CAPITULO XIX - En el Espacio Exterior

¿Cuantas horas habían pasado? El Capitán Futuro no podía estar seguro. El tiempo se habïa convertido en algo casi sin sentido, mientras permanecía petrificado en el interior de su caja.

Sabía que al menos debían haber transcurrido varias horas, pues había anochecido. Su campo de visión abarcaba la puerta, y, en el exterior, podía ver un cielo estrellado. Antes de que llegara la noche, había escuchado cómo una nave alunizaba en el exterior. Y sabía que se trataba del regreso de la nave que había conducido al Doctor Zarro, Roj y Kallak al encuentro con la "estrella oscura".

Nada más había sucedido. Nadie había entrado en el brillantemente iluminado Salón de los Enemigos, en el que él, Joan, Otho y el Cerebro permanecían inmóviles y en silencio, junto a los demás prisioneros petrificados. En el pasado, el Capitán Futuro se había visto inmerso en situaciones terribles, pero ninguna lo había sido tanto como ésta. Jamás se había sentido tan absolutamente indefenso. No podía ni mover un sólo músculo, y mucho menos hablar. Lo único que podía hacer era pensar. ¡Y sus pensamientos eran una tortura!

Curt podía imaginarse a James Carthew, el Presidente, intentando demorar frenéticamente la fatídica votación que declararía la dictadura en el Sistema. Sabía que Carthew se estaría preguntando angustiado por qué le había fallado el Capitán Futuro.

¡No podía fallarle al Presidente! La antigua e indomable determinación que le había hecho triunfar en un sinfín de ordalías se alzó en el alma del Capitán Futuro. Realizó un terrorífico esfuerzo mental para obligar a su cuerpo petrificado a moverse, para zafarse de la influencia de la paralizante droga gaseosa que impregnaba la caja.

El esfuerzo resultó inútil. Su cuerpo, aprisionado en la fría parálisis del gas petrificador, no era capaz de obedecer a su mente. No había absolutamente ningún medio por el que pudiera moverse… debería quedarse allí, sentado, en aquella espantosa caja indestructible de glasita cubierta de gas.

Fieramente, luchó para no abandonarse a la desesperación. Debía de haber algún modo de escapar de aquel repugnante cautiverio. Pero ¿Cual? No podía pensar en ninguno. Tanto él, como Joan, los Hombres del Futuro, y el resto, estaban tan indefensos como si se encontraran en la tumba.

De repente, el Capitán Futuro se percató de un movimiento junto a la puerta… un ser pequeño y dubitativo se asomaba a aquella sala.

Un pequeño hocico, pequeño e inquisitivo asomó por entre la hoja de la puerta, y dos ojillos brillantes y aterrorizados observaron el interior. ¡Era Eek, el cachorro de lobo lunar!

Curt no había vuelto a acordarse de la pequeña mascota de Grag desde su captura, cuando el cachorro lunar huyó aterrado. Ahora se dió cuenta de que Eek les había seguido el rastro a través de toda la ciudad, hasta llegar a aquella sala.

Temblando de miedo, Eek examinó el interior, hasta que sus brillantes ojos negros se posaron en la inmóvil forma metálica de Grag. Entonces, la pequeña bestezuela gris se lanzó alegremente hacia el robot sin vida.

Pateó suavemente la cabeza de Grag, deseando que se levantara. Y, cuando el robot ni se inmutó, Eek le lamió la cara con preocupación.

¡Y el Capitán Futuro, que lo estaba observando, vio que tenía ante sí esa oportunidad entre un millón para poder escapar, y por la que había estado rezando! Era algo fantástico, imposible… ¡Si! Pero aún así seguía siendo la única y débil oportunidad para escapar de ese angustioso cautiverio. Curt concentró toda su mente en un único y fuerte pensamiento, un pensamiento dirigido al cachorro lunar.

—"¡Eek, ven hacia mi!" —Le ordenó telepáticamente—. "¡Ven a mi!"

Sabía que el medio de comunicación del cachorro era la telepatía… Grag hablaba de ese modo con su mascota, y Curt, en ocasiones, le había dado a la bequeña bestia alguna que otra orden telepática.

¿Podría lograrlo ahora? ¿Podría conseguir que Eek hiciera aquello que le daría su única posibilidad de quedar en libertad?

—"¡Eek, ven ahora mismo hacia aquí!" —Pensó fieramente.

El gris cachorro dejó de lamer tristemente la cara de Grag y levantó la mirada. Posó sus ojos en la figura de Curt.

¡El Capitán Futuro había conseguido proyectar sus pensamientos hasta él! Volvió a repetir aquella orden mental con fuerza renovada.

—"¡Ven hacia mi, Eek!"

Lenta, dubitativamente, el cachorro lunar se dirigió a la caja de glasita en la que Curt se encontraba preso. El pequeño animal se detuvo en frente de la caja, y miró a Curt intrigado.

—"¡Eek, debes morder un pedazo de glasita en la parte de arriba de esta caja!" —Pensó Curt—. "Tiene muy buen sabor… contiene muchos de esos metales preciosos que tanto te gustan."

La actitud de Eek cambió por completo en cuanto asimiló esos pensamientos. Olvidando de momento su preocupación por la inmovilidad de su amo metálico, el cachorro lunar se acercó a la parte superior de la caja de glasita.

Olisqueó una esquina del tanque de glasita, como intentando olfatearlo con sus extraños sentidos. Entonces, pareció tener dudas.

—"Es muy sabroso," —repitió Curt telepáticamente—. "Contiene mucho metal." —Mintió.

Persuadido por lo que el Capitán Futuro le aseguraba telepáticamente, Eek hundió sus fauces en la esquina del tanque de glasita. Sus poderosas mandíbulas masticaron la glasita con la misma facilidad con la que devoraban la roca o el metal.

Eek casi había atravesado la lámina de glasita… pero aún quedaba un poco. El cachorro lunar tragó lo que masticaba, y luego miró a Curt con visible indignación.

Eek casi parecía estar diciendo:

—"Me había dicho que esto estaba bueno, pero no sabe a nada".

—"Está mucho mejor si comes un poco más… es tan rico como esa plata que tanto te gusta, Eek." —Pensó Curt lleno de urgencia—. "¡Un mordisco más!"

Lleno de dudas, como si le persuadieran contra su voluntad, Eek mordió un nuevo pedazo de la glasita. Lo masticó, y luego levantó la mirada con una expresión herida, acusadora, ya que no había encontrado más sabor que en la ocasión anterior.

¡Pero en esta ocasión, el cachorro lunar había llegado a atravesar la lámina de glasita! Y Curt escuchó cómo el denso gas que llenaba la caja comenzaba a escapar por el agujero creado, dispersándose.

Tan pronto como el gas comenzó a salir, la capacidad de movimiento comenzó a regresar poco a poco al Capitán Futuro. Mentalmente, dio gracias por poder ser capaz, una vez más, de moverse con normalidad.

Se dió cuenta de que aún seguía apresado por la red metálica con la que le había capturado. Le llevó algunos minutos liberarse de ella. Entonces, el Capitán Futuro abrió de par en par la portilla de su caja de glasita, dejando escapar un gran suspiro de alivio.

Saltó al suelo, con el corazón latiéndole con violencia. Se acercó a la caja en la que se encontraba Otho, y abrió la puerta de par en par. Al salir y dispersarse el gas paralizante, el gomoso androide comenzó a volver a la vida. Curt le ayudó a quitarse la red, que también a él le apresaba aún.

—¡Por los Demonios del Espacio! ¡Ya creía que me iba a quedar ahí parado para siempre! —Exclamó Otho con furia—. ¡Voy a torturar hasta la muerte a ese maldito Doctor por hacernos esto!

Curt estaba ya liberando a Joan Randall. La joven se tambaleó, temblorosa, cuando, tras revivir, abandonó la caja de glasita.

—¡Curt, sabía que, de algún modo, lograrías salvarnos! —Sollozó—. Sabía que era imposible, pero que lo lograrías.

—Ánimo, Joan, —le dijo en tono urgente el joven aventurero pelirrojo—. Ayuda a Otho a soltar a los demás prisioneros, mientras yo miro cómo están Simon y Grag.

Curt se inclinó primero sobre el Cerebro. El aparato de habla de Simon había sido desconectado… un momento después, ya funcionaba de nuevo.

—Buen trabajo, muchacho, —carraspeó entonces el Cerebro—. Pero me temo que pueda ser demasiado tarde.

—Aún no es demasiado tarde si logramos llegar hasta la “Comet”, —espetó el Capitán Futuro—. Pero Grag ha sido desconectado…

Apartó a un lado las redes que rodeaban al robot y lo examinó con atención. Entonces, rápidamente, Curt destapó dos de las placas metálicas que cubrían el cuello de Grag, dejando al aire los nervios eléctricos del robot.

Tres de los vitales cables nerviosos de Grag habían sido severamente dañados. Curt trabajó en tensión, empleando las herramientas de su cinturón, volviendo a soldar dichos cables y volviendo a colocar las placas del cuello. Los ojos fotoeléctricos de Grag brillaron con renovada vida, el gran robot se desperezó y luego se puso en pie, como si no tuviera idea de la terrible experiencia sufrida.

—¿Qué ha pasado, Jefe? —Bramó extrañado—. ¿Cómo has logrado salir de la caja?

—Eek me ayudó a salir… Le lancé una orden mental para que masticara la caja, —le dijo Curt, mientras se volvía hacia los demás.

El pequeño Eek acababa de saltar al hombro de Grag y estaba lamiendo el cuello del robot, en un frenesí de contento por ver revivido a su amo de metal.

—¿Eek hizo eso? —Exclamó Grag—. ¡Por haber hecho eso, Eek, te prometo darte toda la plata que quieras para comer!

Otho y Joan habían liberado al resto de los prisioneros del Salón de los Enemigos. Todos ellos, hombres y mujeres de todos los planetas, atontados aún por su repentina liberación tras varias semanas de horrible cautiverio, se agruparon alrededor del Capitán Futuro, balbuceando incoherentemente.

—Muchacho, ¿Cual es tu plan? —Exclamó el Cerebro—. Si te pusieras en contacto con las gentes del Sistema diciendo que la Est rel la Os cura es sólo una ilusión, podrías detener la votación del Consejo…

—No funcionaría, Simon… los habitantes del Sistema están demasiado dominados por el pánico como para creerme, —exclamó el Capitán Futuro—. Sólo hay un modo de terminar con su pánico, y es destruir la ilusión de la estrella oscura que tanto les aterroriza…

—¡Vienen los Estigios! —Aulló Otho en tono de urgencia—. ¡Deben haber oído esta algarabía!

El Capitán Futuro escuchó entonces un coro de gritos de alarma y de pisadas a la carrera en la oscuridad que rodeaba al edificio.

—¡Tendremos que pasar a través de ellos para llegar a la “Comet”! —Exclamó—. ¡Tenemos que conseguirlo!

Se volvió a atontada y recién liberada muchedumbre compuesta por los cautivos del Doctor Zarro.

—Quédense aquí… Los Estigios no les harán daño, y, si tengo éxito, volveré por ustedes.

Un Estigio apareció en la puerta, y sus vacíos ojos parecieron alirse de las órbitas cuando observó a la muchedumbre que había sido liberada.

—¡Los prisioneros del Doctor se están escapando! —Aulló la criatura a sus compañeros del exterior.

El arma de protones de Curt emitió un pálido y delgado rayo de fuerza aturdidora, que arrojó al suelo inconsciente a la criatura.

—¡Grag… Otho… vamos! —Aulló Curt—. ¡Joan, traete a Simon!

La joven agarró el asa del cubículo del Cerebro. Curt y los otros dos Hombres del Futuro iban delante de ella cuando todos ellos salieron a la fría y ventosa noche. En la ciudad Estigia, que se encontraba a oscuras, empezaban a encenderse luces y algunas voces gritaban, mientras una multitud de individuos de vello blanco se dirigían al edificio, respondiendo a la alarma.

—¡Hay que pasar a través de ellos! —Gritó el Capitán Futuro—. Es ahora o nunca… ¡Pero limítate a aturdirlos con la pistola, Otho!

Tras apretar el gatillo, los pálidos rayos salieron disparados en todas las direcciones. Curt y Otho corrían a la cabeza del pequeño grupo. Joan les seguía de cerca, llevando consigo al Cerebro, y Grag cubría la retaguardia, con su pequeño cachorro lunar colgando aterrorizado de su hombro.

Se abrían paso combatiendo en todas las calles por las que pasaban, y en las que cada vez aparecían más y más Estigios. Pero los rayos aturdidores derribaban a todos cuantos se cruzaban en su camino, y aquellos que intentaban atacarles por detrás eran barridos por los poderosos brazos metálicos de Grag.

Así fue como, luchando, lograron alcanzar los límites de la ciudad, más allá de los cuales se alzaba el oscuro y descomunal bosque de hongos gigantes.

—¡Nos están siguiendo! —Siseó Otho mientras corrían por entre los enormes hongos—. ¡Por las mil llamaradas solares! ¿Cómo hemos logrado salir de la ciudad?

—Estos Estigios son gente poco belicosa, y no están acostumbrados a luchar… de no ser así, jamás lo habríamos conseguido, —dijo Curt, casi sin aliento. Entonces su voz se inflamó, exultante—. ¡Allí delante tenemos la “Comet”!

La pequeña nave no había sido dañada. Pero había dos Estigios de guardia frente a ella, y se dieron la vuelta con expresión asustada.

El rayo de Curt les derribó incoscientes. Entonces, él y sus camaradas entraron en la nave a toda velocidad.

Una horda de Estigios, furiosos por la desacostumbrada violencia acontecida, continuaba persiguiéndolos desde la ciudad.

—¡Despega, en nombre de todo lo sagrado! —Aulló Otho mientras el Capitán Futuro saltaba a los controles.

Curt rió con alivio mientras pulsaba el interruptor de los ciclotrones y activaba las turbinas.

La “Comet” se elevó rugiente en el oscuro cielo, como si fuera un ser vivo, dejando tras de sí una gran estela de fuego blanco. Curt sometió a la nave a una mareante aceleración, mientras atravesaban la semi—opaca cortina que formaba la ilusión que camuflaba el planeta. Cuando miraron atrás, Styx volvió a presentar la apariencia de un interminable océano.

Ahora se hallaban en el espacio abierto. Plutón brillaba enorme y blanquecino a su derecha, y Cerberus y Caronte aparecían un poco más allá.

Lejos, junto a las brillantes estrellas del espacio exterior, entre las nubes de estrellas de Sagitario, se extendía una esfera negra, increiblemente grande. Y Curt encaminó la pequeña nave en rumbo directo hacia ella.

—Tenemos que terminar con la ilusión de la Est rel la Os cura, —exclamó—. Sólo eso convencerá a las gentes del Sistema de que no hay peligro.

La nave con forma de lágrima, la más rápida del espacio, fue ganando velocidad a un ritmo alucinante. Se dirigían fuera del mismísimo Sistema Solar, adentrándose en el océano sin fronteras de la nada interestelar, para interceptar al colosal sol ilusorio que avanzaba hacia el Sistema.

La velocidad era la más rápida que Curt hubiera exigido jamás a la “Comet”. Tan grande era que, tras ellos, Plutón disminuía a ojos vista hasta convertirse en un diminuto disco blanco, mientras que, frente a ellos, la ilusoria estrella oscura comenzaba a expandirse por el firmamento a un ritmo increiblemente veloz.

—¡No puede tratarse sólo de una ilusión! —Exclamó Joan, mirándola excitada—. ¡Parece absolutamente real!

—¿Estás seguro de que no es real, Jefe? —Preguntó Grag algo incómodo.

La apariencia de la irreal estrella oscura era lo bastante formidable como para impresionar al más valiente. Parecía absolutamente sólida y real, un negro y descomunal sol muerto, que giraba sobre su órbita con apabullante majestad mientras avanzaba atronador hacia ellos.

—Pronto comprobaréis que no es real, —les dijo Curt con una deslumbrante sonrisa—. Voy a dirigir la nave hacia su interior.

La “Comet” se zambulló en el enorme sol muerto, en una maniobra que habría parecido un intento suicida ante cualquier observador externo. La descomunal masa negra llenaba todo el espacio ante ellos. Sus superficie, negra e irregular, parecía abrirse para recibirlos. Joan cerró los ojos, dejando escapar un pequeño grito. La nave impactó contra la rugosa superficie negra, y la atravesó sin sufrir el menor daño. No tuvieron la menor sensación de colisión, o de impacto. Aquella enorme superficie negra y rugosa no era más real que una sombra.

La “Comet” se hallaba ahora en el interior de la vasta ilusión de la estrella negra. A su alrededor, rodeándoles por todas partes, se extendía la semi—opaca cortina de fuerza que mantenía la ilusión. Curt Newton señaló al frente, hacia un punto de metal resplandeciente que se encontraba justo en el centro de la gran imagen ilusoria.

—¡Ahí tenemos la nave que proyecta la imagen! —Exclamó—. Y ahí es donde está el Doctor Zarro.

Lanzó a la “Comet” hacia arriba, y luego viró hacia abajo, en una mareante acrobacia espacial, rumbo a la nave que proyectaba la ilusión.

—¡Hazte cargo del cañón de protones, Otho! —Exclamó.

—¡Voy a hacerles volar en pedazos por todo el espacio! —Siseó el androide, mientras sus felinos ojos brillaban con la emoción de la caza.

—¡No, limítate a inutilizarles la nave! —Ordenó el Capitán Futuro—. A bordo de esa nave hay Estigios… unos pobres diablos asustados que han sido arrastrados a este plan por el Doctor Zarro. ¡Preparados!

Otho se instaló en la carlinga que manejaba los pesados cañones de protones de la “Comet”. Mientras la pequeña nave con forma de gota avanzaba descendiendo, las armas comenzaron a lanzar densos rayos blanquecinos dirigidos a la popa de la otra nave. Curt vió que los rayos impactaban en las turbinas de popa de la nave enemiga, fundiendo los motores y dejándola al pairo. La otra nave había dejado de avanzar… flotaba en medio del espacio, pero aún mantenía la vasta cortina que proyectaba la ilusión.

—¡A los trajes espaciales! —Gritó Curt al androide—. Vamos a intentar abordarles.

Había situado a la “Comet” junto a la otra nave, apagando las turbinas para permanecer inmóviles al lado de la nave enemiga. Entonces, mientras se embutía en el traje espacial, condujo a Grag y a Otho hasta la exclusa de aire.

—¡Quédate aquí con Simon, Joan! —Ordenó a la pálida joven—. A bordo de esa nave se va a producir una refriega.

Entonces, el Capitán Futuro y Otho, con sus trajes de vacío, junto a Grag, salieron por la exclusa de aire y saltaron a través del estrecho pasillo de espacio vacío hasta alcanzar el costado de la inmóvil nave enemiga.

Cuando chocaron con la pared metálica del vehiculo espacial, se agarraron a ella, mientras flotaban en el espacio.

—¡Abre su exclusa de aire, Grag! —Exclamó Curt.

El gran robot de metal había reemplazado dos de sus dedos por taladros. En un par de segundos había horadado sendos agujeros en el metal. Entonces, introduciendo sus dedos por dichos agujeros, abrió la puerta.

Saltaron al interior de la exclusa de aire, cerrando la primera puerta detrás de ellos. Curt presionó el interruptor que abría la puerta interior. Empuñando su pistola de protones, se lanzó hacia delante, seguido por Grag y Otho, penetrando en el interior de la nave proyectora de ilusiones. En el mismo instante en que entró, dos andanadas de fuego atómico alcanzaron el pasillo, muy cerca de él. El Doctor Zarro y Roj se encontraban, junto con Kallak, a pocos metros pasillo abajo, disparándoles.

Tras aquellos tres, había una media docena de aterrorizados Estigios, refugiados detrás de un gran aparato cilíndrico que brillaba a intervalos rítmicos.

El gran brazo de Grag apartó a un lado al Capitán Futuro, justo en el instante en que las letales pistolas atómicas volvían a hacer fuego. El torrente de energía atómica chocó contra el robot, en lugar de impactar en el mago de la ciencia, y rebotó sin hacer mella en el ancho pecho metálico de Grag.

—¡A por ellos! —Aulló Curt, arrojándose pasillo abajo mientras disparaba con su pistola de protones.

Su rayo pasó rozando al Doctor Zarro, mientras el archicriminal, con un fiero grito de rabia, se lanzaba a hacerle frente. El profeta oscuro levantó su pistola atómica, ya vacía de carga, para golpear con ella la cabeza de Curt. Los veloces reflejos del Capitán Futuro le salvaron del golpe, pero fue golpeado en la muñeca, y dejó caer su pistola.

Salvajemente, las manos de Curt buscaron la garganta del Doctor Zarro. Sus dedos penetraron en la imagen inmaterial que disfrazaba al villano, y se cerraron alrededor de su auténtico cuello.

El Doctor Zarro le aporreó furioso, usando la pistola atómica como maza. Pero Curt Newton, medio aturdido por la lluvia de golpes, se negaba a relajar su presa. Notaba la presencia de Otho y Roj que se movían de un lado a otro disparando, enfrentando el ardiente fuego atómico contra el siseante rayo de protones. Y escuchaba, como si ocurriera a una gran distancia, el atronador grito de batalla de Grag, mientras el robot se enzarzaba en una titánica lucha con el gigantesco Kallak.

Entonces, los enloquecidos golpes del Doctor Zarro empezaron a debilitarse, y, finalmente, cesaron. El criminal se quedó laxo, aún sujeto por la letal presa de Curt. Y el Capitán Futuro supo que el asesino aspirante a dictador había muerto.

Dejó caer al suelo el cadáver de su enemigo y miró a su alrededor. Roj había sido partido casi por la mitad por el rayo de Otho, mientras que el propio Otho se llevaba la mano a una gran quemadura que tenía uno de sus gomosos brazos.

Y Grag había destrozado el cráneo del gigantesco criminal Kallak con un tremendo golpe de su puño de metal.

—¡Por los Dioses del Espacio, menuda pelea! —Jadeó Otho, con la mirada resplandeciente—. ¿Ha muerto el Doctor?

—Si, —respondió Curt tembloroso—. No he tenido más remedio… era él o yo.

Levantó la mirada hacia los aterrados Estigios, que se apiñaban alrededor del pulsante mecanismo cilíndrico. Curt supuso que aquel aparato debía ser el que generaba el contínuo campo de fuerza que mantenía, mediante un sutil empleo de la reflexión, la ilusión de la estrella oscura. Los Estigios retotrecieron temerosos al ver que el alto y joven Terrícola pelirrojo avanzaba hacia ellos. Pero Curt les dedicó un gesto tranquilizador.

—Nadie va a hacerles daño. —Les dijo—. Pero apaguen esta cosa… ¡Ahora mismo!

Velozmente, los Estigios accionaron los conmutadores e interruptores que había en la parte delantera del gran aparato. Y el Capitán Futuro, al mirar hacia fuera, observó que la vasta cortina semi—opaca que proyectaba la ilusión, acababa de desaparecer.

La ilusión de la estrella oscura… la ilusión que había estado a punto de cambiar la historia del Sistema Solar… ¡Había desaparecido!

El rostro del Capitán Futuro dejó asomar una sonrisa irónica.

—¡Apostaría a que las gentes del Sistema no se van a creer lo que vean sus ojos cuando observen que la estrella oscura ha desaparecido de repente!.

—¡Aquí vienen Joan y Simon! —Anunció Grag.

La joven, vestida con un traje espacial, y llevando consigo al Cerebro, penetró en la nave. Contempló horrorizada la escena de batalla, y entonces sus ojos se posaron en la caída figura del Doctor Zarro, aún rodeado por la imagen que le disfrazaba.

—El Doctor Zarro… Krim… ¿Ha muerto? —Preguntó al Capitán Futuro.

—Ha muerto, si, —asintió Curt muy serio—. Pero no era Victor Krim.

—¿Queeé? —Voceó Otho—. ¿Estás diciendo que Krim no era el Doctor Zarro?

—¿Quién podría ser si no? —Exclamó Joan perpleja—. Tu mismo dijiste que no podía ser Rundall Lane, y Romer murió, lo que nos deja tan sólo a Krim…

Como respuesta, el Capitán Futuro se inclinó hasta tocar el pequeño cilindro situado en el cinturón del Doctor Zarro, que hasta el momento había generado la imagen que disfrazaba al archivillano. Encontró el interruptor, y lo desconectó.

La ilusión de la impresionante apariencia del Doctor Zarro desapareció de repente. Ahora, allí yacía un hombre de aspecto muy diferente… era el cadáver de un Terrícola de mediana edad, con unos rasgos finos, de erudito.

—¡Cole Romer! —Siseó Otho salvajemente—. Pero eso es imposible… Romer fue asesinado…

—Romer no fue asesinado. —Negó Curt sobriamente—. Ese cuerpo achicharrado que encontramos en el almacén de Tartarus no era el de Romer… ¡Sino el de Victor Krim!

—¡Entonces Romer era el Doctor Zarro! —Balbuceó Otho.

El Capitán Futuro asintió.

—Cuando inspeccioné aquel cuerpo carbonizado que se suponía pertenecía a Romer, ya sospechaba que había tres hombres que podían ser el Doctor Zarro… Rundall Lane, Victor Krim y Romer. Pero la pista del substrato que el Doctor colocó para implicar a Lane, probó que Lane no era el Doctor.

"Eso nos dejaba a Krim y a Romer. Pero se suponía que Romer había sido asesinado mientras llamaba a la comisaría de policía desde una telepantalla. Se suponía que le habían achicharrado con una andanada de disparos atómicos mientras estaba haciendo la llamada. Pero, junto al cadáver, no había ni rastro de la telepantalla de bolsillo con la que se suponía que había intentado llamar… ¡Si le había sorprendido en plena llamada, lo lógico sería que el pequeño aparato hubiera también quedado carbonizado, pero que seguiría allí! Por eso me supuse que no era su cuerpo, y que la llamada había sido una treta. De modo que ¿De quién podía ser ese cuerpo? ¿De quién si no de Victor Krim? Krim había alquilado recientemente aquel viejo almacén. Creo que Krim descubrió de repente la guarida secreta, y el túnel que Romer, en su identidad de Doctor Zarro, solía emplear, y entonces fue asesinado por Romer que sabía que el cadáver de Krim podría pasar perfectamente por su propio cuerpo, ya que estaba irreconocible. Por ese motivo Romer realizó aquella llamada de telepantalla, y fingió que le estaban asesinando mientras la efectuaba… ¡De ese modo, cuando el cuerpo fuera encontrado, sería dado por muerto, y a nadie le extrañaría su ausencia cuando adoptara de forma permanente su identidad de Doctor Zarro!

"Romer sabía que, tarde o temprano, registraríamos el almacén de caza, ya que dejó pistas que conducían allí, fingiendo que estaba persiguiendo a Krim. Cuando se registara el almacén, el cuerpo carbonizado sería encontrado, su llamada interrumpida sería recordada, y todo el mundo creería que ese cadáver era el suyo… el de Romer.

"Hubo otra cosa que me hizo sospechar de Romer, —continuó Curt—. En sus oficinas de Plutón encontré muestras de minerales de todas las lunas de Plutón. Él, sobre todo, debía tener fácil acceso a esa muestra de substrato procedente de Cerberus, como la que el Doctor Zarro había dEjado tras de si para que sospecháramos de Lane. ¡Nadie más se habría molestado en pensar en dejar semejante pista!

—Pero el Doctor Zarro… Romer… nunca admitió haber estado en Styx, —objetó Otho—. ¿Cómo supiste que mentía?

—Porque dijo que había estado explorando Caronte, —replicó el Capitán Futuro—. Pero, según descubrí, en realidad no estuvo en Caronte más que un breve periodo de tiempo… lo justo para reclutar a Roj y a Kallak como compinches.

Tras una breve pausa, durante la cual miró gravemente el cadáver del maquiavélico villano, Curt Newton añadió:

—Desde luego; este era un plan magnífico. Incluso mantuvo su identidad de Romer para evitar las sospechas que habría provocado su repentina desaparición. Un plan a gran escala, y muy atrevido… y casi logra tener éxito.

—¡Nunca podría haber tenido éxito teniéndote a ti de adversario, Capitán Futuro! —Exclamó Joan.

Curt Newton negó con la cabeza, mientras miraba sombrío al vasto e impresionante golfo del vacío eterno.

—Creo que no fuimos sólo nosotros los que derrotamos al Doctor Zarro, sino los efectos de una especia de matemática del destino, que suele terminar haciendo justicia a los que son como él, —dijo.

—Si, muchacho, —carraspeó el Cerebro—. Y los engranajes de esas matemáticas están más allá de nuestra ciencia, incluso… y siempre lo estarán.