CAPITULO 1 - La Metamorfosis de Simon Wright
SIMON Wright se estaba muriendo, y lo sabía. Yacía tendido en el pequeño y sobrio catre que tenía junto a su adorado laboratorio, y, con calma, empezó a calcular cuantas horas de vida le quedaban.
Levantó su encanecida cabeza de la almohada, y su rostro enjuto y austero, no mostró expresión alguna mientras miraba hacia abajo, contemplando su cuerpo delgado y anguloso, y sus manos ajadas. La proximidad de la muerte no había encontrado al anciano científico sin una pizca de arrepentimiento.
"Si hubiera podido vivir lo bastante como para ayudar a Roger a terminar nuestros experimentos, —pensó—. Es una verdadera lástima que un hombre se pase toda la vida aprendiendo a hacer su trabajo, y luego tenga que morir sin haber podido antes aplicar sus conocimientos."
La puerta se abrió, y un apuesto joven de cabello rojizo, un hombre cuyo rostro era la viva imagen de la preocupación y el pesar, entró en la pequeña alcoba.
—¿Como te encuentras, Simon? —Preguntó ansioso Roger Newton—. Ese último estimulante que te di…
—Se pasó su efecto hace una hora, —respondió con calma Simon Wright—. Es inútil, Roger. No se puede parchear tanto una máquina que se ha colapsado por completo. Y eso es, exactamente, lo que es mi cuerpo… una máquina que se ha colapsado.
Se encogió de hombros débilmente y continuó hablando.
—No hay motivo alguno para apenarse por ello. He tenido una vida larga y bastante productiva. Ahora, me ha llegado la hora.
—Pero tu muerte supondría despilfarrar tu genio científico, mientras que tus conocimientos podría beneficiar enormemente a la humanidad, —estalló Roger Newton.
—La naturaleza es despilfarradora, —murmuró el viejo cientifico—. Es su modo de ser.
Roger newton Tiene una Inspiración
Newton permaneció en silencio durante unos minutos. Una extraña emoción había comenzado a poseerle. Cuando por fin habló, su rostro parecía pálido y sin aliento.
—Simon, a lo mejor es posible que tu mente continúe con vida después de que tu cuerpo muera. —Propuso—. ¿Recuerdas los avances que hemos realizado recientemente en el cultivo de tejidos? Corazones que continúan con vida, aislados, y otros órganos que han sido mantenidos vivos indefinidamente en contenedores de suero. Incluso un cerebro puede ser mantenido con vida de ese modo.
Los ancianos ojos de Simon Wright comenzaron a mostrar un sorprendido entendimiento.
—¿Me estás proponiendo extraer mi cerebro y colocarlo en una caja llena de suero, para mantenerla allí con vida? —Dijo tras una pausa—. Pero… ¿Qué podríamos conseguir con eso? No sería capaz de oír, ni de ver, ni de hacer otra cosa excepto pensar.
—No. Escucha, —continuó con vehemencia el joven científico—. Siempre he creido que debería ser posible conectar unos órganos artificiales para hablar, escuchar o ver, en un cerebro humano vivo, aislado en un tanque de suero. Lo intenté con el cerebro de un conejo y tuve éxito. Y, aunque la mente humana es infinitamente más compleja, sigo pensando que es algo que se puede hacer.
Simon Wright meditó en silencio aquella proposición tan extraordinaria. A pesar de su profundo deseo de continuar sus investigaciones, sintió cierta repulsión ante aquella propuesta que acababan de hacerle.
Era un hombre normal. Pero, si accedía a dicho cambio, dejaría de serlo para siempre. Se convertiría en algo que sería un poco más y un poco menos que un hombre.
El Deber de Wright para con la Ciencia
—Piensa, Simon, en el trabajo que podrás hacer, en los años de investigación que tendrás por delante, —le urgió Roger Newton—. Es tu deber para con la humanidad preservar tus conocimientos y mantener con vida tu vasta habilidad científica.
—Pero no sería capaz de hacer nada por mi mismo, —musitó el anciano, expresando la mayor de las dudas que se revolvían en su mente—. No tendría manos, ni cuerpo.
—Yo seré tus manos, —declaró Newton con vehemencia—. Juntos, podremos continuar con nuestro trabajo, en lugarde dejarlo a medio terminar, que es como quedará si tu mueres.
Aquel argumento persuadió a Simon Wright. Hacía ya mucho tiempo que había renunciado casi por entero a las emociones humanas, pero la llama de la pasión científica aún ardía con fuerza en su interior.
—De acuerdo, Roger, —dijo por fín—. Creo que vamos a intentarlo. Pero vas a tener que preparar el tanque de suero con la mayor rapidez, pues no queda casi tiempo.
Los dos días siguientes estuvieron llenos de preparativos urgentes e incluso frenéticos para el joven científico. Sólo con sus poderosos estimulantes fue capaz de mantener con vida al consumido y brillante anciano. Newton preparó un tanque cúbico de suero, fabricado con un metal transparente. En su centro exacto había una cámara protectora, diseñada para acomodar un cerebro humano. Un laberinto de arterias artificiales llegaba hasta dicha cámara, con el fin de suministrar al cerebro viviente un flujo constante de suero, que proporcionaría a sus neuronas los suficientes elementos nutricionales, y evitaría la aparición de substancias nocivas. El suero circulaba constantemente gracias a una serie de diminutas bombas de fusión alojadas en el interior del tanque. Dichas bombas obligaban al suero a pasar continuamente a través de unos filtros purificadores. Los compactos motores atómicos de las bombas podían funcionar de un modo casi indefinido sin requerir el menor mantenimiento.
En los costados del tanque de suero se fijaron dos sensibles micrófonos, que actuarían como sus "orejas". Desde ellas, una serie de conexiones eléctricas partían en dirección a la cámara del cerebro. De un modo similar, Roger Newton montó en la parte frontal de la caja dos ojos fotoeléctricos, con retinas artificiales. Estaban fijadas al extremo de dos delgados tubos de metal retráctiles y móviles, de modo que pudiera cambiarse la dirección a la que se miraba. También partían de ellos sendos grupos de cables, en dirección a la cámara en la que descansaba el cerebro.
El aparato para hablar fue el más complicado. La producción de un habla inteligible por medios completamente artificiales había sido investigada ya en el remoto año de 1939, con el dispositivo "voder". Pero construir un dispositivo así en un espacio tan reducido y relacionar su control con el cerebro, era algo que superaba la soberbia habilidad de Roger Newton.
Ayudado por el Genio de Wright
El joven científico no podría haberlo logrado él solo. Fueron la ayuda y los contínuos consejos del agonizante Simon Wright los que hicieron posible que pudiera completar el tanque de suero, después de una labor extenuante de cuatro días con sus noches. Al comienzo de la cuarta noche, Roger Newton se inclinó al lado de su moribundo amigo.
—Todo está listo, Simon… pero no podré hacerlo esta noche, —murmuró—. Me tiemblan demasiado las manos como para realizar la operación. Tengo que dormir un poco.
Simon habló con tanta calma como si se se estuviera refiriendo a otra persona:
—Si mi auto diagnostico es correto, habré muerto antes de que llegue la mañana. Debes hacerlo ahora.
—¡No puedo… no lo haré! —Exclamó Newton—. Sería un asesinato.
Salió de la sala como una estampida, pero regreó media hora más tarde. Había recuperado su auto—control.
—Tienes razón, Simon. Debe hacerse ahora.
La joven esposa de Roger Newton le sirvió de ayudante, mientras se preparaba para la apabullante tarea de extraer el cerebro vivo del cráneo de un hombre y transplantarlo sin daño alguno al tanque de suero.
Simon Wright yacía sobre la mesa del laboratorio y miraba con afecto sus pálidos rostros.
—Si falláis, adios, amigos mios, —murmuró. Luego, el anestésico inundó sus fosas nasales, y perdió toda consciencia.
El Cerebro se Despierta
Despertó lentamente. Su primera sensación fue una curiosa ligereza y esponjosidad. Luego escuchó sonidos, extrañamente reiterativos.
—Simon, ¿Puedes oírme? ¿Puedes oír?
Intentó abrir los ojos. La luz le cegaba. Su visión pareció enfocarse de un modo extraño.
Entonces vio a Roger y a Elaine Newton inclinados sobre él. había asombro en sus caras.
Simon se dio cuenta de la verdad. La transformación se había llevado a cabo con éxito. Ahora no era más que un cerecbro viviente en un tanque artificial lleno de suero. Eso podía explicar su extraña sensación de ligereza y esponjosidad. Ya no tenía un cuerpo débil y moribundo lastrando su cerebro.
Intentó hablar. El esfuerzo de su voluntad actuó sobre los controles del pequeño dispositivo de altavoz que tenía fiajdo al tanque. Escuchó su propia voz: un chasquido áspero, metálico y de un solo tono.
—Te… escucho, Roger. Es difícil… formar palabras… correctamente… —Y entonces, con un sentimiento de triunfo, añadió—, Mi mente… está clara y fuerte, ahora… podemos continuar con nuestro… trabajo.
Puso a prueba sus nuevos sentidos. Podía oír con mucha mayor claridad que antes. Sus ojos tenían una visión perfecta. Según fueron pasando las semanas, Simon Wright se fue sintiendo más a gusto con su nuevo cuerpo. La ausencia del dolor y de debilidad le otorgaron una claridad mental de la que nunca antes había disfrutado. Ni siquiera necesitaba dormir.
Su caja solía descansar sobre la mesa de su laboratorio. Allí, aconsejaba y supervisaba a Roger Newton en sus investigaciones comunes, o estudiaba los volúmenes de su extensa librería científica.
A menudo le hacían una serie de preguntas no carentes de cierta ansiedad.
—¿Te sientes bien, Simon? ¿No te arrepientes de haber hecho el cambio?
—No, no me arrepiento en absoluto, —replicó pensativo—. Y me alegra estar seguro de que podré continuar con mi trabajo.
Y era verdad. Pero en la mente de Simon Wright aún quedaba una duda, un resquemor, que jamás mencionaba a nadie. Se trataba de la triste seguridad de que nunca podría hacer nada por si mismo.
Nunca había vivido una vida de acción física. Pero aquella seguridad de que jamás podría ejecutar el menor acto físico, ni aunque fuera en una emergencia, fue la única sombra de su nueva condición. Y creció en él, causándole un cierto complejo de inferioridad que ya nunca podría superar.