–Sí, Mara, entonces a qué hora te viene bien...

–Si tienes planes, no importa, quedamos mañana, ¿vale?

–¿Nos vemos en la plaza Mayor a las diez?

–De acuerdo. Hasta mañana, ¡descastada!

 

Llego puntual a la boca de metro de Tribunal. Porfirio remanga los puños de su chaqueta de rayas azules, y me sonríe.

–Te sienta muy bien ese vestido caqui, y no sé qué te has hecho en el pelo, pero estás muy guapa.

–Solo me lo dejé suelto, gracias.

Lucía y Javi se acercan cogidos de la mano y nos saludan, y por el camino no dejan de hacerse arrumacos. 

El pub Absenta es un local pequeño pero apacible, suena música de la Nueva Ola; cuatro personas en la barra charlan amigablemente y dos chicas que parecen estar aburridas ocupan una mesa. Nos pegamos a la barra y Porfirio, tras saludar con la mano a las chicas, pide cuatro copas de Absenta. El camarero comienza el ritual quemando los terrones de azúcar.

–¿Me dijiste que nunca la habías probado? –me pregunta Porfirio.

–Así es.

–Te gustará.

–¿Cómo estás tan seguro?

Él ladea una sonrisa burlona y se encoge de hombros.

–Pero ten cuidado, hay que tomarla en pequeñas dosis.

Lucía y Javi están a mi lado besándose y cuando nos sirven las copas, Porfirio me acerca una. Pruebo un sorbo y me gusta su sabor anisado.

–Tenías razón, me gusta.

–Hay tres tipos de Absenta, negra, roja y esta que se llama “Hada verde”. Esto es solo una palomita pero tiene bastante alcohol, a pesar de que la hayan rebajado con agua.

–Entonces, la tomaré despacio.

Javi saca un sobre pequeño y reparte su contenido en las dos copas que quedan.

–¡Hoy volarás, te lo aseguro! –le dice a Lucía.

–Yo tuve suerte, un amigo me invitó a probar eso y me sentó tan mal que no volví a tomarla – me comenta.

–¿Pero qué es lo que ha vertido Javi en sus copas?

–Polvos mágicos, con eso alucinaría hasta una vaca, están locos.

–¿Me perdonas un momento? –y sonríe a una mujer esbelta con el pelo azul que está en los escalones de la entrada. Se dirige a saludarla, le dice algo, ella asiente y le da un beso cerca de los labios, y se apaga una bombilla que cuelga del techo frente a mí. Javi y Lucía están discutiendo.

–¿No vas a probarla? –pregunta él.

–Te he dicho que no, y no voy a cambiar de opinión –dice Lucía.

–Si no va a pasar nada, solo te notarás diferente...

Porfirio y la mujer están conversando con las caras muy cerca, esta vez no puede ser su hija, eso está claro.

–Tampoco es para ponerse así, te pido otra, churri –Javi hace sonar los dedos y el camarero le mira– ¡Tronco ponle otra que ésta no le ha gustado!

–Si la pagas, por supuesto.

Porfirio da la mano a los que llegan y la mujer no deja de sonreírle muy complacida. Me tomo la copa de un trago.

–Otra, por favor –le digo al camarero mientras retira la de Lucía.

Me sirve la absenta, me la tomo del tirón, Porfirio no vuelve y la pareja no deja de hacerse carantoñas. Me noto mareada, todo comienza a darme vueltas y me entran ganas de vomitar. Me voy al aseo agarrándome a la pared para no caerme, noto el estómago como si fuera una centrifugadora. Me dan arcadas y el suelo no para de moverse. Oigo un zumbido y de fondo, como el sonido de las olas del mar, siento que me vibra el cuerpo. Escucho a Porfirio que me llama al otro lado de la puerta.

–¿Estás bien?

–Ya salgo, es que estoy muy mareada.

–Vomita, te habrá sentado mal la Absenta.

–No puedo...

–¿Quieres que te ayude?

Le abro la puerta.

–Sí, por favor, me siento muy mal.

Mete dos dedos en mi boca y vomito más de lo que he bebido.

–Ya me siento bien, gracias –me enjuago la boca.

–Te llevaré a dar una vuelta, a que tomes aire puro –me dice cogiéndome de la mano. Al final del pasillo, mete una llave en una ranura que hay en la pared, se abren dos correderas automáticas y desciende una escalinata de metal de una nube. Estoy aterrada, Porfirio sube un par de escalones y tira de mi mano.

–Tranquila, confía en mí.

–¡Qué misterio! Y esa con el pelo azul ¿era tu mujer?

–Es una amiga –arqueando una ceja me sonríe– ¿Ya estás mejor?

Subimos la escalera. Un resplandor me ciega los ojos y entramos en una cabina de cristal que nos transporta a través de un túnel, al final veo una luz verde. Me abraza y cierro los ojos. Me pide que mire alrededor. Abro los párpados. El cilindro de cristal se desplaza levitando a unos centímetros del suelo. Alrededor todo me parece deslumbrante, edificios de espejos unidos por numerosos puentes de los que caen enredaderas cuajadas de flores en tonos muy vivos, y encima un cielo esmeralda muy radiante. El suelo, como cristal, cubre un mar tranquilo o lago, hay aves de llamativos colores, y árboles frondosos. Vuelan artefactos cilíndricos como el nuestro y senderos serpentean como ríos formando fuentes y cascadas. Hay personas que caminan despacio y otros van a velocidad de vértigo por el aire. Las calles circundan una gran plaza cuyo centro es una pirámide de color esmeralda que tiene en su interior un fuego. Alrededor, las flores asemejan una alfombra oriental.

–Bienvenida a Absenta –me susurra.

–¿Estoy alucinando? ¡Esto es maravilloso! ¿Es un sueño?

–Estamos en la capital de Absenta, Ciudad de Paz, un planeta de recreo. Aquí abandonamos las funciones o trabajos para cargar las pilas, hay quien la llama el Sueño Eterno, el que llega aquí ya no desea vivir en otra parte, salvo aquellos que creen en el Paraíso.

–¿Y tú crees en el Paraíso?

Porfirio niega con la cabeza.

–Creo en el hombre, que puede perpetuarse conservando la memoria de lo que es.

–Parece el cielo.

–Pero esto es físico, material.

–¿Aquí no existen creencias religiosas?

–Las hay, y las respeto, aunque no las comparto.

–¿Esas personas son humanos como tú y yo? 

–Algunos son humanos, otros son absantes.

–¿Qué son absantes?

–Una generación que evolucionó en la Tierra de anfibios hace cientos de millones de años, son ranoides, aunque comparten, un 80 por ciento, genes con el homo sapiens. Son muy pacíficos, aborrecen la violencia.

–¿Libertad es absante? –Porfirio asiente– ¡Cómo es posible! No puedo creerlo… ¿Pero tú eres de la Tierra como yo?

Asiente de nuevo.

–Pero aquí descanso, tengo mi hogar.

–¿Tú eres humano, no?

Porfirio me acaricia la punta de la nariz.

–Tengo mucho que contarte, pero por hoy bastará con una toma de contacto. Debo ir poco a poco.

–No lo comprendo.

–Adriana, la información que te voy a dar puede ponerte en peligro y tienes que ser muy discreta, o te complicará la vida.

–¿Por qué?

–Hay una facción que pretende dominar el mundo con malas artes, y si se dan cuenta de que eres mi amiga, van a ir a por ti, te encerrarán en un manicomio o algo peor. Por eso no debes decir nada a nadie. Por otro lado, hasta que tu mente no se habitúe, te costará aceptar que este mundo existe.

–Porfirio me vas a volver loca...

Me mira pensativo y niega con la cabeza, se ríe y señala uno de los edificios de espejos.

–Mi casa... Aunque, en realidad, donde vivo la mayor parte de lo que llamas “tiempo” lo paso en otros lugares.

–¿Aquí llamáis al “tiempo” de otra forma?

–Lo llamamos eventos o sucesos, están graduados por lugares y épocas de cada mundo, un poco complicado, vivimos en un eterno presente y te desplazas al momento que desees. Vivimos en lo que se conoce como la quinta dimensión, aquí controlamos el tiempo.

–O sea, ¿podéis viajar al pasado?

–Pero tiene algunos riesgos, no te creas, te puedes quedar enganchado. Muchos se quedaron en un tiempo y no volvieron.

–¿Y a ti nunca te pasó?

–A mí, no.

Porfirio se ríe, me coge de las manos como si fuese a enseñarme a caminar. El transbordador se detiene sobre un lago. Descendemos. A mis pies siento un balanceo como el de un flan, me agacho para tocar el agua y compruebo que es como blandiblú, un juego de mi infancia con una textura gelatinosa.

–Ven siéntate a tomar el sol, es una energía muy pura, y quítate los zapatos. Este es el mar de la Serenidad, aunque parece un lago por su escaso oleaje.

Tengo la sensación de sentarme en una cama elástica, me descalzo y doy unas patadas sobre la superficie y mis pies rebotan. Acaricio la gelatina y es muy suave.

–¡Qué gustazo! Estamos en el Sistema Solar, ¿no?

–No, pero nuestra estrella es similar, solo que su luz al entrar en contacto con la atmósfera refleja los verdes, por eso vemos el cielo y el mar así. De ella nos proveemos de energía para todo.

–Excepto por el color y la textura, parecería que estamos en la Tierra... ¿Y aquí hay peces?

–Es demasiado denso, pero en la zona de los edificios, el agua es dulce y hay vida submarina. La Tierra y Absenta, aunque cada una tiene sus peculiaridades, son hermanas. La mayor diferencia es que aquí hemos alcanzado niveles muy altos de empatía con la naturaleza y los demás seres que pueblan el multiuniverso.

Porfirio se tumba extendiendo los brazos y acaricia la superficie gelatinosa.

–Quiero contarte un secreto que nos preocupa mucho del futuro de la Tierra.

–Me muero por saberlo, ¿de qué se trata?

–Te vas a asustar...

–Me dejas en ascuas, ¿por qué?

–Porque es un problema que va a poner a la humanidad al borde del colapso, el secreto 3666, pero todavía no es conveniente que sepas más... Disfruta del paisaje, mira el amanecer –me coge del brazo y me tumba, siento como si estuviera en un colchón mullido. Un inmenso arco iris va cubriendo el cielo. Es lo más hermoso que he visto nunca. Apoyo mi cabeza en su pecho mientras oigo sus intensos latidos como si una fuente bombease agua en mi cabeza. Pero estoy intrigada por lo que me acaba de decir.

–¿Es que va a ver una Tercera Guerra Mudial?

–No, olvídalo –se pone de pie, me coge de las manos y subimos al transbordador, Porfirio detrás me pone los brazos a ambos lados y ascendemos.

–¿Te incomodo?

–No sé si esto es real.

–No eres la única a la que le ocurre, a mí también me parece ahora que estoy soñando. Somos compañeros de viaje, aunque tú tienes tu vida y yo la mía.

–¿Y si no hubiese llegado al taller no nos hubiéramos conocido?

–Tenías que llegar así como una rama partida termina por caer .

–¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Estamos muy lejos de la Tierra, no?

–Para Cristóbal Colón hubiera sido imposible ir a la luna en una carabela, pero como sabes, Neil Amstrong llegó a bordo de un cohete en cuatro días. Tenemos un medio instantáneo de viajar.

–¿Y cómo lo habéis conseguido?

–Abriendo puertas.–No lo entiendo.

–Siempre dejamos las puertas abiertas, nunca decimos “esto es imposible”. Aquí se parte de que todo es posible. No compramos ni vendemos, intercambiamos. Por dinero todo se convierte en mercancía. Aquí cada uno puede tomar lo que quiera, y como sabemos que hay de sobra, no acumulamos. Pero, no debes hablar de esto. Una vez que abandonemos este lugar todo seguirá para ti como hasta ahora, como si no hubieras estado aquí, ¿me lo prometes?

–Lo prometo, pero ¿por qué?

–Ya te lo he dicho, acabarías muy mal, créeme.

–¿Y tampoco lo puedo escribir?

–En una narración es diferente. Ahí puedes chivarlo todo, los que tengan mente abierta lo comprenderán, los que no, se quedarán en que solo es una ficción. Así hicieron muchos escritores antes.

–¿Hay peligro para Absenta si hago un comentario?

–La única que corre riesgos eres tú, si lo cuentas te vas a complicar mucho la vida. Ni si quiera a mí podrás hacerme el más mínimo comentario cuando volvamos.

–¿Ni a ti? Pero si tú eres el que me has traído...

–Es lo mejor. Por ahora…

–Quiero saber más de Absenta, su historia, en qué trabajáis, cómo vivís… –Porfirio mueve la cabeza hacia el mismo sentido en que gira el transbordador– ¡Acabo de descubrir que lo conduces con la cabeza!

–La técnica es sencilla, no te creas –y señala hacia un oasis que me parece idílico con canales y saltos de agua.

–Lo diseñé yo. ¿Te gusta?

–Sí, ¿eres diseñador de oasis?

Porfirio suelta una carcajada.

–Aquí el trabajo lo tomamos como un hobby y el mío consiste en actividades creativas, indago en la belleza, en mejorar la vida. Ahora no debes decir nada de lo que has vivido, pronto tendrás noticias mías –me dice y recuerdo el sueño en el que me decía las mismas palabras. Deseo volver a Absenta con él. Se abren las puertas correderas y entramos al pasillo frente al aseo– Volverás, eso no lo dudes. Todo vuelve a darme vueltas y escucho la voz de Lucía. –Adriana, ¿estás bien? ¡Abre! Intento contestar y no me sale la voz. –Espera, voy por ayuda –logro asirme al pomo de la puerta y se abre. Javi está a punto de dar una patada. –¡Cuidado! –grita Lucía. Javier baja la pierna y me ayuda a levantarme– Lo siento, Adriana, ¿cómo estás?-. Lucía tira de mí. Porfiri está hablando a un grupo de gente que le rodea.

–Espero que disfruten de “Absenta, Secreto Sideral”. Gracias a todos y bienvenidos –me mira con gesto de preocupación acercándose a mí– Te estuve buscando... ¿Dónde te has metido? ¿Te encuentras bien?

–Para haber hecho un viaje a años luz de la Tierra no estoy muy mal –doy un traspiés y le doy un pisotón– ¡Perdona!

–No importa. Perdóname tú, tenía que haberte esperado para presentar el libro –nos sentamos en una mesa. Lucía trae una bolsa con hielo y él me la pone en el chichón– Te has dado un golpe muy fuerte... ¿Quieres que te lleve a urgencias?

–Lo que quiero es volver a Absenta. Te prometí que no diría nada, ¿pero puedo hacerte solo una pregunta? –le susurro al oído.

–¿Qué pregunta?

–¿Tú eres una ranoide?

–¿Has bebido mucho? Te acompaño a casa.

–¿A cuál?

–A la de tu abuelo.

–¿No podemos ir a la tuya en Absenta?

–¿De qué casa hablas? Mejor iremos a que te revisen, por si las moscas...

–¿No hemos visitado otro mundo, verdad? –niega con la cabeza– No me lleves al hospital, me encuentro mejor, en serio, quiero irme a mi casa. 

–De acuerdo, ¿podrás sostenerte? –me levanto y él me sujeta por la cintura, y así nos dirigimos al taxi.

–He alucinado. Creí que estábamos en un mundo llamado Absenta. Desde que te conozco me pasan cosas muy raras, y estoy hecha un lío. Tu hija comentó que era de otro mundo, que tenía un tercer párpado...

–Adriana, ¿cuántas copas tomaste?

–Dos.

–Cuando despiertes mañana lo verás más claro, bebiste un poco y te sentó mal, ¿estás mejor ahora? –me toca la cabeza– Ha bajado el chichón, te afectó el golpe... –me abre la puerta del taxi, saca un libro del interior de su chaqueta y me lo da.

–Espero que disfrutes de “Absenta” tanto como yo –se lo agradezco– ¿Cómo estás? Si lo prefieres te acompaño a casa.

–No es necesario, ya estoy bien.

–Que pases una buena noche –me besa en la mejilla– Te llamaré.

En el taxi siento que ha sido una alucinación maravillosa, pero la duda continúa y aunque deseo que Porfirio solo sea un hombre, por otro lado la imagen de los dos en ese mundo, tumbados sobre un mar de gelatina, bajo un amanecer verde, me gusta, y recuerdo mi promesa y lo que Porfirio me advirtió.