CAPITULO III - En el Desierto Marciano

El frío viento de la noche que azotaba los desiertos Marcianos, parecía murmurar misteriosas palabras sobre su imponente pasado. Suspiraba como un hálito, como un aliento alienígena, en dirección a las iluminadas torres de Syrtis, la metrópolis ecuatorial de Marte, que se alzaba en la distancia.

Allí afuera, en el desierto iluminado por la luna, a un par de kilómetros de la ciudad de Syrtis, la “Comet” yacía inmóvil, oculto entre dos grandes dunas de arena. En el interior de la pequeña nave, en el laboratorio super—compacto que ocupaba la sección central, el Capitán Futuro se preparaba con celeridad para una peligrosa tarea.

Su cabello rojo cai tocaba el techo, mientras su elevada figura caminaba de un lado a otro, explicando su plan a los Hombres del Futuro.

—¡Es nuestra única posibilidad de liberar a Joan Randall de las garras de la Le gión del Destino, y de conseguir una pista que nos lleve hasta el Doctor Zarro! —Explicó, con un brillo ferviente en los ojos—. Por ese motivo insistí en partir de inmediato de la Tierra y venir directamente a Marte, nada más darnos cuenta de que Joan había sido capturada. Joan dijo que la Le gión, o quienquiera que fuera el que había secuestrado a Kansu Kane, pensaba dirigirse a continuación a Marte, para abducir a Gatola, el astrónomo y director del Observatorio de Syrtis. Para intentarlo, deberían llegar esta misma noche. ¡Y cuando vengan, les estaré esperando!

Las lentes oculares del Cerebro observaban, llenas de dudas, el vehemente rostro del joven mago de las ciencias.

—Pero si los hombres de la Le gión escucharon a Joan hablarnos de sus planes, no creo que sean tan estúpidos como para venir aquí, —objetó.

—Dudo mucho que la oyeran. De todos modos, deberemos correr el riesgo. Cuando vengan a secuestrar a Gatola, llevarán consigo, como cautivos, a Joan y a Kansu Kane. Volveremos las tornas de este asunto… si tenemos suerte.

Grag, el robot, movió incómodo su enorme cuerpo metálico. Había permanecido escuchando junto a Otho y el Cerebro, mientras el pequeño cahorro lunar de ojos brillantes masticaba a sus anchas un trozo de cobre, subido en su brazo.

—Desde luego, podemos de sobra con esos hombres de la Le gión, Jefe, —dijo con tosca sutileza.

Curt le sonrió.

—No será tu caso, Grag… tu te quedarás aquí, en la nave, junto a Simon. Otho vendrá conmigo.

—¡Siempre te lo llevas a él! —Se quejó Grag en voz alta—. ¿Por qué no puedo ir yo también?

Otho lanzó una risa burlona.

—¿No pensarás que queremos con nosotros a una masa de maquinaria metálica montando un escándalo por toda la ciudad? Tu te quedas aquí, con tu pequeña mascota rabiosa… y ten cuidado de que no se coma mi equipo, o me encargaré de lanzarla al espacio cuando menos se lo espere.

Eek, el grisáceo cachorro de lobo lunar, levantó su agudo hocico hacia Otho y bufó furiosamente, mientras sus afilados dientecillos rechinaban.

El cachorro lunar era telépata, pues aquel era el único medio de comunicación que poseían las especies que vivían en la Luna, dado que en ella no había aire ni sonido. Había entendido por completo el desdén de Otho, y se lo devolvía de todo corazón.

—¡Has herido los sentimientos de Eek! —Tronó Grag airado—. Siempre la estás tomando con él, sólo porque, en ocasiones, mastica un poco de metal.

—¿"Un poco"? —Coreó Otho—. ¡Esa maldita bestia se ha comido hoy media viga metálica, antes de que la detuviéramos!

Curt Newton se había dado la vuelta, y hablaba con vehemencia al Cerebro, cuyo tanque descansaba en un pedestal especial.

—Simon, mientras estoy fuera, podrías realizar algunos estudios fotográficos y espectroscópicos de la estrella oscura. Especialmente, necesitamos medir su masa con cierta precisión.

—De acuerdo, muchacho, —carraspeó el Cerebro—. Lo tendré todo listo en unas pocas horas.

La sección central de la “Comet”, en la que se hallaban en aquellos instantes Curt y los Hombres del Futuro, contenía todo el equipo que el Cerebro pudiera necesitar para sus investigaciones. Desde electro—telescopios, espectro—telescopios, o bolómetros, hasta compactos espectro—heliógrafos se almacenaban en la esquina dedicada a la ciencia astronómica. Un maravilloso equipo fotográfico ocupaba un lugar próximo a éste, y contenía espectros de todos los cuerpos celestes del Sistema, así como de miles de estrellas, y ejemplos atmosféricos de todos los planetas.

Y aún así, aquella era tan sólo una esquina del laboratorio volante del mago de la ciencia. La sección botánica incluía cientos de especímenes vegetales, así como drogas naturales de muchos planetas. En la sección mineralógica había ejemplos de minerales, recolectados desde Mercurio hasta Plutón. La sección química contaba con contenedores de todos los elementos conocidos por la ciencia, así como una maravillosamente completa colección de aparatos de química.

En la esquina dedicada a la bio—medicina se hallaban, comprimidos, todos los instrumentos necesarios para una investigación biológica exhaustiva, además de una mesa plegable de operaciones, en la que el Capitán Futuro había ejercitado en más de una ocasión sus extraordinarias habilidades como cirujano.

El laboratorio se completaba con una exhaustiva biblioteca de libros de consulta… pese a lo cual, era una biblioteca sin libros. Se trataba de una cabina cuadrada de metal, que contenía todos y cada uno de los libros científicos y monografías de cierto valor que se hubieran publicado jamás, pero reducidas a tamaño de microfilms, que podían ser leídos mediante un aparato especial.

—Yo me encargaré de comprobar los datos de la estrella oscura, —repitió el Cerebro, dirigiéndose a Curt—. ¡Pero tu ten mucho cuidado, muchacho!

—Yo me cuidaré de que no corra riesgos innecesarios, Simon, —prometió Otho solemnemente.

—¿Y quién cuidará de tí, imprudente buscador de líos? —Preguntó el Cerebro al androide—. Atraes los problemas como un imán.

Curt se rió al ver la cara que ponía el androide.

—Vamos, Otho… el observatorio está al otro lado de Syrtis, a tres kilómetros de aquí. Debemos apresurarnos.

Emergieron al frío estremecedor de la noche Marciana, y cruzaron las dunas de arena en dirección a las iluminadas torres de Syrtis; Curt se desplazaba con grandes zancadas, mientras que Otho se deslizaba tan ligero y silencioso como una sombra.

Curt miró hacia arriba, en un impulso, hacia Fobos y Deimos, las dos brillantes lunas que iluminaban el interminable desierto. Habían pasado varios meses desde la última vez que estuviera en Marte, pero la magia de aquel viejo mundo viejo de susurrantes desiertos le inspiraba de un modo especial.

Ante ellos se alzaba la ciudad. Se trataba de la típica urbe Marciana, de esbeltas torres de piedra cuyas cubiertas cónicas eran aún más altas que la torre misma, otorgándole un aspecto de macicez. Un revoltijo de serpenteantes galerías y escaleras unía unas torres a otras. Semejante estilo arquitectónico sólo resultaba posible en un mundo como aquel, de baja gravedad.

El Capitán Futuro observó que el centro de la ciudad, brillantemente iluminado, estaba atestado de gente. Desde la plaza se escuchaba una algarabía de voces excitadas.

—¿Vamos allá, a ver qué es lo que pasa? —Preguntó ansioso Otho. El despreocupado androide no podía evitar que le atrajera la emoción.

—No, ya tenemos demasiadas cosas que hacer, —le dijo Curt con severidad—. No podemos perder un solo instante en llegar al Observatorio.

Otho y él evitaron las atestadas calles principales, manteniéndose ocultos bajo sus capas con capucha, que llevaban bajada sobre la cabeza.

La muchedumbre la componían colonos Terrícolas, plantadores, mineros y marinos espaciales. Pero los superaban en número los grupos de nativos Marcianos, gentes de pecho amplio y miembros robustos, con piel rojiza, curtida como el cuero y cabezas calvas.

El Capitán Futuro escuchó cómo un oficial colonial Terrícola hablaba con ruda vehemencia, dirigiéndose a la multitud.

—¡No dejéis que las emisiones alarmistas del Doctor Zarro os empujen a cometer un terrible error! —Gritaba—. El Gobierno y los científicos nos han asegurado que la estrella oscura no supone ningún peligro…

—¡Los científicos! —Se burló una fiera voz Marciana—. ¡Pero si al principio hasta negaron que hubiera una estrella oscura! Y ahora, la mayoría de ellos han escapado del Sistema, para su seguridad.

—¡Si! —Aulló un coro de voces, secundándole—. No pueden ayudarnos en esta situación. El Doctor Zarro es el único que puede salvarnos. ¡Dadle al Doctor Zarro el poder que está pidiendo!

—¡Locos estúpidos! —Murmuró Otho—. Están rogando que les gobierne un dictador, sólo porque están asustados por un puñado de mentiras.

El bronceado rostro de Curt tenía una expresión grave.

—A menos que el Doctor Zarro y sus emisiones se detengan pronto, terminará siendo el dictador del Sistema. Las cosas están peor de lo que pensaba… ¡Tenemos muy poco tiempo!

El androide y él se abrieron paso por la ciudad, y no tardaron en alcanzar el Observatorio de Syrtis. Se hallaba en las afueras de la ciudad, junto al desierto, con su enorme cúpula alzándose negra y silenciosa.

En el interior en penumbra, un Marciano rojo, calvo y de mediana edad, se hallaba sentado, enfrascado en sus cálculos, frente a un escritorio iluminado situado bajo el gran telescopio. Se levantó de un salto cuando descubrió la presencia de Curt y del androide inhumano.

—Qué… quién… —balbuceó. Entonces, cuando Curt extendió la mano izquierda, observó su gran anillo—. ¡Capitán Futuro!

—¿Es usted Gatola, el director del Observatorio? —Preguntó Curt cortante.

El Marciano, observándole anonadado, asintió.

—Un grupo de la Le gión del Destino se dirige hacia aquí para secuestrarle. Llegarán en cualquier momento.

Gatola abrió los ojos como platos.

—Por los Dioses de Marte. Si me…

—Pero, para cuando lleguen, usted ya no estará aquí, Gatola, —prosiguió Curt—. Otho, mi compañero, tomará su lugar.

Se volvió hacia el androide.

—Muy bien, Otho… maquíllate como este Marciano. ¡Y date prisa!

—¿Alguna vez me demoro? —Susurró Otho indignado. Estaba extrayendo su equipo de disfraces del interior de una pequeña cajita que llevaba en el cinturón.

Usando un pequeño frasco de plomo con spray, Otho se regó la cabeza y el cuerpo con un aceite químico incoloro.

La gomosa y blanquecina carne sintética de Otho no se parecía en absoluto a la carne ordinaria. Podía ser reblandecida mediante agentes químicos, y, cuando se volvía maleable, resultaba tan plástica y fácil de modelar como la arcilla. Esa cualidad hacía del androide el mayor maestro del disfraz de toda la historia del Sistema.

En pocos minutos, la extraña carne de Otho se volvió blanda y suave, casi viscosa… todo, excepto sus manos, que había puesto mucho cuidado en no exponer al agente químico. Entonces, comenzó a modelar la carne de su cuerpo, formando nuevos rasgos… ¡Como si fuera un escultor que trabajara en sí mismo!

Modeló sus piernas volviéndolas más delgadas, casi escuálidas, a semejanza de las del Marciano. ExpandIó su pecho. Y, finalmente, modeló su rostro hasta lograr una réplica exacta, rasgo por rasgo, de la cara de Gatola.

Entonces, su carne se endureció, volviéndose firme de nuevo, y manteniendo los nuevos rasgos. Velozmente, Otho se tiñó la piel con un compuesto rojizo, que extrajo de su bolsa de maquillajes. Por fín, Otho se había convertido en una réplica exacta de Gatola… era como si fuera su hermano gemelo.

—Trabajo terminado, Jefe, —informó Otho al Capitán Futuro, hablando con una precisa imitación de la voz del Marciano.

Los ojos de Gatola estaban abiertos de puro asombro. Pero Curt no le dejó al Marciano el menor tiempo para manifestar su maravilla.

—Váyase al instante, Gatola, —ordenó el Capitán Futuro—. Otho se encargará de tomar su lugar esta noche. ¿Lo entiende?

—No entiendo nada, —dijo el Marciano, perplejo—, pero me iré. Me marcho a casa, y me quedaré allí.

Cuando el Marciano hubo salido, Curt le dió a Otho las últimas instrucciones.

—Si aparece la Le gión del Destino, aterrizarán en el exterior. Al menos una parte de su tripulación subirá aquí, para secuestrar a Gatola… es decir, a ti. Quiero que discutas con ellos, que te resistas, que hagas cualquier cosa, excepto hacerte matar, para entretenerles aquí dentro. Eso me dará la oportunidad que necesito para entrar en su nave, y liberar a Joan y a Kansu Kane.

—¡Creo que vas a arriesgarte demasiado! —Protestó Otho—. ¿Por qué no avisamos para que un escuadrón de la Policía Planetaria se embosque aquí para apresar a esos diablos misteriosos en cuanto aparezcan?

—La Le gión podría resistirse, y Joan podría morir en la escaramuza, —argumentó Curt—. Y cuento con obtener alguna pista que nos lleve hasta el Doctor Zarro, dependiendo de lo que ella haya descubierto.

—¡Y además, estás bastante preocupado por esa muchacha policía! ¿Verdad que si? —Preguntó Otho con malicia.

Curt le pegó una colleja que hizo trastabillar al sonriente androide.

—Este no es momento para tus tonterías. Colócate junto al telescopio e intenta actuar como si de verdad supieras algo de astronomía.

—¿Qué quieres decir con eso de que "actúe"? —Siseó Otho indignado—. Sé mucho más sobre los otros planetas de lo que puedan saber estos viejos que se quedan sentados observándolos a distancia. Yo no estudio astronomía… ¡La vivo!

Riendo a carcajadas, Curt se apresuró a salir del observatorio en penumbra. Se agazapó en las sombras, aflojando la pistolera de su arma de protones, y se preparó para esperar. El tiempo pasaba lentamente. Pero el Capitán Futuro había aprendido a tener paciencia nada menos que de Grag, el robot, que era capaz de quedarse sentado una semana entera sin mover uno solo de sus miembros de metal. De manera que el joven mago de la ciencia se mantuvo inmóvil, oculto en las sombras, acechando y esperando.

La luna Fobos no tardó en desaparecer del cielo. La noche se volvió entonces oscura como boca de lobo, excepto por los débiles rayos de las grandes constelaciones, que brillaban sobre los ancestrales desiertos. Una ligera brisa agitaba el aire de la noche.

Curt se percató de que un pequeño objeto negro volaba en círculos, en lo alto, bajo las estrellas. Al principio, pensó que debía tratarse de un búho Marciano. Entonces, su agudizado sentido del oido le permitió escuchar el débil murmullo de unas turbinas silenciosas.

—¡La nave de la Le gión del Destino! —Murmuró—. Vienen a por Gatola…

En aquellos instantes, la nave descendía en dirección al observatorio, trazando una amplia espiral. Resultaba casi invisible a la luz de las estrellas, y, con el ruido de sus turbinas amortiguado, casi silencioso, la negra nave casi parecía un fantasma… Se distinguían en ella, vagamente delineadas, las líneas de varios módulos de salvamento, así como siniestras baterías de cañones atómicos. Se posó muy cerca del observatorio, y Curt vió cómo se abría su portilla.

Una docena de hombres emergieron a la noche, tan silenciosos como sombras. Dos de ellos tomaron posiciones a ambos lados de la portilla de la nave, mientras la luz de las estrellas arrancaba destellos en sus pistolas atómicas. El resto se movió velozmente y en silencio en dirección al observatorio. El Capitán Futuro se agachó al amparo de las sombras cuando pasaron junto a él. A la luz de las estrellas, parecían ser Terrícolas; llevaban un uniforme gris, y en sus hombros lucían el disco negro distintivo de la Le gión del Destino. Entraron en el edificio, precedidos por un voluminoso gigantón, de aspecto impresionante.

—¡Malditos guardias! —Pensó Curt, mientras observaba a los dos Legionarios que permanecían en el exterior de la compuerta de la nave. Recurrió entonces a un instrumento con forma circular que llevaba en su cinturón de tungstita—. Esto va a ser arriesgado, pero no hay otro modo—, musitó—. Tendré que recurrir a la invisibilidad, si es que quiero evitar que den la alarma.

Uno de los mayores secretos del joven mago de la ciencia era su facultad de hacerse invisible. Lograba el efecto transmitiendo a su cuerpo un campo de fuerza temporal, que refractaba la luz a su alrededor, permitiéndole no ser visto. El efecto duraba tan sólo diez minutos… pero ese tiempo debería ser suficiente, o eso pensaba Curt.

 

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Levantó el aparato circular por encima de su cabeza, y lo presionó. Una fuerza invisible brotó del instrumento, bañando todo su cuerpo, y alcanzando a todas sus fibras. Al mirar hacia abajo, comprobó que su cuerpo, rápidamente, se estaba volviendo translúcido, borroso. Al mismo tiempo, la oscuridad comenzó a rodearle.

Escuchó un estruendo procedente del observatorio… Otho gritando, con la voz de Gatola, pies apresurándose y muebles derribándose. Otho estaba cumpliendo con su parte, para contener, el mayor tiempo posible, a los hombres de la Le gión en el interior del edificio.

Curt se encontró rodeado de la oscuridad más absoluta. Supo entonces que ya debía resultar totalmente invisible. Toda la luz que le rodeaba estaba siendo refractada… aunque aquello le dejaba enteramente sin visión.

Pero el Capitán Futuro había memorizado la dirección exacta, así como la distancia que le separaba de la compuerta de la nave de la Le gión. Comenzó a avanzar hacia ella.

Curt, debido a su larga práctica, y como consecuencia de su agudizado sentido del oído, podía caminar sin ver casi con la misma precisión que cualquier hombre que pudiera ver. Se deslizó velozmente hacia delante, y, cuando se acercaba a las inmediaciones de la nave, pudo escuchar la respiración de los dos guardias que había en el exterior de la compuerta.

Pasó justo entre los dos, subiendo por la rampa, cruzando la exclusa de aire de la nave y penetrando en un corredor recubierto de metal.

Escuchó voces, así como el murmullo de los ciclotrones. Permaneció inmóvil, esperando en tensión a que pasara su invisibilidad… necesitaba poder ver, si quería encontrar a Joan en aquella nave. El estruendo proveniente del interior del observatorio se oía cada vez más alto. Otho lo estaba haciendo la mar de bien a la hora de darle problemas a sus secuestradores. Curt imaginó que el androide se lo estaba pasando estupendamente. La oscuridad que envolvía al Capitán Futuro comenzó entonces a disiparse. Su invisibilidad estaba terminando. En un instante podría ver… y ser visto.

Se encontraba en un pasillo que avanzaba hacia la proa del crucero de la Le gión. A su espalda se escuchaba el zumbido de los potentes ciclotrones, y las voces de los hombres que los atendían.

Curt, basándose en su conocimiento enciclopédico de los diseños de naves de espaciales, llegó a la conclusión de que los prisioneros debían hallarse más adelante.

El joven aventurero pelirrojo encontró un pasillo que le conduciría en la dirección que deseaba, de modo que lo cruzó, corriendo en silencio, con la pistola de protones preparada.

—Otho no podrá entretenerles mucho más tiempo, —musitó entre dientes—. ¿Donde diablos…?

Un hombre de la Le gión salió de un compartimento, emergiendo al corredor. Miró a Curt, asombrado, y entonces levantó su pistola atómica.

Pero Curt ya había disparado su pistola de protones. Podía utilizarse para matar o para aturdir, y en esta ocasión, fue un rayo aturdidor los que salió de su cañón. El haz blanquecino arrojó al hombre de bruces contra el suelo.

Entonces, Curt vio que la puerta de la que había salido el sujeto tenía una barra para bloquearla. Desplazó la barra y abrió la puerta. El interior estaba a oscuras… se trataba de una pequeña cámara, totalmente ciega, pero distinguió a dos personas.

Una de ellas era una joven Terrícola vestida con un mono de seda gris; se hallaba sentada, apoyando en sus manos su cabeza de cabello oscuro. La otra persona era un anciano Venusiano, espigado y de pequeña estatura.

—¡Joan! ¡Kansu Kane! —Susurró Curt en tensión—. Venid… ¡Tenemos que salir de aquí!

Joan Randall levantó la mirada, y cuando vió al alto joven pelirrojo y de anchos hombros que permanecía en la puerta, pistola en mano, no pudo evitar dejar escapar un grito de pura alegría.

—¡Capitán Futuro! Sabía que vendrías…

—¡Baja la voz! —Avisó Curt. Entonces se dió la vuelta—. Demasiado tarde… ¡Nos han oido!

El grito de la joven acababa de ser coreado por un grito de alarma, que había sonado en alguna aprte de la nave. Numerosos hombres de la Le gión, procendentes de la proa, aparecieron en el pasillo, corriendo hacia ellos. Curt disparó su rayo de protones una y otra vez, derribando a la mitad de ellos. Pero el resto avisó a gritos a la aprtida que había ido al observatorio.

—¡Es una trampa del Capitán Futuro! ¡Volved!

Curt se arrojó hacia delante, disparando su pistola de protones. Pero uno de los hombres de la Le gión, un Terrícola enano, de rostro malvado, acababa de sacar un puñado de objetos serpenteantes, que lanzó en un instante contra el Capitán Futuro.

—¡Serpientes—soga! —Gritó Joan—. Cuidado…

Pero ya era demasiado tarde. Aquellas serpenteantes cosas rosadas no eran otra cosa que serpientes—soga Saturnianas, una especie criada y empleada por los criminales interplanetarios.

Con increible rapidez, se enrroscaron alrededor de los miembros de Curt, y se apretaron, aprisionándole. El resto se anudaron alrededor de Joan y Kansu Kane. Curt forcejeó, intentando romper aquellas ataduras vivientes.

 

El legionario enano de rostro malvado gritó entonces a los del exterior.

—¡Kallak, ven aquí! Puedes dejar ir a Gatola… ¡Despegamos!

Los hombres de la Le gión que había en el observatorio, liderados por un colosal gigante Terrícola, corrieron de vuelta hacia el crucero.

—Ciclotrones activados… ¡Despegue! —Aulló el enano.

Las turbinas de la nave rugieron, y ésta se elevó del suelo, mientras el Capitán Futuro se debatía furiosamente intentando liberarse.

Pero Otho había corrido hacia la nave que despegaba. Con los ojos ardientes, y el cuerpo maltrecho por el combate que acababa de luchar, el hombre sintético saltó hacia la puerta, aún abierta, de la nave. Nadie en todo el Sistema, a excepción del androide, podría haber logrado aquel salto increible. Las manos de Otho se aferraron al borde de la puerta, y quedó colgando en el espacio, mientras la nave volaba rugiendo sobre el oscuro desierto.

Curt, forcejeando aún, lanzó un grito de advertencia cuando vió a un hombre de la Le gión que se inclinaba sobre la portilla, para introducir a Otho en la nave, con el fín de que la puerta pudiera cerrarse. El Legionario, creyendo aún que el androide era Gatola, seguía intentando capturarle en el último minuto.

Otho y el Legionario se enzarzaron en un forcejeo, mientras la nave avanzaba cada vez más rápido, incrementando la potencia de sus turbinas. Curt se debatía, intentando salir en ayuda del androide, pero no podía hacer nada.

Entonces, tanto Otho como su antagonista perdieron el equilibrio por la súbita aceleración, fueron absorbidos hacia el exterior por la puerta abierta, y cayeron juntos a la oscuridad de la noche. El crucero de la Le gión cerró su compuerta, y, con un rugir de motores, ascendió hacia el cielo estrellado.