11. SABOR DE AMOR

 

 

Llevo un niño en los brazos y veo una luz en el cielo, un sol muy grande y un resplandor de un OVNI. Sigo el rastro, desciende y aterriza en una explanada próxima. Unos chicos salen de la nave y se bañan en un lago. Una joven se acerca, dice que vienen del 2027, que están de viaje de estudios. Le pido que me cuente cosas de su tiempo, y abro lo ojos.

Suena el teléfono. Me pregunto si será Porfirio, salto de la cama nerviosa. Voy corriendo a contestar. La voz me resulta conocida.

–Buenos días, soy Paco Ximes. Adriana... Al final hemos decidido hacerte un contrato a prueba por un año, trabajarías en turno partido de 10 a 2 y de 5 a 9, de lunes a sábado. Si estás de acuerdo, empezarás mañana, pero vente media hora antes a firmar y a recoger el uniforme, ¿vale? Una compañera estará contigo para orientarte.

–Ok. Mañana estaré allí a las nueve y media.

Le doy las gracias y cuelgo. Estoy eufórica. Se lo explico al abuelo y a Mara. Caigo en la cuenta de que el horario no es compatible con la clase del taller. Mara me felicita y el abuelo me da la enhorabuena.

–Me alegro, niña, seguro que te va a ir fenómeno. ¿Pero no pareces contenta? –me dice.

–Sí, solo que no podré asistir al curso de escritura. ¿Y si me contratasen a media jornada?

–No creo que les interese –me dice Mara.

Tengo que hablar con Porfirio. Busco el periódico donde vimos el anuncio de Absenta. Encuentro el ejemplar del dos de mayo, señalo el número. Los nervios me producen ardores, respiro hondo, y llamo. No contesta. Insisto. Al fin responde.

–Hola, Adriana.

–¿Cómo sabes que soy yo?

–Tengo grabado el número, cómo estás.

–Mañana empiezo a trabajar, pero hay un problema...

–No podrás venir a clase.

–Eso, me coincide el horario...

–Pues lo siento, pero me alegro por ti. Enhorabuena.

–Es una lástima...

–No te preocupes, si organizamos alguna actividad, te avisaré, seguimos en contacto, y si más adelante puedes, te apuntas. ¿Y no has pensado proponerles que te dejen libre las tardes de los miércoles?

–Lo diré, pero no creo. También quería preguntarte algo...

–¡Dispara!

–Es que no recuerdo como llegué a casa la otra noche.

Porfirio se ríe.

–Yo también estaba borracho... Te acompañé en taxi, y luego seguí hasta mi casa, ¿no te acuerdas?

–No. ¿Tienes algo que hacer esta tarde?

–Una entrevista en el taller, ¿por qué lo preguntas?

–Necesito hablar contigo.

–Pues no va a ser posible. Va a ser muy violento.

–¿Por qué? Quizás sea la última vez que te vea.

–Buscaré una solución.

Y quedamos en la cafetería al lado del taller a las siete.

 

Me siento en la cafetería junto a la ventana. Son las siete menos cuarto. Él llega diez minutos tarde. Cruza el salón haciendo zig-zag entre las mesas, me saluda con un beso en la mejilla y se sienta frente a mí, y los dos pedimos café. Está pálido.– Enhorabuena por el trabajo. Eso es lo que querías, ¿no?

–Renunciaría por venir al taller.

–¡No! Piensa con la cabeza, Adriana, no puedes dejarlo pasar. El taller seguirá y puedes volver cuando cambien las cosas.

–¿Y podríamos salir juntos de vez en cuando?

–¿Tú y yo, solos? –niega con la cabeza– Me atraes y te quiero como amiga, pero yo no soy lo que estás buscando.

–¿Y qué estoy buscando? –me mira fijamente mientras le da un sorbo al café– ¿Es que no te gusto? –menea la cabeza y me dice que no– Entonces es que estoy loca de remate.

–¡Qué vas a estar loca! ¿Por qué dices eso? –y sonríe.

–Me pasan cosas muy raras, tengo alucinaciones.

–Sí, me comentaste algo, era por la Absenta, ¿no?

–Pero la otra noche sentí que te gustaba.

–Yo estaba borracho, ¿tú no? Nos zampamos entre los dos una botella... Podría estar tonteando contigo, pero no quiero.

–¿Nunca te han dicho que tienes gran poder de atracción?

–Pues no vayas a engancharte.

Sus palabras me taladran la mente. Mira la hora, paga la cuenta y me pone una mano en el hombro.

–Tengo que irme. Hay una persona interesada y...

–Mi plaza está libre...

–Tu plaza está reservada hasta que vuelvas –me da un beso en la frente y se va muy deprisa.

Me quedo mirándolo, busco la razón por la que me rechaza, y por otra parte, algo me dice que no estoy loca.

 

Llego al portal decaída y en el ascensor veo una fisura en el espejo. Llamo al timbre de casa, se abre la puerta. –¡Adriana, no entres! –me grita el abuelo desde la sala. Agarrándome del cuello me tapan la boca y escucho la voz de Manolo. –Si gritas lo mato –y me suelta dándome un empujón, cierra la puerta y apunta con una pistola al abuelo que tiene las manos atadas a la espalda. Me tiemblan las rodillas. Me pide el bolso, se lo doy, revisa mi cartera, apuntando al abuelo rompe el papel con el teléfono de la policía. El abuelo me hace señas con los ojos y mira hacia el cuarto de Mara, presiento que está escondida.

–En horas estaremos en Marruecos. Recoge tus cosas, ¿a qué esperas? –me grita Manolo.

Voy a la habitación de Mara, cierro la puerta con pestillo, veo la amatista en el suelo qe roza los flecos de la colcha, me inclino y está debajo de la cama temblando. –Esto tiene un buen golpe, ¿tú le pegas y yo le quito la pistola? –susurra poniéndose de pie. Manolo aporrea la puerta.

–Abre, ¿por qué te has encerrado?

–¿Qué hacemos, Mara?

–Nos escondemos detrás de la puerta, cuando entre le das con la amatista en la nuca con toda tu fuerza –me da la roca– Y yo intentaré quitarle la pistola.

–¡He dicho que abras! –me grita. Quito el pestillo. Nos pegamos a la pared detrás de la puerta. Ella se presigna y yo también.

–Estoy haciendo la maleta, pasa... –le digo en el tono más relajado que puedo. Abre un poco y asoma la cabeza. Trago saliva, le pego con la amatista en la sien, da un grito y tambaleándose abre del todo la puerta. Mara le quita la pistola, se le resbala y cae al suelo. Manolo y ella intentan recogerla y le pego otra vez con la amatista en la nuca. Cae desplomado sobre la cama y Mara recoge la pistola.

–¿Respira? –le digo.

–Bicho malo, nunca muere. ¿Sabes el teléfono de la poli?

–Lo tenía pero lo ha roto.

–¡Pues búscalo en la guía o llama a algún vecino, rápido!

–Casi todos son despachos, no sé si habrá alguien.

–¿Sabes cómo funciona esto? –me pregunta con la pistola temblándole en la mano.

–Apretando el gatillo, supongo –corro al salón, mi abuelo está inconsciente, le siento el pulso y le doy golpecitos en la cara, abre los ojos con la mirada perdida. El periódico del 2 de mayo sigue en la mesa, abierto por el anuncio del taller, encuentro el número y marco nerviosa. Porfirio descuelga el teléfono– ¡Manolo está aquí con una pistola, llama a la policía, por favor!

–Sal de ahí pegando leches, llamo a la policía, tranquila.

–¡Está despertando! –dice Mara. Entro en el dormitorio y Manolo hace el gesto de levantarse. Sujeto la pistola con decisión. –No te muevas o disparo –me tiembla todo el cuerpo.

–No creo que ninguna de las dos seáis capaces... –se pone de pie y da un paso.

–¡Dispara, Adriana! –me grita mi amiga. Apunto a las piernas y aprieto el gatillo cerrando los ojos. Suena como un petardo y las dos damos un grito. Manolo se queja tocándose un pie.

–¡Me has dado, hija de puta!

El abuelo me llama. Manolo se incorpora.

–Un paso más, y esta vez apunto al corazón –me mira con ojos desorbitados. Mara desata la cuerda al abuelo, y la trae.

–Deja que me vaya, te juro que no volveré a molestarte, te doy mi palabra.

–Tu palabra para mí no tiene ningún valor –acerco la pistola a su cabeza y se echa a llorar, mientras mi amiga le ata las muñecas al cabecero de la cama.

–Ya está, ¿y ahora qué hacemos, esperamos a la policía?

–Sal con mi abuelo y me esperáis en el ascensor.

–¿Te vas a quedar sola con él?

–¡Tengo la pistola, date prisa! –Manolo da tirones de la cuerda y la afloja mientras gimotea.

–Adri, desátame te lo ruego, ¡por tu madre!

–Si fuera por ella, tendría que acribillarte a balazos.

–Fue un accidente, yo no quería hacerle daño, la empujé sin querer –libera una muñeca. Me tiembla el pulso, debo disparar, creo que se lo ha merecido, pero no tengo valor. Manolo se deshace el nudo de la otra mano, le apunto a la cabeza, tiembla todo mi cuerpo, se me resbala la pistola, Mara me grita que están esperándome y salgo corriendo al ascensor. El abuelo me abraza fuerte. Escucho la voz de Manolo. Mara pulsa el botón del último piso. Oímos ruios en la escalera. Mara se muerde las uñas y nos miramos despavoridas. El abuelo me aprieta las manos. Pulso el botón de stop y toco el timbre de la alarma. Descendemos.  Manolo grita desde abajo.

–Si vienes conmigo vivirás como una reina, ¿qué dices, Adri?

Pulso el botón de parada de nuevo, oímos golpes en una puerta del ascensor, y el ascensor vuelve a bajar. Manolo habla y luego grita– ¡Como se acerque disparo! ¡No se mueva!

–Hay alguien con él... –susurra Mara.

–Habrá entrado un vecino –comenta el abuelo. Me parece oír la voz de Porfirio pero no entiendo lo que dice.

–Creo que es el profesor del taller, escuchad... –se oye un disparo.

–¡Alto, policía nacional! ¡Tire el arma al suelo!

–¡La policía! –grita Mara y damos un bote. Suena otro disparo. Tiemblo pensando que le haya dado a Porfirio. Todo está en silencio, los tres nos cogemos de las manos. Se abre la puerta del ascensor y me emociono al ver a Porfirio.

–¿Estáis bien? Ha llegado la policía y él se ha pegado un disparo –Tira de mí y me abraza muy fuerte. Manolo está tumbado en el suelo y varios policías le rodean, tengo ganas de llorar. Porfirio me acaricia el pelo. –Tranquila, ya pasó todo –le presento a mi abuelo y a Mara, les da un abrazo.

–¿Ha muerto? –le pregunta el abuelo.

–Creo que respira.

Un policía nos pregunta si hay heridos, el abuelo le responde que no. Aconseja que subamos a casa que dos policías nos acompañarán para hacernos unas preguntas sobre lo sucedido. Suena la sirena de la ambulancia. Dos policías se acercan, uno murmura que no llegará vivo al hospital. El abuelo explica que cuando abrió para entrar en casa le empujó por la espalda y se coló dentro. Mi amiga continúa, que al reconocer la voz de Manolo, se escondió debajo de la cama.

Entran en el ascensor con los dos policías.

–Ahora subimos nosotros –les comento. Porfirio me besa en los labios, le digo que temía por él, me abraza y me susurra al oído que soy su heroína, nos reímos, me transmite serenidad, y llama el ascensor. Los enfermeros atienden a Manolo y se lo llevan en una camilla. Él me acaricia la nuca. Le pregunto si le pasó alguna vez algo así. –A lo mejor resulta que nunca he vivido... Tengo que irme.

–¿No puedes quedarte un rato? Porfi...

Dice que no con la cabeza.

–No es conveniente.

–Pero si tú me gustas y yo a ti, ¿qué problema hay?

–...No soy lo que tú crees.

–En los cuentos, cuando besan a la rana se transforma en príncipe –nos besamos mientras me acaricia la espalda con movimientos muy rápidos. Por favor que no acabe, que nunca termine este beso... Me separa de él por la cadera. Me sonríe torciendo la boca y me introduce en el ascensor. Pulsa el cuarto piso, me guiña, creo ver la membrana transparente.

–Sigo siendo una rana... Pero volveré –y mordiéndose los labios cierra la puerta como un telón.