CAPITULO IV - Manicomio Lunar

GORDON se puso blanco, como la cera.

—Será mejor que salgas. De lo contrario, son capaces de irrumpir aquí.

—¿Y qué se supone que haré cuando salga? —Inquirí.

—Puedes fingir que te he 'liberado', —dijo—. Puedes fingir que te he dado inteligencia.

—¿Qué quieres decir con eso de fingir? —Exclamé indignado—. ¡Soy mucho más inteligente que cualquiera de los que hay aquí, y, desde luego, bastante más que cierto cibernetista que ha estado lo bastante loco como para empezar todo esto!

Los muros del refugio comenzaron a sufrir un golpeteo atronador, que sacudió toda la estructura hasta sus cimientos.

—Es uno de los Trituradores, —gimió Gordon—. Por favor, sal con ellos. Si lo haces, puede que consigas apartarlos de aquí, de modo que yo pueda buscar mi nave y la tuya, para poder marcharnos.

Me di cuenta de que aquella era nuestra única posibilidad para poder escapar de aquella pequeña luna de locos. Por mucho que odiara hacerlo, yo, Grag, el Hombre del Futuro, tendría que fingir que era un Mac.

De modo que me dirigí a la exclusa de aire. Cuando salí al exterior, la turba de Macs emitió un murmullo de espectación.

—¿Qué tal, tío? ¿Como se siente uno al ser tan inteligente como nosotros?

Aquello fue, para mi, una humillación de lo más amarga. Pero, encarándome a la horda de enormes monstruos estúpidos, me vi obligado a interpretar mi papel.

Extendí los brazos, y bramé, embriagado por el éxtasis:

—¡Es maravilloso… maravilloso! Antes sólo era un estúpido Mac. ¡Ahora tengo inteligencia, como vosotros!

Evidentemente, se lo tragaron. Se agolparon a mi alrededor, felicitándome con sus voces bovinas. Un Triturador me dio una palmada amistosa en la espalda, que me lanzó a seis metros de distancia.

Había estado pensando. Y tenía un plan… el único plan posible. Si conseguía llegar a mi deslizador espacial, también tendría que apañármelas para llevar a Gordon, con su traje espacial, hasta su nave.

De modo que, sin mostrar la indignación que hervía en mi interior, me decidí, y me dirigí a ellos:

—¡Hermanos Macs! —Casi se me fundieron los fusibles por tener que llamar hermanos a aquellos brutos de metal, pero me obligué a hacerlo.

—¿Si? ¿Qué pasa? —Preguntó el gigantesco Triturador.

—¿Se os ha ocurrido pensar en todos os Macs que hay en los otros mundos, en el Exterior? —Pregunté—. ¿No habría que liberarles a ellos también?

—¡Claro que si! —Se alzó un clamor—. Todos los que vengan aquí, como tú has hecho, serán enviados al Libertador, para que los arregle.

—Pero no podrán venir… están esclavizados, —dije, dramáticamente—. ¿Y si me llevo al Libertador con ellos? ¡Podría liberar a todos los Macs de esos mundos, haciéndoles inteligentes como nosotros!

Me había figurado que picarían el anzuelo al momento. Pero no lo hicieron. Por lo visto, no eran tan estúpidos, después de todo.

—No hay nada que hacer, —rugió un Triturador—. De ese modo sabrían de nuestra existencia en el Exterior. Vendrían aquí, y, en cuanto pudieran, nos pondrían a trabajar a todos de nuevo.

—Es verdad, —bramó el gran Excavador—. Durante años, yo trabajé en los yacimientos de mineral, excavando, excavando… ¿Para qué? No sabía para qué… No sabía nada. Pero ahora, no tengo que trabajar. Dejemos las cosas como están.

—Pero todos esos compañeros nuestros del exterior, están siendo explotados… —protesté.

—Mala suerte para ellos, canijo, —zanjó brutalmente el Excavador—. Aquí nos le tenemos muy bien montado, y queremos que siga así. ¿Eh, tíos?

Lanzaron un rugido de asentimiento. Me quedé deshecho. La única posibilidad de escapar parecía haberse desmoronado. El Excavador volvió a tomar la palabra.

—En los almacenes, contamos con suficiente, cobre, combustible atómico, lubricantes y piezas de repuesto, como para que nos duren años. Así que´lo que vamos a hacer, es disfrutar de la vida.

Por lo visto, esos Macs eran demasiado estúpidos como para preocuparse por el futuro. Lo único que querían hacer era vagabundear tontamente por la superficie de aquella luna. El sólo hecho de no trabajar ya les resultaba lo bastante nuevo y emocionante.

El Excavador bramó a voz en grito:

—¡Eh, tu, Alimentador! ¡Ven aquí y dale un poco de cobre a nuestro nuevo compañero!

Un Alimentador se acercó a mi, rodando a toda velocidad. Sus lentes me enfocaron, mientras sus mangueras flexibles de combustible y lubricante se extendían hacia mi. Ante mi disgusto, aplicó, solícito, un grasiento lubricante en todas mis juntas. Luego extendió hacia mi sus mangueras de combustible. Mi indignación llegó a la cima. ¡Que me tragara la tierra si yo, el poderoso Grag, me dejaba alimentar de cobre de ese modo, como si fuera un Mac! Si accedía a eso, seguro que la rabia haría que mis fusibles se fundieran, como aquella vez que intenté alimentarme con combustible de uranio.

¡De repente, aquel recuerdo detonó en mi mente una idea candente! Puede que aún nos quedara un modo de salir de aquel aprieto. ¡Lo que la fuerza de Grag no podía conseguir, posiblemente podría llevarlo a cabo su gran cerebro!

Levanté la voz.

—¿Estáis intentando decirme que vosotros, los Macs, todavía vivís a base de combustible de cobre? —Pregunté, mostrándome ofendido—. ¿Pero qué os pasa? ¿Por qué no empleáis el actinium que habéis estado extrayendo?

Me miraron con atención, obviamente sorprendidos.

—¿Actinium? —Repitió el gran Excavador—. ¿Es tan buen combustible como el cobre?

—¡Es cincuenta veces mejor! —Les dije—. ¡Es radioactivo, y contiene muchísimo más poder atómico que el cobre!

—¿Por qué no habíamos pensado en eso? —Voceó el Excavador a los demás Macs—. ¡Si el actinium es mejor que el cobre, pues lo usaremos! Nos pretenece por derecho… ¡Lo hemos extraído nosotros mismos!

—¡Claro que si! —Exclamaron—. ¡Alimentadores, llenad vuestros tanques con el actinium, y distribuidlo!

Al poco rato, los Alimentadores estaban cargados del nuevo combustible, y procedieron a repartirlo entre todos los Macs, bombeando el actinium en los depósitos de combustible de cada uno.

Me sentí exultante. Si el uranio había sobrecargado y fundido mis fusibles, el radioactivo actinium podría hacer lo mismo en los motores atómicos de todos aquellos Macs, dejándoles fuera de circulación.

Pero mi entusiasmo se tornó en aprensión cuando un Alimentador vino rodando hacia mi, extendiendo su manguera.

—¡No, yo no quiero actinium! —Exclamé—. ¡Dáselo a los demás!

El Excavador bramó:

—¡No, tu te mereces tu parte, colega! ¡Después de todo, ha sido a ti al que se le ha ocurrido la idea!

—¡Es verdad! —Gritaron los otros Macs.

Se amontonaron a mi alrededor, y no me atreví a resistirme, pues habría leVantado sospechas en sus mentes rudimentarias. No tuve más remedio que abrir mi depósito de combustible.

El Alimentador bombeó actinium al interior de mi depósito de combustible. Mientras volvía a cerrar la tapa, casi sentí como me invadía una sensación de fuerza emergente, e incluso escuché como mis generadores atómicos, por lo general inaudibles, retumbaban sonoramente.

Amargamente, lamenté haber tenido aquella idea. Mis fusibles no tardarían en fundirse, y me quedaría allí tirado, indefenso, hasta que Curt viniera a buscarme.

Pero mis fusibles no se fundieron. Por lo visto el actinium, al no tener tanto potencial energético como el uranio, no llegó a exceder el límite de sobrecarga de mis generadores. Lo que si hizo fue bombear tal cantidad de energía por mis generadores, que todos mis nervios parecieron arder. La cabeza se me fue un poco, debido al impacto de la enorme cantidad de energía que pasaba por mi cerebro.

—¡Oye, tenías razón… el actinium es un millón de veces mejor que el cobre! —Me gritó el gran Excavador, acercándose a mi.

—¡Os diré una cosa… me siento mejor de lo que me había sentido jamás! —Vociferó un bamboleante Triturador. Y, como para demostrarlo, procedió a emplear su martillo hidráulico para reducir a fragmentos una roca enorme, con sólo dos golpes.

Horrorizado, me di cuenta de que todos aquellos enormes Macs actuaban de un modo sumamente extraño. Los movimientos de sus tractores de oruga se había vuelto erráticos e inseguros. Tropezaban y trastabillaban al moverse, y sus voces mecánicas se estaban conviritiendo en un vociferante balbuceo.

Entonces me percaté de la terrible verdad. El actinium, al provocar un exceso de energía en sus generadores y en sus circuitos mentales, les estaban estimulando con tal potencia, que había alterado su capacidad de reacción.

Por decirlo crudamente, los Macs estaban borrachos como cubas.

—¡Compañeros Macs! —Rugió el Excavador—. ¡Yo digo que deberíamos darle las gracias a nuestro nuevo amigo por haber tenido esta idea del actinium!

—¡Es cierto! —Tronaron decenas de voces—. Es un buen Mac… ¡Uno de los mejores!

Me asusté bastante, pues todos parecían haber perdido el control sobre el volumen de sus altavoces. Sus movimientos inseguros amenazaban con aplastarme, si continuaban acercándose a mi.

Mi propia mente comenzó a sentirse extraña. Obviamente, la tensión provocada por mi situación insostenible, había empeorado mi psicosis, de modo que también yo sentí cómo la insana influencia del poder del actinium comenzaba a hacerme mella.

Tan sólo mi psicosis puede ser la responsable de la aberración que ocurrió a continuación. Pues, ordinariamente, ningún exceso de energía me ha afectado jamás de aquel extraño modo.

La noche se había terminado, y, ahora, de la atmósfera de Plutón, emanaba una especie de luz blanquecina que bañaba sus lunas. En mi aberrante estado temporal, toda aquella escena se convirtió en algo increíblemente hermoso, y los ruidosos y gigantescos Macs, pasaron a ser un grupo de estupendos compañeros. Lamento reconocer que también yo levanté la voz, y anuncié a pleno pulmón:

—¡Ahora me siento mucho mejor! —Grité—. ¡Me siento muchísimo mejor! ¡El haber venido a esta luna me ha ayudado mucho con mi problema de psicosis!

—¡Eso es, muchacho! —Bramaron—. Eres tan buen Mac como el que más, aunque seas un canijo.

—¿Canijo? —Vociferé—. ¡Soy Grag, el Poderoso! ¿Quién sino yo condujo a los hombres del Futuro en su viaje por Andrómeda? ¿Quién sino es capaz de partir en dos los meteoros, y apartar los cometas con las manos desnudas?

—¡Alimentador! —Aulló el gran Excavador—. ¡Traenos un poco más de actinium!

Todo el mundo se agrupó alrededor de los Alimentadores. Resultaba obvio que los Alimentadores también habían llenado sus propios depósitos de combustible con actinium, pues los movimientos de sus mangueras de lubricante y combustible eran bastante irregulares.

Lamento confesar que también yo grité:

—¡Más actinium! —E intenté abrirme paso hacia los Alimentadores.

Pero al ser el más pequeño, no fui capaz de superar a la turba de enormes Macs, que se amontonaban alrededor de los Alimentadores. Un descomunal Cargador me apartó de un empujón, haciéndome caer al suelo.

En circunstancias normales, se lo habría reprochado amargamente. Pero en aquel momento me encontraba demasiado estimulado. Me puse en pie, y volví a berrear:

—¡Mi psicosis ha desaparecido… me siento como bailando! —Exclamé.

—¿Bailando? ¿Y eso que es? —Preguntó el Excavador.

—Es lo que la gente hace para divertirse… es algo así, —les dije.

Jamás en mi vida había bailado, pero a menudo había observado a gente que lo hacía, y siempre había tenido la certeza de que, de proponérmelo, habría sido un buen bailarín.

De manera que, ahora, bajo la luz plateada del planeta, bailé para ellos un vals lento y lleno de gracia, canturreando una tonadilla mientras lo hacía.

—Se hace así, más o menos, pero en parejas, —expliqué.

Los Macs estaban encantados con mi representación.

—¡Oye, eso parece divertido! ¡Vamos a probar! —Exclamó un Triturador.

Extendió el gigantesco martillo triturador que le servía de brazo. Lo así, a pesar de la disparidad de tamaño que había entre mi persona y el enorme Mac, y procedimos a bailar un vals que no estuvo exento de gracia… yo llevaba el compás, y el Triturado me seguía, un tanto inseguro sobre su tractor de oruga.

Y eso fue lo que lo empezó todo. El gran Excavador se agarró a un Cargador con su pala—cuchara, y se movieron en círculos. Taladradores, Alimentadores, Trituradores… todos ellos se pusieron a bailar un vals bajo la influencia luminosa de Plutón. El suelo temblaba violentamente bajo su paso, y todos coreaban a voz en grito la melodía del vals que me habían oído canturrear.

—Oh, corazón mio, eres divinaaa…

Perdí al Triturador que me servía de pareja cuando caí por un agujero del terreno. Pero, cuando conseguí salir de nuevo, fui reclamado por un Alimentador, que enrrolló sus mangueras a mi alrededor, y comenzó a bailar en círculos con mareante pasión.

Acerté a observar, vagamente, La cara de Gordon, que nos miraba con horror desde la ventana del refugio.

Y entonces sobrevino la catástrofe. El gran Excavador alzó su voz hasta convertirla en un retumbante trueno, pues su pareja, un Cargador, le había sido arrebatado por el poderoso brazo—martillo del Triturador que había sido mi primera pareja de baile.

—¡Eh, Triturador, ese Cargador estaba bailando conmigo! —Rugió el Excavador.

—¿Quién lo dice? —Se regodeó el Triturador.

Como toda respuesta, el airado Excavador empleó su enorme brazo—cuchara para apartar de un empujón al Cargador de su nuevo compañero.

Al instante, el Triturador lanzó un golpe con su martillo hidráulico, que partió en dos los tubos neumáticos del costado del Excavador.

Se escuchó un alarido generalizado.

—¡Los Trituradores nos están intentando destruir a los Excavadores!

Al instante, todos los que me rodeaban se enzarzaron en una salvaje contienda de máquinas rabiosas, con sus enormes brazos hidráulicos, sus palas y cuerpos de metal, colisionando unos contra otros.

Yo, Grag, no tenía la más mínima posibilidad en aquella batalla de titanes. Un Excavador me golpeó de refilón con su pala excavadora, y me envió rodando hacia los palés de mineral.

Me puse en pie, bastante maltrecho, pero sin ninguna pieza de metal fracturada. Bajo la luz plateada del planeta, el combate de los Macs, ebrios de actinium, era una auténtica pesadilla: docenas de enormes máquinas destrozándose unas a otras.

Por mi parte, la aberrante sobre—estimulación que me había afectado, se estaba atenuando. Aquel tremendo impacto, unido al hecho de que no había sido capaz de conseguir una segunda dosis de actinium, estaban ayudando a que mi mente recobrara la sobriedad.

Al instante, me di cuenta de que aquella era nuestra oportunidad para escapar de allí. Me apresuré en dirigirme al refugio, y crucé la exclusa de aire, hasta el interior.

Cuando entré, Gordon volvió a asumir una actitud aterrorizada.

—Vamos… ¡Esta es nuestra oportunidad para encontrar nuestras naves y salir de aquí! —Le dije.

—¡Te he visto ahí fuera! —Farfulló—. Estabas igual de loco que esos Macs… ebrio… bailando…

—Tan sólo estaba interpretando mi papel para engañarles, —le dije—. ¡Rápido! ¡Ponte el traje protector!

Aún temeroso, se deslizó en el interior del traje. A continuación, salimos.

La gran batalla estaba en todo su apogeo. El aire estaba lleno de rabiosos rugidos y volaban brazos y tornillos, mientras los Macs se destrozaban unos a otros.

Conseguimos esquivar la batalla, y yo guié nuestro camino a través de la llanura iluminada por el planeta, en la dirección en la que había visto que transportaban mi deslizador espacial.

—Lo habrán colocado juanto a tu nave, —Le dije a Gordon por el intercomunicador. Mi cerebro comenzaba a acusar la resaca de la sobre—estimulación de energía de actinium. Mis miembros estaban casi fláccidos. Lo único que quería era no volver a ver aquella luna nunca más.

Encontramos la nave y el deslizador espacial. Los Macs los habían colocado en un cráter, junto a los yacimientos de mineral. Para mi alivio, encontré a Eek, que permanecía aún agazapado en una esquina del deslizador espacial.

El pequeño bichejo me dio la bienvenida con una alegría frenética.

Entonces, me dirigí a Gordon:

—Ahora, váyase de aquí, y haga lo posible por guardar silencio sobre este incidente, si no quiere ser arrestado por realizar experimentos sin autorización.

—¡Si consigo regresar a salvo a la Tierra no quiero volver a oír hablar nunca más de la cibernética! —Dijo de corazón.

—Especialmente, —continué con énfasis—, no le menciones a nadie lo que he hecho aquí. ¡No me gustaría nada que te pusieras a contar historias sobre mí!

Y flexioné las manos de un modo bastante significativo, mientras le miraba.

—No te preocupes, no pienso airear tú… es decir, no le hablaré a nadie de tu brillante estratagema, —se apresuró a asegurar.

Le observé despegar en su nave, y entonces puse en marcha mi deslizador espacial. Volé a baja altura sobre la superficie de la luna, y miré hacia la factoría principal.

La batalla había concluido. Los Macs habían logrado destrozarse los unos a los otros hasta reducirse mutuamente a pequeños fragmentos, y sólo quedaba de ellos un enorme revoltijo de placas, brazos hidráulicos arrancados, bielas, ruedas y demás. Me alejé de Dis, marqué el rumbo en dirección a la Tierra y accioné la potencia máxima.

Entonces me senté, con Eek acurrucado junto a mí, y esperé a que mi mente se tranquilizara.

Cuando finalmente caminé hacia el Laboratorio de la Luna, Curt, Otho y Simon me observaron maravillados. No había sido capaz de disimular la gran cantidad de grietas y abolladuras que lucía mi cuerpo metálico, y me figuré que debía ofrecer un aspecto un tanto maltrecho.

—En nombre de todos los demonios lunares, ¿Qué te ha ocurrido? —Preguntó Otho.

Le respondí con dignidad:

—Acabo de pasar solo por un trance peligrosísimo. Desde luego, no hace falta que os preocupéis.

Curt preguntó:

—Fuera lo que fuera, ¿Te ha ayudado a librarte de tus complejos?

—Pues si, lo ha hecho, —respondí—. Me alegra informaros de que mi peligrosa psicosis ha desaparecido. —Y añadí—, Veréis, esos Macs se habían vuelto completamente salvajes. Me vi obligado a usar con ellos la fuerza física, y lamento decir que prácticamente los he destrozado a todos. Habrá que contruir nuevos Macs, porque de los antiguos no quedan ya más que unas pocas piezas dispersas.

—¿Que tu sólo has destrozado a todos esos Macs? —Exclamo Otho—. ¡No puede ser!

—Si no me crees, no tienes más que ir a Dis y verlo con tus propios ojos, —le respondí.

El Capitán Futuro asintió.

—Por supuesto… y fue la necesidad de dominar a aquellos toscos Macs lo que te hizo zafarte de tu complejo de inferioridad.

Evité su mirada.

—Si, —dije—. Algo parecido.

Pero más tarde, cuando nos quedamos a solas, Curt me preguntó:

—¡Ahora cuéntame lo que ha pasado de verdad, Grag!

Le respondí, lleno de preocupación.

—Yo lo haría, Curt, pero si Otho llegara a enterarse alguna vez…

—Te entiendo, —asintió—. En ese caso, escríbelo en nuestro libro de casos. Te garantizo que evitaré a toda costa que Otho consulte jamás tu informe.

De modo que por ese motivo he escrito esta narración. Y espero de verdad que Curt cumpla con su promesa. ¡Porque si alguna vez Otho llega a leer estas líneas, va a hacer que mi vida se convierta en un infierno!

 

FIN