CAPITULO III - El Enemigo Alienígena

CURT NEWTON era remotamente consciente de la pétrea inmovilidad que experimentaba su propio cuerpo, con los músculos tan tensos que casi parecían a punto de quebrarse. En algún lugar en su interior yacía un miedo como jamás había conocido en su larga vida de aventuras, un horror atávico que por lo general sólo se muestra en una pesadilla. El corazón le latía con tal excitación que casi encontraba difícil respirar.

Los velos oscuros ondeaban de un lado a otro, en el interior de la caja de cristal. Lentamente, debatiéndose contra el éxtasis parcial que aún lo contenía, aquella cosa informe extendió sus ondeantes miembros, explorando, probando, tocando. Las capas y los velos hicieron contacto en los cristales resplandecientes. Retrocedieron, y se quedaron inmóviles, pero no como lo habían estado anteriormente. Ahora estaban vivos. Vibraban con una terrible fuerza contenida. Estaban agazapados, esperando su momento.

Curt sabía que el Línido le estaba observando. Podía ver cómo le vigilaba. El núcleo central de oscuridad que asomaba tras los velos había adoptado un vago resplandor, que le hizo pensar en el corazón de las oscuras nebulosas que había visto en el espacio, en los sectores de soles emergentes. Miró en dirección a aquel núcleo sentiente, y notó inteligencia, sabiduría… una fuerza primigenia, y tan implacable como la muerte.

Una fuerza que adelantó unos dedos sutiles hasta su mente, y que luego retrocedió, tal como había hecho antes su cuerpo físico. Las joyas habían reaccionado ante el estímulo adecuado. El Capitán futuro vio que, tanto él como los demás, estaban rodeados por una extraña aura que les cubría de la cabeza a los pies. Supuso entonces que las "joyas" no eran sino intrincados receptores y transformadores, que atrapaban la fuerza telepática de la mente del Línido, amplificándola, y empleándola como escudo defensivo. ¡Una aplicación avanzada del viejo y tosco principio de luchar contra un adversario son sus propias armas!

De repente, Curt se sintió apasionadamente agradecido por aquellas Joyas de Fuerza. Aquel débil contacto de la mente del Línido contra la suya había sido más que suficiente. Había sido como el toque de esa frialdad espantosa que habita en las grandes profundidades del espacio, en las que no ha habido vida jamás.

Curt habló, formando claramente las palabras en su mente, para que también los demás pudieran escucharlas y comprenderlas. Esa era la prueba. Si el Línido era de verdad telépata, de lo cual estaban convencidos, las arenas del tiempo que habían ido cubriendo la historia del cosmos podrían ser echadas a un lado.

Pensó con fuerza. Con claridad. Proyectó sus pensamientos hacia el exterior del aura que había formado la joya. ¡Hace eones, en el Salón de los Noventa Soles, debió de haber comunicación entre el hombre y el Línido!

—¿Puedes oír mis pensamientos? ¿Puedes oírme?

Esperó, pero no hubo respuesta. La criatura la observaba, esperando.

Curt dio un respingo. ¿Acaso habían entendido mal los registros de la Antigua Raza? No, eso no se lo creía.

—¡Respóndeme! ¿Puedes oír mis pensamientos?

Silencio. Los tejidos oscuros se movían, y detrás de ellos, el núcleo oscuro palpitaba, pero no había ningún sonido en el intérprete telepático. Sin ser consciente de cómo lo sabía, el Capitán Futuro sintió que la criatura se estaba burlando de él con su silencio.

Dio un paso adelante, y una ira naciente le inundó, nacida, en parte, del miedo.

—De modo que no puedes oírme, —dijo de un modo salvaje—. No puedes hablar. Muy bien. Volveremos a dormirte.

Extendió la mano hacia los controles. Los velos se agitaron con fuerza, y el oscuro núcleo emitió un brillo de amargura. De un modo abrupto, sorprendentemente alto, en medio de la atmósfera cargada de tensión, la voz átona y metálica del intérprete mecánico dijo:

—¡Te escucho, humano!

Las cinco figuras expectantes emitieron un susurro bajo, cargado de emoción. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Curt. Lo había conseguido.

Pero no apartó la mano del artefacto. La posó en los controles, mirando directamente al corazón del ser alienígena, y emitió un pensamiento rudo y dominante.

—¡Sabes que no puedes escapar! Sabes que, con un sólo movimiento de mi mano, volverás a sumergirte de nuevo, indefenso, en la más absoluta inconsciencia.

Una vez más, no hubo respuesta. La voz de Curt, recalcando el pensamiento que estaba proyectando, restalló de súbito:

—Lo sabes, ¿No es así?

En esta ocasión, la voz átona y mecánica respondió con deliberada lentitud.

—Lo sé.

La frente del Capitán Futuro estaba surcada de arrugas. Estaba intentando ganar una autoridad psicológica sobre una mente tan vasta y extraña que jamás podría llegar a comprenderla.

¡Y aún así, aquella mente era capaz de compreder su poder para encadenarla de nuevo en un éxtasis frío e inconsciente! Curt contaba con eso como su arma, para conseguir que el Línido le dijera lo que deseaba saber.

Y lo que deseaba saber era el secreto de la historia de las galaxias, del origen de la humanidad… ¡Nada menos que eso! Una tensión sobrehumana creció en el interior de Curt Newton, al verse ante el último umbral del misterio que, tanto él como los Hombres del Futuro, habían investigado a través del tiempo y el espacio.

Habló con voz dura.

—Línido, hay algo que puedo ofrecerte. Y también hay algo que tu puedes ofrecerme a mi… ¡Conocimiento!

—¿Conocimiento? —Se burló la voz metálica—. Darle conocimiento a los Señores Galácticos humanos, para que puedan usarlo contra nosotros…

—No me refiero a ese tipo de conocimiento, —dijo Curt rápidamente—. No deseo saber nada acerca de armas o ejércitos. Lo que deseo saber es el pasado de la galaxia, el pasado de tu raza, y el de mi gente.

—¿Acaso debo mostrarle la sabiduría de los Línidos a las reptantes y vermiformes hordas del hombre? Humano… no lo haré.

Curt ya esperaba esa respuesta. Habló en tono conciliador.

—Recuerda que hay algo que yo puedo ofrecerte a cambio.

—¿Qué me darás a cambio, humano?

—¡La libertad! ¡Estarás libre de este campo de éxtasis que te aprisiona!

Con esas palabras captó la atención del Línido. Lo supo al instante por el súbito remolino de sus velos y capas, y por el latido de movimiento que invadió todo el extraño cuerpo de aquel ser embozado.

La voz de Joan le interrumpió. La joven tenía la cara pálida, embargada por el dolor.

—Curt, aún a cambio de conocimiento ¿Liberarías a esa Cosa?

—¡Sería un suicidio! ¡Una locura! —Exclamó Ezra, fuera de si.

Curt no se dio la vuelta, pero les respondió. Sus pensamientos hablaban al Línido al mismo tiempo que sus palabras se dirigían a ellos.

—No temáis, no voy a liberarlo aquí. Una pequeña nave robot se lo llevará, aún inmerso en su campo de éxtasis, hasta lo más lejano de los abismos galácticos. Y, ya en el otro extremo del universo, unos controles automáticos desactivarán el éxtasis. Tardará mucho tiempo en ocurrir… pero el tiempo no es nada para esta criatura.

Se detuvo un instante, y volvió a hablar, dirigiéndose en esta ocasión a su cautivo.

—¡La libertad! —Repitió de nuevo a aquel ser embozado—. No será inmediata, pero terminarás teniéndola. Eso es lo que yo te ofrezco.

—Mis hermanos me la darán, cuando vengan por fin a destruiros a todos los humanos, —se regocijó la voz átona.

Curt se sorprendió. ¿De modo que el Línido ni siquiera sospechaba cuantos eones había permanecido inconsciente… ni todas las cosas que habían pasado desde entonces? Aunque, después de todo, la criatura no tenía modo de saberlo.

Pero él no se lo diría. El Línido no le creería. Estaba seguro de ello. Y no habría manera alguna de convencerle

—¿Y por qué no han venido ya tus hermanos? —Le pinchó Curt—. ¿Por qué no aparecieron mientras yacías congelado bajo el Salón de los Noventa Soles?

El Línido se refugió en un silencio plagado de dudas. Entonces, finalmente, llegó la pregunta crucial.

—¿Qué garantías tengo de que cumplirás con tu parte del trato, humano?

La mente del Capitán Futuro se llenó de satisfacción. Estaba ganando.

—Ninguna garantía, excepto mi promesa, —respondió llanamente—. No tienes otra alternativa.

—Todo el universo sabe que el hombre es la única criatura que miente, —fueron las amargas palabras del Línido—. Pero… si he de estar libre otra vez, deberé confiar en un humano. Te daré el conocimiento que pueda, a cambio de la libertad.

Otho emitió un suspiro siseante.

—¡Le tenemos!

—Entonces responde a esto, —dijo Curt Newton—. ¿De donde vino nuestra raza en un principio?

La pregunta pareció extrañar al Línido.

—¿Acaso no lo sabes?

—Si lo supiera, ¿Te lo preguntaría? —Le respondió Curt salvajemente—. ¡Responde, Línido!

—Ciertamente, los hijos del hombre no son más que un gusano reptante recién llegado al universo… ¡Mira que no conocer a vuestros propios padres! —Dijo la voz mecánica.

Curt ignoró aquella burla.

—¿Quienes fueron los padres del hombre? ¿De donde nació el ser humano?

El ser embozado se agitó, mientras sus velos y capas ondeaban sin parar. Finalmente, la voz átona del intérprete volvió a hablar.

—Humanos, sois unos novatos en el universo. Ignoráis todo su esplendoroso pasado, incluso vuestro propio pasado. Pues, ¿Como podrías, —siendo como sois una patética semilla de carne, que muere casi al poco de nacer—, conocer la grandeza de los ciclos muertos?

"Nosotros, los Línidos, lo sabemos. No somos de una carne como la vuestra, ni vivimos una vida como la vuestra. Pues no somos hijos de la luz pasajera, sino de la eterna oscuridad. ¡Si, hijos de las nebulosas oscuras, no de las brillantes galaxias! Y no estamos limitados por las rígidas ataduras del hueso y la carne, que no tardan en corromperse y morir, sino que nuestro cuerpo se asemeja a las siempre cambiantes nubes negras en las que estamos envueltos."

El Capitán Futuro recordó algo de repente. Rememoró cómo la primera visión que tuvo del Línido le había recordado irresistiblemente al eterno bullir de las nebulosas oscuras de más allá de la galaxia.

La voz átona y metálica pareció crecer, hacerse más altiva, más orgullosa… una ilusión provocada por las palabras que decía.

—¡Hace largas Eras, nosotros, los Línidos, partimos orgullosos de nuestro oscuro hogar, nosotros, que podemos volar por el espacio directamente, sin necesidad de toscas naves mecánicas! Nos esparcimos orgullosos por innumerables galaxias, conquistándolas y sometiéndolas a nuestra raza.

"¡La gloria de los Línidos! ¡La sabiduría y el poder que hicieron que grandes reinos estelares se postraran ante nosotros! ¡La de guerras que luchamos a través de los abismos espaciales, con las demás razas poderosas, que osaron desafiarnos y a las que derrotamos y destruimos!

—¡A todas, excepto a la raza de los hombres! —Le recordó Curt Newton nervioso—. ¿De donde vinieron?

—Si… el hombre. —La voz del intérprete reprodujo las palabras llanamente, aunque parecía transmitir un deje de odio y amargura—. ¡Una criatura más baja que el mismísimo polvo, que fue creado por los Primogénitos como un último intento de desafiarnos!

Newton estaba rígido, mientras los mismísimos portales del pasado cósmico, perdidos hace eones, se abrían tangiblemente ante él.

—¿Los Primogénitos? ¿Quienes eran, Línido? ¿Quienes eran?

—Estaban allí antes que los Línidos, —replicó lentamente la voz—. No eran como nosotros, ni como ninguna de las otras razas, ni como vosotros, humanos, según dicen las leyendas.

"Eran sabios y poderosos… todo el universo lo sabía. Pero también eran unos locos. Unos soñadores. Soñaron con un universo completa y absolutamente regido por la justicia. E intentaron llevar a cabo ese sueño."

"¡Pero no lo lograron! ¡Ellos, los Primogénitos, a quienes todo el universo había temido durante eones, no pudieron derrotarnos a nosotros, los Línidos, al igual que todas nuestras razas rivales! ¡Regresaron derrotados a sus mundos secretos, en el otro extremo del universo!"

"Entonces dijeron ellos, los Primogénitos: 'Hemos fallado en llevar la ley al universo porque, aunque es grande nuestra sabiduría, no somos física ni psíquicamente adaptables a todos los diferentes mundos del universo. Nuestro sueño está muerto, y con él se ha extinguido nuestra razón de vivir, de modo que nos iremos para no volver. Pero, antes de partir, dejad que creemos una nueva raza, que será lo bastante hábil y adaptable como para triunfar algún día allí donde nosotros hemos fracasado.' "

"¿Y, con qué herencia, crearon los Primogénitos al… hombre? ¡Con la de los monos que se arrastran, la de las sucias hordas parloteantes de los mundos lejanos, la herencia de los mentirosos, de los tramposos, los impuros! Y dijeron: 'Aunque el hombre es todas esas cosas, en él está la semilla del poder, de un poder que algún día podría unir el universo bajo la ley y la justicia, tal como soñamos hacer nosotros.' "

"Y así, a partir de los ruidosos simios, los Primogénitos desarrollaron vuestra raza, humano! Una raza que carece de los atributos de las grandes razas galácticas, que no tiene nada, excepto curiosidad… una curiosidad que desencadena poderes que habría que estar loco para usar. ¡De modo que vuestra raza fue esparcida por todo el universo, hace eones, por los Primogénitos, antes de que éstos desaparecieran!"

Cuando la voz mecánica se detuvo, el Capitán Futuro permaneció con los nervios en tensión. Al fin había resuelto un misterio cósmico… ¡Pero más allá aparecía un misterio aún más antiguo!

—¡Así que ese es el secreto del origen cósmico del hombre! —Suspiró Joan.

—Aunque, según dicen los científicos, en la Tierra, el hombre evolucionó del mono, —musitó Ezra intrigado.

El Línido le respondió con tono burlón.

—Así fue en todos los mundos. Los humanos, a quienes los Primogénitos hicieron evolucionar a partir de los simios, regresan de vez en cuando a su estado de bestias, y luego tienen que esforzarse por volverse civilizados.

—¿Pero dónde hicieron todo eso los Primogénitos? —Presionó Curt Newton—. ¿En qué lugar de las galaxias estaba su hogar?

—Ni siquiera los Línidos sabemos eso, —fue la respuesta del intérprete mecánico—. Aunque hay ciertas leyendas…

La voz átona y traducida de la criatura se detuvo de improviso. Una extraña tensión había inmovilizado sus ondeantes capas y velos.

—¿Qué leyendas? —Presionó agriamente el Capitán Futuro—. ¡Habla, si quieres que al final te libere! —Pero, mientras hablaba, no era consciente de una pequeña forma gris que había entrado en silencio en la habitación.

La voz traducida del Línido, habló, de repente, con gran rapidez.

—Os diré todo lo que sé. Quizás eso responda a vuestras preguntas. Escuchad atentamente…

Todos se inclinaron hacia delante, ansiosos por escuchar todas y cada una de las palabras. Y entonces, por el rabillo del ojo, Curt Newton vio movimiento… y, al mirar, vio a Eek, el ratoncillo lunar, que se avanzaba a toda velocidad, pero con gran sigilo, en dirección a Joan.

Con un escalofrío, se dio cuenta de lo que estaba a punto de suceder. Saltó hacia delante, lanzando un grito de aviso, aunque, mientras lo hacía, sabía que ya era demasiado tarde, y que había cometido un error fatal. Se había olvidado de Eek. Había olvidado que la mente del pequeño ratón lunar era extremadamente sensible a los impulsos telepáticos. Y el Línido había dado con él, y había topado con una posible herramienta receptiva e indefensa. Sus últimas palabras precipitadas, aquella promesa de una última porción de conocimiento, habían sido para distraer su atención.

El grito del Capitán Futuro provocó que todos se sobresaltaran. Joan se dio la vuelta. La mano de Curt aferró el pequeño cuerpecillo del roedor, pero era demasiado rápido, y demasiado escurridizo. Eek saltó, sin ser interceptado, directo al rostro de Joan.

Sus mandíbulas atraparon la Joya de Fuerza, arrebatándola de la cabeza de la joven.

Eek cayó al suelo, llevándose la joya consigo, y al instante volvió a ser dócil. En ese momento, Curt Newton se dirigió, desesperado en dirección a Joan.

Pues la joven acababa de esquivarles, en el mismo instante en que el aura protectora la había abandonado. Al momento, se lanzó en dirección a los controles del artefacto que producía el campo de éxtasis.

El Línido ya no estaba interesado en usar a Eek; ahora tenía una herramienta mejor.

Joan estaba mucho más cerca de la máquina que Curt. Habría sido necesario que él la disparara… tan sólo eso habría podido detenerla a tiempo.

En un instante, la mano de la muchacha accionó los controles para desactivar el campo de éxtasis.

Y, con una rapidez sobrenatural, el Línido salió fuera del artefacto desconectado, y se lanzó sobre ella. Los embozados velos oscuros y las capas, ondearon en remolinos, envolviendo a Joan, mientras la joven permanecía inmóvil, con los ojos en blanco. Con un fiero alarido, Curt saltó hacia delante. Grag saltó con él, emitiendo un rugido atronador, al igual que Otho, Ezra y Simon.

Pero todos ellos se detuvieron cuando vieron lo que le estaba ocurriendo a Joan. Ezra se cubrió el rostro con las manos.

¡El Línido se estaba mezclando con su cuerpo! ¡Las oscuras capas y velos, e incluso el núcleo de aquella cosa, más denso y oscuro, estaban penetrando en el interior de la carne de Joan!

"…el poder de la posesión absoluta, contra el cual, sólo las Joyas de Fuerza servían de protección."

Posesión absoluta. Ahora, Curt sabía, con una claridad espantosa, a qué se refería el aviso de la inscripción. No se trataba sólo de posesión mental, sino también de una posesión física… el cuerpo sólido del Línido entraba en el cuerpo sólido de su víctima, interconectándose con él, por medio de un poder anti—terrenal de manipular los átomos de su propio cuerpo que sólo una criatura alienígena habría podido poseer.

Joan se alzó ante ellos, con el rostro oscuro, extraño, similar al de una máscara, y unos ojos convertidos en pozos de sombras, que miraban a Ezra y a los aterrados Hombres del Futuro. Unas palabras, que no provenían de ella, sonaron burlonas desde sus propios labios.

—Y ahora, humanos, ¿Por que no hablamos de mi liberación?