CAPÍTULO I - La Luna Oscura
Su nombre era Simón Wright y en otros tiempos había sido un hombre como los demás. Ahora ya no era un hombre, sino un cerebro viviente, alojado en una caja de metal, alimentado por suero en vez de por sangre y provisto con sentidos y medios de movimiento artificiales.
El cuerpo de Simón Wright, que había conocido los placeres y las enfermedades de una existencia física, hace mucho que se había mezclado con el polvo; pero su mente seguía viviendo, brillante y sin igual.
La elevación del terreno se extendía, rocosa y desvaída a lo largo del límite del bosque de líquenes, los gigantescos vegetales llegaban hasta la misma elevación y hacia abajo, siguiendo la pendiente más lejana hasta el valle.
Aquí y allá había claros, en los que antiguamente, quizá, se elevó un templo, hace largo tiempo convertido en ruinas. Las grandes masas confusas de los líquenes se extendían por encima, encogidas, destrozadas por el viento y tristes. De vez en cuando una brisa los removía levantando un polvo mohoso y produciendo un sonido parecido a un llanto.
Simón Wright estaba cansado de la elevación del terreno y del bosque grisáceo, cansado de esperar. Tres noches de Titán habían transcurrido desde que el Grag, Otho y Curt Newton, a quien el Sistema conocía como el Capitán Futuro, habían ocultado su nave en el bosque de líquenes y esperado aquí a un hombre que no había venido.
Fue la cuarta noche de espera bajo la increíble gloria del cielo de Titán; sin embargo incluso el brillante espectáculo de Saturno rodeado por sus asombrosos anillos y su enjambre de lunas, fueron incapaces de elevar el ánimo de Simón. En alguna forma, la belleza que había en las alturas contribuía a aumentar la tristeza que existía abajo.
Curt Newton dijo de forma cortante,
—Si Keogh no viene esta noche, iré allá abajo a buscarle
Miró, a través de un hueco entre los líquenes, hacia el valle donde se encontraba Moneb, una ciudad que no se alcanzaba a distinguir a causa de la noche y de la distancia, observándose únicamente puntos dispersos de luz procedentes de sus antorchas.
Simón habló. Su voz era precisa y metálica a través de su resonador artificial.
—El mensaje de Keogh nos decía que en modo alguno fuéramos a la ciudad. Curtis estate tranquilo, vendrá.
Otho asintió con la cabeza. Otho el androide delgado y ágil, que era tan parecido a un ser humano que sólo el aspecto extraño de su cara puntiaguda y ojos verdes y brillantes traicionaban su condición.
—A lo que se ve, —Dijo Otho—, hay un lío terrible en Moneb y nosotros lo empeoraremos si empezamos a enredar antes de saber qué está pasando.
La forma de metal de Grag, semejante a un hombre, se movió impaciente entre las sombras con un aburrido sonido metálico, su voz de trueno se oyó en la soledad de la noche.
—Pienso como Curt, —dijo—. Estoy cansado de esperar.
—Estamos cansados, —dijo Simón—, pero debemos esperar, viendo el mensaje de Keogh pienso que no es ni un cobarde ni un tonto, sino que conoce la situación, nosotros no, no debemos ponerlo en peligro por nuestra impaciencia.
Cut suspiró,
—Lo sé, —y recostó la espalda sobre el bloque de piedra en el que estaba sentado—, Sólo espero que venga pronto, estos líquenes infernales me están poniendo nervioso.
Balanceándose sin esfuerzo, sobre los dos rayos magnéticos invisibles que actuaban como sus piernas, Simón observaba y meditaba. Sólo de forma objetiva podía apreciar la imagen que él presentaba a los demás —un pequeña caja cuadrada de metal, con una extraña cara de lentes artificiales, que servían como ojos y un resonador que actuaba como una boca, flotando en la oscuridad.
El mismo, se consideraba casi como un yo desencarnado, no podía ver su extraño cuerpo, pero era consciente de las continuas y rítmicas pulsaciones de la bomba de suero que le servía de corazón, así como de las sensaciones visuales y auditivas que le proporcionaban sus sentidos artificiales.
Sus ojos, formados por lentes, eran capaces de proporcionar una visión mejor que la del ojo humano, bajo cualquier condición. Pero aun así, no podía penetrar en las oscuras sombras del valle, que seguía siendo un misterio tejido con luz de luna, niebla y oscuridad.
Todo parecía tranquilo, sin embargo, el mensaje de este extraño, Keogh, solicitaba ayuda contra un mal demasiado grande para que él pudiera luchar sólo.
Simón era muy consciente del monótono susurro de los líquenes, su sistema auditivo, constituido por micrófonos, podía oír y distinguir las notas demasiado débiles para los oídos normales, de forma que el susurro se transformaba en olas de sonidos distinguibles, como si voces fantasmales susurraran — una especie de sinfonía de la desesperanza.
Pura fantasía y Simón Wright no era muy aficionado a las fantasías, sin embargo, en estas noches de espera, había desarrollado un cierto sentido de clarividencia. En este momento razonó que el triste susurro del bosque, era una interpretación de su cerebro, reaccionando ante el estímulo de un repetido patrón de sonido.
Como Curt, esperaba que Keogh viviera pronto.
El tiempo pasaba, Los Anillos llenaron el cielo con fuego sobrenatural, y las lunas aparecieron recorriendo espléndidamente su eterno camino. Los líquenes, bañados en el lechoso brillo de Saturno, no cesaban en su monótono llanto. De vez en cuando, Curt Newton se levantaba y daba vueltas en el claro, Otho le observaba permaneciendo sentado rígidamente, su delgado cuerpo doblado como una hoja de acero. Grag permanecía donde estaba, un gigante oscuro e inmóvil en las sombras que empequeñecía la altura del mismo Newton.
Luego, de forma abrupta, se escuchó un sonido diferente de los demás sonidos. Simón lo oyó, escuchó y tras un momento dijo:
—Hay dos hombres, subiendo la cuesta desde el valle, que vienen por este camino.
Otho se puso de pié de un salto, Curt lanzó un corto y agudo “¡Ah!” y dijo:
—Mejor ocultémonos hasta que estemos seguros.
Los cuatro se perdieron en la oscuridad.
Simón estaba tan cerca de los extraños que podría haber extendido sus rayos de fuerza y haberlos tocado. Salieron al claro, jadeando por la larga subida, mirando ansiosamente a su alrededor. Uno de ellos era un hombre alto, muy alto, estrecho de hombros y con una cabeza delgada; el otro era más bajo, más corpulento y se movía como un oso. Ambos eran terrestres, llevando la marca inconfundible de los hombres de la frontera y de la dureza del trabajo físico que realizaban. Ambos iban armados.
Se pararon, la espera había terminado para ellos, el alto dijo con tono desesperado.
—Nos han fallado, no han venido. Dan, no han venido.
El alto casi lloró
—Pienso que no les llegó tu mensaje, —dijo el otro hombre. Su voz era también triste—. Lo sé Keogh, no se que vamos a hacer ahora. Pienso que lo mejor que podemos hacer es volver.
Curt Newton gritó desde la oscuridad
—Esperad un momento, todo va bien.
Curt salió al claro, su cara delgada y su pelo rojo visibles a la luz de la luna.
—Es él —dijo el hombre corpulento—, es el Capitán Futuro. —Su voz ponía de manifiesto el alivio que sentía.
Keogh sonrió, una sonrisa sin mucho humor.
—Pensabas que podía estar muerto y algún otro podía acudir a la cita, no se trataba de una suposición muy equivocada. He sido observado de una forma tan persistente que no me he atrevido a venir antes, sólo podía esta noche.
Se detuvo, observando como Grag venía dando zancadas, retumbando el suelo con sus pasos. Otho se movió detrás, ligero como una hoja. Simón se les unió deslizándose silenciosamente en medio de las sombras.
Keogh rió, con un ligero temblor.
—Estoy contento de veros, de verdad, si supierais lo contento que estoy de veros a todos.
—Yo también, —dijo el hombre corpulento y añadió— Soy Harker.
—Mi amigo, —dijo Keogh a los Hombres del Futuro—. Mi amigo desde hace muchos años. —Luego dudó, mirando ansiosamente a Curt—. ¿Me ayudarás?. He vivido mucho tiempo aquí en Moneb. He mantenido a la gente tranquila, he procurado darles valor cuando lo necesitaban, pero no soy más que un hombre, soy una percha muy frágil para colgar el destino de una ciudad.
Curt asintió con gravedad.
—Hicimos todo lo que pudimos. Otho, Grag, haced guardia, ahora mismo.
Otho y Grag desaparecieron de nuevo. Curt miró con esperanza a Keogh y a Harker. La brisa se había ido convirtiendo en un viento fuerte y Simón estaba convencido de que se produciría un nuevo y más conmovedor llanto de los líquenes.
Keogh se sentó sobre un bloque de piedra y comenzó a hablar. Flotando cerca de él Simón escuchaba, observando la cara de Keogh. Simón pensó: "Es un sabio y además fuerte, pero ahora se encuentra agotado por el esfuerzo y el miedo largo tiempo soportado".
Keogh dijo:
—Fui el primer terrestre en venir al valle hace muchos años, me gustaban los habitantes de Moneb y yo les gustaba a ellos. Cuando los mineros comenzaron a venir, procuré que no hubiera problemas entre ellos y los nativos. Me casé con una chica de Moneb, hija de uno de sus prohombres. Ahora ella está muerta, pero tengo un hijo aquí. Además soy uno de los consejeros de la ciudad, el único de sangre extranjera que es tolerado en la Ci udad Interior.
“Así que ya ves, he conseguido una cierta posición que he empleado en mantener la paz entre nativos y extranjeros. ¡Pero ahora!”.
Movió su cabeza. “Siempre ha habido personas en Moneb a los que desagradaba ver terrestres e intentaban minimizar la influencia de la civilización de la Tierra ”. Siempre han odiado a los terrestres que viven en la Ci udad Nueva y trabajan en las minas. Han procurado, desde hace tiempo, presionarles para que se fueran y si por ellos fuera habrían metido a Moneb en una lucha sin esperanza siempre que se hubieran atrevido a desafiar la tradición y emplear la única arma posible. Ahora son más decididos y están planeando emplear este arma.
Curt Newton le miró fijamente,
—Keogh,¿qué es ese arma?
La respuesta de Keogh fue una nueva pregunta.
—Vosotros, los Hombres del Futuro conocéis bien estos mundos. Supongo que habréis oído hablar de los arpistas.
De repente, Simón Wrigth sufrió una sorpresa y vio el asombro y la incredulidad dibujarse en el rostro de Curt Newton.
—No querrás decir que los descontentos de tu ciudad planean emplear a los arpistas como un arma.
Keogh asintió de forma sombría.
—Efectivamente.
Los recuerdos de los antiguos días en Titán recorrieron la mente de Simón. La extrañísima forma de vida que habitaba en lo más profundo de los grandes bosques, la belleza más inolvidable aparejada el peligro más terrible.
—Ciertamente, los arpistas pueden convertirse en un arma, —dijo al cabo de un instante—. Pero este arma matará a aquellos que la empuñen, salvo que estén protegidos.
Keogh respondió:
—Hace mucho tiempo, los hombres de Moneb, tenían esta protección; entonces utilizaban a los arpistas, pero su uso fue tan desastroso que fue prohibido y puesto bajo tabú.
“Ahora, los que quieren expulsar de aquí a los terrestres, tienen un plan para romper este tabú. Quieren traer a los arpistas y utilizarlos.
Harker añadió:
—Las cosas iban bien, hasta que el viejo rey murió. Era un hombre de verdad. Su hijo es un inútil. Los fanáticos contra la civilización extranjera lo han convencido y ahora tiene miedo de su propia sombra. Keogh lo está sosteniendo contra estos fanáticos.
Simón vio una confianza casi religiosa en los ojos de Harker cuando miraba a su amigo.
—Por supuesto, han procurado matar a Keogh, —dijo Harker—. Con él muerto no habría líder que se les opusiera. —La voz de Keogh se elevó, para oírse por encima del murmullo de los líquenes.
—Se ha convocado a todo el Consejo para dentro de dos días. Este será el momento de decidir quien gobernará Moneb, si nosotros o los rompedores del tabú. Estoy seguro que alguna trampa se ha preparado para mí.
“Por esto necesito vuestra ayuda de forma desesperada, Hombres del Futuro. Pero no debéis ser vistos en la ciudad. Cualquier extranjero puede levantar sospechas, además vosotros sois bien conocidos y… —luego miró a Simón y añadió como si pidiera disculpas ”especiales”.
Hizo una pausa en su discurso; durante esta pausa, el rumor y el fuerte sonido de los líquenes era semejante al despliegue de grandes velas ante el viento; así, Simón no pudo oír, detrás de él, un pequeño sonido furtivo hasta que fue tarde… un segundo demasiado tarde.
Un hombre saltó en el claro. Simón vislumbró por un instante unas piernas de color dorado cobrizo y una cara de asesino, levantó un arma extraña. Simón dio la alarma pero el pequeño dardo brillante ya había sido disparado.
En el mismo instante, Curt se giró, empuño su arma y disparó. El hombre cayó, desde las sombras otra pistola disparó y se oyó el fiero grito de Otho.
Durante un instante intemporal nadie se movió, luego Otho volvió al claro.
—Pienso que sólo eran dos.
—Nos siguieron, —exclamó Harker—, Nos siguieron aquí para…
Se había estado girando mientras hablaba, de repente se calló y a continuación empezó a gritar el nombre de Keogh.
Keogh yacía con la cara pegada al polvo. En su mejilla se percibía el pequeño dardo bronceado, poco más largo que una aguja, donde perforaba la carne aparecía una gota de sangre oscura.
Simón revoloteó bajo sobre el terrestre, sus rayos sensitivos le tocaron la garganta, el pecho, le levantaron un párpado.
Simón dijo sin esperanza.
—Todavía vive.