8 TE QUIERO

 

 

Me levanto de la cama con ganas de comerme el mundo. ¡Al fin llegó el miércoles! La sombra de Manolo no me estropeará el día, con un poco de suerte ya se habrá ido. Estoy deseando que sea por la tarde, cuento las horas y los minutos que faltan para el taller. Durante el desayuno digo al abuelo que llevaré el currículum al supermercado. Él hace una mueca de desaprobación.

–¿No puedes dejar eso para otro día?

–Cuanto antes lo entregue mejor, a ver si me llaman.

–¿No quieres que te acompañe? –le digoque no– Pues ten cuidado... Si quieres tráete un poco de fruta.

 

Entrego el currículo al jefe de personal y me entrevista, dice que es posible que me llamen pronto. Mi corazón da botes de alegría. Compro las fresas y al salir, veo en la entrada a Manolo fumando un cigarro. Sigo adelante, me tiemblan las rodillas, siento que me aprietan un hombro y me detiene.

–¿Lo has pensado ya? ¿Cuál es tu respuesta?

–Ya te lo dije.

–¿Para qué metes en nuestras cosas a la policía?

–Para que me dejes en paz –avanzo más rápido que él y vuelve a cogerme del hombro con más fuerza.

–Nadie va a impedir que estés donde tienes que estar. ¿Te enteras?

–Y según tú, ¿dónde tengo que estar?

–Con tu madre, en el infierno.

Siento su mirada de reojo. Veo un teléfono público, saco del bolso el número de la policía. Me mira fijamente con los párpados entreabiertos y se da media vuelta. Marco el número y le explico a una mujer policía lo que me ocurre. Me dice que en seguida mandarán una pareja para la zona. Salgo de la cabina, veo que se aleja muy rápido.

En el portal de casa hay dos policías, uno de ellos es una mujer. Les pregunto si han venido por mi llamada y me dicen que Manolo tenía otras denuncias por agresiones pero que las retiraron. Intento reponerme en el ascensor. Le comento al abuelo que a lo mejor me llaman para trabajar en el supermercado. Se pone tan contento que no quiero amargarle con lo que me ha ocurrido con Manolo.

 

Llego a las seis y media al taller, Javi está poniendo una cadena a su bicicleta en el portal, y me comenta que el tráfico en Madrid cada día va peor. Subimos a la primera planta. Lucía, el profesor de literatura jubilado y la mujer embarazada, esperan delante de la puerta. Libertad llega efusiva lanzando besos con ambas manos. Saca las llaves del bolso y nos las muestra haciéndolas sonar.

–Compis, mi padre viene ya, ¿lo esperamos dentro? –abre la puerta y nos invita a pasar al aula, deja un portafolio sobre la mesa delante del sillón de su padre, y nos sentamos en los mismos sitios de la primera clase, yo a un lado del sillón de Porfirio y ella, frente a mí. Lucía saca una botella de su bolso y la pone sobre la mesa. 

–¿La abrimos cuando llegue el “profe”?

–Qué grande eres –comenta Javi cogiendo la botella.

–Uhm…¿Le añado algo para mejorarla?

–¿Ya no te acuerdas de lo mal que le sentó a Adriana? –y mirándome se tapa la boca– Perdona, tenía que habértelo contado, en Absenta te cambié la copa.

–¿En serio? ¿Y qué me bebí?

–¿Por qué lo hiciste? –dice Javi.

–Creí que me obligarías a tomarla, estabas muy pesado.

El más jovencito del grupo entra enel aula, nos saluda, y detrás llega Porfirio con una camiseta naranja del mismo tono que mi jersey. Aunque sonríe, parece cansado, está pálido y con ojeras. –No puedes imaginar a la velocidad que he venido, pero no pude llegar antes. Si quieres luego te quedas un ratito y hablamos. ¿Estás bien? –me dice y deja la boca abierta esperando que le responda. Contesto que sí– Perdona el retraso...

–Perdóname tú por estropearte la presentación y causarte tantas molestias.

–El viernes presentamos el libro, Adriana tomó un poco de Absenta y le sentó mal, ¿verdad? –dice a todos y me sonríe.

–La culpa la tuvo este con sus polvos mágicos –comenta Lucía mirando a su amigo.

–¡No puede ser! Esto no puede volver a ocurrir –advierte Porfirio a Javi– En mi escuela no voy a consentir que pasen esas cosas.

–Él no tuvo toda la culpa, cambié la copa a Adriana–dice Lucía guardando la botella en su bolso.

–Después de clase me gustaría hablar con los dos si no os importa –saca un libro del portafolios que luego cierra de un golpe– Para los que no estuvisteis allí os recomiendo que le echéis un vistazo a este libro porque hay relatos de calidad, así podéis ver hacia donde apuntamos en este taller. Lo importante para que un relato funcione es que tenga credibilidad, aunque cuente que “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” –y hace una pausa y me mira muy fijo arqueando las cejas– No por contar un hecho que ocurra en la realidad tiene que ser creíble. Una vez leí en el periódico que un hombre murió porque una mierda le cayó en la cabeza –nos reímos– Aunque sea verídico, si yo hiciera un relato sobre eso, nadie lo creería. Sin embargo, En Cien Años de Soledad, García Márquez dice que el padre Nicanor levita, y lo imagino elevándose del suelo unos centímetros porque la historia funciona. Si yo tuviera solo una vida este sería uno de los libros que leería... Para dar credibilidad al relato también tiene mucho que ver quien lo cuente.

Porfirio explica tipos de narrador, en primera y tercera persona, el cámara y el omnisciente, y nos lee ejemplos. Libertad escucha a su padre atenta y la miro buscando la membrana de sus ojos, no parpadea ni un instante. Es la primera en leer el relato que ha escrito para hoy. Trata de una niña que regala a su madre una rosa carmesí y me recuerda el ramo de flores que me enviaron y que se volcó sobre la mesa.

–Esto es verídico –dice Libertad– Le regalé a mi madre una rosa el día que me contó que al darme a luz estuvo al borde de la muerte.

–Libertad, el narrador aporta credibilidad a tu historia. ¿Quién quiere leer ahora el suyo? –dice Porfirio.

Javi levanta la mano.

–He escrito un texto, pero no es un relato.

–Adelante –le invita Porfirio.

Javi coge un folio lleno de borrones, escrito a mano y lee:

“Ella descubrió que en el sótano había cucarachas, le dije que iría al pueblo a comprar un fumigador. Ella se sentó en mis piernas, me rodeó el cuello con su brazo pegando su nariz a mi frente y dijo que no se arrepentía de haberse venido a vivir conmigo. Me callé lo mucho que me gusta cada vez que me lanza un beso con el dedo. Soy un cobarde, tendría que decirle te quiero.”

–Yo también soy un cobarde –dice Porfirio y pide a Javi que le pase el folio. Le echa un vistazo, subraya una frase y tacha algunas palabras. Los demás hablan entre ellos y levantando la cabeza se vuelve hacia mí, me mira muy fijo y lee: “Tendría que decirle te quiero”. Y alzando los párpados, me mira de frente. Un estremecimiento me recorre de los pies a la cabeza.

–¿Has escrito algo, Adriana? – me pregunta.

–Sí, aunque no está bien...

–A veces cuando menos nos gusta, resulta que es mejor.

Empiezo a leerlo pero me pongo nerviosa, tengo ganas de llorar.

–¿Quieres que lo lea yo? Déjamelo ver –se lo paso y lo lee con una voz serena, es una caricia para los oídos. Me mira asintiendo– Está bien. Los escritores se inspiran en su vida, así comenzaron muchos. La vida es una fuente inagotable de experiencias, al escribir sobre hechos reales los lectores se identifican y les gusta. ¿Quién quiere leer ahora?

Lucía levanta la mano, su texto se llama “Despierta” y trata de una mujer que oye en la radio-despertador la noticia de que la NASA ha logrado descifrar un mensaje recibido del espacio exterior: “Procedemos de un planeta que orbita alrededor de una enana marrón que es la  compañera del sol en un sistema binario. No estáis solos, os estamos observando”.

Porfirio pregunta que si le gusta la ciencia-ficción y ella contesta que sí. Propone que escribamos un texto para el próximo día que el protagonista sea un extraterrestre.

Observo a Porfirio, me pregunto si lo del viaje a Absenta fue una alucinación. Creo que debí perder la consciencia y tuve un sueño, pero, ¿y en el programa? Es probable  que todo fuera producto de los efectos de lo que bebí y lo que tengo que hacer es poner los pies en el suelo y olvidarme para siempre de esas alucinaciones.

–Quiero que lo escribáis en primera persona y procurad que los diálogos resulten frescos. Ha sido un placer –me sonríe– Tengo que hablar con Javi y Lucía, ¿me esperas un momento fuera y luego nos vamos a tomar algo?

Los demás se van, Libertad se despide de su padre, dice que ha quedado con unas amigas. Me siento en el banco de la entrada a esperarle. Al rato salen Javi y Lucía, me dan un par de besos para despedirse y me comentan que ya no van a volver. Porfirio sale muy erguido.

–Los he invitado a irse, no puedo permitir que vuelva a suceder nada parecido, si no, este taller se va al traste, está en juego el prestigio de todo y no lo voy a arriesgar.

–¿No has salido en un programa de televisión, verdad?

–Yo, no, ¿por qué lo preguntas?

–No por nada, tonterías mías.

–¿Viste en un programa a alguien que se me parezca?

Nadie se parece a Porfirio, pero todo me lo recuerda a él, un color, un gesto, una frase que oigo por la calle... Aunque le digo que no con la cabeza.

–Será que me estoy volviendo loca –le digo y pienso que debería haber dicho “muy loca”.

–¿No tienes apetito? Yo estoy hambriento. Podríamos ir a cenar a algún mesón. ¿Qué te parece?

–Genial.

–¿Te gusta la cocina gallega?

Le respondo que me encanta.

Vamos a cenar a uno acogedor. Pide pulpo, empanada y gambas cocidas, y una botella de Ribeiro blanco. No deja de charlar sobre el taller y la gente de otros grupos, de sus intenciones de ampliar cursos, y de sus proyectos.

–Aún no sé en qué trabajas –le pregunto.

–Soy ingeniero de telecomunicaciones, trabajo para el metro de Madrid.

–¿Y te gusta?

Él asiente con la cabeza.

–Tengo un horario muy flexible, puedo trabajar desde mi casa y lo pagan bien. No me puedo quejar.

–Es posible que comience a trabajar en un supermercado.

–A lo mejor un día de estos me dirás que te marchas, que dejas el taller –me mira fijamente a los ojos y me acaricia una mano– Hacía mucho tiempo que no me sentía tan a gusto.

–Yo nunca me he sentido así con nadie. Es que me tratas muy bien...

–¡No voy a tratarte a patadas! –paga la cuenta– ¿Dónde te apetece que vayamos?

–¿Me invitas a una Absenta?

–Te recuerdo que la otra noche no te sentó bien. Pero bueno, si eso es lo que quieres...

En el pub, pedimos dos Absentas y nos sentamos en el fondo. Le pregunto si alguna vez estuvo casado, niega con la cabeza.

–¿Entonces la madre de Libertad no era tu mujer?

–Tuvimos una relación pero ya no está conmigo.

–¿La querías?

–Mucho.

–Perdona si soy indiscreta, pero, ¿por qué terminásteis?

–Tenía su vida y yo, la mía. Pertenecíamos a dos mundos diferentes. Háblame de tu marido –le explico la situación  y asiente– Estás siendo perseguida.

–Sí, y no sé hasta cuándo... –tomo un sorbo largo de Absenta, empiezo a sentir mareos y oigo un zumbido.

–Vamos, te llevaré a casa.

–¿A mi casa?

Me coge de la mano. Nos dirigimos hacia el final del pasillo, mete una llave en la misma rendija del otro día y se vuelven a abrir las puertas automáticas. De nuevo la escalera y el transbordador. Porfirio parece relajado con una sonrisa de oreja a oreja. Una nube nos envuelve.

–Quiero hacerte una pregunta. ¿Puedo?

–Sí, pregúntame lo que quieras –me dice.

–Siento que tú no eres como los demás…

–¿Debo tomarlo como un halago?

–No es eso exactamente, es que quiero saber de ti, cómo eres, lo que sientes.

–¿Respecto a qué?

–Si eres un hombre normal.

–Te quiero, ¿es eso lo que querías saber?

Asiento.

–Y yo, a ti.