2 cuéntame un cuento
Abro los ojos con la impresión de haber tenido un sueño agradable, intento recordarlo, pero solo logro acordarme de la imagen de Porfirio que me acaricia el pelo y me susurra que tendré noticias suyas.
–Adriana, ¿un chocolate? –grita el abuelo desde el salón. Doy un bote y salto de la cama. Sobre la mesa hay un gran paquete con churros como para cuatro personas y dos tazones humeantes.
–Si vas a escribir tendrás que comer bien, el cerebro consume mucha energía.
–Eres único, pero ni que yo fuera Agatha Christie...
–Ella tampoco nació sabiendo escribir.
Nos sentamos a la mesa, los churros están deliciosos.
–Quiero que hoy te empadrones –dice con la boca llena.
–¿Para qué? No es necesario.
–Te hará falta, por ejemplo para votar.
–Si yo nunca he votado, ni nada.
–Pues va siendo hora, ¿no?
Tomo un sorbo, me quemo los labios. El abuelo es muy testarudo y no tengo ganas de discutir. Tras los trámites, nos encontramos a la madre de Mara.