CAPITULO XVI - La mazmorra más profunda

El Capitán Futuro se dió cuenta de que su camuflaje había desaparecido. La carga de invisibilidad se estaba disipando por momentos, y ya casi era visible del todo.

La horda de Jovianos emitió un coro de gritos y avanzó hacia él. La oscura forma del Emperador del Espacio se había dado la vuelta, y el misterioso villano exclamó en voz baja, asombrado:

—¡El Capitán Futuro… aquí!

Luego, el Emperador del Espacio gritó en voz alta a los Jovianos:

—¡Apresad al espía Terrícola!

Incitados por aquella orden, los nativos verdes se lanzaron contra él, aullando de rabia.

Curt se incorporó del todo, empuñó su pistola y disparó contra la siniestra figura de negro. Ahora que había sido descubierto, no perdía nada con realizar otro intento de destruir al oscuro villano.

Pero aquel intento resultó tan futil como había supuesto. El rayo de protones atravesó la figura inmaterial del Emperador del Espacio sin causarle el menor daño.

—¡Corre! —urgió Curt a Joan Randall, mientras disparaba—. ¡Yo les contendré…!

El rayo blanquecino de su pistola se movía como algo vivo, derribando a un Joviano tras otro. El arma estaba ajustada para aturdir, tan sólo. Incluso en aquella situación desesperada, Curt no deseaba matar a aquellos nativos, tan hábilmente engañados.

Joan se había puesto en pie, pero la joven no intentó escapar.

—¡No pienso abandonarte, Capitán Futuro! —Exclamó tercamente.

—¡No seas estúpida! —Gritó Curt, con sus ojos grises ardiendo de furia—. No puedes…

—¡Capitán Futuro! —Avisó la joven—. Detrás tuyo…

Curt se dio la vuelta, pero ya era demasiado tarde. Un grupo de Jovianos, que había rodeado a la pareja, se abalanzaron sobre él.

Durante unos instantes, Curt permaneció erguido, debatiéndose con una fuerza sobrehumana, con el rostro tan rojo como su cabello, alzándose por encima de los hombres verdes que trataban de derribarle. Su pistola de protones le había sido arrebatada, pero sus grandes puños dejaban tatuajes indelebles en las caras de los nativos.

Pero era aquella una lucha sin esperanza. No tardó en verse deoblgado ante la imparable masa de enemigos. Le arrebataron entonces su cinturón, echándolo a un lado, junto a su pistola.

En ese momento, le hicieron caer de rodillas, sujeto por tantos Jovianos que la huida resultaba imposible. Contempló a Joan, junto a él, e igualmente apresada.

—¿Por qué demonios no te fuiste cuando aún tenías una posibilidad? —Increpó Curt a la joven—. Ahora nos va a pasar lo mismo a los dos.

El Emperador del Espacio, una figura oscura y misteriosa avanzó deslizándose hasta situarse frente a Curt y Joan.

—Así que, por fín, el famoso Capitán Futuro ha conocido la derrota, —se burló el misterioso criminal.

Curt se sintió cercano a la desesperación. Aún así, el gran pelirrojo no mostró rastro de ella en su cara, ni tampoco en su voz tranquila, mientras miraba con desdén a la figura de negro.

—Exactamente… ¿Quién hay bajo ese traje? —Quiso saber—. ¿Quale? ¿Kells? ¿Lucas Brewer?

El Emperador del Espacio retrocedió, como asombrado por las suposiciones del Capitán Futuro.

—¡Nunca lo sabrás, Capitán Futuro! —Declaró—. Vas a morir. Y no será una muerte rápida o fácil, sino la más horrible que un hombre pueda imaginar.

El extraño criminal levantó la voz, en una orden dirigida a los Jovianos que sujetaban al hombre y la mujer.

—¡Arrojadles en uno de los pozos de los tambores de tierra! —Ordenó.

El Capitán Futuro se debatió de repente, empleando todos y cada uno de los trucos de super jiu—jitsu que el androide le enseñara. Pero era inútil.

Él y Joan fueron arrastrados hasta uno de los pozos que habían sido usados para los tambores de tierra. Los Jovianos les asomaron al borde, y luego les dejaron caer.

Curt cayó durante seis largos metros, estrellándose contra el suelo de tierra. Joan cayó a su lado.

—No estoy herida, —dijo ella. Entonces, sus ojos reflejaron horror—. ¿Acaso nos va a dejar aquí hasta que nos muramos de hambre?

—Me temo que esto va a ser mucho peor y más diabólico que morirse de hambre, —respondió el gran pelirrojo.

Miró hacia arriba. Las paredes de tierra del pozo se iban estrechando conforme el agujero subia, y en la pequeña abertura de lo alto pudo ver a varios Jovianos, armados con rifles de rayos, mirando hacia abajo.

El casco negro del Último Antiguo se asomó por el borde de la sima, perfilándose contra el brillo de la luz de las lunas. El Archi—criminal se inclinó hacia abajo, mirándoles directamente.

Curt vio que el Emperador del Espacio era, de nuevo, material, ya que, en la mano, llevaba un objeto pequeño y plano, similar a una linterna, con una gran lente traslúcida en una de sus caras.

—Querías saber cómo produzco ese efecto de regresión evolutiva, Capitán Futuro, —se mofó el villano—. Pues ahora vas a ver satisfecha tu curiosidad.

Mientras hablaba, levantó el pequeño instrumento.

—Este aparato produce una vibración ultra—sónica que paraliza la pituitaria de cualquier ser vivo, provocando la reacción de atavismo, —murmuró la figura de negro—. Permíteme que te haga una demostración.

—¡Atrás, Joan! —Aulló el Capitán Futuro, empujando a la joven contra la pared y protegiéndola con su propio cuerpo.

Pero era demasiado tarde. Las lentes del aparato que sostenía el Emperador del Espacio se iluminaron por un instante, y un rayo pálido, casi invisible, bañó las cabeza de Curt y Joan. Ambos notaron una momentánea sensación de frío.

Joan gritó horrorizada. Curt sintió una furia ciega y rugiente. Lo único que había notado había sido aquella sensación temporal de frío, pero sabía que el mal ya estaba hecho. Su pituitaria y la de Joan estaban paralizadas, e, inevitablemente, ambos iban a sufrir la regresión…

—¡Ahora tu también sufrirás el cambio, Capitán Futuro! —Se burló la siniestra figura negra—. En el fondo de esa sima, tu y la chica os iréis volviendo cada vez más monstruosos conforme pasen los días. Y pienso dejar a quí a unos cuantos de mis fieles Jovianos, para que se aseguren de que permanecéis ahí abajo, sufriendo.

Curt logró mantener la voz firme, haciendo un esfuerzo supremo, mientras miraba hacia arriba, a la burlona figura de su enemigo.

—Jamás le he prometido la muerte a un hombre sin cumplir, tarde o temprano, mi promesa, —dijo en voz alta—. Y ahora, te prometo que te mataré.

No dijo más. Pero hubo algo letal en su tono de voz, que provocó un estremecimiento en el Emperador del Espacio.

—No hay un sólo Terrícola, ni siquiera tu, que pueda hacerme daño, protegido como estoy por la inmaterialidad, —se regocijó el criminal—. ¡Y me parece que olvidas que, tanto tu como la chica, no tardaréis en convertiros en unas bestias repugnantes!

El Emperador del Espacio se retiró. Escucharon cómo los Jovianos recibían las órdenes del villano, y se marchaban. No obstante, algunos pocos se quedaron de guardia, en lo alto del pozo. Desde el fondo, se escuchaban sus voces excitadas.

Joan Randall miraba al Capitán Futuro con sus ojos oscuros bañados de horror y perplejidad. Era como si la joven aún intentara asimilar lo que había sucedido.

—Nos… vamos a convertir en bestias aquí abajo, —musitó con voz ronca—. A cada día que pase… cambiaremos más y más…

La corpulenta figura de Curt se acercó a ella, agarrándola por los hombros y sacudiéndola.

—¡Joan, haz el favor de sobreponerte! —Ordenó bruscamente—. No tenemos tiempo de ponernos histéricos. Estamos en un apuro de mil demonios, y vamos a necesitar de todo nuestro ingenio y sangre fría para salir de él.

—¡Pero si NO podemos salir! —Sollozó la joven—. Esos Jovianos de ahí arriba nos matarían si, por casualidad, lográramos salir de este pozo. Y aunque lo consiguiéramos, cambiaríamos más y más… como esos horrores que vimos en el hospital…

La muchacha enterró el rostro entre sus manos. Curt la abrazó y le habló con tono tranquilizador.

—Tenemos muchas probabilidades de escapar al cambio regresivo si logramos escapar de aquí, y regresar rápidamente a Jungletown, —le dijo—. A estas alturas, Simon Wright ya debe de haber encontrado una cura. Estaba trabajando en ella cuando me marché.

La muchacha levantó el rostro, mojado de lágrimas.

—Lo… siento, —dijo, algo incómoda—. No es que tenga miedo a la muerte, pero esa transformación…

—¡No vamos a morir ni a transformarnos! —Declaró Curt con energía—. Harán falta muchas horas, puede que días, para que la parálisis de nuestras pituitarias comience a afectarnos un poco. Eso nos concede un tiempo bastante razonable para intentar salir de aquí.

Guardó silencio unos instantes. Entonces, sus ojos brillaron con un destello, y añadió:

—Además, tenemos que conseguirlo, no sólo por nuestro propio bien, sino también para evitar que ocurra algo terrible. ¡Ese demonio negro está incitando a los Jovianos para que ataquen todos los asentamientos Terrícolas, y ese ataque se va a llevar a cabo en pocas horas!

Apretó los puños con rabia.

—Ahora tengo una idea de cómo derrotar al Emperador del Espacio… es el único modo. Pero no voy a poder hacer nada si sigo aquí, atrapado.

—No estarías en esta situación si no hubieras intentado rescatarme, —dijo Joan, con un claro sentimiento de culpa.

—Joan, ¿Por qué motivo te secuestró el Emperador del Espacio? —Preguntó el Capitán Futuro—. ¿Llegaste a ver quién es realmente?

—No sé quién puede ser, —replicó la temblorosa joven—. Pero sé de alguien que creo que lo sabe.

Comenzó a explicarse, algo insegura todavía.

—Nada más caer la noche, me escabullí del hospital de Jungletown, y fui a vigilar a Lucas Brewer y Mark Canning en su oficina. Me asomé a una ventana.

"¡Vi a Mark Canning, en la oficina, hablando con el Emperador del Espacio! Era tal como lo habías descrito, con ese traje negro que lo ocultaba. Entonces, mientras yo miraba, Canning me descubrió en la ventana, y se hizo a un lado. Intenté escapar, pero algo me golpeó en la cabeza, y caí inconsciente. Cuando desperté, estaba maniatada, y volaba en la nave del Emperador del Espacio.

A Curt Newton se le erizó el cabello.

—¡Entonces Mark Canning es cómplice del Emperador del Espacio!

Entrecerró los ojos.

—Al menos, eso elimina a Canning de mi lista de cuatro sospechosos. Pero los otros tres…

—Capitán Futuro, ¿De verdad crees que tenemos alguna esperanza de salir de aquí? —Le interrumpió Joan—. ¿Podemos cavar escalones y trepar hasta lo alto de esta sima?

—Eso no nos ayudaría demasiado, teniendo en cuenta a esos Jovianos que hay en lo alto, —dijo Curt. Examinó con atención las paredes de tierra oscura del pozo—. Pero debe de haber algún modo.

Curt se había visto reducido a la sola fuerza de sus manos. Privado de su pistola y de su cinturón, había sido desprovisto de todos los instrumentos que habría podido emplear para escapar. Hasta le habían quitado su telepantalla de bolsillo.

Joan se sentó en el suelo de tierra.

—Nunca podremos salir, —dijo, vencida por la desesperanza—. Nos convertiremos en bestias inmundas, y moriremos aquí abajo.

—¡Al diablo con eso! —Declaró el Capitán Futuro—. Yo he estado encadenado a una roca, en el lado caliente de Mercurio, abandonado allí para morir abrasado. Y no morí.

Su aguda mente trabajaba a toda velocidad para encontrar algún modo de salir de aquella trampa. Paseó alrededor del oscuro pozo, inspeccionando detenidamente las paredes de tierra.

De repente, Curt se detuvo a escuchar. Su oido había detectado un débil sonido, que resultaba casi inaudible. Velozmente, aplicó su oreja a la pared de tierra. Ahora podía oirlo con más claridad… era un sonido como de algo que se arrastrara… como de algo que royera…

—¡Es un "cavador"! —Exclamó en voz baja, dirigiéndose a la joven—. No creo que esté a más de unas pocas decenas de metros de nosotros, al otro lado de esta pared.

Joan se estremeció ante la mención de los horripilantes moradores subterráneos que poblaban el suelo bajo las junglas Jovianas.

—Espero que no venga hacia nosotros, —dijo, temerosa.

—¡Por el contrario, nos interesa que venga hacia nosotros! —Dijo el Capitán Futuro—. ¿No lo entiendes? Los túneles de los cavadores están conectados unos con otros, y se abren en muchos lugares hasta llegar a la superficie. ¡Podría ofrecernos un modo de salir de aquí!

—Pero si la criatura entra en el pozo nos atacaría… —comenzó a decir la joven, aterrorizada.

—Podré encargarme de ella, —dijo Curt—. Lo que tenemos que hacer ahora, es atraer a la bestia, para que se dirija hacia nosotros.

El traje espacial de Curt contaba con una ingeniosa cremallera metálica. Con rapidez, descosió una parte de la cremallera, y, con ella, se hizo un corte en la muñeca.

Cuando la sangre comenzó a manar del corte, Curt la fue restregando sobre la pared de la sima. Luego, rápidamente, se vendó la muñeca con una tira de tela de su traje.

—Esas criaturas pueden sentir la sangre a cientos de metros de suelo sólido, —dijo a la muchacha—. Creo que esto le atraerá hacia aquí.

Un momento después, escuchó que el sonido producido por el "cavador" se hacía cada vez más cercano y audible.

—¡Ya viene! —Exclamó.

Joan se apretó contra la pared del otro extremo del pozo.

El Capitán Futuro, velozmente, se dedicó a arrancar la mayor parte de los cierres de cremallera de su traje. Cuando hubo conseguido varios metros del material metálico, se dedicó a anudarlos, y confeccionó un lazo con un nudo corredizo.

Para entonces, el sonido de tierra raída provocado por el "cavador" se había vuelto intranquilizadoramente audible, y algunos montones de tierra comenzaban a removerse en un punto de la pared. Curt aguardó junto a aquel lugar, con el lazo corredizo listo en una mano.

—¡Ya lo tenemos aquí… no hagas ningún sonido! —murmuró.

Joan emitió un aterrorizado murmullo un momento después. Desde la pared, había caido al suelo un gran montón de tierra, y, a través de la abertura producida, se observaba el hocico y las mandíbulas de una criatura extraña y amenazadora.

El cavador parecía una mezcla entre un gusano y una rata gigante de dos metros, con una cara ancha y plana, que se abría en unas tremendas mandíbulas, desde las que unas fauces planas y descomunales se encargaban de abrir el camino, excarvando.

Sus ojillos rojos se posaron en Joan Randall, y saltó al pozo, en dirección a la muchacha. Curt arrojó su lazo con destreza.

El lazo se anudó alrededor de la enorme cabeza peluda de la bestia, y Curt lo apretó cruelmente a la altura del cuello. Con un bestial quejido de dolor, la criatura se dio la vuelta. Pero el Capitán Futuro se hizo a un lado, evitando su acometida.

Se produjo entonces una confrontación extraña, brutal y casi inaudible, mientras la criatura se esforzaba por alcanzar al hombre. Poco después, sus movimientos se hicieron más lentos, y terminó cayendo hacia un lado, inmóvil.

—¡Ya está listo! —Exclamó Curt—. Vamos… salgamos de aquí, antes de que el tunel se desplome.

Se arrastró hasta el interior del recién creado pasadizo, que acababa de ser excavado por la feroz bestia. Estaba repleto de tierra suelta, pero el Capitán Futuro avanzó ciegamente, envuelto en la oscuridad, mientras Joan, con valentía, se arrastraba detrás de él.

Poco después, la estrecha senda se abrió hasta un túnel más amplio, en el que podían andar ligeramente agachados.

—Este es un túnel regular de los cavadores, —dijo Curt—. Puede que conduzca a la superficie.

Siguieron avanzando, casi sofocados por la opresiva atmósfera del interior de la tierra. Las esperanzas del Capitán Futuro comenzaron a aumentar cuando el túnel empezó a ascender ligeramente. La oscuridad era absoluta.

En pocos minutos, emergieron de súbito en una estancia mucho más grande que el pequeño túnel. Ya podían permanecer totalmente erguidos. Pero también allí, el aire estaba viciado, y apestaba con el hedor de los huesos putrefactos de animales muertos.

—¿Donde estamos? —Preguntó Joan intranquila—. Yo creía…

—¡Silencio! —Susurró el Capitán Futuro—. Mira… ¡Esos ojos…!

En medio de aquella oscuridad absoluta, una docena de pares de ojos rojos, que brillaban con una fosforescencia antinatural, les observaban atentamente.

—¡Hemos caido en medio de un nido de cavadores! —Susurró Curt—. ¡Y nos han visto!