CAPITULO I - Segunda vida

Las máquinas humearon y susurraron, y la vida de un hombre cambió. Era un anciano que sufría todo el peso del dolor y el agotamiento de la vejez. Pero, ahora, repentinamente, aquel peso había desaparecido, y los años de su senectud también, y era joven de nuevo. Sintió que la sangre volvía a arderle en las venas, y que sus nervios se tensaban de excitación; era el pulso, el latido de la largamente perdida juventud.

Una juventud que volvía a él y le abría un renovado universo de aventura que le atraía y le tentaba; lejanos mundos le reclamaban.

Y Ezra Gurney, que había sido un anciano, lanzó un maravillado y juvenil grito que era la respuesta a tal llamada.

 

* * *

 

El mensaje llegó a la Luna, volando a través de millones de millas vacías. Llegó en una frecuencia secreta que solo conocían media docena de personas. En respuesta a tan urgente señal, llegó a Europa, la Luna de Júpiter, un navío que atravesó las oscuras inmensidades del espacio. Había un hombre en aquella pequeña nave, y otro que había sido un hombre, y dos que, aun teniendo la apariencia de hombres, no lo eran realmente.

La nave descendió en la cara oculta de Europa con la velocidad de una estrella fugaz, y aterrizó en el área estrictamente vigilada por la Patrulla del espaciopuerto de Európolis. Entonces, escucharon unos ligeros pasos que corrían y una voz de tono apremiante.

—¡Curt!—dijo.—Curt, sabía que vendrías rápidamente.—continuó con una inflexión de alivio.

Curt Newton tomó las temblorosas manos de la joven entre las suyas. Durante unos instantes le pareció que ella se pondría a llorar, y le habló con cierta afectada aspereza, para evitar que la muchacha se emocionara.

—¿Qué significan todas esas locuras acerca de Ezra? Si alguien que no seas tú ha mandado el mensaje…

—Es cierto, Curt. Se ha marchado. Creo… creo que no volverá.

Newton la zarandeó.

—¡Tranquilízate, Joan! ¿Ezra? Ha recorrido el Sistema de arriba abajo mucho antes de que tu o yo viniéramos al mundo, primero en los viejos tiempos de la Patrulla, en los días de la Fron tera Espacial, y, ahora, con tu Sección Tres. No ha podido meterse en lío alguno.

—Lo ha hecho.—dijo Joan Randall con rotundidad.—Y si dejaras de intentar tranquilizarme, te mostraría las razones que son causa de mi preocupación…

Ella se encaminó hacia los bajos edificios de los cuarteles de la Patrulla. Los cuatro la siguieron; el alto y pelirrojo hombre al que en el Sistema se le conocía por Capitán Futuro, y sus tres compañeros, sus viejos amigos, los tres a los que más unido estaba, por encima de la muchacha y el desaparecido Ezra Gurney… Grag, el gigante metálico, Otho, el perspicaz androide, y Simon Wright, que fuera un día un científico humano, pero que, desde hacía media vida, se había desprendido de su forma humana.

Fue éste último quien le habló a Joan. Su voz era metálica e inexpresiva, y procedía del altavoz situado en una parte de su "cuerpo". Dicho cuerpo no era sino una flotante estructura metálica cuadrangular que contenía toda la humanidad de Simon Wright… su brillante cerebro inmortal.

—Has manifestado,—dijo Simon.—que Ezra se ha ido. ¿Dónde exactamente?

Joan miró fijamente a Simon, que, a su vez la observaba insistentemente desde las lentes que le servían de ojos, al tiempo que se silenciaban las piezas retráctiles que le servían de labios.

—Si supiera a dónde se dirigió, no habría solicitado vuestra ayuda.—replicó ella con expresión irritada. Pero al instante continuó, dolida.—Lo siento. Esta espera me está agotando. Es algo que tiene que ver con Europa… es antiguo y cruel,… y paciente, en cierta medida.

Otho dijo con ironía:

—Necesitas una copa de algo fuerte que te anime.

Sus brillantes ojos verdes expresaban compasión bajo su velo habitual de ironía…

Grag, el inmenso y valeroso gigante que había desarrollado en su armazón metálico la fuerza de un ejército y la inteligencia de un ser humano, espetó una pregunta en su retumbante voz. Pero Curt Newton apenas pudo oírle. Su mirada había seguido la de Joan que se perdía en la noche espacial.

No era esta la primera vez que visitaba Europa. Y le había sorprendido el hecho de que Joan había expresado en palabras exactamente la misma sensación que le producía la silenciosa luna; aquella vieja luna surcada por las cicatrices del tiempo. Allí, en el lugar en el que se encontraban, se situaban las modernas luminarias y los atronadores ruidos del espaciopuerto, atestado por las naves de carga y uno o dos cruceros. Tras el espaciopuerto se encontraba Európolis, una explosión de luz tras la yerma cordillera. Pero al otro lado, ante él, descubría la tristeza de las viejas y lejanas colinas rocosas, cuyas laderas cubrían los sombríos bosques, y las vacías mesetas que se extendían polvorientas y desgastadas bajo el rojizo resplandor de Júpiter, y donde no habían pacido los ganados o luchado los ejércitos desde hacía cientos de miles de años.

Aquellos bosques y llanuras estaban salpicados por los restos de ciudades que ya estaban muertas y olvidadas mucho antes de que los últimos descendientes de sus constructores se hubieran hundido en la barbarie. Una suave brisa recorría errante por entre las ruinas, aullando el recuerdo de lejanos días. Newton no pudo evitar sufrir un ligero escalofrío. La muerte de cualquier gran cultura es algo terrorífico, y la cultura que había levantado las neblinosas ciudades de Europa había sido la más grande conocida… el orgullo del Viejo Imperio que, una día, dominara dos galaxias.

Para Curt Newton, que había seguido la sombra de aquellos gloriosos días hasta sus comienzos, las piedras de aquellas ruinas hablaban de una tragedia cósmica, de una noche arcaica que había triunfado sobre el más alto cenit del esplendor humano.

Las luces de los edificios de la Patrulla le devolvieron al presente. Joan les guió hasta una pequeña oficina. De un archivo cerrado sacó una gruesa carpeta y la colocó sobre el escritorio.

—A Ezra y a mí se nos encargó este caso hace algún tiempo. —dijo ella.— La Pat rul la Planetaria lo había investigado sin darle mayor importancia de la que se da a un asunto rutinario, hasta que ciertas peculiaridades requirieron la intervención de la Sec ción Tres. Ha desaparecido gente. Y no solo gente de la Tierra,… de otros planetas también. Y en todos los casos se trataba de ancianos. En todas las desapariciones, las personas se llevaban consigo todas sus riquezas. La Pat rul la Planetaria descubrió que todos los desaparecidos, sin excepción, lo hicieron en Europa. Y fue aquí, en Európolis donde concluyeron su viaje.

Simon Wright intervino con su voz atona:

—¿Dejaron alguna pista de las razones por las que decidieron venir a esta luna, en particular?

—Algunos lo hicieron.—respondió Joan.—A algunos, antes de esfumarse, se les oyó hablar de algo llamado Segunda Vida. Eso fue todo… no dijeron si no el nombre. Pero parecían realmente excitados cuando lo recordaban o hablaban de ello. En boca de esas personas de edad avanzada, parece obvio que la Segunda Vida fuera algún tipo de esperanzador rejuvenecimiento. Una regeneración que debe ser contraria a la naturaleza, o no hubiese sido necesario tenerla en secreto.

Curt asintió.

—Suena razonable. La Segunda Vida… Es un término nuevo para mí. No obstante, Júpiter y sus lunas mantuvieron la civilización y la ciencia del Viejo Imperio mucho después de que otros planetas hubieran caído en la barbarie. Parece que aún en estos días, resurgen de forma aleatoria restos de aquellos viejos conocimientos.

—Silencio.—interrumpió Simon secamente.—Recordarás el caso de Kenneth Lester, así como el del marciano, Ul Quorn. Particularmente, Europa siempre ha tenido reputación en el Sistema de conservar los conocimientos que se habían perdido en cualquier otro lugar. Es un problema interesante. Se me ocurre…

Joan le cortó enfurecida.

—¿Vais a empezar tu y Curt a dar rienda suelta a vuestras obsesiones arqueológicas en un momento como este? ¡Ezra puede estar muerto, o agonizando a estas horas!

Capitán Futuro dijo:

—Tranquila, Joan… Todavía no nos has contado lo que le ocurrió a Ezra, exactamente.

Joan lanzó un profundo suspiro, y continuó más tranquila.

—Cuando vinimos a investigar, nos encontramos que las personas que habían llegado aquí, simplemente, se habían esfumado. Los mismos eurpeanos se negaban a hablar con nosotros. Pero Ezra no se desanimó y, finalmente, encontró una pista. Había descubierto que los desaparecidos habían contratado monturas nativas en una cantina llamada "Tres Lunas Rojas", y habían salido de la ciudad.

"Ezra se propusó seguir la pista hacia las colinas. Me ordenó esperar aquí… Dijo que esperaba cierto contacto en este lugar. Esperé durante varios días antes de que Ezra se pusiera en comunicación conmigo a través de nuestro micro de honda corta. Habló unos instantes y después cortó la comunicación… y no he vuelto a saber de él desde entonces.

—¿Qué dijo?—preguntó Curt con inquietud.

Joan sacó un folio.

—Lo escribí palabra por palabra.

Curt leyó en voz baja.

—Escucha atentamente, Joan. Me encuentro bien… a salvo. Bien y feliz. Pero no volveré, no por un tiempo. Esto es una orden, Joan… ¡Deja la investigación y vuelve a la Tierra. No tardaré en volver!

Eso era todo.

Otho dijo ásperamente:

—¡Le obligaron a hacer esa llamada!

—No.—Joan negó con un movimiento de cabeza.—Teníamos un código secreto. Podía haber dicho las mismas palabras, y yo hubiera podido saber que hablaba bajo amenaza, gracias a cierta inflexión en su voz. No, Ezra hablaba libremente.

—Es posible que haya seguido el proceso de rejuvenecimiento. ¿No?—sugirió Grag.

—No,—replicó Simon, resueltamente.—Ezra no sería capaz de hacer una locura como esa.

Curt asintió, mostrándose de acuerdo.

—Ezra ha tenido una vida repleta de tragedias que muy pocas personas conocen. Es por eso que, a veces, se muestra tan seco. Dudo que quisiera vivir una segunda vida.

—¿Segunda Vida?—murmuró Otho.—El nombre no dice nada. Creo que debe reflejar alguna pista.

El Capitán Futuro se puso en pie.

—No es este un caso para sentarse a pensar en sutilezas. Ezra puede estar en peligro y hay que trabajar rápidos. Iremos a Európolis y haremos hablar a todo aquel que sepa algo.

Otho, con los ojos centelleantes, saltó sobre sus pies. Grag dio un metálico paso hacia la puerta.

—Espera, Curt.—dijo Joan. Había una expresión de preocupación en su rostro.—Sabes que la Patrulla no puede arrestar a los ciudadanos europeanos en su propio mundo…

Aquel sonrió sin alegría.

—No somos la Patrulla. Afrontaremos las consecuencias que puedan derivarse.

—No me refiero a eso,—se lamentó ella.—Sospecho que desde la desaparición de Ezra, han esperado que vinierais tú y tus Hombres del Futuro… y que se han preparado.

Curt Newton asintió con gravedad.

—Muy bien. En cualquier caso, nosotros tampoco estamos desprevenidos. —se volvió hacia sus hombres.—Simon, ¿te importaría reunir toda la información que se pudiera recabar de los archivos de Joan hasta que nosotros lleguemos? Y tú, Grag… te quedarás para protegerles.

Grag, disgustado, hizo todos los aspavientos que su estructura física le permitía.

—¡No se ha hablado del tipo de problemas al que os enfrentaréis! ¡Me necesitarás contigo!

—Joan te necesita mucho más. Ella corre un peligro mayor al nuestro.

En parte, aquello era cierto. En cualquier caso, también lo era que la resonante estatura de siete pies de Grag era demasiado notable para lo que Curt Newton se había propuesto. Otho comenzó a dar ciertas explicaciones al respecto, pero fue interrumpido por Curt, que dijo:

—Nos vamos.

Salió fuera, y Otho le siguió, chirriando.

—Guárdate tu sentido del humor, —dijo Curt adustamente.—es probable que deseemos tener a ese Rompehuesos con nosotros antes de lo que creemos.

Caminaron en silencio hasta la ladera de la baja cordillera tras la cual se extendía la ciudad.

Unas finas nubes de polvo se levantaban en torno a sus pies, despegadas por un viento antiguo que hablaba de arcanas memorias de peligros, sangre y muerte.