sido cortados.

—Con esto bastará, —se jactó el Doctor Zarro, poniéndose en pie—.

—Aquí está, —le avisó Roj.

Un Estigio alto, con el arnés de cuero tachonado de joyas, estaba entrando en la sala, seguido de un reducido séquito. Los vacíos ojos de Limor, el rey Estigio, examinaron al robot sin vida, y luego al Capitán Futuro y a Otho, que yacían en sus cajas.

—¿Más prisioneros? —Exclamó el gobernante Estigio dirigiéndose al Doctor Zarro, hablando en idioma Terrícola con un acento balbuceante—. Esto no me gusta. Mantener a esas personas en esta terrible muerte en vida es un error. Mi gente sólo usaba ese gas secreto para propósitos terapeuticos.

—Es necesario, Limor, —respondió el Doctor Zarro al rey, con tono vehemente—. Si esta gente quedara libre, podrían destruir mi grandioso plan. Una vez que el plan haya tenido éxito, una vez que gobierne la totalidad del Sistema, como pronto haré, entonces todos estos prisioneros serán liberados.

Al oir aquello, el Capitán Futuro, sintió bastante poco alivio. Demasiado bien sabía él a qué refería el Doctor con eso de "liberarles".

—No son sólo los prisioneros… has matado a dos hombres, un Terrícola y un Plutoniano; —dijo Limor con preocupación—. Nosotros, los Estigios somos una raza civilizada, que aborrece el derramamiento de sangre. Estoy empezando a lamentar haber accedido a ayudarte con tu plan, pues ha terminado provocando esas muertes.

—Esas muertes fueron accidentales, —dijo suavemente el Doctor Zarro—. No se producirán más, pues yo odio el derramamiento de sangre tanto como vosotros. Pero recuerda, Limor, que a menos que mi plan tenga éxito, en esta luna se producirá un derramamiento de sangre mucho mayor, cuando los Terrícolas la invadan para doblegar a tu pueblo. ¡Si, destruirán a todo el mundo, excepto a aquello que conserven como esclavos!

—Lo sé… y supongo que debe ser cierto, ya que, quien lo dice, es precisamente un Terrícola, —admitió Limor. Suspiró pesadamente—. La necesidad nos obliga a obrar así. Pero desearía que todo esto hubiera terminado ya.

—Pronto habrá terminado. En cuestión de horas, las gentes del Sistema accederán a mis reclamaciones de poder, —replicó con vehemencia el Doctor Zarro—. Entonces, como cabeza del Gobierno del Sistema, estaré en condiciones de evitar que los Terrícolas vengan jamás a esta luna.

Limor y su séquito, tras una última y turbada mirada a los paralizados prisioneros del Salón de los Enemigos, partieron de la estancia. El Doctor Zarro se acercó a la caja en la que estaba preso Curt, y lanzó una áspera risotada mientras le miraba.

—Has sido muy astuto, intentando ganar tiempo, Capitán Futuro… pero no lo bastante astuto, —se burló.

Curt no pudo responderle… no podía ni tan siquiera parpadear. Lo único que podía hacer era quedarse allí, petrificado. Pero su mente estaba activa. ¡Si hubiera tenido la ocasión de hablar con Limor, podría haberse ganado al rey Estigio!

—¡Doctor, mire esto! —Dijo Roj muy excitado desde el aparato de la telepantalla—. He captado una transmisión… ¡Escuche!

En la pantalla apareció el rostro de un comentarista de noticias Marciano, que, excitado, comunicaba las últimas nuevas.

—"…todo el Sistema se encuentra en un frenético estado de pánico general, mientras la estrella oscura se acerca cada vez más, pues ahora todos pueden verla con sólo levantar la mirada. Nos informan de tumultos, y de una muchedumbre que ha irrumpido en la Tor re del Gobierno, en la Tierra, exigiendo que el Consejo le otorgue plenos poderes al Doctor Zarro.

"James Carthew, el Presidente, ha emitido un ruego de última hora dirigido al Sistema. Dice así: 'Ruego a la gente de los nueve planetas que no se dejen dominar por el terror. El Doctor Zarro no puede variar el rumbo de una estrella oscura… nadie podría. Le pido a las gentes del Sistema que no se renuncien a su libertad en favor del que sería un dictador totalitario, y que confíen en el Capitán Futuro, que ahora mismo está trabajando para resolver este misterio.'

"¡Pero ni siquiera el nombre del Capitán Futuro puede apaciguar ya la oleada de terror que se extiende entre los ciudadanos! —Continuó el comentarista—. Noticia de última hora… ¡Venus y Mercurio acaban de forzar a los miembros de su Consejo para que voten a favor de otorgarle plenos poderes al Doctor Zarro! Otra noticia de última hora… Me informan de que también Urano ha obligado a los miembros de su Consejo para que le den su voto al Doctor Zarro, alegando que en él radica la última esperanza para salvar al Sistema. Cuando el Consejo se reuna en sesión extraordinaria, dentro de un par de horas…"

El Doctor Zarro apagó la telepantalla y se enderezó; su alta aunque falsa figura temblaba de alegría.

—¡Hemos vencido, Roj! —Gritó—. Cuando se reuna el Consejo, me otorgarán plenos poderes. Yo… Yo… ¡Seré el AMO de todos los planetas, desde Mercurio hasta Plutón!

Entonces, Curt vió como el maestro criminal le echaba una mirada furtiva, tras la cual, con voz cortante, dio instrucciones al enano.

—¡Debemos partir al momento en una nave, y dirigirnos a toda velocidad a la nave que proyecta la ilusión, en el espacio exterior! Luego, tan pronto como el Consejo me conceda el poder, empezaremos a variar un poco el rumbo de la "estrella oscura", para que los habitantes del Sistema vean que seré capaz de evitarles la catástrofe.

—¿Dejamos aquí a Kallak para que guarde el Salón de los Enemigos? —gritó Roj, mirando de reojo la caja del Capitán Futuro.

—No hay ninguna necesidad… no existe manera alguna de escapar de esas cajas, —declaró el Doctor Zarro—. Y, de todos modos, los Estigios ya guardan el exterior del edificio. ¡Vamos!

El Capitán Futuro, totalmente petrificado, observó cómo el espigado profeta y sus dos seguidores se apresuraban a salir del edificio. A los pocos instantes, escuchó el rugido de un crucero espacial que despegaba rumbo al exterior.

El Capitán Futuro fue presa de una terrible agonía. Le había fallado a los habitantes del Sistema cuando éstos más le necesitaban. El plan del Doctor Zarro estaba teniendo éxito, y él se hallaba tan indefenso para detenerle como si estuviera muerto. Pues, a todos los efectos, estaba muerto… él, Joan, Otho y el Cerebro… e incluso Grag. Todos ellos, incapaces de moverse, o hablar, o hacer otra cosa que no fuera pensar, aprisionados allí, en una ineludible muerte en vida.