–Libertad no empieces con esas, y no me llames Porfi, un poco de respeto, soy tu padre

–¿Entonces los dos sois de Madrid? –insisto.

–Yo soy de Absenta, pero aún no lo habéis descubierto... –¿Ah, sí? Y queda muy lejos – me río.

–No tanto, en realidad somos vecinos... En esta galaxia, hay quien prefiere guardar sus conocimientos para ellos, pero nosotros no somos así. ¿La estaré asustando? –dice ella, le respondo que no, y clava la mirada en su padre que niega con la cabeza– Voy a transmitirte un mensaje telepático que mi padre te quiere comunicar: “No quiero que te asustes, pero debes saber que hay más mundos habitados, nuestra civilización tiene su origen aquí en la Tierra, por eso os queremos como a hermanos pequeños. Podríamos manipularos, aunque no más que tú o que aquel –señala al camarero– pero preferimos sugerir y no imponeros nada. Las ranas tienen un tercer párpado para proteger los ojos. Pues yo tengo ese párpado”. Veo la membrana en los ojos de Adriana, otra vez, mientras parapadea, y asustada miro al padre sin saber qué pensar.

–Tienes que perdonarla a veces se le afloja una tuerca, lo que tiene en los ojos es una membrana epimacular desde que nació –me aclara Porfirio.

–¡Papá, pero qué dices! Habíamos quedado en que se lo contarías... Adriana, no tengo ninguna enfermedad –coge el tenedor, lo dobla por el mango como si fuera plastilina, vuelve a tocarlo y lo endereza. Me pregunto qué truco ha usado.

–Cada vez los hacen más endebles... –dice él. Ella deja el tenedor sobre la mesa, lo cojo, intento hacer lo mismo, pero soy incapaz de doblarlo ni un milímetro. Porfirio  garraspea– Tiene los dedos fuertes, toca el piano –ella da un golpe, él le manda que se calle. No sé qué creer, si es verdad, o está loca o me toma el pelo, estoy ansiosa por irme de aquí. Me levanto mirando el reloj, les digo que es muy tarde, que me tengo que marchar, y corro a la salida pensando que no vuelvo al taller.

–¡Espera, déjame que te lo explique! –grita Porfirio, hago que no le escucho. Siento que me agarran del brazo y suelto un grito.

–No sabe lo que dice... Es esquizofrénica –retrocedo y me sujeta por la cintura– la vieron los mejores psiquiatras y no hay forma de controlarla, no puedes imaginarte lo que he sufrido.

–¿Y sus párpados, y el tenedor? –digo zafándome de sus manos.

–¿Vas a creerla? Tiene un defecto en los ojos, y toca el piano. Piénsalo, no tiene sentido, ¿de verdad vas a creerte que es de otro mundo?

Inspiro una bocanada de aire y siento vergüenza de haber dudado de él.

–Tienes razón. Lo siento, ¿cómo pude creerlo?

–Olvídalo. No imaginas lo que estoy pasando, no concilia el sueño, escucha ruidos o imagina fantasmas, y ahora le ha dado por decir que es una ranoide de otro planeta –se peina nervioso con los dedos y le acaricio un brazo.

–¿Y no tiene tratamiento?

–Sí, pero no la cura, aunque su tipo no es violento, si una circunstancia la pone nerviosa, comienza a delirar.

–Comprendo, pero cuando vi la membrana y lo que hizo con el tenedor, pensé que podía ser cierto.

–Y no eres la primera que se lo traga, suele usarlo con los deconocidos para amedrentarlos, pero nunca con nadie del taller. Perdona.

–Perdóname tú por ser tan idiota.

–Entonces, ¿vendrás el viernes a la presentación?

–Me gustaría mucho.

Abre el taxi, en la radio suena Dame una cita, y me besa acariciando mi cara con la suya.

–Te llamaré.